Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

lunes, 20 de junio de 2022

Lunes 25 julio 2022, Santiago, apóstol, patrono de España, solemnidad.

SOBRE LITURGIA

VIAJE APOSTÓLICO A ARGENTINA
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS EN LA CATEDRAL DE BUENOS AIRES

Viernes 11 de junio de 1982

Amados hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente, sacerdotes, religiosos, religiosas, miembros de institutos eclesiales, seminaristas y jóvenes en fase de formación para la entrega a Cristo.

Me encuentro con vosotros en esta catedral de Buenos Aires dedicada a la Santísima Trinidad, pocos días después de haber celebrado la solemnidad del misterio trinitario y antes de la fiesta del Corpus Christi.

Esto nos lleva a reflexionar sobre el significado profundo de la Eucaristía en la vocación y vida del sacerdote y de las almas consagradas.

San Pablo coloca expresivamente ante nuestros ojos el extraordinario contenido eclesial que brota para nuestra existencia de la Eucaristía: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor. 10, 17).

Ahí tenemos delineado en breves palabras el fundamento teológico-existencial, que, partiendo del misterio eucarístico, nos conduce a la realidad de la fe, de la unión eclesial, de la correspondencia a ese amor, que está en la raíz de nuestra consagración.

Sois vosotros los consagrados a Cristo y a la Iglesia, al amor desinteresado por El, a un género de vida basado en la fe, ministros y testigos de la fe, sostenedores de la fe y esperanza de los demás.

Eso os configura como personas que viven muy cercanas a los hombres y a la sociedad, a sus dolores y esperanzas. Pero os distingue en el modo de sentir y vivir la propia existencia.

En efecto, el sacerdocio es una consagración a Dios en Jesucristo para “servir . . . a la multitud” (Cfr. Marc. 10, 45). Esa consagración es, como bien sabemos, un don sacramental indeleble, conferido por el obispo, signo y causa de gracia.

Por su parte, la dedicación de los religiosos es una entrega de sí mismo aceptada por la Iglesia para su servicio. Ello constituye una peculiar consagración “que radica íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud” (Perfectae Caritatis, 5).

Ahora bien, una y otra entrega son más o menos eficaces, en nosotros mismos y en la comunidad que servimos, según la fidelidad que pongamos en vivir toda nuestra vida, interior y exterior, conforme al don recibido y al compromiso aceptado.

Para poder comprender y vivir fielmente esa entrega es necesaria la ayuda de la gracia. Consecuentemente, un sacerdote o persona consagrada debe encontrar tiempo para estar a solas con Dios, oyendo lo que El tiene que decirle en el silencio. Hay que ser, por ello, almas de oración, almas de Eucaristía.

2. Y siendo almas especialmente consagradas, hay que ser hombres y mujeres con gran sentido de la unión eclesial, que figura y realiza la Eucaristía. Viviendo unidos a un obispo en y para la Iglesia, en y para una Iglesia concreta, no somos autónomos o independientes, ni hablamos en nombre propio, ni nos representamos a nosotros mismos, sino que somos “portadores de un misterio” (1 Tim. 3, 9), infinitamente superior a nosotros.

La garantía de este carácter eclesial de nuestra vida es la unión con el obispo y con el Papa. Tal unión, fiel y siempre renovada, puede a veces ser difícil e incluso comportar renuncias y sacrificios. Pero no dudéis en aceptar unos y otros cuando sea preciso. Es el “precio”, el “rescate” (Cfr. Marc. 10, 45) que el Señor os pide, por El y con El, por el bien de la “multitud” (Ibid.) y de vosotros mismos.

Porque si todo sacerdote, tanto diocesano como religioso, está vinculado al Cuerpo episcopal por razón del orden y del ministerio, y sirve al bien de toda la Iglesia según la vocación y gracia de cada uno (Cfr. Lumen Gentium, 28), también el religioso está por su parte llamado a una inserción en la Iglesia local desde el propio carisma, al amor y respeto a los Pastores, a la entrega eclesial y a la misión de la misma Iglesia (Cfr. Perfectae Caritatis, 6).

3. Esos vínculos comunes dentro de la Iglesia han de conducir a una estrecha unión entre vosotros mismos. La Eucaristía, fuente suprema de unidad eclesial, ha de dejar sentir sus frutos constantes de comunión activa, renovándola y fortaleciéndola cada día más en el amor de Cristo.

Y así, por encima de las diversidades y peculiaridades de cada persona, grupo o comunidad eclesial, sea el banquete eucarístico el centro perenne de nuestra comunión en el mismo “cuerpo” (Cfr. 1 Cor. 10, 17), en el mismo amor, en la misma vida de Aquel que quiso quedarse y renovar su presencia salvadora, para que tuviéramos su propia vida (Cfr. Io. 6, 51).

4. La manera concreta de realizar esa comunión que exige la Eucaristía, ha de ser la creación de una verdadera fraternidad. Fraternidad sacramental de la que trata el último Concilio (Cfr. Presbyterorum Ordinis, 8), dirigiéndose a los sacerdotes, y de la que habla ya San Ignacio de Antioquía (Cfr. S. Ignatii Antiocheni, Ad Mag., 6; Ad Phil., 5) como un requisito del sacerdocio católico.

Una fraternidad que debe cimentar a todos los que participan del mismo ideal de vida, de vocación y misión eclesial. Pero que deben sentir de modo especial aquellos que tienen títulos especiales entre los que, como enseña el Evangelio, son “hermanos” (Cfr. Matth. 23, 8).

Un a fraternidad que ha de hacerse presencia de vida y de servicio a los hermanos, en la parroquia, en la cátedra, en la escuela, en la capellanía, en el hospital, en la casa religiosa, en la villa-miseria y en cualquier otro lugar.

Una fraternidad traducida en sentimientos, actitudes y gestos en la realidad de cada día. Así vivida, forma parte de nuestro testimonio de credibilidad ante el mundo. Como la división y las facciones ponen obstáculos en los caminos del Señor.

Pero pensemos bien que esa fraternidad, fruto de la Eucaristía y vida en Cristo, no se limita a los confines del propio grupo, comunidad o nación. Se alarga y ha de comprender toda la realidad universal de la Iglesia, que se hace presente en cada lugar y país en torno a Jesucristo, salvación para cuantos forman la familia de los hijos de Dios.

5. La necesidad de establecer un tal clima de fraternidad, nos lleva lógicamente a hablar de la reconciliación al interior de la Iglesia y de la sociedad. Particularmente en los delicados momentos actuales que la hacen mucho más obligatoria y urgente.

Todos conocemos las tensiones y heridas que han dejado su huella, agravadas por los recientes acontecimientos, en la sociedad argentina; y que hay que tratar de superar lo antes posible.

Como sacerdotes, religiosos o religiosas os corresponde trabajar por la paz y la mutua edificación (Cfr. Rom. 14, 19), procurando crear unanimidad de sentimientos de unos para con otros (Cfr. ibid. 12, 16), enseñando a vencer el mal con el bien (Cfr. ibid. 12, 21). Y abriendo los espíritus al amor divino, fuente primera de comprensión y de transformación de los corazones (Cfr. Is. 41, 8; Io. 15, 14; Iac. 2, 23; 2 Petr. 1, 4).

A vosotros toca ejercer el “ministerio de la reconciliación” (Cfr. 2 Cor. 5, 18), proclamando la “palabra de reconciliación” que os ha sido confiada (Cfr. ibid.). Así ayudaréis a vuestro pueblo a encontrarse en torno a los más auténticos valores de paz, justicia, generosidad y capacidad de acogida, que están en la base de su tradición cristiana y de la enseñanza del Evangelio. Todo esto no se opone al patriotismo verdadero, ni entra en conflicto con él. El auténtico amor a la patria, de la que tanto habéis recibido, puede llevar hasta el sacrificio; pero al mismo tiempo ha de tener en cuenta el patriotismo de los otros, para que serenamente se intercomuniquen y enriquezcan en una perspectiva de humanismo y catolicidad.

6. En esta perspectiva se coloca mi actual viaje a Argentina que tiene un carácter excepcional, totalmente distinto de una normal visita apostólico-pastoral, que queda para otra ocasión oportuna. Los motivos de este viaje los he explicado en la carta del 25 de mayo último, que dirigí a los hijos e hijas de la nación argentina.

Hoy vengo para orar con vosotros en medio de estos importantes y difíciles acontecimientos que se están desarrollando desde hace ya algunas semanas.

Vengo a orar por todos aquellos que han perdido la vida; por las víctimas de ambas partes; por las familias que sufren como lo hice igualmente en Gran Bretaña.

Vengo a orar por la paz, por una digna y justa solución del conflicto armado.

Vosotros, que en esta tierra argentina sois por título del todo especial hombres y mujeres de oración, elevadla a Dios con mayor insistencia, tanto personal como comunitariamente.

Por parte mía he deseado estar aquí para rezar con vosotros, particularmente durante estos dos días.

Concentraremos la plegaria en dos momentos sobre todo: Ante la Madre de Dios en su santuario de Luján y en la celebración de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

7. Conozco el buen espíritu eclesial y religioso que os anima. Sois muy numerosos los que habéis acudido a este acto. Pero representáis también a los demás sacerdotes o familias religiosas del país, que constituyen las primeras fuerzas vivas de la Iglesia en esta querida nación. A todos confío esta importante intención. En particular a las almas consagradas a Dios en el silencio de los claustros.

En estos difíciles e intranquilos días, es necesaria en tierra argentina la presencia de la Iglesia que ora; de la Iglesia que da testimonio de amor y de paz.

Que este testimonio ante Dios y ante los hombres entre en el contexto de los sucesos importantes de vuestra historia contemporánea. Que levante los corazones.

Porque con todos los acontecimientos de la historia humana va unida también la historia de la salvación.

Que el testimonio de la presencia del Obispo de Roma y de vuestra unión con él den un impulso a la historia de la salvación en vuestra tierra nativa.

Con estos deseos y con profundo afecto para cada sacerdote, religioso, religiosa, seminarista y miembro de los institutos eclesiales de Argentina, los presentes y ausentes, os doy de corazón la Bendición Apostólica.

CALENDARIO

25 + LUNES. SANTIAGO, APÓSTOL, patrono de España, solemnidad

Solemnidad del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio. (elog. del Martirologio Romano).

Misa de la solemnidad (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop., conveniente PE I. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. IV.
- Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago.
- Sal 66. R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
- 2 Cor 4, 7-15. Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús.
- Mt 20, 20-28. Mi cáliz lo beberéis.

Las oraciones de la misa nos señalan la realidad del patronazgo de Santiago sobre España; nos impulsan a mantenernos fieles en nuestro peregrinar por la vida hasta que lleguemos a la gloria de Dios, que es nuestra meta. Nuestra fe ha de dar frutos de buenas obras en todos los ámbitos de la vida. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (1 lect.); nuestros criterios y decisiones han de ser siempre conformes con el Evangelio. No todo lo que es legal es necesariamente moral. Hemos de verlo todo a la luz de la fe, seguros de que Dios quiere para nosotros siempre nuestro bien (2 lect.). Tenemos que seguir el ejemplo de Cristo, que ha venido para servir y no a ser servido (Ev.).

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 26 de julio, pág. 445.

TEXTOS MISA

25 de julio
SANTIAGO, APÓSTOL, PATRONO DE ESPAÑA
Solemnidad

En España el formulario de la misa es propio de la solemnidad. En el resto de la Iglesia es fiesta.

Antífona de entrada Cf. Mt 4, 18. 21; Mc 3, 17
Jesús paseando junto al mar de Galilea, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban repasando las redes, y los llamó, y les puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno.
Ambulans Iesus iuxta mare Galilaeae, vidit Iacóbum Zebedaei et Ioánnem fratrem eius, reficiéntes rétia sua, et vocávit eos.

Monición de entrada
Celebramos hoy la solemnidad del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista, que con Pedro y Juan fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor. Decapitado poco antes de la fiesta de Pascua por Herodes Agripa, fue el primero de los apóstoles que recibió la corona del martirio; sucedió en el siglo I. Patrono de España, su sepulcro en Compostela atrae a innumerables peregrinos de todo el mundo.

Acto penitencial
- Tú, que llamaste a Santiago para que dejara las redes y alentara a los que peregrinan hacia ti: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que elegiste a Santiago para estar contigo en el Tabor y en Getsemaní: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que enviaste a los apóstoles con la fuerza del Espíritu para que nos anunciasen el perdón de los pecados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos de tus apóstoles con la sangre de Santiago, haz que tu Iglesia, reconfortada constantemente por su patrocinio, sea fortalecida por su testimonio, y que los pueblos de España se mantengan fieles a Cristo hasta el final de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui Apostolórum tuórum primítias beáti Iacóbi sánguine dedicásti, da, quaesumus, Ecclésiae tuae ipsíus confessióne firmári, et iúgiter patrocíniis confovéri. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la solemnidad de Santiago, apóstol, Patrono de España (Lec. IV).

PRIMERA LECTURA Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles.

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 66, 2-3. 5. 7-8 (R.: 4)
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Confiteántur tibi pópuli, Deus, confiteántur tibi pópuli omnes.

V. El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Confiteántur tibi pópuli, Deus, confiteántur tibi pópuli omnes.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Confiteántur tibi pópuli, Deus, confiteántur tibi pópuli omnes.

V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Confiteántur tibi pópuli, Deus, confiteántur tibi pópuli omnes.

SEGUNDA LECTURA 2 Cor 4, 7-15
Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros:
Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.
Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Astro brillante de España, apóstol Santiago, tu cuerpo descansa en la paz, tu gloria pervive entre nosotros. R.

EVANGELIO Mt 20, 20-28
Mi cáliz lo beberéis
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Catequesis del Papa Benedicto XVI
Audiencia General, miércoles 21-junio-2006
"Santiago, el Mayor"
Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano Andrés. Hoy hablamos del apóstol Santiago.
Las listas  bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.
El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.
Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas ocasiones. Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí:  en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.
Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.
Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, "por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.
Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y características de la peregrinación de la vida cristiana.
Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la "barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.
Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.
Homilía, Santiago de Compostela, sábado-noviembre-2010
Amadísimos Hermanos en Jesucristo:
Doy gracias a Dios por el don de poder estar aquí, en esta espléndida plaza repleta de arte, cultura y significado espiritual. En este Año Santo, llego como peregrino entre los peregrinos, acompañando a tantos como vienen hasta aquí sedientos de la fe en Cristo resucitado. Fe anunciada y transmitida fielmente por los Apóstoles, como Santiago el Mayor, a quien se venera en Compostela desde tiempo inmemorial.
Agradezco las gentiles palabras de bienvenida de Monseñor Julián Barrio Barrio, Arzobispo de esta Iglesia particular, y la amable presencia de Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los Señores Cardenales, así como de los numerosos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio. Vaya también mi saludo cordial a los Parlamentarios Europeos, miembros del intergrupo "Camino de Santiago", así como a las distinguidas Autoridades Nacionales, Autonómicas y Locales que han querido estar presentes en esta celebración. Todo ello es signo de deferencia para con el Sucesor de Pedro y también del sentimiento entrañable que Santiago de Compostela despierta en Galicia y en los demás pueblos de España, que reconoce al Apóstol como su Patrón y protector. Un caluroso saludo igualmente a las personas consagradas, seminaristas y fieles que participan en esta Eucaristía y, con una emoción particular, a los peregrinos, forjadores del genuino espíritu jacobeo, sin el cual poco o nada se entendería de lo que aquí tiene lugar.
Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: "Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor" (Hch 4, 33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia.
"Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen" (Hch 5, 32), dicen los apóstoles. Así pues, ellos dieron testimonio de la vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús, a quien conocieron mientras predicaba y hacía milagros. A nosotros, queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de su Evangelio. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos. Así imitaremos también a San Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades, proclamaba exultante: "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros" (2Co 4, 7).
Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, "para dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los "jefes de los pueblos", porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza.
Esto es lo que nos recuerda también la celebración de este Año Santo Compostelano. Y esto es lo que en el secreto del corazón, sabiéndolo explícitamente o sintiéndolo sin saber expresarlo con palabras, viven tantos peregrinos que caminan a Santiago de Compostela para abrazar al Apóstol. El cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad, los abren a lo más profundo y común que nos une a los humanos: seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención. Y en lo más recóndito de todos esos hombres resuena la presencia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Sí, a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos, al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo. Quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria.
Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto Santa Teresa de Jesús cuando escribió: "Sólo Dios basta".
Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 3, 16).
El autor sagrado afirma tajante ante un paganismo para el cual Dios es envidioso o despectivo del hombre: ¿Cómo hubiera creado Dios todas las cosas si no las hubiera amado, Él que en su plenitud infinita no necesita nada? (cf. Sb 11, 24-26). ¿Cómo se hubiera revelado a los hombres si no quisiera velar por ellos? Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente. ¿Cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo? ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.
Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.
Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e históricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos hasta llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las encrucijadas. Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y por eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora en la noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimonio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para enseñarnos a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender las lecciones de ese Cristo de las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el que nos sale al encuentro Dios como amigo, padre y guía. ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en tierras de Europa!
Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo.
Queridos amigos, levantemos una mirada esperanzadora hacia todo lo que Dios nos ha prometido y nos ofrece. Que Él nos dé su fortaleza, que aliente a esta Archidiócesis compostelana, que vivifique la fe de sus hijos y los ayude a seguir fieles a su vocación de sembrar y dar vigor al Evangelio, también en otras tierras.
Que Santiago, el amigo del Señor, alcance abundantes bendiciones para Galicia, para los demás pueblos de España, de Europa y de tantos otros lugares allende los mares, donde el Apóstol es signo de identidad cristiana y promotor del anuncio de Cristo. Amen.

Del Catecismo de la Iglesia Católica
LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857
 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
 - Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1Co 9, 1; 1Co 15, 7-8; Ga 1, l; etc. ).
 - Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2Tm 1, 13-14).
 - Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 
Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13 -14). Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega "apostoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf Jn 13, 20; Jn 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19. 30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (cf Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2Co 3, 6), "ministros de Dios" (2Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20). "Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon de instituir… sucesores" (LG 20).
La intercesión de los santos. 
956 "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
"No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida" (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
"Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra" (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
2237 El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente de las familias y de los desheredados.
Los derechos políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser concedidos según las exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos por los poderes públicos sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos está destinado al bien común de la nación y de la comunidad humana.
2239 Deber de los ciudadanos es contribuir con la autoridad civil al bien de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política.
La comunidad política y la Iglesia
2244 
Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre:
Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia (cf CA 45; 46).
2245 La Iglesia, que por razón de su misión y su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política, es a la vez signo y salvaguarda del carácter transcendente de la persona humana. La Iglesia "respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos" (GS 76, 3).
2246 Pertenece a la misión de la Iglesia "emitir un juicio moral también sobre cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y condiciones" (GS 76, 5).

Monición al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe: la fe que nos trajo el apóstol Santiago; la fe que él nos proclamó y la que selló con su sangre.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre por medio de Cristo, que eligió al apóstol Santiago como servidor, el cual fue el primero que bebió su mismo cáliz.
- Por toda la Iglesia, para que siguiendo el ejemplo de los apóstoles anuncie a Jesucristo como el Salvador de todos. Roguemos al Señor.
- Por nuestros gobernantes, para que sean verdaderos servidores de todos y favorezcan siempre la justicia y la verdad. Roguemos al Señor.
- Por todas las regiones de España, para que logremos la convivencia pacífica a través del diálogo y la mutua comprensión. Roguemos al Señor.
- Por los que viven alejados de nuestra patria, para que hallen comprensión y una vida digna en los lugares donde se encuentren. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que, como al apóstol Santiago, el Señor nos conceda crecer en la amistad con él. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, que reconoce al apóstol Santiago como patrono e intercesor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Purifícanos, Señor, con el bautismo salvador de la muerte de tu Hijo, para que, en la solemnidad de Santiago, el primer apóstol que participó en el cáliz redentor de Cristo, podamos ofrecerte un sacrificio agradable. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Munda nos, Dómine, passiónis Fílii tui baptísmate salutári, ut in festo beáti Iacóbi, quem primum inter Apóstolos cálicis eius partícipem esse voluísti, beneplácitum tibi sacrifícium offerámus. Per Christum.

Prefacio: El patronazgo del Apóstol.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso, Pastor eterno.
Porque Santiago, testigo predilecto, anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de tu Hijo, y, el primero entre los apóstoles, bebió el cáliz del Señor:
con su guía y patrocinio se conserva la fe en España y en los pueblos hermanos y se dilata por toda la tierra, mientras tu apóstol alienta a los que peregrinan para que lleguen finalmente a ti, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso, Señor, con todos los ángeles te alabamos ahora y por siempre, diciendo con humilde fe:
R. Santo, Santo, Santo...


Antífona de la comunión Cf. Mt 20, 22-23
Bebieron el cáliz del Señor y se hicieron amigos de Dios.
Cálicem Dómini bibérunt, et amíci Dei facti sunt.

Oración después de la comunión
Al darte gracias, Señor, por los dones santos que hemos recibido en esta solemnidad de Santiago, apóstol, patrono de España, te pedimos que sigas protegiéndonos siempre con su poderosa intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Beáti apóstoli Iacóbi, quaesumus, Dómine, intercessióne nos ádiuva, pro cuius festivitáte percépimus tua sancta laetántes. Per Christum.

Se puede utilizar la bendición solemne de los Apóstoles.
Dios que os ha edificado sobre el cimiento de los apóstoles, por la intercesión gloriosa de san N., apóstol, os llene de sus bendiciones.
Deus, qui vos in apostólicis tríbuit consístere fundaméntis, benedícere vobis dignétur beati Apostoli N. méritis intercedéntibus gloriósis.
R. Amén.
Quien os ha enriquecido con la palabra y el ejemplo de los apóstoles os conceda su ayuda para que seáis testigos de la verdad ante el mundo.
Et apostólicis praesídiis vos pro cunctis fáciat testes veritátis, qui vos eórum munerári documéntis vóluit et exémplis.
R. Amén.
Para que así obtengáis la heredad del reino eterno, por la intercesión de los apóstoles, por cuya palabra os mantenéis firmes en la fe.
Ut eórum intercessióne ad aetérnae pátriae hereditátem perveníre possítis, per quorum doctrínam fídei firmitátem possidétis.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo  y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del 26 de julio
M
emoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a tradición de los cristianos.
2. Conmemoración de san Erasto, tesorero de la ciudad griega de Corinto, que estuvo al servicio del apóstol Pablo. (s. I)
3. En el monasterio de San Benito, junto al río Po, en el territorio de Mantua, en la Italia actual, san Simeón, monje y ermitaño. (1016)
4*. En Auch, ciudad de Aquitania, hoy Francia, san Austindo, obispo, que construyó la iglesia catedral de esta ciudad, mejoró las costumbres del pueblo y fue modelo en la casa de Dios. (1068)
5*. En Verona, en los confines de Venecia, región actualmente italiana, beatos Evangelista y Peregrino, presbíteros(s. XII/XIII)
6*. En Sassoferrato, en el Piceno, hoy región de Las Marcas, también en Italia, beato Hugo de Actis, monje de la Congregación de los Monjes Silvestrinos de la Orden de San Benito. (1250)
7*. En Septémpeda, de nuevo en la región del Piceno, beata Camila Gentili, martirizada por su propio esposo. (s. XIV/XV)
8*. En Gateshead, pueblo cercano a Newcastle-on-Tyne, en Inglaterra, beato Juan Ingram, presbítero y mártir, que, inglés de nacimiento, una vez ordenado en la basílica Lateranense ejerció su ministerio en Escocia hasta que, habiendo pasado a Inglaterra, en tiempo de la reina Isabel I fue ahorcado por ser sacerdote. (1594)
9*. En Darlington, también en Inglaterra, beato Jorge Swallowell, mártir, condenado a muerte el mismo año en que había vuelto a la Iglesia católica, y aun cuando al ser atrozmente atormentado fue presa de gran pavor, permaneció firme en la fe católica y aceptó los crueles suplicios a que le sometieron. (1594)
10*. En Lancaster, igualmente en Inglaterra, beatos Eduardo Thwing, de la Orden de Predicadores, y Roberto Nuter, ambos presbíteros y mártires, que tras arduos trabajos en el cuidado de la viña del Señor, en tiempo de la reina Isabel I fueron condenados a muerte por ser sacerdotes, alcanzando así la gloria del martirio. (1600)
11*. En Londres, de nuevo en Inglaterra, beato Guillermo Webster, presbítero y mártir, que después de haber ejercido el ministerio a lo largo de más de veinte años en diversas cárceles, durante el reinado de Carlos I fue apresado por ser sacerdote y llevó a término su martirio en el patíbulo de Tyburn. (1641)
12*. En Phû Yên, pueblo de Annam, hoy Vietnam, beato Andrés, catequista, que, al exacerbarse la persecución contra la enseñanza de la doctrina cristiana, fue hecho prisionero y, ytas ser condenado a muerte, derramó su sangre por Cristo como el primer mártir de la Iglesia de ese país. (1644)
13*. En una sórdida nave anclada ante las costas de Rochefort, en Francia, beatos Marcelo Gaucherii Labigne de Reignefort, de la Sociedad de los Misioneros, y Pedro José Le Groing de la Romagère, ambos presbíteros y mártires. El primero vivía en el territorio de Limoges y el segundo en Bourges, y ambos, detenidos durante la Revolución Francesa por quienes odiaban la religión, murieron consumidos por el hambre y la enfermedad. (1794)
14*. En Orange, población también de Francia, beatas María Margarita de San Agustín Bonnet y cuatro compañeras*, vírgenes de la Orden de Santa Úrsula, que fueron martirizadas durante la misma revolución. (1794)
*Cuyos nombres son: beatas Catalina de Jesús (María Magdalena) de Jastamont, Ana de San Basilio Cartier, Clara de Santa Rosalía (María Clara) du Bac e Isabel Teresa del Corazón de Jesús Consolin.
15. En Lovere, en la región de Lombardía, en Italia, santa Bartolomea Capitanio, virgen, fundadora, junto con santa Vicenta Gerosa, de la Congregación de Hermanas de la Caridad de la Virgen Niña. Murió a los veintisiete años, atacada por la tisis, o más bien consumida por su caridad. (1833)
16*. En Motril, pueblo de la provincia de Granada, en España, beatos Vicente Pinilla, agustino recoleto, y Manuel Martín Sierra, presbíteros y mártires, que en tiempo de persecución religiosa fueron sacados por la fuerza de la iglesia y fusilados al día siguiente. (1936)
17*. En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, en Alemania, beato Tito Brandsma, presbítero de la Orden de Carmelitas y mártir, holandés de nacimiento, que, por defender la Iglesia y la dignidad del hombre, padeció con ánimo sereno toda clase de sufrimientos y vejaciones, y dio ejemplo de una caridad sin límites, tanto en favor de sus hermanos concautivos como de sus mismos verdugos. (1942)
18*. En La Valetta, en la isla de Malta, beato Jorge Preca, presbítero, que se entregó amorosamente a la formación catequética de los niños y fundó la Sociedad de la Doctrina Cristiana, con la misión de  testimonio de la Palabra de Dios y propagarla al pueblo. (1962)
- Beata Maria Pierini De Micheli (1890- Centonara D´Artò, Novara 1945). Virgen, religiosa de la Congregación de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.