Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

lunes, 29 de junio de 2020

Lunes 3 agosto 2020, Lecturas Lunes XVIII semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Lunes de la XVIII semana del Tiempo Ordinario, año par (par).

PRIMERA LECTURA Jer 28, 1-17
Jananías, el Señor no te ha enviado, y tú has inducido al pueblo a una falsa confianza

Lectura del libro de Jeremías.

El mismo año, el año cuarto de Sedecías, rey de Judá, el quinto mes, Jananías, hijo de Azur, profeta de Gabaon, me dijo en el templo, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo:
«Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: “He roto el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar el ajuar del templo, que Nabucodonosor, rey de Babilonia, tomó de este lugar para llevárselo a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá, y a todos los desterrados de Judá que marcharon a Babilonia, yo mismo los haré volver a este lugar —oráculo del Señor— cuando rompa el yugo del rey de Babilonia”».
El profeta Jeremías respondió al profeta Jananías delante de los sacerdotes y de toda la gente que estaba en el templo.
Le dijo así el profeta Jeremías:
«¡Así sea; así lo haga el Señor! Que el Señor confirme la palabra que has profetizado y devuelva de Babilonia a este lugar el ajuar del templo y a todos los que están allí desterrados. Pero escucha la palabra que voy a pronunciar en tu presencia y ante toda la gente aquí reunida: Los profetas que nos precedieron a ti y a mí, desde tiempos antiguos, profetizaron a países numerosos y a reyes poderosos guerras, calamidades y pestes. Si un profeta profetizaba prosperidad, solo era reconocido como profeta auténtico enviado por el Señor cuando se cumplía su palabra».
Entonces Jananías arrancó el yugo del cuello del profeta Jeremías y lo rompió.
Después dijo Jananías a todos los presentes:
«Esto dice el Señor: “De este modo romperé del cuello de todas las naciones el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, antes de dos años”».
El profeta Jeremías se marchó.
Vino la palabra del Señor a Jeremías después de que Jananías hubo roto el yugo del cuello del profeta Jeremías.
El Señor le dijo:
«Ve y dile a Jananías: “Esto dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, pero yo haré un yugo de hierro. Porque esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: Pondré un yugo de hierro al cuello de todas estas naciones para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y se le sometan. Le entregaré hasta los animales salvajes”».
El profeta Jeremías dijo al profeta Jananías:
«Escúchame, Jananías: El Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por tanto, esto dice el Señor: “Voy a hacerte desaparecer de la tierra; este año morirás porque has predicado rebelión contra el Señor”».
Y el profeta Jananías murió aquel mismo año, el séptimo mes.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 118, 29. 43. 79. 80. 95. 102 (R.: 68b)
R.
Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V. Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu ley.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V. No quites de mi boca las palabras sinceras,
porque yo espero en tus mandamientos.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V. Vuelvan a mi los que te temen
y hacen caso de tus preceptos.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V. Sea mi corazón perfecto en tus decretos,
así no quedaré avergonzado.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V.
Los malvados me esperaban para perderme,
pero yo meditaba tus preceptos.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

V. No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido.
R. Instrúyeme, Señor, en tus decretos.
Doce me, Dómine, iustificatiónes tuas.

Aleluya Mt 4, 4b
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. R.
Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procédit de ore Dei.

EVANGELIO (ciclo A) Mt 14, 22-36
Mándame ir a ti sobre el agua
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y lo hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía 18-noviembre-2018
La barca de nuestra vida a menudo se ve zarandeada por las olas y sacudida por el viento, y cuando las aguas están en calma, pronto vuelven a agitarse. Entonces la emprendemos con las tormentas del momento, que parecen ser nuestros únicos problemas. Pero el problema no es la tormenta del momento, sino cómo navegar en la vida. El secreto de navegar bien está en invitar a Jesús a bordo. Hay que darle a él el timón de la vida para que sea él quien lleve la ruta. Solo él da vida en la muerte y esperanza en el dolor; solo él sana el corazón con el perdón y libra del miedo con la confianza. Invitemos hoy a Jesús a la barca de la vida. Igual que los discípulos, experimentaremos que con él a bordo los vientos se calman (cf. Mt 14, 32) y nunca naufragaremos. Con él a bordo nunca naufragaremos. Y solo con Jesús seremos capaces también nosotros de alentar. Hay una gran necesidad de personas que sepan consolar, pero no con palabras vacías, sino con palabras de vida, con gestos de vida. En el nombre de Jesús, se da un auténtico consuelo. Solo la presencia de Jesús devuelve las fuerzas, no las palabras de ánimo formales y obligadas. Aliéntanos, Señor: confortados por ti, confortaremos verdaderamente a los demás.

La humildad de amar y celebrar toda la riqueza del Misal romano. Jesús Valdés, 1 de junio 2020.

La humildad de amar y celebrar toda la riqueza del Misal romano.


Jesús Valdés de la Colina

Presbítero, doctor en teología

Palencia, 1 de junio 2020


Sumario

1. La humildad del servicio ministerial
2. Acomodaciones y adaptaciones del sacerdote
3. Algunos principios sobre las diversas posibilidades de celebrar y amar toda la riqueza
4. Los Tiempos Litúrgicos
5. El Ordinario de la misa
6. Diversas celebraciones
a) Propio de los santos
b) misas comunes
c) misas rituales
d) misas por diversas necesidades
e) misas votivas
f) misas de difuntos
7. Ideas finales
1. Sencillez
2. Calma
3. Delicadeza

1. La humildad del servicio ministerial

Recientemente, volvía a leer esa maravillosa joya de la historia del movimiento Litúrgico, que es el “El espíritu de la liturgia” de Guardini, y me encontraba con esas palabras: “Lo que la liturgia exige es humildad. Humildad en su aspecto de renuncia a la propia personalidad, de sacrificio de su soberanía, y en su concepto de acción o prestación, que consiste en que el individuo acepte voluntariamente toda una vida espiritual que se le ofrece fuera de él y que sobrepasa los estrechos confines de su propia vida” (R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, Cuadernos Phase n. 100, de. CPL, 2019, p. 31).

Estas sabias palabras del gran maestro de la liturgia, tan venerado, entre otros, por el papa Francisco y Benedicto XVI, nos deberían ayudar, en estos momentos de la vida de la Iglesia, a todos los sacerdotes y fieles a celebrar con amor y humildad, y en la totalidad de su riqueza, el vigente Misal romano.

El Misal romano, fruto de la gran reforma litúrgica iniciada con la Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, promulgado por San Pablo VI, y mandado revisar por san Juan Pablo II, ha cuajado en su Tertia editio -como fruto más de 30 años de experiencias positivas y deficiencias subsanadas- la “Lex orandi” de la celebración eucarística ordinaria del rito romano. Bastaría señalar la santidad de los Pontífices romanos que guiaron dicha elaboración, para acoger la riqueza de dicho Misal, con esa profunda humildad que aconsejaba Guardini ante la Liturgia de la Iglesia. El actual Misal ha culminado un proceso que realiza el gran deseo de los padres conciliares, cuando pedían que los ritos de la misa «fueran restablecidos conforme a la primitiva norma de los santos Padres» (Cf. CONC. VAT. II, Const. sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 50).

El santo papa polaco, en su última Encíclica nos suplicaba: “siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios.

(…) La obediencia a las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía. El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecúa a ellas, demuestra de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia. (…) A nadie le está permitido infravalorar el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal” (Carta enc. “Ecclesia de Eucharistia” n. 52).

El Papa Francisco, en la última Audiencia a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (14.02.2019), indicaba: “es bueno, por lo tanto, en la liturgia como en otras áreas de la vida eclesial, no acabar en polarizaciones ideológicas estériles (…). El punto de partida es, en cambio, reconocer la realidad de la liturgia sagrada, un tesoro viviente que no puede reducirse a gustos, recetas y corrientes, sino que debe ser recibido con docilidad y promovido con amor, como un alimento insustituible para el crecimiento orgánico del Pueblo de Dios. La liturgia no es "el campo del hágalo usted mismo", sino la epifanía de la comunión eclesial. Por lo tanto, en las oraciones y en los gestos resuena el "nosotros" y no el "yo"; la comunidad real, no el sujeto ideal. Cuando se añoran con nostalgia tendencias del pasado o se quieren imponer otras nuevas, existe el riesgo de anteponer la parte al todo, el "yo" al Pueblo de Dios, lo abstracto a lo concreto, la ideología a la comunión y, en la raíz, lo mundano a lo espiritual”.

Me acordaba también de unas palabras de san Josemaría, del que soy gran deudor en mi vida cristiana y sacerdotal, que recogen el espíritu sacerdotal que le animaba en la celebración: “todos los sacerdotes somos Cristo. Yo le presto al Señor mi voz, mis manos, mi cuerpo, mi alma: le doy todo. Es Él quien dice: esto es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona Christi, haciendo las veces de Cristo. El sacerdote desaparece como persona concreta: don Fulano, don Mengano o Josemaría... ¡No señor! Es Cristo” (palabras pronunciadas el 10-V-1974, cit. en J. ECHEVARRÍA, Memoria de san Josemaría, 2004, pp. 152-153).

2. Acomodaciones y adaptaciones del sacerdote

En la celebración litúrgica, los sacerdotes somos servidores de una rica Tradición, que hay que cuidar fidelísimamente, para que realmente sea contemplada como un alimento espiritual, que contiene delicados manjares de profunda elaboración y calidad. Como no somos dueños de las celebraciones, las acomodaciones y adaptaciones las realizamos en la medida en que contribuyan a dar mayor gloria a Dios, a ayudar a los participantes de la celebración, dejando en segundo plano nuestros personales criterios.

El sacerdote celebrante tiene la posibilidad de escoger en cada celebración lo que el n. 23 de la OGMR llama “acomodaciones y adaptaciones” para que “responda más plenamente a las prescripciones y al espíritu de la Sagrada Liturgia y para que crezca su eficacia pastoral”. Pero, a continuación señala: “Estas adaptaciones, que consisten solamente en la elección de algunos ritos o textos, es decir, de cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, para que respondan mejor a las necesidades, a la preparación y a la índole de los participantes, se encomiendan a cada sacerdote celebrante. Sin embargo, recuerde el sacerdote que él es servidor de la Sagrada Liturgia y que a él no le está permitido agregar, quitar o cambiar algo por su propia iniciativa [Cf. SC 22] en la celebración de la Misa” (n. 24). El subrayado es mío.

No me refiero, en este caso, a los abusos señalados con gran detalle por la SCCD, Instr. “Redemptionis Sacramentum” nn 4-10, por un “falso concepto de libertad”, “iniciativas ecuménicas” o “ignorancia” del “sentido profundo” de los elementos de la Liturgia. Me refiero sobre todo al “arbitrio personal” que lamentaba San Juan Palo II, y que explica con más detalle el n. 11 de dicha instrucción:

“El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande «para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal». [JUAN PABLO II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 52] Quien actúa contra esto, cediendo a sus propias inspiraciones, aunque sea sacerdote, atenta contra la unidad substancial del Rito romano, que se debe cuidar con decisión, y realiza acciones que de ningún modo corresponden con el hambre y la sed del Dios vivo, que el pueblo de nuestros tiempos experimenta, ni a un auténtico celo pastoral, ni sirve a la adecuada renovación litúrgica, sino que más bien defrauda el patrimonio y la herencia de los fieles. Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la «secularización»”.

Es evidente que esa postura de “arbitrio personal”, aunque tristemente se sigue dando, no es la mayoritaria hoy en día entre un clero, que procura vivir fielmente lo indicado para que las celebraciones sean una alabanza a Dios y una comunión del “Christus totus”.

Pero todos podemos caer en la tentación de un personalismo “coleccionista de antigüedades o bien de novedades” (Francisco, Homilía misa crismal, 28-marzo-2013) en la pastoral litúrgica, dando preferencia o excluyendo elementos contenidos de la OGMR o del Misal con cierta buena intención, pero que en definitiva nos pondría como juez o árbitro de algo para lo que no tenemos ese papel: sólo somos ministros, y eso es algo que debemos asumir con humildad, ante la celebración de un Misterio que nos desborda. San Josemaría le pedía “a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor” (Amar a la Iglesia, “Sacerdote para la eternidad”, 1986, p. 71).

El Misal romano vigente es, en su totalidad, y en toda su riqueza, un instrumento de santidad de toda la Iglesia y de cada uno de sus miembros, y tiene toda la pedagogía de la santidad en todos sus contenidos. Es un libro de la oración litúrgica de Iglesia, que el Espíritu Santo ha puesto para nuestra santidad: "Tu oración debe ser litúrgica. -Ojalá te aficiones a recitar los salmos, y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares" (Camino 86).

Como se ha señalado en diversas ocasiones, el Misal no es un “libro cerrado” e inamovible, como no lo fueron los anteriores. Pueden ser incorporados nuevos santos o formularios que la autoridad de la Iglesia considere conveniente para la mejor “Laus Deo” y la edificación espiritual de los fieles. Pero hemos de contemplar estas posibilidades desde el terreno del Amor: "amaremos esta liturgia nueva, como hemos amado la vieja", señalaba san Josemaría ante las primeras disposiciones de la reforma litúrgica conciliar (cfr. A. DEL PORTILLO, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, 1993, pp. 138-139).

3. Algunos principios sobre las diversas posibilidades de celebrar y amar toda la riqueza

Por todo lo que he señalado, existe una enriquecedora pluralidad de vivir, celebrar y amar ese tesoro. En las líneas siguientes reflejaré unos apuntes personales a partir de la experiencia de la celebración con las actuales disposiciones y elementos del Misal vigente. Se trata de indicar modos posibles, entre otros muchos que el Espíritu Santo puede señalar a cada uno, para alimentar la piedad litúrgica de los fieles, con toda la riqueza de textos bíblicos y eucológicos que contienen el Misal y los Leccionarios actuales.

La OGMR nos indica que el principio por el que se debe mirar en la preparación de la celebración es la “actuosa participatio” de todos: “Es, por tanto, de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de la Misa o Cena del Señor que ministros sagrados y fieles, participando cada uno según su condición, reciban de ella con más plenitud los frutos (…)

Todo esto se podrá conseguir si, mirando a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea litúrgica, toda la celebración se dispone de modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama su misma naturaleza y a la que tiene derecho y deber, el pueblo cristiano, por fuerza del bautismo” (nn. 17-18).

Siguiendo con la preparación de las celebraciones eucarísticas, la OGMR también nos indica que: “La efectiva preparación de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde y diligente según el Misal y los otros libros litúrgicos entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que se refiere al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la iglesia, y oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe. Pero el sacerdote que preside la celebración tiene siempre el derecho de disponer lo que concierne a sus competencias” (OGMR n. 111).

Pienso primero que uno de los grandes logros de la reforma litúrgica ha sido poner al alcance de todos los fieles la posibilidad de participar en la liturgia en su lengua nativa, como hicieron grandes santos a lo largo de la historia, por ejemplo san Josafat con la lengua eslava. Con la tercera edición del Misal y los nuevos leccionarios en castellano se ha llegado a una calidad y sencillez maravillosas.

Cabe añadir unas palabras sobre el conocimiento de la lengua latina. En este tema, en ocasiones se olvida la importante deuda cultural que tenemos con nuestras raíces litúrgicas latinas. Bastaría recordar a San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio, San León o san Gregorio Magno, entre otros, para entender lo que Benedicto XVI señalaba en la Ex. ap. Sacramentum caritatis, n. 62: “pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; y se ha de procurar que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia”. En la liturgia, no amar el maravilloso tesoro eucológico en lengua latina, sería como no valorar los textos griegos del Nuevo Testamento o de los Padres orientales. Evidentemente las celebraciones solemnes, en las que se utiliza esta lengua, con sus partes cantadas, con el canto gregoriano y el tesoro de la música sacra, requieren siempre una más cuidada preparación por parte de los organizadores para que refleje la belleza y esplendor de la Liturgia romana, y supone siempre el poner al alcance de los fieles que, libremente y con la formación cultural adecuada, quieran participar en esa celebración eucarística, los textos apropiados para unirse a ella con fruto.

El canto y la música siempre dan una especial solemnidad y belleza a las celebraciones y a los momentos más significativos de las mismas. Por eso se hace especialmente importante su cuidado en las celebraciones dominicales y festivas, procurando seleccionar cantos que puedan ser seguidos por la mayoría de los fieles, pues para su aprovechamiento se hace: “el que canta, reza dos veces”, sabemos que decía san Agustín. Pienso que en la celebración diaria incluso se debería cantar, al menos, el Aleluya antes del Evangelio y la aclamación después de la Consagración, para subrayar los dos momentos más solemnes de la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. Y una música que está permitida siempre es la campanilla antes de la consagración y cuando el sacerdote muestra a los fieles la hostia y el cáliz (cf. OGMR 150).

Tradicionalmente siempre se ha considerado útil para facilitar la “actuosa participatio” de los fieles poner a su disposición los textos de la misa concreta a la que asisten mediante misales de fieles, libros, libretos, folletos (como es habitual, por ejemplo, en las celebraciones papales o en el Vaticano, etc.) o aplicaciones para teléfono móvil o tablet.

Respecto a la disponibilidad al servicio litúrgico señala que “no rehúsen los fieles servir al pueblo de Dios con gozo cuando se les pida que desempeñen en la celebración algún determinado ministerio”. (n. 97); y aconseja también que “si en la Misa celebrada con el pueblo sólo asiste un ayudante, éste ejerza los diversos oficios” (n. 110).

El modo de pronunciar los textos tiene su importancia, pues se nos indica: “En los textos que han de pronunciar en voz alta y clara el sacerdote o el diácono o el lector o todos, la voz ha de corresponder a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura, oración, monición, aclamación o canto; téngase también en cuenta la clase de celebración y la solemnidad de la asamblea”. (n. 38). Al Beato Álvaro le gustaba decirnos a los sacerdotes, de manera gráfica, que cuidáramos “los puntos y las comas”.

En resumen, conviene que los sacerdotes recordemos que “la eficacia pastoral de la celebración aumentará, sin duda, si se saben elegir, dentro de lo que cabe, los textos apropiados de las lecturas, oraciones y cantos que mejor respondan a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan en el culto. (…) El sacerdote, por consiguiente, al preparar la Misa, mirará más al bien espiritual común del pueblo de Dios que a su personal inclinación” (n. 352). por eso, siempre es bueno que los sacerdotes, de vez en cuando, repasemos en la OGMR lo indicado para la Misa sin diácono (nn. 120-170), y la elección de la Misa y sus partes (nn. 352-385).

En España, dos recursos excelentes para la pastoral litúrgica son: el Libro de la sede de la Conferencia Episcopal española, en su última edición, que contiene una gran riqueza de admoniciones, oraciones de los fieles, etc. que se pueden usar en las celebraciones, o al menos servir para su preparación; y también el libro de la Oración de los fieles.

En ocasiones, la Liturgia ofrece dos o tres textos a elegir, tanto en las oraciones como en los textos bíblicos. Un modo, entre otros muchos, para ir rezando con esos textos sería optar alternativamente -por ejemplo- cada año, por uno de ellos (se podría seguir el modelo año par/impar o ciclo A/B/C, que usa en otros casos la misma liturgia).

4. Los Tiempos Litúrgicos

Lo primero que observamos al abrir el Misal es que está dividido en dos partes separadas por el Ordinario. La primera parte, el propio del tiempo, recoge la celebración del Misterio salvador de Jesucristo en sus distintos tiempos: Jesucristo es todo su contenido, y cada oración, cada texto tiene a Jesús mediador como centro y protagonista. Con este orden, parece que se ha querido señalar la primacía de Cristo sobre la segunda parte, donde además de Cristo, adquieren un papel de acompañantes los santos, o las distintas situaciones, necesidades o devociones de la Iglesia peregrina, o los difuntos.

En estos “tiempos” la Iglesia nos recuerda la presencia actual del Misterio salvador de Cristo: que viene, que nace y crece, que predica y hace milagros, que padece y muere, que resucita y sube a los cielos, y nos envía el Espíritu prometido, y que intercede a la derecha del Padre (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Ordinario). Tienen una primacía en la elección de su celebración, y -excepto el Tiempo Ordinario- tienen formularios eucológicos para cada día, con lo que la Iglesia nos está indicando la conveniencia de la oración y celebración diaria de ese misterio, porque cada día se puede señalar un maravilloso aspecto de su riqueza. En las ferias o sábados de esos tiempos la Iglesia nos puede “obligar” a hacer fiesta o memoria de María o de los santos más relevantes (fiestas y memorias obligatorias). También dispone que libremente se pueda hacer memoria de María o santos (memorias libres).

El Domingo resplandece de manera especial en esos tiempos, y la contemplación de Cristo -dies Domini- es total ese día, sin excepciones. Sólo en el Tiempo Ordinario el domingo permite una celebración solemne de María o los Santos. En esos casos, parece conveniente la celebración del Misterio de Cristo en su plenitud, que es lo propio del Tiempo Ordinario (cf. NUAL 43), en la siguiente feria libre de la semana.

El Tiempo Ordinario sólo contempla el formulario dominical (que, si el Domingo ha habido otra celebración más solemne, podría utilizarse las ferias libres de la semana). Por ello, el resto de la semana -las ferias y sábados- la Iglesia permite también los formularios de los otros Domingos del Tiempo Ordinario, las memorias libres de los santos, las misas por diversas necesidades, las misas votivas, y las de difuntos. Más adelante hablaré de estas posibilidades de la segunda parte del Misal.

5. El Ordinario de la misa

En la parte central del Misal nos encontramos el Ordinario de la Misa con sus apéndices. Señalo a continuación modos posibles de utilizar las distintas opciones que ofrece cada rito del mismo. No pretendo agotar todas las posibilidades, sino simplemente señalar algunas, fruto de la experiencia, a modo de ejemplo.

a) En los ritos iniciales de la misa, que se realizan desde la sede, hay varias formas de saludo al pueblo, después de la señal de la cruz. La fórmula trinitaria paulina puede ser, por ejemplo, la manera de saludar en las ocasiones más solemnes o los domingos; mientras que las cristológicas se pueden utilizar en las fiestas entre semana; y la más usual, y breve, los días feriales o sábados.

El acto penitencial contempla tres modos, siendo el rezo del “Yo confieso” el más habitual diariamente o en las celebraciones marianas. Los otros dos modos, más breves, podrían usarse, por ejemplo, cuando se reza o canta el Gloria. Así, el tercer modo, que recoge una admonición con el “Señor, ten piedad; Cristo ten piedad...”, es frecuente que se vaya usando más los Domingos y Solemnidades. El segundo modo, con el diálogo “Señor, ten misericordia de nosotros...” Y el “Señor ten piedad...” podría usarse, por ejemplo, las fiestas, entre semana.

b) En el ambón tiene lugar la Liturgia de la Palabra. La OGMR 59 señala: “Según la tradición, el oficio de proclamar las lecturas no es presidencial, sino ministerial. Así pues, las lecturas las proclama el lector, (...). Si no se cuenta con un diácono o con otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante lee el Evangelio; y si no se dispone de otro lector idóneo, el sacerdote celebrante proclama también las otras lecturas”.

Así pues, lo primero es elegir al lector idóneo. Este ministerio laical también subraya la importancia de la proclamación del Evangelio, reservado al ministro ordenado, sobre los otros textos bíblicos. Se puede decir que hay un paralelismo entre Liturgia de la Palabra (lector y ministro ordenado) y la Liturgia eucarística (acólito y sacerdote), pues al que representa sacramentalmente a Cristo se le reserva la proclamación del Evangelio y la Plegaria eucarística.

En cuanto a los textos bíblicos a elegir, ya la OGMR n. 358, nos indica: “En el leccionario ferial se proponen lecturas para todos los días de cualquier semana a lo largo de todo el año; por consiguiente, se tomarán ordinariamente esas lecturas en los mismos días para los que están señaladas, a no ser que coincidan con una solemnidad o fiesta, o una memoria que tenga lecturas propias del Nuevo Testamento, en las que se haga mención del Santo celebrado”. También se pueden escoger algunos textos propios en las memorias de la B. V. María.

“En ocasiones se da una forma más larga y una forma más breve de un mismo texto. En la elección entre ambas formas téngase presente un criterio pastoral” (n. 360). Muchas veces, incluso cuando los fieles tienen una cierta formación bíblica, bastará la forma breve, que suele contener lo más importante del pasaje, en el caso de que no sea oportuno alargar la celebración.

La homilía es obligatoria los días de precepto. Si está bien preparada, no hace falta que se alargue demasiado (10 minutos siempre ha sido una buena medida para no cansar, algunos hablan también de 7 minutos). El silencio siempre hay que hacerlo después de la proclamación del Evangelio, o de la homilía si la hay.

En la proclamación del Símbolo (Credo), en Pascua se suele recitar el bautismal, o Símbolo apostólico (más breve).

Para la Oración de los fieles suele haber libros adecuados con formularios según los tiempos litúrgicos o el tipo de celebración (rituales, diversas necesidades, difuntos). El mismo Misal y la OGMR contemplan un esquema de peticiones que pueden guiar en la preparación. En cuanto a su lectura normalmente la empieza y acaba el celebrante, y las peticiones las hace el lector (cf. OGMR 71), o el mismo sacerdote.

c) En la Liturgia eucarística, el altar pasa a ser el “centro” (cf. OGMR 73) de toda la celebración, sobre él sólo están la Cruz y los candelabros (a no ser que estén de pie junto al altar, cf. OGMR 117 y 307-308), y en la presentación de las ofrendas el acólito va acercando, desde la credencia, el Misal, el cáliz y la patena, el copón, las vinajeras y el lavabo. Si no hay ayudante, según las características del lugar, en ocasiones cabe disponer una mesita digna como credencia a la derecha del altar, donde están al principio de la liturgia eucarística todos los objetos litúrgicos. Así el altar está vacío antes de la ofrenda (cf. OGMR 306), y el sacerdote no tiene que alejarse excesivamente del mismo, y con ello también se facilita que los manteles del altar estén siempre limpios, al evitar que caigan gotas sobre ellos.

En la presentación de las ofrendas el sacerdote dice las fórmulas de bendición -distintas para el pan y el vino- en secreto, pudiendo hacerlo en voz alta si no hay canto o música de órgano (no es obligatorio decirlas en voz alta). El lavabo es sobre todo un signo externo de la purificación interior -las palabras que pronuncia el sacerdote en secreto son las del salmo 51 (50), 4-, tan necesaria al celebrante antes de la Plegaria eucarística (cf. OGMR 76).

Comienza la Plegaria eucarística con el Prefacio, en el que “el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, festividad o tiempo litúrgico” (OGMR 79). El rito romano siempre ha estado enriquecido por muchos prefacios, previstos fundamentalmente en el comienzo de las Plegarias I y III y, en algunos casos, en la II, de acuerdo con la celebración litúrgica de esa misa. Las Plegarias eucarísticas son fundamentalmente cuatro:

- I o Canon Romano. Ha sido durante siglos la única del rito romano. Su origen entronca con los santos Padres de Occidente, y es una de nuestras grandes joyas de la liturgia por su riqueza teológica, donde se muestra con claridad el sacerdocio eterno de Cristo y el carácter sacrificial de su oblación salvadora, que se hace presente en la Eucaristía. Aunque sea más extensa que otras, la verdad es que, recitada pausadamente, no suele alargar más de 1 o 2 minutos la celebración. El misal permite omitir algunos de sus textos, que están entre paréntesis.

- II. Está inspirada también en la liturgia romana antigua. Es la plegaria más breve, y su uso se aconseja los días feriales entre semana, y tiene un inciso en el que se puede nombrar a los difuntos por quienes se ofrece la misa. Cuenta con su prefacio, que se puede sustituir por otros, especialmente los que contienen resumido el misterio de la salvación, por ejemplo los comunes (cf. OGMR 365). Hay otros prefacios que también aluden a la salvación y, por eso, también resultan apropiados para esta plegaria: son los propios de otros tiempos litúrgicos como Pascua, Adviento, Navidad, Epifanía, I y II de Cuaresma, Pasión, Dominicales, Eucaristía y algunos de difuntos.

- III. Sigue también el modelo romano, haciendo más hincapié en la acción del Espíritu Santo, resaltando de manera especial los dos momentos epicléticos. Es una plegaria también para ser usada los domingos, como el canon romano, y especialmente indicada para las solemnidades y fiestas de los santos, a los que se puede nombrar expresamente, que no están incluidos en la plegaria I. Tiene un inciso amplio para la mención de los difuntos, que la hace muy apropiada en las misas de exequias, aniversarios, y demás celebraciones por los fieles difuntos.

- IV. Es la menos romana de las cuatro, pero se ha querido conservar la estructura propia de este rito. Tiene un prefacio único, por lo que no se puede usar cuando hay un prefacio propio, y sólo se puede usar los domingos en el tiempo Ordinario. Por lo demás, contiene un texto eucológico sobre los grandes momentos de la historia de la salvación de una gran riqueza, que la hace apropiada para cualquier tiempo. Se acomoda muy bien a las celebraciones de los sábados, cuando se celebra a la B.V. María, por su mención expresa en el misterio de la Encarnación.

El misal ha querido añadir 6 plegarias eucarísticas más que se pueden utilizar en ciertas misas expresamente indicadas. La I y II de la Reconciliación están señaladas para misas de carácter penitencial, por eso se pueden utilizar en Adviento, Cuaresma y Témporas, y cuando se utilizan los formularios de misas señalados en su preámbulo. Las 4 plegarias que se pueden usar en las misas por diversas necesidades, tienen también indicado en las rúbricas, que anteceden a cada una, los formularios de misas más apropiados para su uso específico. Habría que añadir las 3 plegarias de las misas con niños, que sólo pueden utilizarse en esas celebraciones (Sobre estas 9 plegarias cfr. J. A. GOÑI, Las nuevas plegarias eucarísticas inscritas en el “Misal Romano”, Cuadernos Phase 240, de. CPL, 2017).

Una experiencia compartida es que enriquece mucho la piedad el uso de todas las plegarias, pues “todas son bellísimas” (Papa Francisco, Audiencia general, 7-marzo-2018), y las cuatro primeras, aunque tienen sus días más aconsejados, se pueden usar todos los días, teniendo en cuenta que la II tiene que usarse con su prefacio u otros más adecuados, y la IV sólo puede usarse cuando no hay un prefacio propio y los domingos sólo en el tiempo Ordinario. Las otras plegarias se pueden utilizar en las misas indicadas para cada una. Y cuando dice el Misal que se puede, es que hay algo que la piedad puede aprender de ellas.

Del rito de la comunión, cabría comenzar señalando que los domingos y, por supuesto, en las celebraciones solemnes, el Padre nuestro se puede cantar: es la oración dominical. Sobre el rito de la paz ya la Santa Sede (Carta circular 7-junio-2014) ha recordado expresamente el modo de vivirlo. Al ser un gesto que significa la fraternidad en la Iglesia, se podría invitar a dar la paz por lo menos los domingos y días de precepto. Por último, cabe recordar que los fieles tienen toda la libertad en los modos autorizados de recibir la comunión, y lógicamente los sacerdotes respetan ese uso legítimo de la libertad.

d) Concluida la liturgia eucarística con la oración después de la comunión, tiene lugar el rito de conclusión, donde –cuando sea necesario– se puede dar algún aviso breve e importante para los fieles, y a continuación se imparte la Bendición, a la que algunos días precede una fórmula más solemne, o una oración sobre el pueblo.

6. Diversas celebraciones

La segunda parte del Misal, después del Ordinario, recoge el propio de los santos y formularios para diversas celebraciones. El orden ya nos indica la importancia litúrgica de su celebración: los santos, las misas rituales, las oraciones y misas por diversas necesidades, las misas votivas y las misas de difuntos. Pero siempre la primera parte del Misal, el propio del tiempo (el misterio de Cristo), prevalece e influye en el modo de celebrar lo recogido en esta segunda parte (los santos, las celebraciones de la Iglesia peregrina y los difuntos).

a) Propio de los santos

Sigue el orden de los días de cada mes del año, señalando su prevalencia por el grado de cada celebración en la Iglesia universal: solemnidad, fiesta, memoria obligatoria y memoria libre. Este grado puede variar en los calendarios propios de las iglesias locales y equiparadas, o en los de los institutos de vida consagrada. Por eso, al elegir la celebración del día, se sigue lo señalado en el calendario propio. Sólo los domingos del tiempo Ordinario ceden ante una solemnidad universal o particular de los santos, o de una fiesta del Señor (Presentación, Transfiguración, Santa Cruz), en los domingos de los demás tiempos se trasladan al día siguiente libre.

Por esa importancia de los tiempos -misterio de Cristo- sobre los santos, en las ferias de Cuaresma, o del 17 al 24 de diciembre en Adviento, o en la octava de Navidad, quizá resulta más apropiado hacer la conmemoración de algún santo, si este tiene alguna relevancia local, rezando exclusivamente la oración colecta de dicha memoria, como está previsto. Por el mismo motivo las demás ferias de Adviento, las de Navidad y Pascua, que tienen previsto su formulario para cada día, pueden ceder su celebración a una memoria libre cuando tiene una relevancia para la iglesia o comunidad local. Así, si se celebra una memoria libre, habría que escoger de la memoria sólo los textos eucológicos propios, y el resto de los textos se tomarían de la feria del tiempo litúrgico. El Misal parece hacer una excepción con la memoria de la B. V. María, pues tiene textos comunes para cada tiempo litúrgico, excepto Cuaresma, y lo mismo con los mártires en tiempo Pascual, que tienen también formularios comunes previstos.

Distinto planteamiento parece dar el Misal al tiempo Ordinario, pues sólo contempla como formulario propio del tiempo el Domingo. Resulta muy conveniente la celebración de las memorias libres de los santos, pues la gran variedad de los santos muestra la belleza de la Iglesia. Si coinciden dos o tres memorias libres, se pueden alternar cada año, teniendo en cuenta que prevalece la celebración local, sobre las otras. En este caso la riqueza eucológica del misal permite completar los formularios con los textos previstos en las misas comunes. Hay que añadir que se puede celebrar como memoria libre a cualquier santo o beato incluido en el Martirologio de ese día, cuando tiene una relevancia para los fieles que participan.

Siempre se ha tenido es especial consideración la memoria libre de la B. V. María “en sábado” (cf. OGMR 378), en el tiempo ordinario. Por eso el Misal recoge 8 formularios en las misas comunes, con gran variedad y riqueza de piedad mariana, que se pueden utilizar sucesivamente cada sábado; además, se pueden usar las 3 misas votivas de la B. V. María -Madre de la Iglesia, Reina de los apóstoles y santísimo Nombre- y también los formularios del Misal de las misas de la B. V. María.

b) misas comunes

Recogen los formularios para las celebraciones del calendario de la iglesia en que se celebra -o los incluidos en el Martirologio del día-, que no tienen textos eucológicos propios, o si los tienen, para completarlos, aunque en las memorias se pueden completar con la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión de las ferias del respectivo tiempo litúrgico (cf. Misal romano, misas comunes, n. 1). Esto puede ser lo más indicado en las ferias de Adviento anteriores al 17 de diciembre, en las de Navidad después de las octavas y en Pascua, pues estos tiempos tienen oraciones previstas para cada día. En el tiempo Ordinario, que sólo existe el formulario dominical, se puede enriquecer la piedad con el uso de la gran variedad de textos de las misas comunes.

c) misas rituales

Estos formularios se utilizan en las celebraciones indicadas para cada uno, siempre que lo permita el tiempo litúrgico de ese día. Pero esos textos siempre son una gran riqueza de por vida para la oración de los que han sido protagonistas de esas celebraciones.

d) misas por diversas necesidades

“Las Misas por diversas necesidades, se escogen en ciertas circunstancias que se dan, bien ocasionalmente, bien en tiempos determinados. De entre ellas, la autoridad competente puede escoger las diversas súplicas que la Conferencia de los Obispos establecerá a lo largo del año” (OGMR 373). Entre ellas se escogen normalmente la misa por el Papa, en el aniversario de su elección, por el Obispo, en el aniversario de la ordenación; por la unidad de los cristianos en su octavario; y en días cercanos al comienzo año civil, y a Jornadas universales o nacionales por la paz, vida consagrada, enfermos, hambre, vocaciones a las sagradas órdenes, apostolado seglar, sacerdotes, migraciones, evangelización de los pueblos, Iglesia particular, pobres. También hay circunstancias, siempre presentes en la vida de la Iglesia, por las que determinados formularios valen en cualquier feria del tiempo ordinario: por la Iglesia, la familia, la santificación del trabajo, los enfermos, por la reconciliación, el perdón de los pecados o cuando hay un motivo o fecha de acción de gracias.

e) misas votivas

“Las Misas votivas de los misterios del Señor o en honor de la bienaventurada Virgen María o de los Ángeles o de algún Santo o de todos los santos se pueden celebrar para fomentar la piedad de los fieles en las ferias del tiempo ordinario, aunque coincidan con una memoria libre” (OGMR 375). Tradicionalmente la piedad popular ha ligado algunas de ellas a determinadas devociones de un día de entre semana: Santísima Trinidad (lunes), santos ángeles (martes), san José (miércoles), santísima Eucaristía (jueves), santa Cruz (viernes), B. V. María (sábados). Las otras votivas se suelen celebrar en determinadas ocasiones, por ejemplo, la del Espíritu Santo, que tiene 3 formularios, además de por devoción, al comienzo de una actividad implorando su asistencia; la del sagrado Corazón de Jesús los primeros viernes de mes no impedidos, la Preciosísima Sangre el 1 de julio o cerca. La última añadida ha sido la de la Misericordia de Dios, que se celebra en un contexto de alabanza y devoción por el amor extremo de Dios por los hombres, de petición humilde, o de súplica de perdón, con carácter penitencial.

La OGMR 347 indica: “en las Misas por diversas necesidades (se emplea) el color propio del día o del tiempo, o el color morado, si expresan índole penitencial (...); y en las Misas votivas, el color conveniente a la Misa elegida o el color propio del día o del tiempo”. Se ha ido generalizando el uso del color del tiempo litúrgico en estas misas. Muchas de las misas por diversas necesidades o votivas aparecen en las recomendaciones para el uso en las dos plegarias eucarísticas de reconciliación o en las cuatro por diversas necesidades. El mismo uso de esas plegarias, por ejemplo una vez cada una o dos semanas, pueden ayudar a ir distribuyendo esos formularios en las ferias libres del tiempo ordinario, alternando votivas y por diversas necesidades; o también se pueden elegir según la enseñanza de las lecturas bíblicas.

En fin, que los días libres entre semana del tiempo Ordinario, que no hay una celebración obligada, el mismo orden del misal puede ser indicativo: si no se ha celebrado el Domingo, la primera feria libre nos llevaría a celebrar el misterio de Cristo con el formulario dominical, luego irían las memorias libres de los santos y, por último, una misa por diversas necesidades o una votiva, pero sin reglas excesivamente fijas, pues la caridad pastoral nos dictará qué es lo más conveniente cada día para la piedad de los fieles. Es bueno tener previsto en el calendario (cuánto nos ha ayudado en esto, a muchos, durante años el calendario de Farnés, o la experiencia de muchos sacerdotes), especialmente en los días libres del tiempo Ordinario, con una pequeña anotación, el formulario de la misa que vamos a celebrar, de tal manera que podamos dar una rica variedad a la piedad eucarística diaria, aunque siempre un nuevo motivo pastoral nos puede indicar una modificación a ese plan.

f) misas de difuntos

Las principales misas de Difuntos, al igual que las rituales, tienen indicado el momento de su celebración: exequias, aniversarios; y también las oraciones apropiadas: Papa, obispo, sacerdote, etc. Pero, además, la OGMR señala: “Otras Misas de difuntos, o Misas «cotidianas», se pueden celebrar en las ferias del tiempo ordinario en que cae alguna memoria libre o se celebra el Oficio de la feria, con tal que realmente se apliquen por los difuntos” (n. 381). En determinadas comunidades eclesiales se ha venido generalizando el celebrar, por ejemplo, una vez al mes, la misa por los difuntos. El misal parece prever esa frecuente devoción o necesidad de los fieles, al recoger hasta 9 formularios eucológicos en las diversas conmemoraciones por varios o todos los difuntos. En el mes de noviembre se puede añadir alguna celebración más por los difuntos más propios de la comunidad local, por ejemplo usando el formulario “Por los hermanos, parientes y bienhechores”, u otro adecuado.

7. Ideas finales

Quisiera acabar estas reflexiones señalando 3 manifestaciones del amor a la celebración eucarística, inspiradas en las enseñanzas de san Josemaría:

1. Sencillez: “volvamos a la sencillez de los primeros cristianos” indicaba al hablar de la celebración litúrgica (cf. San Josemaría, Instrucción, 9-I-1935, n. 254, cit por F. M. AROCENA en Diccionario de san Josemaría, voz “Liturgia: visión general”.); y escribía en Camino (n. 543): "Me viste celebrar la Santa Misa sobre un altar desnudo -mesa y ara- sin retablo. El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos en falta. -Y te costó trabajo salir del oratorio: se estaba bien allí. ¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios el rigor de la liturgia?".

2. Calma: también aquí otra cita de san Josemaría (Camino n. 530): "¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?". Eso no quiere decir que alarguemos innecesariamente las celebraciones. Los fieles que asisten a una celebración entre semana suelen contar con media hora, o menos, en su apretada jornada laboral. Se puede hacer una celebración pausada de esta duración, por ejemplo si usamos una plegaria más larga, rezando un acto penitencial más breve; o si las lecturas son amplias, se puede usar la plegaria II o III, etc.

3. Delicadeza: "A las personas que ponen amor en todo lo que se refiere al culto, que hacen que las iglesias estén digna y decorosamente conservadas y limpias, los altares resplandecientes, los ornamentos sagrados pulcros y cuidados, Dios las mirará con especial cariño, y les pasará más fácilmente por alto sus flaquezas, porque demuestran en esos detalles que creen y aman" (San Josemaría Escrivá, Instrucción, 9-I-1935, n. 253, nt. 167, cit. por J. A. ABAD en Diccionario de san Josemaría, voz “Liturgia y vida espiritual”).

Pido, por último a nuestra Madre que “así como estuviste junto a tu dulcísimo Hijo, clavado en la cruz, también te dignes estar con clemencia junto a mí miserable pecador, y junto a todos los sacerdotes que aquí y en toda la santa Iglesia van a celebrar hoy, para que, ayudados con tu gracia, ofrezcamos una hostia digna y aceptable en la presencia de la suma y única Trinidad. Amén” (Oraciones "ad libitum" de preparación de la Misa, en apéndice del Misal Romano).

domingo, 28 de junio de 2020

Domingo 2 agosto 2020, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

SOBRE LITURGIA

CONGREGACIÓN PARA EL CLERO
El Don de la vocación presbiteral
(8-Diciembre-2016)
Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis

e) Los profesores

140. Los profesores de los Seminarios sean nombrados por el Obispo o, en el caso de los Seminarios interdiocesanos, por los Obispos interesados, después de haber consultado, si lo consideran conveniente, al Rector y al colegio de los profesores. Este encargo, en razón de la responsabilidad formativa que comporta (225), requiere un verdadero y propio mandato. Los docentes y los seminaristas deben adherirse con plena fidelidad a la Palabra de Dios, consignada en la Escritura, transmitida en la Tradición y auténticamente interpretada por el Magisterio. Aprendan el sentido vivo de la Tradición de las obras de los Santos Padres y de los otros Doctores que en la Iglesia son tenidos en gran estima.

141. La formación intelectual de los candidatos está bajo la responsabilidad del Rector y del equipo formador. Con la eventual presencia del “coordinador de la dimensión intelectual”, los formadores garantizarán la colaboración y los encuentros regulares con los profesores y con otros expertos para tratar cuestiones relativas a la enseñanza, con el fin de favorecer, con mayor eficacia, la formación integral de los seminaristas. Los profesores se ocupen del buen desempeño de los estudios de cada seminarista. La dedicación de los seminaristas al trabajo intelectual personal, en todas las asignaturas, debe ser considerada un criterio de discernimiento vocacional y una condición para el crecimiento gradual en la fidelidad a las responsabilidades ministeriales del futuro.

142. En el cumplimiento de su deber, los profesores se consideren parte de una única comunidad docente (226) y verdaderos educadores (227); procuren guiar a los seminaristas hacia la unidad del saber, que encuentra su plenitud en Cristo, Camino, Verdad y Vida (228).

La síntesis de conocimientos, exigida al seminarista, abrace todos los demás ámbitos que se refieren a la vida sacerdotal, además del científico. Los profesores, compartiendo y secundando el proyecto formativo del Seminario en lo que les compete; estimulen y ayuden a los seminaristas a progresar, tanto en el ámbito del conocimiento y de la investigación científica, como en la vida espiritual.

143. El número de profesores debe ser suficiente y proporcionado a las exigencias didácticas y al número de seminaristas. Es preferible que la mayoría del cuerpo docente sea constituido por presbíteros, que también puedan garantizar una aproximación pastoral a su materia, refiriéndose directamente a la experiencia personal. Estas indicaciones hallan su motivación en el hecho de que los maestros no solo transmiten nociones, sino que contribuyen a “engendrar” y formar nuevos sacerdotes (229).

En algunas situaciones podrá considerarse conveniente la contribución educativa de miembros de Institutos de vida consagrada, de Sociedades de Vida Apostólica o de laicos. Más allá de la diversidad de la vocación, cada docente presente a los seminaristas un conocimiento del propio carisma, garantice el sentido de su pertenencia a la Iglesia y ofrezca un coherente testimonio de vida evangélica.

144. Los profesores deben poseer el título académico pertinente (230): para las ciencias sagradas y la filosofía, se requiere al menos una licencia o el título equivalente; para las otras disciplinas, los grados académicos correspondientes. Dotados de experiencia y capacidad en el ámbito pedagógico, los docentes han de tener un conocimiento conveniente de las disciplinas afines a la que enseñan (231).

f) Los especialistas

145. Varios especialistas pueden ser invitados a ofrecer su contribución, por ejemplo, en el ámbito médico, pedagógico, artístico, ecológico, administrativo y en el uso de los medios de comunicación.

146. En el itinerario formativo para el presbiterado, la presencia y la aportación de los especialistas en determinadas disciplinas es útil por su calidad profesional y por la ayuda que pueden ofrecer, cuando las situaciones particulares lo requieran. En la selección de los especialistas, además de sus cualidades humanas y de su competencia específica, se debe tener en cuenta su perfil como creyentes (232). Los seminaristas adviertan y consideren su presencia no como una imposición, sino como el ofrecimiento de una ayuda valiosa y cualificada para sus eventuales necesidades. Cada especialista debe limitarse a intervenir en el campo que le es propio, sin pronunciarse sobre la idoneidad de los seminaristas para el sacerdocio.

147. La aportación de los psicólogos es valiosa, tanto para los formadores como para los seminaristas, principalmente en dos momentos: en la valoración de la personalidad, expresando una opinión sobre el estado de salud psíquica del candidato; y en el acompañamiento terapéutico, para iluminar eventuales problemáticas y ayudarlo en el desarrollo de la madurez humana (233). Algunas normas a tener en cuenta en el uso de esta ciencia serán presentadas en el capítulo VIII.

(225) Cfr. Pastores dabo vobis, n. 67: AAS 84 (1992), 774-775.
(226) Cfr. ibid., n. 67: AAS 84 (1992), 774-775.
(227) Cfr. Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, n. 46: Enchiridion Vaticanum 13 (1996), 3229-3232.
(228) Cfr. ibid.
(229) Cfr. Optatam totius, n. 5: AAS 58 (1966), 716-717; Directrices sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, n. 27: Enchiridion Vaticanum 13 (1996), 3196-3197.
(230) Cfr. C.I.C., can. 253, § 1.
(231) Cfr. Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, n. 62: Enchiridion Vaticanum 13 (1996), 3256.
(232) Cfr. ibid., n. 64: Enchiridion Vaticanum 13 (1996), 3258.
(233) Cfr. Orientaciones para la utilización de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio: Enchiridion Vaticanum 25 (2011), 1239-1289.


TEXTOS MISA

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Monición de entrada
Año A

Cada domingo el Señor multiplica el pan de la eucaristía para alimentar a su Iglesia. Todos somos convocados a la mesa del pan y la palabra. Venimos dispuestos a partir el pan en la eucaristía y a repartirlo fuera en el servicio de la caridad. Celebremos agradecidos a Cristo, pan vivo para la vida del mundo.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- Tú, que te compadeces de los hambrientos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que nos das nuestro pan de cada día: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, pan que nos das hartura para siempre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Is 55, 1-3
Venid y comed

Lectura del profeta Isaías.

Esto dice el Señor:
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero:
comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche.
¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad vuestro oído, venid a mí:
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros una alianza perpetua, las misericordias firmes hechas a David».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 144, 8-9. 15-16. 17-18
R.
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
Apéris tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
Apéris tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
Apéris tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

V. El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.
Apéris tu manum tuam, Dómine, et sátias nos.

SEGUNDA LECTURA Rom 8. 35. 37-39
Ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 4, 4b
Aleluya, aleluya, aleluya.
V.
No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. R.
Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procédit de ore Dei.

EVANGELIO Mt 14, 13-21
Comieron todos y se saciaron
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto.
Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
AUDIENCIA GENERAL. Miércoles 17 de agosto de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy queremos reflexionar sobre el milagro de la multiplicación de los panes. Al inicio de la narración que hace Mateo (cf. Mt 14, 13-21), Jesús acaba de recibir la noticia de la muerte de Juan Bautista, y con una barca cruza el lago en busca de «un lugar solitario» (v. 13). La gente lo descubre y le precede a pie de manera que «al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (v. 14). Así era Jesús: siempre con la compasión, siempre pensando en los demás. Impresiona la determinación de la gente, que teme ser dejada sola, como abandonada. Muerto Juan Bautista, profeta carismático, se encomienda a Jesús, del cual el mismo Juan había dicho: «aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo» (Mt 3, 11). Así la muchedumbre le sigue por todas partes, para escucharle y para llevarle a los enfermos. Y viendo esto Jesús se conmueve. Jesús no es frío, no tiene un corazón frío. Jesús es capaz de conmoverse. Por una parte, Él se siente ligado a esta muchedumbre y no quiere que se vaya; por otra, necesita momentos de soledad, de oración, con el Padre. Muchas veces pasa la noche orando con su Padre.
Aquel día, entonces, el Maestro se dedicó a la gente. Su compasión no es un vago sentimiento; muestra en cambio toda la fuerza de su voluntad de estar cerca de nosotros y de salvarnos. Jesús nos ama mucho, y quiere estar con nosotros.
Según llega la tarde, Jesús se preocupa de dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas y cuida de cuantos le siguen. Y quiere hacer participes de esto a sus discípulos. Efectivamente les dice: «dadles vosotros de comer» (v. 16). Y les demostró que los pocos panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por toda aquella gente. Jesús cumple un milagro, pero es el milagro de la fe, de la oración, suscitado por la compasión y el amor. Así Jesús «partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente» (v. 19). El Señor resuelve las necesidades de los hombres, pero desea que cada uno de nosotros sea partícipe concretamente de su compasión.
Ahora detengámonos en el gesto de bendición de Jesús: Él «tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, y partiendo los panes se los dio» (v. 19). Como se observa, son los mismos signos que Jesús realizó en la Última Cena; y son también los mismos que cada sacerdote realiza cuando celebra la Santa Eucaristía. La comunidad cristiana nace y renace continuamente de esta comunión eucarística.
Por ello, vivir la comunión con Cristo es otra cosa distinta a permanecer pasivos y ajenos a la vida cotidiana; por el contrario, nos introduce cada vez más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles la señal concreta de la misericordia y de la atención de Cristo. Mientras nos nutre de Cristo, la Eucaristía que celebramos nos transforma poco a poco también a nosotros en cuerpo de Cristo y nutrimento espiritual para los hermanos. Jesús quiere llegar a todos, para llevar a todos el amor de Dios. Por ello convierte a cada creyente en servidor de la misericordia. Jesús ha visto a la muchedumbre, ha sentido compasión por ella y ha multiplicado los panes; así hace lo mismo con la Eucaristía. Y nosotros, creyentes que recibimos este pan eucarístico, estamos empujados por Jesús a llevar este servicio a los demás, con su misma compasión. Este es el camino.
La narración de la multiplicación de los panes y de los peces se concluye con la constatación de que todos se han saciado y con la recogida de los pedazos sobrantes (cfr v. 20). Cuando Jesús con su compasión y su amor nos da una gracia, nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, no hace las cosas a medias, sino completamente. Como ha ocurrido aquí: todos se han saciado. Jesús llena nuestro corazón y nuestra vida de su amor, de su perdón, de su compasión. Jesús, por lo tanto, ha permitido a sus discípulos seguir su orden. De esta manera ellos conocen la vía que hay que recorrer: dar de comer al pueblo y tenerlo unido; es decir, estar al servicio de la vida y de la comunión. Invoquemos al Señor, para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de comunión en la propia familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos de pertenencia, una señal visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en soledad o con necesidad, para que descienda la comunión y la paz entre los hombres y la comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es la vida para todos.
ÁNGELUS. Domingo 3 de agosto de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Mt 14, 13-21). Jesús lo realizó en el lago de Galilea, en un sitio aislado donde se había retirado con sus discípulos tras enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero muchas personas lo siguieron y lo encontraron; y Jesús, al verlas, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Los discípulos, preocupados por la hora avanzada, le sugirieron que despidiese a la multitud para que pudiesen ir a los poblados a comprar algo para comer. Pero Jesús, tranquilamente, respondió: "Dadles vosotros de comer" (Mt 14, 16); y haciendo que le acercasen cinco panes y dos peces, los bendijo, y comenzó a repartirlos y a darlos a los discípulos, que los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso sobró.
En este hecho podemos percibir tres mensajes. El primero es la compasión. Ante la multitud que lo seguía y –por decirlo así– "no lo dejaba en paz", Jesús no reacciona con irritación, no dice: "Esta gente me molesta". No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión –lo que siente Jesús– no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarla sobre sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros. Y la señal de esta compasión son las numerosas curaciones que hizo. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a menudo de los pobres. Pero cuando hablamos de los pobres, ¿nos damos cuenta de que ese hombre, esa mujer, esos niños no tienen lo necesario para vivir? Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de tener medicinas... Incluso que los niños no tienen la posibilidad de ir a la escuela. Por ello, nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. El primero es la compasión, lo que sentía Jesús, el segundo es el compartir. Es útil confrontar la reacción de los discípulos, ante la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son distintas. Los discípulos piensan que es mejor despedirla, para que puedan ir a buscar el alimento. Jesús, en cambio, dice: dadles vosotros de comer. Dos reacciones distintas, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan según el mundo, para el cual cada uno debe pensar en sí mismo; razonan como si dijesen: "Arreglaos vosotros mismos". Jesús razona según la lógica de Dios, que es la de compartir. Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los hermanos necesitados. Y este mirar hacia otra parte es un modo educado de decir, con guante blanco, "arreglaos solos". Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si hubiese despedido a la multitud, muchas personas hubiesen quedado sin comer. En cambio, esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. ¡Y atención! No es magia, es un "signo": un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, quien no hace faltar "nuestro pan de cada día", si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.
Compasión, compartir. Y el tercer mensaje: el prodigio de los panes prenuncia la Eucaristía. Se lo ve en el gesto de Jesús que "lo bendijo" (v. 19) antes de partir los panes y distribuirlos a la gente. Es el mismo gesto que Jesús realizará en la última Cena, cuando instituirá el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, entregándose al Padre por amor a nosotros. Y nosotros tenemos que ir a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, es decir, la compasión y la voluntad de compartir. Quien va a la Eucaristía sin tener compasión hacia los necesitados y sin compartir, no está bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos conduce a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque parte de Dios Padre y vuelve a Él. Que la Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS. Castelgandolfo, Domingo 31 de julio de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo describe el milagro de la multiplicación de los panes, que Jesús realiza para una multitud de personas que lo seguían para escucharlo y ser curados de diversas enfermedades (cf. Mt 14, 14). Al atardecer, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud, para que puedan ir a comer. Pero el Señor tiene en mente otra cosa: "Dadles vosotros de comer" (Mt 14, 16). Ellos, sin embargo, no tienen "más que cinco panes y dos peces". Jesús entonces realiza un gesto que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía: "Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos se los dieron a la gente" (Mt 14, 19). El milagro consiste en compartir fraternamente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran, hasta llenar doce canastos. El Señor invita a los discípulos a que sean ellos quienes distribuyan el pan a la multitud; de este modo los instruye y los prepara para la futura misión apostólica: en efecto, deberán llevar a todos el alimento de la Palabra de vida y del Sacramento.
En este signo prodigioso se entrelazan la encarnación de Dios y la obra de la redención. Jesús, de hecho, "baja" de la barca para encontrar a los hombres. San Máximo el Confesor afirma que el Verbo de Dios "se dignó, por amor nuestro, hacerse presente en la carne, derivada de nosotros y conforme a nosotros, menos en el pecado, y exponernos la enseñanza con palabras y ejemplos convenientes a nosotros" (Ambiguum 33: PG 91, 1285 C). El Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión hacia la gente. Esto nos lleva a pensar en tantos hermanos y hermanas que en estos días, en el Cuerno de África, sufren las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por la guerra y por la falta de instituciones sólidas. Cristo está atento a la necesidad material, pero quiere dar algo más, porque el hombre siempre "tiene hambre de algo más, necesita algo más" (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 315). En el pan de Cristo está presente el amor de Dios; en el encuentro con él "nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el "pan del cielo"" (ib., p. 316). Queridos amigos, "en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo" (Sacramentum caritatis, 88). Nos lo testimonia también san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de quien hoy la Iglesia hace memoria. En efecto, Ignacio eligió vivir "buscando a Dios en todas las cosas, y amándolo en todas las criaturas" (cf. Constituciones de la Compañía de Jesús, III, 1, 26). Confiemos a la Virgen María nuestra oración, para que abra nuestro corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”
2828
"Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
"A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios" (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2Co 8, 1-15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
"Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita" (San Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día".
"La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación" (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
"El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo 'mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial'" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
El milagro de la multiplicación de los panes prefigura la Eucaristía
1335
Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14, 13-21; Mt 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo.
Los frutos de la comunión
1391
La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57):
"Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo" (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a - b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1Co 11, 26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio" (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él:
"Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo… y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios" (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28, 16 - 19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1Co 12, 13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Co 10, 16-17):
"Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero" (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25, 40):
"Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso" (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Co 27, 4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de este misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26, 13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja… en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844, 3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844, 4).


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos a Dios Padre. El está cerca de los que lo invocan.
- Para que mande operarios a su mies y ministros a su Iglesia. Roguemos al Señor.
- Para que los gobernantes procuren tenazmente una mejor distribución de la riqueza. Roguemos al Señor.
- Para que los que se sienten insatisfechos experimenten el hambre por el verdadero pan que sacia plenamente. Roguemos al Señor.
- Para que los cristianos descubramos los valores que encierra la misa dominical: la reunión fraternal, la participación de todos, la palabra, el banquete. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, tú eres bueno con todos, cariñoso con todas tus criaturas. Abre tu mano y sácianos con tus favores. Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Juan Pablo II, Alocución a los sacerdotes, religiosas y laicado católico en Cassino, Italia (20-septiembre-1980).

VISITA PASTORAL A MONTECASSINO Y CASSINO
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSAS Y LAICADO CATÓLICO DE CASSINO

Sábado 20 de septiembre de 1980

Queridísimos sacerdotes, 
religiosos y religiosas, 
y queridísimos responsables del laicado católico:


Me habría quedado remordimiento en el corazón si en esta grata ocasión del año jubilar de San Benito, no hubiese reservado un momento de mi visita totalmente para vosotros que sois los artífices. inspiradores y responsables de la animación cristiana del Pueblo de Dios que se halla en esta tierra de Cassino, tan hondamente marcada por el recuerdo y la protección del Patriarca de Occidente.

1. Primero de todo deseo agradeceros el gozo que me proporcionáis al saberos y veros animados de profundo espíritu de fe en Cristo Nuestro Señor y de adhesión afectuosa a su Vicario. En particular os agradezco la obra pastoral que ejecutáis por títulos distintos, con solicitud por la salvación de las almas. Como acabáis de oír, vuestro vicario general me ha pedido unas palabras de aliento para vuestros "afanes pastorales de cada día" Con gusto accedo a su deseo y expreso mi estima y amor a vosotros en primer lugar, Pastores de almas que prestáis tan delicado servicio a la Iglesia de Cassino, en colaboración generosa con vuestro obispo. Vuestra presencia levanta en mi ánimo recuerdos imborrables relacionados con mis experiencias pastorales de sacerdote y obispo en mi diócesis de origen en Polonia, donde he desplegado la mayor parte de las energías de mi juventud entre las almas, a las que he encontrado siempre muy deseosas de la Palabra que viene de lo alto y de la Fuerza especial que brota de los sacramentos de salvación.

Vaya, pues, a vosotros la expresión de mi solidaridad fraterna y de mi aprecio sincero por la entrega generosa con que os dedicáis al ministerio sacerdotal, y por la buena voluntad con que afrontáis las no pocas dificultades que se os presentan a causa de la insuficiencia de medios pastorales o por falta de colaboración. A vosotros, hermanos queridísimos, que cumplís cada día los preceptos del Señor con las obras como buenos operarios del Evangelio, según el espíritu benedictino "Praecepta Dei facilis quotidie adimplere" (regla, núm. 4), digo: Seguid trabajando con confianza por la salvación de todos los hombres y todas las mujeres, pero prestad particular atención a los pobres, marginados, niños abandonados, trabajadores fatigados, y cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu. Sabed que en esta obra vuestra de edificación y salvación, el Papa os sigue, os comprende, os ama y os bendice.

2. También a vosotras, claustrales benedictinas y religiosas de la diócesis, deseo dirigir un saludo especial junto con el augurio de que el centenario de San Benito sirva para reavivar en vosotras el entusiasmo y el gozo de pertenecer a la "escuela del servicio del Señor" (pról. regla, 45) y de seguir el camino de la "vía de la vida" (pról. regla, 20), según define la vida religiosa el Padre del monaquismo de Occidente. Si vosotras queréis avanzar rápidamente también a ejemplo suyo por la "vía de la vida", al igual que él tened ansia de continua reforma interior. Sin esta premisa necesaria que garantiza la superación gradual del hombre viejo, superación que os asemeja al modelo divino, Jesucristo, en quien el Padre ha reconciliado consigo al mundo, no puede darse vida consagrada ni en la acción ni en la contemplación. Transformándoos vosotras de esta manera, transformaréis el mundo y os convertiréis en sus primeras evangelizadoras, porque tendréis en vosotras el Espíritu de Cristo, que es el alma del Cuerpo místico, es decir, de todos los bautizados. Si dilatáis de esta manera los espacios de la caridad evangélica, entonces toda vuestra vida religiosa, que a los ojos profanos puede parecer segregada dentro de los muros de un monasterio o clausura, estará abierta no sólo a la alabanza de Dios Padre, sino también a la santificación de todos los hombres y a la comprensión de sus problemas. Uniendo así la contemplación a la acción, viviréis en plenitud la máxima "ora et labora", que sintetiza bien la sabia espiritualidad de San Benito. El os alcance del Señor el poner "en práctica estos propósitos.

3. El último pensamiento está reservado a vosotros, queridos responsables del laicado católico diocesano. También para vosotros tiene una palabra que decir y un ejemplo que proponer San Benito. Toda su pasión por los hombres y por sus situaciones espirituales y sociales, toda su atención a quienes le visitaban en la gruta de Subiaco o aquí en Montecassino, ¿acaso no hablan de su gran corazón para cuantos no pertenecían al estricto círculo de sus monasterios? Y las mismas exhortaciones y las misiones que encomendaba a los peregrinos, ¿no eran un medio de concienciarles de que cada bautizado participa en la misión confiada por Cristo a la Iglesia, Queridísimos: Como en tiempos de San Benito y aún más ahora, la Iglesia cuenta mucho hoy con vosotros y con vuestra colaboración. Según bien sabéis, la tarea de la evangelización atañe no sólo a los sacerdotes, sino también y a títulos diferentes, a todos los fieles, porque también éstos son impulsados por el Espíritu Santo a dar testimonio de Cristo y de su Evangelio (cf. Jn 15; 26. 27). La Iglesia descansa hoy más que nunca en vosotros, no sólo porque lee en vuestras almas la vocación a la .plenitud de la vida cristiana, sino porque conoce asimismo vuestras grandes posibilidades de prestar una contribución a la formación y coordinación de los varios Movimientos eclesiales diocesanos. Sabed asumir con optimismo las responsabilidades que os corresponden, mirando al presente con realismo y al porvenir con esperanza. Sobre todo, sabed vencer con la luz de la fe y el impulso del amor, la indiferencia, la inercia y toda suerte de obstáculos. Así veréis que vuestras organizaciones cobran nuevo vigor; y daréis gloria a Dios y a los hermanos. Os sirva de ayuda para ello mi propiciadora bendición apostólica, que imparto ahora a todos los presentes y a todos vuestros seres queridos.

sábado, 27 de junio de 2020

San Juan Pablo II, Alocución a los sacerdotes, religiosos y religiosas en Siena, Italia (14-septiembre-1980).

VISITA PASTORAL A SIENA
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS EN LA CATEDRAL DE SIENA

Domingo 14 de septiembre de 1980

Venerados hermanos obispos, 
y vosotros queridísimos sacerdotes, 
religiosos y religiosas de Toscana:


1. A las nobles palabras de saludo del Eminentísimo cardenal Giovanni Benelli deseo responder con un "gracias" cordial y, puesto que él ha hablado autorizadamente en nombre de todos vosotros, muy gustosamente extiendo este sentimiento de gratitud a cuantos os habéis reunido aquí.

Sé bien que esperáis de mí —precisamente lo ha dicho vuestro intérprete— una particular palabra de ánimo, que, inspirándose en las circunstancias que hoy me han traído a esta ilustre ciudad, tenga relación más directa con vuestra vocación y con vuestra vida de almas consagradas y pueda, por tanto, ayudaros tanto en la obra permanente de la santificación personal, como en la realización de los deberes peculiares del ministerio, que a cada uno de vosotros han sido confiados.

2. He venido, pues, a Siena para honrar a la Santa que, a distancia de seis siglos, no cesa de irradiar en la Iglesia y en el mundo, mucho más allá de los confines geográficos y étnicos de Toscana y de Italia, el ejemplo prestigioso de su amor a Cristo y a su Vicario en esta tierra, y de su celo por la salvación de las almas. En el nombre de Santa Catalina ha sido y es mi intención reanudar el inagotable tema en torno a la santidad, que constituye la plenitud y el culmen de una vida auténticamente cristiana, y a la cual —como nos ha recordado el Concilio— están llamados todos los fieles "de cualquier estado o condición" (Lumen gentium, 40). Pero este tema —me pregunto y os pregunto a vosotros—, ¿para quién vale en primer lugar sino para aquellos que, por libre y consciente decisión, han elegido el seguimiento de Cristo, asumiendo en primera persona especialísimos compromisos morales y ascéticos? Sí, vale sobre todo para nosotros que, por la participación directa en el único sacerdocio de Cristo o por la profesión formal de los consejos evangélicos, debemos recorrer el camino de la perfección y de la santidad. Somos nosotros quienes a los cristianos, que viven en el mundo y tan frecuentemente están insidiados por mil seducciones y pueden incluso encontrarse indefensos, debemos ofrecerles el ejemplo de un cristianismo vivido en la tensión de un progreso cotidiano. Somos nosotros quienes debemos presentarles la prueba convincente de que es posible y hasta fácil, aun en medio de las dificultades de nuestros días, vivir en fidelidad coherente al Evangelio y, ser íntegramente cristianos. ¿Qué sería dé nosotros, hermanos y hermanas queridísimos, si faltase por nuestra parte este ejemplo o esta prueba? Recordad las imágenes, diría, preceptivas, que se nos proponen en el sermón de la montaña: cada cristiano debe ser luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16); pero este deber de ejemplaridad asume un significado peculiar para nosotros que nos hemos entregado a Cristo en una donación irrevocable, desinteresada y total. Se trata, querría decir, de una precisa "obligación de nuestro estado", y estoy seguro de que la imagen viva de los dos Santos, a los que honramos hoy solemnemente, podrá ayudarnos a cumplirlo.

3. Un segundo pensamiento se une al acto de culto eucarístico que hemos realizado ahora: la adoración de las "Santísimas Partículas", que se conservan aquí desde hace más de dos siglos. La. Eucaristía es el centro vital, es el corazón de la Iglesia, que saca de ella incesantemente la fe, la gracia, la energía que le son necesarias en su itinerario a través de la historia. Debe florecer la vida eucarística, allí donde florece la vida eclesial: hermanos, éste es un axioma, cuya validez no toca sólo a la doctrina teológica, sino que alcanza, debe alcanzar la dimensión existencial a nivel comunitario y personal.

Por tanto, es necesario procurar que el misterio eucarístico, memorial perenne de la Pascua y de la Redención, tenga siempre en cada una de nuestras comunidades —parroquias, familias, casas religiosas, seminarios, asociaciones— el puesto central que le compete con pleno derecho. Pero es necesario, además, que también en la existencia de cada uno de nosotros este augusto misterio sea y permanezca siempre el punto esencial de referencia para nuestra "unión" creciente y poco a poco perfecta con Cristo Señor. Sea, pues, la Eucaristía el camino seguro para la comunión, es decir, la unión y la unidad que debemos establecer con El: "en la fracción del pan eucarístico —nos recuerda también el Concilio (Lumen gentium, 7)— participando realmente del Cuerpo del. Señor, somos elevados a una comunión con El (relación personal) y entre nosotros (relación comunitaria)". Quiero añadir que también desde este punto de vista —me refiero al de una singular espiritualidad eucarística— nos incumbe el mismo deber de ejemplaridad, del que ya he hablado.

4. Hallándome dentro de esta magnífica catedral, no puedo silenciar una circunstancia que ha dado lugar recientemente a celebraciones especiales. Me refiero al "Año de la catedral", convocado para conmemorar el VIII centenario de la dedicación de este templo en honor de María Asunta al cielo. Como Santa María del Fiore y tantas otras iglesias de vuestra Toscana, también la catedral de Siena tiene una historia plurisecular que no tiene relación sólo con el arte en sus más altas expresiones estéticas, sino también y sobre todo con la vida espiritual de un pueblo. De hecho esta vida ha encontrado precisamente aquí, dentro de estos muros, su punto de convergencia y de irradiación para todas las comunidades en que se articula la archidiócesis.

Partiendo de este histórico centenario, os invito, queridísimos hermanos e hijos, a reflexionar en torno a la función que compete a toda catedral, como centro dinámico de cada una de las Iglesias particulares, y compete, sobre todo al obispo que en ella tiene su cátedra. Unido con los otros hermanos en el Episcopado y con el Sucesor de Pedro, tiene la responsabilidad primaria de "edificar" su comunidad eclesial, porque participa de manera singular, a un nivel de prestigio superior y mayor, de ese triple oficio de Cristo, que también pertenece a los fieles: es por derecho y debe ser de hecho el maestro que enseña la fe y la doctrina moral, el sacerdote que ofrece el sacrificio de la Nueva Alianza, el Pastor que conduce a su grey. Si toda catedral es un símbolo expresivo de estos deberes, sin embargo ella no habla sólo a la conciencia del obispo: es una llamada a todos los miembros de la Iglesia particular, comenzando por quienes, como vosotros, están llamados a colaborar con el obispo en la pastoral diocesana.

5. De aquí brota otro pensamiento, que deseo confiaros. Sin desconocer o negar la distinción "canónica" entre clero secular y regular, en nuestros días —y es una gran lección del Concilio, que por algo ha sido llamado pastoral— es necesaria una coordinación más estrecha y orgánica entre los sacerdotes y los obispos. Lo exige, por una parte, la más madura conciencia eclesiológica para la unidad que subsiste entre ellos con relación al único sacerdocio de Cristo, y lo exige, por otra, la creciente exigencia que viene de quien ignora la fe o no duda incluso en rechazarla. No hablo en términos de eficiencia o de éxito humano, como si la causa del Evangelio dependiera de un cierto tipo de organización y se redujera, por lo tanto, a la elección de determinadas estructuras o de nuevos organismos técnicos. Hablo de "exigencias internas", que brotan de lo que la Iglesia es por su misma constitución y que debe ser hoy en la difícil situación socio-cultural, de la que somos a la vez testigos y actores.

Hoy no es lícito detenerse en posiciones de administración ordinaria o de lentitud burocrática, ni se puede insistir demasiado en distinciones sutiles acerca de la competencia y el derecho de hacer esto o lo otro: hoy es necesario más que nunca actuar por el Evangelio, y actuar con celo vigilante y animoso, dispuesto al sacrificio y abierto al ímpetu de una caridad inexhausta, por la cual obispo y sacerdotes, sean regulares o seculares, trabajen en unidad, de intentos, constituyendo —como los discípulos de la Iglesia primitiva— un solo corazón y una sola alma (cf. Act 4, 32). Y el mismo deber se impone, tenidas en cuenta las debidas proporciones, a las religiosas y a cuantos, por llamada especial del Señor, han recibido o se preparan a recibir los diversos ministerios eclesiales. Es un tema éste que ciertamente merecería ser desarrollado; si por falta de tiempo no me es posible hacerlo ahora, os ruego que lo reanudéis y profundicéis en la reflexión personal y en los diálogos fraternos, que tenéis entre vosotros bajo la guía de vuestros superiores y Pastores.

6. El encuentro, pues, en esta catedral, para que sea un recuerdo más entrañable y duradero, debe concluir con una fuerte llamada a la acción apostólica: en el nombre de Cristo, de quien soy humilde Vicario y servidor, os invito a tener siempre presente la aludida "edificación de la Iglesia" como obra de actualidad permanente, a la que vosotros, como personas consagradas, estáis llamados a colaborar por un título totalmente especial. Sólo de una convicción profunda, madurada en la oración, podrán brotar propósitos renovados e iniciativas concretas. También en esto —me parece—-retorna el tema de la ejemplaridad. que el Señor mismo resumió con sus espléndidas y consoladoras palabras: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5, 16). Así sea.