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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

sábado, 8 de octubre de 2022

Sábado 12 noviembre 2022, San Josafat, obispo y mártir, memoria obligatoria.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA (2-Diciembre-1984)
DE JUAN PABLO II

CAPÍTULO SEGUNDO. A LAS FUENTES DE LA RECONCILIACIÓN

En la luz de Cristo reconciliador


7. Como se deduce de la parábola del hijo pródigo, la reconciliación es un don de Dios, una iniciativa suya. Mas nuestra fe nos enseña que esta iniciativa se concreta en el misterio de Cristo redentor, reconciliador, que libera al hombre del pecado en todas sus formas. El mismo S. Pablo no duda en resumir en dicha tarea y función la misión incomparable de Jesús de Nazaret, Verbo e Hijo de Dios hecho hombre.

También nosotros podemos partir de este misterio central de la economía de la salvación, punto clave de la cristología del Apóstol. «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo —escribe a los Romanos— mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. Y no solo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios Nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación» [22]. Puesto que «Dios nos ha reconciliado con sí por medio de Cristo», Pablo se siente inspirado a exhortar a los cristianos de Corinto: «Reconciliaos con Dios» [23].

De esta misión reconciliadora mediante la muerte en la cruz hablaba, en otros términos, el evangelista Juan al observar que Cristo debía morir «para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos» [24].

Pero S. Pablo nos permite ampliar más aún nuestra visión de la obra de Cristo a dimensiones cósmicas, cuando escribe que en Él, el Padre ha reconciliado consigo todas las criaturas, las del cielo y las de la tierra [25]. Con razón se puede decir de Cristo redentor que «en el tiempo de la ira ha sido hecho reconciliación» [26] y que, si Él es «nuestra paz» [27] es también nuestra reconciliación.

Con toda razón, por tanto, su pasión y muerte, renovadas sacramentalmente en la Eucaristía, son llamadas por la liturgia «Sacrificio de reconciliación» [28]: reconciliación con Dios, y también con los hermanos, puesto que Jesús mismo nos enseña que la reconciliación fraterna ha de hacerse antes del sacrificio [29].

Por consiguiente, partiendo de estos y de otros autorizados y significativos lugares neotestamentarios, es legítimo hacer converger las reflexiones acerca de todo el misterio de Cristo en torno a su misión de reconciliador.

Una vez más se ha de proclamar la fe de la Iglesia en el acto redentor de Cristo, en el misterio pascual de su muerte y resurrección, como causa de la reconciliación del hombre en su doble aspecto de liberación del pecado y de comunión de gracia con Dios.

Y precisamente ante el doloroso cuadro de las divisiones y de las dificultades de la reconciliación entre los hombres, invito a mirar hacia el mysterium Crucis como al drama más alto en el que Cristo percibe y sufre hasta el fondo el drama de la división del hombre con respecto a Dios, hasta el punto de gritar con las palabras del Salmista: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?» [30], llevando a cabo, al mismo tiempo, nuestra propia reconciliación.

La mirada fija en el misterio del Gólgota debe hacernos recordar siempre aquella dimensión «vertical» de la división y de la reconciliación en lo que respecta a la relación hombre-Dios, que para la mirada de la fe prevalece siempre sobre la dimensión «horizontal», esto es, sobre la realidad de la división y sobre la necesidad de la reconciliación entre los hombres. Nosotros sabemos, en efecto, que tal reconciliación entre los mismos no es y no puede ser sino el fruto del acto redentor de Cristo, muerto y resucitado para derrotar el reino del pecado, restablecer la alianza con Dios y de este modo derribar el muro de separación [31] que el pecado había levantado entre los hombres.

[22] Rom 5, 10 s.; cf. Col 1, 20-22.
[23] 2 Cor 5, 18. 20
[24] Jn 11, 52.
[25] Cf. Col 1, 20
[26] Cf. Eclo 44, 17.
[27] Cf. Ef 2, 14.
[28] Plegaria eucarística III.
[29] Cf. Mt 5, 23 s.
[30] Mt 27, 46; Mc 15, 34; Sal 22 [21], 2.
[31] Cf. Ef 2, 14-16.


La Iglesia reconciliadora

8. Pero como decía San León Magno hablando de la pasión de Cristo, «todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no lo conocemos solamente por la historia de sus acciones pasadas, sino que lo sentimos también en la eficacia de lo que él realiza en el presente» [32].

Experimentamos la reconciliación realizada en su humanidad mediante la eficacia de los sagrados misterios celebrados por su Iglesia, por la que Él se entregó a sí mismo y la ha constituido signo y, al mismo tiempo, instrumento de salvación.

Así lo afirma San Pablo cuando escribe que Dios ha dado a los apóstoles de Cristo una participación en su obra reconciliadora. «Dios —nos dice— ha confiado el misterio de la reconciliación ... y la palabra de reconciliación» [33].

En las manos y labios de los apóstoles, sus mensajeros, el Padre ha puesto misericordiosamente un ministerio de reconciliación que ellos llevan a cabo de manera singular, en virtud del poder de actuar «in persona Christi». Mas también a toda la comunidad de los creyentes, a todo el conjunto de la Iglesia, le ha sido confiada la palabra de reconciliación, esto es, la tarea de hacer todo lo posible para dar testimonio de la reconciliación y llevarla a cabo en el mundo.

Se puede decir que también el Concilio Vaticano II, al definir la Iglesia como un «sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano», —y al señalar como función suya la de lograr la «plena unidad en Cristo» para «todos los hombres, unidos hoy más íntimamente por toda clase de relaciones» [34]— reconocía que la Iglesia debe buscar ante todo llevar a los hombres a la reconciliación plena.

En conexión íntima con la misión de Cristo se puede, pues, condensar la misión —rica y compleja— de la Iglesia en la tarea —central para ella— de la reconciliación del hombre: con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado; y esto de modo permanente, porque —como he dicho en otra ocasión— «la Iglesia es por su misma naturaleza siempre reconciliadora» [35].

La Iglesia es reconciliadora en cuanto proclama el mensaje de la reconciliación, como ha hecho siempre en su historia desde el Concilio apostólico de Jerusalén [36] hasta el último Sínodo y el reciente Jubileo de la Redención. La originalidad de esta proclamación estriba en el hecho de que para la Iglesia la reconciliación está estrechamente relacionada con la conversión del corazón; éste es el camino obligado para el entendimiento entre los seres humanos.

La Iglesia es reconciliadora también en cuanto muestra al hombre las vías y le ofrece los medios para la antedicha cuádruple reconciliación. Las vías son, en concreto, las de la conversión del corazón y de la victoria sobre el pecado, ya sea éste el egoísmo o la injusticia, la prepotencia o la explotación de los demás, el apego a los bienes materiales o la búsqueda desenfrenada del placer. Los medios son: el escuchar fiel y amorosamente la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria y, sobre todo, los sacramentos, verdaderos signos e instrumentos de reconciliación entre los que destaca —precisamente bajo este aspecto— el que con toda razón llamamos Sacramento de reconciliación o de la Penitencia, sobre el cual volveremos más adelante.

[32] San León Magno, Tractatus 63 (De passione Domini 12). 6: CCL 138/A, 386.
[33] 2 Cor 5, 18 s.
[34] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
[35] «La Iglesia es por su misma naturaleza siempre reconciliadora, ya que transmite a los demás el don que ella ha recibido, el don de ser perdonada y hecha una misma cosa con Dios»: Juan Pablo II, Discurso en Liverpool (30 de mayo 1982), 3: L'Osservatore Romano, edic. en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 13.
[36] Cf. Act 15, 2-33.


La Iglesia reconciliada

9. Mi venerado Predecesor Pablo VI ha tenido el mérito de poner en claro que, para ser evangelizadora, la Iglesia debe comenzar mostrándose ella misma evangelizada, esto es, abierta al anuncio pleno e íntegro de la Buena Nueva de Jesucristo, escuchándola y poniéndola en práctica [37]. También yo, al recoger en un documento orgánico las reflexiones de la IV Asamblea General del Sínodo, he hablado de una Iglesia que se catequiza en la medida en que lleva a cabo la catequesis [38].

Dado que también se aplica al tema que estoy tratando, no dudo ahora en volver a tomar la comparación para reafirmar que la Iglesia, para ser reconciliadora, ha de comenzar por ser una Iglesia reconciliada. En esta expresión simple y clara subyace la convicción de que la Iglesia, para anunciar y promover de modo más eficaz al mundo la reconciliación, debe convertirse cada vez más en una comunidad (aunque se trate de la «pequeña grey» de los primeros tiempos) de discípulos de Cristo, unidos en el empeño de convertirse continuamente al Señor y de vivir como hombres nuevos en el espíritu y práctica de la reconciliación.

Frente a nuestros contemporáneos —tan sensibles a la prueba del testimonio concreto de vida— la Iglesia está llamada a dar ejemplo de reconciliación ante todo hacia dentro; por esta razón, todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre hermanos, cuando se agudiza el contraste de las opciones en el campo de lo opinable, buscando por el contrario, estar unidos en lo que es esencial para la fe y para la vida cristiana, según la antigua máxima: In dubiis libertas, in necessariis unitas, in omnibus caritas.

Según este mismo criterio, la Iglesia debe poner en acto también su dimensión ecuménica. En efecto, para ser enteramente reconciliada, ella sabe que ha de proseguir en la búsqueda de la unidad entre aquellos que se honran en llamarse cristianos, pero que están separados entre sí —incluso en cuanto Iglesias o Comuniones— y de la Iglesia de Roma. Esta busca una unidad que, para ser fruto y expresión de reconciliación verdadera, no trata de fundarse ni sobre el disimulo de los puntos que dividen, ni en compromisos tan fáciles cuanto superficiales y frágiles. La unidad debe ser el resultado de una verdadera conversión de todos, del perdón recíproco, del diálogo teológico y de las relaciones fraternas, de la oración, de la plena docilidad a la acción del Espíritu Santo, que es también Espíritu de reconciliación.

Por último, la Iglesia para que pueda decirse plenamente reconciliada, siente que ha de empeñarse cada vez más en llevar el Evangelio a todas las gentes, promoviendo el «diálogo de la salvación» [39], a aquellos amplios sectores de la humanidad en el mundo contemporáneo que no condividen su fe y que, debido a un creciente secularismo, incluso toman sus distancias respecto de ella o le oponen una fría indiferencia, si no la obstaculizan y la persiguen. La Iglesia siente el deber de repetir a todos con San Pablo: «Reconciliaos con Dios» [40].

En cualquier caso, la Iglesia promueve una reconciliación en la verdad, sabiendo bien que no son posibles ni la reconciliación ni la unidad contra o fuera de la verdad.

[37] Cf. Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 13: AAS 68 (1976), 12 s.
[38] Cf. Juan Pablo II, Exhort Ap. Catechesi tradendae, 24: AAS 71 (1979), 1297.
[39] Cf. Pablo VI, Encíc. Ecclesiam suam: AAS 56 (1964), 609-659.
[40] Cf. 2 Cor 5, 20.


CALENDARIO

12 SÁBADO. Hasta la Hora Nona:
SAN JOSAFAT, obispo y mártir, memoria obligatoria 

Misa de la memoria (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- 3 Jn 5-8.
Debemos sostener a los hermanos, para hacernos colaboradores de la verdad.
- Sal 111. R. Dichoso quien teme al Señor.
- Lc 18, 1-8. Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él.
o bien:
cf. vol. IV.

Liturgia de las Horas:
oficio de la memoria.

Martirologio: elogs. del 13 de noviembre, pág. 663. 
CALENDARIOS: Familia de Misioneras del Divino Maestro y Cooperadores Seglares del Divino Maestro: Jesucristo, Divino Maestro (S).
Hijas del Patrocinio de María: Virgen del Patrocinio (S).
Hijas de Santa María de la Providencia: María, Madre de la Divina Providencia (S).
Misioneros Oblatos de María Inmaculada: Dedicación de la propia iglesia (S).
Calahorra y La Calzada-Logroño: San Millán, presbítero (MO).
Asidonia-Jerez: El Patrocinio de Nuestra Señora (ML).
Santander: San Millán de la Cogolla, presbítero (ML), o san Josafat, obispo y mártir (ML).
Benedictinos, O. Cist. y OCSO: San Teodoro Estudita, abad (ML).
Combonianos: Conmemoración de los hermanos, familiares y bienhechores difuntos.

SÁBADO. Después de la Hora Nona:
TRIGESIMOTERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera semana del Salterio
Misa
vespertina del XXXIII Domingo del tiempo ordinario (verde).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

12 de noviembre
San Josafat, obispo y mártir
Memoria

Antífona de entrada
Por la alianza del Señor y La ley de nuestros padres, los santos de Dios perseveraron en el amor fraterno: mantuvieron un mismo espíritu y una misma fe.
Propter testaméntum Dómini et leges patérnas, Sancti Dei perstitérunt in amore fratérnitatis: Quia unus fuit semper spíritus in eis, et una fides.

Monición de entrada
Se celebra hoy la memoria de san Josafat, nacido en Ucrania hacia el año 1580, obispo de la Iglesia grecocatólica. Selló con su sangre la firme resolución de trabajar por la unidad de las Iglesias de Oriente Occidente porque esta pretensión concitó el odio de muchos que se у oponían a la reconciliación. Fue cruelmente perseguido y martirizado en el año 1623.

Oración colecta
Señor, aviva en tu Iglesia el Espíritu que impulsó a san Josafat a dar la vida por su rebaño, y concédenos, por su intercesión, que el mismo Espíritu nos dé fuerza para que no vacilemos en entregar nuestra vida por los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Excita, quaesumus, Dómine, in Ecclésia tua Spíritum, quo replétus beátus Iósaphat ánimam suam pro óvibus pósuit, ut, eo intercedénte, nos quoque eódem Spíritu roboráti, ánimam nostram pro frátribus pónere non vereámur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la XXXII semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).


PRIMERA LECTURA 3 Jn 5-8
Debemos sostener a los hermanos, para hacernos colaboradores de la verdad
Lectura de la tercera carta del apóstol san Juan.

Querido Gayo:
Te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la Iglesia.
Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por el Nombre, sin aceptar nada de los paganos. Por eso debemos sostener nosotros a hombres como estos, para hacernos colaboradores de la verdad.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 111, 1b-2. 3-4. 5-6 (R.: 1b)
R.
Dichoso quien teme al Señor.
Beátus vir qui timet Dóminum.
O bien: Aleluya.

V. Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.
R. Dichoso quien teme al Señor.
Beátus vir qui timet Dóminum.

V. En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad dura por siempre.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
R. Dichoso quien teme al Señor.
Beátus vir qui timet Dóminum.

V. Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
porque jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo.
R. Dichoso quien teme al Señor.
Beátus vir qui timet Dóminum.

Aleluya Cf. 2 Ts 2, 14
R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios nos llamó por medio del Evangelio para que lleguemos a adquirir la gloria de nuestro Señor Jesucristo. R.
Deus vocávit nos per Evangélium, in acquisitiónem glóriæ Dómini nostri Iesu Christi.

EVANGELIO Lc 18, 1-8
Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía 16-octubre-2016
Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18, 7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XLI

Oremos, hermanos, a Dios, nuestro Padre, por nuestra salvación y por la de todos los hombres.
- Para que mande operarios a su mies y ministros a su Iglesia. Roguemos al Señor.
- Para que inspire pensamientos de paz, libertad a los gobernantes de las naciones. Roguemos al Señor.
- Para que conserve en la justicia y la concordia a los ciudadanos. Roguemos al Señor.
- Para que conceda la vuelta a su patria a los desterrados, empleo a los parados y ayuda a todos los que sufren. Roguemos al Señor.
- Para que nos haga a todos nosotros dignos de su reino eterno. Roguemos al Señor.
Tiende, Señor, tu mano al pueblo que espera en tu misericordia: que por tu ayuda se aparte de los males del mundo y encuentre los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Dios clementísimo, derrama tu bendición sobre estos dones y fortalécenos en la fe que confirmó san Josafat con el derramamiento de su sangre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Clementíssime Deus, múnera haec tua benedictióne perfúnde, et nos in tua fide confírma, quam sanctus Iósaphat effúso sánguine asséruit. Per Christum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV

Antífona de comunión Mt 10, 39
El que pierda su vida por mí, la encontrará para siempre, dice el Señor.
Qui perdíderit ánimam suam propter me, dicit Dóminus, invéniet eam in aetérnum.

Oración después de la comunión
Señor, que esta mesa celestial nos dé espíritu de paz y fortaleza, para que, a ejemplo de san Josafat, gastemos voluntariamente nuestra vida por el honor y la unidad de la Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Spíritum, Dómine, fortitúdinis et pacis haec nobis tríbuat mensa caeléstis, ut, sancti Iósaphat exémplo, vitam nostram ad honórem et unitátem Ecclésiae libénter impendámus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 13 de noviembre

San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda del rey Recaredo. (c. 600)
2. En Cesarea de Palestina, actual Israel, pasión de los santos mártires Antonino, Nicéforo, Zebinas y Germán, y Manata, virgen. Ésta última, en tiempo del emperador Galerio Máximo, después de ser azotada, fue quemada viva, y los primeros fueron decapitados por haber reprochado valientemente a voz en grito la impiedad del prefecto Firmiliano, que ofrecía sacrificios a los dioses. (297)
3. En Aix-en-Provence, en la Galia Narbonense, hoy Francia, san Mitrio, que, a pesar de su condición servil, fue por su santidad espiritualmente libre. (s. IV)
4. En Tours, en la Galia Lugdunense, también Francia en la actualidad, san Bricio, obispo, discípulo de san Martín, que sucedió a su maestro y durante cuarenta y siete años padeció muchas adversidades. (444)
5*. En África, conmemoración de los santos mártires hispanos Arcadio, Pascasio, Probo y Eutiquiano, que, por no querer adherirse de ningún modo a la herejía de Arrio, primeramente fueron proscritos por Genserico, rey de los vándalos, luego exiliados y atormentados con atroces suplicios hasta sufrir la muerte de distintos modos. Fue entonces cuando el niño Paulillo, hermano de Pascasio y Eutiquiano, brilló por su constancia, ya que, al no poder arrancarlo de su fe católica, fue largamente azotado y condenado a la más vil esclavitud. (437)
6*. En Vienne, en la Galia Lugdunense, actualmente Francia, san Leoniano, abad, que, llevado a esta ciudad cautivo desde Panonia por gente enemiga, rigió muy santamente a monjes y monjas durante más de cuarenta años, primero en Autún y después en Vienne. (c. 518)
7. En Clermopnt-Ferrand,  en la región de Aquitania, también Francia, san Quinciano, obispo, que primero ocupó la sede de Rodez, y tiempo después, exiliado por los godos, fue nombrado obispo de los auvernios. (527)
8*. En Cittá di Castello, en Umbría, actual región italiana, conmemoración de santos Florencio, obispo, de cuya doctrina fiel y vida santa fue testigo el papa san Gregorio Magno, y de san Amantio, su presbítero, rebosante de caridad para con los enfermos y adornado de todas las demás virtudes. (s. VI)
9*. En Rodez, lugar de Aquitania, actual Francia, san Dalmacio, obispo, de cuya caridad para con los pobres se hace lenguas san Gregorio de Tours. (580)
10*. En el valle de Suze, en la región de Helvecia, hoy Suiza, san Himerio, eremita, que predicó el Evangelio en aquella región. (c. 612)
11. En Toledo, ciudad de Hispania, san Eugenio, obispo, que trabajó en la ordenación de la sagrada liturgia. (657)
12*. En la región de Cambrai, en la Galia, actualmente Francia, santa Maxelendis, virgen y mártir, quien, según la tradición, al elegir a Cristo como su esposo y rechazar al individuo a quien sus padres la habían prometido, éste la mató con su espada. (670)
13. En la basílica de San Pedro, de Roma, san Nicolás I, papa, que sobresalió por su energía apostólica al reafirmar la autoridad del Romano Pontífice en toda la Iglesia. (867)
14*. En el monasterio de La Réole, en la Vasconia francesa, tránsito de san Abón, abad de Fleury, que, admirablemente preparado en las Sagradas Escrituras y en las letras humanas, murió asesinado de una lanzada por defender la disciplina monástica y fomentar denodadamente la paz. (1004)
15*. En Ivrea, lugar del Piamonte, en la actual Italia, conmemoración del beato Varmundo, obispo, esclarecido por la viveza de su fe, su piedad y su humildad, que defendió la libertad de la Iglesia de las insidias de los poderosos, construyó la catedral, fomentó el monacato y promovió la escuela episcopal. (1010/1014)
16. En Cremona, en la región de Lombardía, también en Italia, san Homobono, comerciante, que se hizo famoso por su caridad hacia los pobres, por acoger y educar a niños abandonados y por poner paz en las familias. (1197)
17. En Roma, santa Agustina (Livia) Pietrantoni, virgen de la Congregación de hermanas de la Caridad, dedicada cristianamente al cuidado de los tuberculosos en el hospital del Santo Espíritu, donde murió apuñalada por un enfermo en un ataque de furor homicida. (1894)
18*. En Simat de Valldigna, en la región de Valencia, en España, beato Juan Gonga Martínez, mártir, que dio su vida por Cristo en la cruel persecución contra la fe. (1936)
19*. En Portichol de Tavernes, cerca de Carcaixent, en la misma región de España, beata María del Patrocinio de San Juan Giner Gomis, virgen del Instituto de María Inmaculada Misioneras Claretianas y mártir, que, en la persecución antes aludida, alcanzó la vida eterna luchando por la fe. (1936)
20*. En Sofía, en Bulgaria, beatos Pedro Vicev, Pablo (José) Dzidzov y Josafat (Roberto) Mateo Siskov, presbíteros de la Congregación de Agustininos de la Asunción, que bajo un régimen hostil a Dios, acusados falsamente y encarcelados por ser cristianos, merecieron recibir por su muerte el premio prometido a los discípulos de Cristo. (1952)
Beata María Teresa de Jesús Scrilli, (Fiesole, Italia 1825-1889). Fundadora de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Carmelo.

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