AUDIENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS SEMINARISTAS DE LA ARCHIDIÓCESIS DE AGRIGENTO
Sala del Consistorio, Sábado, 24 de noviembre de 2018
Discurso entregado por el Santo Padre
Queridos hermanos:
Os doy la bienvenida y os agradezco esta visita. Doy las gracias en particular al vuestro rector también por sus palabras de introducción.
En el breve tiempo de este encuentro me gustaría daros algunas sugerencias para la reflexión personal y comunitaria, que tomo del reciente Sínodo de los jóvenes.
En primer lugar, el icono bíblico: el evangelio de los discípulos de Emaús. Me gustaría dejaros este icono, porque ha guiado todo el trabajo del último Sínodo y puede continuar inspirando vuestro camino. Y camino es precisamente la primera palabra clave: Jesús resucitado nos encuentra en el camino, que es al mismo tiempo la carretera, es decir la realidad en la que cada uno de nosotros está llamado a vivir, y es el camino interior, el camino de la fe y de la esperanza, que tiene momentos de luz y momentos de oscuridad. Aquí, en el camino, el Señor nos encuentra, nos escucha y nos habla.
En primer lugar, nos escucha. Esta es la segunda palabra clave: escuchar. Nuestro Dios es Palabra, y al mismo tiempo es silencio que escucha. Jesús es la Palabra que se ha hecho escucha, aceptación de nuestra condición humana. Cuando aparece junto a los dos discípulos camina con ellos, escuchándolos, e incluso animándoles a expresar lo que llevan dentro, su esperanza y su decepción. Esto, en vuestra vida de seminario, significa que el primer puesto lo ocupa el diálogo con el Señor hecho de escucha recíproca: Él me escucha y yo le escucho. Ninguna farsa. Ninguna máscara.
Esta escucha del corazón en la oración nos enseña a ser personas capaces de escuchar a los demás, a convertirnos, si Dios quiere, en sacerdotes que ofrecen el servicio de escucha —y ¡cómo se necesita!—; y nos enseña a ser cada vez más, Iglesia a la escucha, comunidad que sabe escuchar. Vosotros lo vivís ahora, especialmente en contacto con los jóvenes, encontrándoles, escuchándoles, invitándoles a expresarse ... Pero esto se aplica a toda la vida pastoral: como Jesús, la Iglesia es enviada al mundo para escuchar el grito de la humanidad, que es a menudo un grito silencioso, a veces reprimido, sofocado.
Camino; escucha; la tercera palabra es discernimiento. El seminario es lugar y tiempo de discernimiento. Y esto requiere acompañamiento, como hace Jesús con los dos discípulos y con todos sus discípulos, especialmente con los Doce. Los acompaña con paciencia y sabiduría, y les enseña a seguir la verdad, desenmascarando las falsas expectativas que albergan en sus corazones. Con respeto y con decisión, como buen amigo y también como buen médico, que a veces tiene que usar el bisturí. Tantos problemas que ocurren en la vida de un sacerdote se deben a una falta de discernimiento durante los años del seminario. No todos y no siempre, pero tantos. Es normal, lo mismo pasa en el matrimonio: algunas cosas que no se abordaron antes pueden convertirse en problemas más adelante. Jesús no finge con los dos de Emaús, no es evasivo, no remueve el problema: los llama “insensatos y tardos de corazón” (Lc 24,25), porque no creen en los profetas. Y les abre la mente a las Escrituras, y más tarde, en la mesa, les abre los ojos a su nueva Presencia en el signo del pan partido.
El misterio de la vocación y del discernimiento es una obra maestra del Espíritu Santo, que requiere la colaboración del joven que ha sido llamado y del adulto que lo acompaña.
Sabemos que la cuarta palabra es misión; y el Sínodo de la Juventud ha resaltado enormemente la dimensión sinodal de la misión: ir juntos al encuentro de los demás. Los dos de Emaús regresan juntos a Jerusalén y sobre todo se unen a la comunidad apostólica que, por el poder del Espíritu, se vuelve totalmente misionera. Este subrayado es importante, porque la tentación de ser buenos misioneros individuales está siempre al acecho. Ya de seminaristas se puede caer en esta tentación: sentirse inteligentes, porque uno es brillantes en la predicación, o en la organización de eventos, o en las bellas ceremonias, y así sucesivamente. Con demasiada frecuencia, nuestro enfoque ha sido individual, más que colegial, fraternal. Y así, el presbiterio y la pastoral diocesana cuentan tal vez con espléndidos individuos pero con poco testimonio de comunión, de colegialidad. Gracias a Dios se está mejorando en este aspecto, obligados también por la escasez de sacerdotes, pero la comunión no se hace por obligación, hay que creer y ser dóciles al Espíritu.
Queridos hermanos, aquí están las sugerencias que os dejo, todas contenidas en el ícono evangélico de los discípulos de Emaús: caminar; escuchar; discernir; ir juntos. Pido al Señor y a la Virgen María que os acompañen, os bendigo y rezo por vosotros. Y vosotros, por favor, acordaos de rezar por mí.
Textos para la pastoral litúrgica de la Misa y otras celebraciones litúrgicas, en España. Se proponen los textos en castellano (y el de la edición "typica" en latín) elegidos por el autor entre las variantes posibles de la Liturgia ordinaria de la Iglesia. En cada entrada de la misa diaria primero se recoge un texto sobre Liturgia, luego el Calendario Litúrgico de España. Después viene la Misa del día. Al final se describen los santos y beatos del día siguiente, según el Martirologio Romano.
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