Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 30 de agosto de 2020

San Juan Pablo II, Homilía en la administración del sacramento del Bautismo (11-enero-1981).

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO A NUEVE NIÑOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Paulina, Domingo 11 de enero de 1981

"Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias" (Mt 3, 17).

Las palabras del Evangelio que acabamos de oír van a realizarse también en estos queridos niños a quienes me dispongo a administrar el bautismo. Jesús es el primogénito de muchos hermanos (cf. Rom 8, 29); lo que se realizó en El se repite misteriosamente en cada uno de los que seguimos sus huellas y llevamos su nombre, el nombre de cristianos.

Cuando Cristo entra en el Jordán, se oye la voz del Padre que lo llama predilecto suyo y se da cumplimiento así a la profecía del Siervo de Yavé que Isaías proclama en la primera lectura; y desciende el Espíritu Santo en forma de paloma para dar comienzo visible y solemne a la misión mesiánica del Hijo de Dios. Como en El, así también ha ocurrido en nosotros; así va a suceder en estos pequeños que están aquí ante nosotros, generación nueva del Pueblo de Dios destinada a crecer continuamente en el mundo gracias a las familias cristianas. También sobre ellos el Padre va a dejar oír su voz: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias". El Padre se complace en estos recién nacidos porque verá impresa en su espíritu la huella inmortal de su paternidad, la semejanza íntima y verdadera con su Hijo: hijos en el Hijo. Y al mismo tiempo descenderá el Espíritu Santo invisible y a la vez presente como entonces, para colmar a estas pequeñas almas de la riqueza de sus dones, para convertirlos en morada suya, templos suyos, manifestadores suyos que deberán irradiar su presencia y testimoniarlo a lo largo de la vida, vida que nosotros no sabemos todavía cómo será, pero que El ya ve en toda su plenitud.

Vamos a poner los cimientos de nuevas vidas cristianas amadas del Padre, redimidas por Cristo, marcadas por el Espíritu Santo, objeto de una predilección eterna que se proyecta ya desde ahora hacia el futuro y a la eternidad entera en un Amor sin fin que los abraza desde ahora: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias".

Sobre estos hijos predilectos, que dentro de poco serán los brotes nuevos de la Iglesia, blancos con la inocencia total de la gracia simbolizada en el manto que les impondré luego, fuertes como auténticos atletas con la unción del óleo de los catecúmenos, santos con la santidad misma de Dios, invoco con vosotros la ayuda continua del Señor y hago votos para que sean fieles siempre durante toda la vida a esta nuestra común y estupenda vocación cristiana.

Con tal fin los confío a vosotros, padres cristianos, que con vuestro amor y entrega mutuos les habéis dado la vida, convirtiéndoos en colaboradores de la creación de Dios. Los habéis traído aquí siendo hijos de la naturaleza, y os los lleváis a casa hijos de la gracia. De vosotros depende gran parte de su realización plena según los planes de Dios, ¡a vosotros los confío en nombre de Dios Trinidad!

Y los confío también a vosotros, padrinos y madrinas, con la misma finalidad de que garanticéis su crecimiento cristiano completo.

Sobre todos descienda la bendición del Señor, de la que es prenda y auspicio mi bendición apostólica.

Domingo 4 octubre 2020, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A

Un domingo más, Dios nos invita a la acción de gracias por el regalo de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. En la palabra de Dios hoy Jesús anuncia su muerte con una parábola y advierte a sus contemporáneos de que el reino de Dios que anuncia ha de dar fruto en ellos. Preparémonos para acoger el Evangelio y sus frutos en nuestras vidas.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- Míranos desde el cielo, ven a visitar tu viña: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Danos vida para que invoquemos tu nombre: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Restáuranos, que brille tu rostro y nos salve: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A.

PRIMERA LECTURA Is 5, 1-7
La viña del Señor del universo es la casa de Israel

Lectura del libro de Isaías.

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.
Voy a cantar a mi amigo
el canto de mi amado por su viña.
Mi amigo tenía una viña en un fértil collado.
La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cayó un lagar.
Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones. Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? ¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones? Pues os hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada.
La convertiré en un erial: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas y cardos,
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido.
Esperaba de ellos derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 79, 9 y 12. 13-14. 15-16. 19-20 (R.: Is 5, 7a)
R.
La viña del Señor es la casa de Israel.
Vínea Dómini, domus Israel est.

V. Sacaste una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste.
Extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Vínea Dómini, domus Israel est.

V. ¿Por qué has derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Vínea Dómini, domus Israel est.

V. Dios del universo, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó.
y al hijo del hombre que tú has fortalecido.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Vínea Dómini, domus Israel est.

V. No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor, Dios del universo, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Vínea Dómini, domus Israel est.

SEGUNDA LECTURA Flp 4, 6-9
Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Hermanos:
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.
Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra.
Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Jn 15, 16
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo os he elegido del mundo –dice el Señor– para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. R.
Ego vos elégi de mundo ut eátis et fructum afferátis, et fructus vester máneat, dícit Dóminus.

EVANGELIO Mt 21, 33-43
Arrendará la viña a otros labradores
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cayó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».
Le contestan:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice:
«No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente”
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo 8 de octubre de 2017.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los viñadores, a los que el jefe confía la viña que había plantado y después se va (cf. Mt 21, 33-43). Así se pone a prueba la lealtad de estos viñadores: la viña está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar al jefe lo que se recoja. Llegado el tiempo de la vendimia, el jefe manda a sus siervos a recoger los frutos. Pero los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples gestores, sino propietarios y se niegan a entregar lo que han recogido. Maltratan a los siervos hasta matarlos.
El jefe se muestra paciente con ellos: manda a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con paciencia, decide mandar a su propio hijo; pero aquellos viñadores, prisioneros de su comportamiento posesivo, matan también al hijo pensando que así habrían tenido la herencia.
Esta historia ilustra de manera alegórica los reproches que los profetas habían hecho sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la que también nos llamó a participar. Pero esta historia de alianza, como cada historia de amor, conoce sus momentos positivos, pero está marcada también por traiciones y desprecios.
Para hacer entender cómo Dios Padre responde a los desprecios opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en boca del jefe de la viña una pregunta: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (Mt 21, 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento perverso de los hombres no es la última palabra. Está aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga!
Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos. A través de las «piedras de descarte» –y Cristo es la primera piedra que los constructores han descartado– a través de las situaciones de debilidad y de pecado, Dios continúa poniendo en circulación el «vino nuevo» de su viña, es decir, la misericordia: este es el vino nuevo de la viña del Señor: la misericordia. Hay solo un impedimento frente a la voluntad tenaz y tierna de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, ¡que se convierte en ocasiones en violencia! Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la palabra de Dios conserva todo su poder de reproche y advertencia: «se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos» (Mt 21, 43).
La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. Esta no es tanto la suma de preceptos y de normas morales como, ante todo, una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús hizo y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada se puede convertir en salvaje y producir uva salvaje. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para agitarnos y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cada ambiente, también en los más lejanos y desagradables.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a estar en todas partes, sobre todo en las periferias de la sociedad, la viña que el Señor ha plantado por el bien de todos y a llevar el vino nuevo de la misericordia del Señor.
ÁNGELUS. Domingo 5 de octubre de 2014.
Queridos hermanos y hermanas: buenos días.
Esta mañana, con la celebración eucarística en la basílica de San Pedro, hemos inaugurado la Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los obispos. Los padres sinodales, provenientes de todas las partes del mundo, vivirán conmigo dos semanas intensas de escucha y discusión, fecundadas por la oración, sobre el tema "Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización".
Hoy la palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor eligió. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así se comporta Dios con nosotros, y así estamos llamados a comportarnos nosotros, los pastores. También cuidar a la familia es un modo de trabajar en la viña del Señor, para que produzca los frutos del reino de Dios (cf. Mt 21, 33-43).
Sin embargo, para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesario que se alimente de la palabra de Dios. Por eso es una feliz coincidencia que precisamente hoy nuestros hermanos paulinos hayan querido hacer una gran distribución de la Biblia aquí, en la plaza, y en muchos otros lugares. Demos gracias a nuestros hermanos paulinos. Lo hacen con ocasión del centenario de su fundación por parte del beato Santiago Alberione, gran apóstol de la comunicación. Entonces, hoy, mientras se inaugura el Sínodo sobre la familia, con la ayuda de los paulinos podemos decir: una Biblia en cada familia. "Pero padre, ya tenemos dos, tres...". ¿Dónde la tenías escondida?... La Biblia no es para ponerla en un anaquel, sino para tenerla al alcance de la mano, para leerla a menudo, todos los días, tanto individual como comunitariamente, marido y mujer, padres e hijos, quizás en la noche, especialmente el domingo. Así, la familia crece, camina con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios.
Esta es la Biblia que os darán los hermanos Paulinos: una para cada familia. Pero estad atentos para no haceros los listos: cogedla con una mano, no con dos, con una mano para llevarla a casa. Invito a todos a apoyar con la oración los trabajos del Sínodo, invocando la intercesión de la Virgen María. En este momento, nos unimos espiritualmente a cuantos, en el santuario de Pompeya, elevan la tradicional "súplica" a la Virgen del Rosario. Que obtenga la paz para las familias y para todo el mundo.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 2 de octubre de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo concluye con una amonestación de Jesús, particularmente severa, dirigida a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos" (Mt 21, 43). Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es "la piedra que desecharon los constructores", (cf. Mt 21, 42), porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero él mismo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la "piedra angular" en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los que un hombre confió su viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que "Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores" (Sermo 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando "les mandó a su hijo –escribe el evangelista Mateo– ... [los labradores] agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron" (Mt 21, 37.39). Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41).
Firmemente anclados en la fe en la piedra angular que es Cristo, permanezcamos en él como el sarmiento que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid. Solamente en él, por él y con él se edifica la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza. Al respecto escribió el siervo de Dios Pablo VI: "El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada". (Enc. Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964: AAS 56 [1964], 622).
Queridos amigos, el Señor está siempre cercano y actúa en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la singular presencia de sus ángeles, que hoy la Iglesia venera como "custodios", es decir, ministros de la divina solicitud por cada hombre. Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección. Y los ángeles forman una corona en torno a la augusta Reina de las Victorias, la santísima Virgen María del Rosario, que en el primer domingo de octubre, precisamente a esta hora, desde el santuario de Pompeya y desde el mundo entero, acoge la súplica ferviente para que sea derrotado el mal y se revele, en plenitud, la bondad de Dios.
Homilía Domingo 5 de octubre de 2008
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, así como la página del evangelio según san Mateo, han propuesto a nuestra asamblea litúrgica una sugestiva imagen alegórica de la Sagrada Escritura: la imagen de la viña, de la que ya hemos oído hablar los domingos precedentes. El pasaje inicial del relato evangélico hace referencia al "cántico de la viña", que encontramos en Isaías. Se trata de un canto ambientado en el contexto otoñal de la vendimia: una pequeña obra maestra de la poesía judía, que debía resultar muy familiar a los oyentes de Jesús y gracias a la cual, como gracias a otras referencias de los profetas (cf. Os 10, 1; Jr 2, 21; Ez 17, 3-10; Ez 19, 10-14; Sal 79, 9-17), se comprendía bien que la viña indicaba a Israel. Dios dedica a su viña, al pueblo que ha elegido, los mismos cuidados que un esposo fiel reserva a su esposa (cf. Ez 16, 1-14; Ef 5, 25-33).
Por tanto, la imagen de la viña, junto con la de las bodas, describe el proyecto divino de la salvación y se presenta como una conmovedora alegoría de la alianza de Dios con su pueblo. En el evangelio, Jesús retoma el cántico de Isaías, pero lo adapta a sus oyentes y a la nueva hora de la historia de la salvación. Más que en la viña pone el acento en los viñadores, a quienes los "servidores" del propietario piden, en su nombre, el fruto del arrendamiento. Pero los servidores son maltratados e incluso asesinados.
¿Cómo no pensar en las vicisitudes del pueblo elegido y en la suerte reservada a los profetas enviados por Dios? Al final, el propietario de la viña hace un último intento: manda a su propio hijo, convencido de que al menos a él lo escucharán. En cambio, sucede lo contrario: los viñadores lo asesinan precisamente porque es el hijo, es decir, el heredero, convencidos de quedarse fácilmente con la viña. Por tanto, se trata de un salto de calidad con respecto a la acusación de violación de la justicia social, como aparece en el cántico de Isaías. Aquí vemos claramente cómo el desprecio de la orden impartida por el propietario se transforma en desprecio de él: no es una simple desobediencia de un precepto divino, es un verdadero rechazo de Dios: aparece el misterio de la cruz.
Lo que denuncia esta página evangélica interpela nuestro modo de pensar y de actuar. No habla sólo de la "hora" de Cristo, del misterio de la cruz en aquel momento, sino de la presencia de la cruz en todos los tiempos. De modo especial, interpela a los pueblos que han recibido el anuncio del Evangelio. Si contemplamos la historia, nos vemos obligados a constatar a menudo la frialdad y la rebelión de cristianos incoherentes. Como consecuencia de esto, Dios, aun sin faltar jamás a su promesa de salvación, ha tenido que recurrir con frecuencia al castigo.
En este contexto resulta espontáneo pensar en el primer anuncio del Evangelio, del que surgieron comunidades cristianas inicialmente florecientes, que después desaparecieron y hoy sólo se las recuerda en los libros de historia. ¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? Naciones que en otro tiempo eran ricas en fe y en vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna. Hay quien, habiendo decidido que "Dios ha muerto", se declara a sí mismo "dios", considerándose el único artífice de su destino, el propietario absoluto del mundo.
Desembarazándose de Dios, y sin esperar de él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que se le antoje y que puede ponerse como la única medida de sí mismo y de su obrar. Pero cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara "muerto" a Dios, ¿es verdaderamente más feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y dueños únicos de la creación, ¿pueden construir de verdad una sociedad donde reinen la libertad, la justicia y la paz? ¿No sucede más bien -como lo demuestra ampliamente la crónica diaria- que se difunden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación, la violencia en todas sus manifestaciones? Al final, el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.
Pero en las palabras de Jesús hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su suerte a los viñadores infieles, el propietario no renuncia a su viña y la confía a otros servidores fieles. Esto indica que, si en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, siempre habrá otros pueblos dispuestos a acogerla. Precisamente por eso Jesús, citando el salmo 117: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Sal 118, 22), asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Tras su muerte no permanecerá en la tumba; más aún, precisamente lo que parecerá ser una derrota total marcará el inicio de una victoria definitiva. A su dolorosa pasión y muerte en la cruz seguirá la gloria de la resurrección. Entonces, la viña continuará produciendo uva y el dueño la arrendará "a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo" (Mt 21, 41).
La imagen de la viña, con sus implicaciones morales, doctrinales y espirituales aparecerá de nuevo en el discurso de la última Cena, cuando, al despedirse de los Apóstoles, el Señor dirá: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto" (Jn 15, 1-2). Por consiguiente, a partir del acontecimiento pascual la historia de la salvación experimentará un viraje decisivo, y sus protagonistas serán los "otros labradores" que, injertados como brotes elegidos en Cristo, verdadera vid, darán frutos abundantes de vida eterna (cf. Oración colecta). Entre estos "labradores" estamos también nosotros, injertados en Cristo, que quiso convertirse él mismo en la "verdadera vid". Pidamos al Señor, que nos da su sangre, que se nos da a sí mismo en la Eucaristía, que nos ayude a "dar fruto" para la vida eterna y para nuestro tiempo.
El mensaje consolador que recogemos de estos textos bíblicos es la certeza de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final vence Cristo. ¡Siempre! La Iglesia no se cansa de proclamar esta buena nueva, como sucede también hoy, en esta basílica dedicada al Apóstol de los gentiles, el primero en difundir el Evangelio en vastas regiones de Asia menor y Europa. Renovaremos de modo significativo este anuncio durante la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tiene como tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia".
Aquí quiero saludaros con afecto cordial a todos vosotros, venerados padres sinodales, y a quienes participáis en este encuentro como expertos, auditores e invitados especiales. Además, me alegra acoger a los delegados fraternos de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Al secretario general del Sínodo de los obispos y a sus colaboradores les expreso la gratitud de todos nosotros por el arduo trabajo que han realizado durante estos meses, así como nuestros buenos deseos ante las fatigas que les esperan en las próximas semanas.
Cuando Dios habla, siempre pide una respuesta; su acción de salvación requiere la cooperación humana; su amor espera correspondencia. Que no suceda jamás, queridos hermanos y hermanas, lo que relata el texto bíblico apropósito de la viña: "Esperó que diese uvas, pero dio agrazones" (Is 5, 2). Sólo la Palabra de Dios puede cambiar en profundidad el corazón del hombre; por eso, es importante que tanto los creyentes como las comunidades entren en una intimidad cada vez mayor con ella. La Asamblea sinodal dirigirá su atención a esta verdad fundamental para la vida y la misión de la Iglesia. Alimentarse con la palabra de Dios es para ella la tarea primera y fundamental. En efecto, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las pobrezas de los hombres que la componen. Sabemos, además, que el anuncio de la Palabra, siguiendo a Cristo, tiene como contenido el reino de Dios (cf. Mc 1, 14-15), pero el reino de Dios es la persona misma de Jesús, que con sus palabras y sus obras ofrece la salvación a los hombres de todas las épocas. Es interesante al respecto la consideración de san Jerónimo: "El que no conoce las Escrituras no conoce la fuerza de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo" (Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24, 17).
En este Año paulino oiremos resonar con particular urgencia el grito del Apóstol de los gentiles: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9, 16); grito que para todo cristiano se convierte en invitación insistente a ponerse al servicio de Cristo. "La mies es mucha" (Mt 9, 37), repite también hoy el Maestro divino: muchos aún no se han encontrado con él y están a la espera del primer anuncio de su Evangelio; otros, a pesar de haber recibido una formación cristiana, han perdido el entusiasmo y sólo conservan un contacto superficial con la Palabra de Dios; y otros se han alejado de la práctica de la fe y necesitan una nueva evangelización. Además, no faltan personas de actitud correcta que se plantean preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y de la muerte, preguntas a las que sólo Cristo pude dar respuestas satisfactorias. En esos casos es indispensable que los cristianos de todos los continentes estén preparados para responder a quienes les pidan razón de su esperanza (cf. 1P 3, 15), anunciando con alegría la Palabra de Dios y viviendo sin componendas el Evangelio.
Venerados y queridos hermanos, que el Señor nos ayude a interrogarnos juntos, durante las próximas semanas de trabajos sinodales, sobre cómo hacer cada vez más eficaz el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo. Todos comprobamos cuán necesario es poner en el centro de nuestra vida la Palabra de Dios, acoger a Cristo como nuestro único Redentor, como Reino de Dios en persona, para hacer que su luz ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los demás sectores de la sociedad y de nuestra vida.
Al participar en la celebración eucarística, experimentamos siempre el íntimo vínculo que existe entre el anuncio de la Palabra de Dios y el sacrificio eucarístico: es el mismo Misterio que se ofrece a nuestra contemplación. Por eso "la Iglesia -como puso de relieve el concilio Vaticano II- siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, sobre todo en la sagrada liturgia, y nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (Dei verbum, 21). El Concilio concluye con razón: "Como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la Palabra de Dios, "que dura para siempre"" (ib., 26).
Que el Señor nos conceda acercarnos con fe a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que nos obtenga este don María santísima, que "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19). Que ella nos enseñe a escuchar las Escrituras y a meditarlas en un proceso interior de maduración, que jamás separe la inteligencia del corazón. Que también nos ayuden los santos, en particular el apóstol san Pablo, a quien durante este año estamos descubriendo cada vez más como intrépido testigo y heraldo de la Palabra de Dios. Amén.
HOMILÍA, Basílica Vaticana, Domingo 2 de octubre de 2005
Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas: 
La lectura tomada del profeta Isaías y el evangelio de este día ponen ante nuestros ojos una de las grandes imágenes de la sagrada Escritura:  la imagen de la vid. En la sagrada Escritura el pan representa todo lo que el hombre necesita para su vida diaria. El agua da fertilidad a la tierra:  es el don fundamental, que hace posible la vida. El vino, en cambio, expresa la exquisitez de la creación, nos da la fiesta, en la que superamos los límites de lo cotidiano:  el vino, dice el Salmo, "alegra el corazón". Así, el vino y con él la vid se han convertido también en imagen del don del amor, en el que podemos experimentar de alguna manera el sabor de lo divino. Y así la lectura del profeta, que acabamos de escuchar, comienza como cántico de amor:  Dios plantó una viña. Es una imagen de su historia de amor con la humanidad, de su amor a Israel, que él eligió. Por consiguiente, el primer pensamiento de las lecturas de hoy es este:  al hombre, creado a su imagen, Dios le infundió la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarlo también a él, su Creador.
Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros. "Te he creado a mi imagen y semejanza", nos dice. "Yo mismo soy el amor, y tú eres mi imagen en la medida en que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor". Dios nos espera. Quiere que lo amemos:  ¿no debe tocar nuestro corazón esta invitación? Precisamente en esta hora, en la que celebramos la Eucaristía, en la que inauguramos el Sínodo sobre la Eucaristía, él viene a nuestro encuentro, viene a mi encuentro. ¿Hallará una respuesta? ¿O nos sucede lo que a la viña de la que habla Isaías:  Dios "esperaba que diese uvas, pero dio agrazones"? ¿Nuestra vida cristiana no es a menudo mucho más vinagre que vino? ¿Auto-compasión, conflicto, indiferencia?
Con esto hemos llegado automáticamente al segundo pensamiento fundamental de las lecturas de hoy. Como hemos escuchado, hablan ante todo de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de la elección con la que él nos busca y nos ama. Pero también hablan de la historia desarrollada sucesivamente, del fracaso del hombre. Dios plantó cepas muy selectas y, sin embargo, dieron agrazones. Y nos preguntamos:  ¿En qué consisten estos agrazones? La uva buena que Dios esperaba -dice el profeta-, sería el derecho y la justicia. En cambio, los agrazones son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen sufrir a la gente bajo el yugo de la injusticia.
En el evangelio la imagen cambia:  la vid produce uva buena, pero los labradores se quedan con ella. No quieren entregársela al propietario. Apalean y matan a sus mensajeros y asesinan a su Hijo. Su motivación es simple:  quieren convertirse en propietarios; se apoderan de lo que no les pertenece. En el Antiguo Testamento destaca la acusación por violación de la justicia social, el desprecio del hombre por el hombre. Pero, en el fondo, es evidente que despreciar la Torah, el derecho dado por Dios, es despreciar a Dios mismo; sólo se quiere gozar del propio poder.
Este aspecto resalta plenamente en la parábola de Jesús:  los labradores no quieren tener un amo, y esos labradores constituyen un espejo también para nosotros. Los hombres usurpamos la creación que, por decirlo así, nos ha sido dada para administrarla. Queremos ser sus únicos propietarios.
Queremos poseer el mundo y nuestra misma vida de modo ilimitado. Dios es un estorbo para nosotros. O se hace de él una simple frase devota o se lo niega del todo, excluyéndolo de la vida pública, de modo que pierda todo significado. La tolerancia que, por decirlo así, admite a Dios como opinión privada, pero le niega el ámbito público, la realidad del mundo y de nuestra vida, no es tolerancia sino hipocresía. Sin embargo, donde el hombre se convierte en único amo del mundo y propietario de sí mismo, no puede existir la justicia. Allí sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los intereses. Ciertamente, se puede echar al Hijo fuera de la viña y asesinarlo, para gozar de forma egoísta, solos, de los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transforma muy pronto en un terreno yermo, pisoteado por los jabalíes, como dice el salmo responsorial (cf. Sal 80, 14).
Así llegamos al tercer elemento de las lecturas de hoy. El Señor, tanto en el  Antiguo Testamento como en el Nuevo, anuncia el juicio a la viña infiel. El juicio que Isaías preveía se realizó en las grandes guerras y exilios por obra de los asirios y los babilonios. El juicio anunciado por el Señor Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza de juicio nos atañe también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a Europa y a Occidente en general. Con este evangelio, el Señor nos dirige también a nosotros las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia de Éfeso:  "Arrepiéntete. (...) Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero" (Ap 2, 5). También a nosotros nos pueden quitar la luz; por eso, debemos dejar que resuene con toda su seriedad en nuestra alma esa amonestación, diciendo al mismo tiempo al Señor:  "Ayúdanos a convertirnos. Concédenos a todos la gracia de una verdadera renovación. No permitas que se apague tu luz entre nosotros. Afianza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, para que podamos dar frutos buenos".
Sin embargo, en este punto nos surge la pregunta:  "Pero, ¿no hay ninguna promesa, ninguna palabra de consuelo en la lectura y en la página evangélica de hoy? ¿La amenaza es la última palabra?". ¡No! La promesa existe, y es la última palabra, la palabra esencial. La escuchamos en el versículo del Aleluya, tomado del evangelio según san Juan:  "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto" (Jn 15, 5).
Con estas palabras del Señor, san Juan nos ilustra el desenlace último, el verdadero desenlace de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final, él vence, vence el amor. En la parábola de la viña propuesta por el evangelio de hoy y en sus palabras conclusivas se encuentra ya una velada alusión a esta verdad. También allí la muerte del Hijo no es tampoco el fin de la historia, aunque no se narra directamente el desenlace del relato. Pero Jesús expresa esta muerte mediante una nueva imagen tomada del Salmo:  "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Mt 21, 42; Sal 118, 22). De la muerte del Hijo brota la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. Él, que en Caná transformó el agua en vino, convirtió su sangre en el vino del verdadero amor, y así convierte el vino en su sangre. En el Cenáculo anticipó su muerte, y la transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es amor y, por eso, es el verdadero vino que el Creador esperaba. De este modo, Cristo mismo se ha convertido en la vid, y esta vid da siempre buen fruto:  la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible.
Así, estas parábolas desembocan al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos da el pan de la vida y el vino de su amor, y nos invita a la fiesta del amor eterno. Celebramos la Eucaristía con la certeza de que su precio fue la muerte del Hijo, el sacrificio de su vida, que en ella sigue presente. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva, dice san Pablo (cf. 1Co 11, 26). Pero sabemos también que de esta muerte brota la vida, porque Jesús la transformó en un gesto de ofrenda, en un acto de amor, cambiándola así profundamente:  el amor ha vencido a la muerte. En la santa Eucaristía, él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12, 32) y nos convierte en sarmientos de la vid, que es él mismo. Si permanecemos unidos a él, entonces daremos fruto también nosotros, entonces ya no produciremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo. Pidamos al Señor que nos conceda su gracia, para que en las tres semanas del Sínodo que estamos iniciando no sólo digamos cosas hermosas sobre la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su fuerza. Invoquemos este don por medio de María, queridos padres sinodales, a quienes saludo con gran afecto, así como a las diversas comunidades de las que provenís y que aquí representáis, para que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos ayudar al mundo a convertirse, en Cristo y con Cristo, en la vid fecunda de Dios.
Amén.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Vigésimo séptimo domingo del Tiempo Ordinario.
La Iglesia es la viña de Dios
755
"La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par. ; cf. Is 5, 1- 7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
Los dones y los frutos del Espíritu Santo
1830
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
"Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana" (Sal 143, 10)
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios… Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rm 8, 14. 17).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Ga 5, 22-23, vulg.).
Los profetas son los siervos, Cristo es el Hijo
443
Si Pedro pudo reconocer el carácter transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?", Jesús ha respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70; cf. Mt 26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, El se designó como el "Hijo" que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; Mt 21, 37-38), que es distinto de los "siervos" que Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36), superior a los propios ángeles (cf. Mt 24, 36). Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás "nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; Mt 6, 8; Mt 7, 21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles "vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20, 17).


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos al Señor, nuestro Dios, el dueño de la viña.
- Por la Iglesia, para que sea siempre fiel a su misión de anunciar el reino de Dios a todos. Roguemos al Señor.
- Por la paz del mundo, para que se alejen de los pueblos el hambre, las calamidades y la guerra. Roguemos al Señor.
- Por todos los que padecen hambre o enfermedades, por los emigrantes, los desterrados, los privados de libertad y todos los que sufren, para que sientan que Dios nunca deja de mirar por los más débiles de su viña. Roguemos al Señor.
- Por nuestra comunidad, para que temamos que se nos quite también a nosotros el reino de Dios, si no damos fruto a su tiempo. Roguemos al Señor
Señor Dios nuestro, ven a visitar tu viña, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Por Jesucristo, nuestro Señor.

jueves, 27 de agosto de 2020

San Juan Pablo II, Alocución al presbiterio y religiosos de Todi y Orvieto, Italia (22-noviembre-1981).

VISITA PASTORAL A COLLEVALENZA Y TODI
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESBITERIO Y RELIGIOSOS DE TODI Y ORVIETO

Domingo 22 de noviembre de 1981

Queridísimos sacerdotes:
He deseado encontrarme con vosotros, que pertenecéis al clero secular y regular de las diócesis de Todi y de Orvieto, unidas en la persona del obispo, para manifestaros mi profundo afecto y mi estímulo en vuestra vida y en vuestro ministerio sacerdotal. Estoy contento al veros reunidos en esta insigne catedral de Todi, la cual, juntamente con la aún más conocida de Orvieto, resume admirablemente la fe, el arte y la historia de las poblaciones de esta tierra. También me causa satisfacción el saber que estáis deseosos de vivir conmigo un momento de fraterna y gozosa comunión eclesial. Os saludo con viva cordialidad: deseo abrazaros a todos, confortaros y daros las gracias por vuestra calurosa acogida. Saludo, en particular, a vuestro obispo, mons. Decio Lucio Grandoni, y a los dos vicarios generales.

1. Tendría muchas cosas que deciros y muchas que escucharos, pero el tiempo breve no me lo permite; me limitaré, por esto, a exponeros algunos pensamientos que me sugieren las circunstancias de la visita de hoy al santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza.

Al hablar a sacerdotes, con cura de almas, que son signos vivientes y eficaces de la misericordia de Dios, no encuentro consideraciones más estimulantes que las que proceden de esta virtud, que está en el centro de la Iglesia, como fuente desbordante, a la que todos se acercan para apagar su sed. Nunca como en este tiempo ha tenido el hombre tanta necesidad de la misericordia, indispensable tanto para el progreso espiritual de cada alma, como para el progreso humano, civil y social. Efectivamente, si ésta se vive en plenitud, podrá renovar el entramado de las relaciones dentro de vuestros presbiterios y dará a vuestras comunidades diocesanas mayor consistencia y aliento de amistad, bondad, concordia, mutua estima y confianza, así como de generosa colaboración. Viviendo esta espiritualidad, podrá haber entre vosotros disparidad de puntos de vista, diversidad de opiniones libres, multiplicidad de iniciativas pastorales, pero nunca os faltará la unidad de fe, caridad y disciplina; nunca os faltará el sentido de la comprensión y de la indulgencia hacia las deficiencias de los otros. En particular, vosotros, sacerdotes ancianos, hallaréis el modo de comprender a vuestros hermanos más jóvenes; y vosotros, jóvenes, sabréis entablar con vuestros superiores relaciones de sinceridad y de confianza, sin quitar a quien dirige el deber de la responsabilidad y a vosotros mismos el mérito de la obediencia. Con este afán de recíproca misericordia es como se realiza y se celebra el misterio de la redención en la Iglesia. Haced de ella, tanto en su carisma interior de perdón y desamor, como en su ejercicio exterior de servicio a todas las necesidades de los hermanos, vuestro programa sacerdotal, para vivir en plenitud de fe y de alegría el misterio de Cristo, muerto y resucitado.

2. Pero la caridad pastoral exige que sepáis usar esta misericordia para alivio de las almas confiadas a vuestra solicitud. Se puede decir que los sacerdotes son los primeros y directos promotores de las obras de misericordia corporales y espirituales. ¡Ciertamente es verdad! Pero, ¿qué supone todo esto? Todo esto supone un nuevo concepto de la función de Pastor, que debe saber "com-padecer" (Flp 2, 1), debe tener en el corazón una gran compasión (cf. Ef 4, 32), no debe cerrarse ante un hermano que se halla en necesidad; en una palabra, debe hacerse buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37). Queda fuera de duda que la función pastoral exige el ejercicio de una autoridad: el Pastor es jefe, guía, maestro; pero inmediatamente viene una segunda exigencia y es la del servicio. La autoridad en el pensamiento de Cristo no está para beneficio de quien la ejercita, sino en provecho de aquellos a quienes se dirige. La autoridad es un deber y, sobre todo, un ministerio para los otros, a fin de conducirlos a la vida eterna. Esta función pastoral, si se realiza con este espíritu, lleva a su expresión más plena, esto es, al don total de sí; al sacrificio; precisamente como Jesús ha dicho y ha hecho: "El buen pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10, 11). En esta visión se encierra un conjunto de cualidades pastorales: la humildad, el desinterés, la ternura (recordad el discurso de Pablo a los cristianos de Mileto, cf. Act 20, 17-38); pero también un conjunto de exigencias del arte pastoral, como el estudio de la teología pastoral, de la sicología, de la sociología, para evitar la "facilonería" en las relaciones con caita una de las almas y con las comunidades.

En particular, realizáis este amor misericordioso en la administración de los sacramentos, lugar privilegiado de misericordia y de perdón.

Como es sabido, el Padre que nos ha hecho hijos en el bautismo, permanece fiel a su amor incluso cuando, por propia culpa, el hombre se separa de El. Su misericordia es más fuerte que el pecado, y el sacramento de la confesión es su signo más expresivo, como un segundo bautismo, cual lo llaman los Padres de la Iglesia. Efectivamente, en la confesión la misma gracia del bautismo se reaviva precisamente por una nueva y más rica inserción en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Incluso la fragilidad y la debilidad física del hombre son, por la misericordia de Cristo, ocasión de gracia; como sucede también en la unción de los enfermos que vuelve a expresar y renueva la inserción total del cristiano enfermo en el misterio pascual, como signo eficaz de alivio y de perdón. Efectivamente, en este sacramento Cristo hace suya la fragilidad del hombre y la rescata, para que en la debilidad de la criatura se manifieste plenamente la potencia de Dios (cf. 2 Cor 12, 9-10).

Pero también la Eucaristía es para el enfermo sacramento de la misericordia divina, al ser viático para el último viaje y destinado así a ayudarle en el paso de esta vida al Padre y a proveerle de la garantía de la resurrección según las palabras del Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 54). Es un acto de verdadero amor confortar a los enfermos con este sacramento, el último, antes de que vean a Dios más allá de los signos sacramentales y participen gozosos en el banquete del Reino.

3. Queridísimos sacerdotes: Sed siempre diligentes y fervorosos en la administración de estos sacramentos de la misericordia, sin ahorrar energías ni tiempo, profundamente conscientes de que "la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia —el atributo más estupendo del Creador y del Redentor— y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaría y dispensadora" (Dives in misericordia, 13). Tened en vuestros afanes pastorales esa paciencia y bondad de las que el Señor mismo nos ha dejado el ejemplo, habiendo venido no para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 3, 17). Como Cristo, también vosotros sed intransigentes con el mal, pero misericordiosos con las personas. En las dificultades que pueden tener, los fieles deben hallar en vuestras palabras y en vuestro corazón de Pastores el eco de la voz del Redentor, "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).

Siguiendo las huellas de los ejemplos que os han dejado las luminosas figuras de sacerdotes y obispos —entre los cuales recuerdo al digno y celoso prelado mons. Alfonso De Sanctis, a quien se debe la erección del santuario del Amor Misericordioso—, continuad vuestra obra de animación cristiana entre estas queridas poblaciones de Todi y Orvieto. Cuidad la vida de oración y de bondad para ser ministros ejemplares y portadores de alegría y de serenidad para todos. Cultivad la intimidad con Cristo, mediante una sincera y profunda vida interior, recordando siempre que, vuestra misión es la de ser testigos de lo sobrenatural y anunciadores de Cristo a los hombres de nuestro tiempo, los cuales se dan cuenta cada vez más, aun cuando las apariencias puedan a veces hacer pensar lo contrario, de la llamada y necesidad de Dios.

Confío estos deseos a la Virgen Santísima, Madre de la Misericordia. Ella no dejará de protegeros y de asegurar a vuestro sacerdocio su maternal y potente intercesión. Que Ella haga florecer de nuevo el número de los que aspiran al sacerdocio y siguen al Cordero divino adondequiera que vaya.

Con mi bendición apostólica.

Jueves 1 octubre 2020, Lecturas Jueves XXVI semana del Tiempo Ordinario, año par.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Jueves de la XXVI semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).


PRIMERA LECTURA Job 19, 21-27
Yo sé que mi Redentor vive

Lectura del libro de Job.

Dijo Job:
«¡Piedad, piedad, amigos míos,
que me ha herido la mano de Dios!
¿Por qué me perseguís como Dios
y no os hartáis de escarnecerme?
¡Ojalá se escribieran mis palabras!
¡Ojalá se grabaran en cobre,
con cincel de hierro y con plomo
se escribieran para siempre en la roca!
Yo sé que mi redentor vive
y que al fin se alzará sobre el polvo:
después que me arranquen la piel,
ya sin carne, veré a Dios.
Yo mismo lo veré, y no otro;
mis propios ojos lo verán.
¡Tal ansia me consume por dentro!».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 26, 7-8ab. 8c-9abcd. 13-14 (R.: 13)
R.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Credo vidére bona Dómini in terra vivéntium.

V. Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Credo vidére bona Dómini in terra vivéntium.

V. Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches.
R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Credo vidére bona Dómini in terra vivéntium.

V. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Credo vidére bona Dómini in terra vivéntium.

Aleluya Mc 1, 5
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio. R.
Appropinquávit regnum Dei, pænitémini et crédite Evangélio.

EVANGELIO Lc 10, 1-12
Descansará sobre ellos vuestra paz
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: «Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Ángelus 7-julio-2019
Cuando envía a los setenta y dos discípulos, Jesús les da instrucciones precisas que expresan las características de la misión. La primera –ya lo hemos visto–: rezad; la segunda: id; y luego: no llevéis bolsa o alforja …; decid: "Paz a esta casa" … permaneced en esa casa … No vayáis de casa en casa; curad a los enfermos y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros"; y, si no os reciben, salid a las plazas y despedíos (cf. Lc 10, 2-10). Estos imperativos muestran que la misión se basa en la oración; que es itinerante: no está quieta, es itinerante; que requiere desapego y pobreza; que trae paz y sanación, signos de la cercanía del Reino de Dios; que no es proselitismo sino anuncio y testimonio; y que también requiere la franqueza y la libertad para irse, evidenciando la responsabilidad de haber rechazado el mensaje de salvación, pero sin condenas ni maldiciones.

domingo, 23 de agosto de 2020

Domingo 27 septiembre 2020, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Lecturas ciclo A.

SOBRE LITURGIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 106 JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2020 
[27 de septiembre de 2020]

Como Jesucristo, obligados a huir.
Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos

A principios de año, en mi discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, señalé entre los retos del mundo contemporáneo el drama de los desplazados internos: «Las fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya viven en un estado de pobreza extrema. Muchos países golpeados por estas situaciones carecen de estructuras adecuadas que permitan hacer frente a las necesidades de los desplazados» (9 enero 2020).

La Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha publicado las “Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Internos” (Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2020) un documento que desea inspirar y animar las acciones pastorales de la Iglesia en este ámbito concreto.

Por ello, decidí dedicar este Mensaje al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales. Pero «este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).

A la luz de los trágicos acontecimientos que han caracterizado el año 2020, extiendo este Mensaje, dedicado a los desplazados internos, a todos los que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de abandono, de marginación y de rechazo a causa del COVID-19.

Quisiera comenzar refiriéndome a la escena que inspiró al papa Pío XII en la redacción de la Constitución Apostólica Exsul Familia (1 agosto 1952). En la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, «marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2,13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias» (Ángelus, 29 diciembre 2013). Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado —como en tiempos de Herodes— a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido.

Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con el Señor, «incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua» (Homilía, 15 febrero 2019). Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que señalé en el Mensaje para esta misma Jornada en 2018: acoger, proteger, promover e integrar. A estos cuatro, quisiera añadir ahora otras seis parejas de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas, vinculadas entre sí en una relación de causa-efecto.

Es necesario conocer para comprender. El conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio de los discípulos de Emaús: «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24,15-16). Cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender. Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados.

Hay que hacerse prójimo para servir. Parece algo obvio, pero a menudo no lo es. «Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó» (Lc 10,33-34). Los miedos y los prejuicios —tantos prejuicios—, nos hacen mantener las distancias con otras personas y a menudo nos impiden “acercarnos como prójimos” y servirles con amor. Acercarse al prójimo significa, a menudo, estar dispuestos a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos y personal sanitario en los últimos meses. Este estar cerca para servir, va más allá del estricto sentido del deber. El ejemplo más grande nos lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos (cf. Jn 13,1-15).

Para reconciliarse se requiere escuchar. Nos lo enseña Dios mismo, que quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos, enviando a su Hijo al mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él […] tenga vida eterna» (Jn 3,16-17). El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. En el mundo de hoy se multiplican los mensajes, pero se está perdiendo la capacidad de escuchar. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad. Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de nuestras calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, nos dio la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y de nuestro planeta gravemente enfermo. Y, gracias a esta escucha, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su misericordia.

Para crecer hay que compartir. Para la primera comunidad cristiana, la acción de compartir era uno de sus pilares fundamentales: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común» (Hch 4,32). Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran únicamente a unos pocos. ¡No, el Señor no quiso esto! Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie. La pandemia nos ha recordado que todos estamos en el mismo barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes, nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo. Para crecer realmente, debemos crecer juntos, compartiendo lo que tenemos, como ese muchacho que le ofreció a Jesús cinco panes de cebada y dos peces… ¡Y fueron suficientes para cinco mil personas! (cf. Jn 6,1-15).

Se necesita involucrar para promover. Así hizo Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30). El Señor se acercó, la escuchó, habló a su corazón, para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la buena nueva: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?» (v. 29). A veces, el impulso de servir a los demás nos impide ver sus riquezas. Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos «motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad» (Meditación en la Plaza de San Pedro, 27 marzo 2020).

Es indispensable colaborar para construir. Esto es lo que el apóstol san Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1 Co 1,10). La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos y por eso se requiere que aprendamos a colaborar, sin dejarnos tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Y en el actual contexto, es necesario reiterar que: «Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020). Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se parezca, cada vez más, al plan original de Dios, debemos comprometernos a garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie.

Quisiera concluir con una oración sugerida por el ejemplo de san José, de manera especial cuando se vio obligado a huir a Egipto para salvar al Niño.

Padre, Tú encomendaste a san José lo más valioso que tenías: el Niño Jesús y su madre, para protegerlos de los peligros y de las amenazas de los malvados.

Concédenos, también a nosotros, experimentar su protección y su ayuda. Él, que padeció el sufrimiento de quien huye a causa del odio de los poderosos, haz que pueda consolar y proteger a todos los hermanos y hermanas que, empujados por las guerras, la pobreza y las necesidades, abandonan su hogar y su tierra, para ponerse en camino, como refugiados, hacia lugares más seguros.

Ayúdalos, por su intercesión, a tener la fuerza para seguir adelante, el consuelo en la tristeza, el valor en la prueba.

Da a quienes los acogen un poco de la ternura de este padre justo y sabio, que amó a Jesús como un verdadero hijo y sostuvo a María a lo largo del camino.

Él, que se ganaba el pan con el trabajo de sus manos, pueda proveer de lo necesario a quienes la vida les ha quitado todo, y darles la dignidad de un trabajo y la serenidad de un hogar.

Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que san José salvó al huir a Egipto, y por intercesión de la Virgen María, a quien amó como esposo fiel según tu voluntad. Amén.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2020, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima.

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Monición de entrada
Año A

El Señor nos convoca este domingo para celebrar el memorial de su Pasión, muerte y resurrección. Acudamos decididos a su llamada y pidamos que nuestra respuesta sea siempre un sí. Comencemos alegres esta celebración, porque nuestro Dios manifiesta su poder con el amor y el perdón.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año A

- Tú, que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
-Tú, que no has sido enviado a condenar al mundo, sino a salvarlo: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que eres el camino de la vida para los que creen en ti: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de aspersión del agua bendita.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Ez 18, 25-28
Cuando el malvado se convierte de la maldad, salva su propia vida

Lectura de la profecía de Ezequiel.

Esto dice el Señor:
«Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 24, 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 6a)
R.
Recuerda, Señor, tu ternura.
Reminíscere miseratiónum tuárum, Dómine.

V. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
R. Recuerda, Señor, tu ternura.
Reminíscere miseratiónum tuárum, Dómine.

V. Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mi con misericordia,
por tu bondad, Señor.
R. Recuerda, Señor, tu ternura.
Reminíscere miseratiónum tuárum, Dómine.

V. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
R. Recuerda, Señor, tu ternura.
Reminíscere miseratiónum tuárum, Dómine.

SEGUNDA LECTURA (forma larga) Fil 2, 1-11
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Hermanos:
Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

SEGUNDA LECTURA (forma breve) Fil 2, 1-5
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Hermanos:
Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Jn 10, 27
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz –dice el Señor–, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
Oves meæ vocem áudiunt, dícit Dóminus; et ego cognósco eas, et sequúntur me.

EVANGELIO Mt 21, 28-32
Se arrepintió y fue. Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero». Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron:
«El primero».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante d vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

VISITA PASTORAL DEL PAPA A CESENA Y A BOLONIA
CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Estadio Dall'Ara (Bolonia), Domingo 1 de octubre de 2017
Celebro con vosotros el primer Domingo de la Palabra: la Palabra de Dios hace que arda el corazón (cf. Lc 24,32), porque hace que nos sintamos amados y consolados por el Señor. También la Virgen de San Lucas, el evangelista, puede ayudarnos a entender la ternura materna de la palabra «viva», y al mismo tiempo «cortante» como en el Evangelio de hoy: de hecho, penetra en el alma (Hb 4,12) y lleva a la luz los secretos y las contradicciones del corazón.
Hoy, nos llama a través de la parábola de los dos hijos, que cuando su padre les pide que vayan a la viña responden: el primero no, pero luego va; el segundo sí, pero luego no va. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el primer hijo, que es perezoso, y el segundo, que es hipócrita. Intentemos imaginar lo que pasó dentro de ellos. En el corazón del primero, después de decir no, resonaba aún la invitación de su padre; en cambio en el segundo, a pesar del “sí”, la voz de su padre estaba enterrada. El recuerdo del padre despertó al primer hijo de la pereza, mientras que el segundo, que en cambio sabía donde estaba el bien, contradijo el decir con el hacer. Se había vuelto impermeable a la voz de Dios y de la conciencia y de esta forma había abrazado sin problemas la doblez de vida. Jesús con esta parábola pone dos caminos ante nosotros, que ―como bien sabemos― no siempre estamos dispuestos a decir sí con las palabras y las obras, porque somos pecadores. Pero podemos elegir entre ser pecadores en camino, que siguen escuchando al Señor y cuando caen se arrepienten y se levantan, como el primer hijo; o ser pecadores sentados, listos para justificarse siempre y sólo con palabras según lo que les conviene.
Jesús dirige esta parábola a algunos jefes religiosos de aquel tiempo, que se parecían al hijo de la “doble vida”, mientras que la gente común normalmente se comportaba como el otro hijo. Estos jefes sabían y explicaban todo, de manera formalmente perfecta, como verdaderos intelectuales de la religión. Pero no tenían la humildad de escuchar, el coraje de interrogarse, ni la fuerza de arrepentirse. Y Jesús es muy severo: dice que incluso los publicanos les precederán en el Reino de Dios. Es un reproche fuerte, porque los publicanos eran traidores corruptos de la patria. ¿Cuál era entonces el problema de estos jefes? No estaban equivocados en el concepto, sino en el modo de vivir y pensar delante de Dios: eran, con palabras y ante los demás, custodios inflexibles de las tradiciones humanas, incapaces de comprender que la vida según Dios es en camino y requiere la humildad de abrirse, arrepentirse y recomenzar.
¿Qué nos dice esto a nosotros? Que no hay una vida cristiana construida a priori, construida científicamente en la cual basta con cumplir algunas normas para tranquilizar la conciencia: la vida cristiana es un camino humilde de una conciencia que nunca es rígida y siempre está en relación con Dios, que sabe arrepentirse y confiarse a Él en sus pobrezas, sin presumir nunca de bastarse por sí misma. Así se superan las versiones revisadas y actualizadas de aquel mal antiguo, denunciado por Jesús en la parábola: la hipocresía, la doble vida, el clericalismo que se acompaña del legalismo, el alejamiento de la gente. La palabra clave es arrepentirse: el arrepentimiento es lo que permite no endurecerse, el transformar un no a Dios... en un sí, y el sí al pecado...en un no por amor al Señor. La voluntad del Padre, que cada día delicadamente habla a nuestra conciencia, se cumple sólo en la forma del arrepentimiento y de la conversión continua. En definitiva, en el camino de cada uno hay dos sendas: ser pecadores arrepentidos o ser pecadores hipócritas. Pero lo que cuenta no son los razonamientos que justifican e intentan salvar las apariencias, sino un corazón que avanza con el Señor, que lucha cada día, se arrepiente y regresa a Él. Porque el Señor busca a los puros de corazón y no a los puros “por fuera”.
Veamos ahora, queridos hermanos y hermanas, que la Palabra de Dios excava en profundidad, «escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón» (Hb 4,12). Pero es también actual: la parábola nos llama incluso a pensar en las relaciones, no siempre fáciles, entre padres e hijos. Hoy, a la velocidad con la que se pasa de una generación a la otra, se advierte con mayor fuerza que en el pasado la necesidad de autonomía, a veces hasta llegar a la rebelión. Pero después de los cierres y los largos silencios de una parte o de la otra, es bueno recuperar el encuentro, aunque esté habitado todavía por conflictos que pueden convertirse en estímulos de un nuevo equilibrio. Como en la familia, así en la Iglesia y en la sociedad: no renunciar nunca al encuentro, al diálogo, a la búsqueda de nuevas vías para caminar juntos.
En el camino de la Iglesia surge a menudo la pregunta: ¿Dónde ir, cómo ir hacia adelante? Quisiera dejaros como conclusión de esta jornada, tres puntos de referencia , tres “P”: La primera es la Palabra, que es la brújula para caminar humildes. para no perder el camino de Dios y caer en la mundanidad. La segunda es el Pan, el pan eucarístico, porque en la Eucaristía comienza todo. Es en la Eucaristía donde se encuentra la Iglesia: no en las habladurías y murmullos, sino aquí, en el Cuerpo de Cristo compartido por gente pecadora y con necesidad, pero que se siente amada y por tanto desea amar. Desde aquí partimos y nos reencontramos cada vez; este es el inicio irrenunciable del nuestro ser Iglesia. Lo proclama “en voz alta”, el Congreso Eucarístico: la Iglesia se reúne así, nace y vive en torno a la Eucaristía, con Jesús presente y vivo para adorarlo, recibirlo y compartirlo cada día. Por último, la tercera P: los pobres. Todavía hoy, lamentablemente, muchas personas carecen de lo necesario. Pero también hay tantos pobres de afecto, personas solas, y pobres de Dios. En todos ellos encontramos a Jesús, porque Jesús en el mundo ha seguido el camino de la pobreza, de la anulación, como dice San Pablo en la segunda lectura: «Jesús se despojó de sí mismo tomando condición condición de siervo» (Flp 2,7). De la Eucaristía a los pobres, vamos a encontrar a Jesús. Habéis reproducido la frase que el cardenal Lercaro amaba ver grabada en el altar: «Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartir el pan de la tierra?». Nos hará bien recordarlo siempre. La Palabra, el Pan y los pobres: pidamos la gracia de no olvidarnos nunca de estos alimentos básicos, que sostienen nuestro camino.Papa Francisco
Homilía en santa Marta, Martes 13 de diciembre de 2016
Pastores, también de los descartados
En el Evangelio de hoy (Mt 21, 28-32) el Señor se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Tenían la autoridad jurídica, moral, religiosa…, lo decidían todo. Anás y Caifás, por ejemplo, juzgaron a Jesús, y también fueron los sacerdotes y los jefes los que decidieron matar a Lázaro, y todavía más, a ellos fue Judas para negociar, y así fue vendido Jesús. Llegaron a un estado de prepotencia y tiranía con el pueblo, instrumentalizando la ley. Pero una ley que ellos rehicieron muchas veces: tantas que llegaron a 500 mandamientos. ¡Todo estaba regulado, todo! Una ley científicamente construida, porque esa gente era sabia, sabían mucho. Y tenían todos esos matices. Pero era una ley sin memoria: habían olvidado el Primer Mandamiento que Dios dio a nuestro padre Abraham: Camina en mi presencia y sé irreprensible.
Así que olvidaron los Diez Mandamientos de Moisés, con una ley hecha por ellos, intelectualizada, sofisticada, casuística. Eliminan la ley hecha por el Señor, y les falta la memoria que une el hoy a la Revelación. Y su víctima, como lo fue Jesús, es cada día el pueblo humilde y pobre que confía en el Señor, esos que son descartados, que conocen el arrepentimiento, aunque no cumplan la ley, y sufren esas injusticias. Se sienten condenados, abusados por quien es vanidoso, orgulloso, soberbio. Uno de esos descartes fue Judas. Judas fue un traidor, pecó malamente. Pecó fuerte. Pero luego el Evangelio dice: Arrepentido, fue a devolver el dinero (Mt 27, 3). ¿Y ellos qué hicieron? Pero si tú has sido nuestro socio, quédate tranquilo… nosotros tenemos el poder de perdonarte todo. ¡No! Le contestaron: ¡Allá tú! ¡Apáñate como puedas! ¡Es un problema tuyo! Y lo dejaron solo: ¡descartado! El pobre Judas traidor y arrepentido no fue acogido por los pastores… porque habían olvidado lo que era un pastor. Eran los intelectuales de la religión, los que tenían el poder, los que daban la catequesis al pueblo con una moral hecha por su inteligencia y no por la revelación de Dios.
Un pueblo humilde, descartado y golpeado por esa gente. También hoy, en la Iglesia, pasan esas cosas. Hay ese espíritu de clericalismo, en el que los clérigos se sienten superiores, y se alejan de la gente, no tienen tiempo para escuchar a los pobres, a los que sufren, a los encarcelados, a los enfermos. ¡El mal del clericalismo es una cosa muy fea! Es una nueva edición de esa gente. Y la víctima es la misma: el pueblo pobre y humilde, que espera en el Señor. El Padre siempre ha intentado acercarse a nosotros: envió a su Hijo. Estamos esperando, en espera gozosa, exultantes. Pero el Hijo no entró en el juego de esa gente: el Hijo fue con los enfermos, los pobres, los descartados, los publicanos, los pecadores y -¡es escandaloso esto!- las prostitutas. También hoy Jesús nos dice a todos, incluso a los que son seducidos por el clericalismo: En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios (Mt 21, 31).

Papa Benedicto XVI
HOMILÍA, Aeropuerto de Friburgo de Brisgovia. Domingo 25 de septiembre de 2011
Queridos hermanos y hermanas
Me emociona celebrar aquí la Eucaristía, la Acción de Gracias, con tanta gente llegada de distintas partes de Alemania y de los países limítrofes. Dirijamos nuestro agradecimiento sobre todo a Dios, en el cual vivimos, nos movemos y existimos (cf. Hch 17, 28). Pero quisiera también daros las gracias a todos vosotros por vuestra oración por el Sucesor de Pedro, para que siga ejerciendo su ministerio con alegría y confiada esperanza, confirmando a los hermanos en la fe.
"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...", hemos dicho en la oración colecta del día. Hemos escuchado en la primera lectura cómo Dios ha manifestado en la historia de Israel el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en Babilonia había hecho caer al pueblo en una profunda crisis de fe: ¿Por qué sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era verdaderamente poderoso?
Ante todas las cosas terribles que suceden hoy en el mundo, hay teólogos que dicen que Dios de ningún modo puede ser omnipotente. Frente a esto, nosotros profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y nos alegramos y agradecemos que Él sea omnipotente. Pero, al mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que Él ejerce su poder de manera distinta a como nosotros, los hombres, solemos hacer. Él mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de sus criaturas. Estamos alegres y reconocidos por el don de la libertad. Pero cuando vemos las cosas tremendas que suceden por su causa, nos asustamos. Fiémonos de Dios, cuyo poder se manifiesta sobre todo en la misericordia y el perdón. Y, queridos fieles, no lo dudemos: Dios desea la salvación de su pueblo. Desea nuestra salvación, mi salvación, la salvación de cada uno. Siempre, y sobre todo en tiempos de peligro y de cambio radical, Él nos es cercano y su corazón se conmueve por nosotros, se inclina sobre nosotros. Para que el poder de su misericordia pueda tocar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a Él, se necesita la libre disponibilidad para abandonar el mal, superar la indiferencia y dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra libertad. No nos coacciona. Él espera nuestro "sí" y, por decirlo así, lo mendiga.
Jesús retoma en el Evangelio este tema fundamental de la predicación profética. Narra la parábola de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo responde: ""No quiero". Pero después se arrepintió y fue" (Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: ""Voy, señor". Pero no fue" (Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús sobre quién de los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban responden justamente: "El primero" (Mt 21, 31). El mensaje de la parábola está claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe. Jesús - lo hemos oído - dirige este mensaje a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel, es decir, a los expertos en religión de su pueblo. En un primer momento, ellos dicen "sí" a la voluntad de Dios. Pero su religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya no los inquieta. Por esto perciben el mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así, el Señor concluye su parábola con palabras drásticas: "Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis" (Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe.
De este modo, la palabra nos debe hacer reflexionar mucho, es más, nos debe impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en modo alguno que se deba considerar a todos los que viven en la Iglesia y trabajan en ella como alejados de Jesús y del Reino de Dios. Absolutamente no. No, este el momento de decir más bien una palabra de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida en las parroquias y en toda la Iglesia. La Iglesia en Alemania tiene muchas instituciones sociales y caritativas, en las cuales el amor al prójimo se lleva a cabo de una forma también socialmente eficaz y que llega a los confines de la tierra. Quisiera expresar en este momento mi gratitud y aprecio a todos los que colaboran en Caritas alemana u otras organizaciones, o que ponen generosamente a disposición su tiempo y sus fuerzas para las tareas de voluntariado en la Iglesia. Este servicio requiere ante todo una competencia objetiva y profesional. Pero en el espíritu de la enseñanza de Jesús se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo. Entonces, también a partir de Evangelio de hoy, preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la oración, en la participación a la Misa dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica? Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada.
En el Evangelio de este domingo - lo hemos oído - se habla de dos hijos, pero tras los cuales hay misteriosamente un tercero. El primer hijo dice no, pero después hace lo que se le ordena. El segundo dice sí, pero no cumple la voluntad del padre. El tercero dice "sí" y hace lo que se le ordena. Este tercer hijo es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha reunido a todos aquí. Jesús, entrando en el mundo, dijo: "He aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (Hb 10, 7). Este "sí", no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió y lo sufrió hasta en la muerte. En el himno cristológico de la segunda lectura se dice: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz" (Flp 2, 6-8). Jesús ha cumplido la voluntad del Padre en humildad y obediencia, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas - por nosotros - y nos ha redimido de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos las rodillas ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación: "Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 10).
La vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: "Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús" (Flp 2, 5), escribe san Pablo en la introducción al himno cristológico. Y algunos versículos antes, él ya nos exhorta: "Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir" (Flp 2, 1-2). Así como Cristo estaba totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus discípulos deben obedecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir. Queridos amigos, con Pablo me atrevo a exhortaros: Dadme esta gran alegría estando firmemente unidos a Cristo. La Iglesia en Alemania superará los grandes desafíos del presente y del futuro y seguirá siendo fermento en la sociedad, si los sacerdotes, las personas consagradas y los laicos que creen en Cristo, fieles a su vocación especifica, colaboran juntos; si las parroquias, las comunidades y los movimientos se sostienen y se enriquecen mutuamente; si los bautizados y confirmados, en comunión con su obispo, tienen alta la antorcha de una fe inalterada y dejan que ella ilumine sus ricos conocimientos y capacidades. La Iglesia en Alemania seguirá siendo una bendición para la comunidad católica mundial si permanece fielmente unida a los sucesores de san Pedro y de los Apóstoles, si de diversos modos cuida la colaboración con los países de misión y se deja también "contagiar" en esto por la alegría en la fe de las iglesias jóvenes.
Pablo une la llamada a la humildad con la exhortación a la unidad. Y dice: "No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás" (Flp 2, 3-4). La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso humilde para con el prójimo y con el bien común. Queridos fieles, la humildad es una virtud que en el mundo de hoy y, en general, de todos los tiempos, no goza de gran estima, pero los discípulos del Señor saben que esta virtud es, por decirlo así, el aceite que hace fecundos los procesos de diálogo, posible la colaboración y cordial la unidad. Humilitas, la palabra latina para "humildad", está relacionada con humus, es decir con la adherencia a la tierra, a la realidad. Las personas humildes tienen los pies en la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a Cristo, la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.
Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la fe, de alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener la mirada fija en Cristo, la Palabra que hace nuevas todas las cosas, que para nosotros es "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14, 6), que es nuestro futuro. Amén.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario.
El hombre justo se distingue por su rectitud habitual hacia el prójimo
1807
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. "Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo" (Lv 19, 15). "Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo" (Col 4, 1).
Solo el Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Jesús
2842
Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
La obligación de la justicia social
1928
La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad.
1929 La justicia social sólo puede ser conseguida en el respeto de la dignidad transcendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que le está ordenada:
La defensa y la promoción de la dignidad humana "nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia" (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos al "comunismo" o "socialismo". Por otra parte, ha reprobado en la práctica del "capitalismo" el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13. 44). La regulación de la economía únicamente por la planificación centralizada pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque "existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado" (CA 34). Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común.
2426 El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la producción están destinados a remediar las necesidades de los seres humanos. La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder; está ante todo ordenada al servicio de las personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
El señorío de Cristo
446
En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1Co 2, 8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; Mt 14, 30; Mt 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; Lc 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1Co 12, 3; Flp 2, 11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree. . que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
“Hágase tu voluntad”
2822
La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano … : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza … a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; Jn 5, 30; Jn 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
"Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo" (Orígenes, or. 26).
"Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo" (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
"Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre" (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).


Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año A

Oremos a Dios Padre. Su misericordia es eterna.
- Por la Iglesia, para que toda ella sea una llamada permanente al mundo para seguir el camino mejor. Roguemos al Señor.
- Por los responsables de la catequesis, para que sepan presentar el mensaje cristiano de modo que sea en verdad educación de la fe, llamada a la conversión. Roguemos al Señor.
- Por los políticos responsables del área de la educación, por los profesionales de la enseñanza, de la educación integral de la persona, para que puedan cumplir su noble misión con dedicación plena, y su trabajo dé fruto. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que hemos escuchado la llamada del Señor, como los dos hijos de la parábola, para que, a pesar de la inconstancia y las indecisiones, respondamos con obras de verdad. Roguemos al Señor.
Acuérdate de nosotros con misericordia, por tu bondad, Señor. Por Jesucristo, nuestro Señor.