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domingo, 5 de junio de 2022

Domingo 10 julio 2022, XV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DIVINUS PERFECTIONIS MAGISTER
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II

SOBRE LA NUEVA LEGISLACIÓN RELATIVA A LAS CAUSAS DE LOS SANTOS

El Divino Maestro y ejemplo de perfección, Jesucristo, quien junto con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado “un solo Santo”, amó a la Iglesia como esposa y se entregó por ella, para santificarla y para presentarla gloriosa a Sí mismo. Con el precepto dado a sus discípulos de imitar la perfección del Padre, envía a todos el Espíritu Santo, para que los mueva interiormente a amar a Dios de todo corazón y amarse mutuamente unos a otros, como Él los amó. Los discípulos de Cristo —nos dice el Concilio Vaticano II— han sido llamados no según sus obras, sino según el designio y la gracia de Él y han sido justificados en el Señor Jesús por la fe de bautismo, han sido hechos realmente hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y han sido realmente santificados (Const. Dogm. Lumen gentium, 40).

Entre ellos Dios elige siempre a algunos que, siguiendo más de cerca el ejemplo de Cristo, dan testimonio preclaro del reino de los cielos con el derramamiento de su sangre o con el ejercicio heroico de sus virtudes.

La Iglesia, que desde los primeros tiempos del cristianismo siempre creyó que los Apóstoles y los Mártires en Cristo están unidos a nosotros más estrechamente, los ha venerado particularmente junto a la bienaventurada Virgen María y a los Santos Ángeles, y ha implorado devotamente el auxilio de su intercesión. A ellos se han unidos también otros que imitaron más de cerca la virginidad y la pobreza de Cristo y además aquellos cuyo preclaro ejercicio de las virtudes cristianas y de los carismas divinos han suscitado la devoción y la imitación de los fieles.

Mientras contemplamos la vida de aquellos que han seguido fielmente a Cristo, nos sentimos incitados con mayor fuerza a buscar la ciudad futura y se nos enseña con seguridad el camino a través del cual, entre las vicisitudes del mundo, según el estado y la condición de cada uno, podemos llegar a una perfecta unión con Cristo o a la santidad. Así, teniendo tan numerosos testigos, mediante los cuales Dios se hace presente y nos habla, nos sentimos atraídos a alcanzar su reino en el cielo por el ejercicio de la virtud (cf. Const. Dogm. Lumen gentium, 50).

La Sede Apostólica, que desde tiempos inmemorables escruta los signos y la voz de su Señor con la mayor reverencia y docilidad por la importante misión de enseñar, santificar y gobernar el Pueblo de Dios que le ha sido confiado, propone hombres y mujeres que sobresalen por el fulgor de la caridad y de otras virtudes evangélicas para que sean venerados e invocados, declarándoles Santos y Santas en acto solemne de canonización, después de haber realizado las oportunas investigaciones.

La Instrucción “Causarum canonizationis”, que nuestro predecesor Sixto V dio a la Congregación de los Sagrados Ritos fundada por él (Const. Apost. Inmensa aeterni Dei, día 22 enero de 1588. Cf. Bullarium Romanum, Ed. Taurinensis, t. VIII, págs. 985-999), ha ido desarrollándose a lo largo del tiempo a través de nuevas normas, sobre todo por obra de Urbano VIII (Carta Apostólica Caelestis Hierusalem cives, día 5 julio de 1634; Urbano VIII P.O.M. Decreta servanda in canonizatione et beatificatione Sanctorum, día 12 de marzo de 1642), normas que Próspero Lambertini (posteriormente Benedicto XIV), recogiendo también las experiencias de tiempos anteriores legó a la posteridad en una obra titulada “De Servorum Dei beatificatione et de Beatorum canonizatione”; estas normas estuvieron vigentes durante casi dos siglos en la Sagrada Congregación de Ritos. Luego, pasaron sustancialmente al “Codex Iuris Canonici”, promulgado en 1917.

El progreso experimentado por las disciplinas históricas en nuestro tiempo ha hecho ver la necesidad de dotar a la Congregación competente con un instrumento más adecuado de trabajo y que responda mejor a los postulados de la crítica. Por eso nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XI, mediante la Carta Apostólica “Giá da qualche tempo”, promulgada “Motu proprio” el 6 de febrero de 1930, creó en la Sagrada Congregación de Ritos la “Sección histórica”, a la que confió el estudio de las causas “históricas” (AAS 22, 1930, págs. 87-88). El día 4 de enero de 1939 el mismo Pontífice mandó promulgar las “Normae servandae in construendis processibus ordinariis super causis historicis” (AAS 31, 1939, págs. 174-175), que hicieron superfluo en realidad el proceso “apostólico”, de manera que quedó un proceso único de autoridad ordinaria para las causas “históricas”.

Pablo VI, con la Carta Apostólica “Sanctitas clarior”, promulgada “Motu proprio” el día 19 de marzo de 1969 (AAS 61, 1969, págs. 149-153), estableció que se hiciera también en las causas recientes un único proceso de investigación (cognitionalis) o de recogida de pruebas a cargo del obispo, previo permiso de la Santa Sede (ib. nn. 3-4). El mismo Pontífice, mediante la Constitución Apostólica “Sacrae Rituum Congregatio” del 8 de mayo de 1969 (AAS 61, 1969, págs. 297-305), creó dos nuevos dicasterios en lugar de la Sagrada Congregación de Ritos: a uno le encomendó todo lo relativo al culto divino, y al otro el examen de la causa de los santos; en esta misma ocasión cambió algo el orden de proceder en dichas causas.

Después de las más recientes experiencias, nos ha parecido oportuno revisar la forma y procedimiento de instrucción de las causas y estructurar la misma Congregación para las Causas de los Santos, de tal manera que queden satisfechas las exigencias de los peritos y los deseos de nuestros hermanos en el Episcopado, quienes varias veces solicitaron la simplificación de las normas, salvaguardando naturalmente la solidez de las investigaciones en un asunto de tanta importancia. Juzgamos también, a la luz de la doctrina de la colegialidad propuesta por el Concilio Vaticano II, que es muy conveniente que los mismos obispos estén más asociados a la Sede Apostólica en el estudio de las causas de los santos.

Así, pues, para el futuro, abrogadas todas las leyes de cualquier orden que atañan a este asunto, decretamos las siguientes normas.

I. INVESTIGACIONES QUE HAN DE REALIZAR LOS OBISPOS

1) Compete a los obispos diocesanos y de más jerarquías equiparadas en derecho, dentro de los límites de su jurisdicción, sea de oficio, sea a instancias de fieles o de grupos legítimamente constituidos o de sus procuradores, el derecho a investigar sobre la vida, virtudes o martirio y fama de santidad o martirio, milagros atribuidos, y, si se considera necesario, el antiguo culto al Siervo de Dios, cuya canonización se pide.

2) En estas investigaciones el obispo debe proceder conforme a las normas peculiares emanadas de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, según el orden siguiente:
1º El postulador de la causa, nombrado legítimamente por el actor, recogerá una detallada información sobre la vida del Siervo de Dios, y se informará al mismo tiempo sobre las razones que parecen favorecer la promoción de la causa de canonización.
2º Procure el obispo que sean examinados por censores teólogos los escritos publicados por el Siervo de Dios.
3º Si no se encontrara en dichos escritos nada contrario a la fe y a las buenas costumbres, ordene el obispo a personas idóneas para este cometido examinar los demás escritos inéditos (cartas, diarios, etc.) y todos los documentos que de alguna manera hagan referencia a la causa. Estas personas, después de haber realizado fielmente su trabajo, hagan una relación de las investigaciones llevadas a cabo.
4º Si con lo hecho según las normas anteriores, el obispo juzga prudente que se puede seguir adelante, procure que se interroguen los testigos presentados por el postulador y otros debidamente convocados por oficio. Si urge realmente el examen de los testigos para no perder pruebas, interróguese a los mismos aunque no se haga realizado una investigación completa de los documentos.
5º Hágase por separado el examen de los milagros atribuidos y el examen de las virtudes o del martirio.
6º Una vez realizadas las investigaciones, envíese la relación de todas las actas por duplicada a la Sagrada Congregación, junto con un ejemplar de los libros del Siervo de Dios examinados por los censores teólogos, y con su juicio. Añada además el obispo una declaración sobre la observancia de los decretos de Urbano VIII en relación al no culto.

II. LA SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS

3) Es competencia de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, al frente de la cual está el cardenal Prefecto, ayudado por el secretario, tratar todo lo referente a la canonización de los Siervos de Dios, bien sea aconsejando a los obispos en la iniciación e instrucción de las causas, bien sea estudiando más profundamente dichas causas, o, finalmente, dando un juicio.

Compete a la misma Congregación discernir lo referente a la autenticidad y conservación de las reliquias.

4) Es tarea del secretario:
1º Ocuparse de las relaciones con los demás, sobre todo con los obispos que instruyen las causas.
2º Participar en las discusiones sobre la causa, emitiendo su voto en la congregación de los padres cardenales y obispos.
3º Hacer una relación del juicio de los cardenales y obispos, para entregarla al Sumo Pontífice.
5) El secretario, en la realización de su trabajo, es ayudado por el subsecretario, al que corresponde sobre todo ver si se han cumplido las disposiciones de la ley en la instrucción de las causas; en esta tarea será ayudado también por un adecuado número de oficiales menores.

6) Para el estudio de las causas, hay en la Sagrada Congregación un Colegio de relatores, presidido por el relator general.

7) Es tarea de cada uno de los relatores:
1º Estudiar juntamente con los colaboradores externos las causas a ellos encomendadas y preparar las ponencias sobre las virtudes o sobre el martirio.
2º Elaborar por escrito las interpretaciones históricas, si fueran requeridas por los consultores.
3º Asistir como expertos pero sin voto, a la reunión de teólogos.

8) Entre los relatores habrá uno especialmente encargado de elaborar las ponencias sobre los milagros; para ello asistirá al Consejo de los médicos y al Congreso de los teólogos.

9) El relator general, que preside el grupo de los consultores históricos, contará con la colaboración de algunos ayudantes de estudio.

10) En la Sagrada Congregación hay un promotor de la fe o prelado teólogo, cuya tarea es:
1º Presidir el Congreso de los teólogos, en el que tiene voto.
2º Preparar una relación de dicha reunión.
3º Asistir a la Congregación de los padres cardenales y obispos como experto, pero sin voto.

En alguna causa, si fuere necesario, el cardenal Prefecto puede nombrar un promotor de la fe para el caso.

11) Para tratar las causas de los santos habrá consultores procedentes de diversas naciones, unos expertos en historias y otros en teología, sobre todo espiritual.

12) Para el examen de las curaciones presentadas como milagros, habrá en la Sagrada Congregación un Consejo de especialistas en medicina.

III. MODO DE PROCEDER EN LA SAGRADA CONGREGACIÓN

13) Cuando el obispo haya enviado a Roma todas las actas y documentos referentes a la causa, la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos procederá así:
1º El subsecretario examina ante todo si en las investigaciones realizadas por el obispo ha sido observado todo lo establecido por la ley e informa del resultado del examen en Congreso ordinario.
2º Determínese a qué relator ha de ser confiada la causa, si en dicho Congreso se juzgare que dicha causa ha sido instruida conforme a las normas de la ley; el relator junto con un colaborador externo, elabore la ponencia sobre las virtudes o sobre el martirio según las reglas de la crítica que se observan en hagiografía.
3º Tanto en las causas antiguas como en las recientes, cuando el carácter especial de las mismas lo requieran a juicio del relator general, la ponencia será sometida al examen de los consultores especialmente peritos en la materia para que emitan su juicio sobre el valor científico y juzguen si resulta suficiente en orden a lo que se trata.
En casos particulares la Sagrada Congregación puede confiar el examen de la ponencia a otros peritos, no incluidos en el número de los consultores.
4º Entréguese la ponencia (junto con los votos escritos de los consultores históricos y con las nuevas explicaciones del relator, si fueren necesarias) a los consultores teólogos, que darán su juicio sobre la causa; a ellos corresponde, junto con el promotor de la fe, estudiar la causa de modo que, antes de que llegue a la discusión en el Congreso especial, se examinen más profundamente las cuestiones teológicas discutidas, si las hubiere.
5º Los juicios definitivos de los consultores teólogos, junto con las conclusiones del promotor de la fe, se entregarán a los cardenales y obispos para que emitan su juicio.

14) Sobre los milagros presentados, la Congregación procede así:
1º Los milagros atribuidos sobre los que el relator encargado elabora una ponencia, se examinan en una reunión de peritos (si se trata de curaciones, en el Consejo de médicos), cuyos juicios y conclusiones se exponen en una relación detallada.
2º Los milagros han de ser discutidos después en un Congreso especial de los teólogos, y por fin en la Congregación de los padres cardenales y obispos.

15) Los juicios de los padres cardenales y obispos se comunican al Sumo Pontífice, a quien únicamente compete el derecho de decretar el culto público eclesiástico que se ha de tributar a los Siervos de Dios.

16) En cada una de las causas de canonización, cuyo juicio esté ahora pendiente ante la Sagrada Congregación, ésta debe establecer mediante un decreto particular el modo de proceder ulteriormente, teniendo presente los criterios de esta nueva ley.

17) Lo prescrito en esta nueva Constitución entra en vigor este mismo día.

Queremos que estos nuestros decretos y prescripciones sean en el presente y en el futuro firmes y eficaces, sin que obsten, en cuanto sea necesario las Constituciones y las Disposiciones Apostólicas emanadas por nuestros predecesores y otras prescripciones dignas también de especial mención y derogación.

Roma, dado junto a San Pedro, el 25 de enero de 1983, V año de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II

CALENDARIO

10 + XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Dt 30, 10-14.
El mandamiento está muy cerca de ti para que lo cumplas.
- Sal 68. R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
o bien:
Sal 18. R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
- Col 1, 15-20. Todo fue creado por él y para él.
- Lc 10, 25-37. ¿Quién es mi prójimo?

Comenzamos la misa de hoy pidiendo cumplir cuanto se significa en el nombre de cristiano (1.ª orac.). Ser cristiano es ser seguidor de Cristo en todos los aspectos, guardando su mandamiento, que está en nuestro corazón (cf. 1 lect.): amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo. El Ev. nos presenta la parábola del buen samaritano, como ejemplo de amor al prójimo que nos llama a la práctica de la misericordia. Cristo, como buen samaritano, se acerca hoy a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (Pf. común VIII). Que la eucaristía de hoy nos haga crecer en la santidad, en el amor y en la misericordia.

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 11 de julio, pág. 411.
CALENDARIOS: San Sebastián: Aniversario de la muerte de Mons. José María Setién Alberro, obispo, emérito (2018).

TEXTOS MISA

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Antífona de entrada Cf. Sal 16, 15
Yo aparezco ante ti con la justicia, y me saciaré mientras se manifestará tu gloria.
Ego autem cum iustítia apparébo in conspéctu tuo; satiábor dum manifestábitur glória tua.

Monición de entrada
Año C
Reunidos en el nombre del Señor resucitado para hacer memoria de su Misterio pascual, recibimos hoy el llamamiento a amar como él nos amó, atendiendo especialmente a los necesitados y humillados de este mundo. Dejemos que la fuerza de este sacramento aumente en nosotros la misericordia y la gracia de ser compasivos, del mismo modo que el Señor fue compasivo.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C
- Tú, imagen de Dios invisible, Primogénito de toda criatura: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, buen samaritano, que curas nuestras heridas y nos levantas: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, cabeza de la Iglesia: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.
Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui errántibus, ut in viam possint redíre, veritátis tuae lumen osténdis, da cunctis qui christiána professióne censéntur, et illa respúere, quae huic inimíca sunt nómini, et ea quae sunt apta sectári. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Domingo de la XV semana del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Dt 30, 10-14
El mandamiento está muy cerca de ti para que lo cumplas
Lectura del libro del Deuteronomio.

MOISÉS habló al pueblo, diciendo:
«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir:
“¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”.
El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial (opción 1) Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37 (R.: cf. 33)
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Húmiles, quærite Deum, et vivet cor vestrum.

V. Mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mi.
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Húmiles, quærite Deum, et vivet cor vestrum.

V. Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Húmiles, quærite Deum, et vivet cor vestrum.

V. Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Húmiles, quærite Deum, et vivet cor vestrum.

V. Dios salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.
R. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Húmiles, quærite Deum, et vivet cor vestrum.

Salmo responsorial (opción 2) Sal 18, 8. 9. 10. 11 (R.: 9ab)
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiae Dómini rectae, laetificántes corda.

V. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiae Dómini rectae, laetificántes corda.

V. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiae Dómini rectae, laetificántes corda.

V. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiae Dómini rectae, laetificántes corda.

V. Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila.
R. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
Iustítiae Dómini rectae, laetificántes corda.

SEGUNDA LECTURA Col 1, 15-20
Todo fue creado por él y para él
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.

Cristo Jesús es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Jn 6, 63c. 68C
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna. R.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt; verba vitæ ætérnæ habes.

EVANGELIO Lc 10, 25-37
¿Quién es mi prójimo?
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 14 de julio de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio presenta la famosa parábola del “buen samaritano” (cf. Lc 10,25-37). Cuando un doctor de la Ley le pregunta qué era necesario para heredar la vida eterna, Jesús lo invita a encontrar la respuesta en las Escrituras y le dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y ​​con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo» (v. 27). Sin embargo, había diferentes interpretaciones de quién debía ser entendido como “prójimo”. En efecto, ese hombre vuelve a preguntar: «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). En ese momento, Jesús responde con la parábola, esta bella parábola: invito a todos a leer hoy el Evangelio, Evangelio de Lucas, capítulo diez, versículo 25. Es una de las parábolas más hermosas del Evangelio. Y esta parábola se ha convertido en paradigmática de la vida cristiana. Se ha convertido en el modelo de cómo debe actuar un cristiano. Gracias al evangelista Lucas, tenemos este tesoro.
El protagonista de esta breve historia es un samaritano, que encuentra en el camino a un hombre atracado y golpeado por los salteadores y lo toma bajo su cuidado. Sabemos que los judíos trataban a los samaritanos con desprecio, considerándolos extraños al pueblo elegido. Por lo tanto, no es una coincidencia que Jesús eligiera a un samaritano como personaje positivo en la parábola. De esta manera, quiere superar los prejuicios, mostrando que incluso un extranjero, incluso uno que no conoce al verdadero Dios y no va a su templo, puede comportarse según su voluntad, sintiendo compasión por su hermano necesitado y ayudándolo con todos los medios a su alcance.
Por ese mismo camino, antes del samaritano, ya habían pasado un sacerdote y un levita, es decir, personas dedicadas al culto de Dios. Pero, al ver al pobre hombre en el suelo, habían proseguido su camino sin detenerse, probablemente para no contaminarse con su sangre. Habían antepuesto una norma humana ―no contaminarse con sangre― vinculada con el culto, al gran mandamiento de Dios, que ante todo quiere misericordia.
Jesús, por lo tanto, propone al samaritano como modelo, ¡precisamente uno que no tenía fe! También nosotros pensamos en tantas personas que conocemos, quizás agnósticas, que hacen el bien. Jesús eligió como modelo a quien no era un hombre de fe. Y este hombre, amando a su hermano como a sí mismo, muestra que ama a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas ―¡el Dios que no conocía!―, y al mismo tiempo expresa verdadera religiosidad y plena humanidad.
Después de contar esta hermosa parábola, Jesús se vuelve hacia el doctor de la ley que le había preguntado «¿Quién es mi prójimo?» Y le dice: «¿Quién de estos te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» (v. 36). De esta manera, invierte la pregunta de su interlocutor y también la lógica de todos nosotros. Nos hace entender que no somos nosotros quienes, según nuestro criterio, definimos quién es el prójimo y quién no, sino que es la persona necesitada la que debe poder reconocer quién es su prójimo, es decir, «el que tuvo compasión de él» (v. 37). Ser capaz de tener compasión: esta es la clave. Esta es nuestra clave. Si no sientes compasión ante una persona necesitada, si tu corazón no se mueve, entonces algo está mal. Ten cuidado, tengamos cuidado. No nos dejemos llevar por la insensibilidad egoísta. La capacidad de compasión se ha convertido en la piedra de toque del cristiano, es más, de la enseñanza de Jesús. Jesús mismo es la compasión del Padre hacia nosotros. Si vas por la calle y ves a un hombre sin domicilio fijo tirado allí y pasas sin mirarlo o piensas: “Ya, el efecto del vino. Es un borracho”, no te preguntes si ese hombre está borracho, pregúntate si tu corazón no se ha endurecido, si tu corazón no se ha convertido en hielo. Esta conclusión indica que la misericordia por una vida humana en estado de necesidad es el verdadero rostro del amor. Así es como uno se convierte en un verdadero discípulo de Jesús y el rostro del Padre se manifiesta: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Y Dios, nuestro Padre, es misericordioso, porque tiene compasión; es capaz de tener esta compasión, de acercarse a nuestro dolor, a nuestro pecado, a nuestros vicios, a nuestras miserias.
Que la Virgen María nos ayude a comprender y, sobre todo, a vivir cada vez más el vínculo inquebrantable que existe entre el amor a Dios nuestro Padre y el amor concreto y generoso a nuestros hermanos, y nos dé la gracia de tener compasión y de crecer en compasión

Homilía en santa Marta, Lunes 8 de octubre de 2018
Cristianos en serio
En el Evangelio de hoy (Lc 10, 25-37) podemos ver seis personajes de la parábola que Jesús cuenta al doctor de la Ley que, para ponerlo la prueba, le pregunta: "¿quién es mi prójimo?". Los bandidos, el herido, el sacerdote, el levita, el samaritano y el posadero.
Los bandidos molieron a palos al hombre, dejándolo medio muerto; el sacerdote que, cuando vio el herido pasó de largo, sin tener en cuenta su misión, pensando solo en la inminente hora de la Misa. Lo mismo hizo el levita, hombre de Ley. Detengámonos es ese pasar de largo, un concepto que debe entrar hoy en nuestro corazón. Se trata de dos funcionarios que, coherentes de serlo, dijeron: "No me toca a mí socorrer al herido". En cambio, quien no pasa de largo es el samaritano, que era un pecador, un excomulgado por el pueblo de Israel: el más pecador, tuvo compasión. Quizá era un comerciante que iba de viaje por negocios, pero non miró el reloj, no pensó en la sangre. Se acercó -bajó del asno-, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino. Se ensució las manos, se manchó la ropa. Luego lo cargó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, todo lleno de sangre -así debió llegar-, y cuidó de él. No dijo: "Bueno, yo lo dejo aquí, llamad al médico y que venga. Yo me voy, ya he hecho mi parte". No. Cuidó de él, como diciendo: "Ahora tú eres mío, no por posesión, sino para servirte". No era un funcionario, era un hombre con corazón, un hombre con el corazón abierto.
El posadero quedaría sorprendido al ver a un extranjero, un pagano que no era del pueblo de Israel, que se detenía a socorrer al hombre, pagando dos denarios y prometiendo saldar los posibles gastos a su vuelta. La duda de no recibir lo debido se insinuó en el posadero, la duda de uno que ve un buen ejemplo, de uno abierto a las sorpresas de Dios, como el samaritano. Ninguno de los dos era funcionario. ¿Tú eres cristiano? ¿Tú eres cristiana? "Sí, sí, sí, voy los domingos a Misa y procuro hacer lo correcto… menos murmurar, porque siempre me gusta el chismorreo, pero el resto lo hago bien". Pero, ¿estás abierto a las sorpresas de Dios o eres un cristiano funcionario, cerrado? "Yo hago esto, voy a Misa el domingo, recibo la comunión, la confesión una vez al año, esto, esto… Estoy en orden". Esos son los cristianos funcionarios, los que no están abiertos a las sorpresas de Dios, los que saben tanto de Dios, pero no encuentran a Dios. Los que nunca se asombran ante un testimonio. Es más, son incapaces de dar testimonio.
Animo a todos, laicos y pastores, a preguntarnos si somos cristianos abiertos a lo que el Señor nos da cada día, a las sorpresas de Dios que tantas veces, como este samaritano, nos ponen en dificultad, o bien si somos cristianos funcionarios, haciendo lo que debemos, sintiéndonos bien, pero quedándonos encerrados en las propias reglas. Algunos teólogos antiguos decían que en este pasaje se encierra todo el Evangelio. Cada uno de nosotros es el hombre herido, y el samaritano es Jesús. Y nos ha curado las heridas. Se ha hecho cercano. Ha cuidado de nosotros. Ha pagado por nosotros. Y ha dicho a su Iglesia: "Si necesita algo más, págalo tú, que yo volveré y pagaré". Pensarlo bien: en este texto está todo el Evangelio. Queridos hermanos y hermanas, nada de funcionarios. Hay que ser cristianos en serio, cristianos que no temen mancharse las manos, la ropa, cuando se hacen cercanos, cristianos abiertos a las sorpresas, cristianos que, como Jesús, pagan por los demás.
Homilía en santa Marta, Lunes 9 de octubre de 2017
Parábola del Buen samaritano
La parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) es la respuesta que Jesús da al doctor de la Ley, que quiere tentarlo al preguntarle qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús le hace decir el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, pero el doctor de la Ley, que no sabía cómo salir de la “trampilla” que Jesús le puso, le pregunta quién es su prójimo. Y Jesús responde con esta parábola en la que hay seis actores: los bandidos, el hombre herido de muerte, el sacerdote, el levita, el posadero y el samaritano, un pagano que no era del pueblo hebreo. Cristo siempre responde por encima de lo esperado. En este caso, con una historia que quiere explicar precisamente su mismo misterio, el misterio de Jesús.
Vemos una actitud frecuente: los bandidos que se van felices porque habían robado tantas cosas buenas y no les importaba para nada la vida del herido. El sacerdote, que debería ser un hombre de Dios, y el levita, que estaba cerca de la Ley, pasan de largo ante el herido. Una actitud muy habitual entre nosotros: ver una calamidad, ver algo malo, y pasar de largo. Y luego leerla en los periódicos, que exageran por el escándalo y el sensacionalismo. En cambio, el pagano, pecador, que estaba de viaje, lo vio y no pasó de largo: se compadeció. San Lucas lo describe bien: Lo vio, tuvo compasión, se le acerca, no se alejó: se acercó. Le vendó las heridas -¡él mismo!-, echándole aceite y vino. Pero no lo dejó allí: yo ya he hecho mi parte y me voy; ¡no! Lo cargó en su cabalgadura, lo llevó a la posada y cuidó de él, y al día siguiente, teniéndose que ir por trabajo, pagó al posadero para que ayudase a aquel hombre herido, diciéndole que lo que gastase además de los dos denarios, se lo pagaría a la vuelta.
Es el misterio de Cristo que se hizo siervo, se abajó, se anonadó y murió por nosotros. Jesús no pasó de largo; vino a nosotros, heridos de muerte, nos cuidó, pagó por nosotros y sigue pagando y pagará, cuando venga por segunda vez. Jesús es el Buen Samaritano e invita al doctor de la Ley a hacer lo mismo. No es un cuento para niños, sino el misterio de Jesucristo. Porque mirando esta parábola, comprendemos más a fondo la generosidad del misterio de Jesús. El doctor de la ley se marchó en silencio, lleno de vergüenza, porque no entendió, no comprendió el misterio de Cristo. Quizá intuyera ese principio humano que nos acerca a comprender el misterio de Cristo: que un hombre mire a otro de arriba abajo solo cuando deba ayudarlo a levantarse. Si uno lo hace, está en buen camino, está en la buena senda hacia Jesús.
Tampoco el posadero entendió nada, pero quedó asombrado por un encuentro con alguien que hacía cosas que nunca había imaginado que se pudieran hacer. Es decir, el asombro del posadero es precisamente el encuentro con Jesús. Os animo a plantearos algunas preguntas. ¿Qué hago yo? ¿Soy bandido, timador, corrupto? ¿Soy un bandido? ¿Soy un sacerdote que ve y mira a otra parte y se va? ¿O un dirigente católico que hace lo mismo? ¿O soy un pecador? ¿Uno que debe ser condenado por sus pecados? ¿Me acerco, me hago próximo, cuido del que tiene necesidad? ¿Qué hago yo ante tantas heridas, tantas personas heridas con las que me encuentro todos los días? ¿Hago como Jesús? ¿Tomo forma de siervo? Nos vendrá bien hacer esta reflexión, leyendo y releyendo este pasaje. Porque aquí se manifiesta el misterio de Jesucristo ya que, siendo pecadores, vino a nosotros, para curarnos y dar la vida por nosotros.
ÁNGELUS, Domingo 10 de julio de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia nos propone la parábola llamada del «buen samaritano», tomada del Evangelio de Lucas (Lc 10, 25-37). Esta parábola, en su relato sencillo y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros mismos, sino los demás, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan. Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos interpelan, algo allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano. Jesús usa esta parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos (Lc 10, 25-28). «Sí –replica aquel Doctor de la Ley– pero dime, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29). También nosotros podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?… ¿Quién es mi prójimo? Y Jesús responde con esta parábola. Un hombre, a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos ladrones, agredido y abandonado. Por aquel camino pasan primero un sacerdote y después un levita, quienes, aun viendo al hombre herido, no se detienen y siguen adelante (Lc 10, 31-32). Después pasa un samaritano, es decir, un habitante de la Samaria y, como tal, despreciado por los judíos porque no observaba la verdadera religión. Y en cambio él, precisamente él, cuando vio a aquel pobre desventurado, «se conmovió». «Se acercó y vendó sus heridas (?), «lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo» (Lc 10, 33-34). Y al día siguiente, lo encomendó al dueño del albergue, pagó por él y dijo que también habría pagado el resto (cfr. Lc 10, 35). Llegados a este punto Jesús se dirige al Doctor de la Ley y le pregunta: «¿Cuál de los tres –el sacerdote, el levita o el samaritano– te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». Y aquel –porque era inteligente– responde naturalmente: «El que tuvo compasión de él» (Lc 10, 36-37). De este modo Jesús ha cambiado completamente la perspectiva inicial del Doctor de la Ley –¡y también la nuestra!–: no debo catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo –la decisión es mía–, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil. Y Jesús concluye: «Ve, y procede tú de la misma manera» (Lc 10, 37).
¡Hermosa lección! Y lo repite a cada uno de nosotros: «Ve, y procede tú de la misma manera», hazte prójimo del hermano y de la hermana que ves en dificultad. «Ve, y procede tú de la misma manera». Hacer obras buenas, no decir sólo palabras que van al viento. Me viene en mente aquella canción: «Palabras, palabras, palabras». No. Hacer, hacer. Y mediante las obras buenas, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe brota y da fruto. Preguntémonos –cada uno de nosotros responda en su propio corazón– preguntémonos: ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por tanto, está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente según su propio gusto? Está bien hacernos estas preguntas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va a saludar, era yo. Que la Virgen María nos ayude a caminar por la vía del amor, amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano. Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Este es el camino para entrar en la vida eterna.
ÁNGELUS, Castelgandolfo, Domingo 14 de julio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra cita dominical para el Ángelus hoy la vivimos aquí, en Castelgandolfo. Saludo a los habitantes de esta bonita ciudad. Quiero agradecer sobre todo vuestras oraciones, y lo mismo hago con todos vosotros, peregrinos que habéis venido aquí numerosos.
El Evangelio de hoy —estamos en el capítulo 10 de Lucas— es la famosa parábola del buen samaritano. ¿Quién era este hombre? Era una persona cualquiera, que bajaba de Jerusalén hacia Jericó por el camino que atravesaba el desierto de Judea. Poco antes, por ese camino, un hombre había sido asaltado por bandidos, le robaron, golpearon y abandonaron medio muerto. Antes del samaritano pasó un sacerdote y un levita, es decir, dos personas relacionadas con el culto del Templo del Señor. Vieron al pobrecillo, pero siguieron su camino sin detenerse. En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, «sintió compasión» (Lc 10, 33) dice el Evangelio. Se acercó, le vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él... En definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios (cf. Mc 12, 33). Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El Samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado.
Un hombre que vivió plenamente este Evangelio del buen samaritano es el santo que recordamos hoy: san Camilo de Lellis, fundador de los Ministros de los enfermos, patrono de los enfermos y de los agentes sanitarios. San Camilo murió el 14 de julio de 1614: precisamente hoy se abre su iv centenario, que culminará dentro de un año. Saludo con gran afecto a todos los hijos y las hijas espirituales de san Camilo, que viven su carisma de caridad en contacto cotidiano con los enfermos. ¡Sed como él buenos samaritanos! Y también a los médicos, enfermeros y a todos aquellos que trabajan en los hospitales y en las residencias, deseo que les anime ese mismo espíritu. Confiamos esta intención a la intercesión de María santísima.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Palacio Apostólico de Castelgandolfo, Domingo 11 de julio de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Desde hace algunos días –como veis– he dejado Roma para mi estancia veraniega en Castelgandolfo. Doy gracias a Dios que me ofrece esta posibilidad de descanso. A los queridos residentes de esta bella ciudad, adonde regreso siempre con gusto, dirijo mi cordial saludo. El Evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús: "Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" (Lc 10, 25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley, casi para justificarse, pregunta: "Y ¿quién es mi prójimo?" (Lc 10, 29). Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del "buen samaritano" (cf. Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos "prójimos" de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Este relato del Evangelio ofrece el "criterio de medida", esto es, "la universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado "casualmente" (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea" (Deus caritas est, 25). Junto a esta regla universal, existe también una exigencia específicamente eclesial: que "en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad". El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es un "corazón que ve" dónde se necesita amor y actúa en consecuencia (cf. ib, 31).
Queridos amigos: deseo igualmente recordar que hoy la Iglesia hace memoria de san Benito de Nursia –el gran patrono de mi pontificado–, padre y legislador del monaquismo occidental. Él, como narra san Gregorio Magno, "fue un hombre de vida santa... de nombre y por gracia" (Dialogi, II, 1: Bibliotheca Gregorii Magni IV, Roma 2000, p. 136). "Escribió una Regla para los monjes... reflejo de un magisterio encarnado en su persona: en efecto, el santo no pudo en absoluto enseñar de forma diferente de cómo vivió" (ib., II, XXXVI: cit., p. 208). El Papa Pablo VI proclamó a san Benito patrono de Europa el 24 de octubre de 1964, reconociendo su maravillosa obra desarrollada para la formación de la civilización europea.
Confiemos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este tiempo de vacaciones, a fin de que nuestros corazones jamás pierdan de vista la Palabra de Dios y a los hermanos en dificultad
ÁNGELUS, Domingo 15 de julio de 2007
Queridos hermanos y hermanas: 
Doy gracias al Señor porque también este año me brinda la posibilidad de pasar algunos días de descanso en la montaña, y expreso mi agradecimiento a cuantos me han acogido aquí, en Lorenzago, en este panorama encantador, que tiene como telón de fondo las cumbres del Cadore y a donde vino también muchas veces mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. Manifiesto mi agradecimiento en especial al obispo de Treviso y al de Belluno-Feltre, así como a todos los que, de diferentes maneras, contribuyen a garantizarme una estancia serena y beneficiosa. Ante este panorama de prados, bosques y cumbres que tienden hacia el cielo, brota espontáneo en el corazón el deseo de alabar a Dios por las maravillas de sus obras; y nuestra admiración por estas bellezas naturales se transforma fácilmente en oración. 
Todo buen cristiano sabe que las vacaciones son un tiempo oportuno para que el cuerpo se relaje y también para alimentar el espíritu con tiempos más largos de oración y de meditación, para crecer en la relación personal con Cristo y conformarse cada vez más a sus enseñanzas. Hoy, por ejemplo, la liturgia nos invita a reflexionar sobre la célebre parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37), que introduce en el corazón del mensaje evangélico: el amor a Dios y el amor al prójimo. 
Pero, ¿quién es mi prójimo?, pregunta el interlocutor a Jesús. Y el Señor responde invirtiendo la pregunta, mostrando, con el relato del buen samaritano, que cada uno de nosotros debe convertirse en prójimo de toda persona con quien se encuentra. "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37). Amar, dice Jesús, es comportarse como el buen samaritano. Por lo demás, sabemos que el buen samaritano por excelencia es precisamente él: aunque era Dios, no dudó en rebajarse hasta hacerse hombre y dar la vida por nosotros. 
Por tanto, el amor es "el corazón" de la vida cristiana; en efecto, sólo el amor, suscitado en nosotros por el Espíritu Santo, nos convierte en testigos de Cristo. He querido proponer de nuevo esta importante verdad espiritual en el Mensaje para la XXIII Jornada mundial de la juventud, que se hará público el próximo viernes 20 de julio: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Queridos jóvenes, este es el tema sobre el que os invito a reflexionar en los próximos meses, para prepararos a la gran cita que tendrá lugar en Sydney, Australia, dentro de un año, precisamente en estos días de julio. Las comunidades cristianas de esa amada nación están trabajando activamente para acogeros, y les agradezco los esfuerzos de organización que están realizando.
Encomendemos a María, a quien mañana invocaremos como Virgen del Carmen, el camino de preparación y el desarrollo del próximo encuentro de la juventud del mundo entero. Queridos amigos de todos los continentes, os invito a participar en gran número.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario.
El hombre ha sido creado a imagen de Dios; el primogénito.
299 Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11, 20). Creada en y por el Verbo eterno, "imagen del Dios invisible" (Col 1, 15), la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1, 26), llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19, 2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42, 3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno… muy bueno": Gn 1, 4. 10. 12. 18. 21. 31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333; 3002).
381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre -"imagen del Dios invisible" (Col 1, 15)- , para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Ef 1, 3-6; Rm 8, 29).
El prójimo tiene que ser considerado como “otro yo”
1931 El respeto a la persona humana pasa por el respeto del principio: "que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como 'otro yo', cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente" (GS 27, 1). Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de otro y de servirle activamente se hace más acuciante todavía cuando éste está más necesitado en cualquier sector de la vida humana. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
1933 Este deber se extiende a los que no piensan ni actúan como nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
Las obras de misericordia corporal
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25, 31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
"El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: "id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?" (St 2, 15-16; cf. 1Jn 3, 17).
En la celebración del Sacramento de la Penitencia el sacerdote es como el buen samaritano
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
El Verbo y la creación, visible e invisible
203 A su pueblo Israel Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.
291 "En el principio existía el Verbo… y el Verbo era Dios… Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1, 1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra… todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu Creador" ("Veni, Creator Spiritus"), la "Fuente de todo bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas de Pentecostés).
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles… " (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para El: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14).
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf. Sal 33, 6; Sal 104, 30; Gn 1, 2; Gn 2, 7; Qo 3, 20 - 21; Ez 37, 10):
"Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo … A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo" (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del segundo modo).

Se dice Credo.

Oremos al Señor, nuestro Dios. El es Compasivo y misericordioso.
- Por la Iglesia, para que cumpla solícitamente el oficio de misericordia que Cristo, el Buen Samaritano, le encomendó hasta su vuelta. Roguemos al Señor
- Por los gobernantes de los países desarrollados, para que fomenten la solidaridad con los países más necesitados. Roguemos al Señor
- Por los que sufren, víctimas de la injusticia, la violencia, el clasismo, la indiferencia, la segregación racial, para que su dolor halle eco en el corazón de todos. Roguemos al Señor.
- Por los jóvenes, para que el Espíritu suscite entre ellos vocaciones a la vida consagrada, al servicio de los más pobres del mundo. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, para que no pasemos de largo ante el que necesita nuestra ayuda y sepamos derramar sobre todos el aceite y el vino del amor fraterno. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, tú nos has enviado a tu Hijo para levantarnos de nuestra postración y vendar nuestras heridas; por tu gran misericordia, vuélvete hacia nosotros y que tu salvación nos levante. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Mira Señor, los dones de tu Iglesia suplicante y concede que sean recibidos para crecimiento en santidad de los creyentes. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Réspice, Dómine, múnera supplicántis Ecclésiae, et pro credéntium sanctificatiónis increménto suménda concéde. Per Christum.

PREFACIO V DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque creaste el universo entero y estableciste el continuo retorno de las estaciones, y al hombre, formado a tu imagen y semejanza, sometiste las maravillas del mundo, para que, en tu nombre, dominara la creación
y, al contemplar tus grandezas, en todo momento te alabara, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui ómnia mundi eleménta fecísti, et vices disposuísti témporum variári; hóminem vero formásti ad imáginem tuam, et rerum ei subiecísti univérsa mirácula, ut vicário múnere dominarétur ómnibus quae creásti, et in óperum tuórum magnálibus iúgiter te laudáret, per Christum Dóminum nostrum.
Unde et nos cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de la Comunión Cf. Sal 83, 4-5

Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre.
Passer invénit sibi domum et turtur nidum, ubi repónat pullos suos. Altária tua, Dómine virtútum, Rex meus, et Deus meus! Beáti qui hábitant in domo tua, in saeculum saeculi laudábunt te.
O bien: Cf. Jn 6, 56
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, dice el Señor.
Qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet et ego in eo, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
Después de recibir estos dones, te pedimos, Señor, que aumente el fruto de nuestra salvación con la participación frecuente en este sacramento. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sumptis munéribus, quaesumus, Dómine, ut, cum frequentatióne mystérii, crescat nostrae salútis efféctus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 11 de julio
F
iesta de san Benito, abad, Patrono principal de Europa, que, nacido en Norcia, en la región de Umbría, pero educado en Roma, abrazó luego la vida eremítica en la región de Subiaco, donde pronto se vio rodeado de muchos discípulos. Pasado un tiempo, se trasladó a Casino, donde fundó el célebre monasterio y escribió una Regla, que se propagó de tal modo por todas partes que por ello ha merecido ser llamado “Patriarca de los monjes de Occidente”. Murió, según la tradición, el veintiuno de marzo. (547)
2. En Roma, conmemoración de san Pío I, papa, que, hermano de Hermas, autor de la obra titulada El Pastor, el santo Pontífice mereció con justicia esta denominación, pues como un buen pastor custodió la Iglesia durante quince años. (155)
3. En Konya, lugar de Licaonia, hoy en Turquía, san Marciano, mártir, que bajo el prefecto Perenio alcanzó la palma del martirio, tras pasar por muchos tormentos. (s. III/IV)
4. En Cesarea de Mauritania, en la actual Argelia, santa Marciana, virgen, la cual, condenada a las fieras, alcanzó la palma del martirio. (c. 303)
5*. En Burdeos, ciudad de Aquitania, actualmente Francia, san Leoncio, obispo, honor del pueblo y de la ciudad, que se distinguió como constructor de edificios para el culto, restaurador del baptisterio y discreto benefactor de los pobres. (c. 570)
6*. En el estuario de Deer, en Escocia, san Drostán, abad, que tuvo a su cargo varios monasterios y llevó, en sus últimos años, vida erémitica. (s. VI ex.)
7*. En Disentis, en la Recia Superior, hoy Suiza, santos Plácido, mártir, y Sigisberto, abad, este último compañero de san Columbano y fundador en este lugar del monasterio de San Martín, en el cual fue el primero que coronó con el martirio la vida monástica. (s. VII)
8*. En el monasterio de Moyenmoutier, en los Vosgos, en Francia, san Hidulfo, que, siendo corepíscopo de Tréveris, se retiró a la soledad, pero habiendo acudido a él muchos discípulos, fundó con ellos un monasterio del que fue superior. (707)
9. En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Abundio, presbítero, que durante la persecución llevada a cabo por los musulmanes, interrogado por el juez, confesó intrépidamente la fe, lo que provocó la ira de éste, que sin más le dio muerte y después expuso su cuerpo para que fuera pasto de perros y de bestias salvajes. (854)
10. En Kiev, antigua ciudad de Rusia y  hoy de Ucrania, santa Olga, abuela de san Vladimiro, la primera de la dinastía de los Ruriks que recibió el bautismo y el nombre de Helena, cuya conversión abrió a todo el pueblo ruso el camino del cristianismo. (969)
11*. En el monasterio de Grand-Selve, en la región de Toulouse, en Francia, beato Bertrando, abad, que deseoso de establecer en su monasterio la observancia de una regla, lo agregó a la Orden Cisterciense. (1149)
12*. En Viborg, en Dinamarca, san Quetilo, canónigo regular, que puso gran interés en el funcionamiento de la escuela capitular  y fue modelo de vida monástica. (c. 1151)
13*. En Lincoln, en Inglaterra, conmemoración de los beatos Tomás Benstead y Tomás Sprott, presbíteros y mártires, condenados a muerte en tiempo de la reina Isabel I por ser sacerdotes, aunque no se sabe con certeza en qué día de este mes fueron martirizados. (1600)
14*. En Orange, ciudad de la Provenza, en Francia, beatas Rosalía Clotilde de Santa Pelagia Bès, María Isabel de San Teoctisto Pélissier, María Clara de San Martín Blanc y María Margarita de Santa Sofía de Barbegie d´Albarède, vírgenes, mártires todas ellas durante la Revolución Francesa por su fe en Cristo. (1794)
15. En Liugongyin, pueblo cercano a Anping, en la provincia de Hebei, en China, santas Ana An Xinzhi, María An Gouzhi, Ana An Jiaozhi y María An Lihua, vírgenes y mártires, que al no conseguir de ellas que abandonasen el cristianismo, fueron decapitadas durante la persecución desencadenada por el movimiento de los Yihetuan. (1900)

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