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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 23 de octubre de 2022

Domingo 27 noviembre 2022, I Domingo de Adviento, ciclo A.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

En el tiempo de Adviento

96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2)

97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.

La Corona de Adviento

98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).

Las Procesiones de Adviento

99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición española y latinoamericana).

La Virgen María en el Adviento

101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.

102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).

CALENDARIO

27 + I DOMINGO DE ADVIENTO 

Primer domingo del Adviento de nuestro Señor Jesucristo; en este tiempo se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres y se espera, a la vez, su segunda venida al final de los tiempos (elog. del Martirologio Romano). 

Misa del Domingo (morado). 
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. I o III Adv. 
LECC.: vol. I (A). 
- Is 2, 1-5. El Señor congrega a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios. 
- Sal 121. R. Vamos alegres a la casa del Señor. 
- Rom 13, 11-14a. La salvación está más cerca de nosotros. 
- Mt 24, 37-44. Estad en vela para estar preparados.

El Adviento es un tiempo de alegre esperanza ante la venida del Señor. Al mismo tiempo que nos preparamos para preparar su primera venida, miramos hacia su última venida en gloria y majestad al fin de los tiempos. En este primer domingo los textos litúrgicos subrayan este segundo aspecto. Nuestra salvación está cerca, nos dice san Pablo, una salvación en el reino eterno de Dios a la que están llamados todos los pueblos (1 Lect). Debemos estar en vela para estar preparados ante la venida del Señor, pues no sabemos el día ni la hora (Ev). Una preparación que nos lleva a dejar las obras del pecado y a vivir la luz del Evangelio.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial. 

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II. 

Martirologio: elogs. del 28 de noviembre, pág. 693.

TEXTOS MISA

I DOMINGO DE ADVIENTO

Antífona de entrada Sal 24, 1-3
A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.
Ad te levávi ánimam meam, Deus meus, in te confído, non erubéscam. Neque irrídeant me inimíci mei, étenim univérsi qui te exspéctant non confundéntur.

Después del saludo inicial puede hacerse la bendición de la corona de Adviento.

Bendición de la corona de Adviento
El sacerdote hace una breve monición con estas palabras u otras semejantes:
Hermanos:
Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. La corona de Adviento es, pues, un símbolo de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre y nos ha dado la verdadera vida.
El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad. Por eso hoy, primer domingo de Adviento, bendecimos esta corona y encendemos el primer cirio.
Luego el sacerdote, con las manos extendidas dice la oración de bendición:
Oremos.
La tierra, Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijos, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramo del bosque y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo, te pedimos, Señor, que, mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona, con nuevas luces, a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y se enciende el primer cirio

Se omite el acto penitencial

Si no se hace la bendición de la corona de Adviento, después del saludo inicial el sacerdote o el diácono, y otro ministro idóneo, puede hacer una monición muy breve para introducir a los fieles en la misa del día.

Monición de entrada
Comienza hoy un nuevo año litúrgico en el que iremos celebrando de diversas maneras el misterio de la salvación que nos viene de Cristo. Empieza con el ciclo de Adviento, Navidad y Epifanía en el que haremos el memorial del nacimiento y manifestación del Hijo de Dios hecho Hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.
Iniciamos hoy estas cuatro semanas del tiempo de Adviento, un tiempo de alegre esperanza ante la venida de Cristo Salvador en la humildad de nuestra carne y su retorno glorioso al fin de los tiempos.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las invocaciones propia del tiempo de Adviento.

No se dice Gloria.

Oración colecta
Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Da, quaesumus, omnípotens Deus, hanc tuis fidélibus voluntátem, ut, Christo tuo veniénti iustis opéribus occurréntes, eius déxterae sociáti, regnum mereántur possidére caeléste. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del I Domingo de Adviento, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Is 2, 1-5
El Señor congrega a todas las naciones en la paz eterna del Reino de Dios

Lectura del libro de Isaías.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sion saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones,
será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán atados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob,
venid; caminemos a la luz del Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 121, 1bc-2. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: cf. 1bc)
R.
Vamos alegres a la casa del Señor.
In domum Dómini lætántes íbimus.

V. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
In domum Dómini lætántes íbimus.

V. Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
In domum Dómini lætántes íbimus.

V. Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
In domum Dómini lætántes íbimus.

V. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor,
nuestro Dios, te deseo todo bien.
R. Vamos alegres a la casa del Señor.
In domum Dómini lætántes íbimus.

SEGUNDA LECTURA Rom 13, 11-14a
La salvación está más cerca de nosotros

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.
Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Sal 84, 8
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. R.
Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam, et salutáre tuum da nobis.

EVANGELIO Mt 24, 37-44
Estad en vela para estar preparados
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 1 de diciembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, primer domingo de Adviento, comienza un nuevo año litúrgico. En estas cuatro semanas de Adviento, la liturgia nos lleva a celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos recuerda que Él viene todos los días en nuestras vidas, y que regresará gloriosamente al final de los tiempos. Esta certeza nos lleva a mirar al futuro con confianza, como nos invita el profeta Isaías, que con su voz inspirada acompaña todo el camino del Adviento.
En la primera lectura de hoy, Isaías profetiza que «sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones» (Is 2, 2). El templo del Señor en Jerusalén se presenta como el punto de encuentro y de convergencia de todos los pueblos. Después de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesús mismo se reveló como el verdadero templo. Por lo tanto, la maravillosa visión de Isaías es una promesa divina y nos impulsa a asumir una actitud de peregrinación, de camino hacia Cristo, sentido y fin de toda la historia. Los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla a través de los caminos del Señor, mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, que causan conflictos y guerras. El Adviento es el tiempo para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos de Dios.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24, 42). Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo. La espera de la venida de Jesús debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia. Se trata sobre todo de maravillarse de la acción de Dios, de sus sorpresas y de darle primacía. Vigilancia significa también, concretamente, estar atento al prójimo en dificultades, dejarse interpelar por sus necesidades, sin esperar a que nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros.
Que María, Virgen vigilante y Madre de la esperanza, nos guía en este camino, ayudándonos a dirigir la mirada hacia el "monte del Señor", imagen de Jesucristo, que atrae a todos los hombres y todos los pueblos.

ÁNGELUS. I Domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, es decir, un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento. La página del Evangelio (cf. Mt 24, 37-44) nos presenta uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita –lo sabemos todos– se produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir estará la tercera y última visita, que profesamos cada vez que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.
La palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas, la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: «Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en el que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrasó a todos» (vv. 38-39): así dice Jesús. Siempre nos impresiona pensar en las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está apunto de ser alterada. El Evangelio, ciertamente no quiere darnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, una profundidad, un valor simbólico.
Desde esta perspectiva llega también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor, y esto es importante. Ese, ese encuentro. Y las cosas de cada día deben tener ese horizonte, deben ser dirigidas a ese horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, «estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado» (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar preparados siempre para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos una dimensión más hermosa y más grande.
Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarme nuestros planes.
ÁNGELUS. I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.


Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS. I Domingo de Adviento, 28 de noviembre de 2010

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.
La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.
ÁNGELUS. I domingo de Adviento, 2 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Con este primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico: el pueblo de Dios vuelve a ponerse en camino para vivir el misterio de Cristo en la historia. Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8); en cambio, la historia cambia y necesita ser evangelizada constantemente; necesita renovarse desde dentro, y la única verdadera novedad es Cristo: él es su realización plena, el futuro luminoso del hombre y del mundo. Jesús, resucitado de entre los muertos, es el Señor al que Dios someterá todos sus enemigos, incluida la misma muerte (cf. 1 Co 15, 25-28).
Por tanto, el Adviento es el tiempo propicio para reavivar en nuestro corazón la espera de Aquel «que es, que era y que va a venir» (Ap 1, 8). El Hijo de Dios ya vino en Belén hace veinte siglos, viene en cada momento al alma y a la comunidad dispuestas a recibirlo, y de nuevo vendrá al final de los tiempos para «juzgar a vivos y muertos». Por eso, el creyente está siempre vigilante, animado por la íntima esperanza de encontrar al Señor, como dice el Salmo: «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora» (Sal 130, 5-6).
Por consiguiente, este domingo es un día muy adecuado para ofrecer a la Iglesia entera y a todos los hombres de buena voluntad mi segunda encíclica, que quise dedicar precisamente al tema de la esperanza cristiana. Se titula Spe salvi, porque comienza con la expresión de san Pablo: «Spe salvi factum sumus», «en esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24). En este, como en otros pasajes del Nuevo Testamento, la palabra «esperanza» está íntimamente relacionada con la palabra «fe». Es un don que cambia la vida de quien lo recibe, como lo muestra la experiencia de tantos santos y santas.
¿En qué consiste esta esperanza, tan grande y tan «fiable» que nos hace decir que en ella encontramos la «salvación»? Esencialmente, consiste en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y misericordioso. Jesús, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos reveló su rostro, el rostro de un Dios con un amor tan grande que comunica una esperanza inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede destruir, porque la vida de quien se pone en manos de este Padre se abre a la perspectiva de la bienaventuranza eterna.
El desarrollo de la ciencia moderna ha marginado cada vez más la fe y la esperanza en la esfera privada y personal, hasta el punto de que hoy se percibe de modo evidente, y a veces dramático, que el hombre y el mundo necesitan a Dios —¡al verdadero Dios!—; de lo contrario, no tienen esperanza.
No cabe duda de que la ciencia contribuye en gran medida al bien de la humanidad, pero no es capaz de redimirla. El hombre es redimido por el amor, que hace buena y hermosa la vida personal y social. Por eso la gran esperanza, la esperanza plena y definitiva, es garantizada por Dios que es amor, por Dios que en Jesús nos visitó y nos dio la vida, y en él volverá al final de los tiempos.
En Cristo esperamos; es a él a quien aguardamos. Con María, su Madre, la Iglesia va al encuentro del Esposo: lo hace con las obra de caridad, porque la esperanza, como la fe, se manifiesta en el amor. ¡Buen Adviento a todos!

DIRECTORIO HOMILÉTICO
I domingo de Adviento
80. El evangelio del I domingo de Adviento, en los tres ciclos, es una narración sinóptica que anuncia la venida inminente del Hijo del Hombre en gloria, un día y una hora desconocidos. Nos exhorta a estar vigilantes y en alerta, a esperar signos espaventosos en el cielo y en la tierra, a no dejarnos sorprender. Siempre nos da una cierta impresión empezar de este modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este tiempo nos trae a la mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común está ya sumergido con las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en Belén. No obstante, la Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que nos recuerdan cómo el mismo Señor nacido en Belén «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos», como dice el Credo. En este domingo, es responsabilidad del homileta recordar a los cristianos que siempre deben preparase para esta venida y para el juicio. Realmente, el Adviento constituye tal preparación: la Venida de Jesús en la Navidad está conectada íntimamente con su Venida en el último día.
81. Durante los tres años, la lectura del Profeta puede interpretarse ya sea como indicativa del glorioso advenimiento final del Señor como de su primer advenimiento «en la humildad de nuestra carne», de la que nos habla la Navidad. Tanto Isaías (en el año A) como Jeremías (en el año C), anuncian que «llegan días». En el contexto de esta Liturgia, las palabras que siguen apuntan claramente al tiempo final; pero se refieren, también, a la inminente Solemnidad de la Navidad.
82. ¿Qué sucederá al final de los días? Isaías dice (en el año A): «Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles». El homileta tiene varias posibilidades de interpretación que se pueden desarrollar en consecuencia. «El monte de la casa del Señor» podría ser correctamente explicado como una imagen de la Iglesia, llamada a reunir a todas las gentes. También podría hacer de primer anuncio de la Fiesta inminente de la Navidad. «Confluirán los gentiles» hacia el Niño en el pesebre es un texto que se cumplirá, en particular, en Epifanía, cuando los Magos vengan a adorarlo. El homileta tendría que recordar a los fieles que también ellos pertenecen a los gentiles que caminan hacia Cristo, un viaje que se inicia con intensidad renovada en el I domingo de Adviento. Las mismas palabras, ricamente inspiradas, son también aplicables a la Venida en el final de los tiempos, citada explícitamente por el Evangelio. El profeta prosigue: «Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos». Las palabras conclusivas del pasaje profético son, al mismo tiempo, una maravillosa llamada a la celebración de la Navidad y a la espera del adviento del Hijo del Hombre en la gloria: «Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor».
86. Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios «en vigilante espera». Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los ángeles: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo». Aclamando el «Misterio de la fe» expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas». En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: «Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación».
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Primer domingo de Adviento.
La tribulación final y la venida de Cristo en gloria
Cristo reina ya mediante la Iglesia…
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última hora" (1Jn 2, 18; cf. 1P 4, 7). "El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
… esperando que todo le sea sometido
671
El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2Ts 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf. 1Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1Jn 2, 18; 1Jn 4, 3; 1Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673
Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44:1Ts 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2Ts 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
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Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2Ts 2, 4-12 1Ts 5, 2-3 2Jn 7; 1Jn 2, 18. 22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el "falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes"; GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2P 3, 12-13).
La Iglesia, consumada en la gloria
769
La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los justos desde Adán, `desde el justo Abel hasta el último de los elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).
“¡Ven, Señor Jesús!”
451
La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
… esperando que todo le sea sometido
671
El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2Ts 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf. 1Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
LOS SACRAMENTOS DE LA VIDA ETERNA
1130
La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1Co 11, 26; 1Co 15, 28). Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1Co 16, 22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros… hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22, 15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2, 13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!… ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 17. 20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh 3, 60, 3).)
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26, 29; cf. Lc 22, 18; Mc 14, 25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1, 4). En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1Co 16, 22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10, 6).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":
"Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!" (Tertuliano, or. 5).
La vigilancia humilde del corazón
Frente a las dificultades de la oración
2729
La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6, 21. 24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes: una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado en alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: Sin mí, no podéis hacer nada (Jn 15, 6).
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Oremos al Señor, nuestro Dios. Los que esperan en él no quedan defraudados.
- Por la Iglesia: para que, en medio de la injusticia de este mundo, sepa anunciar a Jesucristo, que viene a traer la justicia de Dios. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes, para que, procurando el bien común, defiendan los derechos de todos y principalmente de los más débiles. Roguemos al Señor.
- Por los que están angustiados, en trance de desesperación, para que encuentren junto a ellos una mano amiga que los levante y sientan cercana la liberación. Roguemos al Señor.
Por nosotros y todos los que comparten nuestra esperanza, para que, amándonos unos a otros, procedamos siempre agradando a Dios y, cuando venga el Señor Jesús, podamos presentarnos santos e irreprochables anta él. Roguemos al Señor.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, los dones que te ofrecemos, escogidos de los bienes que hemos recibido de ti, y lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra vida mortal sea para nosotros premio de tu redención eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, múnera quae de tuis offérimus colláta benefíciis, et, quod nostrae devotióni concédis éffici temporáli, tuae nobis fiat praemium redemptiónis aetérnae. Per Christum.

PREFACIO I DE ADVIENTO
LAS DOS VENIDAS DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación eterna, para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui, primo advéntu in humilitáte carnis assúmptae, dispositiónis antíquae munus implévit, nobísque salútis perpétuae trámitem reserávit: ut, cum secúndo vénerit in suae glória maiestátis, manifésto demum múnere capiámus, quod vigilántes nunc audémus exspectáre promíssum.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:
Santo, santo Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de comunión Sal 84, 13
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
Dóminus dabit benignitátem, et terra nostra dabit fructum suum.

Oración después de la comunión
Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa, a descubrir el valor de los bienes del cielo y a poner en ellos nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prosint nobis, quaesumus, Dómine, frequentáta mystéria, quibus nos, inter praetereúntia ambulántes, iam nunc instítuis amáre caeléstia et inhaerére mansúris. Per Christum.

Se puede usar la fórmula de bendición solemne. Adviento.
Dios todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.
Omnípotens et miséricors Deus, cuius Unigéniti advéntum et praetéritum créditis, et futúrum exspectátis, eiúsdem advéntus vos illustratióne sanctíficet et sua benedictióne locuplétet.
R. Amén.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza y diligentes en el amor.
In praeséntis vitae stádio reddat vos in fide stábiles, spe gaudéntes, et in caritáte efficáces.
R. Amén.
Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.
Ut, qui de advéntu Redemptóris nostri secúndum carnem devóta mente laetámini, in secúndo, cum in maiestáte sua vénerit, praemiis aetérnae vitae ditémini.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Filii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del 28 de noviembre
1. En Sebaste, den la antigua Armenia, actualmente Turquía, san Irenarco, mártir, que ejerciendo de verdugo se convirtió a Cristo motivado por la constancia de las mujeres cristianas, y bajo el emperador Diocleciano y el prefecto Máximo, murió decapitado. (s. IV)
2. En el reino vándalo de África, en el actual territorio de Libia y Túnez, conmemoración de los santos mártires Papiniano, obispo de Vita, y Mansueto, obispo de Urusi, que, en la persecución desencadenada por los vándalos, durante el reinado del arriano Genserico, por defender la fe católica fueron quemados en todo su cuerpo con planchas de hierro incandescentes, y así consumaron su gloriosa agonía. En ese mismo tiempo, otros santos obispos fueron primero exiliados, y después coronaron la carrera de su vida con la confesión de la fe,: Urbano de Girba, Crescente de Bizacena, Hebetdeo de Teudali, Eustasio de Sufes, Cresconio de Oea, Vicis de Sabrata y Félix de Hadrumeto, y más adelante, bajo Hunnerico, hijo de Genserico, Hortelano de Bennefa y Florenciano de Midila. (s. V)
3. En Constantinopla, hoy Estambul, en Turquía, san Esteban el Joven, monje y mártir, que, en tiempo del emperador Constantino Coprónimo, por dar culto a las imágenes sagradas fue atormentado con variados suplicios, y confirmó la verdad católica con el derramamiento de su sangre. (764)
4*. Cerca de Rossano, en Calabria, actual Italia, santa Teodora, abadesa, discípula de san Nilo el Joven, maestra en la vida monástica (980).
5. En Nápoles, en Campania, también en Italia, sepultura de Santiago Piceno o de la Marca, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, esclarecido por su predicación y austeridad de vida. (1476)
6*. En York, en Inglaterra, beato Jacobo Thomson, presbítero y mártir, que, durante el reinado de Isabel I, condenado a la pena capital por haber reconciliado a muchos con la Iglesia Católica, sufrió los suplicios del patíbulo. (1582)
7. En el territorio de Khám Duong, en Annam, hoy Vietnam, san Andrés Tran Van Trông, mártir, que encarcelado y atormentado atrozmente por negarse a pisar la Cruz, fue decapitado en tiempo del emperador Minh Mang. (1835)
8*. En el lugar llamado Paracuellos del Jarama, cerca de Madrid, en España, beatos Juan Jesús (Mariano) Adradas Gonzalo, presbítero y catorce compañeros*, mártires y religiosos de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, que durante la persecución contra la fe fueron coronados tras gloriosa pasión. (1936)
*He aquí sus nombres: beatos Guillermo (Vicente) Llop Gayá, Clemente Díaz Sahagún, Lázaro (Juan María) Múgica Goiburu, Martiniano (Antonio) Meléndez Sánchez, Pedro María Alcalde Negredo, Julián Plazaola Artola, Hilario (Antonio) Delgado Vílchez, religiosos profesos; Pedro de Alcántara Bernalte Calzado, Juan Alcalde y Alcalde, Isidoro Martínez Izquierdo, Ángel Sastre Corporales, novicios; José Mora Velasco, presbítero y postulante; José Ruiz Cuesta, postulante; y Eduardo Bautista Jiménez.
9*. En Picadero de Paterna, en el territorio de Valencia, en España, beato Luis Campos Górriz, mártir, que, durante la misma persecución, culminó con su glorioso martirio una vida fervorosamente entregada al apostolado y a la caridad. (1936)
- Beato Francisco Esteban Lacal y 21 compañeros* de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, y Cándido Castán San José, laico, padre de familia (Madrid 1936). Asesinados por odio a la fe en España, durante la última guerra civil.
*Sus nombres son: Vicente Blanco Guadilla, José Vega Riaño, Juan Antonio Pérez Mayo, Gregorio Escobar García, sacerdotes; Justo Gil Pardo, diácono; Manuel Gutiérrez Martín, subdiácono; Cecilio Vega Domínguez, Publio Rodríguez Moslares, Juan Pedro Cotillo Fernández, Francisco Polvorines Gómez, José Guerra Andrés, Justo Gonzáles Lorente, Serviliano Riaño Herrero, Daniel Gómez Lucas, Justo Fernández Gonzáles, Pasqual Aláez Medina, Clemente Rodríguez Tejerina, Ángel Francisco Bocos Hernando, Marcelino Sánchez Fernández, Eleuterio Prado Villarroel, religiosos.

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