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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

sábado, 22 de octubre de 2022

Sábado 26 noviembre 2022, Sábado de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario o santa María en sábado, memoria libre.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA (2-Diciembre-1984)
DE JUAN PABLO II

Algunas convicciones fundamentales

31. Las mencionadas verdades, reafirmadas con fuerza y claridad por el Sínodo, y presentes en las Propositiones, pueden resumirse en las siguientes convicciones de fe, en torno a las que se reúnen las demás afirmaciones de la doctrina católica sobre el Sacramento de la Penitencia.

I. La primera convicción es que, para un cristiano, el Sacramento de la Penitencia es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo. Ciertamente, el Salvador y su acción salvífica no están ligados a un signo sacramental, de tal manera que no puedan en cualquier tiempo y sector de la historia de la salvación actuar fuera y por encima de los Sacramentos. Pero en la escuela de la fe nosotros aprendemos que el mismo Salvador ha querido y dispuesto que los humildes y preciosos Sacramentos de la fe sean ordinariamente los medios eficaces por los que pasa y actúa su fuerza redentora. Sería pues insensato, además de presuntuoso, querer prescindir arbitrariamente de los instrumentos de gracia y de salvación que el Señor ha dispuesto y, en su caso específico, pretender recibir el perdón prescindiendo del Sacramento instituido por Cristo precisamente para el perdón. La renovación de los ritos, realizada después del Concilio, no autoriza ninguna ilusión ni alteración en esta dirección. Esta debía y debe servir, según la intención de la Iglesia, para suscitar en cada uno de nosotros un nuevo impulso de renovación de nuestra actitud interior, esto es, hacia una comprensión más profunda de la naturaleza del Sacramento de la Penitencia; hacia una aceptación del mismo más llena de fe, no ansiosa sino confiada; hacia una mayor frecuencia del Sacramento, que se percibe como lleno del amor misericordioso del Señor.

II. La segunda convicción se refiere a la función del Sacramento de la Penitencia para quien acude a él. Este es, según la concepción tradicional más antigua, una especie de acto judicial; pero dicho acto se desarrolla ante un tribunal de misericordia, más que de estrecha y rigurosa justicia, de modo que no es comparable sino por analogía a los tribunales humanos [178], es decir, en cuanto que el pecador descubre allí sus pecados y su misma condición de criatura sujeta al pecado; se compromete a renunciar y a combatir el pecado; acepta la pena (penitencia sacramental) que el confesor le impone, y recibe la absolución.

Pero reflexionando sobre la función de este Sacramento, la conciencia de la Iglesia descubre en él, además del carácter de juicio en el sentido indicado, un carácter terapéutico o medicinal. Y esto se relaciona con el hecho de que es frecuente en el Evangelio la presentación de Cristo como médico [179], mientras su obra redentora es llamada a menudo, desde la antigüedad cristiana, «medicina salutis». «Yo quiero curar, no acusar», decía san Agustín refiriéndose a la práctica de la pastoral penitencial [180], y es gracias a la medicina de la confesión que la experiencia del pecado no degenera en desesperación [181]. El Rito de la Penitencia alude a este aspecto medicinal del Sacramento [182], al que el hombre contemporáneo es quizás más sensible, viendo en el pecado, ciertamente, lo que comporta de error, pero todavía más lo que demuestra en orden a la debilidad y enfermedad humana.

Tribunal de misericordia o lugar de curación espiritual; bajo ambos aspectos el Sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Y precisamente por esto el Sacramento implica, por parte del penitente, la acusación sincera y completa de los pecados, que tiene por tanto una razón de ser inspirada no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad y de la mortificación), sino inherente a la naturaleza misma del Sacramento.

III. La tercera convicción, que quiero acentuar se refiere a las realidades o partes que componen el signo sacramental del perdón y de la reconciliación. Algunas de estas realidades son actos del penitente, de diversa importancia, pero indispensable cada uno o para la validez e integridad del signo, o para que éste sea fructuoso.

Una condición indispensable es, ante todo, la rectitud y la transparencia de la conciencia del penitente. Un hombre no se pone en el camino de la penitencia verdadera y genuina, hasta que no descubre que el pecado contrasta con la norma ética, inscrita en la intimidad del propio ser [183]; hasta que no reconoce haber hecho la experiencia personal y responsable de tal contraste; hasta que no dice no solamente «existe el pecado», sino «yo he pecado»; hasta que no admite que el pecado ha introducido en su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios y de los hermanos. El signo sacramental de esta transparencia de la conciencia es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia, acto que debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección [184].

Pero el acto esencial de la Penitencia, por parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo [185], por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve el hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia» [186].

Remitiendo a cuanto la Iglesia, inspirada por la Palabra de Dios, enseña sobre la contrición, me urge subrayar aquí un aspecto de tal doctrina, que debe conocerse mejor y tenerse presente. A menudo se considera la conversión y la contrición bajo el aspecto de las innegables exigencias que ellas comportan, y de la mortificación que imponen en vista de un cambio radical de vida. Pero es bueno recordar y destacar que contrición y conversión son aún más un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados [187], que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar.

Se comprende, pues, que desde los primeros tiempos cristianos, siguiendo a los Apóstoles y a Cristo, la Iglesia ha incluido en el signo sacramental de la Penitencia la acusación de los pecados. Esta aparece tan importante que, desde hace siglos, el nombre usual del Sacramento ha sido y es todavía el de confesión. Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquel que en el Sacramento ejerce el papel de juez —el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente— y a la vez hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene también el valor de signo; signo del encuentro del pecador con la mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la mirada de Dios. La acusación de los pecados, pues, no se puede reducir a cualquier intento de autoliberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona [188]. Se comprende entonces por qué la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal. Pero, al mismo tiempo, esta acusación arranca en cierto modo el pecado del secreto del corazón y, por tanto, del ámbito de la pura individualidad, poniendo de relieve también su carácter social, porque mediante el ministro de la Penitencia es la Comunidad eclesial, dañada por el pecado, la que acoge de nuevo al pecador arrepentido y perdonado.

Otro momento esencial del Sacramento de la Penitencia compete ahora al confesor juez y médico, imagen de Dios Padre que acoge y perdona a aquél que vuelve: es la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la acompañan en el antiguo y en el nuevo Rito de la Penitencia revisten una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: «Yo te absuelvo ...», y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente como «misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa», según la definí en la Encíclica Dives in misericordia. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado —«tibi soli peccavi»— , y sólo Dios puede perdonar. Por esto la absolución que el Sacerdote, ministro del perdón —aunque él mismo sea pecador— concede al penitente, es el signo eficaz de la intervención del Padre en cada absolución y de la «resurrección» tras la «muerte espiritual», que se renueva cada vez que se celebra el Sacramento de la Penitencia. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador.

La satisfacción es el acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia. En algunos Países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de haber recibido la absolución, se llama precisamente penitencia. ¿Cuál es el significado de esta satisfacción que se hace, o de esta penitencia que se cumple? No es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido; porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima Sangre de Cristo. Las obras de satisfacción —que, aun conservando un carácter de sencillez y humildad, deberían ser más expresivas de lo que significan— «quieren decir cosas importantes: son el signo del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el Sacramento, de comenzar una existencia nueva (y por ello no deberían reducirse solamente a algunas fórmulas a recitar, sino que deben consistir en acciones de culto, caridad, misericordia y reparación); incluyen la idea de que el pecador perdonado es capaz de unir su propia mortificación física y espiritual, buscada o al menos aceptada, a la Pasión de Jesús que le ha obtenido el perdón; recuerdan que también después de la absolución queda en el cristiano una zona de sombra, debida a las heridas del pecado, a la imperfección del amor en el arrepentimiento, a la debilitación de las facultades espirituales en las que obra un foco infeccioso de pecado, que siempre es necesario combatir con la mortificación y la penitencia. Tal es el significado de la humilde, pero sincera, satisfacción [189].

IV. Queda por hacer una breve alusión a otras importantes convicciones sobre el Sacramento de la Penitencia.

Ante todo, hay que afirmar que nada es más personal e íntimo que este Sacramento en el que el pecador se encuentra ante Dios solo con su culpa, su arrepentimiento y su confianza. Nadie puede arrepentirse en su lugar ni puede pedir perdón en su nombre. Hay una cierta soledad del pecador en su culpa, que se puede ver dramáticamente representada en Caín con el pecado «como fiera acurrucada a su puerta», como dice tan expresivamente el Libro del Génesis, y con aquel signo particular de maldición, marcado en su frente [190]; o en David, reprendido por el profeta Natán [191]; o en el hijo pródigo, cuando toma conciencia de la condición a la que se ha reducido por el alejamiento del padre y decide volver a él [192]: todo tiene lugar solamente entre el hombre y Dios. Pero al mismo tiempo es innegable la dimensión social de este Sacramento, en el que es la Iglesia entera —la militante, la purgante y la gloriosa del Cielo— la que interviene para socorrer al penitente y lo acoge de nuevo en su regazo, tanto más que toda la Iglesia había sido ofendida y herida por su pecado. El Sacerdote, ministro de la penitencia, aparece en virtud de su ministerio sagrado como testigo y representante de esa dimensión eclesial. Son dos aspectos complementarios del Sacramento: la individualidad y la eclesialidad, que la reforma progresiva del rito de la Penitencia, especialmente la del Ordo Paenitentiae promulgada por Pablo VI, ha tratado de poner de relieve y de hacer más significativos en su celebración.

V. Hay que subrayar también que el fruto más precioso del perdón obtenido en el Sacramento de la Penitencia consiste en la reconciliación con Dios, la cual tiene lugar en la intimidad del corazón del hijo pródigo, que es cada penitente. Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más intimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia; se reconcilia con toda la creación. De tal convencimiento, al terminar la celebración —y siguiendo la invitación de la Iglesia— surge en el penitente el sentimiento de agradecimiento a Dios por el don de la misericordia recibida.

Cada confesionario es un lugar privilegiado y bendito desde el cual, canceladas las divisiones, nace nuevo e incontaminado un hombre reconciliado, un mundo reconciliado.

VI. Finalmente, tengo particular interés en hacer una última consideración, que se dirige a todos nosotros Sacerdotes que somos los ministros del Sacramento de la Penitencia, pero que somos también —y debemos serlo— sus beneficiarios. La vida espiritual y pastoral del Sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica personal del Sacramento de la Penitencia [193]. La celebración de la Eucaristía y el ministerio de los otros Sacramentos, el celo pastoral, la relación con los fieles, la comunión con los hermanos, la colaboración con el Obispo, la vida de oración, en una palabra toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento, si le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e inspirado en una auténtica fe y devoción al Sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la Comunidad de la que es pastor.

Pero añado también que el Sacerdote —incluso para ser un ministro bueno y eficaz de la Penitencia— necesita recurrir a la fuente de gracia y santidad presente en este Sacramento. Nosotros Sacerdotes basándonos en nuestra experiencia personal, podemos decir con toda razón que, en la medida en la que recurrimos atentamente al Sacramento de la Penitencia y nos acercamos al mismo con frecuencia y con buenas disposiciones, cumplimos mejor nuestro ministerio de confesores y aseguramos el beneficio del mismo a los penitentes. En cambio, este ministerio perdería mucho de su eficacia, si de algún modo dejáramos de ser buenos penitentes. Tal es la lógica interna de este gran Sacramento. Él nos invita a todos nosotros, Sacerdotes de Cristo, a una renovada atención en nuestra confesión personal.

A su vez, la experiencia personal es, y debe ser hoy, un estímulo para el ejercicio diligente, regular, paciente y fervoroso del sagrado ministerio de la Penitencia, en que estamos comprometidos en virtud de nuestro sacerdocio, de nuestra vocación a ser pastores y servidores de nuestros hermanos. También con la presente Exhortación dirijo, pues, una insistente invitación a todos los Sacerdotes del mundo, especialmente a mis Hermanos en el episcopado y a los Párrocos, a que faciliten con todas sus fuerzas la frecuencia de los fieles a este Sacramento, y pongan en acción todos los medios posibles y convenientes, busquen todos los caminos para hacer llegar al mayor número de nuestros hermanos la «gracia que nos ha sido dada» mediante la Penitencia para la reconciliación de cada alma y de todo el mundo con Dios en Cristo.

[178] El Concilio de Trento usa la expresión atenuada «ad instar actus iudicialis» (Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cap. 6: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. cit., 707 (DS 1685), para subrayar la diferencia con los tribunales humanos. El nuevo Rito de la Penitencia alude a esta función, nn. 6 b y 10 a.
[179] Cf. Lc 5, 31 s.: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos», con la conclusión: «...he venido yo a llamar ... a los pecadores a penitencia»; Lc 9, 2: «Les envió a predicar el reino de Dios y a hacer curaciones». La imagen de Cristo médico adquiere un aspecto nuevo e impresionante si la confrontamos con la figura del «Siervo de Yavé» del que el Libro de Isaías profetizaba que «fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos / y cargó con nuestros dolores» y que «en sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 4s.).
[180] Cf. S. Agustín, Sermo 82, 8: PL 38, 511.
[181] Cf. S. Agustín, Sermo 352, 3, 8-9: PL 39, 1558 s.
[182] Cf. Ordo Paenitentiae, 6 c.
[183] Ya los paganos —como Sófocles (Antígona, vv.. 450-460) y Aristóteles (Rhetor., lib. I, cap. 15, 1375 a-b)— reconocían la existencia de normas morales «divinas» existentes «desde siempre», marcadas profundamente en el corazón del hombre.
[184] Sobre esta función de la conciencia, cf. lo que dije durante la Audiencia General del 14 de marzo de 1984, 3: L'Osservatore Romano, edic en lengua española, 18 de marzo de 1984.
[185] Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Sesión XIV De sacramento Paenitentiae, cap. IV: De contritione: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. cit., 705 (DS 1676-1677). Como se sabe, para acercarse al sacramento de la Penitencia es suficiente la atrición, o sea, un arrepentimiento imperfecto, debido más al temor que al amor; pero en el ámbito del Sacramento, bajo la acción de la gracia que recibe, el penitente « ex attrito fit contritus », de modo que la Penitencia actúa realmente en quien está dispuesto a la conversión en el amor: cfr. Conc. Ecum. Tridentino, ibidem, ed. cit., 705 (DS 1678).
[186] Ordo Paenitentiae, 6 c.
[187] Cf. Sal 51 (50), 14.
[188] De estos aspectos, todos fundamentales, de la penitencia, he hablado en las Audiencias Generales del 19 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edic. en lengua española, 23 de mayo, 1982; del 28 de febrero de 1979: Enseñanzas al Pueblo de Dios (1979), 176 ss.; del 21 de marzo de 1984: L'Osservatore Romano, edic. en lengua española, 25 de marzo: 1984. Se recuerdan además las normas del Código de Derecho Canónico concernientes al lugar para la administración del Sacramento y los confesonarios (can. 964, 2-3).
[189] He tratado sucintamente del tema en la Audiencia General del 7 de marzo de 1984: L'Osservatore Romano, edic. en lengua española, 11 de marzo, 1984.
[190] Cf. Gén 4, 7. 15.
[191] Cf. 2 Sam 12.
[192] Cf. Lc 15, 17-21.
[193] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 18.

CALENDARIO

26 SÁBADO. Hasta la Hora Nona: 
SÁBADO DE LA XXXIV SEMANA DEL T. ORDINARIO o SANTA MARÍA EN SÁBADO, memoria libre 

Misa de sábado (verde) o de la memoria (blanco).
MISAL: para el sábado cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5) / para la memoria del común de la bienaventurada Virgen María o de las «Misas de la Virgen María», o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- Ap 22, 1-7.
Ya no habrá más noche, porque el Señor los iluminará.
- Sal 94. R. Maranatá. ¡Ven, Señor Jesús!
- Lc 21, 34-36. Estad despiertos, para que podáis escapar de todo lo que está por suceder.
o bien:
cf. vol. IV, o bien cf. Leccionario de las «Misas de la Virgen María».

Liturgia de las Horas: oficio de sábado o de la memoria.

Martirologio: elog. prop. del Domingo I de Adviento, pág. 43, y elogs. del 27 de noviembre, pág. 691.
CALENDARIOS: Canarias: Dedicación de la iglesia-catedral (F).
Familia Paulina: Beato Santiago Alberione, presbítero (F).
Córdoba: Santos cuyas reliquias se custodian en Córdoba (MO).
Canónigos Regulares de Letrán: Beato Poncio, abad (MO).
Jesuitas: San Juan Berchmans, religioso (MO).
León: Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir (ML).
Capuchinos: San Leonardo de Porto Mauricio, presbítero (ML).
Barbastro-Monzón: Aniversario de la muerte de Mons. Alfonso Milián Sorribas, obispo, emérito (2020).


26 SÁBADO. Después de la Hora Nona:
COMIENZA EL TIEMPO DE ADVIENTO 2022

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

Primera semana del Salterio
Comienza a utilizarse el volumen I de la Liturgia de las Horas
En la misa dominical: volumen I-A del Leccionario
En la misa ferial: volumen II del Leccionario

Misa vespertina del I Domingo de Adviento (morado).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.
* Si se ha instalado la Corona de Adviento en la iglesia se puede bendecir al comienzo de la misa (cf. Bendicional, nn. 1241-1242).

TEXTOS MISA

Misa de la feria: de la semana XXXIV del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario).

Memoria de santa María:
Común de la Bienaventurada Virgen María. I. Tiempo ordinario 8.

Antífona de entrada
Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza: porque de ti nació el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, por quien fuimos salvados y redimidos.
Felix es, sacra Virgo María, et omni laude digníssima: quia ex te ortus est sol iustítiae, Christus Deus noster, per quem salváti et redémpti sumus.

Monición de entrada
Celebramos hoy la memoria de la Virgen María, Madre en la gracia, intercesora nuestra ante Dios, modelo de orante y Virgen de la acogida profunda, la Madre de Dios presenta los rasgos que nos hacen venerarla en la Iglesia, de la que es miembro excelente modelo y Madre.

Oración colecta
Dios todopoderoso, concede a tus fieles, alegres bajo la protección de la santísima Virgen María, verse libres, por su intercesión, de los males de este mundo y alcanzar los gozos eternos del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Concéde, quaesumus, omnípotens Deus, ut fidéles tui, qui sub sanctíssimae Vírginis Maríae patrocínio laetántur, eius pia intercessióne a cunctis malis liberéntur in terris, et ad gáudia aetérna perveníre mereántur in caelis. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Ap 22, 1-7
Ya no habrá más noche, porque el Señor los iluminará

Lectura del libro del Apocalipsis.

El ángel del Señor me mostró a mí, Juan, un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de las naciones. Y no habrá maldición alguna. Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. Y verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos. Y me dijo:
«Estas son palabras fieles y veraces; el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Mira, yo vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras proféticas de este libro».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 94, 1-2. 3-5. 6-7c (R.: 1 Cor 16, 22b y Ap 22, 20c)
R.
 Maranatá. ¡Ven, Señor Jesús!
Marána tha! Veni, Dómine Iesu!

V. Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
R. Maranatá. ¡Ven, Señor Jesús!
Marána tha! Veni, Dómine Iesu!

V. Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
R. Maranatá. ¡Ven, Señor Jesús!
Marána tha! Veni, Dómine Iesu!

V. Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
R. Maranatá. ¡Ven, Señor Jesús!
Marána tha! Veni, Dómine Iesu!

Aleluya Lc 21, 36 abd
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Estad despiertos en todo tiempo, pidiendo manteneros en pie ante el Hijo del hombre. R.
Vigiláte, omni témpore orántes, ut digni habeámini stare ante Filium Hóminis.

EVANGELIO Lc 21, 34-36
Estad despiertos, para que podáis escapar de todo lo que está por suceder
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Teofiactus (Catena aurea, ad loc.)
Y como el cristiano debe, no sólo huir de lo malo, sino esforzarse por ganar la gloria, añade: "Y de estar en pie delante del Hijo del hombre". En esto consiste la gloria de los ángeles, en estar delante del Hijo del hombre, nuestro Dios, y en mirar constantemente su faz.


Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario III

Reunidos en la unidad, hermanos, para recordar los beneficios de nuestro Dios, pidámosle que inspire nuestras plegarias, para que merezcan ser atendidas.
- Por el papa N., por nuestro obispo N., por todo el clero y el pueblo a ellos encomendado. Roguemos al Señor.
- Por todos los gobernantes y sus ministros, encargados de velar por el bien común. Roguemos al Señor.
- Por los navegantes, por los que están de viaje, por los cautivos y por los encarcelados. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, reunidos en este lugar santo en la fe, devoción, amor y temor de Dios. Roguemos al Señor.
Que te sean gratos, Señor, los deseos de tu Iglesia suplicante, para que tu misericordia nos conceda lo que no podemos esperar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Memoria de santa María:
Oración de los fieles
Dirijamos confiados nuestra oración a Dios Padre, que ha prometido habitar en los corazones de aquellos que, como María, guardan su Palabra.
R. Danos, Padre, tu Espíritu Santo.
- Por los pastores de la Iglesia, para que, formados en la escuela de María, reina de los Apóstoles, sean fieles mensajeros de la Palabra de Dios y dispensadores incansables de su misericordia. Oremos. R.
- Por los pueblos afligidos a causa de la guerra y las discordias, para que todos se convenzan de que la paz tiene su raíz en la conversión del corazón, que hace pasar del egoísmo a la generosidad y de la violencia al respeto del prójimo. Oremos. R.
- Por todos los cristianos, para que, participando en la alegría de María, vivan con autenticidad su propia vocación, dando testimonio de fidelidad radical al mandamiento nuevo del amor. Oremos. R.
- Por los enfermos, para que hallen en María ayuda y consuelo, y en los hermanos solidaridad generosa que aliente su esperanza. Oremos. R.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, guardando la Palabra que hemos escuchado, seamos servidores fieles y testigos del reino entre los hombres. Oremos. R.
Oh, Dios, por intercesión de María, que nos precede en la peregrinación de la fe, fortalece en nosotros el deseo del bien, refuerza nuestra esperanza y confírmanos en la caridad. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acoge, Señor, las súplicas y ofrendas de los fieles, que te presentamos en la memoria de santa María, Madre de Dios, para que te sean agradables y nos obtengan el auxilio de tu protección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Preces, Dómine, tuórum réspice oblationésque fidélium, in beátae Maríae Dei Genetrícis commemoratióne delátas, ut et tibi gratae sint, et nobis cónferant tuae propitiatiónis auxílium. Per Christum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV

Antífona de comunión Cf. Lc 1, 48

El Señor ha mirado la humildad de su esclava, desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Respéxit Dóminus humilitátem ancíllae suae, ecce enim beátam me dicent omnes generatiónes.

Oración después de la comunión
Alimentados con los sacramentos de la salvación te pedimos con humildad, Señor, que, al celebrar piadosamente la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, merezcamos gozar siempre del fruto de tu redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Salutáribus refécti sacraméntis, súpplices te, Dómine, deprecámur, ut, qui memóriam beátae Vírginis Dei Genetrícis Maríae venerándo égimus, redemptiónis tuae fructum perpétuo experíri mereámur. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogio propio del Domingo I de Adviento
Primer domingo del Adviento de Nuestro Señor Jesucristo; en este tiempo se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres y se espera, a la vez, su segunda venida al final de los tiempos.
Elogios del 27 noviembre
1. A orillas del río Cea, en la región hispánica de León, santos Facundo y Primitivo, mártires. (s. IV)
2. En Grumento, Lugar de la antigua región de Lucania, en la actual Italia, san Laverio, mártir(s. IV)
3. En Aquilea, en el territorio de Venecia, también en Italia, san Valeriano, obispo, que frente a los arrianos, defendió la fe ortodoxa en el Ilírico, y reunió a clérigos y laicos para vivir en comunidad. (388)
4. En Persia, san Santiago, por sobrenombre “Interciso”, mártir, que en tiempo del emperador Teodosio el Joven renegó de Cristo por congraciarse con el rey Iasdigerd, pero al ser ásperamente reprendido por su madre y su esposa, se arrepintió e, intrépidamente, confesó ser cristiano ante Varam, hijo y sucesor de del soberano de Persia, quien, airado, pronunció contra él sentencia de muerte, ordenando que lo despedazaran miembro a miembro y finalmente decapitaran. (421)
5. Cerca de Riez, en Provenza, actualmente Francia, san Máximo, abad del monasterio de Lérins, sucesor de san Honorato, fundador de ese cenobio y, luego obispo de la Iglesia de Riez. (469)
6*. En el territorio de Blois, también en Francia, san Eusicio, ermitaño, que construyó su estrecha celda al pie del monte Caro. (542)
7*. En Carpentras, en la región de Provenza, de nuevo en Francia, san Sifrido, obispo(540)
8*. En Noyón, localidad de la Galia, igualmente en la actual Francia, san Acario, obispo, que siendo monje en Luxeuil, fue elegido para la Iglesia de Noyón y de Tournay, y se dedicó totalmente a evangelizar a los pueblos de aquellas regiones del norte. (640)
9*. En Maguncia, en la región de Renania, en Austrasia, Alemania en la actualidad, santa Bilhildis, virgen, que fundó un cenobio en el que murió santamente. (710)
10*. En Escocia, san Fergusto, obispo, que, según la tradición, ejerció su ministerio entre el pueblo de los pictos. (c. 721)
11. En la región de Baviera meridional, actual Austria, san Virgilio, obispo, hombre doctísimo nacido en Irlanda, que con el apoyo del rey Pipino, se puso al frente de la Iglesia de Salzburgo, donde construyó la catedral en honor de san Ruperto y se dedicó gozosa y felizmente a propagar la fe entre los carintios. (784)
12*. En el lugar llamado Beauvoir-sur-mer, en la costa de Francia, en la región de Nantes, en Bretaña Menor, san Gulstano, monje, que siendo joven, se evadió de las manos de los piratas y fue acogido por san Félix, eremita entonces. Se hizo famoso en el monasterio de Rhuys porque, pese a ser analfabeto, recitaba de memoria el salterio, así como por sus desvelos en favor de los navegantes. (c. 1040)
13*. En L’Áquila, en la región de los vestinos, en Italia, beato Bernardino de Fossa (Juan) Amici, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que propagó la fe católica en muchas regiones de Italia. (1503)
14*. En Nagasaki, del Japón, beatos Tomás Koteda Kiuni y sus diez compañeros*, mártires, que, por orden del gobernador Gonzuku, fueron decapitados por quienes odiaban la fe cristiana. (1619)
*Sus nombres son: beatos Bartolomé Seki, Antonio Kimura, Juan Iwanaga, Alejo Nakamura, León Nakanishi, Miguel Takeshita, Matías Kozasa, Román Matsuoka Miota, Matías Nakano Miota y Juan Motoyama.
15*. En el campo de concentración de Dachau, próximo a Munich, en Alemania, beato Bronislao Kostowski, mártir, que, trasladado allí durante la ocupación militar de Polonia en tiempo de guerra, cruelmente alcanzó la palma de martirio. (1940)

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