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sábado, 30 de noviembre de 2019

Sábado 4 enero 2020, Sábado del tiempo de Navidad, antes de Epifanía.

TEXTOS MISA

Sábado del Tiempo de Navidad antes de Epifanía.

Antífona de entrada Gal 4, 4-5
Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la adopción filial.
Misit Deus Fílium suum, factum ex mulíere, ut adoptiónem filiórum reciperémus.

Oración colecta
Antes de la solemnidad de Epifanía:
Dios todopoderoso y eterno, que has querido manifestarte con una luz nueva por medio de la venida de tu Unigénito, concédenos que, así como merecimos que él participara, por su nacimiento de la Virgen, de nuestra existencia corporal, nosotros merezcamos ser coherederos en su reino de gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui per advéntum Unigéniti Fílii tui nova luce radiáre dignátus es, concéde nobis, ut, sicut eum per Vírginis partum in forma nostri córporis merúimus habére partícipem, ita et in eius regno grátiae mereámur esse consórtes. Qui tecum.


Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, autor de la piedad sincera y de la paz, te pedimos que con esta ofrenda veneremos dignamente tu grandeza y nuestra unión se haga más fuerte por la participación en este sagrado misterio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, auctor sincérae devotiónis et pacis, da, quaesumus, ut et maiestátem tuam conveniénter hoc múnere venerémur, et sacri participatióne mystérii fidéliter sénsibus uniámur. Per Christum.


Antífona de comunión Jn 1, 16
De su plenitud hemos recibido gracia tras gracia.
De plenitúdine eius nos omnes accépimus, et grátiam pro grátia.

Oración después de la comunión
Que tu pueblo, Señor, dirigido por tu abundante ayuda, reciba los auxilios presentes y futuros de tu amor, para que, sostenido por el consuelo necesario de las cosas temporales, aspire con más confianza a los bienes eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Divérsis plebs tua, Dómine, gubernáta subsídiis, et praeséntia pietátis tuae remédia cápiat et futúra, ut, transeúntium rerum necessária consolatióne fovénte, fiduciálius ad aetérna conténdat. Per Christum.

Conf. Ep. Española, Determinaciones sobre los nuevos Ministerios sagrados (junio-1974).

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
DETERMINACIONES SOBRE LOS NUEVOS MINISTERIOS SAGRADOS Y EL ORDEN DEL DIACONADO


Texto extractado que contiene lo referente al Lectorado y Acolitado. El texto completo se halla publicado en el Ritual de Ordenes (1977) pp. 25-30.

INTRODUCCIÓN

Con fecha 15 de agosto de 1972 S.S. Pablo VI firmó dos Cartas Apostólicas que entraron en vigor a primeros de enero de 1973.

La primera de ellas reforma en la Iglesia Latina la disciplina relativa a la Primera Tonsura, a las Ordenes menores y al Subdiaconado.

En ambas se introducen variaciones con respecto a la disciplina anterior y se pide que las Conferencias Episcopales tomen algunas determinaciones.

La Conferencia Episcopal Española se limita ahora a exponer para conocimiento de todos los fieles, el contenido de las citadas Cartas Apostólicas ya hacer públicas las determinaciones tomadas por la propia Conferencia en aquellos extremos que las Cartas dejan a su arbitrio y que afectan directamente a quienes se preparan para el sacerdocio.

La presente nota no se refiere, por tanto, ni a los militantes seglares que no aspiran al presbiterado y a quienes, sin embargo, se le pueden conferir los ministerios, ni a los diáconos permanentes. Ambos temas serán, en su día, objeto de un tratamiento específico.

La Conferencia Episcopal Española llama la atención de todos acerca del gran valor espiritual y pastoral que estas nuevas normas entrañan en orden a que, los candidatos al presbiterado, vayan acercándose al sacerdocio tomando paulatinamente conciencia y responsabilizándose de la misión y de las exigencias que éste lleva consigo. En este sentido, esperamos de todos que, huyendo del frío formalismo, trabajen seriamente por crear en torno a estos ministerios un clima de ilusión espiritual y de efectividad pastoral que ayude a los candidatos a prepararse a ellos debidamente, a vivirlos y a ejercitarlos con celo apostólico, mientras van caminando y acercándose al ministerio sacerdotal al que se sienten llamados por el Señor.

I. EL CONTENIDO DE LAS CARTAS APOSTÓLICAS

Según las Cartas, son varias las razones por las que se han revisado la Primera Tonsura, las Ordenes menores y el Subdiaconado. Entre ellas, se señalan las siguientes: las Ordenes menores no han sido siempre las mismas; los seglares las han ejercitado también en otros tiempos; es necesario suprimir lo que resulta ya inusitado, mantener lo que es útil e introducir lo que hoy se necesita.

Nuevas disposiciones

1. En adelante ya no se confieren la Primera Tonsura ni el Subdiaconado.

2. La incorporación al estado clerical, la incardinación y la obligación del sagrado celibato y del rezo de la Liturgia de las horas quedan vinculadas en adelante al diaconado transitorio.

3. Se establece un nuevo rito: el de la admisión entre los
candidatos al Diaconado y Presbiterado.

4. En lugar de Ordenes menores habrá y se denominaran en adelante, Ministerios. Estos serán dos: Lector y Acólito.

5. Estos Ministerios serán conferidos por el ordinario (el Obispo y, en los Institutos clericales de perfección, el Superior Mayor).

Sentido de estos ministerios

Ministerios de Lector y Acólito

La Iglesia considera muy oportuno que los candidatos a las Ordenes sagradas, tanto por el estudio como por el ejercicio gradual del ministerio de la palabra y del altar, conozcan y mediten a través de un intimo y constante contacto esta doble vertiente de la función sacerdotal.

De esta forma los candidatos podrán acercarse a las sagradas Ordenes plenamente conscientes y convencidos de su vocación.

Contenido de los dos ministerios

1. El Lector (ministerio de la palabra)

Leer la palabra de Dios en la asamblea litúrgica, a excepción del Evangelio
Dirigir el canto y participación del pueblo.
Instruir a los fieles para recibir dignamente los sacramentos.
Preparar a todos los fieles que ocasionalmente hayan de hacer la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos.
Faltando el salmista, recitar el salmo interleccional.
Faltando el diácono o cantor, proclamar las intenciones de la oración universal.

2. El Acólito (ministerio del altar)

Ayudar al diácono y servir al sacerdote en las funciones litúrgicas, principalmente en la santa misa.
Instruir a los fieles que ocasionalmente ayuden al sacerdote o diácono en los actos litúrgicos
Como ministro extraordinario, distribuir la Eucaristía en las siguientes ocasiones: a) a falta o por imposibilidad, enfermedad o edad avanzada del ministro ordinario (presbítero o diácono), b) en ocasiones de elevado número de fieles: y exponer el Santísimo Sacramento, reservarlo, excluida la bendición con el mismo, en ocasiones especiales, de acuerdo con las determinaciones de la Conferencia Episcopal.

Exigencias de vida cristiana en estos ministros

1. El Lector

Aspiración constante a la perfección cristiana, propia de un verdadero discípulo del Señor.
Meditación asidua de la Sagrada Escritura para conocerla mejor.

2. El Acólito

Ofrecerse diariamente a Dios, siendo ejemplo de seriedad y devoción en el templo.
Estar cercano al pueblo de Dios y ser caritativo especialmente con los necesitados y enfermos.
Aprender a captar el sentido intimo y espiritual de todo lo que pertenece al culto público.

Requisitos

Para recibir los ministerios de Lectorado y Acolitado

Petición libremente escrita y firmada por el aspirante.
Aceptación de la misma por el Ordinario (el Obispo y, en los Institutos clericales de perfección, el Superior Mayor).
Firme voluntad de servir a Dios y al pueblo cristiano.
Todos los admitidos entre los candidatos al Diaconado y Presbiterado antes de acceder a las sagradas órdenes, deben recibir estos ministerios, a no ser que los hubieran recibido anteriormente en condición de seglares cristianos.
Los ministerios han de ser recibidos durante los estudios teológicos.
Tener edad conveniente (a determinar por la Conferencia Episcopal).
Poseer dotes peculiares (a determinar por la Conferencia Episcopal).
La dispensa de la recepción de estos ministerios está reservada a la Santa Sede.

II. DETERMINACIONES DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

Las Cartas Apostólicas, cuyo contenido fundamental se acaba de exponer, encomiendan al recto juicio y prudencia el criterio pastoral de las Conferencias Episcopales la determinación de algunos extremos en orden a la realización práctica de las nuevas disposiciones. Entre ellos, cabe señalar los siguientes: la edad conveniente para recibir los ministerios de Lector y Acolito, las dotes personales que han de reunir los candidatos y los intersticios que deben mediar entre ambos ministerios y entre el Acolitado y el Diaconado.

Estudiada con detenimiento la importancia pastoral y espiritual de dichas determinaciones y vista la necesidad de que las mismas orienten con unidad y eficacia la nueva situación que las citadas Cartas Apostólicas crean en la progresiva formación de los aspirantes al sacerdocio, la Conferencia Episcopal Española, en su XX Asamblea Plenaria, ha tomado los siguientes acuerdos.

1. La Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades elaborará y difundirá dos catequesis: una sobre el rito y sentido de la admisión entre los candidatos al Diaconado y Presbiterado y otra sobre los ministerios de Lector y Acólito.

2. La admisión entre los candidatos al Diaconado y Presbiterado habrá de celebrarse, de ordinario, durante el primer curso de teología, allí donde los estudios teológicos se impartan separadamente de los filosóficos, y durante el tercer curso de los estudios teológicos, allí donde Filosofía y Teología se cursen en un mismo ciclo.

3. El Ministerio de Lector, supuestas las demás condiciones, se concederá de ordinario a partir del primer curso de les estudios teológicos donde éstos estén separados de les filosóficos, y a partir del tercer curso donde los estudios se impartan unificadamente.

4. El Ministerio de Acólito supuestas las demás condiciones, se concederá de ordinario, a partir del segundo curso de los estudios teológicos, allí donde éstos se imparten separados de los filosóficos. y a partir del cuarto cuso de estudios eclesiásticos, alli donde los filosóficos y teológicos se imparten en
un solo ciclo.

5. Los aspirantes previamente a la colación de los ministerios, además de poseer el grado de ciencia correspondiente deberán haber dado muestras suficientes a juicio de su superior eclesiástico, de conveniente y probada madurez humana, espiritual y apostólica y de una verdadera vacación y firme
voluntad de recibir en su día el Diaconado y el Presbiterado.

6. Los intersticios que habrán de mediar entre ambos ministerios y entre el Acólito y el Diaconado serán determinados a juicio del respectivo ordinario.

Conclusión

La Conferencia Episcopal Española desea vivamente que la fidelidad en el cumplimiento de estas determinaciones y la visión de la finalidad espiritual y pastoral de las mismas por parte de quienes cumplen en la Iglesia una misión educativa entre los que se preparan al sacerdocio contribuyan de forma eficaz a incorporar en los Seminarios y centros análogos de los religiosos el espíritu de renovación que anima las Cartas Apostólicas que hemos presentado.

(Documento aprobado por la XX Asamblea Plenaria, Madrid, 17-22 de junio de 1974).

viernes, 29 de noviembre de 2019

San Pablo VI, Carta Apostólica, en forma de "motu proprio", "Ministeria quaedam" (15-agosto-1972).

PABLO VI
CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO

"MINISTERIA QUAEDAM"
POR LA QUE SE REFORMA EN LA IGLESIA LATINA LA DISCIPLINA RELATIVA A LA PRIMERA TONSURA, A LAS ORDENES MENORES Y AL SUBDIACONADO

La Iglesia instituyó ya en tiempos antiquísimos algunos ministerios para dar debidamente a Dios el culto sagrado y para el servicio del Pueblo de Dios, según sus necesidades; con ellos se encomendaba a los fieles, para que las ejercieran, funciones litúrgico-religiosas y de caridad, en conformidad con las diversas circunstancias. Estos ministerios se conferían muchas veces con un rito especial mediante el cual el fiel, una vez obtenida la bendición de Dios, quedaba constituido dentro de una clase o grado para desempeñar una determinada función eclesiástica.

Algunos de entre estos ministerios más estrechamente vinculados con las acciones litúrgicas, fueron considerados poco a poco instituciones previas a la recepción de las Ordenes sagradas; tanto es así que el Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y Acolitado recibieron en la Iglesia Latina el nombre de Ordenes menores con relación al Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado, que fueron llamadas Ordenes mayores y reservadas generalmente, aunque no en todas partes, a quienes por ellas se acercaban al Sacerdocio.

Pero como las Ordenes menores no han sido siempre las mismas y muchas de las funciones anejas a ellas, igual que ocurre ahora, las han ejercido en realidad también los seglares, parece oportuno revisar esta práctica y acomodarla a las necesidades actuales, al objeto de suprimir lo que en tales ministerios resulta ya inusitado; mantener lo que es todavía útil; introducir lo que sea necesario; y asimismo establecer lo que se debe exigir a los candidatos al Orden sagrado.

Durante la preparación del Concilio Ecuménico Vaticano II, no pocos Pastores de la Iglesia pidieron la revisión de las Ordenes menores y del Subdiaconado. El Concilio sin embargo, aunque no estableció nada sobre esto para la Iglesia Latina, enunció algunos principios que abrieron el camino para esclarecer la cuestión, y no hay duda de que las normas conciliares para una renovación general y ordenada de la liturgia [1] abarcan también lo que se refiere a los ministerios dentro de la asamblea litúrgica, de manera que, por la misma estructura de la celebración, aparece la Iglesia constituida en sus diversos Ordenes y ministerios [2]. De ahí que el Concilio Vaticano II estableciese que «en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas». [3]

Con esta proposición se relaciona estrechamente lo que se lee poco antes en la misma Constitución: «La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 Pet. 2, 9; cf. 2, 4-5). Al reformar y fomentar la sagrada liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano y, por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral por medio de una educación adecuada». [4]

En la conservación y adaptación de los oficios peculiares a las necesidades actuales, se encuentran aquellos elementos que se relacionan más estrechamente con los ministerios, sobre todo, de la Palabra y del Altar, llamados en la Iglesia Latina Lectorado, Acolitado y Subdiaconado; y es conveniente conservarlos y acomodarlos, de modo que en lo sucesivo haya dos ministerios, a saber, el de Lector y el de Acólito, que abarquen también las funciones correspondientes al Subdiácono.

Además de los ministerios comunes a toda la Iglesia La-tina, nada impide que las Conferencias Episcopales pidan a la Sede Apostólica la institución de otros que por razones particulares crean necesarios o muy útiles en la propia región. Entre estos están, por ejemplo, el oficio de Ostiario, de Exorcista y de Catequista [5], y otros que se confíen a quienes se ocupan de las obras de caridad, cuando esta función no esté encomendada a los diáconos.

Está más en consonancia con la realidad y con la mentalidad actual el que estos ministerios no se llamen ya órdenes menores; que su misma colación no se llame «ordenación» sino «institución»; y además que sean propiamente clérigos, y tenidos como tales, solamente los que han recibido el Diaconado. Así aparecerá también mejor la diferencia entre clérigos y seglares, entre lo que es propio y está reservado a los clérigos y lo que puede confiarse a los seglares cristianos; de este modo se verá más claramente la relación mutua, en virtud de la cual el «sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan sin embargo el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo». [6]

Por tanto, después de madura reflexión, pedido el voto de los peritos, consultadas las Conferencias Episcopales y teniendo en cuenta sus pareceres, y así mismo después de haber deliberado con nuestros venerables Hermanos que son miembros de las Sagradas Congregaciones competentes, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos las siguientes normas, derogando, si es necesario y en cuanto lo sea, las prescripciones del Código de Derecho Canónico hasta ahora vigente, y las promulgamos con esta Carta.

I. En adelante no se confiere ya la primera Tonsura. La incorporación al estado clerical queda vinculada al Diaconado.

II. Las que hasta ahora se conocían con el nombre de «Ordenes menores», se llamarán en adelante «Ministerios».

III. Los ministerios pueden ser confiados a seglares, de modo que no se consideren como algo reservado a los candidatos al sacramento del Orden.

IV. Los ministerios que deben ser mantenidos en toda la Iglesia Latina, adaptándolos a las necesidades actuales, son dos, a saber: el de Lector y el de Acólito. Las funciones desempeñadas hasta ahora por el Subdiácono, quedan confiadas al Lector y al Acólito; deja de existir por tanto en la Iglesia Latina el Orden mayor del Subdiaconado. No obsta sin embargo el que, en algunos sitios, a juicio de las Conferencias Episcopales, el Acólito pueda ser llamado también Subdiácono.

V. El Lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer la palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el Salmo interleccional; proclamará las intenciones de la Oración Universal de los fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir dignamente los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura.

El Lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios aptos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor [7], así como el conocimiento de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor.

VI. El Acólito queda instituido para ayudar al diácono y prestar su servicio al sacerdote. Es propio de él cuidar el servicio del altar, asistir al diácono y al sacerdote en las funciones litúrgicas, principalmente en la celebración de la Misa; además distribuir, como ministro extraordinario, la Sagrada Comunión cuando faltan los ministros de que habla el c. 845 del C. I. C. o están imposibilitados por enfermedad, avanzada edad o ministerio pastoral, o también cuando el número de fieles que se acerca a la Sagrada Mesa es tan elevado que se alargaría demasiado la Misa. En las mismas circunstancias especiales se le podrá encargar que exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de la Sagrada Eucaristía y hacer después la reserva; pero no que bendiga al pueblo. Podrá también -cuando sea necesario- cuidar de la instrucción de los demás fieles, que por encargo temporal ayudan al sacerdote o al diácono en los actos litúrgicos llevando el misal, la cruz, las velas, etc., o realizando otras funciones semejantes. Todas estas funciones las ejercerá más dignamente participando con piedad cada día más ardiente en la Sagrada Eucaristía, alimentándose de ella y adquiriendo un más profundo conocimiento de la misma.

El Acólito, destinado de modo particular al servicio del altar, aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trate de captar su sentido íntimo y espiritual; de forma que se ofrezca diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado y además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo Místico de Cristo o Pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos.

VII. La institución de Lector y de Acólito, según la venerable tradición de la Iglesia, se reserva a los varones.

VIII. Para que alguien pueda ser admitido a estos ministerios se requiere:
a) petición libremente escrita y firmada por el aspirante, que ha de ser presentada al Ordinario (al Obispo y, en los Institutos clericales de perfección, al Superior Mayor) a quien corresponde la aceptación;
b) edad conveniente y dotes peculiares, que deben ser determinadas por la Conferencia Episcopal;
c) firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano.

IX. Los ministerios son conferidos por el Ordinario (el Obispo. y, en los Institutos clericales de perfección, el Superior Mayor) mediante el rito litúrgico «De Institutione Lectoris» y «De Institutione Acolythi», aprobado por la Sede Apostólica.

X. Deben observarse los intersticios, determinados por la Santa Sede o las Conferencias Episcopales, entre la colación del ministerio del Lectorado y del Acolitado, cuando a las mismas personas se confiere más de un ministerio.

XI. Los candidatos al Diaconado y al Sacerdocio deben recibir, si no los recibieron ya, los ministerios de Lector y Acólito y ejercerlos por un tiempo conveniente para prepararse mejor a los futuros servicios de la Palabra y del Altar. Para los mismos candidatos, la dispensa de recibir los ministerios queda reservada a la Santa Sede.

XII. La colación de los ministerios no da derecho a que sea dada una sustentación o remuneración por parte de la Iglesia.

XIII. El rito de la institución del Lector y del Acólito será publicado, próximamente por el Dicasterio competente de la Curia Romana.

Estas normas comienzan a ser válidas a partir del, día primero de enero de 1973.

Mandarnos que todo cuanto hemos decretado con la presente Carta, en forma de Motu Proprio, tenga plena validez y eficacia, no obstante cualquier disposición en contrario.

Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 15 de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, del año 1972, décimo de nuestro Pontificado.

PABLO PP. VI

Notas
[1] Cfr. Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 62: AAS 56, 1964, p. 117; cfr. también n. 21: l.c., pp. 105-106.
[2] Cfr. Ordo Missae, Institutio Generalis Missalis Romani, n. 58, ed. tip. 1969, p. 29.
[3] Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 58: AAS 56, 1964, p. 107.
[4] Ibíd.., n. 14: l.c., p. 104.
[5] Cfr. Decr. Ad Gentes, n. 15: AAS 58, 1966, p. 965; Ibíd.., n. 17: l.c., pp. 967-968.
[6] Const. Dogm. Lumen Gentium, n. 10: AAS 57, 1965, p. 14.
[7] Cfr. Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 24: AAS 56, 1964, p. 107; Const. Dogm. Dei Verbum, n. 25: AAS 58, 1966, p. 829.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Pontifical Romano. Capítulo II, Ordenación de presbíteros, nn. 101-117.

Pontifical Romano (2ª ed típica, España 1997)

CAPÍTULO II. ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

INTRODUCCIÓN GENERAL

I. IMPORTANCIA DE LA ORDENACIÓN


101. Por la Ordenación sagrada se confiere a los presbíteros aquel sacramento que, “mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial. Así están identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que pueden actuar como representantes de Cristo Cabeza” [1].

En consecuencia, los presbíteros tienen parte en el sacerdocio y en la misión del Obispo. Como sinceros cooperadores del Orden episcopal, llamados a servir al pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un único presbiterio dedicado a diversas funciones [2].

102. Participando, en el grado propio de su ministerio, del oficio del único Mediador, Cristo (1Tm 2, 5), anuncian a todos la palabra divina. Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en la asamblea eucarística. Desempeñan con sumo interés el ministerio de la reconciliación y del alivio en favor de los fieles penitentes o enfermos, y presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles (cf. Hb 5, 1-4). Ejerciendo en la medida de su autoridad el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En medio de la grey lo adoran en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24). Se afanan, finalmente, en la palabra y en la enseñanza (cf. 1Tm 5, 17), creyendo aquello que leen cuando meditan la ley del Señor, enseñando aquello que creen, imitando lo que enseñan [3].

1. Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum Ordinis, núm. 2.
2. Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 28.
3. Cf. ibid.


II. OFICIOS Y MINISTERIOS

103. Es propio de todos los fieles de la diócesis acompañar con sus oraciones a los candidatos al presbiterado. Háganlo principalmente en la oración universal de la Misa y en las preces de Vísperas.

104. Puesto que el presbítero es constituido en favor de toda la Iglesia local, deben ser invitados a la Ordenación de presbíteros los clérigos y otros fieles, de manera que asistan a la celebración en el mayor número posible. Principalmente han de ser invitados todos los presbíteros de la diócesis a la celebración de las Órdenes.

105. El Obispo es el ministro de la sagrada Ordenación [4]. Conviene que sea el Obispo de la diócesis quien confiera la Ordenación de presbíteros a los diáconos. Pero los presbíteros presentes al celebrar la Ordenación imponen las manos a los candidatos juntamente con el Obispo “a causa del espíritu común y semejante del clero” [5].

106. Uno de los colaboradores del Obispo que han sido delegados para la formación de los candidatos, al celebrar la Ordenación, pide en nombre de la Iglesia la colación del Orden y responde a la pregunta sobre la dignidad de los candidatos. Algunos de los presbíteros ayudan a los ordenados a revestirse de los ornamentos presbiterales. Los presbíteros presentes, en cuanto sea posible, saludan con el beso de paz a los hermanos recién ordenados como señal de acogida en el presbiterio y concelebran la liturgia eucarística juntamente con el Obispo y los ordenados.

4. Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 28.
5. HIPÓLITO, Traditio Apostolica, 8.


III. LA CELEBRACIÓN

107.
Conviene que la Iglesia local, a cuyo servicio se ordenan los presbíteros, se prepare para la celebración de las Órdenes.

Los candidatos mismos deben prepararse con la oración en retiro practicando ejercicios espirituales al menos durante cinco días.

108. Téngase la celebración en la iglesia catedral o en las iglesias de aquellas comunidades de las que son oriundos algunos de los candidatos, o en otra iglesia de gran importancia.

Si se van a ordenar presbíteros de alguna comunidad religiosa, puede hacerse la Ordenación en la iglesia de la comunidad en la que van a ejercer su ministerio.

109. Celébrese la Ordenación con la asistencia del mayor número posible de fieles en domingo o día festivo, a no ser que razones pastorales aconsejen otro día. Pero se excluyen el Triduo Pascual, el Miércoles de Ceniza, toda la Semana Santa y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

110. La Ordenación tiene lugar dentro de la Misa estacional, una vez terminada la liturgia de la palabra y antes de la liturgia eucarística.

Puede emplearse la Misa ritual “En la que se confieren las sagradas Órdenes” excepto en las Solemnidades, los Domingos de Adviento, Cuaresma, Pascua y los días de la octava de Pascua. En estos casos se dice la Misa del día con sus lecturas.

Pero en otros días, si no se dice la Misa ritual, se puede tomar una de las lecturas de las que se proponen en el Leccionario con este fin.

La oración universal se omite, porque las letanías ocupan su lugar.

111. Proclamado el Evangelio, la Iglesia local pide al Obispo que ordene a los candidatos. El presbítero encargado informa al Obispo, que le pregunta, ante el pueblo, de que no existen dudas acerca de los candidatos. Los candidatos, en presencia del Obispo y de todos los fieles, manifiestan la voluntad de cumplir su ministerio, según los deseos de Cristo y de la Iglesia bajo la autoridad del Obispo. En las letanías todos imploran la gracia de Dios en favor de los candidatos.

112. Por la imposición de las manos del Obispo y la Plegaria de Ordenación, se les confiere a los candidatos el don del Espíritu Santo para su función presbiteral. Estas son las palabras que pertenecen a la naturaleza del sacramento y que por tanto se exigen para la validez del acto:

“Da, quaésumus, omnípotens Pater, 
in hos fámulos tuos presbytérii dignitátem; 
ínnova in viscéribus eorum 
Spíritum sanctitátis; 
accéptum a te, Deus, 
secúndi mériti munus obtíneant, 
censurámque morum 
exémplo suae conversatiónis insínuent”.

(Te pedimos, Padre todopoderoso, 
que confieras a estos siervos tuyos 
la dignidad del presbiterado; 
renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; 
reciban de ti el segundo grado 
del ministerio sacerdotal 
y sean, con su conducta, ejemplo de vida.)

Juntamente con el Obispo, los presbíteros imponen las manos a los candidatos para significar su recepción en el presbiterio.

113. Inmediatamente después de la Plegaria de Ordenación se revisten los ordenados con la estola presbiteral y con la casulla para que se manifieste visiblemente el ministerio que desde ahora van a ejercer en la liturgia.

Este ministerio se declara más ampliamente por medio de otros signos: por la unción de las manos se significa la peculiar participación de los presbíteros en el sacerdocio de Cristo; por la entrega del pan y del vino en sus manos se indica el deber de presidir la celebración Eucarística y de seguir a Cristo crucificado.

El Obispo, con el beso de paz, pone en cierto modo el sello a la acogida de sus nuevos colaboradores en su ministerio; los presbíteros saludan con el beso de paz a los ordenados para el común ministerio en su Orden.

114. Los ordenados ejercen por primera vez su ministerio en la liturgia eucarística concelebrándola con el Obispo y con los demás miembros del presbiterio. Los presbíteros recién ordenados ocupan el primer lugar.

IV. LO QUE HAY QUE PREPARAR

115. Además de lo necesario para la celebración de la Misa estacional, deben prepararse:
a) El libro de la Ordenación;
b) casullas para cada uno de los ordenandos;
c) el gremial;
d) el santo crisma;
e) lo necesario para lavarse las manos el Obispo y los ordenados.

116. La Ordenación hágase normalmente junto a la cátedra; pero si fuere necesario para la participación de los fieles, prepárese la sede para el Obispo delante del altar o en otro lugar más oportuno.

Las sedes para los ordenandos deben prepararse de modo que los fieles puedan ver bien la acción litúrgica.

117. El Obispo y los presbíteros concelebrantes visten los ornamentos sagrados que se les exigen a cada uno para la celebración de la Misa.

Los ordenandos llevan amito, alba, cíngulo y estola diaconal. Los presbíteros que imponen las manos a los elegidos para el presbiterado, si no concelebran, estén revestidos de estola sobre el alba o sobre el traje talar con sobrepelliz.

Los ornamentos han de ser del color de la Misa que se celebra o, si no, de color blanco; también pueden emplearse otros ornamentos festivos o más nobles.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Rito de la ordenación del obispo. Formulario I. Pontifical Romano nn. 31-64.

Pontifical Romano (2ª ed típica, España 1997)

ORDENACIÓN DEL OBISPO

FORMULARIO I

RITO DE LA ORDENACIÓN DEL OBISPO

RITOS INICIALES Y LITURGIA DE LA PALABRA

31. Estando todo dispuesto, se inicia la procesión por la iglesia hacia el altar según el modo acostumbrado. Precede el diácono portador del libro de los Evangelios que ha de utilizarse en la Misa y en la Ordenación, con los demás diáconos, si los hay; siguen los presbíteros concelebrantes; a continuación, el elegido, entre sus presbíteros asistentes; después, los Obispos ordenantes y, finalmente, el Obispo ordenante principal, con sus dos diáconos asistentes ligeramente detrás de él. Llegados al altar, y hecha la debida reverencia, se dirigen todos a su respectivo lugar. Procúrese, sin embargo, que la distinción entre Obispos y presbíteros sea patente incluso en la disposición misma de sus puestos respectivos.

Mientras tanto, se entona la antífona de entrada con su salmo, u otro canto apropiado.

Antífona de entrada Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí, 
porque él me ha ungido. 
Me ha enviado a evangelizar a los pobres 
y curar a los contritos de corazón [T. P. Aleluya].

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;

(Se repite la antífona)

¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.
Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos.

(Se repite la antífona)

Mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

(Se repite la antífona)

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

(Se repite la antífona)

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona de entrada Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí, 
porque él me ha ungido. 
Me ha enviado a evangelizar a los pobres 
y curar a los contritos de corazón [T. P. Aleluya].

32. Los ritos iniciales y la liturgia de la palabra se realizan del modo acostumbrado, hasta el Evangelio, inclusive.

Oración colecta
Oh, Dios, que por pura generosidad de tu gracia, 
has querido poner hoy al frente de tu Iglesia de N.
a tu siervo, el presbítero N.
concédele ejercer dignamente el ministerio episcopal 
y guiar con la palabra y el ejemplo, bajo tu amparo, 
la grey que le has confiado. 
Por nuestro Señor Jesucristo.

O bien, especialmente si se ordena un obispo no residencial:
Oh, Dios, Pastor eterno, 
que gobiernas a tu grey con protección constante, 
y has querido incorporar hoy al colegio episcopal 
a tu siervo, el presbítero N.
concédele ser auténtico testigo de Cristo en todas partes 
con una vida santa. 
Por nuestro Señor Jesucristo.

33. Si el Obispo es ordenado en su iglesia catedral, después del saludo al pueblo, uno de los diáconos o de los presbíteros concelebrantes muestra las Letras apostólicas al Colegio de consultores, estando presente el Canciller de la Curia, quien levantará acta de ello, y las lee después desde el ambón; escuchan todos sentados, diciendo al final: Demos gracias a Dios, u otra aclamación apropiada.

Mas en las diócesis recién erigidas se dan a conocer dichas Letras al clero y al pueblo presentes en la iglesia catedral, levantando acta de ello el presbítero de más edad entre los presentes.

34. Después de la lectura del Evangelio, el diácono deposita nuevamente y con toda reverencia el libro de los Evangelios sobre el altar, donde permanece hasta el momento de ponerlo sobre la cabeza del ordenado.

ORDENACIÓN

35. Comienza, seguidamente, la Ordenación del Obispo. Estando todos de pie, puede cantarse el himno VENI, CREATOR SPIRITUS, u otro himno análogo, según las costumbres del lugar.

1. Veni, creátor Spíritus,
mentes tuórum vísita, 
imple supérna grátia, 
quae tu creásti, péctora.

2. Qui díceris Paráclitus,
donum Dei altíssimi,
fons vivus, ignis, cáritas
et spiritális únctio.

3. Tu septifórmis múnere,
déxteræ Dei tu dígitus,
tu rite promíssum Patris
sermóne ditans gúttura.

4. Accénde lumen sénsibus,
infúnde amórem córdíbus,
infirma nostri córporis,
virtúte firmans pérpeti.

5. Hostem repéllas lóngius
pacémque dones prótinus;
ductóre sic te previo
vitémus omne nóxium.

6. te sciámus da Patrem
noscámus atque Fílium,
te utriúsque Spíritum
credámus omni témpore. Amen.

1. Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

2. Ven, dulce huésped del alma.
descanso de nuestro esfuerzo.
tregua en el duro trabajo
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

3. Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

4. Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

5. Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito.
Salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

36. Después el Obispo ordenante principal y los otros Obispos ordenantes se acercan, si es necesario, a las sedes preparadas para la Ordenación.

Presentación del elegido

37. El elegido es acompañado por sus presbíteros asistentes hasta el Obispo ordenante principal, a quien hace una reverencia.

38. Uno de los presbíteros asistentes se dirige al Obispo ordenante principal con estas palabras:
Reverendísimo Padre, la Iglesia de N. pide que ordenes Obispo al presbítero N.

Mas si se trata de ordenar a un Obispo no residencial:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia católica pide que ordenes Obispo al presbítero N.

El Obispo ordenante principal pregunta:
¿Tenéis el mandato apostólico?

Y el responde:
Lo tenemos.

El Obispo ordenante principal:
Léase.

Y se lee ahora el mandato, estando todos sentados. Terminada su lectura, prestan todos su asentimiento a la elección del Obispo, diciendo:
Demos gracias a Dios.

O de cualquier otra forma, según lo establecido en el número 11 de la Introducción general.

Homilía

39. Seguidamente, el Obispo ordenante principal, estando todos sentados, hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas proclamadas en la liturgia de la palabra, amonesta al clero, al pueblo y al Obispo electo sobre el ministerio episcopal Pueden utilizarse, para dicha amonestación, las siguientes o parecidas palabras, adaptando, sin embargo, su texto cuando se ordena un Obispo no residencial.

Queridos hijos:

Vamos a considerar atentamente a qué ministerio en la Iglesia accede hoy nuestro hermano. Jesucristo, Señor nuestro, enviado por el Padre para redimir al género humano, envió a su vez por el mundo a los doce Apóstoles para que, llenos de la fuerza del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio, gobernaran y santificaran a todos los pueblos, agrupándoles en un solo rebaño.

Para que este servicio continuara hasta el fin de los siglos, los Apóstoles eligieron colaboradores, a quienes comunicaron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, por la imposición de manos, mediante la cual se confiere la plenitud del sacramento del Orden. De esta manera, a través de los tiempos, se ha ido transmitiendo, por la sucesión continua de los Obispos, este tan importante ministerio, y permanece y se acrecienta hasta nuestros días la obra del Salvador.

En la persona del Obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente entre vosotros el mismo Jesucristo, Señor y Pontífice eterno. Él es quien, por medio del Obispo, continúa anunciando el Evangelio y ofreciendo a los creyentes los sacramentos de la fe. Él es quien, por medio del ministerio paternal del Obispo, agrega nuevos miembros a la Iglesia, su Cuerpo. Él es quien, valiéndose de la predicación y solicitud pastoral del Obispo, os lleva, a través del peregrinar terreno, a la felicidad eterna.

Recibid, pues, con alegría y acción de gracias a nuestro hermano. Nosotros, los Obispos aquí presentes, por la imposición de manos, lo agregamos a nuestro Colegio Episcopal. Debéis honrarlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios: a él se le ha confiado dar testimonio del verdadero Evangelio y administrar la vida del Espíritu y la santidad.

Recordad las palabras de Cristo a los Apóstoles: «Quien a vosotros os escucha a mi me escucha; quien a vosotros os rechaza a mi me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado».

Y tu, querido hermano elegido por el Señor, recuerda que has sido escogido entre los hombres y puesto al servicio de ellos en las cosas de Dios. El Episcopado es un servicio, no un honor; por ello el Obispo debe ante todo vivir para los fieles y no solamente presidirlos. El primero, según el mandato del Señor, debe ser como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Proclama la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo; exhorta con toda paciencia y deseo de instruir. En la oración y en el sacrificio eucarístico pide abundancia y diversidad de gracias, para que el pueblo a ti encomendado participe de la plenitud de Cristo.

Cuida y dirige la Iglesia que se te confía, y se fiel dispensador de los misterios de Cristo. Elegido por el Padre para el cuidado de su familia, ten siempre ante tus ojos al buen Pastor, que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas, y no dudó en dar su vida por el rebaño.

Ama con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo tu cuidado, especialmente a los presbiteros y diáconos colaboradores tuyos en el ministerio sagrado, a los pobres, a los débiles a los que no tienen hogar y a los inmigrantes. Exhorta a los fieles a trabajar contigo en la obra apostólica, y procura siempre atenderlos y escucharlos. De aquéllos que aun no están incorporados al rebaño de Cristo, cuida sin desmayo, porque ellos también te han sido encomendados en el Señor. No olvides que formas parte del Colegio episcopal en el seno de la Iglesia católica, que es una por el vinculo del amor. Por tanto, tu solicitud pastoral debe extenderse a todas las comunidades cristianas, dispuesto siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas. Cuida, pues, de todo el rebaño que el Espíritu Santo te encarga guardar, como pastor de la Iglesia de Dios en el nombre del Padre, cuya imagen representas en la asamblea, en el nombre del Hijo, cuyo oficio de Maestro Sacerdote y Pastor ejerces y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia de Cristo y fortalece nuestra debilidad.

Promesa del elegido

40. Después de la homilía, solamente el Obispo electo se pone de pie ante el Obispo ordenante principal, quien lo interroga con estas palabras:

La antigua regla de los Santos Padres establece que quien ha sido elegido para el Orden episcopal sea, ante el pueblo, previamente examinado sobre su fe y sobre su futuro ministerio.

Por tanto, querido hermano: ¿Quieres consagrarte, hasta la muerte, al ministerio episcopal que hemos heredado de los Apóstoles, y que por la imposición de nuestras manos te va a ser confiado con la gracia del Espíritu Santo?

El elegido responde:
Sí, quiero.

El Obispo ordenante principal:
¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Jesucristo?

El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo ordenante principal:
¿Quieres conservar integro y puro el depósito de la fe, tal como fue recibido de los Apóstoles y conservado en la Iglesia y en todo lugar?

El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo ordenante principal:
¿Quieres edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y permanecer en su unidad con el Orden de los Obispos, bajo la autoridad del sucesor de Pedro?

El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo ordenante principal:
¿Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro?

El elegido:
Si, quiero.

El Obispo ordenante principal:
Con amor de padre, ayudado de tus presbíteros y diáconos, ¿quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación?

El elegido:
Si, quiero.

El Obispo ordenante principal:
Con los pobres, con los inmigrantes, con todos los necesitados ¿quieres ser siempre bondadoso y comprensivo?

El elegido:
Si, quiero.

El Obispo ordenante principal:
Como buen pastor, ¿quieres buscar las ovejas dispersas y conducirlas al aprisco del Señor?

El elegido:
Si, quiero.

El Obispo ordenante principal:
¿Quieres rogar continuamente a Dios todopoderoso por el pueblo santo y cumplir de manera irreprochable las funciones del sumo sacerdocio?

El elegido:
Si, quiero, con la ayuda de Dios.

El Obispo ordenante principal:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

Suplica litánica

41. Seguidamente, los Obispos deponen la mitra, y todos se levantan. EI Obispo ordenante principal, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:

Oremos, hermanos, para que, en bien de la santa Iglesia,
el Dios de todo poder y bondad,
derrame sobre este elegido
la abundancia de su gracia.

42. Entonces el elegido se postra en tierra, y se cantan las letanías, respondiendo todos; en los domingos y durante el tiempo pascual, se hace estando todos de pie, y en los demás días de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:

Pongámonos de rodillas.

En las letanías pueden añadirse, en su lugar respectivo, otros nombres de santos, por ejemplo, del patrono, del titular de la iglesia, del fundador, del patrono de quien recibe la Ordenación, o algunas invocaciones más apropiadas a cada circunstancia.

Señor, ten piedad.
Kyrie, eleison.
Cristo, ten piedad.
Christe, eleison.
Señor, ten piedad.
Kyrie, eleison.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
San Pedro, ruega por nosotros.
San Pablo, ruega por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santo Tomás, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
San Bartolomé, ruega por nosotros.
San Mateo, ruega por nosotros.
San Simón, ruega por nosotros.
San Tadeo, ruega por nosotros.
San Matías, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio,
 ruega por nosotros.
San Agustín,
 ruega por nosotros.
San Atanasio,
 ruega por nosotros.
San Basilio,
 ruega por nosotros.
San Martín,
 ruega por nosotros.
San Benito,
 ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo,
 rogad por nosotros.
San Francisco Javier,
 ruega por nosotros.
San Juan María Vianney,
 ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena,
 ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús,
 ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios,
 rogad por nosotros.

Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, 
te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, 
te rogamos, óyenos.
Para que bendigas a este elegido (estos elegidos)te rogamos, óyenos.
Para que bendigas y santifiques a este elegido (estos elegidos)
te rogamos, óyenos.
Para que bendigas, santifiques y consagres a este elegido (estos elegidos)
te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, 
te rogamos, óyenos.
Para que tengas misericordia de todos los que sufren, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.

Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.


43. Concluido el canto de las letanías, el Obispo ordenante principal, en pie y con las manos extendidas, dice:
Escucha, Señor, nuestra oración,
para que al derramar sobre este siervo tuyo
la plenitud de la gracia sacerdotal,
descienda sobre él la fuerza de tu bendición.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

El diácono, si el caso lo requiere, dice:
Podéis levantaros.

Y todos se levantan.

Imposición de manos y Plegaria de Ordenación

44. El Obispo electo se levanta, se acerca al Obispo ordenante principal, que sigue en pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.

45. El Obispo ordenante principal impone en silencio las manos sobre la cabeza del elegido. A continuación, acercándose sucesivamente, lo hacen los demás Obispos, también en silencio.

Tras la imposición de manos, los Obispos permanecen junto al Obispo ordenante principal hasta finalizar la Plegaria de Ordenación, pero de modo que los fieles puedan ver bien la ceremonia.

46. Seguidamente, el Obispo ordenante principal recibe de un diácono el libro de los Evangelios y lo impone abierto sobre la cabeza del elegido; dos diáconos, a derecha e izquierda del elegido, sostienen el libro de los Evangelios sobre la cabeza de aquél, hasta que finaliza la Plegaria de Ordenación.

47. Con el elegido de rodillas ante él, el Obispo ordenante principal, sin mitra, y con los demás Obispos ordenantes a su lado, también sin mitra, pronuncia, con las manos extendidas, la Plegaria de Ordenación:

Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordia y Dios de todo consuelo,
que habitas en el cielo
y te fijas en los humildes;
que lo conoces todo antes de exista.


Tú estableciste normas en tu Iglesia
con tu palabra bienhechora.
Desde el principio tú predestinaste
un linaje justo de Abrahán;
nombraste príncipes y sacerdotes
y no dejaste sin ministros tu santuario.
Desde el principio del mundo te agrada
ser glorificado por tus elegidos.


Esta parte de la oración es dicha por todos los Obispos ordenantes, con las manos juntas y en voz baja para que se oiga claramente la del Obispo ordenante principal:

INFUNDE AHORA SOBRE ÉSTE TU ELEGIDO
LA FUERZA QUE DE TI PROCEDE:
EL ESPÍRITU DE GOBIERNO
QUE DISTE A TU AMADO HIJO JESUCRISTO,
Y ÉL, A SU VEZ, COMUNICÓ A LOS SANTOS APÓSTOLES,
QUIENES ESTABLECIERON LA IGLESIA
COMO SANTUARIO TUYO
EN CADA LUGAR,

PARA GLORIA Y ALABANZA INCESANTE DE TU NOMBRE.

Prosigue solamente el Obispo ordenante principal:

Padre santo, tú que conoces los corazones,
concede a este servidor tuyo,
a quien elegiste para el episcopado,
que sea un buen pastor de tu santa grey
y ejercite ante ti el sumo sacerdocio
sirviéndote sin tacha día y noche;
que atraiga tu favor sobre tu pueblo
y ofrezca los dones de tu santa Iglesia;
que por la fuerza del Espíritu,
que recibe como sumo sacerdote
y según tu mandato,
tenga el poder de perdonar pecados;
que distribuya los ministerios
y los oficios según tu voluntad,
y desate todo vínculo conforme al poder
que diste a los Apóstoles;
que por la mansedumbre y la pureza de corazón
te sea grata su vida como sacrificio de suave olor,
por medio de tu Hijo Jesucristo,
por quien recibes la gloria, el poder y el honor,
con el Espíritu, en la santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos.


R. Amén.

48. Concluida la Plegaria de Ordenación, los diáconos retiran el libro de los Evangelios que sostenían sobre la cabeza del ordenado; uno de ellos continúa con el libro hasta el momento de entregarlo al ordenado. Se sientan todos. El Obispo ordenante principal y los demás Obispos ordenantes se ponen la mitra.

Unción de la cabeza y entrega del libro de los Evangelios y de las insignias

49. El Obispo ordenante principal se pone el gremial, recibe de un diácono el santo crisma y unge la cabeza del ordenado, que está arrodillado ante él, diciendo:

Dios, que te ha hecho partícipe
del sumo sacerdocio de Cristo,
derrame sobre ti el bálsamo de la unción,
y con sus bendiciones te haga abundar en frutos.

Después el Obispo ordenante principal se lava las manos.

50. El Obispo ordenante principal, recibiendo de un diácono el libro de los Evangelios, se lo entrega al ordenado diciendo:
Recibe el Evangelio,
y proclama la Palabra de Dios
con deseo de instruir y con toda paciencia.

El diácono toma nuevamente el libro de los Evangelios y lo deposita en su lugar.

51. El Obispo ordenante principal pone el anillo en el dedo anular de la mano derecha del ordenado, diciendo:
Recibe este anillo, signo de fidelidad,
y permanece fiel a la Iglesia, Esposa santa de Dios.


52. Si el ordenado goza de palio, el Obispo ordenante principal lo recibe del diácono y lo pone sobre los hombros del ordenado, diciendo:
Recibe el palio traído del sepulcro de san Pedro,
que te entregamos en nombre del Romano Pontífice,
el Papa N.,
como signo de autoridad metropolitana,
para que lo uses dentro de los límites
de tu provincia eclesiástica;
que sea para ti símbolo de unidad
y señal de comunión con la Sede Apostólica,
vínculo de caridad y estímulo de fortaleza.

53. Seguidamente, el Obispo ordenante principal pone la mitra al ordenado, diciendo:
Recibe la mitra,
brille en ti el resplandor de la santidad,
para que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores,
merezcas recibir la corona de gloria
que no se marchita.


54. Y, finalmente, entrega al ordenado el báculo pastoral, diciendo:
Recibe el báculo,
signo del ministerio pastoral,
y cuida de todo el rebaño
que el Espíritu Santo te ha encargado guardar,
como pastor de la Iglesia de Dios.


55. Se levantan todos. Si la Ordenación se ha hecho en la iglesia propia del ordenado, el Obispo ordenante principal lo invita a sentarse en la cátedra, sentándose el mismo Obispo ordenante principal a su derecha.

Pero, si el Obispo ha sido ordenado fuera de su propia iglesia, es invitado por el Obispo ordenante principal a sentarse en el primer puesto entre los Obispos concelebrantes.

56. Finalmente, el ordenado, dejando el báculo, se levanta y va recibiendo del Obispo ordenante principal y de todos los Obispos un beso.

57. Mientras tanto, y hasta finalizar el rito, puede cantarse la antífona siguiente con el salmo 95 (96), u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antífona, sobre todo cuando el salmo 95 (96) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la liturgia de la palabra.

Antífona
Id al mundo, aleluya, y haced
discípulos de todos los pueblos, aleluya.


Tiempo de Cuaresma:
Id al mundo, y haced
discípulos de todos los pueblos.

Salmo 95 (96)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

(Se repite la antífona)

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

(Se repite la antífona)

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

(Se repite la antífona)

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

(Se repite la antífona)

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.

(Se repite la antífona)

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

(Se repite la antífona)

No se dice
Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antífona, una vez que los Obispos hayan besado al ordenado.

58. Prosigue la Misa al modo acostumbrado. Se dice o no el Símbolo de la fe, según las rúbricas. Se omite la oración universal.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Oración sobre las ofrendas
Si preside la liturgia eucarística el obispo recién ordenado:
Te ofrecemos, Señor, 
este sacrificio de alabanza 
para que aumentes en mí 
el espíritu de servicio 
y lleves a término 
lo que me has entregado sin méritos propios. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Si preside la liturgia eucarística el obispo ordenante principal:
Señor, acepta complacido 
la ofrenda que te presentamos por tu Iglesia 
y por tu siervo N., obispo, 
y dígnate enriquecer con virtudes apostólicas, 
para bien de tu grey, 
al que pusiste como pontífice 
al frente de tu pueblo. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio
EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL MINISTERIO DE LOS SACERDOTES
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu Unigénito pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, preceden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:
R. Santo, santo Santo…

59. En la Plegaria eucarística se hace mención del obispo recién ordenado.

I. Cuando se utiliza el Canon romano se dice Acepta, Señor, en tu bondad propio:
A. Si lo dice el obispo recién ordenado:
Acepta, Señor, en tu bondad, 
esta ofrenda de tus siervos 
y de toda tu familia santa; 
te la ofrecemos también por mí, 
indigno siervo tuyo, 
a quien te has dignado promover al orden episcopal; 
conserva en mí tus dones 
para que fructifique 
lo que he recibido de tu bondad.
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]

B. Si lo dice otro obispo:
Acepta, Señor, en tu bondad, 
esta ofrenda de tus siervos 
y de toda tu familia santa;
 te la ofrecemos también por tu siervo N.
a quien te has dignado promover al orden episcopal; 
conserva en él tus dones 
para que fructifique 
lo que ha recibido de tu bondad. 
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]

II. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística II la mención se intercala en la intercesión Acuérdate, Señor.
A. Si lo dice el obispo recién ordenado:
Acuérdate, Señor, 
de tu Iglesia extendida por toda la tierra; 
y con el papa N.
[con mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.
o bien, si lo dice un obispo auxiliar: con nuestro obispo N.,] 
y conmigo, indigno siervo tuyo, 
a quien has constituido hoy pastor de la Iglesia [de N.]
y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, 
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de nuestros hermanos 

que durmieron en la esperanza de la resurrección...

B. Si lo dice otro obispo:
Acuérdate, Señor, 
de tu Iglesia extendida por toda la tierra; 
y con el papa N.,
 Si el recién ordenado es el obispo residencial:
con mi hermano N.
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: con nuestro obispo N.,
a quien has constituido hoy pastor de esta Iglesia de N.,*
♦♦ Si el recién ordenado no es el obispo residencial:
con mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.,
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: con nuestro obispo N.,)
y con tu siervo N.
a quien has constituido hoy pastor de la Iglesia [de N.],*
y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, 
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de nuestros hermanos 
que durmieron en la esperanza de la resurrección...

III. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística III la mención se intercala en la intercesión Te pedimos, Padre, que esta Víctima.

A. Si lo dice el obispo recién ordenado:
Te pedimos, Padre, 
que esta Víctima de reconciliación 
traiga la paz y la salvación al mundo entero. 
Confirma en la fe y en la caridad 
a tu Iglesia, peregrina en la tierra: 
a tu servidor, el papa N.,
 [a mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.
o bien, si lo dice un obispo auxiliar: a nuestro obispo N.,] 
a mí, indigno siervo tuyo, 
que he sido ordenado hoy pastor de la Iglesia [de N.]
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, 
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas...

B. Si lo dice otro obispo:
Te pedimos, Padre, 
que esta Víctima de reconciliación 
traiga la paz y la salvación al mundo entero. 
Confirma en la fe y en la caridad 
a tu Iglesia, peregrina en la tierra: 
a tu servidor, el papa N.,
♦ Si el recién ordenado es el obispo residencial:
con mi hermano N.
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: con nuestro obispo N.,)
a quien ha sido ordenado hoy pastor de esta Iglesia de N.,*
♦♦ Si el recién ordenado no es el obispo residencial:
con mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: con nuestro obispo N.,)
y con tu siervo N.
que ha sido ordenado hoy pastor de la Iglesia [de N.],*
* al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, 
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas...

IV. Cuando no se utiliza el prefacio propio se puede emplear la Plegaria eucarística IV. La mención se intercala en la intercesión Y ahora, Señor, acuérdate.
A. Si lo dice el obispo recién ordenado:
Y ahora, Señor, acuérdate 
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio: 
de tu servidor el papa N.,
[de mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.,
o bien, si lo dice un obispo auxiliar: de nuestro obispo N.,
y de mí, indigno siervo tuyo, 
a quien te has dignado elegir hoy para el servicio de tu pueblo, 
del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos; 
acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos, 
de todo tu pueblo santo 
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también de los que murieron...

B. Si lo dice otro obispo:
Y ahora, Señor, acuérdate 
de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio: 
de tu servidor el papa N.,
♦ Si el recién ordenado es el obispo residencial:
de mi hermano N.
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: de nuestro obispo N.,)
a quien te has dignado elegir hoy para el servicio de tu pueblo,*
♦♦ Si el recién ordenado no es el obispo residencial:
de mi hermano N., obispo de esta Iglesia de N.
(o bien, si lo dice un obispo auxiliar: de nuestro obispo N.,)
y de este siervo tuyo N.
a quien te has dignado elegir hoy para el servicio de tu pueblo,*
* del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos; 
acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos, 
de todo tu pueblo santo 
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también de los que murieron...

60. Los padres y familiares del Obispo ordenado pueden comulgar bajo ambas especies.

Antífona de la comunión Cf. Jn 17, 17-18
Padre santo, santifícalos en la verdad. 
Como tú me enviaste al mundo, 
así los envío yo también al mundo, 
dice el Señor [T. P. Aleluya].

Oración después de la comunión
Si preside la liturgia eucarística el obispo recién ordenado:
Te pedimos, Señor, 
que realices plenamente en nosotros 
el auxilio de tu misericordia, 
y nos hagas ser compasivos de tal modo 
que en todas nuestras obras podamos agradarte. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Si preside la liturgia eucarística el obispo ordenante principal:
Señor, por la eficacia de este misterio 
multiplica en tu siervo N., obispo, 
los dones de tu gracia, 
para que ejerza dignamente el ministerio pastoral 
y consiga los premios eternos 
por su fidelidad en tu servicio. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

RITO DE CONCLUSIÓN

61. Terminada la oración después de la comunión, se canta el Te Deum laudamus u otro himno parecido, según las costumbres del lugar. Mientras tanto, el ordenado recibe la mitra y el báculo y, acompañado por dos de los Obispos ordenantes, recorre la iglesia bendiciendo a todos.

Te Deum
Te Deum laudámus: te Dóminum confitémur.
Te ætérnum Patrem, omnis terra venerátur.
Tibi omnes ángeli, tibi cæli, et univérsæ potestátes.
Tibi chérubim et séraphim incessábili voce proclámant: Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth.
Pleni sunt cæli et terra maiestátis glóriæ tuæ.
Te gloriósus Apostolórum chorus, te prophetárum laudábilis númerus, te mártyrum candidátus laudat exércitus.
Te per orbem terrárum sancta confitétur Ecclésia: Patrem imménsæ maiestátis, venerádum tuum verum et únicum Fílium: Sanctum quoque Paráclitum Spíritum.
Tu rex glóriæ, Christe. Tu Patris sempitérnus es Fílius.
Tu, ad liberándum susceptúrus hóminem, non horruísti Vírginis uterum.
Tu, devícto mortis acúleo, aperuísti credéntibus regna cælórum.
Tu ad déxteram Dei sedes in glória Patris.
Iudex créderis esse ventúrus.
Te ergo quæsumus, tuis fámulis súbveni, quos pretióso sánguine redemisti.
Ætérna fac cum Sanctis tuis in glória numerári.
Salvum fac pópulum tuum, Dómine, et bénedic hereditáti tuæ. Et rege eos, et extólle illos usque in ætérnum.
Per síngulos dies benedícimus te; et laudámus nomen tuum in sæculum, et in sæculum sæculi.
Dignáre, Dómine, die isto sine peccáto nos custodire.
Miserére nostri, Dómine, miserére nostri.
Fiat misericórdia tua, Dómine, super nos, quemádmodum sperávimus in te.
In te, Dómine, sperávi: non confúndar in ætérnum.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse:
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

62. Concluido el himno, el ordenado puede hablar brevemente al pueblo, desde el altar, o desde la cátedra si está en su propia Iglesia.

63. Seguidamente, el Obispo que ha presidido la liturgia eucarística imparte la bendición. En vez de la acostumbrada, puede darse una bendición más solemne, como la siguiente. El diácono puede hacer la invitación con éstas u otras palabras:
Inclinaos para recibir la bendición.

Bendición solemne al final de la misa
A. Si preside la liturgia eucarística el obispo recién ordenado, él mismo imparte esta bendición con las manos extendidas sobre el pueblo.
Oh, Dios,
 que cuidas a tu pueblo con misericordia 
y lo diriges con amor, 
concede el Espíritu de la sabiduría 
a quienes confiaste la misión del gobierno en tu Iglesia, 
para que el progreso de los fieles santos 
sea el gozo eterno de sus pastores.
R. Amén.
Tú que, con el poder de tu gloria 
ordenas el número de nuestros días 
y la duración de los tiempos, 
dirige benévolo tu mirada sobre nuestro humilde ministerio 
y concede a nuestro tiempo la abundancia de tu paz.
R. Amén.
Ayúdame también con los dones 
que, por tu gracia, has puesto en mí, 
y pues me has elevado al orden episcopal 
concédeme agradarte con la perfección de las obras; 
que el corazón del pueblo y del obispo 
tenga un mismo querer, 
de tal manera que al pastor 
no le falte la obediencia de su grey, 
y a la grey no le falte el cuidado del pastor.
R. Amén.
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, 
os bendiga Dios todopoderoso, 
Padre , Hijo , y Espíritu  Santo.
R. Amén.

B. Si preside la liturgia eucarística el obispo ordenante principal, él mismo imparte esta bendición con las manos extendidas sobre el obispo recién ordenado.
Que el Señor te bendiga y te guarde, 
y pues te hizo pontífice de su pueblo, 
te conceda felicidad en este mundo 
y te haga partícipe del gozo eterno.
R. Amén.
Que el Señor te conceda por muchos años 
gobernar felizmente, 
con su providencia y bajo su cuidado, 
al clero y al pueblo 
que, por su voluntad, 
ha querido reunir en torno a ti.
R. Amén.
Y, obedientes a los preceptos divinos, 
libres de toda adversidad, 
abundando en todos los bienes 
y respetando fielmente tu ministerio,
gocen de paz en este mundo 
y merezcan reunirse contigo 
en la asamblea de los santos.
R. Amén.
Y bendice a todo el pueblo, añadiendo:
Y a todos vosotros, 
que estáis aquí presentes, 
os bendiga Dios todopoderoso, 
Padre , Hijo , y Espíritu  Santo.
R. Amén.

64. Dada la bendición y despedido el pueblo por el diácono, se vuelve procesionalmente a la sacristía al modo acostumbrado.