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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

miércoles, 27 de junio de 2018

Miércoles 1 agosto 2018, Lecturas Miércoles XVII semana de Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Miércoles de la XVII semana de Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Jer 15, 10. 16-21
¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga? Si vuelves, estarás a mi servicio
Lectura del libro de Jeremías.

¡Ay de mí, madre mía, me has engendrado
para discutir y pleitear por todo el país!
Ni presté ni me han prestado,
en cambio, todos me maldicen.
Si encontraba tus palabras, las devoraba:
tus palabras me servían de gozo,
eran la alegría de mi corazón,
y tu nombre era invocado sobre mí,
Señor Dios del universo.
No me junté con la gente
amiga de la juerga y el disfrute;
me forzaste a vivir en soledad,
pues me habías llenado de tu ira.
¿Por qué se ha hecho crónica mi llaga,
enconada e incurable mi herida?
Te has vuelto para mí arroyo engañoso
de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor:
«Si vuelves, te dejaré volver,
y así estarás a mi servicio;
si separas la escoria del metal,
yo hablaré por tu boca.
Ellos volverán a ti,
pero tú no vuelvas a ellos.
Haré de ti frente al pueblo
muralla de bronce inexpugnable:
lucharán contra ti,
pero no te podrán,
porque yo estoy contigo
para librarte y salvarte
—oráculo del Señor—.
Te libraré de manos de los malvados,
te rescataré del puño de los violentos».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 58, 2-3. 4. 10-11. 17. 18 (R.: 17d)
R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

V. Líbrame de mi enemigo, Dios mío;
protégeme de mis agresores,
líbrame de los malhechores,
sálvame de los hombres sanguinarios. R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

Mira que me están acechando,
y me acosan los poderosos:
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor. R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

V. Por ti velo, fortaleza mía,
que mi alcázar es Dios.
Que tu favor se me adelante, Dios mío,
y me haga ver la derrota de mi enemigo.
R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

Pero yo cantaré tu fuerza,
por la mañana proclamaré tu misericordia,
porque has sido mi alcázar
y mi refugio en el peligro. R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

V. Y tocaré en tu honor, fuerza mía,
porque tú, oh, Dios, eres mi alcázar,
Dios mío, misericordia mía.
R.
Dios es mi refugio en el peligro. Deus refúgium meum in die tribulatiónis meæ.

Aleluya Jn 15, 15b
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. A vosotros os llamo amigos -dice el Señor-, porque todo lo que oído a mi Padre os lo he dado a conocer. R. Vos dixit amícos, dicit Dóminus, quia ómnia quæcúmque audívi a Patre meo, nota feci vobis.

EVANGELIO Mt 13, 44-46
Vende todo lo que tiene y compra el campo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Josemaría Escrivá, Camino 432
Considera lo más hermoso y grande de la tierra..., lo que place al entendimiento y a las otras potencias..., y lo que es recreo de la carne y de los sentidos.
Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. –Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas..., nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! –¡tuyo!– tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía.

domingo, 24 de junio de 2018

Domingo 29 julio 2018, XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo B.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B (Lec. I B).

PRIMERA LECTURA 2 Re 4, 42-44
Comerán y sobrará
Lectura del segundo libro de los Reyes.

En aquellos días, acaeció que un hombre de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo:
«Dáselo a la gente y que coman».
Su servidor respondió:
«¿Cómo voy a poner esto delante de cien hombres?».
Y él mandó:
«Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor: “Comerán y sobrará”».
Y lo puso ante ellos, comieron y aún sobró, conforme a la palabra del Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 144, 10-11. 15-16. 17-18 (R.: cf. 16)
R.
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. Aperis tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. Aperis tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R.
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. Aperis tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones.
Cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R.
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. Aperis tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

SEGUNDA LECTURA Ef 4, 1-6
Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

Hermanos:
Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Lc 7, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R. Prophéta magnus surréxit in nobis, et Deus visitávit plebem suam.

EVANGELIO Jn 6, 1-15
Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
«¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».
Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo».
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda».
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco
ÁNGELUS, Domingo 26 de julio de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús se encuentra a orillas del lago de Galilea, y lo rodea «mucha gente», atraída por los «signos que hacía con los enfermos» (v. 2). En él actúa el poder misericordioso de Dios, que cura todo mal del cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es sólo alguien que cura, es también maestro: en efecto, sube al monte y se sienta, con la típica actitud del maestro cuando enseña: sube a la «cátedra» natural creada por su Padre celestial. Jesús, que sabe bien lo que está por hacer, en este momento pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué se puede hacer para dar de comer a toda esa gente? Felipe, uno de los Doce, hace un cálculo veloz: organizando una colecta, se podrían recoger al máximo doscientos denarios para comprar el pan, que aún así no sería suficiente para dar de comer a cinco mil personas.
Los discípulos razonan con parámetros de «mercado», pero Jesús sustituye la lógica del comprar con otra lógica, la lógica del dar. Y he aquí que Andrés, otro de los Apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero ciertamente –dice Andrés– no es nada para esa multitud (cf. v. 9). Pero Jesús esperaba justamente eso. Ordena a los discípulos que hagan sentar a la gente, luego toma los panes y los peces, da gracias al Padre y los distribuye (cf. v. 11). Estos gestos anticipan los de la última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más auténtico. El pan de Dios es Jesús mismo. Al comulgar con Él, recibimos su vida en nosotros y nos convertimos en hijos del Padre celestial y hermanos entre nosotros. Recibiendo la comunión nos encontramos con Jesús realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la fraternidad. Y, por pobres que seamos, todos podemos dar algo. «Recibir la Comunión» significa recibir de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los demás lo que somos y tenemos.
La multitud quedó impresionada por el prodigio de la multiplicación de los panes; pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino el más profundo, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios. Ante el sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos, como el joven del Evangelio. Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna competencia... ¿Quién de nosotros no tiene sus «cinco panes y dos peces»? ¡Todos los tenemos! Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarían para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de alegría. ¡Cuán necesaria es la alegría en el mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.
Que nuestra oración sostenga el compromiso común para que a nadie falte el Pan del cielo que dona la vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se consolide la lógica de la fraternidad y del amor. La Virgen María nos acompañe con su intercesión maternal.

Del Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Castelgandolfo. Domingo 29 de julio de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo 6 del Evangelio de san Juan. El capítulo se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm, afirmando que él mismo es el "pan" que da la vida. Las acciones realizadas por Jesús son paralelas a las de la última Cena: "Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados", como dice el Evangelio (Jn 6, 11). La insistencia en el tema del "pan", que es compartido, y en la acción de gracias (v. 11, eucharistesas en griego), recuerda la Eucaristía, el sacrificio de Cristo para la salvación del mundo.
El evangelista señala que la Pascua, la fiesta, ya estaba cerca (cf. Jn 6, 4). La mirada se dirige hacia la cruz, el don de amor, y hacia la Eucaristía, la perpetuación de este don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. San Agustín lo comenta así: "¿Quién, sino Cristo, es el pan del cielo? Pero para que el hombre pudiera comer el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si no se hubiera hecho hombre, no tendríamos su cuerpo; y si no tuviéramos su cuerpo, no comeríamos el pan del altar" (Sermón 130, 2). La Eucaristía es el gran encuentro permanente del hombre con Dios, en el que el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para transformarnos en él mismo.
En la escena de la multiplicación se señala también la presencia de un muchacho que, ante la dificultad de dar de comer a tantas personas, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos peces (cf. Jn 6, 8). El milagro no se produce de la nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don. La multitud queda asombrada por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se queda en el elemento material, en lo que había comido, y el Señor, "sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo" (Jn 6, 15). Jesús no es un rey terrenal que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca al hombre para saciar no sólo el hambre material, sino sobre todo el hambre más profunda, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la importancia de alimentarnos no sólo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia en la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a él. En efecto, "no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; "nos atrae hacia sí"" (Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 70). Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a nadie el pan necesario para una vida digna, y para que se acaben las desigualdades no con las armas de la violencia, sino con el compartir y el amor.
Nos encomendamos a la Virgen María, a la vez que invocamos sobre nosotros y sobre nuestros seres queridos su maternal intercesión.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo B. Decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario
El milagro de los panes y los peces prefigura la Eucaristía
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14, 13-21; Mt 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo.
Compartir los dones en la comunidad de la Iglesia
814 Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones" (LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos de la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
- la profesión de una misma fe recibida de los apóstoles;
- la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf UR 2; LG 14; CIC, can. 205).
LA COMUNION DE LOS BIENES ESPIRITUALES
949 En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente a la enseñaoras: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.



Martirologio: elogs. del 30 de julio, pág. 454.



TEXTOS MISA



XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

DOMINICA XVII PER ANNUM.

Antífona de entrada Cf. Sal 67, 6-7. 36

Dios vive en su santa morada. Dios, el que hace habitar juntos en su casa, él mismo dará fuerza y poder a su pueblo.

Antiphona ad introitum Cf. Ps 67, 6-7. 36

Deus in loco sancto suo; Deus qui inhabitáre facit unánimes in domo, ipse dabit virtútem et fortitúdinem plebi suae.

Se dice Gloria.

Dícitur Gloria in excelsis.

Oración colecta

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin    el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.

Collecta

Protéctor in te sperántium, Deus, sine quo nihil est válidum, nihil sanctum, multíplica super nos misericórdiam tuam, ut, te rectóre, te duce, sic bonis transeúntibus nunc utámur, ut iam possímus inhaerére mansúris. Per Dóminum.

nza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte.
950 La comunión de los sacramentos. "El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación" (Catech. R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los carismas : En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo "reparte gracias especiales entre los fieles" para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1Co 12, 7).
952 "Todo lo tenían en común" (Hch 4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Catech. R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad : En la "comunión de los santos" "ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Co 12, 26-27). "La caridad no busca su interés" (1Co 13, 5; cf. 1Co 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
LA COMUNION ENTRE LA IGLESIA DEL CIELO Y LA DE LA TIERRA
954 Los tres estados de la Iglesia. "Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es'" (LG 49):
"Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en él" (LG 49).
955 "La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los santos. "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
"No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida" (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
"Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra" (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
957 La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
"Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos" (San Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los difuntos. "La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones `pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados' (2M 12, 45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959 … en la única familia de Dios. "Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).

San Juan Pablo II, Carta Ap. "Vicesimus Quintus Annus", en el XXV aniversario de la Const. sobre la Sagrada Liturgia (4-diciembre-1988).

CARTA APOSTÓLICA VICESIMUS QUINTUS ANNUS
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
EN EL XXV ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA LITURGIA

A todos los Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Salud y Bendición Apostólica.

1. Han pasado veinticinco años desde que, el 4 de diciembre del año 1963, el Sumo Pontífice Pablo VI promulgó la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, que los Padres del Concilio Vaticano II, reunidos en el Espíritu Santo, poco antes habían aprobado [1]. Fue aquel un acontecimiento memorable por diversas razones. En efecto, era el primer fruto del Concilio, querido por Juan XXIII, para que la Iglesia se pusiera al día; había sido preparado por un amplio movimiento litúrgico y pastoral, y era portador de esperanza para la vida y la renovación eclesial.

Llevando a cabo la reforma de la Liturgia, el Concilio realizó de modo muy concreto la finalidad fundamental que se había propuesto: «Acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia» [2].

2. Desde el inicio de mi servicio pastoral en la cátedra de Pedro, me preocupé en «insistir sobre la importancia permanente del Concilio Vaticano II» y tomé «el empeño formal de dar al mismo la correspondiente aplicación». Y añadí que convenía «hacer madurar, con el estilo propio de lo que se mueve y vive, las fecundas semillas que los Padres del Concilio Ecuménico, alimentados con la Palabra de Dios, sembraron en tierra buena (cf. Mt 13, 8.23), es decir, los importantes documentos y las deliberaciones pastorales». [3] En más de una ocasión he desarrollado posteriormente, sobre diversos puntos, las enseñanzas del Concilio respecto a la Liturgia [4] y he llamado la atención sobre la importancia que la Constitución Sacrosanctum Concilium tiene para la vida del pueblo de Dios; en ella «es ya posible hallar la sustancia de aquella doctrina eclesiológica que será posteriormente propuesta por la asamblea conciliar. La Constitución Sacrosanctum Concilium, que fue el primer documento conciliar, cronológicamente hablando, anticipa [5] la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium y se enriquece, a su vez, con la enseñanza de esta Constitución.

Después de un cuarto de siglo, durante el cual la Iglesia y la sociedad han conocido cambios profundos y rápidos, es oportuno poner de relieve la importancia de esta Constitución conciliar, su actualidad en relación con los problemas nuevos y la permanente validez de sus principios.

[1] AAS 56 (1964), pp. 97-134.
[2] Const. Sacrosanctum Concilium, 1.
[3] Primer mensaje al mundo (17 de octubre de 1978): AAS 70 (1978), pp. 920-921.
[4] Cf. particularmente: Carta Encic. Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), 7.18-22: AAS 71 (1979), pp. 268-269, 301-324; Exhort. Apost. Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979): AAS 71 (1979) 23. 27-30. 33. 37. 48. 53. 55. 66-68, pp. 1296-1297, 1298-1303, 1305-1306, 1308-1309, 1316; Carta Dominicae Cenae, sobre el misterio y el culto a la SS. Eucaristía (24 de febrero de 1980): AAS 72 (1980), pp. 1218-1232; Exhort Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 13. 15. 19-21. 33. 38-39. 55-59. 66-68: AAS 74 (1982), pp. 93-96, 97, 101-106, 120-123, 129-131, 147-152, 159-165; Exhort. Apost. postsinodal Reconciliatio et Paenitentia (2 de diciembre de 1984): AAS 77 (1985), pp. 185-275, especialmente los nums. 23-33, pp. 233-271.
[5] Alocución al Congreso de los Presidentes y Secretarios de las Comisiones Nacionales de Liturgia (27 de octubre de 1984), 1: Insegnamenti, VII/2 (1984), p. 1049.


I. RENOVACIÓN EN LA LÍNEA DE LA TRADICIÓN

3. Respondiendo a las instancias de los Padres del Concilio de Trento —preocupados por la reforma de la Iglesia de su tiempo— el Papa San Pío V dispuso la reforma de los libros litúrgicos: en primer lugar el Breviario y el Misal. Este mismo objetivo fue perseguido por los Romanos Pontífices a lo largo de los siglos siguientes, asegurando la puesta al día, definiendo los ritos y los libros litúrgicos, y emprendiendo, desde el comienzo de este siglo, una reforma más general.

San Pío X instituyó una Comisión especial encargada de esta reforma, para cuya realización pensó que serían necesarios varios años; sin embargo, puso la primera piedra del edificio con la restauración de la celebración litúrgica del domingo y la reforma del Breviario Romano [6]. «En verdad todo esto exige, —afirmaba— según el parecer de los expertos, un trabajo tan grande cuanto duradero; y, por tanto, es necesario que pasen muchos años, antes de que este edificio litúrgico, por decirlo de algún modo, (...) muestre nuevamente el esplendor de su dignidad y armonía, una vez que haya sido como limpiado de la suciedad del envejecimiento» [7].

Pío XII hizo suyo el gran proyecto de la reforma litúrgica publicando la Encíclica Mediator Dei [8] e instituyendo una nueva Comisión [9]. Asimismo, tomo decisiones sobre algunos puntos importantes, como la nueva versión del Salterio, para facilitar la comprensión de la plegaria de los Salmos [10], la atenuación del ayuno eucarístico, con el fin de favorecer un acceso más fácil a la Comunión, el uso de las lenguas vernáculas en el Ritual, y, sobre todo, la reforma de la Vigilia Pascual [11] y de la Semana Santa [12].

En la introducción al Misal Romano, en 1962, se incluía la declaración de Juan XXIII, según la cual «los principios fundamentales, referentes a la reforma general de la liturgia, debían ser confiados a los Padres en el próximo Concilio ecuménico» [13].

4. Esta reforma global de la Liturgia respondía a una esperanza general de la Iglesia. En efecto, el espíritu litúrgico se había difundido cada vez más en casi todos los ambientes, junto con el deseo de una «participación activa en los sagrados misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia» [14], y junto con la aspiración, asimismo, de escuchar la Palabra de Dios de modo más completo. La reforma de la Liturgia, unida a la renovación bíblica, al movimiento ecuménico, al impulso misional, a la investigación de la eclesiología, debía contribuir a la renovación total de la Iglesia. Esto lo he recordado en la Carta Dominicae Cenae: «Existe, en efecto, un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia. La Iglesia no sólo actúa, sino que se expresa también en la liturgia y saca de la liturgia las fuerzas para la vida» [15].

La reforma de los ritos y de los libros litúrgicos fue emprendida casi inmediatamente después de la promulgación de la Constitución Sacrosanctum Concilium y fue llevada a cabo en pocos años merced al trabajo intenso y desinteresado de un gran número de expertos y de pastores de todo el mundo [16].

Este trabajo fue realizado obedeciendo al principio conciliar: fidelidad a la tradición y apertura al progreso legítimo [17]. Por ello, se puede decir que la reforma litúrgica es rigurosamente tradicional «ad normam Sanctorum Patrum» [18].

[6] Const. Apost. Divino afflatu (1 de noviembre de 1911): AAS 3 (1911), pp. 633-638.
[7] Motu proprio Abhinc duos annos (23 de octubre de 1913): AAS 5 (1913), pp. 449 450
[8] 20 de noviembre de 1947: AAS 39 (1947), pp. 521- 600.
[9] S. Congregación de Ritos, Sección histórica, n. 71, Memoria sobre la reforma litúrgica (1946).
[10] Pío XII, Motu proprio In cotidianis precibus (24 de marzo de 1945): AAS 37 (1945), pp. 65-67.
[11] S. Congregación de Ritos, Decreto Dominicae Resurrectionis (9 de febrero de 1951): AAS 43 (1951), pp. 128-129.
[12] S. Congregación de Ritos, Decreto Maxima redemptionis (16 de noviembre de 1955): AAS 47 (1955), pp. 838-841.
[13] Juan XXIII, Carta Apost. Rubricarum instructum (25 de julio de 1960): AAS 52 (1960), p. 954.

[14] Pío X, Motu proprio Tra le sollecitudini dell' officio pastorale (22 de noviembre de 1903): Pii X Pontificis Maximi Acta, 1, p. 77.
[15] Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), 13: AAS 72 (1980), p. 146.
[16] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 25.
[17] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 23.
[18] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 50; Misal Romano, Proemio, 6.



II. PRINCIPIOS DIRECTIVOS DE LA CONSTITUCIÓN

5. Los principios directivos de la Constitución, que sirvieron de base a la reforma, son fundamentales para conducir a los fieles a una celebración activa de los misterios, «fuente primaria y necesaria del espíritu verdaderamente cristiano» [19]. Dado que la mayor parte de los libros litúrgicos han sido publicados, traducidos y puestos en uso, es necesario mantener constantemente presentes estos principios y profundizarlos.

a) La actualización del misterio pascual

6. El primer principio es la actualización del Misterio pascual de Cristo en la liturgia de la Iglesia, porque «del costado de Cristo dormido en la Cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera»[20] Toda la vida litúrgica gira en torno al sacrificio eucarístico y a los demás sacramentos, por los que llegamos a la fuente misma de la salvación (cf. Is 12, 3) [21]. Debemos, por tanto, ser muy conscientes de que por el «misterio pascual de Cristo, hemos sido sepultados con él en la muerte, para resucitar con el a una vida nueva» [22]. Cuando los fieles participan en la Eucaristía han de comprender verdaderamente que «cada vez que se celebra el memorial de la muerte del Señor, se realiza la obra de nuestra Redención» [23] y a tal fin los Pastores deben formarlos con empeño constante para celebrar cada domingo la obra maravillosa que Cristo ha llevado a cabo en el misterio de su Pascua, para que, a su vez, lo anuncien al mundo [24]. En el corazón de todos pastores y fieles la noche pascual debe volver a tener su importancia única, hasta el punto de ser verdaderamente la fiesta de las fiestas en el año litúrgico.

Ya que la muerte de Cristo en la Cruz y su resurrección constituyen el centro de la vida diaria de la Iglesia [25]. Y la prenda de su Pascua eterna [26], la Liturgia tiene como primera función conducirnos constantemente a través del camino pascual inaugurado por Cristo, en el cual se acepta morir para entrar en la vida.

7. Para actualizar su misterio pascual, Cristo esta siempre presente en su Iglesia, sobre todo en las acciones litúrgicas [27]. La Liturgia es, por consiguiente, el «lugar» privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios y con quien El envió, Jesucristo (cf. Jn 17, 3).

Cristo está presente en la Iglesia orante reunida en su nombre. Precisamente este hecho es el que fundamenta la grandeza de la asamblea cristiana con las consiguientes exigencias de acogida fraterna —que llega hasta el perdón (cf. Mt 5, 23-24)— y de decoro en las actitudes, en los gestos y en los cantos.

El mismo Cristo está presente y actúa en la persona del ministro ordenado que celebra [28]. Este no está investido solamente de una función, sino que, en virtud de la Ordenación recibida, ha sido consagrado para actuar «in persona Christi». A todo esto debe corresponder una actitud interior y exterior, incluso en los ornamentos litúrgicos, en el puesto que ocupa y en las palabras que pronuncia.

Cristo está presente en su palabra proclamada en la asamblea y que, comentada en la homilía, debe ser escuchada con fe y asimilada en la oración. Todo esto debe reflejarse también en la dignidad del libro y del lugar destinado a la proclamación de la Palabra de Dios; asimismo, en la compostura del lector, que ha de ser siempre consciente de que es el portavoz de Dios ante sus hermanos.

Cristo esta presente y actúa por medio del Espíritu Santo en los sacramentos y, de modo singular y eminente (sublimiori modo), bajo las especies eucarísticas en el sacrificio de la Misa [29], y también fuera de la celebración, cuando éstas se conservan en el tabernáculo para la comunión —particularmente de los enfermos— y para la adoración de los fieles. [30] Sobre esta presencia real y misteriosa, corresponde a los pastores recordar frecuentemente en su catequesis la doctrina de la fe, de la cual deben vivir los fieles y que los teólogos están llamados a profundizar. La fe en esta presencia del Señor implica una actitud exterior de respeto hacia la iglesia, —lugar sagrado donde Dios se manifiesta en su misterio (cf. Ex 3, 5)— sobre todo durante la celebración de los sacramentos, pues las cosas santas deben ser tratadas siempre santamente.

[19] Const. Sacrosanctum Concilium, 14.
[20] Const. Sacrosanctum Concilium, 5; Misal Romano, La Vigilia Pascual, oración después de la VII lectura.
[21] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 5-6. 47. 61. 102. 106-107.
[22] Misal Romano, La Vigilia pascual. Renovación de las promesas del bautismo.
[23] Cf. Misal Romano, Misa vespertina «In cena Domini», oración sobre las ofrendas.
[24] Cf. Misal Romano, Prefacio de los Domingos Ordinarios, l.
[25] Cf. Carta Encic. Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), 7 AAS 71 (1979), pp.268-270.
[26] Cf. Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), 4 AAS 72 (1980), pp. 119-121.

[27] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 7; cf. Pablo Vl, Carta Encíc. Mysterium Fidei (3 de septiembre de 1965): AAS 57 (1965), pp. 762-764.
[28] Cf. S. Congregación de Ritos Instrucción Eucharisticum Mysterium (25 de mayo de 1967), 9: AAS 59 (1967), p. 547.
[29] Cf. Pablo VI, Carta Encíc. Mysterium Fidei (3 de septiembre de 1965): AAS 57 (1965), p.763.
[30] Cf. Pablo VI, Carta Encíc. Mysterium Fidei (3 de septiembre de 1965): AAS 57 (1965), pp. 769-771.



b) La lectura de la palabra de Dios

8. El segundo principio es la presencia de la Palabra de Dios.

En efecto, la Constitución Sacrosanctum Concilium ha querido también restablecer «una lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada» [31]. La razón profunda de esta restauración está expresada en la Constitución litúrgica, «para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la liturgia» [32] y en la Constitución dogmática sobre la divina Revelación: «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» [33]. El incremento de la vida litúrgica, y, consecuentemente, el desarrollo de la vida cristiana no se podrán realizar si no se promueve constantemente en los fieles y, ante todo, en los sacerdotes un «amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura» [34]. La Palabra de Dios es ahora más conocida en las comunidades cristianas, pero una verdadera renovación pone hoy y siempre nuevas exigencias: la fidelidad al sentido auténtico de la Escritura debe mantenerse siempre presente, especialmente cuando se traduce a las diversas lenguas; el modo de proclamar la Palabra de Dios para que pueda ser percibida como tal, el empleo de medios técnicos adecuados, la disposición interior de los ministros de la Palabra con el fin de desempeñar decorosamente sus funciones en la asamblea litúrgica [35], la esmerada preparación de la homilía a través del estudio y la meditación, el compromiso de los fieles a participar en la mesa de la Palabra, el gusto de orar mediante los Salmos y —al igual que los discípulos de Emaús— el deseo de descubrir a Cristo en la mesa de la Palabra y del pan [36].

[31] Const. Sacrosanctum Concilium, 35.
[32] Const. Sacrosanctum Concilium, 35.
[33] Const. Dogm. Dei Verbum, 21.
[34] Const. Sacrosanctum Concilium, 24.
[35] Cf. Carta Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), 10: AAS 72 (1980), pp. 134-137.
[36] Cf. Liturgia de las Horas, Lunes de la IV Semana, oración de vísperas.


c) La Iglesia se manifiesta a sí misma

9. Por último, el Concilio ha querido ver en la Liturgia una epifanía de la Iglesia, pues la Liturgia es la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica.

Se manifiesta como una, con aquella unidad que le viene de la Trinidad [37], sobre todo cuando el pueblo santo de Dios participa «en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros» [38]. ¡Que nada rompa ni debilite, en la celebración de la Liturgia, esta unidad de la Iglesia!

La Iglesia expresa la santidad que le viene de Cristo (cf. Ef 5, 26-27) cuando, congregada en un solo cuerpo por el Espíritu Santo [39] que santifica y da la vida [40], comunica a los fieles, mediante la Eucaristía y los otros sacramentos, toda gracia y toda bendición del Padre [41].

En la celebración litúrgica la Iglesia expresa su catolicidad, ya que en ella el Espíritu del Señor congrega a los hombres de todas las lenguas en la profesión de la misma fe [42], y desde Oriente a Occidente ella presenta a Dios Padre el sacrificio de Cristo y se ofrece a si misma junto con él [43].

Finalmente, en la Liturgia la Iglesia manifiesta que es apostólica, porque la fe que ella profesa está fundada en el testimonio de los Apóstoles; porque en la celebración de los misterios, presidida por el Obispo, sucesor de los Apóstoles, o por un ministro ordenado en la sucesión apostólica, transmite fielmente lo que ha recibido de la Tradición apostólica; porque el culto que ofrece a Dios la compromete en la misión de irradiar el Evangelio en el mundo.

De esta manera es como el Misterio de la Iglesia es principalmente anunciado, gustado y vivido en la Liturgia [44].

[37] Cf. Misal Romano, Prefacio de los Domingos Ordinarios, VIII.
[38] Const. Sacrosanctum Concilium, 41.
[39] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística II y IV.
[40] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística III; Símbolo Nicenoconstantinopolitano.
[41] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[42] Cf. Misal Romano, Bendición solemne en el Domingo de Pentecostés.
[43] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[44] Cf. Alocución al Congreso de los Presidentes y Secretarios de las Comisiones Nacionales de Liturgia (27 de octubre de 1984), 1: Insegnamenti, VII/2 (1984), p. 1049.


III. ORIENTACIONES PARA DIRIGIR LA RENOVACIÓN DE LA VIDA LITÚRGICA

10. De estos principios se derivan algunas normas y orientaciones que deben regular la renovación de la vida litúrgica. Pues si la reforma de la Liturgia querida por el Concilio Vaticano II puede considerarse ya realizada, en cambio, la pastoral litúrgica constituye un objetivo permanente para sacar cada vez más abundantemente de la riqueza de la liturgia aquella fuerza vital que de Cristo se difunde a los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia.

Puesto que la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: «Es el Señor» (Jn 21, 7). Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental.

Ya que la Liturgia está enteramente impregnada por la Palabra de Dios, conviene que cualquier otra palabra esté en armonía con ella, ante todo la homilía, pero también los cantos y las moniciones; ninguna otra lectura podrá ocupar el lugar que corresponde a la lectura bíblica; las palabras de los hombres han de estar al servicio de la Palabra de Dios, sin oscurecerla.

Teniendo en cuenta que «las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad"»,[45] su reglamentación depende únicamente de la autoridad jerárquica de la Iglesia [46]. La Liturgia pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia [47]. Por esto no está permitido a nadie, ni siquiera al sacerdote, ni a grupo alguno, añadir, quitar o cambiar algo, llevado de su propio arbitrio [48]. La fidelidad a los ritos y a los textos auténticos de la Liturgia es una exigencia de la «lex orandi», que debe estar siempre en armonía con la «lex credendi». La falta de fidelidad en este punto puede afectar incluso a la validez misma de los sacramentos.

Al ser una celebración de la Iglesia, la Liturgia requiere una participación activa, consciente y plena por parte de todos, según la diversidad de órdenes y funciones [49]: todos, tanto los ministros como los demás fieles, al desempeñar su cometido, hacen aquello que les corresponde y solo aquello que les corresponde [50].

Por esto la Iglesia da preferencia a la celebración comunitaria, cuando lo requiere la naturaleza de los ritos [51]; alienta la formación de ministros, lectores, cantores y comentadores, que desempeñan un auténtico ministerio litúrgico [52]; también ha restablecido la concelebración [53] y recomienda el rezo común del Oficio divino [54].

Ya que la Liturgia es la gran escuela de oración de la Iglesia, se consideró oportuno introducir y desarrollar el uso de la lengua vulgar —sin eliminar el uso de la lengua latina, conservada por el Concilio para los Ritos latinos [55]— para que cada uno pueda entender y proclamar en su propia lengua materna las maravillas de Dios (cf. Act 2, 11); igualmente se consideró oportuno aumentar el número de prefacios y de las Plegarias eucarísticas, que enriquecen el tesoro de la oración y ayudan a entender los misterios de Cristo.

Puesto que la Liturgia tiene un gran valor pastoral, los libros litúrgicos permiten un margen de adaptación a la asamblea y a las personas, y una posibilidad de apertura a la idiosincrasia y la cultura de los diversos pueblos [56]. La revisión de los ritos ha buscado una noble sencillez [57] y unos signos fácilmente comprensibles, pero la sencillez deseada no debe degenerar en empobrecimiento de los signos, sino que los signos, sobre todo los sacramentales, deben contener la mayor expresividad posible. El pan y el vino, el agua y el aceite, y también el incienso, las cenizas, el fuego y las flores, y casi todos los elementos de la creación tienen su lugar en la Liturgia como ofrenda al Creador y como aporte a la dignidad y belleza de la celebración.

[45] Const. Sacrosanctum Concilium, 26.
[46] Const. Sacrosanctum Concilium, 22 y 26.
[47] Const. Sacrosanctum Concilium, 26.
[48] Const. Sacrosanctum Concilium, 22.

[49] Const. Sacrosanctum Concilium, 26.
[50] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 28.
[51] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 27.
[52] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 29.
[53] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 57; cf. S. Congregación de Ritos, Decreto general Ecclesiae semper (7 de marzo de 1965): AAS 57 (1965), pp. 410-412.
[54] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 99.
[55] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 36.
[56] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 37-40.
[57] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 34.



IV. APLICACIÓN CONCRETA DE LA REFORMA

a) Dificultades


11. Conviene reconocer que la aplicación de la reforma litúrgica ha encontrado algunas dificultades debidas sobre todo a un contexto poco favorable, caracterizado por una tendencia a privatizar el ámbito religioso, por un cierto rechazo de toda institución, por una menor presencia visible de la Iglesia en la sociedad, por un cuestionar la fe personal. Se puede suponer también que el pasar de una mera asistencia —a veces más bien pasiva y muda— a una participación mas plena y activa haya sido para algunos una exigencia demasiado fuerte; por lo cual han surgido actitudes diversas e incluso opuestas ante la reforma. En efecto, algunos han acogido los nuevos libros con una cierta indiferencia o sin tratar de comprender ni de hacer comprender los motivos de los cambios; otros, por desgracia, se han encerrado de manera unilateral y exclusiva en las formas litúrgicas anteriores, consideradas por algunos de estos como única garantía de seguridad en la fe. Otros, finalmente, han promovido innovaciones fantasiosas, alejándose de las normas dadas por la autoridad de la Sede Apostólica o por los Obispos, perturbando así la unidad de la Iglesia y la piedad de los fieles, en contraste, a veces, con los datos de la fe.

b) Resultados positivos

12. Esto no debe hacer olvidar que los pastores y el pueblo cristiano, en su gran mayoría, han acogido la reforma litúrgica con espíritu de obediencia y, más aún, de gozoso fervor.

Por ello conviene dar gracias a Dios por el paso de su Espíritu en la Iglesia, como ha sido la renovación litúrgica [58]; por la mesa de la Palabra de Dios, dispuesta con abundancia para todos [59]; por el inmenso esfuerzo realizado en todo el mundo para ofrecer al pueblo cristiano las traducciones de la Biblia, del Misal y de los otros libros litúrgicos; por la mayor participación de los fieles, a través de las plegarias y los cantos, de los gestos y del silencio en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos; por los ministerios desempeñados por los laicos y las responsabilidades que han asumido en virtud del sacerdocio común, del que participan por el Bautismo y la Confirmación; por la irradiante vitalidad que tantas comunidades cristianas reciben de la Liturgia.

Estos son otros tantos motivos para permanecer fieles a la enseñanza de la Constitución Sacrosanctum Concilium y a las reformas que ésta ha permitido llevar a cabo: «La renovación litúrgica es el fruto más visible de la obra conciliar» [60]. Para muchos el mensaje del Concilio Vaticano II ha sido percibido ante todo mediante la reforma litúrgica.

[58] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 43.
[59] Cf. Const. dogm. Dei Verbum, 21; Sacrosanctum Concilium, 51.
[60] Relación final de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos (7 de diciembre de 1985), II, B, b, 1.



c) Aplicaciones erróneas

13. Junto a estos beneficios de la reforma litúrgica, hay que reconocer y deplorar algunas desviaciones, de mayor o menor gravedad, en la aplicación de la misma.

Se constatan, a veces, omisiones o añadiduras ilícitas, ritos inventados fuera de las normas establecidas, gestos o cantos que no favorecen la fe o el sentido de lo sagrado, abusos en la práctica de la absolución colectiva, confusionismos entre sacerdocio ministerial, ligado a la ordenación, y el sacerdocio común de los fieles, que tiene su propio fundamento en el bautismo.

No se puede tolerar que algunos sacerdotes se arroguen el derecho de componer plegarias eucarísticas o sustituir textos de la Sagrada Escritura con textos profanos. Iniciativas de este tipo, lejos de estar vinculadas a la reforma litúrgica en sí misma, o a los libros que se han publicado después, la contradicen directamente, la desfiguran y privan al pueblo cristiano de las riquezas auténticas de la Liturgia de la Iglesia.

Compete a los Obispos corregirlas, ya que la reglamentación de la Liturgia depende del Obispo según el derecho [61], y de él «deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles» [62].

[61] Cf Const. Sacrosanctum Concilium, 22, 1.
[62] Cf Const. Sacrosanctum Concilium, 41.

V. EL FUTURO DE LA RENOVACIÓN

14. La Constitución Sacrosanctum Concilium ha reflejado la voz unánime del colegio episcopal, reunido en torno al Sucesor de Pedro y con la asistencia del Espíritu de la verdad, prometido por el Señor Jesús (cf. Jn 15, 26). Este Documento sigue sosteniendo a la Iglesia en el camino de la renovación y de la santidad fomentando su genuina vida litúrgica.

Los principios enunciados en la Constitución sirven también de orientación para el futuro de la Liturgia, de manera que la reforma litúrgica sea cada vez más comprendida y realizada. «Es, por tanto, muy conveniente y necesario que continúe poniéndose en práctica una nueva e intensa educación, para descubrir todas las riquezas encerradas en la nueva liturgia» [63].

La Liturgia de la Iglesia va mas allá de la reforma litúrgica: No estamos en la misma situación de 1963; una generación de sacerdotes y de fieles, que no ha conocido los libros litúrgicos anteriores a la reforma, actúa hoy con responsabilidad en la Iglesia y en la sociedad. No se puede, pues, seguir hablando de cambios como en el tiempo de la publicación del Documento, pero sí de una profundización cada vez más intensa de la Liturgia de la Iglesia, celebrada según los libros vigentes y vivida, ante todo, como un hecho de orden espiritual.

[63] Carta Dominicae Cenae, (24 de febrero de 1980), 9; AAS 72 (1980), p. 133.


a) Formación bíblica y litúrgica

15. El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra (la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma» [64]. Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación [65] y continuar durante toda la vida sacerdotal [66]. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos [67], tanto más que éstos, en muchas regiones, están llamados a asumir responsabilidades cada vez mayores en la comunidad.

[64] Const. Sacrosanctum Concilium, 14.
[65] Cf. S. Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumemici (26 de septiembre de 1964), 11-13: AAS 56 (1964), pp. 879-880; S. Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis para la formación sacerdotal (6 de enero de 1970), cap. VIII: AAS 72 (1970), pp. 351-361; Instrucción In ecclesiasticam futurorum sobre la formación litúrgica en los seminarios (3 de junio de 1979), Roma 1979.
[66] Cf. S. Congregación de Ritos, Instrucción Inter Oecumenici (26 de septiembre de 1964), 14-17: AAS 56 (1964), pp. 880-881.
[67] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 19.

b) Adaptación

16. Otro cometido importante para el futuro es el de la adaptación de la Liturgia a las diferentes culturas. La Constitución ha enunciado su principio, indicando el procedimiento a seguir por parte de las Conferencias Episcopales [68]. La adaptación de las lenguas ha sido rápida, aunque a veces difícil de llevar a cabo. Después se ha hecho la adaptación de los ritos, cosa más delicada, pero igualmente necesaria.

Es aún arduo el esfuerzo que se debe hacer para enraizar la Liturgia en algunas culturas, tomando de éstas las expresiones que pueden armonizarse con el verdadero y auténtico espíritu de la Liturgia, respetando la unidad sustancial del Rito romano expresada en los libros litúrgicos [69]. La adaptación ha de tener en cuenta el hecho de que en la Liturgia —y particularmente en la sacramental— hay una parte inmutable, por ser de institución divina, de la cual es guardiana la Iglesia, y hay otras partes susceptibles de cambios, para lo cual la Iglesia tiene el poder y, a veces, incluso el deber de adaptar a las culturas de los pueblos evangelizados recientemente [70]. No es éste un problema nuevo en la Iglesia; en efecto, la diversidad litúrgica puede ser fuente de enriquecimiento pero, a la vez, puede provocar tensiones, incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este terreno, está claro que la diversidad no debe dañar la unidad. Ella no puede expresarse sino en la fidelidad a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido de Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación a las culturas exige también una conversión del corazón y, si fuera necesario, también la ruptura con costumbres ancestrales incompatibles con la fe católica. Esto exige una seria formación teológica, histórica y cultural, como también un prudente juicio para discernir lo que es necesario o útil, de lo que es inútil o peligroso para la fe. «Un progreso satisfactorio en este campo no podrá ser sino el fruto de una maduración progresiva en la fe, que integre el discernimiento espiritual, la lucidez teológica, el sentido de Iglesia universal en el marco de una amplia concertación [71].

[68] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 39.
[69] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 37-40.
[70] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 21.
[71] Alocución a un grupo de Obispos de la Conferencia Episcopal del Zaire (12 de abril de 1983), 5: AAS 75 (1983), p. 620.



c) Prestar atención a los nuevos problemas

17. El esfuerzo de la renovación litúrgica debe responder además a las exigencias de nuestro tiempo. La Liturgia no está desencarnada [72]. Durante estos veinticinco años han surgido nuevos problemas o han tomado un nuevo aspecto como, por ejemplo: el ejercicio del diaconado accesible a hombres casados; las funciones litúrgicas que en las celebraciones pueden ser confiadas a los laicos, hombres o mujeres; las celebraciones litúrgicas para niños, jóvenes y minusválidos; la modalidad de composición de los textos litúrgicos apropiados para un país determinado.

En la Constitución Sacrosanctum Concilium no se hace mención de estos problemas, pero se indican los principios generales para coordinar y promover la vida litúrgica.

[72] Cf. Alocución al congreso de los Presidentes y Secretarios de las Comisiones Nacionales de Liturgia (27 de octubre de 1984), 2: Insegnamenti, VII/2 (1984), p. 1051.

d) Liturgia y piedad popular

18. Finalmente, para salvaguardar la reforma y asegurar el fomento de la Liturgia [73], hay que tener en cuenta la piedad popular cristiana y su relación con la vida litúrgica [74]. Esta piedad popular no puede ser ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, pues es rica en valores [75] y expresa de por sí la actitud religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser evangelizada continuamente, para que la fe que expresa llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico. Tanto los actos piadosos del pueblo cristiano [76], como otras formas de devoción, son acogidos y aconsejados mientras no suplanten y no se mezclen con las celebraciones litúrgicas. Una pastoral litúrgica auténtica sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular, purificarlas y orientarlas hacia la liturgia como contribución de los pueblos [77].

[73] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 1.
[74] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 12-13.
[75] Cf. Pablo VI, Exhort. Apost. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 48: AAS 68 (1976), pp. 37-38.
[76] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 13.
[77] Cf. Alocución a la Conferencia Episcopal del Abruzo y Molise en visita "ad Limina" (24 de abril de 1986), 3-7: AAS 78 (1586) pp. 1140-1143.



VI. ORGANISMOS RESPONSABLES DE LA RENOVACIÓN LITÚRGICA

a) Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos


19. La función de promover la renovación de la Liturgia compete, en primer lugar, a la Sede Apostólica [78]. Este año se cumplen cuatro siglos desde que el Papa Sixto V creó la Sagrada Congregación de Ritos, a la que confió la tarea de vigilar el desarrollo del Culto Divino, reformado por el Concilio de Trento. San Pío X instituyó otra Congregación para la Disciplina de los Sacramentos. Para la aplicación práctica de la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, Pablo VI instituyó un Consejo [79], luego la Sagrada Congregación para el Culto Divino [80], los cuales con generosidad, competencia y prontitud han llevado a cabo la tarea que les fue confiada. Con la nueva estructura de la Curia Romana, prevista en la Constitución Apostólica Pastor Bonus, todo el ámbito de la liturgia es unificado y puesto bajo la responsabilidad de un solo Dicasterio: la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Corresponde, por tanto, a ésta —salva la competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe [81] — regular y promover la Liturgia, cuya parte esencial son los sacramentos, alentando la actividad pastoral litúrgica [82], sosteniendo los diversos Organismos que se ocupan del Apostolado litúrgico, la música, el canto y el arte sacro [83], y vigilando la disciplina sacramental [84]. Esta es una obra importante, pues se trata, ante todo, de custodiar fielmente los grandes principios de la Liturgia católica, ilustrados y desarrollados en la Constitución conciliar, así como inspirarse en la misma para promover y profundizar en toda la Iglesia la renovación de la vida litúrgica.

La Congregación, por tanto, ayudará a los Obispos diocesanos en su misión de presentar a Dios el culto de la religión cristiana y regularlo según los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia [85]. Por otra parte, se mantendrá en estrecho y franco contacto con las Conferencias Episcopales en lo que se refiere a su competencia en el ámbito litúrgico [86].

[78] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 22, 1.
[79] Cart. Apost. Sacram Liturgiam (25 de enero de 1964): AAS 56 (1964), pp. 139-144.
[80] Const. Apost. Sacra Rituum Congregatio (8 de mayo de 1969): AAS 61 (1969), pp. 297-305.
[81] Const. Apost. Pastor Bonus (28 de junio de 1988), 62: AAS 80 (1988), p. 876.
[82] Cf. Const. Apost. Pastor Bonus, 64: l.c., pp. 876-877.
[83] Cf. Const. Apost. Pastor Bonus, 65: l.c., p.877.
[84] Cf. Const. Apost. Pastor Bonus, 63 y 66: l.c., pp. 876-877.
[85] Cf. Const. dogm. Lumen Gentium, 26; Const. Sacrosanctum Concilium, 22, 1.
[86] Cf. Const. Apost. Pastor Bonus, 64, 3: l.c., p. 877.


b) Conferencias Episcopales

20. Las Conferencias Episcopales recibieron el importante encargo de preparar las traducciones de los libros litúrgicos [87]. Las necesidades del momento obligaron a veces a utilizar traducciones provisionales, que fueron aprobadas ad interim. Pero ha llegado ya el momento de reflexionar sobre ciertas dificultades surgidas posteriormente, dar solución a ciertas carencias o inexactitudes, completar las traducciones parciales, crear o aprobar los cantos litúrgicos, vigilar sobre el respeto de los textos aprobados y, finalmente, publicar los libros litúrgicos que tengan una vigencia estable y una presentación digna de los misterios celebrados.

Para llevar a cabo el trabajo de traducción, y también para una confrontación más amplia en el ámbito de cada País, las Conferencias Episcopales debían crear una Comisión nacional y asegurarse la colaboración de personas expertas en los diversos sectores de la ciencia y del apostolado litúrgico [88]. Es preciso preguntarnos ahora sobre el balance, positivo o negativo, de tal Comisión, sobre las orientaciones y la aportación que ha recibido de la Conferencia Episcopal en su creación y actividades. El papel de esta Comisión es mucho más delicado cuando la Conferencia quiere ocuparse de ciertas medidas de adaptación o de una inculturación más profunda [89]; ésta es una razón más a tener en cuenta, para que en dicha Comisión haya personas verdaderamente expertas.

[87] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 36 y 63.
[88] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 44.
[89] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 40.

c) Obispo diocesano

21. El Obispo es en cada diócesis el principal dispensador de los misterios de Dios, así como el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular que le ha sido confiada [90]. Cuando el Obispo celebra la Liturgia con el pueblo se manifiesta el misterio mismo de la Iglesia. Por tanto, es necesario que el Obispo sea profundamente consciente de la importancia de estas celebraciones para la vida cristiana de sus fieles, las cuales deben ser un modelo para toda la diócesis [91]. Aún queda mucho por hacer en la labor de ayudar a los sacerdotes y fieles a que profundicen en el sentido de los ritos y de los textos litúrgicos, como también a que fomenten la dignidad y belleza de las celebraciones y de los lugares de culto, y a que promuevan —como hicieron los Padres de la Iglesia— una «catequesis mistagógica» de los sacramentos. Para llevar a buen término esta tarea, el Obispo ha de crear una o incluso varias Comisiones diocesanas, que le ofrezcan su colaboración en promover la acción litúrgica, la música y el arte sacro en su diócesis [92]. La Comisión diocesana, por su parte, actuará según el pensamiento y las directrices del Obispo y deberá contar con su autoridad y su aliento para llevar a cabo de modo conveniente la propia tarea.

[90] Cf. Decr. Christus Dominus, 15.
[91] Cf. Discurso a los Obispos italianos participantes en un Curso de actualización litúrgica (12 de febrero de 1988), 1: «L'Osservatore Romano», 13 de febrero de 1988, p. 4.
[92] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 45-46.


CONCLUSIÓN

22. Como ha recordado la Constitución Sacrosanctum Concilium, la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia [93], sino que es ciertamente su fuente y su culmen [94]. Es su fuente porque, sobre todo en los sacramentos, los fieles reciben abundantemente el agua de la gracia, que brota del costado de Jesús crucificado. Evocando una imagen usada por el Papa Juan XXIII, la Liturgia es como la fuente del pueblo a la que cada generación va a sacar el agua siempre fresca y vivificante. Y es también su culmen, sea porque toda la actividad de la Iglesia tiende hacia la comunión de vida con Cristo, sea porque en la Liturgia es donde la Iglesia manifiesta y comunica a los fieles la obra de la salvación, realizada por Cristo una vez para siempre.

23. Parece llegado el momento de dar nuevo vigor al hálito que empujó a la Iglesia cuando la Constitución Sacrosanctum Concilium fue preparada, discutida, votada y promulgada, y cuando comenzó a aplicarse. El grano sembrado tuvo que soportar el rigor del invierno, pero la semilla ha germinado y se ha hecho árbol. Efectivamente, se trata del crecimiento orgánico de un árbol tanto más vigoroso cuanto más profundamente extiende sus raíces en el terreno de la tradición [95]. Deseo recordar lo que dije en 1984, con ocasión del Congreso de las Comisiones litúrgicas: En la obra de la renovación litúrgica querida por el Concilio hay que tener presente «con gran equilibrio, la parte de Dios y la parte del hombre, la jerarquía y los fieles, la tradición y el progreso, la ley y la adaptación, el individuo y la comunidad, el silencio y el canto del coro. De esta forma, la Liturgia de la tierra se conectará con la del cielo, donde (...) se formará un solo coro (...) para entonar un himno, a una sola voz, al Padre, por medio de Jesucristo» [96].

Con estos deseos, que en lo íntimo del corazón se hacen plegaria, imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 4 de diciembre de 1988, undécimo de mi Pontificado.

JOANNES PAULUS PP. II


[93] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 9.
[94] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 10.
[95] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 23.
[96] Alocución al Congreso de los Presidentes y Secretarios de las Comisiones Nacionales de Liturgia (27 de octubre de 1984), 6: Insegnamenti, VII/2 (1984), p. 1054.

sábado, 23 de junio de 2018

Sábado 28 julio 2018, Lecturas Sábado XVI semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la XVI semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Jer 7, 1-11
¿Creéis que es una cueva de bandidos el templo dedicado a mi nombre?
Lectura del libro de Jeremías.

Palabra que el Señor dirigió a Jeremías:
«Ponte a la puerta del templo y proclama allí lo siguiente:
¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por esas puertas para adorar al Señor!
Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: “Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: ‘Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor’.
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.
Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, dedicado a mi nombre, y os decís: ‘Estamos salvos’, para seguir cometiendo esas abominaciones?
¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo dedicado a mi nombre? Atención, que yo lo he visto”» —oráculo del Señor—.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a. 11 (R.: 2)
R.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum.

V. Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum.

V. Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum.

V. Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte. R.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum.

V. Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R.
¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Quam dilécta tabernácula tua, Dómine virtútum.

Aleluya Sant 1, 21bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Acoged con docilidad la palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. R. In mansuetúdine suscípite ínsitum verbum, quod potest salváre ánimas vestras.

EVANGELIO Mt 13, 24-30
Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.
Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntan:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo.
Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Ángelus 23-julio-2017
El Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos: «Estos son los buenos, estos son los malos». Él nos dice que la línea de frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona, pasa por el corazón de cada uno de nosotros, es decir: todos somos pecadores. A mí se me antoja preguntaros: «quien no es pecador levante la mano». ¡Nadie! Porque todos lo somos, todos somos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos da la gracia de caminar en una vida nueva; pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, porque siempre necesitamos ser perdonados por nuestros pecados. Mirar siempre y solamente el mal que está fuera de nosotros, significa no querer reconocer el pecado que está también en nosotros.
Jesús nos enseña un modo diverso de mirar el campo del mundo, de observar la realidad. Estamos llamados a aprender los tiempos de Dios –que no son nuestros tiempos– y también la «mirada» de Dios: gracias al influjo benéfico de una trepidante espera, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede convertirse en un producto bueno. Es la realidad de la conversión. ¡Es la perspectiva de la esperanza!

S. C. Culto Divino, Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre las mujeres y el servicio al altar (15-marzo-1194).

LAS MUJERES Y EL SERVICIO DEL ALTAR
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS


Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales (1994)
Roma, 15 de marzo de 1994

Excelencia Reverendísima:

Considero conveniente comunicar a los Presidentes de las Conferencias Episcopales que próximamente será publicada en "Acta Apostolicae Sedis" una interpretación auténtica del canon 230 § 2 del Código de Derecho Canónico.

Como es sabido, con dicho canon 230 § 2 se establecía que:
«por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas; asimismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho».

Últimamente se había presentado al Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos la pregunta de si las funciones litúrgicas que, según el mencionado canon, pueden ser confiadas a los laicos, podrían ser desempeñadas igualmente por hombres y mujeres, y si entre dichas funciones también podría incluirse la de servicio al altar, en paridad con las otras funciones indicadas por el mismo canon.

En la reunión del 30 de junio de 1992, los Padres del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos examinaron la pregunta que se les había formulado:

«Entre los oficios litúrgicos que pueden ejercer los laicos, hombres o mujeres, según este canon 230, 2, ¿puede enumerarse también el del servicio al altar?».

La respuesta fue la siguiente:

«Affirmative, y según las instrucciones que dará la Sede Apostólica».

Sucesivamente el Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida el 11 de julio de 1992 al
Excmo. Mons. Vincenzo Fagiolo, Arzobispo emérito de Chieti-Vasto y Presidente del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos, confirmó tal decisión y ordenó que fuera promulgada. Lo cual será hecho próximamente.

Al comunicar a esa Conferencia Episcopal cuanto precede, siento el deber de precisar algunos aspectos del canon 230 § 2 y de su interpretación auténtica:

1) El canon 230 § 2 tiene carácter permisivo y no preceptivo: "los laicos... pueden". Por tanto, el permiso dado a este propósito por algunos Obispos, en modo alguno puede ser invocado como obligatorio para los otros Obispos.

En efecto, compete a cada Obispo en su diócesis, oído el parecer de la Conferencia Episcopal, dar un juicio ponderado sobre lo que hay que realizar para un ordenado desarrollo de la vida litúrgica en la propia diócesis.

2) La Santa Sede respeta la decisión que, por determinadas razones locales, algunos Obispos han adoptado, en base a lo previsto por el canon 230 § 2, pero al mismo tiempo, la misma Santa Sede recuerda que siempre será muy oportuno seguir la noble tradición del servicio al altar por parte de muchachos. Como es evidente, esto también ha favorecido el surgir de vocaciones sacerdotales. Por tanto, siempre existirá la obligación de continuar sosteniendo estos grupos de monaguillos.

3) Si en alguna diócesis, en base al canon 230 § 1 el Obispo permite que, por razones particulares, el servicio al altar también sea desempeñado por mujeres, esto habrá de ser explicado convenientemente a los fieles a la luz de la norma citada, haciendo también presente que dicha norma encuentra ya una amplia aplicación en el hecho de que las mujeres desempeñan muchas veces el servicio de lector en la liturgia y también pueden ser llamadas para distribuir la Santa Comunión, como ministros extraordinarios de la Eucaristía y ejercer otras funciones, como lo prevé el mismo canon 230 en el § 3.

4) Además, debe quedar claro que los mencionados servicios litúrgicos de los laicos son realizados "por encargo temporal" a juicio del Obispo, y que no se basa en un derecho de los laicos a desempeñarlos, sean éstos hombres o mujeres.

Al comunicar lo anterior, esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos cumple el mandato, recibido del Sumo Pontífice, de dar algunas instrucciones para ilustrar cuanto determina el canon 230 § 2 del Código de Derecho Canónico y la interpretación auténtica de tal canon, que será publicada próximamente.

De esta manera, los Obispos podrán cumplir mejor su misión de ser, en la propia diócesis, moderadores y promotores de la vida litúrgica, en el marco de las normas vigentes en la Iglesia universal.

En profunda comunión con todos los miembros de esa Conferencia, aprovecho gustoso la oportunidad para reiterarle mi consideración y estima en Cristo.

Antonio María Javierre,
Prefecto

Geraldo M. Agnelo,
Secretario