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martes, 31 de diciembre de 2019

Rito de la Ordenación de Diáconos. Formulario I. Pontifical Romano nn. 193-219.

Pontifical Romano (2ª ed típica, España 1997)

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS

FORMULARIO I

RITO DE LA ORDENACIÓN DE DIÁCONOS

RITOS INICIALES Y LITURGIA DE LA PALABRA

193. Estando todo dispuesto, se inicia la procesión por la iglesia hacia el altar según el modo acostumbrado. Preceden los ordenandos al diácono portador del libro de los Evangelios que ha de utilizarse en la Misa y en la Ordenación. Siguen los demás diáconos, si los hay, los presbiteros concelebrantes y finalmente, el Obispo, con sus dos diáconos asistentes ligeramente detrás de él. Llegados al altar y hecha la debida reverencia se dirigen, todos a su respectivo lugar

Mientras tanto se reza la antífona de entrada con su salmo, u otro canto apropiado.

Antífona de entrada Cf. Jn 12, 26
El que quiera servirme, que me siga, dice el Señor; 
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].

Salmo 112

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre;
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

(Se repite la antifona)

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
Quién como el Señor, Dios nuestro?,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

(Se repite la antifona)

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en su casa,
como madre feliz de hijos.

(Se repite la antifona)

Antífona de entrada Cf. Jn 12, 26
El que quiera servirme, que me siga, dice el Señor; 
y donde está yo, allí también estará mi servidor [T. P. Aleluya].

194. Los ritos iniciales y la liturgia de la palabra se realizan del modo acostumbrado, hasta el Evangelio, inclusive.

Oración colecta
Oh, Dios, que enseñaste a los ministros de tu Iglesia 
a servir a los hermanos y no a ser servidos 
concede a estos siervos tuyos, 
que te has dignado elegir hoy para el ministerio diaconal, 
competencia en la acción, 
perseverancia en la plegaria 
y mansedumbre en el servicio. 
Por nuestro Señor Jesucristo.

195. Después de la lectura del Evangelio, el diácono deposita nuevamente y con toda reverencia el libro de los Evangelios sobre el altar, donde permanece hasta el momento de entregarlo a los ordenados.

ORDENACIÓN

196. Comienza después la Ordenación de diáconos. El Obispo se acerca, si es necesario, a la sede preparada para la Ordenación, y se hace la presentación de los candidatos.

Elección de los candidatos

197. Los ordenandos son llamados por el diácono de la forma siguiente:
Acercaos los que vais a ser ordenados diáconos.

E inmediatamente los nombra individualmente; cada uno de los llamados dice:
Presente.

Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.

198. Estando todos situados ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos a estos hermanos nuestros.

El Obispo le pregunta:
¿Sabes si son dignos?

Y él responde:
Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.

El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos.

Todos dicen:
Demos gracias a Dios.

O asienten a la elección de cualquier otra forma, según lo establecido en el número 11 de la Introducción general.

Homilía

199. Seguidamente, estando todos sentados, el Obispo hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas proclamadas en la liturgia de la palabra, habla al pueblo y a los elegidos sobre el ministerio de los diáconos, habida cuenta de la condición de los ordenandos, según se trate de elegidos casados y no casados, o solamente de elegidos no casados, o solamente de elegidos casados. Puede hablar de tal ministerio con éstas o parecidas palabras:

Queridos hermanos:

Ahora que estos hijos nuestros, de los cuales muchos de vosotros sois familiares y amigos, van a ser ordenados diáconos, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia.

Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudarán al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad, mostrándose servidores de todos. Como ministros del altar proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio y repartirán a los fieles el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Además, por encargo del Obispo, exhortarán tanto a los fieles como a los infieles, enseñándoles la doctrina santa, presidirán las oraciones, administrarán el bautismo, asistirán y bendecirán el matrimonio, llevarán el viático a los moribundos y presidirán los ritos exequiales.

Consagrados por la imposición de manos, que ha sido heredada de los Apóstoles, y vinculados al servicio del altar, ejercitarán el ministerio de la caridad en nombre del Obispo o del párroco. Con el auxilio de Dios deben trabajar de tal modo que reconozcáis en ellos a los verdaderos discípulos de aquél que no vino para que le sirvieran, sino para servir.

En cuanto a vosotros, hijos queridos, que vais a ser ordenados diáconos, el Señor os dio ejemplo para que lo que él hizo, vosotros también lo hagáis.

En vuestra condición de diáconos, es decir, de servidores de Jesucristo, que se mostró servidor entre los discípulos, siguiendo gustosamente la voluntad de Dios, servid con amor y alegria tanto a Dios como a los hombres. Y como nadie puede servir a dos señores, tened presente que toda impureza o afán de dinero es servidumbre a los ídolos.

Si son ordenados simultáneamente elegidos casados y no casados:

Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría.

Quienes de entre vosotros vais a ejercer el ministerio observando el celibato, debéis tener presente que el celibato será para vosotros símbolo. y, al mismo tiempo, estimulo de vuestra caridad pastoral
y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de regeneración sobrenatural.

Constituidos o no en el celibato, tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres. según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que el pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el ultimo día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor».

Si son ordenados solamente elegidos no casados:

Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría.

Ejerceréis vuestro ministerio observando el celibato: será para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de vuestra caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor  facilidad seréis ministros de la obra de regeneración sobrenatural.

Tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis
arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar, sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que el
pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el último día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa el banquete de tu Señor».

Si son ordenados solamente elegidos casados:

Al acceder libremente al Orden del diaconado, al igual que aquellos varones elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también vosotros debéis dar testimonio del bien, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría.

Tendréis por raíz y cimiento la fe. Mostraos sin mancha e irreprochables ante Dios y ante los hombres, según conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los santos misterios. No os dejéis
arrancar la esperanza del Evangelio, al que debéis no sólo escuchar sino además servir. Viviendo el misterio de la fe con alma limpia, mostrad en vuestras obras la palabra que proclamáis, para que pueblo cristiano, vivificado por el Espíritu Santo, sea oblación agradable a Dios, y vosotros, en el último día, podáis salir al encuentro del Señor, y oír de él estas palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor».

Promesa de los elegidos

200.
Después de la homilía, solamente se levantan los elegidos y se ponen de pie ante el Obispo, quien les interroga conjuntamente con estas palabras:

Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los diáconos debéis manifestar ante el pueblo vuestra voluntad de recibir este ministerio.

¿Queréis consagraros al servicio de la Iglesia por la imposición de mis manos y la gracia del Espíritu Santo?

Los elegidos responden todos a la vez:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Queréis desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de diáconos como colaboradores del Orden sacerdotal y en bien del pueblo cristiano?

Los elegidos:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Queréis vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el Apóstol, y de palabra y obra proclamar esta fe, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?

Los elegidos:
Si, quiero.

La siguiente interrogación ha de hacerse incluso a los religiosos profesos. Pero se omite si son ordenados solamente elegidos casados.

El Obispo:
Los que estáis preparados para abrazar el celibato: ¿Prometéis ante Dios y ante la Iglesia, como signo de vuestra consagración a Cristo, observar durante toda la vida el celibato por causa del Reino de los cielos y para servicio de Dios y de los hombres?

Los elegidos no casados responden:
Sí, lo prometo.

El Obispo:
(
Y todos vosotros), ¿queréis conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a vuestro género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según vuestra condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo mundo?

Los elegidos:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Queréis imitar siempre en vuestra vida el ejemplo de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre serviréis con vuestras manos?

Los elegidos:
Si, quiero, con la ayuda de Dios.

201. Seguidamente, cada uno de los elegidos se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo, a no ser que, según la Introducción general, número 11, se hubiere establecido otra cosa.

El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?

El elegido.
Prometo.

Mas si el Obispo no es su Ordinario, dice:
¿Prometes respeto y obediencia a tu Obispo?

El elegido:
Prometo.

Si el elegido es un religioso, el Obispo dice:
Prometes respeto y obediencia al Obispo diocesano y a tu Superior legitimo?

El elegido:
Prometo.

El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

Suplica litánica

202. Seguidamente. todos se levantan. El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueble, hace la invitación:

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
para que derrame bondadosamente
la gracia de su bendición
sobre estos siervos suyos
que ha llamado al Orden de los diáconos.

203. Entonces los elegidos se postran en tierra y se cantan las letanias, respondiendo todos; en los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie, y en los demás días de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.

En las letanias pueden añadirse, en su lugar respectivo, otros nombres de santos, por ejemplo, del patrono, del titular de la iglesia, del fundador, del patrono de quienes reciben la Ordenación, o algunas invocaciones más apropiadas a cada circunstancia.

Señor, ten piedad.
Kyrie, eleison.
Cristo, ten piedad.
Christe, eleison.
Señor, ten piedad.
Kyrie, eleison.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
San Miguel, ruega por nosotros.
Santos Ángeles de Dios, rogad por nosotros.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
San Pedro, ruega por nosotros.
San Pablo, ruega por nosotros.
San Andrés, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Juan, ruega por nosotros.
Santo Tomás, ruega por nosotros.
Santiago, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
San Bartolomé, ruega por nosotros.
San Mateo, ruega por nosotros.
San Simón, ruega por nosotros.
San Tadeo, ruega por nosotros.
San Matías, ruega por nosotros.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros.
San Esteban, ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros.
San Lorenzo, ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad, rogad por nosotros.
Santa Inés, ruega por nosotros.
San Gregorio,
 ruega por nosotros.
San Agustín,
 ruega por nosotros.
San Atanasio,
 ruega por nosotros.
San Basilio,
 ruega por nosotros.
San Martín,
 ruega por nosotros.
San Benito,
 ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo,
 rogad por nosotros.
San Francisco Javier,
 ruega por nosotros.
San Juan María Vianney,
 ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena,
 ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús,
 ruega por nosotros.
Santos y santas de Dios,
 rogad por nosotros.

Muéstrate propicio, líbranos, Señor.
De todo mal, líbranos, Señor.
De todo pecado, líbranos, Señor.
De la muerte eterna, líbranos, Señor.
Por tu encarnación, líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que gobiernes y conserves a tu santa Iglesia, 
te rogamos, óyenos.
Para que asistas al Papa y a todos los miembros del clero en tu servicio santo, 
te rogamos, óyenos.
Para que bendigas a estos elegidos (este elegido)te rogamos, óyenos.
Para que bendigas y santifiques a estos elegidos (este elegido)te rogamos, óyenos.
Para que bendigas, santifiques y consagres a estos elegidos (este elegido)te rogamos, óyenos.
Para que concedas paz y concordia a todos los pueblos de la tierra, te rogamos, óyenos.
Para que tengas misericordia de todos los que sufren, te rogamos, óyenos.
Para que nos fortalezcas y asistas en tu servicio santo, te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.

Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

204. Concluido el canto de las letanías el Obispo, en pie y con las manos extendidas, dice:

Señor Dios, escucha nuestras súplicas
y confirma con tu gracia
este ministerio que realizamos:
santifica con tu bendición a éstos
que juzgamos aptos
para el servicio de los santos misterios.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

El diácono, si el caso lo requiere, dice:
Podéis levantaros.

Y todos se levantan.

Imposición de manos y Plegaria de Ordenación

205.
Los elegidos se levantan, se acerca cada uno al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.

206. El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza de cada uno de los elegidos.

207. Estando todos los elegidos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:

Asístenos, Dios todopoderoso,
de quien procede toda gracia,
que estableces los ministerios
regulando sus órdenes;
inmutable en ti mismo, todo lo renuevas;
por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro
-palabra, sabiduría y fuerza tuya-,
con providencia eterna todo lo proyectas
y concedes en cada momento cuanto conviene.

A tu Iglesia, cuerpo de Cristo,
enriquecida con dones celestes variados,
articulada con miembros distintos
y unificada en admirable estructura
por la acción del Espíritu Santo,
la haces crecer y dilatarse
como templo nuevo y grandioso.

Como un día elegiste a los levitas
para servir en el primitivo tabernáculo,
así ahora has establecido tres órdenes de ministros
encargados de tu servicio.

Así también, en los comienzos de la Iglesia,
los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo,
eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano,
a siete varones acreditados ante el pueblo,
a quienes, orando e imponiéndoles las manos,
les confiaron el cuidado de los pobres,
a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño
a la oración y a la predicación de la palabra.

Te suplicamos, Señor, que atiendas propicio
a éstos tus siervos,
a quienes consagramos humildemente
para el orden del diaconado
y el servicio de tu altar.

ENVÍA SOBRE ELLOS, SEÑOR, EL ESPÍRITU SANTO,
PARA QUE FORTALECIDOS
CON TU GRACIA DE LOS SIETE DONES,
DESEMPEÑEN CON FIDELIDAD EL MINISTERIO.


Que resplandezca en ellos
un estilo de vida evangélica, un amor sincero,
solicitud por pobres y enfermos,
una autoridad discreta,
una pureza sin tacha
y una observancia de sus obligaciones espirituales.


Que tus mandamientos, Señor,
se vean reflejados en sus costumbres,
y que el ejemplo de su vida
suscite la imitación del pueblo santo;
que, manifestando el testimonio de su buena conciencia,
perseveren firmes y constantes con Cristo,
de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo
que no vino a ser servido sino a servir,
merezcan reinar con él en el cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Entrega del libro de los Evangelios

208. Concluida la Plegaria de Ordenación. se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. Los ordenados se levantan, y unos diaconos u otros ministros ponen a cada uno la estola al estilo diaconal y le visten la dalmática.

209. Mientras tanto, puede cantarse la antifona siguiente. con el salmo 83 (84) u otro canto apropiado de idénticas características que responda a la antífona, sobre todo cuando el salmo 83 (84) se hubiere utilizado como salmo responsorial en la Liturgia de la palabra.

Antífona
Dichosos los que habitan en tu casa, Señor. (T. P. Aleluya).

Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Antífona
Dichosos los que habitan en tu casa, Señor. (T. P. Aleluya).

No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antifona cuando todos los ordenados han recibido la dalmática.

210. Los ordenados, ya con sus vestiduras diaconales, se acercan al Obispo, quien entrega a cada uno, ante él arrodillado, el libro de los Evangelios, diciendo:

Recibe el Evangelio de Cristo,
del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo,
y cumple aquello que has enseñado.

211. Finalmente, el Obispo besa a cada ordenado, diciendo:
La paz contigo.

El ordenado responde:
Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos diáconos presentes.

212. Mientras tanto, puede cantarse la antifona siguiente con el salmo 145, u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antifona.

Antifona
Al que me sirva,
mi Padre que está en el cielo
lo premiará.
 (T. P. Aleluya).

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;

(Se repite la antifona)

exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.

(Se repite la antifona)

El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.

(Se repite la antífona)

El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

(Se repite la antifona)

Antifona
Al que me sirva,
mi Padre que está en el cielo
lo premiará.
(T. P. Aleluya).

No se dice Gloria al Padre. Pero se interrumpe el salmo y se repite la antifona, una vez que el Obispo y los diáconos hayan besado a los ordenados.

213. Prosigue la Misa como de costumbre. Se dice o no el Símbolo de la fe, según las rúbricas; se omite la oración universal.

LITURGIA EUCARÍSTICA

Oración sobre las ofrendas
Dios, Padre santo, 
cuyo Hijo quiso lavar los pies de los discípulos 
para darnos ejemplo, 
recibe los dones de nuestro servicio 
y haz que, al ofrecernos como oblación espiritual, 
nos llenemos de espíritu de humildad y de amor. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Se puede decir el prefacio II de las ordenaciones.
CRISTO, FUENTE DE TODO MINISTERIO EN LA IGLESIA
Este prefacio se puede decir en la misa en la ordenación de diáconos.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu único Hijo pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, que hubiese variedad de ministerios en la Iglesia.
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo,
para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión.
Ellos preceden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos. Ellos, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:
Santo, santo Santo…

214. En las Plegaria eucarística se hace mención de los diáconos recién ordenados, según las fórmulas siguientes:

I. Cuando se utiliza el Canon romano se dice Acepta, Señor, en tu bondad propio.
Acepta, Señor, en tu bondad, 
esta ofrenda de tus siervos 
y de toda tu familia santa; 
te la ofrecemos también por estos siervos tuyos 
que te has dignado promover al orden diaconal; 
conserva en ellos tus dones 
para que fructifique lo que han recibido de tu bondad. 
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]

II. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística II la mención se intercala en la intercesión Acuérdate, Señor.
Acuérdate, Señor, 
de tu Iglesia extendida por toda la tierra; 
y con el papa N., con nuestro obispo N.
llévala a su perfección por la caridad. 
Acuérdate también de estos siervos tuyos 
que has constituido hoy ministros de la Iglesia, 
y de todos los pastores que cuidan de tu pueblo.
Acuérdate también de nuestros hermanos 
que durmieron en la esperanza de la resurrección...

III. Cuando se utiliza la Plegaria eucarística III la mención se intercala en la intercesión Te pedimos, Padre, que esta Víctima.
Te pedimos, Padre, 
que esta Víctima de reconciliación 
traiga la paz y la salvación al mundo entero. 
Confirma en la fe y en la caridad 
a tu Iglesia, peregrina en la tierra: 
a tu servidor, el papa N.
a nuestro obispo N.
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, 
a estos siervos tuyos que han sido ordenados hoy 
ministros de la Iglesia, 
y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas...

IV. Cuando no se utiliza el prefacio propio se puede emplear la Plegaria eucarística IV. La mención se intercala en la intercesión Y ahora, Señor, acuérdate.
Y ahora, Señor, acuérdate 
de todos aquellos por quienes te ofrecemos 
este sacrificio: 
de tu servidor el papa N.
de nuestro obispo N.
del orden episcopal y de los presbíteros,
de estos siervos tuyos que te has dignado elegir hoy 
para el ministerio diaconal a favor de tu pueblo, 
de los demás diáconos; 
acuérdate también de los oferentes y de los aquí reunidos,
 de todo tu pueblo santo 
y de aquellos que te buscan con sincero corazón.
Acuérdate también de los que murieron...

215. Los padres y familiares de los ordenados pueden comulgar bajo ambas especies.

Antífona de la comunión Mt 20, 28
El Hijo del hombre no ha venido a ser servido 
sino a servir 
y dar su vida en rescate por muchos 
[T. P. Aleluya].

216. Algunos de los diáconos recién ordenados ayudan al Obispo en la distribución de la comunión a los fieles, sobre todo como ministros del cáliz.

217. Concluida la distribución de la comunión, puede cantarse un cántico de acción de gracias. Sigue al canto la oración después de la comunión.

Oración después de la comunión
Concede, Señor, a tus siervos, 
nutridos con el alimento y la bebida del cielo, 
que, para gloria tuya u salvación de los creyentes, 
sean siempre fieles ministros del Evangelio, 
de los sacramentos y de la caridad. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.

RITO DE CONCLUSIÓN

218. En vez de la acostumbrada, puede darse la siguiente bendición. El diácono puede hacer la invitación:
Inclinaos para recibir la bendición.

O con otras palabras

Y seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre los ordenados y el pueblo, pronuncia la bendición:
Dios, que os ha llamado para el servicio de los hombres 
en su Iglesia, 
os conceda una gran solicitud hacia todos, 
especialmente hacia los pobres y afligidos.
R. Amén.

El Obispo:
Él, que os ha confiado 
la misión de predicar el Evangelio de Cristo, 
os ayude a vivir según su palabra, 
para que seáis sus testigos sinceros y valientes.
R. Amén.

El Obispo:
Y el que os hizo administradores de sus misterios 
os conceda ser imitadores de su Hijo Jesucristo 
y ministros de unidad y de paz en el mundo.
R. Amén.

El Obispo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, 
os bendiga Dios todopoderoso, 
Padre , Hij, y Espíritu  Santo.
R. Amén.

219. Dada la bendición y despedido el pueblo por el diácono, se vuelve procesionalmente a la sacristía al modo acostumbrado.

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