Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

viernes, 21 de octubre de 2022

Viernes 25 noviembre, 2022, Viernes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario, feria o santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir, memoria libre.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA (2-Diciembre-1984)
DE JUAN PABLO II

CAPÍTULO SEGUNDO. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN

28. El Sínodo, en todas sus fases y a todos los niveles de su desarrollo, ha considerado con la máxima atención aquel signo sacramental que representa y a la vez realiza la penitencia y la reconciliación. Este Sacramento ciertamente no agota en sí mismo los conceptos de conversión y de reconciliación. En efecto, la Iglesia desde sus orígenes conoce y valora numerosas y variadas formas de penitencia: algunas litúrgicas o paralitúrgicas, que van desde el acto penitencial de la Misa a las funciones propiciatorias y a las peregrinaciones; otras de carácter ascético, como el ayuno. Sin embargo, de todos los actos ninguno es más significativo, ni divinamente más eficaz, ni más elevado y al mismo tiempo accesible en su mismo rito, que el sacramento de la Penitencia.

El Sínodo, ya desde su preparación y luego en las numerosas intervenciones habidas durante su desarrollo, en los trabajos de los grupos y en las Propositiones finales, ha tenido en cuenta la afirmación pronunciada muchas veces, con tonos y contenido diversos: el Sacramento de la Penitencia está en crisis. Y el Sínodo ha tomado nota de tal crisis. Ha recomendado una catequesis profunda, pero también un análisis no menos profundo de carácter teológico, histórico, psicológico, sociológico y jurídico sobre la penitencia en general y el Sacramento de la Penitencia en particular. Con todo esto ha querido aclarar los motivos de la crisis y abrir el camino para una solución positiva, en beneficio de la humanidad. Entre tanto, la Iglesia ha recibido del Sínodo mismo una clara confirmación de su fe respecto al Sacramento por el que todo cristiano y toda la comunidad de los creyentes recibe la certeza del perdón mediante la sangre redentora de Cristo.

Conviene renovar y reafirmar esta fe en el momento en que ella podría debilitarse, perder algo de su integridad o entrar en una zona de sombra y de silencio, amenazada como está por la ya mencionada crisis en lo que ésta tiene de negativo. Insidian de hecho al Sacramento de la Confesión, por un lado el obscurecimiento de la conciencia moral y religiosa, la atenuación del sentido del pecado, la desfiguración del concepto de arrepentimiento, la escasa tensión hacia una vida auténticamente cristiana; por otro, la mentalidad, a veces difundida, de que se puede obtener el perdón directamente de Dios incluso de modo ordinario, sin acercarse al Sacramento de la reconciliación, y la rutina de una práctica sacramental acaso sin fervor ni verdadera espiritualidad, originada quizás por una consideración equivocada y desorientadora sobre los efectos del Sacramento.

Por tanto, conviene recordar las principales dimensiones de este gran Sacramento.

«A quien perdonareis»

29. El primer dato fundamental se nos ofrece en los Libros Santos del Antiguo y del Nuevo Testamento sobre la misericordia del Señor y su perdón. En los Salmos y en la predicación de los profetas el término misericordioso es quizás el que más veces se atribuye al Señor, contrariamente al persistente cliché, según el cual el Dios del Antiguo Testamento es presentado sobre todo como severo y punitivo. Así, en un Salmo, un largo discurso sapiencial, siguiendo la tradición del Éxodo, se evoca de nuevo la acción benigna de Dios en medio de su pueblo. Tal acción, aun en su representación antropomórfica, es quizás una de las más elocuentes proclamaciones veterotestamentarias de la misericordia divina. Baste citar aquí el versículo: «Pero es misericordioso y perdonaba la iniquidad, y no los exterminó, refrenando muchas veces su ira para que no se desfogara su cólera. Se acordó de que eran carne, un soplo que pasa y no vuelve» [157].

En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, viniendo como el Cordero que quita y carga sobre sí el pecado del mundo [158], aparece como el que tiene el poder tanto de juzgar [159] como el de perdonar los pecados [160], y que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar [161].

Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» [162]. Es ésta una de las novedades evangélicas más notables. Jesús confirió tal poder a los Apóstoles incluso como transmisible —así lo ha en tendido la Iglesia desde sus comienzos— a sus sucesores, investidos por los mismos Apóstoles de la misión y responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del Evangelio y de ministros de la obra redentora de Cristo.

Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del Sacramento de la Penitencia, llamado, por costumbre antiquísima, el confesor.

Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa «in persona Christi». Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre [163], pontífice misericordioso, fiel y compasivo [164], pastor decidido a buscar la oveja perdida [165], médico que cura y conforta [166], maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios [167], juez de los vivos y de los muertos [168], que juzga según la verdad y no según las apariencias [169].

Este es, sin duda, el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del Sacerdote; y precisamente por esto, atento también a la fuerte llamada del Sínodo, no me cansaré nunca de invitar a mis Hermanos Obispos y Presbíteros a su fiel y diligente cumplimiento [170]. Ante la conciencia del fiel, que se abre al confesor con una mezcla de miedo y de confianza, éste está llamado a una alta tarea que es servicio a la penitencia y a la reconciliación humana: conocer las debilidades y caídas de aquel fiel, valorar su deseo de recuperación y los esfuerzos para obtenerla, discernir la acción del Espíritu santificador en su corazón, comunicarle un perdón que sólo Dios puede conceder, «celebrar» su reconciliación con el Padre representada en la parábola del hijo pródigo, reintegrar a aquel pecador rescatado en la comunión eclesial con los hermanos, amonestar paternalmente a aquel penitente con un firme, alentador y amigable «vete y no peques más» [171].

Para un cumplimiento eficaz de tal ministerio, el confesor debe tener necesariamente cualidades humanas de prudencia, discreción, discernimiento, firmeza moderada por la mansedumbre y la bondad. Él debe tener, también, una preparación seria y cuidada, no fragmentaria sino integral y armónica, en las diversas ramas de la teología, en la pedagogía y en la psicología, en la metodología del diálogo y, sobre todo, en el conocimiento vivo y comunicativo de la Palabra de Dios. Pero todavía es más necesario que él viva una vida espiritual intensa y genuina. Para guiar a los demás por el camino de la perfección cristiana, el ministro de la Penitencia debe recorrer en primer lugar él mismo este camino y, más con los hechos que con largos discursos dar prueba de experiencia real de la oración vivida, de práctica de las virtudes evangélicas teologales y morales, de fiel obediencia a la voluntad de Dios, de amor a la Iglesia y de docilidad a su Magisterio.

Todo este conjunto de dotes humanas, de virtudes cristianas y de capacidades pastorales no se improvisa ni se adquiere sin esfuerzo. Para el ministerio de la Penitencia sacramental cada sacerdote debe ser preparado ya desde los años del Seminario junto con el estudio de la teología dogmática, moral, espiritual y pastoral (que son siempre una sola teología), las ciencias del hombre, la metodología del diálogo y, especialmente, del coloquio pastoral. Después deberá ser iniciado y ayudado en las primeras experiencias. Siempre deberá cuidar la propia perfección y la puesta al día con el estudio permanente. ¡Qué tesoro de gracia, de vida verdadera e irradiación espiritual no tendría la Iglesia si cada Sacerdote se mostrase solícito en no faltar nunca, por negligencia o pretextos varios, a la cita con los fieles en el confesionario, y fuera todavía más solícito en no ir sin preparación o sin las indispensables cualidades humanas y las condiciones espirituales y pastorales!

A este propósito debo recordar con devota admiración las figuras de extraordinarios apóstoles del confesionario, como San Juan Nepomuceno, San Juan María Vianney, San José Cafasso y San Leopoldo de Castelnuovo, citando a los más conocidos que la Iglesia ha inscrito en el catálogo de sus Santos. Pero yo deseo rendir homenaje también a la innumerable multitud de confesores santos y casi siempre anónimos, a los que se debe la salvación de tantas almas ayudadas por ellos en su conversión, en la lucha contra el pecado y las tentaciones, en el progreso espiritual y, en definitiva, en la santificación. No dudo en decir que incluso los grandes Santos canonizados han salido generalmente de aquellos confesionarios; y con los Santos, el patrimonio espiritual de la Iglesia y el mismo florecimiento de una civilización impregnada de espíritu cristiano. Honor, pues, a este silencioso ejército de hermanos nuestros que han servido bien y sirven cada día a la causa de la reconciliación mediante el ministerio de la Penitencia sacramental.

[157] Sal 78 [77], 38s., cf. también referencias a Dios misericordioso en los Salmos 86 [85], 15; 103 [102], 8; 111 [110], 4; 112 [111], 4; 115 [114], 5; 145 [144], 8.
[158] Cf. Jn 1, 29; Is 53, 7. 12
[159] Cf Jn 5, 27
[160] Cf. Mt 9, 2-7; Lc 5, 18-25; 7, 47-49; Mc 2, 3-12.
[161] Cf. Jn 3, 16 s.; 1 Jn 3, 5. 8.
[162] Jn 20, 22; Mt 18, 18; cf. también, por lo que se refiere a Pedro, Mt 16, 19. El B. Isaac de la Estrella subraya en un discurso la plena comunión de Cristo con su Iglesia en la remisión de los pecados: « Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere perdonar nada sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a quien desprecia a la Iglesia »: Sermo 11 (In dominica III post Epiphaniam, I): PL 194, 1729.
[163] Cf. Mt 12, 49 s.; Mc 3, 33 s.; Lc 8, 20 s.; Rom 8, 29: «... primogénito entre muchos hermanos».
[164] Cf. Heb 2, 17; 4, 15
[165] Cf. Mt 18, 12 s.; Lc 15, 4-6.
[166] Cf. Lc 5, 31 s.
[167] Cf. Mt 22, 16.
[168] Cf. Act 10, 42
[169] Cf. Jn 8, 16.
[170] Lo he hecho ya en numerosos encuentros con Obispos y Sacerdotes, y especialmente en el reciente Año Santo; cf. el Discurso a los Penitenciarios de las Basílicas Patriarcales de Roma y a los Sacerdotes confesores al final del Jubileo de la Redención (9 julio 1984): L'Osservatore Romano edic. en lengua española, 8 de octubre, 1984.
[171] Jn 8, 11.

El Sacramento del perdón

30. De la revelación del valor de este ministerio y del poder de perdonar los pecados, conferido por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores, se ha desarrollado en la Iglesia la conciencia del signo del perdón, otorgado por medio del Sacramento de la Penitencia. Este da la certeza de que el mismo Señor Jesús instituyó y confió a la Iglesia —como don de su benignidad y de su «filantropía» [172] ofrecida a todos— un Sacramento especial para el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo.

La práctica de este Sacramento, por lo que se refiere a su celebración y forma, ha conocido un largo proceso de desarrollo, como atestiguan los sacramentarios más antiguos, las actas de Concilios y de Sínodos episcopales, la predicación de los Padres y la enseñanza de los Doctores de la Iglesia. Pero sobre la esencia del Sacramento ha quedado siempre sólida e inmutable en la conciencia de la Iglesia la certeza de que, por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental, dada por los ministros de la Penitencia; es una certeza reafirmada con particular vigor tanto por el Concilio de Trento [173], como por el Concilio Vaticano II: «Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones» [174]. Y como dato esencial de fe sobre el valor y la finalidad de la Penitencia se debe reafirmar que Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el Sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del Bautismo recibieran la gracia y se reconciliaran con Dios [175] .La fe de la Iglesia en este Sacramento comporta otras verdades fundamentales, que son ineludibles. El rito sacramental de la Penitencia, en su evolución y variación de formas prácticas, ha conservado siempre y puesto de relieve estas verdades. El Concilio Vaticano II, al prescribir la reforma de tal rito, deseaba que éste expresara aún más claramente tales verdades [176], y esto ha tenido lugar con el nuevo Rito de la Penitencia [177]. En efecto, éste ha tomado en su integridad la doctrina de la tradición recogida por el Concilio Tridentino, transfiriéndola de su particular contexto histórico (el de un decidido esfuerzo de esclarecimiento doctrinal ante las graves desviaciones de la enseñanza genuina de la Iglesia) para traducirla fielmente en términos más ajustados al contexto de nuestro tiempo.

[172] Cf. Tit 3, 4.
[173] Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cap. I y can. 1: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. cit., 703s., 711 (DS 1668-1670. 1701).
[174] Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 11.
[175] Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cap. I y can. 1: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. cit., 703s., 711 (DS 1668-1670. 1701).
[176] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, 72.
[177] Cf. Rituale Romanum ex Decreto Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II instauratum, auctoritate Pauli VI promulgatum. Ordo Paenitentiae, Typis Polyglottis Vaticanis, 1974.

CALENDARIO

25 VIERNES DE LA XXXIV SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria o SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, virgen y mártir, memoria libre 

Misa de feria (verde) o de la memoria (rojo). 
MISAL: para la feria cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5) / para la memoria 1.ª orac. prop. y el resto del común de mártires (para una virgen mártir) o de vírgenes (para una virgen), o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria. 
LECC.: vol. III-par. 
- Ap 20, 1-4. 11 — 21, 2. Todos fueron juzgados según sus obras. Vi la nueva Jerusalén que descendía del cielo. 
- Sal 83. R. He aquí la morada de Dios entre los hombres. 
- Lc 21, 29-33. Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. 
o bien: cf. vol. IV.

Liturgia de las Horas: oficio de feria o de la memoria. 

Martirologio: elogs. del 26 de noviembre, pág. 689. 
CALENDARIOS: Cartujos: Beata Beatriz, religiosa (MO). 
Burgos: San García, abad (ML). 
León: Beata Concepción Rodríguez Fernández, virgen y mártir (ML). 
Sevilla: Santa Flora, virgen y mártir (ML). 
Dominicos: Beata Margarita de Savoya-Arcaya, religiosa (ML). 
Burgos: Aniversario de la muerte de Mons. Santiago Martínez Acebes, arzobispo, emérito (2006).

TEXTOS MISA

Misa de la feria: de la XXXIV semana del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario).

Misa de la memoria:

25 de noviembre
Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir.

La oración colecta es propia. El resto está tomado del común de mártires: IV. Para una virgen mártir.

Antífona de entrada

Esta virgen valiente, ofrenda de pureza y castidad, sigue al Cordero crucificado por nosotros.
Ecce iam séquitur Agnum pro nobis crucifíxum strénua virgo, pudóris hóstia, víctima castitátis.
O bien:
Esta es la virgen dichosa que, negándose a sí misma y abrazando su cruz, siguió al Señor, esposo de las vírgenes y príncipe de los mártires.
Beáta virgo, quae ábnegans semetípsam et tollens crucem suam, Dóminum aemuláta est, vírginum sponsum martyrúmque príncipem.

Monición de entrada
Hacemos memoria en esta celebración de santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir. Según la tradición, fue una mujer fuerte, de agudo ingenio y gran sabiduría. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí, en el actual Egipto.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu pueblo en santa Catalina una virgen valerosa y una mártir invencible, concédenos, por su intercesión, ser fortalecidos en la fe y en la constancia, y trabajar sin descanso por la unidad de la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui pópulo tuo beátam Catharínam vírginem et invíctam mártyrem praestitísti, concéde, ut, eius intercessióne, fide et constántia roborémur, et pro Ecclésiae unitáte operam tribuámus impénse. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Viernes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lecc. III-par).

PRIMERA LECTURA Ap 20, 1-4. 11-21, 2
Todos fueron juzgados según sus obras. Vi la nueva Jerusalén que descendía del cielo

Lectura del libro del Apocalipsis.

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón,
la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo. Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.
Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a (R.: Ap 21, 3b)
R. 
He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Ecce tabernáculum Dei cum homínibus.

V. Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
R. He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Ecce tabernáculum Dei cum homínibus.

V. Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.
R. He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Ecce tabernáculum Dei cum homínibus.

V. Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte.
R. He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Ecce tabernáculum Dei cum homínibus.

Aleluya Lc 21, 28
R.
 Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. R.
Respícite et leváte cápita vestra, quóniam appropínquat redémptio vestra.

EVANGELIO Lc 21, 29-33
Cuan veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:
«Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano.
Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 29-noviembre-2019
Hay que prepararse bien para el momento en que suene el timbre, el momento en que el Señor llame a nuestra puerta: recemos unos por otros, para estar preparados y abrir con confianza la puerta al Señor que viene. De todas las cosas que hayamos recogido, que hayamos ahorrado, lícitamente buenas, no nos llevaremos nada… Bueno, sí, nos llevaremos el abrazo del Señor. Pensar en la propia muerte: ¿yo moriré cuándo? En el calendario no está fijado pero el Señor lo sabe. Y rezar al Señor: "Señor, prepárame el corazón para morir bien, para morir en paz, para morir con esperanza". Esa es la palabra que siempre debe acompañar nuestra vida, la esperanza de vivir con el Señor aquí y luego vivir con el Señor en otra parte. 


Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario II b

Hermanos, en esta oración pública y comunitaria que vamos a hacer, no se limite cada uno a orar por sí mismo o por sus necesidades, sino oremos a Cristo, el Señor, por todo el pueblo.
1b. Imploremos la largueza de los dones espirituales para todos los no creyentes
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
2b.
Pidamos al Señor que gobierna el mundo, tiempo bueno y maduración de los frutos.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
3b.
Oremos al Juez de todos los hombres por el descanso eterno de los fieles difuntos.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
4b.
Imploremos la misericordia de Cristo, el Señor, en favor nuestro y de nuestros familiares, confiando en la bondad del Señor.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
A
tiende en tu bondad nuestras súplicas, Señor, y escucha las oraciones de tus fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Misa de la memoria:
Oración sobre las ofrendas
Señor, que los dones que te presentamos en la fiesta de santa N. sean tan agradables a tu bondad como lo fue para ti el combate de su martirio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Múnera, quaesumus, Dómine, quae in celebritáte beátae N. deférimus, ita grátiae tuae efficiántur accépta, sicut eius tibi plácitum éxstitit passiónis certámen. Per Christum.

PREFACIO COMÚN IX
LA GLORIA DE DIOS ES EL HOMBRE VIVIENTE
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú eres el Dios vivo y verdadero; el universo está lleno de tu presencia, pero, sobre todo, has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen.
Tú lo llamas a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo.
Por eso, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos con alegría el himno de tu alabanza:
Santo, Santo Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA II

Antífona de comunión Ap 7,17

El Cordero que está delante del trono los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Agnus, qui in médio throni est, dedúcet eos ad vitae fontes aquárum.

Oración después de la comunión
Oh, Dios, que coronaste a la bienaventurada N. entre los santos con el doble triunfo de la virginidad y del martirio, concédenos en virtud de este sacramento, vencer con fortaleza toda maldad y alcanzar la gloria del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, qui beátam N. pro gémina virginitátis et martyrii victória inter Sanctos coronásti, da, quaesumus, per huius virtútem sacraménti, ut, omne malum fórtiter superántes, caeléstem glóriam consequámur. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 26 de noviembre
1. En el cementerio de Priscila, en la vía Salaria Nueva, en Roma, san Siricio, papa, a quien alaba san Ambrosio como verdadero maestro, ya que, consciente de su responsabilidad sobre todos los obispos, les dio a conocer los documentos de los Padres, y los confirmó con su autoridad apostólica. (399)
2. En Adrianópolis, ciudad de Paflagonia, en la actual Turquía, san Alipio, diácono y estilita, que murió casi centenario. (s. IV)
3. En Constanza, en la región de Suabia, en Germania, hoy Alemania, san Conrado, obispo, óptimo pastor de su grey, el cual hizo generosa providencia de sus bienes en favor de la Iglesia y de los pobres. (975)
4. En Lacedemonia, en el Peloponeso, actualmente Grecia, san Nicón, monje, que, después de una vida cenobita y eremítica transcurrida en Asia, trabajó con celo evangélico por llevar a la vida cristiana a los habitantes de la isla de Creta, recién liberada del yugo de los sarracenos, y luego recorrió Grecia predicando la penitencia, hasta que falleció en el monasterio de Esparta, fundación suya. (998)
5. En los bosques cercanos a Fratta, en el territorio de Rovigo, en la actual Italia, pasión de san Belino, obispo de Padua y mártir, defensor eximio en Iglesia, que, cruelmente malherido por unos sicarios, murió a consecuencia de las lesiones recibidas. (1151)
6*. En el monasterio Sixt, de Canónigos Regulares, en Saboya, hoy Francia, beato Poncio de Faucigny, que fue primero abad en Abbondance y, renunciando al cargo, quiso morir como un sencillo religioso. (1179)
7. Junto a Fabriano, en el Piceno, actual región italiana de Las Marcas, san Silvestre Gozzolini, abad, que, habiendo calado hasta el fondo la vanidad de todas las cosas del mundo, a la vista de la sepultura abierta de un amigo fallecido poco antes, se retiró al eremo, donde cambió veces de lugar para permanecer más oculto a los hombres, y por fin, en un lugar apartado próximo a Montefano, trazó las bases de la Orden de Monjes Silvestrinos, bajo la Regla de san Benito. (1267)
8*. En Apt, lugar de Provenza, beata Delfina, en Francia, esposa de san Elzear de Sabran, con el cual prometió guardar la castidad, y que, tras la muerte de su esposo, permaneció en la pobreza y en la oración. (1358/1360)
9*. En York, en Inglaterra, beatos mártires Hugo Taylor, presbítero, y Marmaduco Bowes, que en tiempo de la reina Isabel I fueron llevados al suplicio del patíbulo, acusados, el primero, joven aún, de haber entrado en Inglaterra siendo sacerdote, y el segundo, en cambio, ya anciano por haberle ayudado. (1585)
10*. En Bisignano, lugar de Calabria, en Italia, beato Humilde (Lucas Antonio) Pirozzo, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, famoso por su espíritu de profecía y frecuentes éxtasis. (1637)
11. En Roma, en el convento de San Buenaventura, en el Palatino, san Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la predicación, en la publicación de libros de piedad y en dar más de trescientas misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional. (1751)
12. En Nam Dinh, en Tonkín, hoy Vietnam, santos Tomás Dinh Viét Du y Domingo Nguyen Van Xuyên, presbíteros de la Orden de Predicadores y mártires, que por decreto del emperador Minh Mang fueron decapìtados al mismo tiempo. (1839)
13*. En Bassano, cerca de Vicenza, en Italia, beata Cayetana Sterni, religiosa, que, habiendo enviudado siendo aún joven, se entregó al servicio de los pobres, y fundó la Orden de Hermanas de la Divina Voluntad, para atender a los menesterosos y enfermos. (1889)
14*. En Roma, beato Santiago Alberione, presbítero, que, solícito por la evangelización, se dedicó por entero a poner al servicio de la sociedad los instrumentos de comunicación social para promover la verdad de Cristo, e instauró, además, la Pía Sociedad de San Pablo. (1971)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.