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viernes, 3 de junio de 2022

Viernes 8 julio 2022, Viernes de la XIV semana del Tiempo Ordinario, feria (o misa por los difuntos).

SOBRE LITURGIA

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES CON OCASIÓN DEL JUEVES SANTO 1982 (25-marzo-1982)


Queridos hermanos en el sacerdocio:

Desde el comienzo de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal, he deseado que el Jueves Santo de cada año sea un día de particular comunión Espiritual, para compartir con vosotros la oración, las inquietudes pastorales, las esperan as, para alentar vuestro servicio generoso y fiel, y para darles las gracias en nombre de toda la Iglesia.

Este año no os escribo una carta, sino que os envío el texto de una oración inspirada por la fe y nacida del corazón, para dirigirla a Cristo juntamente con vosotros en el día del nacimiento del sacerdocio mío y vuestro, y para proponer una meditación común que esté iluminada y sostenida por ella.

Que cada uno de vosotros pueda reavivar el carisma de Dios que lleva en sí por la imposición de las manos (cf. 2 Tim 1, 6), y gustar con renovado fervor el gozo de haberse entregado totalmente a Cristo.

Vaticano, 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor del año 1982, cuarto de mi Pontificado.

ORACIÓN

1. Nos dirigimos a Ti, Cristo del Cenáculo y del Calvario, en este día que es la fiesta de nuestro sacerdocio. Nos dirigimos a Ti todos nosotros, Obispos y Presbíteros, reunidos en las asambleas sacerdotales de nuestras Iglesias y asociados en la unidad universal de la Iglesia santa y apostólica.

El Jueves Santo es el día del nacimiento de nuestro sacerdocio. En este día hemos nacido todos nosotros. Como un hijo nace del seno de la madre, así hemos nacido nosotros, ¡Oh, Cristo!, de tu único y eterno sacerdocio. Hemos nacido en la gracia y fuerza de la nueva y eterna Alianza; del Cuerpo y Sangre de tu sacrificio redentor; del Cuerpo que es “entregado por nosotros” (cf. Lc 22, 19) y de la Sangre “que es derramada por muchos” (cf. Mt 26, 28). Hemos nacido en la última Cena y, a la vez, a los pies de la cruz sobre el Calvario. Donde está la fuente de la nueva vida y de todos los sacramentos de la Iglesia, allí está también el principio de nuestro sacerdocio. Hemos nacido junto con todo el pueblo de Dios de la Nueva Alianza que Tú, Hijo del amor del Padre (cf. Col 1, 3. ), has hecho un reino de reyes y sacerdotes de Dios (cf. Ap 1,6).

Hemos sido llamados como servidores de este Pueblo, que va a los eternos tabernáculos del Dios tres veces Santo “para ofrecer sacrificios Espirituales” (1P 2,5).

El sacrificio eucarístico es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Const. dogm. Lumen gentium, 11). Es un sacrificio único que abarca todo. Es el bien más grande de la Iglesia. Es su vida.

Te damos gracias, ¡Oh Cristo!:


Porque nos has elegido Tú mismo, asociándonos de manera especial a tu sacerdocio y marcándonos con un carácter indeleble que capacita a cada uno de nosotros para ofrecer tu mismo sacrificio, como sacrificio de todo el Pueblo: sacrificio de reconciliación, en el cual Tú te ofreces incesantemente al Padre y, en Ti, al hombre y al mundo;

Porque nos has hecho ministros de la Eucaristía y de tu perdón; partícipes de tu misión evangelizadora; servidores del Pueblo de la Nueva Alianza.

2. Señor Jesucristo: Cuando el día del Jueves Santo tuviste que separarte de aquéllos a quienes habías amado “hasta el fin” (cf. Jn 13, 1 ), Tú les prometiste el Espíritu de verdad, diciéndoles: “Os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré” (Jn 16, 7).

Te fuiste mediante la cruz, haciéndote “obediente hasta la muerte” (Flp 2, 8) y te anonadaste, tomando la forma de siervo (cf. Flp 2, 7) por el amor con el que nos amaste hasta el fin; de esta manera después de tu resurrección fue dado a la Iglesia el Espíritu Santo, que vino y se quedó para habitar en ella “para siempre” (cf. Jn 14, 16).

El Espíritu Santo es el que “con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada” contigo (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 4).

Conscientes cada uno de nosotros de que mediante el Espíritu Santo, que actúa con la fuerza de tu cruz y resurrección, hemos recibido el sacerdocio ministerial para servir la causa de la salvación humana de tu Iglesia,
― imploramos hoy, en este día tan santo para nosotros, la renovación continua de tu sacerdocio en la Iglesia a través de tu Espíritu que debe “rejuvenecer” en cada momento de la historia a tu querida Esposa;
― imploramos que cada uno de nosotros encuentre de nuevo en su corazón y confirme continuamente con la propia vida el auténtico significado que su vocación sacerdotal personal tiene, tanto para sí como para todos los hombres;
― para que de modo cada vez más maduro vea con los ojos de la fe la verdadera dimensión y la belleza del sacerdocio;
― para que persevere en la acción de gracias por el don de la vocación como una gracia no merecida;
― para que, dando gracias incesantemente, se corrobore en la fidelidad a este santo don que, precisamente porque es totalmente gratuito, obliga más.

3. Te damos gracias por habernos hecho semejantes a Ti como ministros de tu sacerdocio, llamándonos a edificar tu Cuerpo, la Iglesia, no solo mediante la administración de los sacramentos, sino también y antes que nada, con el anuncio ,de tu mensaje de salvación” (Hch 13, 26. ), haciéndonos partícipes de tu responsabilidad de Pastor.

Te damos gracias por haber tenido confianza en nosotros, a pesar de nuestra debilidad y fragilidad humana, infundiéndonos en el Bautismo la llamada y la gracia de una perfección a conquistar día tras día.

Pedimos saber cumplir siempre nuestros deberes sagrados según la medida del corazón puro y de la conciencia recta. Que seamos “hasta el fin” fieles a Ti, que nos has amado “hasta el fin” (cf. Jn 13, 1).

Que no tengan acceso a nuestras almas aquellas corrientes de ideas, que disminuyen la importancia del sacerdocio ministerial, aquellas opiniones y tendencias que atacan la naturaleza misma de la santa vocación y del servicio, al cual Tú, Cristo, nos llamas en tu Iglesia.

Cuando el Jueves Santo, instituyendo la Eucaristía y el Sacerdocio, dejabas a aquellos que habías amado hasta el fin, les prometiste el nuevo “Abogado” (Jn 14, 16) “el Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) esté en nosotros con sus santos dones. Que estén en nosotros la sabiduría e inteligencia, la ciencia y el consejo, la fortaleza, la piedad y el santo temor de Dios, para que sepamos discernir siempre lo que procede de Ti, y distinguir lo que procede del “espíritu del mundo” (1Co 2, 12), incluso, del “príncipe de este mundo” (Jn 16, 12).

4. Haz que no “entristezcamos” tu Espíritu (cf. Ef 4, 30)
― con nuestra poca fe y falta de disponibilidad para testimoniar tu Evangelio “de obra y de verdad” (1Jn 3, 18);
― con el “secularismo” o con el querer “conformarnos a este siglo” (cf Rm 12, 2) a cualquier precio;
― finalmente, con la falta de aquella caridad, que “es paciente, es benigna ... ”, que “no es jactanciosa ... ” y no “busca lo suyo ... ”, que “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera ... ”, de aquella caridad que “se complace en la verdad” y sólo de la verdad (1Co 13, 4-7).

Haz que no “entristezcamos” al Espíritu
― con todo aquello que lleva en sí tristeza interior y estorbos para el alma,
― con lo que hace nacer complejos y causa rupturas con los otros,
― con lo que hace de nosotros un terreno preparado para toda tentación,
― con lo que se manifiesta como un deseo de esconder el propio sacerdocio ante los hombres y evitar toda señal externa,
― con lo que, en último término, puede llegar a la tentación de la huida bajo el pretexto del “derecho a la libertad”.

Haz que no empobrezcamos la plenitud y la riqueza de nuestra libertad, que hemos ennoblecido y realizado entregándonos a Ti y aceptando el don del sacerdocio.

Haz que no separemos nuestra libertad de Ti, a quien debemos el don de esta gracia inefable.

Haz que no “entristezcamos” tu Espíritu.

Concédenos amar con el amor con el cual tu Padre “amó al mundo”, cuando entregó “su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).

Hoy, día en el que Tú mismo prometiste a tu Iglesia el Espíritu de verdad y de amor, todos nosotros, uniéndonos a los primeros que, durante la última Cena, recibieron de Ti el encargo de celebrar la Eucaristía, clamamos:

“Envía tu Espíritu... y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, (103), 30), también de la tierra sacerdotal, que Tú has hecho fértil con el sacrificio del Cuerpo y Sangre, que cada día renuevas sobre los altares mediante nuestras manos, en la viña de tu Iglesia.

5. Hoy todo nos habla de este amor, con el cual “amaste a la Iglesia y Te entregaste por ella, para santificarla” (cf. Ef 2, 25 s).

Mediante el amor redentor de tu entrega definitiva hiciste a la Iglesia tu esposa, llevándola por el camino de sus experiencias terrenas, para prepararla a las eternas “bodas del Cordero” (Ap 19,7) en la casa del Padre (Jn 14,2).

Este amor nupcial de Redentor, este amor salvífico del Esposo hace fructíferos todos los “dones jerárquicos y carismáticos”, con los cuales el Espíritu Santo “provee y gobierna” la Iglesias (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 4).

¿Es lícito, Señor, que nosotros dudemos de este amor?

Quienquiera que se deje guiar por la fe viva en el Fundador de la Iglesia ¿puede acaso dudar de este amor al cual la Iglesia debe toda su vitalidad Espiritual?

¿Es lícito acaso dudar de:
― que Tú puedas y desees dar a tu Iglesia verdaderos “administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1) y, sobre todo, verdaderos ministros de la Eucaristía?
― que Tú puedas y desees despertar en las almas de los hombres, especialmente de los jóvenes, el carisma del servicio sacerdotal, del modo como éste ha sido acogido y actuado en la tradición de la Iglesia? que Tú puedas y quieras despertar en estas almas, junto con la aspiración al sacerdocio, la disponibilidad al don del cerebro por el Reino de los Cielos, del que han dado y dan todavía hoy prueba generaciones enteras de sacerdotes en la Iglesia Católica?

¿Es conveniente ―en contra de lo dicho por el reciente Concilio Ecuménico y el Sínodo de los Obispos― seguir proclamando que la Iglesia debería renunciar a esta tradición y a esta herencia?

¿No es en cambio un deber nuestro como sacerdotes vivir con generosidad y alegría nuestro compromiso contribuyendo con nuestro testimonio y nuestra labor a la difusión de este ideal?

¿No es en cambio un deber nuestro como sacerdotes vivir con generosidad y alegría nuestro compromiso contribuyendo con nuestro testimonio y nuestra labor a la difusión de este ideal?

¿No es cometido nuestro hacer que crezca el número de los futuros presbíteros al servicio del pueblo de Dios, empeñándonos con todas nuestras fuerzas en despertar vocaciones y sosteniendo la función insustituible de los Seminarios, donde los llamados al sacerdocio ministerial puedan prepararse adecuadamente a la donación total de sí mismos a Cristo?

6. En esta meditación del Jueves Santo me atrevo a plantear a mis hermanos estos interrogantes que llevan muy lejos, precisamente porque este día sagrado parece exigir de nosotros una total y absoluta sinceridad frente a Ti, Sacerdote eterno y buen Pastor de nuestras almas.

Si. Nos entristece que los años siguientes al Concilio, ‑indudablemente ricos en fermentos benéficos, pródigos e iniciativas edificantes, fecundos para la renovación Espiritual de todos los sectores de la Iglesia visto, por otro lado, surgir una crisis y manifestarse no raras resquebrajaduras.

Pero... ¿es posible acaso que en cualquier crisis, dudemos de tu amor, del amor con el que “has amado a la Iglesia entregándote a Ti mismo por ella”? (cf. Ef 5, 25).

Este amor y la fuerza del Espíritu de verdad ¿no son quizá más fuertes que toda debilidad humana?; ¿incluso cuando ésta parece prevalecer, presentándose además como signo de “progreso”?

El amor que Tú das a la Iglesia está destinado siempre al hombre débil y expuesto a las consecuencias de su debilidad. Y, no obstante, Tú no renuncias jamás a este amor, que ensalza al hombre y a la Iglesia, imponiendo a uno y a otra precisas exigencias.

¿Podemos nosotros “disminuir” este amor?. Y ¿no lo disminuimos cuantas veces, a causa de la debilidad del hombre, sentenciamos que se debe renunciar a las exigencias que él impone?

7. “Orad pues al dueño de la mies para que mande obreros a su mies ... ” (Mt 9. 38).

En el día del Jueves Santo, día del nacimiento del sacerdocio de cada uno de nosotros, vemos con los ojos de la fe toda la inmensidad de este amor que en el Misterio pascual te ha impulsado a hacerte “obediente hasta la muerte” y en esta luz vemos también mejor nuestra indignidad. Sentimos necesidad de decir, hoy más que nunca: “Señor, yo no soy digno ... ”

Verdaderamente “somos siervos inútiles” (Lc 17. 10).

Procuramos no obstante ver esta nuestra indignidad e “inutilidad” con una sencillez tal que nos haga hombres de gran esperanza. “La esperanza no queda confundida” porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).

Este Don es precisamente fruto de tu amor: es el fruto del Cenáculo y del Calvario.

Fe, esperanza y caridad deben ser la medida adecuada para nuestras valoraciones e iniciativas.

Hoy, en el día de la institución de la Eucaristía, Te pedimos con la más profunda humildad y con todo el fervor de que somos capaces que ella sea celebrada en toda la tierra por los ministros llamados a ello, para que a ninguna comunidad de discípulos y confesores tuyos falte este santo sacrificio y alimento Espiritual.

8. La Eucaristía es sobre todo un don para la Iglesia. Don inefable. También el sacerdocio es un don para la Iglesia, en función de la Eucaristía.

Hoy, cuando se dice que la comunidad tiene derecho a la Eucaristía, se debe recordar particularmente que Tú has recomendado a tus discípulos “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (cf. Mt 9. 38).

Si no se Reza con fervor, si no nos empeñamos con todas las fuerzas a fin de que el Señor mande a las comunidades buenos ministros de la Eucaristía, ¿se puede entonces afirmar con convicción interna, que “la comunidad tiene derecho”?

Si tiene derecho... entonces tiene derecho al don. Un don no puede tratarse como si no fuera don. Se debe rezar con insistencia para conseguir tal don. Se debe pedirlo de rodillas.

Por consiguiente, ‑considerando que la Eucaristía es el don más grande del Señor a la Iglesia es preciso pedir sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la Iglesia.

En este Jueves Santo, reunidos junto con los Obispos en nuestras asambleas sacerdotales, Te pedimos, Señor, que nos invada siempre la grandeza del Don, que es el Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre.

Haz que nosotros, en conformidad interior con la economía de la gracia y con la ley del don, roguemos sin cesar al dueño de la mies, y que nuestra invocación brote de un corazón puro, que tenga en sí la sencillez y la sinceridad de los verdaderos discípulos. Entonces Tú, Señor, no rechazarás nuestra súplica.

9. Tenemos que clamar hacia Ti con una voz tan fuerte como lo exigen la grandeza de la causa y la elocuencia de la necesidad de los tiempos. Y por eso, clamamos suplicantes.

No obstante, tenemos plena conciencia de que no sabemos pedir lo que nos conviene” (Rm 8, 26). ¿No es quizá así, dado que tocamos un problema que nos desborda?. Precisamente, éste es nuestro problema. No hay otro que sea tan nuestro como este.

El día del Jueves Santo es nuestra fiesta. Pensamos al mismo tiempo en aquellos campos, que “ya están amarillos para la siega” (Jn 4, 35). Por esto, tenemos confianza en que el Espíritu vendrá “en ayuda de nuestra flaqueza el que “aboga por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Porque es siempre el Espíritu que “rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo” (Const. dogm. Lumen gentium, 4).

10. No consta que tu Madre estuviera en el Cenáculo del Jueves Santo. Sin embargo, nosotros te imploramos principalmente por su intercesión. ¿Qué puede serle más querido que el Cuerpo y la Sangre de su propio Hijo, entregado a los Apóstoles en el Misterio Eucarístico, el Cuerpo y la Sangre que nuestras manos sacerdotales ofrecen incesantemente en sacrificio por la “vida del mundo”? (Jn 6. 51).

Por esto, a través de Ella, especialmente hoy, todos nosotros te damos gracias.
― Ya través de Ella imploramos que se renueve nuestro sacerdocio en la fuerza del Espíritu Santo;
― que brille en él la humilde y fuerte certeza de la vocación y de la misión;
― que crezca la disponibilidad al servicio sagrado.

¡Cristo del Cenáculo y del Calvario! acógenos a todos nosotros, que somos los sacerdotes del Año del Señor 1982 y santifícanos nuevamente con el misterio del Jueves Santo. Amén.

CALENDARIO

8 VIERNES DE LA XIV SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria

Misa
de feria (verde).
MISAL: cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5), Pf. común.
LECC.: vol. III-par.
- Os 14, 2-10. No llamaremos ya «nuestro Dios» a la obra de nuestras manos.
- Sal 50. R. Mi boca proclamará tu alabanza.
- Mt 10, 16-23. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 9 de julio, pág. 406.
CALENDARIOS: Franciscanas Misioneras de María: Santas María Herminia y compañeras, mártires (MO).
O. Cist. y OCSO: Beato Eugenio III, papa, cisterciense (MO).
OFM: Santos Gregorio Grassi, obispo, y María Herminia, virgen, y compañeras, mártires (ML).
Orden de San Juan de Jerusalén: Beato Adrián de Fortescue, mártir (MO). Dominicos: (ML).

TEXTOS MISA

Misa de la feria: del XIV Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario)

Misa de Difuntos:
III. EN DIVERSAS CONMEMORACIONES.
B. Por varios o por todos los difuntos 5


Antífona de entrada Sal 104, 3-4
Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro.
Laetétur cor quaeréntium Dóminum; quaeritis Dóminum et confirmámini, quaerite fáciem eius semper.

Monición de entrada

Celebramos la muerte en Cristo de nuestros hermanos. La fe nos asegura que el que cree en Cristo, aunque haya muerto, vivirá. Que el Misterio pascual de Cristo, que nos disponemos a celebrar, aliente en nosotros esta fe y esta esperanza. Y puesto que nuestros hermanos profesaron esta misma fe, les encomendamos a las manos misericordiosas de Dios para que alcancen la gloria y la vida para siempre que esperaron.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, Señor de vivos y muertos, que derramas sobre todos tu misericordia, humildemente te suplicamos que aquellos por quienes oramos, consigan, en tu bondadosa clemencia, el perdón de sus pecados, y, felices, gocen contigo alabándote siempre. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui vivórum domináris simul et mortuórum, omniúmque miseréris, te supplíciter exorámus, ut, pro quibus effúndimus preces, pietátis tuae cleméntia delictórum suórum véniam consequántur, et de te beáti congáudeant ac te sine fine colláudent. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Viernes de la XIV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Os 14, 2-10
No llamaremos ya «nuestro Dios» a la obra de nuestras manos

Lectura de la profecía de Oseas.

Esto dice el Señor:
«Vuelve, Israel, al Señor tu Dios,
porque tropezaste por tu falta.
Tomad vuestras promesas con vosotros,
y volved al Señor.
Decidle: «Tú quitas toda falta,
acepta el pacto.
Pagaremos con nuestra confesión:
Asiria no nos salvará,
no volveremos a montar a caballo,
y no llamaremos ya “nuestro Dios”
a la obra de nuestras manos.
En ti el huérfano encuentra compasión».
«Curaré su deslealtad,
los amaré generosamente,
porque mi ira se apartó de ellos.
Seré para Israel como el rocío,
florecerá como el lirio,
echará sus raíces como los cedros del Líbano.
Brotarán sus retoños
y será su esplendor como el olivo,
y su perfume como el del Líbano.
Regresarán los que habitaban a su sombra,
revivirán como el trigo,
florecerán como la viña,
será su renombre como el del vino del Líbano.
Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos?
Yo soy quien le responde y lo vigila.
Yo soy como un abeto siempre verde,
de mí procede tu fruto».
¿Quién será sabio, para comprender estas cosas,
inteligente, para conocerlas?
Porque los caminos del Señor son rectos:
los justos los transitan,
pero los traidores tropiezan en ellos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial SaI 50, 3-4. 8-9. 12-13. 14y 17 (R.: 17b)
R.
 Mi boca proclamará tu alabanza.
Os meum annuntiábit laudem tuam, Dómine.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Mi boca proclamará tu alabanza.
Os meum annuntiábit laudem tuam, Dómine.

V. Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
R. Mi boca proclamará tu alabanza.
Os meum annuntiábit laudem tuam, Dómine.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
R. Mi boca proclamará tu alabanza.
Os meum annuntiábit laudem tuam, Dómine.

V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
R. Mi boca proclamará tu alabanza.
Os meum annuntiábit laudem tuam, Dómine.

Aleluya Jn 16, 13a; 14 26d
R.
 Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena, y os irá recordando todo lo que os he dicho. R.
Cum vénerit Spíritus veritátis, docébit vos omnen veritátem; et súggeret vobis ómnia quæcúmque díxero vobis.

EVANGELIO Mt 10, 16-23
No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.
Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra.
En verdad os digo que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Ángelus 26-diciembre-2016
Hoy también la Iglesia, para dar testimonio de luz y de verdad, en distintos lugares experimenta duras persecuciones, hasta la suprema prueba del martirio. ¡Cuántos de nuestros hermanos y hermanas en la fe padecen injusticias, violencias y son odiados a causa de Jesús! Yo os digo una cosa, los mártires de hoy son de mayor número respecto a los de los primeros siglos. Cuando leemos la historia de los primeros siglos, aquí, en Roma, leemos mucha crueldad contra los cristianos; yo os digo: la misma crueldad existe hoy y en número mayor contra los cristianos. Hoy queremos pensar en los que sufren persecuciones, y estar cerca de ellos con nuestro afecto, nuestra oración y también nuestro llanto. 


Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XXXII

Con la confianza de hijos que suscita en nuestros corazones el Espíritu de Cristo, elevemos la oración común a Dios Padre misericordioso.
- Para que la Iglesia sea siempre más comunidad de fe, de oración y de caridad. Oremos al Señor.
- Para que no falten nunca hombres y mujeres disponibles para acoger la llamada de Dios y ponerse al servicio de sus hermanos. Oremos al Señor.
- Para que los violentos dejen caer las armas, y todas las naciones de la tierra sean lugares de convivencia pacífica y cordial. Oremos al Señor.
- Para que el Espíritu del Señor conceda salud a los enfermos, consuelo a los tristes, la vida eterna a nuestros difuntos, esperanza y paz a todo el mundo. Oremos al Señor.
Oh Padre, fuente de todo bien, te hemos expuesto con humilde confianza nuestras intenciones; escucha benigno nuestra oración, movido por tu inmensa bondad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.

Misa de Difuntos:
Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, aceptada la ofrenda de este sacrificio, concede a tus siervos [N. N.] participar en las abundantes riquezas de tu Hijo Jesucristo, para que puedan resucitar con él y ser colocados a su derecha. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Huius sacrifícii, Deus, oblatióne suscépta, da fámulis tuis (N. et N.) abundántiae Christi divitiárum esse partícipes, ut cum eódem Fílio tuo resuscitári váleant et ad eius déxteram collocári. Per Christum.

PREFACIO V DE DIFUNTOS
NUESTRA RESURRECCIÓN POR MEDIO DE LA VICTORIA DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque el ser llamados de nuevo a la vida es obra de tu amor y gracia, ya que, habiendo muerto a causa del pecado, los redimidos por la victoria de Cristo hemos sido llamados con él a la vida.
Por eso, con las virtudes del cielo te aclamamos continuamente en la tierra alabando tu gloria sin cesar:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Quia, etsi nostri est mériti quod perímus, tuae tamen est pietátis et grátiae quod, pro peccáto morte consúmpti, per Christi victóriam redémpti, cum ipso revocámur ad vitam.
Et ídeo, cum caelórum Virtútibus, in terris te iúgiter celebrámus, maiestáti tuae sine fine clamántes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

Antífona de comunión Sal 30, 17-18

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, no quede yo defraudado tras haber acudido a ti.
Illúmina fáciem tuam super servum tuum, et salvum me fac in tua misericórdia. Dómine, non confúndar, quóniam invocávi te.

Oración después de la comunión
Escucha, oh, Dios, a tus hijos que han sido alimentados con el sacramento de salvación y, ya que has resucitado de entre los muertos a Cristo tu Unigénito por el Espíritu Santo, concede a tus fieles [N. y N.] la alegría de la vida inmortal. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Exáudi, Deus, tuos sacraménto salútis fílios enutrítos, et, qui Christum Unigénitum tuum per Sanctum Spíritum e mórtuis suscitásti, fidélibus tuis (N. et N.) immortalitátis et vitae concéde laetítiam. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 9 de julio
S
antos Agustín Zhao Rong, presbítero, Pedro Sans i Jordá, obispo, y compañeros, mártires
*, que en diversos lugares de China y en distintos tiempos fueron valerosos testigos del Evangelio de Cristo con sus palabras y sus obras, y caídos victimas de persecución por haber predicado y confesado la fe, merecieron pasar al banquete eterno de la gloria. (ss. XVII/XVIII). 
*Son sus nombres: santos obispos Luis Versiglia, Antonio Fantosati, Francisco Fogolla, Gabriel Taurino Dufresse y Gregorio Grassi; los presbíteros Cesidio Giacomantonio, Elía Facchini, Juan de Triora (Francisco María) Lantrua, José María Gambaro, Teodorico Balat, de la Orden de Hermanos Menores; Francisco Díaz del Rincón, Francisco Fernández de Capillas, Francisco Serrano, Joaquín Royo, Juan Alcober, de la Orden de Predicadores; León Ignacio Mangín, Modesto Andlauer, Pablo Denn, Remigio Isoré, de la Compañía de Jesús; Alberico Crescitelli, del Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras; Augusto Chapdelaine y Juan Pedro Néel, de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París; Calisto Calavario, salesiano; Francisco Regis Clet, de la Congregación de la Misión; Pablo Liu Hanzuo y Tadeo Liu Ruiting; también María Paz (María Ana) Giuliani, María de Santa Natalia (Juana María) Kerguin, María de San Justo (Ana Francisca) Moreau, María Adolfina (Ana Catalina) Dierk, María Amandina (Paulina) Jeuris, María Clara (Clelia) Nanetti, María Emellina de Jesús (Irma) Grivot, vírgenes del Instituto de Franciscanas Misioneras de María; José Zhang Wenlan y Pablo Chen Changpin, seminaristas; Juan Wang Rui, Juan Zhang Huan, Juan Zhang Jingguang, Patricio Donng Bodi, Felipe Zhang Zhihe, Andrés Bauer, Francisco Zhang Rong, Matías Feng De, Pedro Wu Anpeng, Pedro Zahang Banniu, Simón Chen Ximan, Tomás Shen Jihe, religiosos; Jerónimo Lu Tingmei, Joaquín He Kaizhi, Juan Chen Xianheng, Juan Zhang Tianshen, José Zhang Dapeng, Lorenzo Wang Bing, Lucía Yi Zhenmei, Martín Wu Xuesheng, Pedro Liu Wenyuan, Pedro Wu Guosheng, catequistas; y Águeda Lin Zhao, Inés Cao Kuiying, Andrea Wang Tianquing, Ana An Jiaozhi, Ana An Xinzhi, Ana Wang, Bárbara Cui Lianzhi, Isabel Qin Bianzhi, Santiago Yan Guodong, Santiago Zhao Quanxin, Juan Bautista Lou Tingyin , Juan Bautista Wu Mantang, Juan Bautista Zhao Mingxi, Juan Bautista Zhou Wurui, Juan Wang Guixin, Juan Bautista Wu Mantang, Juan Bautista Zhao Mingxi, Juan Bautista Zhoy Wurui, Juan Wuang Guixin, Juan Wu Weniyin, José Ma Taishun, José Wang Guiji, José Wang Yumei, José Yuan Gengyin, José Yuan Zaide, Lang Yangzhi, Lorenzo Bai Xiaoman, Lucía Wang Cheng, Lucía Wang Wangzhi, Magdalena Du Fengju, Marcos Ji Tianxiang, María An Guozhi, María An Lihua, María Du Tianshi, María Du Zhaozhi, María Fan Kun, María Fu Guilin, María Guo Lizhi, María Qi Yu, María Wang Lizhi, María Zhao Guozhi, María Zhao, María Zheng Xu, María Zhou Wuzhi, Marta Wang Louzhi, Pablo Ke Tingzhu, Pablo Lang Fu, Pablo Liu Jinde, Pablo Wu Juan, Pablo Wu Wanshu, Pedro Li Quanhui, Pedro Liu Ziyu, Pedro Wang Erman, Pedro Wang Zuolong, Pedro Zhao Mingzhen, Pedro Zhou Rixin, Ramón Li Quanzhen, Rosa Chen Aixie, Rosa Fan Hui, Rosa Zhao, Simón Qin Chunfu, Teresa Chen Jinxie, Teresa Zhang Hezhi, Xi Guizi y Zhang Huailu, seglares.
2*. En Reggio, en la región de Emilia-Romaña, en Italia, beata Juana Scopelli, virgen de la Orden Carmelitana, que con los donativos de sus conciudadanos, fundó un monasterio y con la oración consiguió proporcionar pan a sus hermanas en el refectorio. (1491)
3*. En Londres, en Inglaterra, beato Adriano Fortescue, mártir, padre de familia y caballero, que, acusado calumniosamente de traición en tiempo del rey Enrique VIII, fue encarcelado dos veces y llevó finalmente a término el martirio al ser decapitado. (1539)
4. En Brielle, a orillas del río Mosa, en Holanda, pasión de los santos mártires Nicolás Pieck, presbítero, y de sus diez compañeros religiosos de la Orden de los Hermanos Menores y ocho del clero diocesano o regular*, todos los cuales, por defender la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la autoridad de la Iglesia Romana, fueron sometidos por los calvinistas a toda clase de escarnios y tormentos, concluyendo al fin su commbate al ser ahorcados. (1572) 
* Cuyos nombres son: santos Jerónimo de Weert, Teodorico van der Eem, Nicasio de Heeze, Willechadus de Dania, Godefrido de Merguele Coart, Antonio de Hoornaert, Antonio de Werta y Francisco de Rauga, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores, y Pedro de Asco van der Slagmolen y Cornelio de Dorestado, religiosos de la misma Orden; Juan Lenaerts, canónigo regular de San Agustín; Juan Coloniense, presbítero de la Orden de Predicadores; Adriano d´Hilvarenbeek, Santiago Lacops, presbítero de la Orden Premostratense; Leonardo Vechel, Nicolás Poppel, Godefrido van Duynen, Andrés Wouters, presbíteros.
5. En Città del Castello, en Umbría, Italia, santa Verónica Giuliani, abadesa de la Orden de Clarisas Capuchinas, quien, dotada de singulares carismas, participó corporal y espiritualmente de la pasión de Cristo, y por esto fue puesta bajo custodia por cincuenta días, durante los cuales dio siempre pruebas de admirable paciencia y obediencia. (1685)
6*. En Orange, ciudad de Provenza, en Francia, beatas Melania Mariana, Magdalena Guilhermier y Mariana Margarita de los Ángeles de Rocher, vírgenes de la Orden de Santa Úrsula, mártires durante la Revolución Francesa. (1794)
7. En la ciudad de Guiyang, en la provincia de Guizhou, en China, san Joaquín He Kaizhi, catequista y mártir, estrangulado por su fe en Cristo. (1839)
8. En la ciudad de Taiyuan, en la provincia de Shanxi, también en China, pasión de los santos mártires Gregorio Grassi y Francisco Fogolla, obispos de la Orden de los Hermanos Menores, y de otros veinticuatro compañeros*, todos ellos asesinados por odio al cristianismo, durante la persecución llevada a cabo por los secuaces del movimiento de los Yihetuan. (1900)
*Cuyos nombres son: santos Elías Facchini, Teodorico Balat, presbíteros, y Andrés Bauer, religioso, de la Orden de Hermanos Menores; María Ermellina de Jesús (Irma) Grivot, María Paz (María Ana) Giuliani, María Clara (Clelia) Nanetti, María de Santa Natalia (Juana María) Kerguin, María de San Justo (Ana Francisca) Moreau, María Adolfina (Ana Catalina) Dierk, María Amandina (Paulina) Jeuris, Religiosas del Instituto de Franciscanas Misioneras de María; y también Juan Zhang Huan, Patricio Dong Bodi, Felipe Zhang Zhihe, Juan Zhang Jingguang, Juan Wang Rui, Tomás Shen Jihe, Simón Chen Ximan, Pedro Wu Anpeng, Francisco Zhang Rong, Matías Feng De, Santiago Yan Guodong, Pedro Zhang Banniu, Santiago Zhao Quanxin y Pedro Wang Erman.
9*. En San Pablo, ciudad de Brasil, beata Paulina del Corazón de Jesús Agonizante (Amábilis) Visintainer, virgen, la cual, habiendo venido de Italia al Brasil siendo aún niña, tras abrazar la vida religiosa fundó la Congregación de Hermanitas de la Inmaculada Concepción, para atender a enfermos y pobres, a los sirvió con gran humildad y en asidua oración, soportando muchos trabajos y penalidades. (1942)
10*. En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, en Alemania, beato Fidel Chijnacki, religioso de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que en tiempo de guerra, deportado de Polonia, su patria, por haber confesado a Cristo, fue internado en aquel lugar y martirizado terriblemente, por lo que mereció la gloria eterna. (1942)
11*. En Roma, beata María de Jesús Crucificado Petkovic, virgen, que habiendo nacido en la población de Blato, en la isla de Korcula, en Croacia, se dedicó fervientemente a la oración y a las obras de caridad, y fundó la Congregación de Hermanas Hijas de la Misericordia, agregada a la Tercera Orden Regular de San Francisco, al servcio de los enfermos y de los marginados. (1966)
- Beato Luigi Caburlotto (1817- Venecia, Italia 1897). Sacerdote diocesano, párroco, fundador del Instituto Hijas de San José.

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