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domingo, 31 de mayo de 2020

Domingo 5 julio 2020, XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

TEXTOS MISA

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A

Jesucristo nos ha invitado hoy domingo, día del Señor, a la mesa de la Palabra y de la eucaristía, alimentos de vida eterna. El nos dice: «Venid a mí», y hacemos bien en venir, porque solo él es capaz de levantarnos de nuestras caídas. El nos da alivio y descanso para nuestras almas, por medio de su palabra proclamada y de su Cuerpo entregado.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- En ti confiamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- A ti acudimos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- En ti esperamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XIV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Zac 9, 9-10
Mira a tu rey que viene a ti pobre

Lectura de la profecía de Zacarías.

Esto dice el Señor:
«¡Salta de gozo, Sion; alégrate, Jerusalén!
Mira que viene tu rey,
justo y triunfador,
pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna.
Suprimirá los carros de Efraín
y los caballos de Jerusalén;
romperá el arco guerrero
y proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar,
desde el Río hasta los extremos del país».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14 (R.: cf. 1)
R.
Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Benedícam nómini tuo in sæculum, Deus meus rex.
O bien: Aleluya.

V. Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Benedícam nómini tuo in sæculum, Deus meus rex.

V. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Benedícam nómini tuo in sæculum, Deus meus rex.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Benedícam nómini tuo in sæculum, Deus meus rex.

V. El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
R. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Benedícam nómini tuo in sæculum, Deus meus rex.

SEGUNDA LECTURA Rom 8, 9. 11-13
Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos

Hermanos:
Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 11, 25
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.
Benedíctus es, Pater, Dómine cæli et terræ, quia mystéria regni párvulis revelásti.

EVANGELIO Mt 11, 25-30
Soy manso y humilde de corazón
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo 9 de julio de 2017.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días!
En el Evangelio de hoy Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28). El Señor no reserva esta frase para alguien, sino que la dirige a "todos" los que están cansados y oprimidos por la vida. ¿Y quién puede sentirse excluido en esta invitación? Jesús sabe cuánto puede pesar la vida. Sabe que muchas cosas cansan al corazón: desilusiones y heridas del pasado, pesos que hay que cargar e injusticias que hay que soportar en el presente, incertidumbres y preocupaciones por el futuro.
Ante todo esto, la primera palabra de Jesús es una invitación a moverse y reaccionar: "venid". El error, cuando las cosas van mal, es permanecer donde se está, tumbado ahí. Parece evidente, pero ¡qué difícil es reaccionar y abrirse! No es fácil. En los momentos oscuros surge de manera natural estar con uno mismo, pensar en cuánto sea injusta la vida, en cuánto son ingratos los demás y qué malo es el mundo y demás. Algunas veces hemos padecido esta fea experiencia. Pero así, cerrados dentro de nosotros, vemos todo negro. Entonces incluso llega a familiarizarse con la tristeza, que se hace de casa: esa tristeza que nos postra, es una cosa fea esta tristeza. Jesús en cambio quiere sacarnos fuera de estas "arenas movedizas" y por eso dice a cada uno: "¡ven!" –"¿Quién?"– "tú, tú, tú…". La vía de salida está en la relación, en tender la mano y en levantar la mirada hacia quien nos ama de verdad.
Efectivamente salir solo no basta, es necesario saber dónde ir. Porque muchas metas son ilusorias: prometen descanso y distraen solo un poco, aseguran paz y dan diversión, dejando luego en la soledad de antes, son "fuegos artificiales". Por eso Jesús indica dónde ir: "venid a mí". Muchas veces, ante un peso de la vida o una situación que nos duele, intentamos hablar con alguien que nos escuche, con un amigo, con un experto… Es un gran bien hacer esto, ¡pero no olvidemos a Jesús! No nos olvidemos de abrirnos a Él y contarle la vida, encomendarle personas y situaciones. Quizás hay "zonas" de nuestra vida que nunca le hemos abierto a Él y que han permanecido oscuras, porque no han visto nunca la luz del Señor. Cada uno de nosotros tiene la propia historia. Y si alguien tiene esta zona oscura, buscad a Jesús, id a un misionero de la misericordia, id a un sacerdote, id… Pero id a Jesús, y contadle esto a Jesús. Hoy Él dice a cada uno: "¡Ánimo, no te rindas ante los pesos de la vida, no te cierres ante los miedos y los pecados, sino ven a mí!". Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para hacernos fuertes en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con Él cada peso se hace ligero (cf. Mt 11, 30) porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, la que permanece en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémosle cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y consolados por Él. Es Él mismo quien lo pide, casi insistiendo. Lo repite una vez más al final del Evangelio de hoy: «Aprended de mí […] y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11, 29). Aprendamos a ir hacia Jesús y, mientras que en los meses estivales buscamos un poco de descanso de lo que cansa al cuerpo, no olvidemos encontrar el verdadero descanso en el Señor. Nos ayude en esto la Virgen María nuestra Madre, que siempre cuida de nosotros cuando estamos cansados y oprimidos y nos acompaña a Jesús.
ÁNGELUS. Domingo 6 de julio de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo encontramos la invitación de Jesús. Dice así: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28). Cuando Jesús dice esto, tiene ante sus ojos a las personas que encuentra todos los días por los caminos de Galilea: mucha gente sencilla, pobres, enfermos, pecadores, marginados... Esta gente lo ha seguido siempre para escuchar su palabra –¡una palabra que daba esperanza! Las palabras de Jesús dan siempre esperanza– y también para tocar incluso sólo un borde de su manto. Jesús mismo buscaba a estas multitudes cansadas y agobiadas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36) y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu. Ahora los llama a todos a su lado: "Venid a mí", y les promete alivio y consuelo.
Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días, para llegar a muchos hermanos y hermanas oprimidos por precarias condiciones de vida, por situaciones existenciales difíciles y a veces privados de válidos puntos de referencia. En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos, se encuentran muchas personas cansadas y agobiadas bajo el peso insoportable del abandono y la indiferencia. La indiferencia: ¡cuánto mal hace a los necesitados la indiferencia humana! Y peor, ¡la indiferencia de los cristianos! En los márgenes de la sociedad son muchos los hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por la insatisfacción de la vida y la frustración. Muchos se ven obligados a emigrar de su patria, poniendo en riesgo su propia vida. Muchos más cargan cada día el peso de un sistema económico que explota al hombre, le impone un "yugo" insoportable, que los pocos privilegiados no quieren llevar. A cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, Jesús repite: "Venid a mí, todos vosotros". Lo dice también a quienes poseen todo, pero su corazón está vacío y sin Dios. También a ellos Jesús dirige esta invitación: "Venid a mí". La invitación de Jesús es para todos. Pero de manera especial para los que sufren más.
Jesús promete dar alivio a todos, pero nos hace también una invitación, que es como un mandamiento: "Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). El "yugo" del Señor consiste en cargar con el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no sólo a cargar con el peso de los demás, sino también a no cargar sobre ellos nuestros puntos de vista personales, y nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia.
Invoquemos a María santísima, que acoge bajo su manto a todas las personas cansadas y agobiadas, para que a través de una fe iluminada, testimoniada en la vida, podamos ser alivio para cuantos tienen necesidad de ayuda, de ternura, de esperanza.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS. Domingo 3 de julio de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en el Evangelio el Señor Jesús nos repite unas palabras que conocemos muy bien, pero que siempre nos conmueven: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30). Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36). Esa mirada de Jesús parece extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. También hoy se posa sobre tanta gente oprimida por condiciones de vida difíciles y también desprovista de válidos puntos de referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas se encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y también en los países más ricos son numerosos los hombres y las mujeres insatisfechos, incluso enfermos de depresión. Pensemos en los innumerables desplazados y refugiados, en cuantos emigran arriesgando su propia vida. La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, más aún, sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: "Venid a mí todos...".
Jesús promete que dará a todos "descanso", pero pone una condición: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". ¿En qué consiste este "yugo", que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El "yugo" de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13, 34; Jn 15, 12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad –sea las materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar– es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda costa. También por respeto al medio ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable "mansedumbre". Pero sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, es la que puede asegurar un futuro digno del hombre.
Queridos amigos, ayer celebramos una particular memoria litúrgica de María santísima, alabando a Dios por su Corazón Inmaculado. Que la Virgen nos ayude a "aprender" de Jesús la humildad verdadera, a tomar con decisión su yugo ligero, para experimentar la paz interior y ser, a nuestra vez, capaces de consolar a otros hermanos y hermanas que recorren con fatiga el camino de la vida.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Decimocuarto domingo del Tiempo Ordinario.
El conocimiento de los misterios de Cristo, nuestra comunión con sus misterios
514
Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).
515 Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
516
Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10, 5-7), nos "manifestó el amor que nos tiene" (1Jn 4, 9) con los menores rasgos de sus misterios.
517 Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1P 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15, 3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
518 Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:
"Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús" (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). "Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios" (ibid. 3, 18, 7; cf. 2, 22, 4).
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519
Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rm 4, 25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15, 5; Flp 2, 5): él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia … Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.).
El Padre viene revelado por el Hijo
238
La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32, 6; Ml 2, 10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4, 22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2S 7, 14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68, 6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66, 13; Sal 131, 2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27, 10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3, 14; Is 49, 15): Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1, 1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1, 15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1, 3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (DS 150).
La resurrección de la carne
989
Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39 - 40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
"Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8, 11; cf. 1Ts 4, 14; 1Co 6, 14; 2Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término "carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn 6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8, 11) volverán a tener vida.


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es bueno con todos, misericordioso.
- Para que la Iglesia no caiga en la tentación de los medios poderosos, y en su debilidad se manifieste el poder de Dios. Roguemos al Señor.
- Para que las naciones rehúsen eficazmente el empleo de la fuerza en la solución de los conflictos. Roguemos al Señor.
- Para que cuantos se sienten cansados, agobiados, por tanta pesadumbre, encuentren en Cristo alivio y descanso. Roguemos al Señor.
- Para que aprendamos de Cristo la mansedumbre y la humildad de corazón, llevando unos las cargas de los otros. Roguemos al Señor.
Concédenos, Señor, el fruto del Espíritu, que es amor, alegría, paz, comprensión, amabilidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Congregación Culto Divino, Decreto de la celebración de santa Faustina Kowalska, virgen (18-mayo-2020).

CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
Prot. N. 229/20

DECRETO
Sobre la inscripción de la celebración de santa Faustina Kowalska, virgen, en el Calendario Romano General


«Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 50). Lo que la Virgen María cantó en el Magníficat contemplando la obra salvífica de Dios en favor del género humano, ha resonado en la experiencia espiritual de santa Faustina Kowalska quien, por gracia del cielo, vio en el Señor Jesucristo el rostro misericordioso del Padre y se convirtió en su anunciadora.

Nacida en Głogowiec, cerca de la ciudad de Łódź (Polonia) en 1905 y fallecida en Cracovia en 1938, santa Faustina entregó su joven existencia en las Hermanas de la bienaventurada Virgen María de la Misericordia, conformándose generosamente a la vocación recibida de Dios y a una intensa vida espiritual, rica de dones místicos y de fiel correspondencia a los mismos. El relato de cuanto el Señor ha obrado en ella para beneficio de todos, lo ha descrito ella misma en el Diario de su alma, santuario del encuentro con el Señor Jesús: escuchando a Aquél que es Amor y Misericordia, entendió que ninguna miseria humana puede medirse con la inagotable misericordia que brota del corazón de Cristo. Se convirtió, por tanto, en la inspiradora de un movimiento destinado a proclamar e implorar la divina misericordia por todo el mundo. Canonizada en el año 2000 por san Juan Pablo II, el nombre de santa Faustina pronto fue conocido en el mundo entero, promoviendo en todos los miembros del pueblo de Dios, Pastores y fieles laicos, la invocación de la Divina Misericordia y su testimonio auténtico en la vida de los creyentes.

Por tanto, el Sumo Pontífice Francisco, acogiendo las peticiones y los deseos tanto de Pastores, religiosas y religiosos, como de asociaciones de fieles, y considerando la influencia ejercida por la espiritualidad de santa Faustina en numerosas regiones del mundo, ha dispuesto que el nombre de santa María Faustina (Elena) Kowalska, virgen, sea inscrito en el Calendario Romano General y su memoria libre sea celebrada por todos el día 5 de octubre.

Esta nueva memoria sea incluida en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas, haciendo uso de los textos litúrgicos adjuntos a este decreto que las Conferencias de Obispos deben traducir, aprobar y, tras la confirmación de este Dicasterio, publicar.

Sin que obste nada en contrario.

En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 18 de mayo de 2020.

Robert Card. Sarah
Prefecto

+ Arthur Roche
Arzobispo Secretario


CONGREGATIO DE CULTU DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM

Adnexus decreto diei 18 maii, Prot. N. 229/20

Additiones in Libris liturgicis Ritus Romani
de memoria ad libitum sanctæ Faustinæ Kowalska, virginis


IN CALENDARIUM ROMANUM GENERALEM

OCTOBER
5 S. Faustinæ Kowalska, virginis

IN MISSALE ROMANUM

Die 5 octobris
S. Faustinæ Kowalska, virginis

De Communi virginum: pro una virgine vel de Communi sanctarum: pro religiosis.

COLLECTA
Deus, qui sanctæ Faustínæ munus tribuísti
imménsas tuæ infinítæ misericórdiæ divítias diffundéndi,
ipsa intercedénte nobis concéde,
ut eius exémplo de tua bonitáte plene confídere
atque caritátis ópera generóse perfícere valeámus.
Per Dóminum.

IN ORDINEM LECTIONUM MISSAE

651a Die 5 octobris
S. Faustinæ Kowalska, virginis

De Communi virginum vel sanctarum.

Lectio I Eph 3, 14-19, n. 740, 7.
Ps. resp. Ps 102 (103), 1-2. 3-4. 8-9. 13-14. 17-18a, n. 739, 6.
Alleluia Mt 11, 28, n. 741, 5.
Evang. Mt 11, 25-30, n. 742, 4.

IN LITURGIAM HORARUM

Die 5 octobris
S. FAUSTINÆ KOWALSKA, VIRGINIS

Nata anno 1905 in Glogowiec, in Polonia, brevem vitam suam Christo dicavit in Congregatione Sororum Beatæ Mariæ Virginis a Misericordia. Vocationem accipiens nuntiandi misericordem Dei amorem, in Diario animæ testimonium reliquit mysticæ suæ experientiæ et opus suscitavit ad Divinam Misericordiam in toto orbe terrarum nuntiandam et implorandam. Obiit Cracoviæ anno 1938.

De Communi virginum vel de Communi sanctarum: pro religiosis, præter sequentia:

Ad Officium lectionis

LECTIO ALTERA
Ex homilía sancti Ioánnis Pauli II papæ
(Acta Apostolicæ Sedis 92 [2000] 671-672).

Misericordiæ Christi nuntius
Máximo re vera hódie gáudio affícimur, cum vitam et testimónium Soróris Faustínæ Kowalska toti Ecclésiæ ut donum Divínum nostris tempóribus datum osténdimus. Nutu Divínæ Providéntiæ vita illíus húmilis fíliæ in terra Polóna natæ cum história sǽculi vicésimi, quod nuper prætériit, omníno coniúncta erat. Christus enim annis inter primum et secúndum bellum mundánum misericórdiæ Suæ núntium ei commísit. Qui memória tenet, qui testis ac párticeps fuit evéntuum illórum annórum horribiliúmque dolórum, quibus hómines innumerábiles sunt affécti, bene novit, quam necessária fúerit Misericórdiæ Divínæ annuntiátio.
Iesus Soróri Faustínæ dixit: «Hómines nullam quiétem invénient, donec ad misericórdiam meam cum fidúcia vertántur» (Diarium, p. 132). Per religiósam Polónam hic núntius Misericórdiæ Divínæ cum sǽculo vicésimo in perpétuum coniúnctus est, quod sǽculum claudit secúndum millénnium et tértio millénnio viam áperit. Qui núntius novus non est, sed donum præcípuæ illuminatiónis habéri potest, quæ iuvat nos Evangélium Paschæ subtílius amplécti, ut illud sicut rádium lucis homínibus nostræ ætátis ferámus.
Quid nobis anni adveniéntes áfferent? Quod fiet futúrum hóminis in terra? Id scire non datur. Certum est tamen quod præter nova próspera non déerunt pro dolor étiam experiéntiæ dolorósæ. At lumen Misericórdiæ Divínæ, quod per charísma Soróris Faustínæ Deus mundo tamquam dénuo commíttere vóluit, humánas vias tértio millénnio illuminábit.
Necésse est tamen, ut hómines – sicut olim apóstoli – recípiant hódie in cenáculo históriæ Christum resuscitátum, qui post crucifixiónem vúlnera osténdit repetítque: Pax vobis! Necésse est, ut hómines se a Spíritu Sancto, quem Christus post resurrectiónem dat eis, occupári atque pervádi concédant. Spíritus enim vúlnera cordis curat, muros díruit, qui nos a Deo et ínvicem ab áltero dívidunt, efficítque, ut amóre Patris et simul unitáte fratérna íterum gaudére possímus.
Christus dócuit nos «hóminem non solum misericórdiam Dei ipsíus experíri et cónsequi, sed étiam vocátum esse, ut ipse áliis “misericórdem se præbéret”: Beáti misericórdes, quóniam ipsi misericórdiam consequéntur (Mt 5, 7)» (Dives in misericordia, 14). Iesus osténdit nobis multifárias vias misericórdiæ, quæ non solum peccáta remíttit, sed ómnibus necessitátibus humánis óbviam it. Iesus se inclinávit in omnem misériam humánam, materiálem et spirituálem.
Núntius misericórdiæ Christi pérvenit ad nos contínuo in gestu mánuum Eius, quas ad hóminem doléntem tendit. Talem Christum vidit talémque homínibus ómnium continéntium prædicávit Soror Faustína, quæ cum Cracóviæ in monastério suo Lagievnicénsi latéret, vitam suam fecit hymnum in honórem misericórdiæ: Misericórdias Dómini in ætérnum cantábo (Ps 89 [88], 2).

Responsorium Ps 88 (89), 2; 102 (103), 8
R/.
Misericórdias Dómini in ætérnum cantábo, * in generatiónem et generatiónem annuntiábo veritátem tuam in ore meo.
V/. Miserátor et miséricors Dóminus, longánimis et multæ misericórdiæ. * In generatiónem.

Oratio
Deus, qui sanctæ Faustínæ munus tribuísti imménsas tuæ infinítæ misericórdiæ divítias diffundéndi, ipsa intercedénte nobis concéde, ut eius exémplo de tua bonitáte plene confídere atque caritátis ópera generóse perfícere valeámus. Per Dóminum.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Miércoles 1 julio 2020, Lecturas Miércoles XIII semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Miércoles de la XIII semana del Tiempo Ordinario, año impar (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Am 5, 14-15. 21-24
Aparta de mí el estrépito de tus canciones, y fluya la justicia como arroyo perenne

Lectura de la profecía de Amós.

Buscad el bien, no el mal, y viviréis,
y así el Señor, Dios del universo,
estará con vosotros, como pretendéis.
Odiad el mal y amad el bien,
instaurad el derecho en el tribunal.
Tal vez el Señor, Dios del universo,
tenga piedad del Resto de José.
«Aborrezco y rechazo vuestras fiestas —dice el Señor—,
no acepto vuestras asambleas.
Aunque me presentéis holocaustos y ofrendas,
no me complaceré en ellos,
ni miraré las ofrendas pacíficas
con novillos cebados.
Aparta de mí el estrépito de tus canciones;
no quiero escuchar la melodía de tus cítaras.
Que fluya como agua el derecho
y la justicia como arroyo perenne».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 49, 7. 8-9. 10-11. 12-13. 16bc-17 (R.: 23cd)
R.
Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. Escucha, pueblo mío, voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
- yo soy Dios, tu Dios -.
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. Pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. ¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

Aleluya St 1, 18
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Por propia iniciativa el Padre nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas. R.
Voluntárie génuit nos Pater verbo veritátis, ut simus inítium áliquod creatúræ eius.

EVANGELIO Mt 8, 28-34
¿Has venido a atormentar a los demonios antes de tiempo?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.
Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?».
A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:
«Si nos echas, mándanos a la piara».
Jesús les dijo:
«Id».
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas.
Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.
Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28, 3
No hizo esto Jesús como persuadido por los demonios, sino para dispensar de aquí muchas cosas: primero, para demostrar la magnitud del daño que causaban los demonios a aquellos hombres que asediaban; segundo, para que sepan todos que, sin su permiso, ni aun contra los puercos se atreven; tercero, para hacer ver que hubieran operado cosas más graves en aquellos hombres que en los puercos, si aquellos hombres, en medio de las calamidades, no fuesen ayudados de la divina Providencia, porque más odio tienen a los hombres que a los seres irracionales. En esto se manifiesta que ninguno hay que no reciba socorro de la divina Providencia, y si no todos de la misma manera, ni aun según el mismo modo, la bondad de la Providencia no brilla menos, porque se manifiesta para cada uno de nosotros según conviene. Infiérese también de lo que precede que la Providencia, no sólo provee a todo en general, sino también a cada uno en particular, lo cual manifiestamente podrá ver cualquiera en este acontecimiento de los endemoniados, que sin duda hubiesen sido ahogados en otro tiempo a no mediar la protección de la divina Providencia. También por esta razón permitió a los demonios invadir el rebaño de puercos, a fin de que los que habitaban en aquellas comarcas conociesen su gran poder. Y allí donde no había quien lo conociese, hacía brillar sus milagros, para traerlos al conocimiento de su divinidad.

martes, 26 de mayo de 2020

San Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de los Estados Unidos (5-octubre-1979).

VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LOS ESTADOS UNIDOS

Chicago, Illinois, Viernes 5 de octubre de 1979

Queridos hermanos en Cristo nuestro Señor:

1. Séame permitido deciros con toda sencillez cuán agradecido os estoy por vuestra invitación a venir a los Estados Unidos. Es para mí motivo de inmensa alegría hacer esta visita pastoral y, en particular, estar con vosotros aquí.

En esta ocasión deseo expresaron mi agradecimiento no sólo por la invitación, no sólo por todo lo que habéis hecho para preparar mi visita, sino también por vuestra asociación conmigo en la obra de evangelización desde los días de mi elección al Papado. Os doy gracias por vuestro servicio al Pueblo santo de Dios, por vuestra fidelidad a Cristo, nuestro Señor, y por vuestra unión con mis predecesores y conmigo en la Iglesia y en el Colegio de los Obispos.

Deseo al mismo tiempo rendir público homenaje a una larga tradición de fidelidad a la Sede Apostólica por parte de la jerarquía americana. A lo largo de dos siglos, esta tradición ha edificado vuestro pueblo, ha hecho auténtico vuestro apostolado y ha enriquecido la Iglesia universal.

Deseo también hoy, aquí delante de vosotros, expresar mi reconocimiento con profundo aprecio, a la fidelidad de vuestros fieles y a la renovada vitalidad que ellos han demostrado en la vida cristiana. Tal vitalidad ha sido manifestada no sólo en la práctica de los sacramentos dentro de las comunidades, sino también en abundantes frutos del Espíritu Santo. Con gran celo vuestro pueblo ha tratado de edificar el Reino de Dios mediante la escuela católica y a través de todos los esfuerzos en el campo de la catequesis. El evidente interés por los demás ha sido asimismo un empeño activo del catolicismo americano; agradezco, pues, a los católicos americanos su gran generosidad. De su ayuda se han beneficiado las diócesis de los Estados Unidos y una amplia red de obras caritativas y proyectos, incluidos los patrocinados por el "Catholic Relief Services" y por la Campaña para el Desarrollo Humano. Asimismo la ayuda dada a las misiones de la Iglesia en los Estados Unidos sigue siendo una contribución permanente a la causa del Evangelio de Cristo. Debido a que vuestros fieles han sido generosos hacia la Sede Apostólica, mis predecesores han recibido apoyo a la hora de afrontar las obligaciones de su ministerio; y así, en el ejercicio de su misión universal de caridad, han estado en condiciones de ampliar la ayuda a cuantos están en necesidad, manifestando con esto el interés de la Iglesia universal por toda la humanidad. Para mí, pues, ésta es una hora de solemne gratitud.

2. Pero más aún es una hora de comunión eclesial y de amor fraterno.

He venido entre vosotros como un Obispo hermano: uno que, como vosotros mismos, ha conocido las esperanzas y los compromisos de una Iglesia local; uno que ha trabajado en el ámbito de las estructuras de una diócesis, que ha colaborado en el organismo de una Conferencia Episcopal; uno que ha conocido la experiencia estimulante de la colegialidad en un Concilio Ecuménico, en cuanto ejercida por los obispos juntamente con el que presidía tal asamblea colegial y era reconocido por ella como totius Ecclesiae Pastor, revestido de "una potestad plena, suprema y universal sobre toda la Iglesia" (cf. Lumen gentium, 22). He venido entre vosotros como uno que ha sido personalmente edificado y enriquecido por la participación en el Sínodo de los Obispos; uno que ha sido sostenido y asistido por el interés fraterno y don de sí mismos de los obispos americanos que se dirigían a Polonia para expresar solidaridad a la Iglesia en mi país; he venido como uno que ha encontrado profundo consuelo para mi actividad pastoral en el aliento de los Romanos Pontífices, con los cuales y bajo los cuales he servido al Pueblo de Dios, en particular en el aliento de Pablo VI, al que he mirado no sólo como Cabeza del Colegio de los Obispos, sino también como mi padre espiritual. Y así hoy, bajo el signo de la colegialidad y en virtud de un misterio de la Providencia divina, yo, vuestro hermano en Jesús, he venido entre vosotros como Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, y por ello como Pastor de toda la Iglesia.

Debido a mi personal responsabilidad pastoral y a causa de nuestra común responsabilidad pastoral para con el Pueblo de Dios en los Estados Unidos, deseo animaros en vuestro ministerio de fe en cuanto Pastores locales y sosteneros en vuestras actividades pastorales, individuales y conjuntas, alentándoos a estar unidos en la santidad y verdad de nuestro Señor Jesucristo. En vosotros deseo honrar a Cristo, Pastor y Obispo de nuestras almas (cf. 1 Pe 2, 25).

En razón de nuestra llamada a ser Pastores del rebaño, sentimos que debemos presentarnos como humildes servidores del Evangelio. Nuestras directrices serán eficaces solamente en la medida en que nuestro discipulado sea genuino, en la medida en que las bienaventuranzas sean la inspiración de nuestras vidas, en la medida en que nuestro pueblo encuentre realmente en nosotros la benevolencia, sencillez de vida y caridad universal que ellos esperan. Nosotros, que por mandato divino debemos proclamar las obligaciones de la ley cristiana y que debemos llamar a nuestro pueblo a la conversión y renovación constantes, sabemos que la invitación de San Pablo se aplica sobre todo a nosotros:"Vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas"(Ef 4, 24).

3. La santidad de la conversión personal es efectivamente la condición para nuestro fructuoso ministerio como obispos de la Iglesia. Nuestra unión con Jesucristo es la que determina la credibilidad de nuestro testimonio del Evangelio y la eficacia sobrenatural de nuestra actividad. Podemos proclamar con convicción "la insondable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8) solamente si perseveramos con fe en el amor y en la amistad de Jesús, solamente si continuamos viviendo en la fe del Hijo de Dios.

Dios ha hecho un gran regalo a la jerarquía americana en años recientes: la canonización de Juan Neumann. Un obispo americano es glorificado oficialmente por la Iglesia católica por ser servidor ejemplar del Evangelio y Pastor del Pueblo de Dios, fruto sobre todo de su gran amor por Cristo. Con ocasión de la canonización, Pablo VI se preguntó: "¿Cuál es el significado de este extraordinario acontecimiento, el significado de esta canonización?". Y respondió diciendo: "Es la celebración de la santidad". Y esta santidad de San Juan Neumann se manifestó en el amor fraterno, en la caridad pastoral y en el servicio solícito por parte de uno que era obispo de una diócesis y un auténtico discípulo de Cristo.

Durante la canonización, Pablo VI continuó diciendo: "Nuestra ceremonia de hoy es efectivamente la celebración de la santidad. Al mismo tiempo es una anticipación profética —para la Iglesia, para los Estados Unidos, para el mundo—de una renovación de amor: amor a Dios, amor al prójimo". Como obispos, estamos llamados a ejercer en la Iglesia esta función profética de amor y, por tanto, de santidad..

Guiados por el Espíritu Santo, debemos estar todos profundamente convencidos de que la santidad ocupa el primer lugar en nuestra vida y en nuestro ministerio. A este respecto, como obispos advertimos el valor inmenso de la oración: la oración litúrgica de la Iglesia, la nuestra comunitaria y nuestra oración individual. En estos últimos tiempos muchos de vosotros habéis descubierto que la práctica de hacer los retiros espirituales junto con vuestros hermanos obispos es verdaderamente una ayuda para la santidad, nacida de la verdad. Que Dios os mantenga en esta iniciativa a fin de que cada uno de vosotros, y todos juntos, podáis cumplir vuestra misión como signo de santidad ofrecido al Pueblo de Dios en su peregrinación hacia el Padre. Que seáis también vosotros como San Juan Neumann, una anticipación profética de la santidad. El pueblo tiene necesidad de obispos a quienes mirar como ejemplos en busca de la santidad. Obispos que tratan de anticipar proféticamente en sus propias vidas la realización de la meta a la que conducen a los fieles.

4. San Pablo subraya la relación de la justicia y de la santidad con la verdad (cf. Ef 4, 24). Jesús mismo, en su oración sacerdotal, pide al Padre que consagre a sus discípulos por medio de la verdad; y añade: "Tu palabra es verdad: Sermo tuus veritas est" (Jn 17, 17). Y continúa diciendo que por los discípulos se consagra a sí mismo, para que ellos sean también consagrados en la verdad. Jesús se consagró a Sí mismo para que los discípulos pudieran ser consagrados, puestos aparte, por la comunicación de lo que El era: la Verdad. Jesús dice a su Padre: "Yo les he dado tu palabra..." "Tu palabra es verdad" (Jn 17, 14. 17).

La palabra santa de Dios, que es verdad, es comunicada por Jesús a sus discípulos. Esta palabra es confiada, como depósito sagrado, a su Iglesia, mediante la fuerza del Espíritu Santo, un carisma especial para conservar y transmitir intacta la Palabra de Dios.

Con gran sabiduría Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II. Escrutando los signos de los tiempos, se dio cuenta que lo que convenía era un Concilio de tipo pastoral, un Concilio que debería hacer resplandecer el gran amor pastoral y el cuidado de Jesucristo, Buen Pastor, por su pueblo. Pero se dio cuenta también que un Concilio pastoral, para ser genuinamente eficaz, necesitaba una sólida base doctrinal. Y precisamente por esta razón, es decir, porque la Palabra de Dios es la única base de toda iniciativa pastoral, Juan XXIII el día de la apertura del Concilio, 11 de octubre de 1962, hizo la siguiente declaración: "El mayor interés del Concilio Ecuménico: que el depósito sagrado de la doctrina cristiana sea guardado y enseñado de la manera más eficaz".

Esto explica la inspiración del Papa Juan: esto es lo que debía ser el nuevo Pentecostés: ésta es la razón por la que los obispos de la Iglesia fueron llamados a reunirse en la más grande manifestación de colegialidad dada en la historia del mundo: "a fin de que fuese salvaguardado y enseñado más eficazmente el sagrado depósito de la doctrina cristiana".

En nuestro tiempo, Jesús sigue consagrando de nuevo a sus discípulos en la verdad, y lo hace mediante el Concilio Ecuménico; El sigue transmitiendo, con la fuerza del Espíritu Santo, la Palabra del Padre a las nuevas generaciones. Es lo que Juan XXIII consideró el motivo del Concilio, y que yo también considero el motivo de este período post-conciliar.

Por esta razón en mi primer encuentro, en el mes de noviembre del año pasado, con los obispos americanos con ocasión de su visita ad Limina, les dije: "Mi más profunda esperanza, hoy, para los Pastores de la Iglesia en América, al igual que para todos los Pastores de la Iglesia universal, es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de manera eficaz". En la Palabra de Dios está la salvación del mundo. En virtud de la proclamación de la Palabra de Dios, el Señor continúa en su Iglesia, y mediante la Iglesia sigue consagrando a sus discípulos, comunicándoles la verdad que es El mismo.

Por esto mismo, el Concilio Vaticano II subraya el deber del obispo de anunciar la plena verdad del Evangelio y de proclamar "el misterio íntegro de Cristo" (Christus Dominus, 12). Esta enseñanza fue constantemente repetida por Pablo VI para la edificación de la Iglesia universal. Fue explícitamente proclamada por Juan Pablo 1, el mismo día en que murió, y yo mismo lo he dicho frecuentemente durante mi pontificado. Estoy seguro de que mis sucesores, al igual que los vuestros, mantendrán esta enseñanza hasta la vuelta de Cristo en la gloria.

5. Entre los papeles dejados por Pablo VI, hay una carta que le escribió un obispo con ocasión de su nombramiento al Episcopado. Es una carta muy hermosa. En forma de propósito decidido, contiene una clara afirmación del deber del obispo de salvaguardar y enseñar el depósito de la doctrina cristiana, de proclamar el entero misterio de Cristo. Dadas las espléndidas intuiciones que presenta, me es grato daros a conocer un trozo de la misma.

Manifestando su empeño de ser leal en la obediencia a Pablo VI y a sus sucesores, escribía el obispo: "Estoy decidido:

— a ser fiel y constante en la proclamación del Evangelio de Cristo;

— a mantener el contenido de la fe entero e incorruptible, tal como fue transmitido por los Apóstoles y como lo ha profesado la Iglesia en todo tiempo y lugar".

Y seguidamente, con igual inteligencia, el obispo continuaba diciendo a Pablo VI que, con la ayuda de Dios Omnipotente, estaba decidido:

— "a edificar la Iglesia como Cuerpo de Cristo y permanecer unido a ella con vuestro vínculo, con el orden de los obispos, bajo la autoridad del Sucesor de San Pedro Apóstol;

— a demostrar benevolencia y compasión, en nombre del Señor, a los pobres y forasteros y a cuantos estén en necesidad;

— a buscar la oveja perdida y llevarla de nuevo al redil del Señor;

— a orar incesantemente por el Pueblo de Dios, a cumplir las obligaciones del sacerdocio, de manera que no tuviese que dar motivo de corrección".

He aquí el edificante testimonio de un obispo, de un obispo americano, sobre el ministerio episcopal de santidad y verdad. Estas palabras dan credibilidad a él y también a todos vosotros.

Un compromiso para nuestra época —para toda época de la Iglesia— es el de llevar el mensaje del Evangelio al centro de la vida de nuestro pueblo, a fin de que pueda vivir la plena verdad de su redención y de su adopción en Cristo Jesús, y a fin de que se enriquezca con la "justicia y santidad de verdad".

6. En el ejercicio de vuestro ministerio de verdad, como obispos de los Estados Unidos, habéis ofrecido colegialmente, a través de declaraciones y cartas pastorales, la Palabra de Dios a vuestro pueblo, mostrando su importancia para la vida cotidiana, poniendo de relieve el poder que tiene de elevar y sanar, y al mismo tiempo de sostener sus intrínsecas exigencias. Hace tres años hicisteis esto de manera especial mediante una Carta pastoral, hermosamente titulada "Vivir en Cristo Jesús". Esta Carta, en la que habéis ofrecido a vuestro pueblo el servicio de la verdad, contiene numerosos puntos, a los que quiero hacer alusión. Con piedad, comprensión y amor, transmitisteis un mensaje ligado con la Revelación y con el misterio de la fe. Y así, con gran caridad pastoral, hablasteis del amor de Dios, de la humanidad y del pecado, como también del significado de la redención y de la vida de Cristo. Hablasteis de la Palabra de Cristo en cuanto afecta a los individuos, a la familia, a la comunidad y a las naciones. Hablasteis de justicia y de paz, de caridad, de verdad y de amistad. Y hablasteis de algunas cuestiones especiales relacionadas con la vida moral de los cristianos: la vida moral en sus aspectos individuales y sociales.

Hablasteis explícitamente del deber de la Iglesia de ser fiel a la misión que le ha sido confiada. Y precisamente por esto hablasteis también de ciertos puntos en los que se debiera insistir, dado que la enseñanza católica al respecto, ha sido puesta en duda, negada o prácticamente violada. Habéis proclamado repetidas veces los derechos humanos, la dignidad humana y el incomparable valor de la gente de cualquier origen racial o étnico, declarando que el "antagonismo y la discriminación racial están entre los males más persistentes y dañosos de nuestro país". Habéis rechazado con fuerza la opresión de los débiles, la manipulación del indefenso, el despilfarro de bienes materiales y de recursos, los incesantes preparativos bélicos, las estructuras y la política social injusta, y toda clase de crimen hecho o dirigido contra los individuos y contra la creación.

Con la claridad de los Evangelios, la compasión de Pastores y la caridad de Cristo, os habéis enfrentado con la cuestión de la indisolubilidad del matrimonio, afirmando justamente: "La alianza entre un hombre y una mujer, unidos en matrimonio cristiano, es tan indisoluble e irrevocable como el amor de Dios por su pueblo y el amor de Cristo por su Iglesia".

Exaltando la belleza del matrimonio habéis tomado postura justa sea contra la teoría de la contra-concepción, sea contra los actos anticonceptivos, cual lo hizo la Encíclica Humanae vitae. Yo mismo, hoy, con la misma convicción de Pablo VI, ratifico la enseñanza de esta Encíclica, escrita por mi predecesor, "en virtud del mandato que nos ha confiado Cristo" (AAS 60, 1968, pág. 485).

Describiendo la unión sexual entre marido y mujer como una expresión especial de su alianza de amor, habéis dicho justamente: "La relación sexual es un bien humano y moral solamente en el ámbito del matrimonio; fuera del matrimonio es inmoral".

Como hombres que tienen "palabras de veracidad en el poder de Dios" (2 Cor 6, 7), como auténticos maestros de la ley de Dios y Pastores compasivos, habéis dicho también justamente: "El comportamiento homosexual..., en cuanto diverso de la orientación homosexual, es moralmente deshonesto". Con la claridad de esta verdad, habéis ejemplificado la efectiva caridad de Cristo; no habéis traicionado a aquellos a quienes, por razones de homosexualidad, se hallan frente a difíciles problemas morales, como hubiera sucedido si en nombre de la comprensión o por otros motivos, hubierais suscitado una falsa esperanza entre algún hermano o hermana. Más bien, con vuestro testimonio en favor de la verdad, de la humanidad según el plan de Dios, habéis manifestado realmente amor fraterno, alentando la verdadera dignidad, la verdadera dignidad humana de aquellos que miran a la Iglesia de Cristo por la norma que viene de la Palabra de Dios.

Habéis dado también testimonio en favor de la verdad, sirviendo así a toda la humanidad, cuando, haciéndoos eco de la enseñanza del Concilio ("la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado": Gaudium et spes, 51), habéis afirmado también el derecho a la vida y a la inviolabilidad de toda vida humana, incluida la vida de los niños aún no nacidos. Habéis dicho claramente: "Matar estos niños inocentes, no nacidos aún, es un crimen indecible... Su derecho a la vida debe ser reconocido y plenamente protegido por la ley".

Y como habéis defendido a los niños aún no nacidos según la verdad de su ser, así habéis hablado también claramente en favor de los ancianos, afirmando que "la eutanasia o la muerte por piedad... es un grave mal moral... tal muerte es incompatible con el respeto a la dignidad humana y la veneración por la vida".

En vuestra preocupación pastoral por vuestro pueblo en todas sus necesidades, incluidas la casa, la educación, la salud, el trabajo y la administración de la justicia, habéis dado ulterior testimonio del hecho de que todos los aspectos de la vida humana son sagrados. Habéis proclamado, de hecho, que la Iglesia, en cuanto conduce a la humanidad hacia la salvación y la vida eterna, no abandonará nunca al hombre ni en sus necesidades temporales. Y ya que el mayor acto de fidelidad de la Iglesia a la humanidad y a su "cometido fundamental en todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo" (Redemptor hominis, 10), por esto vosotros justamente habéis hecho alusión a la vida eterna. En efecto, es en esta proclamación de la vida eterna donde nosotros suscitamos un gran motivo de esperanza para nuestro pueblo. Contra los ataques del materialismo, contra el secularismo que se propaga, contra el permisivismo moral.

7. Un sentido de responsabilidad moral ha sido también expresado por cada uno de los obispos en su ministerio como Pastores locales. Para dar crédito a sus autores, yo quisiera citar sólo dos ejemplos recientes de Cartas pastorales publicadas en los Estados Unidos. Ambas son ejemplos de responsables iniciativas pastorales. Una de ellas trata la cuestión del racismo, denunciándolo vigorosamente. La otra se refiere a la homosexualidad, y trata de la cuestión, como debería hacerse, con claridad y gran caridad pastoral, haciendo así un servicio real a la verdad y a aquellos que están buscando esta verdad liberadora.

Hermanos en Cristo: si proclamamos la verdad en el amor, no nos es posible evitar toda crítica; ni es posible complacer a todos. Pero es posible trabajar realmente por el bien de cada uno. Por eso estamos humildemente convencidos de que Dios está con nosotros en nuestro ministerio de verdad y que El "no nos ha dado espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza" (2 Tim 1, 7).

Uno de los mayores derechos de los fieles es recibir la Palabra de Dios en su pureza e integridad, tal como está garantizada por el Magisterio de la Iglesia universal; el Magisterio auténtico de los obispos de la Iglesia católica, los cuales enseñan en unión con el Papa. Queridos hermanos: Podemos estar seguros de que el Espíritu Santo nos asiste en nuestra enseñanza, si permanecemos absolutamente fieles al Magisterio universal.

A este respecto quiero añadir un punto extremadamente importante, que he subrayado recientemente hablando a un grupo de obispos en su visita ad Limina: "En la comunidad de los fieles, que siempre debe conservar la unidad católica con los obispos y la Sede Apostólica, hay muchas intuiciones de fe. El Espíritu Santo actúa al iluminar la mente de los fieles con su verdad, y al inflamar sus corazones con su amor. Pero estas intuiciones de fe y este sensus fidelium no son independientes del Magisterio de la Iglesia, que es un instrumento del mismo Espíritu Santo y que está asistido por El. Sólo cuando los fieles han sido nutridos por la Palabra de Dios, fielmente transmitida en su pureza e integridad, sus propios carismas llegan a ser plenamente eficaces y fecundos. Cuando la Palabra de Dios es fielmente proclamada a la comunidad y es escuchada, produce frutos de justicia y santidad de vida en abundancia. Pero el dinamismo de la comunidad en el comprender y vivir la Palabra de Dios depende del recibir intacto el depositum fidei; para este fin preciso ha sido dado a la Iglesia un carisma especial, apostólico y pastoral. Es el único y el mismo Espíritu que dirige los corazones de los fieles y garantiza el Magisterio de los Pastores de la grey".

8. Una de las verdades más grandes de las que nosotros somos custodios humildes, es la doctrina de la unidad de la Iglesia, unidad que es ofuscada sobre el rostro humano de la Iglesia por cada tipo de pecado, pero que subsiste indestructible en la Iglesia católica (cf. Lumen gentium, 8; Unitatis redintegratio, 2, 3). La conciencia de pecado nos llama incesantemente a la conversión. La voluntad de Cristo nos estimula a trabajar seria y constantemente por la unidad con nuestros hermanos cristianos, siendo conscientes de que la unidad buscada por nosotros es la de la fe perfecta, unidad en la verdad y en el amor. Debemos orar y estudiar al mismo tiempo, sabiendo sin embargo que la intercomunión entre los cristianos dividirlos no es la respuesta a la llamada de Cristo a la perfecta unidad. Con la ayuda de Dios queremos seguir trabajando humilde y decididamente para alejar las divisiones efectivas, que todavía existen, y restaurar así la plena unidad en la fe, que es la condición para participar en la Eucaristía (cf. Alocución del 4 de mayo de 1979). El depósito del Concilio Ecuménico pertenece a cada uno de nosotros; así lo afirma también el testamento de Pablo VI refiriéndose al ecumenismo: "Que se continúe la acción de acercamiento con los hermanos separados, con mucha comprensión, con mucha paciencia, con gran amor; pero sin desviarse de la verdadera doctrina católica".

9. En cuanto obispos, que son servidores de la verdad, estamos también llamados a ser servidores de la unidad, en la comunión con la Iglesia.

En la comunión de la santidad, nosotros mismos estamos llamados, como he recordado antes, a la conversión, a fin de poder predicar con fuerza convincente el mensaje de Jesús: "Reformad vuestras vidas y creed en el Evangelio". Nosotros tenemos una misión especial que desarrollar en la salvaguarda del sacramento de la reconciliación, de tal manera que, en la fidelidad a un precepto divino, nosotros y nuestro pueblo podamos experimentar en nuestra intimidad más profunda que la gracia ha sobreabundado más que el pecado (cf. Rom 5, 20). Por mi parte ratifico la invitación profética de Pablo VI, que exhortaba con urgencia a los obispos a ayudar a sus presbíteros a "comprender en profundidad todo lo que ellos colaboran cercanamente, mediante el sacramento de la penitencia, con el Salvador en la obra de la conversión" (Alocución del 20 de abril de 1978). A este respecto, confirmo de nuevo las Normas de la Sacramentum Paenitentiae, que de esta manera subrayan sabiamente la dimensión eclesial del sacramento de la penitencia e indican los límites precisos de la absolución general, como hizo Pablo VI en su alocución a los obispos americanos en visita ad Limina.

La conversión, en su verdadera naturaleza, es la condición para la unión con Dios que alcanza su máxima expresión en la Eucaristía. Nuestra unión con Cristo en la Eucaristía presupone, a su vez, que nuestros corazones estén abiertos a la conversión, que sean puros. Verdaderamente ésta es una parte importante de nuestra predicación al pueblo. En mi Encíclica he tratado de expresar estas cosas con las siguientes palabras: "Cristo, que invita al banquete eucarístico, es siempre el mismo Cristo, que exhorta a la penitencia, que repite el 'arrepentíos'. Sin este constante y siempre renovado esfuerzo por la conversión, la participación en la Eucaristía estaría privada de su plena eficacia redentora" (Redemptor hominis, 20). Ante un fenómeno difundido de nuestro tiempo, según el cual muchos de nuestro pueblo que reciben la comunión usan escasamente la confesión, debemos subrayar la invitación fundamental de Cristo a la conversión. Debemos incluso afirmar que el encuentro personal con Jesús que perdona en el sacramento de la reconciliación es un medio divino, que tiene despierta en nuestros corazones y en nuestras comunidades una conciencia de pecado en su perenne y trágica realidad, y que produce efectivamente, con la acción de Jesús y el poder del Espíritu, frutos de conversión en la justicia y en la santidad de la vida. Con este sacramento somos renovados en el fervor, reforzados en nuestras decisiones y sostenidos por el divino aliento.

10. Como guías selectos en una comunidad de alabanza y de oración, constituye un gozo particular para nosotros ofrecer la Eucaristía y dar a nuestro pueblo el sentido de su vocación en cuanto pueblo pascual, que tiene el "aleluya" como canto propio. Debemos recordar siempre que el valor de todo acontecimiento litúrgico y la eficacia de todo signo litúrgico presupone el gran principio, según el cual la liturgia católica es teocéntrica y es sobre todo "adoración de la Majestad divina" (cf. Sacrosanctum Concilium, 33) en unión con Cristo. Nuestro pueblo tiene un sentido sobrenatural, por el cual mira con veneración toda liturgia, especialmente lo que se refiere al misterio de la Eucaristía. Con fe profunda nuestro pueblo comprende que la Eucaristía, en la Misa y fuera de ella, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y por tanto es digna de la adoración dada a Dios vivo y solamente a El.

Como ministros de una comunidad de servicio, tenemos el privilegio de proclamar la verdad de la unión de Cristo con sus miembros en su Cuerpo que es la Iglesia. De ahí que recomendemos todo servicio hecho en su nombre y a sus hermanos (cf. Mt 25, 45).

En una comunidad de testimonio y de evangelización, sea ésta límpida y sin reproche. A este respecto, la prensa católica y los demás medios de comunicación social están llamados a cumplir una función especial de gran dignidad al servicio de la verdad y de la caridad. La finalidad que se propone la Iglesia al usar y patrocinar estos medios, va unida a la misión de evangelizar y de servir a la humanidad; a través de tales medios la Iglesia espera promover cada vez más eficazmente el edificante mensaje del Evangelio.

11. Las Iglesias locales que vosotros presidís y servís son comunidades fundadas sobre la Palabra de Dios, que obran en la verdad de esta Palabra. Es en la fidelidad a la comunión con la Iglesia universal donde se hace auténtica y estable la unidad local. En la comunión con la Iglesia universal las Iglesias locales encuentran cada vez más claramente la propia identidad y el propio enriquecimiento. Pero todo esto requiere que cada Iglesia conserve una apertura total a la Iglesia universal.

Este es el misterio que celebramos hoy, proclamando la santidad, la verdad y la unidad del misterio episcopal.

Hermanos: Este nuestro ministerio nos hace responsables frente a Cristo y a su Iglesia. Jesucristo, el gran Pastor (cf. 1 Pe 5, 4), nos ama y nos sostiene. Es El quien transmite la Palabra de su Padre y nos consagra en la verdad, de manera que cada uno de nosotros pueda decir a su vez de nuestro pueblo: "Yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17, 19).

Oremos y dediquemos un esfuerzo especial a promover y mantener las vocaciones al sagrado presbiterado, de modo que la cura pastoral del ministerio sacerdotal pueda ser asegurada a las generaciones futuras. Os pido que hagáis una llamada a los padres y a las familias, a los sacerdotes, a los religiosos y a los seglares para unirse en cumplimiento de esta responsabilidad vital de la entera comunidad. Y entre los mismos jóvenes, mantengamos despierto el desafío a seguir a Cristo y a secundar su invitación con plena generosidad.

Y, puesto que nosotros mismos perseguimos cada día la justicia y la santidad nacidas de la verdad, miremos a María, Madre de Jesús, Reina de los Apóstoles y Causa de nuestra Alegría. Que Santa Francisca Javier Cabrini, Santa Isabel Ana Seton y San Juan Neumann intercedan por nosotros y por todo el pueblo al que habéis sido llamados a servir en santidad y verdad, y en la unidad de Cristo y de su Iglesia.

Queridos hermanos: "La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en la incorrupción" (Ef 6, 24).

domingo, 24 de mayo de 2020

Domingo 28 junio 2020, XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A

El bautismo nos hizo «hijos de la luz», nos revistió de Cristo, nos unió a Cristo injertándonos en él y nos incorporó a su Iglesia. Por eso venimos cada domingo a la eucaristía. En ella, el Señor nos enseña a seguirlo, nos da fuerza para que podamos cargar con nuestra propia cruz en todos los momentos de la vida y nos promete la recompensa de la vida eterna. No lo olvidemos.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- Tú, nuestro gozo de cada día: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, nuestro honor y fuerza: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, nuestro escudo y nuestro rey: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA 2 Re 4, 8-11. 14-16a
Es un hombre santo de Dios; se retirará aquí

Lectura del segundo libro de los Reyes.

Pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba.
Ella dijo a su marido:
«Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse». Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó.
Entonces se preguntó Eliseo:
«¿Qué podemos hacer por ella?».
Respondió Guejazí, su criado:
«Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano».
Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada.
Eliseo le dijo:
«El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando Un hijo».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19 (R.: 2a)
R.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Misericordias Domini in æternum cantabo.

V. Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.
R. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Misericordias Domini in æternum cantabo.

V. Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh, Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.
R. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Misericordias Domini in æternum cantabo.

V. Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.
R. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Misericordias Domini in æternum cantabo.

SEGUNDA LECTURA Rom 6, 3-4. 8-11
Sepultados con él por el bautismo, andemos en una vida nueva

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya 1 Pe 2, 9
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa; anunciad las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. R.
Vos genus electum, regale sacerdotium, gens sancta; virtutes anuntiate eius quæ de tenebris vos vocavit in admirabile lumen suum.

EVANGELIO Mt 10, 37-42
El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco 
ÁNGELUS. Domingo 2 de julio de 2017.
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia nos presenta las últimas frases del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. Mt 10, 37), con el cual Jesús instruye a los doce apóstoles en el momento en el que, por primera vez les envía en misión a las aldeas de Galilea y Judea. En esta parte final Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y mediante él, el amor del Padre celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más está Jesús en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más "transparente" es este discípulo ante su presencia. Van juntos, los dos.
«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (Mt 10, 37), dice Jesús. El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y sin gratitud, al contrario, es más, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el maestro. Cualquier discípulo, ya sea un laico, una laica, un sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Quizás la primera pregunta que debemos hacer a un cristiano es: «¿Pero tú te encuentras con Jesús? ¿Tú rezas a Jesús?». La relación. Se podría casi parafrasear el Libro del Génesis: Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a Jesucristo, y se hacen una sola cosa (cf. Gn 2, 24). Quien se deja atraer por este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en su representante, en su "embajador", sobre todo con el modo de ser, de vivir. Hasta el punto en que Jesús mismo, enviando a sus discípulos en misión, les dice: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10, 40). Es necesario que la gente pueda percibir que para ese discípulo Jesús es verdaderamente "el Señor", es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida. No importa si luego, como toda persona humana, tiene sus límites y también sus errores –con tal de que tenga la humildad de reconocerlos–; lo importante es que no tenga el corazón doble –y esto es peligroso. Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy obispo, pero tengo el corazón doble. No, esto no va.
No debe tener el corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es cristiana. Por esto Jesús reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo. Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bonita, una cosa muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente ese «vaso de agua fresca» (Mt 10, 42) del cual habla el Señor hoy en el Evangelio, dado con fe afectuosa, ¡que te ayuda a ser un buen sacerdote! Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos y a superar las tentaciones. Cuanto más cerca esté un sacerdote del pueblo de Dios, más se sentirá próximo a Jesús, y un sacerdote cuanto más cercano sea a Jesús, más próximo se sentirá al pueblo de Dios.
La Virgen María experimentó en primera persona qué significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo sentido a los vínculos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser libres y felices misioneros del Evangelio.
AUDIENCIA GENERAL. Miércoles 2 de septiembre de 2015.
Comunicar la fe en la familia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último tramo de nuestro camino de catequesis sobre la familia, ampliemos la mirada acerca del modo en que ella vive la responsabilidad de comunicar la fe, de transmitir la fe, tanto hacia dentro como hacia fuera.
En un primer momento, nos pueden venir a la mente algunas expresiones evangélicas que parecen contraponer los vínculos de la familia y el hecho de seguir a Jesús. Por ejemplo, esas palabras fuertes que todos conocemos y hemos escuchado: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mt 10, 37-38).
Naturalmente, con esto Jesús no quiere cancelar el cuarto mandamiento, que es el primer gran mandamiento hacia las personas. Los tres primeros son en relación a Dios, y este en relación a las personas. Y tampoco podemos pensar que el Señor, tras realizar su milagro para los esposos de Caná, tras haber consagrado el vínculo conyugal entre el hombre y la mujer, tras haber restituido hijos e hijas a la vida familiar, nos pida ser insensibles a estos vínculos. Esta no es la explicación. Al contrario, cuando Jesús afirma el primado de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos familiares. Y, por otro lado, estos mismos vínculos familiares, en el seno de la experiencia de la fe y del amor de Dios, se transforman, se «llenan» de un sentido más grande y llegan a ser capaces de ir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias, y para acoger como hermanos y hermanas también a los que están al margen de todo vínculo. Un día, en respuesta a quien le dijo que fuera estaban su madre y sus hermanos que lo buscaban, Jesús indicó a sus discípulos: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3, 34-35).
La sabiduría de los afectos que no se compran y no se venden es la mejor dote del genio familiar. Precisamente en la familia aprendemos a crecer en ese clima de sabiduría de los afectos. Su «gramática» se aprende allí, de otra manera es muy difícil aprenderla. Y es precisamente este el lenguaje a través del cual Dios se hace comprender por todos.
La invitación a poner los vínculos familiares en el ámbito de la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los daña; al contrario, los protege, los desvincula del egoísmo, los custodia de la degradación, los pone a salvo para la vida que no muere. La circulación de un estilo familiar en las relaciones humanases una bendición para los pueblos: vuelve a traer la esperanza a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al testimonio del Evangelio, llegan a ser capaces de cosas impensables, que hacen tocar con la mano las obras de Dios, las obras que Dios realiza en la historia, como las que Jesús hizo para los hombres, las mujeres y los niños con los que se encontraba. Una sola sonrisa milagrosamente arrancada a la desesperación de un niño abandonado, que vuelve a vivir, nos explica el obrar de Dios en el mundo más que mil tratados teológicos. Un solo hombre y una sola mujer, capaces de arriesgar y sacrificarse por un hijo de otros, y no sólo por el propio, nos explican cosas del amor que muchos científicos ya no comprenden. Y donde están estos afectos familiares, nacen esos gestos del corazón que son más elocuentes que las palabras. El gesto del amor... Esto hace pensar.
La familia que responde a la llamada de Jesús vuelve a entregar la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios. Pensad en el desarrollo de este testimonio, hoy. Imaginemos que el timón de la historia (de la sociedad, de la economía, de la política) se entregue –¡por fin!– a la alianza del hombre y de la mujer, para que lo gobiernen con la mirada dirigida a la generación que viene. Los temas de la tierra y de la casa, de la economía y del trabajo, tocarían una música muy distinta.
Si volvemos a dar protagonismo –a partir de la Iglesia– a la familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, nos convertiremos en el vino bueno de las bodas de Caná, fermentaremos como la levadura de Dios.
En efecto, la alianza de la familia con Dios está llamada a contrarrestar la desertificación comunitaria de la ciudad moderna. Pero nuestras ciudades se convirtieron en espacios desertificados por falta de amor, por falta de una sonrisa. Muchas diversiones, muchas cosas para perder tiempo, para hacer reír, pero falta el amor. La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertificación de nuestras ciudades. Y esta es la victoria del amor de la familia. Ninguna ingeniería económica y política es capaz de sustituir esta aportación de las familias. El proyecto de Babel edifica rascacielos sin vida. El Espíritu de Dios, en cambio, hace florecer los desiertos (cf. Is 32, 15). Tenemos que salir de las torres y de las habitaciones blindadas de las élites, para frecuentar de nuevo las casas y los espacios abiertos de las multitudes, abiertos al amor de la familia.
La comunión de los carismas –los donados al Sacramento del matrimonio y los concedidos a la consagración por el reino de Dios– está destinada a transformar la Iglesia en un lugar plenamente familiar para el encuentro con Dios. Vamos hacia adelante por este camino, no perdamos la esperanza. Donde hay una familia con amor, esa familia es capaz de caldear el corazón de toda una ciudad con su testimonio de amor.
Rezad por mí, recemos unos por otros, para que lleguemos a ser capaces de reconocer y sostener las visitas de Dios. El Espíritu traerá el alegre desorden a las familias cristianas, y la ciudad del hombre saldrá de la depresión.

Papa Benedicto XVI
AUDIENCIA GENERAL, Castelgandolfo, Miércoles 11 de agosto de 2010
El martirio
Queridos hermanos y hermanas:
(...) esta semana –como ya anticipé en el Ángelus del domingo pasado– recordamos también a algunos santos mártires de los primeros siglos de la Iglesia, como san Lorenzo, diácono; san Ponciano, Papa; y san Hipólito, sacerdote; y a santos mártires de un tiempo más cercano a nosotros, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, patrona de Europa; y san Maximiliano María Kolbe. Quiero ahora detenerme brevemente a hablar sobre el martirio, forma de amor total a Dios.
¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: "El que no toma su cruz y me sigue –nos dice– no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará" (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn 12, 24). Jesús mismo "es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo" (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).
Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2Co 12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, como dije el miércoles pasado, probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo, en el que parece que prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo. Por intercesión de los santos y de los mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como él nos ha amado a cada uno de nosotros.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Decimotercer domingo del Tiempo Ordinario.
La primera vocación del cristiano es seguir a Jesús
2232
Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par el hijo crece, hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi" (Mt 10, 37).
2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12, 49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
El Bautismo, sacrificarse a sí mismo, vivir para Cristo
537
Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
"Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él" (S. Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).
"Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios" (S. Hilario, Mat 2).
"Sepultados con Cristo… "
628
 El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una nueva vida: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6, 4; cf Col 2, 12; Ef 5, 26).
"Un solo cuerpo"
790
 Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG 7).
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
1213 
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, Cn 204, 1; 849; CCEO 675, 1): "Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Cath. R. 2, 2, 5).
El bautismo en la Iglesia
1226
 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2, 38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2, 41; Hch 8, 12-13; Hch 10, 48; Hch 16, 15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16, 31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con él:
"¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6, 3-4; cf Col 2, 12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3, 27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1Co 6, 11; 1Co 12, 13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1P 1, 23; Ef 5, 26). S. Agustín dirá del Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80, 3).
1694 Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rm 6, 5), los cristianos están "muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6, 11), participando así en la vida del Resucitado (cf Col 2, 12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf Jn 15, 5), los cristianos pueden ser "imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor" (Ef 5, 1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2, 5) y siguiendo sus ejemplos (cf Jn 13, 12-16).
La gracia nos justifica mediante el Bautismo y la fe
1987
La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo" (Rm 3, 22) y por el Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
"Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6, 8-11).


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos al Señor, nuestro Dios. Su misericordia es eterna.
- Para que la Iglesia sea más y mejor comunidad de justos y profetas en medio del mundo. Roguemos al Señor.
- Para que los gobernantes encuentren soluciones justas al problema de los marginados en nuestra sociedad. Roguemos al Señor.
- Para que nadie caiga en la tentación de despreciar a otro por su apariencia humilde. Roguemos al Señor.
- Para que sepamos acogernos unos a otros, pues es el mismo Cristo quien acoge y a quien acogemos. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, que espera ser recibido en tu morada eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.