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sábado, 4 de junio de 2022

Sábado 9 julio 2022, Sábado de la XIV del Tiempo Ordinario o santa María en sábado, memoria libre o santos Agustín Zhao Rong, presbítero, y compañeros, mártires, memoria libre.

SOBRE LITURGIA

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA SACRAE DISCIPLINAE LEGES (25-enero-1983)
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II

PARA LA PROMULGACIÓN DEL NUEVO CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

A los venerables hermanos cardenales, arzobispos, obispos,
presbíteros, diáconos
y a todos los demás miembros del Pueblo de Dios


Las leyes de la sagrada disciplina, la Iglesia católica las ha ido reformando y renovando en los tiempos pasados, a fin de que, en constante fidelidad a su divino Fundador, se adaptasen cada vez mejor a la misión salvífica que le ha sido confiada. Movido por este mismo propósito, y dando finalmente cumplimiento a la expectativa de todo el orbe católico, dispongo hoy, 25 de enero del año 1983, la promulgación del Código de Derecho Canónico después de su revisión. Al hacer esto, mi pensamiento se dirige al mismo día del año 1959, cuando mi predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, anunció por vez primera la decisión de reformar el vigente Corpus de las leyes canónicas, que había sido promulgado en la solemnidad de Pentecostés del año 1917.

Esta decisión de la reforma del Código fue tomada juntamente con otras dos decisiones, de las que habló el Pontífice ese mismo día, a saber: la intención de celebrar el Sínodo de la diócesis de Roma y la de convocar el Concilio Ecuménico. Aunque el primero de estos acontecimientos no tiene íntima relación con la reforma del Código, sin embargo, el otro, es decir, el Concilio, es de suma importancia en orden a nuestro tema y se vincula estrechamente con él.

Y si se nos pregunta por qué Juan XXIII creyó necesario reformar el Código vigente, quizá se pueda encontrar la respuesta en el mismo Código promulgado el año 1917. Además hay otra respuesta, que es la primordial, a saber: la reforma del Código parece que la quería y exigía claramente el mismo Concilio, que había fijado su atención principalmente en la Iglesia.

Es evidente que, cuando se hizo el primer anuncio de la revisión del Código, el Concilio era una empresa todavía del futuro. Hay que añadir que los documentos de su magisterio, y señaladamente su doctrina en torno a la Iglesia, fueron elaborados durante los años 1962-1965; sin embargo, todos pueden ver cómo fue acertadísima la intuición de Juan XXIII, y hay que decir con toda razón que su decisión fue providencial para el bien de la Iglesia.

Por lo tanto, el nuevo Código que se publica hoy ha requerido necesariamente el trabajo precedente del Concilio; y, aunque fuera anunciado juntamente con la Asamblea ecuménica, sin embargo, cronológicamente viene después de ella, ya que los trabajos emprendidos para preparar el nuevo Código, al tener que basarse en el Concilio, no pudieron comenzar hasta la conclusión del mismo.

Al dirigir hoy el pensamiento al comienzo del largo camino, o sea, al 25 de enero de 1959 y a la misma persona de Juan XXIII, promotor de la revisión del Código, debo reconocer que este Código ha surgido de una misma y única intención, que es la de reformar la vida cristiana. Efectivamente, de esta intención ha sacado el Concilio sus normas y su orientación.

Si pasamos ahora a considerar la naturaleza de los trabajos que han precedido a la promulgación del Código, así como a la manera con que se han llevado a cabo, especialmente durante los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo I, y luego hasta nuestros días, es necesario absolutamente poner de relieve con toda claridad que estos trabajos fueron llevados a término con un espíritu plenamente colegial. Y esto no sólo se refiere al aspecto externo de la obra, sino que afecta también profundamente a la esencia misma de las leyes elaboradas.

Ahora bien: esta nota de colegialidad, que caracteriza tan notablemente el proceso de elaboración del presente Código, corresponde perfectamente al magisterio y a la índole del Concilio Vaticano II. Por lo cual, el Código, no sólo por su contenido, sino también ya desde su primer comienzo, demuestra el espíritu de este Concilio, en cuyos documentos la Iglesia, universal “sacramento de salvación” (cf. Lumen gentium, 9, 48), es presentada como Pueblo de Dios y su constitución jerárquica aparece fundada sobre el Colegio de los Obispos juntamente con su Cabeza.

En virtud de esto, pues, lo obispos y los Episcopados fueron invitados a prestar su colaboración en la preparación del nuevo Código, a fin de que, a través de un camino tan largo, con un método colegial en todo lo posible, madurasen poco a poco las fórmulas jurídicas que luego habrían de servir para uso de toda la Iglesia.

Además, en todas las fases de esta empresa participaron en los trabajos también los peritos, esto es, hombres especializados en la doctrina teológica, en la historia y, sobre todo, en el derecho canónico, los cuales fueron elegidos de todas las partes del mundo.

A todos y a cada uno de ellos quiero manifestar hoy los sentimientos de mi más honda gratitud.

Ante todo, tengo presentes las figuras de los cardenales difuntos, que presidieron la Comisión preparatoria: el cardenal Pietro Ciriaci, que comenzó la obra, y el cardenal Pericle Felici, que durante muchos años dirigió el iter de los trabajos casi hasta su término. Pienso, además, en los secretarios de la misma Comisión: el Rvdmo. Mons. Giacomo Violardo, más tarde cardenal, y el P. Raimundo Bidagor, de la Compañía de Jesús, los cuales prodigaron los tesoros de su doctrina y sabiduría en la realización de esta tarea. Con ellos recuerdo a los cardenales, arzobispos, obispos y a todos los que han sido miembros de la Comisión, así como a los consultores de cada uno de los grupos de estudio que se han dedicado, durante estos años, a un trabajo tan arduo, y a los que en este tiempo ha llamado Dios al premio eterno. Por todos ellos sube a Dios mi oración de sufragio.

Pero también quiero recordar a las personas que aún viven, comenzado por el actual propresidente de la Comisión, el venerable hermano Mons. Rosalío Castillo Lara, que durante tantísimo tiempo ha trabajado egregiamente en una empresa de tanta responsabilidad, pasando después al querido hijo Mons. Willy Onclin, sacerdote, que con sus asiduos y diligentes trabajos ha contribuido tanto para el feliz término de la obra, hasta a todos aquellos que en la misma Comisión, ya como miembros cardenales, ya como oficiales, consultores y colaboradores en los diversos grupos de estudio o en las oficinas, han prestado su apreciada aportación para elaborar y completar una obra tan importante y compleja.

Así, pues, al promulgar hoy el Código, soy plenamente consciente de que este acto es expresión de la autoridad pontificia, por esto reviste un carácter “primacial”. Pero soy igualmente consciente de que este Código, en su contenido objetivo, refleja la solicitud colegial por la Iglesia de todos mis hermanos en el Episcopado. Más aún: por cierta analogía con el Concilio, debe ser considerado como el fruto de una colaboración colegial en virtud de la confluencia de energías por parte de personas e instituciones especializadas esparcidas en toda la Iglesia.

Surge otra cuestión: qué es el Código de Derecho Canónico. Para responder correctamente a esa pregunta hay que recordar la lejana herencia de derecho contenida en los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la cual toma su origen, como de su fuente primera, toda la tradición jurídica y legislativa de la Iglesia.

Efectivamente, Cristo Señor no destruyó en modo alguno la ubérrima herencia de la Ley y de los Profetas, que había ido creciendo poco a poco por la historia y la experiencia del Pueblo de Dios, sino que la cumplió (cf. Mt 5, 17) de tal manera que ella misma pertenece de modo nuevo y más alto a la herencia del Nuevo Testamento. Por eso, aunque san Pablo, al exponer el misterio pascual, enseña que la justificación no es nada por las obras de la ley, sino por la fe (cf. Rom 3,28; Gál 2,16), sin embargo ni excluye la fuerza obligante del Decálogo (cf. Rom 13, 8-10; Gál 5, 13-25 y 6,2), ni niega la importancia de la disciplina en la Iglesia de Dios (cf. 1 Cor cap. 5 y 6). Así, los escritos del Nuevo Testamento nos permiten captar mucho más esa misma importancia de la disciplina y poder entender mejor los vínculos que la conexionan de modo muy estrecho con el carácter salvífico del anuncio mismo del Evangelio.

Siendo eso así, aparece suficientemente claro que la finalidad del Código no es en modo alguno sustituir en la vida de la Iglesia y de los fieles la fe, la gracia, los carismas y sobre todo la caridad. Por el contrario, el Código mira más bien a crear en la sociedad eclesial un orden tal que, asignando la parte principal al amor, a la gracia y a los carismas, haga a la vez más fácil el crecimiento ordenado de los mismos en la vida tanto de la sociedad eclesial como también de cada una de las personas que pertenecen a ella.

El Código, en cuanto que, al ser el principal documento legislativo de la Iglesia, está fundamentado en la herencia jurídica y legislativa de la Revelación y de la Tradición, debe ser considerado instrumento muy necesario para mantener el debido orden tanto en la vida individual y social, como en la actividad misma de la Iglesia. Por eso, además de los elementos fundamentales de la estructura jerárquica y orgánica de la Iglesia establecidos por el divino Fundador o fundados en la tradición apostólica o al menos en tradición antiquísima; y además de las normas principales referentes al ejercicio de la triple función encomendada a la Iglesia misma, es preciso que el Código defina también algunas reglas y normas de actuación.

El instrumento que es el Código es llanamente congruente con la naturaleza de la Iglesia cual es propuesta sobre todo por el magisterio del Concilio Vaticano II visto en su conjunto, y de modo particular por su doctrina eclesiológica. Es más, en cierto modo puede concebirse este nuevo Código como el gran esfuerzo por traducir al lenguaje canonístico esa misma doctrina, es decir, la eclesiología conciliar. Y aunque es imposible verter perfectamente en la lengua canonística la imagen de la Iglesia descrita por la doctrina del Concilio, sin embargo el Código ha de ser referido siempre a esa misma imagen como al modelo principal cuyas líneas debe expresar él en sí mismo, en lo posible, según su propia naturaleza.

De ahí vienen algunas normas fundamentales por las que se rige todo el nuevo Código, dentro de los limites de su propia materia, así como de la lengua suya que es coherente con tal materia.

Aún más: se puede afirmar que de ahí también proviene aquella nota por la que se considera al Código como complemento del magisterio propuesto por el Concilio Vaticano II, peculiarmente en lo referente a las dos constituciones, la dogmática y la pastoral.

De donde se sigue que la novedad fundamental que, sin separarse nunca de la tradición legislativa de la Iglesia, se encuentra en el Concilio Vaticano II, sobre todo en lo que se refiere a su doctrina eclesiológica, constituye también la novedad en el nuevo Código.

De entre los elementos que expresan la verdadera y propia imagen de la Iglesia, han de mencionarse principalmente éstos: la doctrina que propone a la Iglesia como el pueblo de Dios (cf. const. Lumen gentium cap. 2) y a la autoridad jerárquica como servicio (ibid., cap. 3); además, la doctrina que expone a la Iglesia como comunión y establece, por tanto, las relaciones mutuas que deben darse entre la Iglesia particular y la universal y entre la colegialidad y el primado; también la doctrina según la cual todos los miembros del pueblo de Dios participan, a su modo propio, de la triple función de Cristo, o sea, de la sacerdotal, de la profética y de la regia, a la cual doctrina se junta también la que considera los deberes y derechos de los fieles cristianos y concretamente de los laicos; y, finalmente, el empeño que la Iglesia debe poner por el ecumenismo.

Si, pues, el Concilio Vaticano II ha sacado del tesoro de la Tradición cosas antiguas y nuevas y su novedad se contiene en estos y otros elementos, es manifiestamente patente que el Código recibe en sí mismo la misma nota de fidelidad en la novedad y de novedad en la fidelidad y que se atiene a ella según su materia propia y su forma propia y peculiar de hablar.

El nuevo Código de Derecho Canónico ve la luz en el tiempo en que Obispos de toda la Iglesia no sólo piden su promulgación, sino que también la solicitan insistente y vehementemente.

Y es que, en realidad, el Código de Derecho Canónico es del todo necesario a la Iglesia. Por estar constituida a modo de cuerpo también social y visible, ella necesita normas para hacer visible su estructura jerárquica y orgánica, para ordenar correctamente el ejercicio de las funciones confiadas a ella divinamente, sobre todo de la potestad sagrada y de la administración de los sacramentos; para componer, según la justicia fundamentada en la caridad, las relaciones mutuas de los fieles cristianos, tutelando y definiendo los derechos de cada uno; en fin, para apoyar las iniciativas comunes que se asumen aun para vivir más perfectamente la vida cristiana, reforzarlas y promoverlas por medio de leyes canónicas.

Finalmente, las leyes canónicas exigen por su naturaleza misma ser observadas; por ello se ha puesto la máxima diligencia en la larga preparación del Código, para que se lograra una aquilatada formulación de las normas y éstas se basaran en sólido fundamento jurídico, canónico y teológico.

Considerado todo esto, es bien de desear que la nueva legislación canónica llegue a ser el instrumento eficaz con el que la Iglesia pueda perfeccionarse a sí misma según el espíritu del Concilio Vaticano II y se muestre cada día mejor dispuesta a realizar su función salvífica en este mundo.

Nos place encomendar a todos estas consideraciones nuestras al promulgar el Corpus principal de leyes eclesiásticas para la Iglesia latina.

Quiera Dios que el gozo y la paz con la justicia y la obediencia acompañen a este Código, y que lo que manda la cabeza lo observe el cuerpo.

Así, pues, confiado en la ayuda de la gracia divina, apoyado en la autoridad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, bien consciente de lo que realizo, acogiendo las súplicas de los obispos de todo el mundo que han colaborado conmigo con espíritu colegial, con la suprema autoridad de que estoy revestido, por medio de esta Constitución que tendrá siempre vigencia en el futuro, promulgo el presente Código tal como ha sido ordenado y revisado, y ordeno que en adelante tenga fuerza de ley para toda la Iglesia latina, y encomiendo su observancia a la custodia y vigilancia de todos aquellos a quienes corresponde. Y a fin de que todos puedan informarse más fácilmente y conocer a fondo estas disposiciones antes de su aplicación, declaro y dispongo que tengan valor de ley a partir del primer día de Adviento de este año 1983. Y esto sin que obsten disposiciones, constituciones, privilegios, incluso dignos de especial y singular mención, y costumbres contrarias.

Exhorto, pues, a todos los queridos hijos a que observen las normas propuestas con espíritu sincero y buena voluntad; tengo así la esperanza de que vuelva a florecer en la Iglesia una sabia disciplina y, en consecuencia, se promueva cada vez más la salvación de las almas, bajo la protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia.

Roma, Palacio del Vaticano, 25 enero 1983, V año de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II

CALENDARIO

9 SÁBADO.
Hasta la Hora Nona:
SÁBADO DE LA XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO o SANTA MARÍA EN SÁBADO, memoria libre o SANTOS AGUSTÍN ZHAO RONG, presbítero, y compañeros, mártires, memoria libre

Misa
de sábado (verde) o de la memoria de santa María (blanco) o de la memoria de santos Agustín y compañeros (rojo).
MISAL: para el sábado cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5) / para la memoria de santa María en sábado del común de la bienaventurada Virgen María o de las «Misas de la Virgen María», o de un domingo del T.O. / para la memoria de santos Agustín y comp. 1.ª orac. prop. y el resto del común de mártires (para vv. mártires), o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- Is 6, 1-8.
Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo.
- Sal 92. R. El Señor reina, vestido de majestad.
- Mt 10, 24-33. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.
o bien: cf. vol. IV, o bien cf. Leccionario de las «Misas de la Virgen María».

Liturgia de las Horas: oficio de sábado o de una de las memorias.

Martirologio: elogs. del 10 de julio, pág. 409.
CALENDARIOS: Congregación de los Sagrados Corazones: Nuestra Señora de la Paz (F).
Mercedarios: Santísimo Redentor (F).
Canónigos Regulares de Letrán: San Juan Ostenwijk, presbítero y mártir (MO).
Dominicos: Santos Juan de Colonia, presbítero, y compañeros, mártires (MO).
Jesuitas: Santos León Ignacio Mangin, presbítero, María Zhu Wu y compañeros, mártires (MO).
OFM Cap.: Santos Nicolás Pick, Willaldo y compañeros, mártires (MO).
Orden Premonstratense: Santos Adrián y Santiago, presbíteros (MO).
Paúles e Hijas de la Caridad: Santos Francisco Regis Clet, Aguntín Zhao Rong, presbíteros, y compañeros, mártires (MO).
Carmelitas: Beata Juana Scopelli, virgen (ML).
Pasionistas: Nuestra Señora, Madre de la santa Esperanza (ML).

9 SÁBADO. Después de la Hora Nona:
DECIMOQUINTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Tercera semana del Salterio
Misa
vespertina del XV Domingo del tiempo ordinario (verde).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

Misa del Sábado:
del XIV Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario).

Memoria de santa María:
Del Dulce Nombre de María

Antífona de entrada Cf Jdt 13, 18-19
El Señor Dios altísimo te ha bendecido, Virgen María, entre todas las mujeres de la tierra; porque ha sido glorificado tu nombre de tal modo que tu alabanza está siempre en la boca de todos.
Benedícta es tu, Virgo María, a Dómino Deo excélso prae ómnibus muliéribus super terram; quia nomen tuum ita magnificávit, ut non recédat laus tua de ore hóminum.

Oración colecta
Oh, Dios, que elegiste entre todas las mujeres a la bienaventurada Virgen María, llena de tu gracia, para hacerla Madre de tu Hijo, redentor nuestro, concede a quienes veneramos su santo Nombre superar los peligros del tiempo presente y obtener con ella la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui beátam Vírginem Maríam, grátia tua plenam, inter mulíeres elegísti, ut Fílii tui, Redemptóris nostri, fíeret Mater; concéde nobis, qui sanctum nomen eius venerámur, praeséntis témporis perícula declináre, et vitam cum ipsa cónsequi aetérnam. Per Dóminum.
O bien:
Oh, Dios, cuyo Hijo al expirar en el ara de la cruz, quiso que la santísima Virgen María, elegida como Madre suya, fuera también madre nuestra, concédenos en tu bondad que seamos fortalecidos por la invocación de su Nombre maternal quienes nos refugiamos seguros bajo su amparo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, cuius Fílius in ara crucis exspírans beatíssimam Vírginem Maríam Matrem vóluit esse nostram, quam suam elégerat, concéde propítius, ut, qui sub eius praesídium secúre confúgimus, matérno invocáto nómine confortémur. Per Dóminum.

Memoria de santos Agustín Zhao Rong y compañeros:
9 de julio
San Agustín Zhao Rong, presbítero, y compañeros, mártires
Mártires en China

Oración colecta propia de la memoria, el resto del común de mártires: I. Fuera del tiempo pascual. A. Para varios mártires 3.

Antífona de entrada Sal 36, 39
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro.
Salus iustórum a Dómino, et protéctor eórum est in témpore tribulatiónis.
O bien: Cf. Sab 3, 6-7. 9
El Señor probó a los elegidos como oro en crisol, y los aceptó como sacrificio de holocausto, en el día del juicio resplandecerán, porque la gracia y la misericordia son para los elegidos de Dios.
Tamquam aurum in fornáce probávit eléctos Dóminus, et quasi holocáusti hóstiam accépit illos; et in témpore erit respéctus illórum: quóniam donum et pax erit eléctis Dei.

Monición de entrada
Celebramos hoy a los santos Agustín Zhao Rong, presbítero, Pedro Sans i Jordá, obispo, y a sus compañeros, mártires, que en diversos lugares de China, en los siglos XVII y XVIII, fueron valerosos testigos del Evangelio de Cristo con sus palabras y sus obras. Sufrieron persecución por haber predicado y confesado la fe.

Oración colecta
Oh, Dios, que, mediante el testimonio de los santos mártires Agustín y compañeros fortaleciste a tu Iglesia con admirable largueza, concede a tu pueblo que se mantenga fiel a la misión que le encomendaste, obtenga los beneficios de la libertad y testifique la verdad en medio del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui per sanctórum mártyrum Augustini et sociorum confessiónem Ecclésiam tuam mirábili dispensatióne roborásti, concede, ut populus tuus, missióni sibi créditae fidélis, et increménta libertátis accípiat et veritátem coram mundo testificétur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la XIV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA Is 6, 1-8
Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo
Lectura del libro de Isaías.

En el año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 92, 1ab. 1c-2. 5 (R.: 1a)
R. El Señor reina, vestido de majestad.
Dóminus regnávit, decórem indútus est.

V. El Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido de poder. 
R. El Señor reina, vestido de majestad.
Dóminus regnávit, decórem indútus est.

V. Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.
R. El Señor reina, vestido de majestad.
Dóminus regnávit, decórem indútus est.

V. Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.
R. El Señor reina, vestido de majestad.
Dóminus regnávit, decórem indútus est.

Aleluya 1 Pe 4, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, bienaventurados vosotros, porque el Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. R.
Si exprobrámini in nómine Christi, beáti éritis, quóniam Spíritus Dei super vos requiéscit.

EVANGELIO Mt 10, 24-33
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo. Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos, Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Ángelus 25-junio-2017
el Señor sigue diciéndonos, como decía a los discípulos de su tiempo: "¡No tengáis miedo!". No olvidemos esta palabra: siempre, cuando nosotros tenemos alguna tribulación, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchamos la voz del Señor en el corazón: "¡No tengáis miedo! ¡No tener miedo, ve adelante! ¡Yo estoy contigo!". No tengáis miedo de quien se ríe de vosotros y os maltrata, y no tengáis miedo de quien os ignora o "delante" os honora pero "detrás" combate el Evangelio. Hay muchos que delante nos sonríen, pero luego, por detrás, combaten el Evangelio. Todos les conocemos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para Él. Por esto no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y Él nos acompaña. La Virgen María, modelo de humilde y valiente adhesión a la Palabra de Dios, nos ayude a entender que en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, sino la fidelidad a Cristo, reconociendo en cualquier circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XXXIII

Hermanos, cada día de nuestra vida es una gracia del Señor, ocasión que se nos ofrece para hacer el bien y construir el reino de Dios. Invoquemos al Padre del cielo para que nos conceda caminar siempre según su voluntad.
- Por la santa Iglesia, para que, conducida por el Espíritu del Señor, sepa reconocer en la vida de cada día los signos que revelan la presencia de Dios. Oremos al Señor.
- Por nuestros pastores, para que, mediante el ministerio y la santidad personal, sean educadores y padres en la fe. Oremos al Señor.
- Por los trabajadores, para que el esfuerzo cotidiano, necesario para el sustento de la familia, contribuya a hacer más justas y cordiales las relaciones en la sociedad. Oremos al Señor.
- Por todos nosotros, renacidos en el bautismo, para que el Señor nos preserve del pecado y nos haga crecer en la experiencia viva de su Espíritu. Oremos al Señor.
Asiste, oh Padre, a tus hijos en el camino de cada día y ayúdalos a vivir con gozo los acontecimientos de la vida cotidiana. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Memoria de santa María:
Oración de los fieles
Elevemos nuestra oración a Dios, fuente de la sabiduría, que revela sus misterios a los pobres y sencillos. Lo hacemos animados por la mediación de María, la humilde hija de Sion.
R. Danos, Señor, la sabiduría del corazón.
- Por los pastores del pueblo de Dios, para que sean fieles dispensadores de la palabra de verdad y no se dejen contagiar por la mentalidad engañosa del mundo. Oremos. R.
- Por los pobres y los que sufren, para que, experimentando el misterio de la cruz, sientan también la presencia cercana y maternal de María, madre nuestra. Oremos. R.
- Por las familias, para que guarden íntegro el sentido cristiano de la vida y resuelvan en el amor los problemas que surgen entre padres e hijos. Oremos. R.
- Por los jóvenes, para que busquen la verdad con corazón libre y puro, asumiendo las dificultades que conlleva la fidelidad al Evangelio. Oremos. R.
Acoge, Padre, nuestras súplicas y derrama sobre nosotros la luz de tu Espíritu para que, como María, sepamos glorificar tu nombre con la santidad de la vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Mira, Señor, estos dones ofrecidos, para que nuestros corazones, llenos de la luz del Espíritu Santo, por la intercesión de santa María, siempre Virgen, se esfuercen continuamente en adherirse a Cristo tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Munéribus, Dómine, oblátis inténde, ut corda nostra, Sancti Spíritus illustratióne perfúsa, beáta María semper Vírgine intercedénte, Christo Fílio tuo iúgiter stúdeant adhaerére. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV

Antífona de comunión Cf. Lc 1, 26. 27

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, el nombre de la virgen era María.
Missus est ángelus Gábriel a Deo ad vírginem, et nomen vírginis María.

Oración después de la comunión
Te pedimos, Señor, nos concedas que, fortalecidos en la mesa de la palabra y el sacramento, bajo la guía y patrocinio de santa María, rechacemos lo que es contrario al nombre cristiano y cumplamos cuanto en él se significa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Tríbue nobis, quaesumus, Dómine, quos ad verbi et sacraménti mensam roborásti, ut, beátae Maríae ductu et patrocínio, et illa respuámus, quae christiáno inimíca sunt nómini et ea, quae sunt apta, sectémur. Per Christum.

Memoria de santos Agustín Zhao Rong y compañeros:
Oración sobre las ofrendas
Recibe Señor, los dones de tu pueblo ofrecidos en honor de la pasión de tus santos mártires, y lo que dio fortaleza en la persecución a los santos N. y N., nos dé también a nosotros constancia en las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, múnera pópuli tui pro mártyrum tuórum passiónibus dicáta sanctórum, et, quae beátis N. et N. in persecutióne fortitúdinem ministrárunt, nobis quoque praebeant inter advérsa constántiam. Per Christum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV

Antífona de comunión Cf. Mc 8, 35
El que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará, dice el Señor.
Qui perdíderit ánimam suam propter me et Evangélium, salvam fáciet eam, dicit Dóminus.
O bien: Sab 3, 4
La gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad.
Si coram homínibus torménta passi sunt, spes electórum est immórtalis in aetérnum.

Oración después de la comunión
Señor, conserva en nosotros tu gracia, y el don que hemos recibido de ti en la fiesta de los santos mártires N. y N., nos conceda la salvación y la paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Consérva in nobis, Dómine, munus tuum, et quod, te donánte, pro festivitáte beatórum mártyrum N. et N. percépimus, et salútem nobis praestet et pacem. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 10 de junio

1. En Roma, santos mártires Félix y Felipe, que están enterrados en el cementerio de Priscila; Vital, Marcial y Alejandro, en el de los Jordanos; Silano, en el de Máximo; y Jenaro, en el de Pretextato, cuya memoria recuerda y conmemora hoy conjuntamente la Iglesia Romana, sintiéndose honrada con sus triunfos y protegida por la intercesión de tantos y tan ejemplares santos. (s. inc.)
2. En Roma, en la novena milla de la vía Cornelia, santas Rufina y Segunda, mártires. (s. inc.)
3. En el territorio de Sabina, hoy región del Lacio, también en Italia, santas Anatolia y Victoria, mártires. (s. inc.)
4. En la provincia romana de África Proconsular, actual Túnez, santos Jenaro y Marino, mártires. (s. inc.)
5. En Konya, lugar de Licaonia, Turquía actualmente, san Apolonio de Sardes, mártir, de quien se dice que sufrió el martirio de la crucifixión. (s. inc.)
6. En Nicópolis, ciudad de la antigua Armenia, ahora también en la actual Turquía, santos mártires Leoncio, Mauricio, Daniel, Antonio, Aniceto, Sisinio y otros, que en tiempo del emperador Licinio, y siendo prefecto Lisias, fueron martirizados de diversos modos. (s. IV)
7. En Pisidia, de nuevo Turquía, santos Bianor y Silvano, mártires. (s. IV)
8*. En Nantes, en Bretaña Menor, hoy Francia, san Pascario, obispo, que acogió a san Hermelando, a quien había llamado del convento de Fontenelle, al miso tiempo que a doce monjes, y lo envió a la isla de Antros para que fundase allí un monasterio. (s. VII)
9. En Tamise, en Flandes, actualmente Bŕlgica, santa Amalberga, a quien san Wilibrordo impuso el velo de las vírgenes consagradas. (s. VIII)
10*. En Perugia, en la región de Umbría, en la Italia actual, san Pedro Vincioli, presbítero y abad, que reconstruyó la ruinosa iglesia dedicada a san Pedro, y a ella unió un monasterio en el que, tras vencer gran oposición y con gran paciencia, introdujo los usos y costumbres cluniacenses. (1007)
11. En Odense, ciudad de Dinamarca, san Canuto, mártir, rey de ardiente celo, que incremento en su reino culto divino, promovió el estado clerical y, después de haber fundado las iglesias de Lund y Odense, fue finalmente asesinado por unos sediciosos. (1086)
12*. En Orange, ciudad de la Provenza, en Francia, beatas María Gertrudis de Santa Sofía de Ripert d´Alauzin e Inés de Jesús (Silvia) de Romillon, vírgenes de la Orden de Santa Úrsula, mártires durante la Revolución Francesa. (1794)
13. En la ciudad de Dong Hoi, en Annam, hoy Vietnam, santos Antonio Nguyen Huu (Nam) Quynh y Pedro Nguyen Khac Tu, mártires y catequistas, que en tiempo del emperador Minh Mang fueron estrangulados por su fe en Cristo. (1840)
14*. En Damasco, en Siria, muerte de los mártires beatos Manuel Ruiz y López, presbítero, y diez compañeros*, de los cuales siete eran de la Orden de los Hermanos Menores y tres hermanos fieles de la Iglesia maronita, que, entregados fraudulentamente por un traidor, sufrieron toda clase de vejaciones a causa de su fe y consiguieron la palma del martirio con una muerte gloriosa. (1860)
* Cuyos nombres son: beatos Carmelo Volta, Pedro Soler, Nicolás María Alberca, Engelberto Kolland, Ascanio Nicanor, presbíteros; Francisco Pinazo y Juan Santiago Fernández, religiosos de la Orden de Hermanos Menores; Francisco, Moocio y Rafael Massabki, hermanos carnales.

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