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jueves, 29 de marzo de 2018

Instrucción sobre Conciertos en las Iglesias (5-noviembre-1987).

CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO

INSTRUCCIÓN SOBRE CONCIERTOS EN LAS IGLESIAS (5 de noviembre de 1987).

I. MÚSICA EN LAS IGLESIAS FUERA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

1. 
El interés por la música es una de las manifestaciones de la cultura contemporánea La facilidad de
poder escuchar en casa las obras clásicas, a través de la radio, de los discos, de las «cassettes», de la
televisión, no sólo no ha hecho disminuir el deseo de escucharlas en directo, en los conciertos, sino que más bien lo ha aumentado. Este es un fenómeno positivo, porque la música y el canto contribuyen a elevar el espíritu.

El aumento cuantitativo de los conciertos ha conducido recientemente, en diversos paises, al uso frecuente de las iglesias para su interpretación. Los motivos que se aducen son diversos: necesidad de espacio, por no encontrar con facilidad lugares adecuados; razones acústicas, para las cuales las iglesias ofrecen generalmente buenas garantías; razones estéticas, ya que se desea que el concierto tenga lugar en un ambiente de belleza; razones de conveniencia, para dar a las composiciones que se interpretan su contexto original; razones también simplemente prácticas, sobre todo cuando se trata de conciertos de órgano: las iglesias, en efecto, poseen este instrumento en muchos casos.

2. Contemporáneamente a este proceso cultural, se ha verificado una nueva situación en la Iglesia. Las «Scholae cantorum» no han tenido, a menudo, la oportunidad de interpretar su repertorio habitual de música sagrada polifónica dentro de las celebraciones litúrgicas.

Por esta razón, se ha tomado la iniciativa de interpretar esta música sagrada en forma de conciertos, en el interior de las iglesias. Lo mismo ha sucedido con el canto gregoriano, que ha entrado a formar parte de los programas de conciertos, dentro y fuera de las iglesias.

Otro hecho importante lo constituye la iniciativa de los «concertos espirituales», conciertos en los que la música interpretada puede considerarse religiosa, por el tema de la misma, por los textos que las melodías acompañan, por el ambiente en el cual tales manifestaciones tienen lugar.

Estos conciertos pueden integrar, en determinadas ocasiones, lecturas, plegarias, silencios. Por esta característica especial, pueden ser equiparados a un «ejercicio piadoso».

3. La progresiva acogida de los conciertos en las iglesias suscita en los párrocos y rectores algunos interrogantes a los que conviene dar una respuesta.

Si una apertura general de las iglesias a cualquier tipo de concierto provoca reacciones y críticas por parte de no pocos fieles, también una actitud negativa indiscriminada puede ser mal entendido o mal aceptado por parte de los organizadores de los conciertos, de los músicos y de los cantores.

Ante todo es importante tener bien presente el significado propio de las iglesias y de su finalidad. Por esta razón, la Congregación para el Culto Divino considera oportuno proponer a las Conferencias Episcopales, y, de acuerdo con su competencia, a las Comisiones nacionales de Liturgia y de Música sagrada, algunos puntos de reflexión y de interpretación de las normas canónicas acerca del uso de los diversos géneros de música en las iglesias: música y canto para la Liturgia, música de inspiración religiosa y música no religiosa.

4. Es necesario releer en el contexto contemporáneo los documentos ya publicados, en particular la Constitución sobre la Liturgia Sacrosanctum Concilium, la Instrucción Musicam Sacram, del 5 de marzo de 1967, la Instrucción Liturgicae Instaurationes, del 5 de septiembre de 1970, y tener en cuenta, asimismo, también los cánones 1210, 1213 y 1222 del Código de Derecho Canónico.

En esta carta se tratará, sobre todo, de las interpretaciones musicales fuera de las celebraciones litúrgicas.

La Congregación para el Culto Divino desea, de este modo, ayudar a los señores Obispos tomar decisiones pastorales válidas, atendiendo también a las situaciones socio-culturales del propio ambiente.

II. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

La naturaleza y la finalidad de las iglesias

5. 
Según la tradición, ilustrada por el Ritual de la dedicación de la iglesia y del altar, las iglesias son, los ante todo, lugares en los cuales se congrega el pueblo de Dios. Este, «unificado por virtud y a imagen del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la Iglesia, o sea, el templo de Dios edificado con piedras vivas, donde se da culto al Padre en espíritu y en verdad. Con razón, pues, desde muy antiguo se llamó «iglesia» el edificio en el cual la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, para orar unida, para recibir los sacramentos y para celebrar la eucaristía», y adorarla en la misma, como sacramento permanente (cf. «Ordo dedicationis ecclesiae et altaris», cap. II, 1).

Las iglesias, por lo tanto, no pueden ser consideradas simplemente como lugares «públicos», disponibles para cualquier tipo de reuniones. Son lugares sagrados, es decir «separados», destinados con carácter permanente al culto de Dios, desde el momento de la dedicación o de la bendición.

Como edificios visibles, las iglesias son signos de la Iglesia peregrina en la tierra; imágenes que anuncian la Jerusalén celestial; lugares en los cuales se actualiza, ya desde ahora, el misterio de la comunión entre Dios y los hombres. Tanto en las ciudades como en los pueblos, la iglesia es también la casa de Dios, es decir, el signo de su permanencia entre los hombres. La iglesia continúa a ser un lugar sagrado, incluso cuando no tiene lugar una celebración litúrgica.

En una sociedad como la nuestra, de agitación y ruido, sobre todo en las grandes ciudades, las iglesias son también lugares adecuados en los cuales los hombres pueden alcanzar, en el silencio o en la plegaria, la paz del espíritu o la luz de la fe.

Todo eso solamente podrá seguir siendo posible si las iglesias conservan su propia identidad.

Cuando las iglesias se utilizan para otras finalidades distintas de la propia, se pone en peligro su característica de signo del misterio cristiano, con consecuencias negativas, más o menos graves, para la pedagogía de la fe y a la sensibilidad del pueblo de Dios, tal como recuerda la palabra del Señor: «Mi casa es casa de oración» (Lc 19, 46).

Importancia de la música sagrada

6. 
La música sagrada, ya sea vocal, ya sea instrumental, merece una valoración positiva. Se entiende por música sagrada «aquella que, compuesta en vista de la celebración del culto divino, aparece dotada de santidad y bondad de formas» (MS, n. 4 a). La Iglesia la considera como «un patrimonio de inestimable valor que sobresale entre las demás expresiones artísticas, le reconoce una «función ministerial.., en el servicio divino» (cf. SC, n. 112); recomienda que se «conserve y se cultive con sumo cuidado tesoro de la música sacra» (cf. SC, n. 114).

Cuando la interpretación de la música sagrada tiene lugar durante una celebración, será necesario que se adapte al ritmo y a las modalidades de la misma. Esta norma obliga, no pocas veces, a limitar la utilización de obras concebidas en una época en la cual la participación activa de los fieles no era presentada como fuente del auténtico espíritu cristiano (cf. SC, n. 14; Pío X, «Tra le sollecitudini»).

Este cambio en la interpretación de las obras musicales es análogo al que se ha realizado para adaptar otras creaciones artísticas en campo litúrgico, siempre por razón de la celebración misma: por ejemplo, los presbiterios han sido reestructurados con la sede presidencial, el ambón, el altar «versus populum». Estas medidas no significan desprecio hacia el pasado: son, por el contrario, disposiciones dictadas por una finalidad mucho más importante, como es la participación de la asamblea. La eventual limitación que puede resultar en la utilización de dichas composiciones, puede compensarse con una presentación íntegra de las mismas, fuera de las celebraciones, en forma de conciertos de música sagrada.

El Órgano

7. 
El uso del órgano durante las celebraciones litúrgicas ha quedado limitado, hoy día, a pocas intervenciones. En el pasado el órgano sustituía la participación activa de los fieles y acompañaba la presencia de quien era «mudo e inerte espectador» de la celebración (Pío XI, «Diviní cultus», n. 9).

El órgano puede acompañar y sostener el canto de la asamblea y de la schola, durante las celebraciones. Pero su sonido no debe sobreponerse a las oraciones y a los cantos del sacerdote celebrante, o a las lecturas proclamadas por el lector o el diácono.

El silencio del órgano deberá mantenerse, según la tradición, en los tiempos penitenciales (Cuaresma y Semana Santa), en Adviento, y en la liturgia de difuntos. En estas circunstancias, el órgano puede utilizarse sólo para acompañar el canto.

Será oportuno que el Órgano sea utilizado ampliamente para preparar y concluir las celebraciones.

Es sumamente importante que en todas las iglesias, y especialmente en las más importantes, no falten músicos competentes e instrumentos musicales de calidad. Hay que tener un cuidado especial de los órganos históricos, muy valiosos por sus características propias.

II. DISPOSICIONES PRACTICAS

8.
 La norma para el uso de las iglesias está determinada por el canon 1210 del Código de Derecho Canónico: «En un lugar sagrado sólo puede admitirse aquello que favorece el ejercicio y el fomento del culto, de la piedad y de la religión, y se prohíbe lo que no esté en consonancia con la santidad del lugar.

Sin embargo, el Ordinario puede permitir, en casos concretos, otros usos, siempre que no sean contrarios a la santidad del lugar».

El principio de que el uso de la iglesia no debe ser contrario a la santidad del lugar, determina el criterio según el cual se puede abrir la puerta de la iglesia a un concierto de música sagrada o religiosa, y se debe cerrarla a cualquier otra especie de música. La mejor y más bella música sinfónica, por ejemplo, no es de por si música religiosa. Tal calificación ha de resultar explícitamente de la finalidad original de las piezas musicales, de los cantos y de su contenido. No es legítimo programar en una iglesia la interpretación de una música que no es de inspiración religiosa, y que ha sido compuesta para ser interpretada en contextos profanos determinados, ya se trate de música clásica, ya de música contemporánea, de alto nivel o de carácter popular: este tipo de música no estaría de acuerdo con el carácter sagrado de la Iglesia, ni tampoco con la misma obra musical, que se hallaría interpretada en un contexto que no le es connatural.

Corresponde a la autoridad eclesiástica ejercitar libremente su potestad en los lugares sagrados (cf. can. 1213), y en consecuencia regular el uso de las iglesias, salvaguardando su carácter sagrado.

9. La música sagrada, es decir la que ha sido compuesta para la Liturgia, pero que, por motivos contingentes, no puede ser interpretada durante la celebración litúrgica, y la música religiosa, es decir la que se inspira en un texto de la Sagrada Escritura, o en la Liturgia, o que se refiere a Dios, a la Santísima Virgen María, a los Santos o a la Iglesia, pueden tener su propio lugar en la iglesia, pero fuera de las celebraciones litúrgicas. En efecto, el uso del órgano y otras interpretaciones musicales, sean vocales o instrumentales, pueden servir o favorecer la piedad o la religión».

Tales interpretaciones pueden tener una particular utilidad:
• a) para preparar las principales fiestas litúrgicas, o dar a las mismas un mayor sentido festivo, fuera de las celebraciones;
• b) para acentuar el carácter particular de los diversos tiempos litúrgicos;
• c) para crear en las iglesias un ambiente de belleza y de meditación, que ayude y favorezca una disponibilidad hacia los valores del espíritu, incluso entre aquellos que están alejados de la Iglesia;
• d) para crear un contexto que haga más fácil y accesible la proclamación de la palabra de Dios: por ejemplo, una lectura continua del Evangelio;
• e) para mantener vivos los tesoros de la música de iglesia, que no deben perderse: músicas y cantos compuestos para la Liturgia, pero que no pueden entrar del todo o con facilidad en las celebraciones litúrgicas de hoy dia; músicas espirituales, como oratorios, cantatas religiosas, que continúan siendo medios de comunicación espiritual;
• f) para ayudar a los visitantes y turistas a percibir el carácter sagrado de la iglesia, por medio de conciertos de órgano, previstos a horas determinadas.

10. Cuando los organizadores de un concierto proyectan que sea interpretado en una iglesia, corresponde al Ordinario conceder el permiso «per modum actus». Tal norma debe entenderse en relación con conciertos ocasionales. Queda, pues, excluida una concesión cumulativa, por ejemplo, en el marco de un festival o de un ciclo de conciertos.

Cuando el Ordinario lo considera necesario, en los límites previstos por el C.I.C., can. 1222, § 2, puede destinar una iglesia que ya no sirve para el culto, como «auditorium» para la interpretación de música sagrada o religiosa, incluso para interpretaciones musicales profanas, siempre y cuando respondan al carácter sagrado del lugar.

En esta responsabilidad pastoral, el Ordinario encontrará ayuda y consejo en la Comisión Diocesana de Liturgia y Música sagrada.

Con el fin de salvaguardar el carácter sagrado de la Iglesia, cuando se trate de dar autorización para celebrar conciertos, se tendrán en cuenta las siguientes condiciones, que el Ordinario del lugar puede precisar ulteriormente:
• a) Se hará la solicitud, en tiempo útil y por escrito, al Ordinario de lugar, indicando la fecha del concierto, el horario y el programa con las obras musicales y el nombre de los autores.
• b) Después de haber recibido la autorización del Ordinario, los párrocos y rectores de las iglesias podrán permitir el uso de las mismas a los coros y orquestas que reunirán las condiciones indicadas.
• c) La entrada en la iglesia deberá ser libre y gratuita.
• d) Los intérpretes y los asistentes respetarán el carácter sagrado de la iglesia, tanto en el modo de vestir como con un digno comportamiento.
• e) Los músicos y los cantores evitarán ocupar el presbiterio. Se tratará con el máximo respeto el altar, la sede del celebrante y el ambón.
• f) El Santísimo Sacramento, en lo posible, será trasladado a una capilla adyacente o a otro lugar seguro y decoroso (cf. C.I.C., can. 938, § 4).
• g) El concierto será presentado y, eventualmente, acompañado con comentarios que no sean únicamente de carácter artístico o histórico, sino que también favorezcan una mejor comprensión y una participación interior de parte de los asistentes.
• h) El organizador del concierto asegurará, por escrito, la responsabilidad civil, los gastos, la reorganización del edificio, los daños eventuales.


11. 
Las disposiciones prácticas que preceden quieren ser una ayuda a los Obispos y a los rectores de las iglesias, en el esfuerzo pastoral que les corresponde: mantener siempre y en todo momento el carácter propio de las iglesias, destinadas a las celebraciones cultuales, a la oración y al silencio.

Tales disposiciones no han de ser entendidas como una falta de interés hacia el arte musical.

El tesoro de la música sagrada permanece como un testimonio del modo como la fe cristiana puede promover la cultura humana.

Poniendo en su justo valor la música sagrada o religiosa, los músicos cristianos y los beneméritos miembros de las «Scholae cantorum» han de sentirse animados a continuar esta tradición y a mantenerla viva, al servicio de la fe, de acuerdo con la invitación dada ya por el Concilio Vaticano II, en su mensaje a los artistas: «No rechacéis el poner vuestro talento al servicio de la verdad divina. El mundo en el cual vivimos tiene necesidad de belleza, para no caer en la desesperación. La belleza, como la verdad, suscita la alegría en el corazón de los hombres. Y esto gracias a vuestras manos» (cf. Concilio Vaticano II, Mensaje a los artistas, 8 de diciembre de 1965).

Roma, 5 de noviembre de 1987.

Paul Augustin Card. Mayer, o.s.b.
Prefecto

+ Virgilio Noé
Arzobispo tít, de Voncaria
Secretario

martes, 27 de marzo de 2018

Papa Francisco, sobre música sacra, 4-marzo-2017.

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE MÚSICA SACRA
Sala Clementina, Sábado 4 de marzo de 2017

Queridos hermanos y hermanas:
Tengo el placer de encontrarles a todos vosotros, reunidos en Roma procedentes de distintos países para participar en el Congreso sobre “Música e Iglesia: culto y cultura 50 años después de la Musicam sacram”, organizado por el Pontificio Consejo de la Cultura y de la Congregación para la Educación Católica, en colaboración con el Pontificio Instituto de Música Sacra y el Pontificio Instituto Litúrgico del Ateneo San Anselmo. Os saludo a todos cordialmente, empezando por el cardenal Gianfranco Ravasi, al que doy las gracias por su introducción. Deseo que la experiencia de encuentro y de diálogo vivida en estos días, en la reflexión común de la música sacra y particularmente sobre sus aspectos culturales y artísticos, resulte fructífera para las comunidades eclesiales.
Medio siglo después de la Instrucción Musicam sacram, el congreso ha querido profundizar, en una óptica interdisciplinar y ecuménica, la relación actual entre la música sacra y la cultura contemporánea, entre el repertorio musical adoptado y usado por la comunidad cristiana y las tendencias musicales prevalentes. De gran importancia ha sido también la reflexión sobre la formación estética y musical tanto del clero y de los religiosos como de los laicos comprometidos en la vida pastoral, y más directamente en las scholae cantorum.
El primer documento emanado del Concilio Vaticano II fue precisamente la Constitución sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium. Los Padres Conciliares advertían bien la dificultad de los fieles para participar en la liturgia de la que ya no comprendían plenamente el lenguaje, las palabras y los signos. Para concretar las líneas fundamentales trazadas por la Constitución, fueron emanadas las Instrucciones, entre las cuales, precisamente, la de la música sacra. Desde entonces, aunque no se han producido nuevos documentos del Magisterio sobre el argumento, ha habido varias y significativas intervenciones pontificias que han orientado la reflexión y el compromiso pastoral. Todavía es de gran actualidad la premisa de la mencionada Instrucción: «La acción litúrgica adquiere una forma más noble cuando se realiza con canto: cada uno de los ministros desempeña su función propia y el pueblo participa en ella. De esta manera, la oración adopta una expresión más penetrante; el misterio de la sagrada liturgia y su carácter jerárquico y comunitario se manifiestan más claramente; mediante la unión de las voces, se llega a una más profunda unión de corazones; desde la belleza de lo sagrado, el espíritu se eleva más fácilmente a lo invisible; en fin, toda la celebración prefigura con más claridad la liturgia santa de la nueva Jerusalén» (n. 5).
El Documento, siguiendo las indicaciones conciliares, evidencia más veces la importancia de la participación de toda la asamblea de los fieles, definitiva «activa, consciente, plena», y subraya también muy claramente que la «la verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de una forma rebuscada de canto o de un desarrollo magnífico de ceremonias, cuanto de aquella celebración digna y religiosa» (n. 11). Se trata, por eso en primer lugar, de participar intensamente en el Misterio de Dios, en la “teofanía” que se cumple en cada celebración eucarística, en la que el Señor se hace presente en medio de su pueblo, llamado a participar realmente en la salvación realizada por Cristo muerto y resucitado. La participación activa y consciente consiste, por tanto, en el saber entrar profundamente en tal misterio, en el saberlo contemplar, adorar y acoger, en el percibir el sentido, gracias en particular al religioso silencio y a la «musicalidad del lenguaje con la que el Señor nos habla» (Homilía en Santa Marta, 12 de diciembre 2013). En esta perspectiva se mueve la reflexión sobre la renovación de la música sacra y sobre su preciosa aportación.
Al respecto, emerge una doble misión que la Iglesia está llamada a perseguir, especialmente a través de los que de distinta forma trabajan en este sector. Se trata, por una parte, de proteger y valorar el rico y variado patrimonio heredado del pasado, utilizándolo con equilibrio en el presente y evitando el riesgo de una visión nostálgico o “arqueológica”. Por otro lado, es necesario hacer que la música sacra y el canto litúrgico sean plenamente “inculturados” en los lenguajes artísticos y musicales de la actualidad; sepan encarnar y traducir la Palabra de Dios en cantos, sonidos, armonías que hagan vibrar el corazón de nuestros contemporáneos, creando también un oportuno clima emotivo, que disponga a la fe y suscite la acogida a la plena participación al misterio que se celebra.
Ciertamente el encuentro con la modernidad y la introducción de las lenguas habladas en la Liturgia ha provocado muchos problemas: de lenguaje, de formas y de géneros musicales. A veces ha prevalecido una cierta mediocridad, superficialidad y banalidad, a expensas de la belleza e intensidad de las celebraciones litúrgicas. Por esto los varios protagonistas de este ámbito, músicos y compositores, directores y coristas de scholae cantorum, animadores de la liturgia, pueden dar una preciosa contribución a la renovación, sobre todo cualitativa, de la música sacra y del canto litúrgico. Para favorecer este recorrido, es necesario promover una formación musical adecuada, también en los que se preparan para convertirse en sacerdotes, en el diálogo con las corrientes musicales de nuestro tiempo, con las instancias de las diferentes áreas culturales, y en actitud ecuménica.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias una vez más por vuestro compromiso en el ámbito de la música sacra. Os acompañe la Virgen María, que en el Magnificat cantó la santidad misericordiosa de Dios. Os animo a no perder de vista este objetivo importante: ayudar a la asamblea litúrgica y el Pueblo de Dios a percibir y participar, con todos los sentidos, físicos y espirituales, al misterio de Dios. La música sacra y el canto litúrgico tienen la tarea de donarse en el sentido de la gloria de Dios, de su belleza, de su santidad que nos envuelve como una “nube luminosa”.
Os pido por favor que recéis por mí y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.