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jueves, 6 de octubre de 2022

Jueves 10 noviembre 2022, San León Magno, papa y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria, memoria obligatoria.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA (2-Diciembre-1984)
DE JUAN PABLO II

La mirada del Sínodo

4. Por lo tanto, toda institución u organización dedicada a servir al hombre e interesada en salvarlo en sus dimensiones fundamentales, debe dirigir una mirada penetrante a la reconciliación, para así profundizar su significado y alcance pleno, sacando las consecuencias necesarias en orden a la acción.

A esta mirada no podía renunciar la Iglesia de Jesucristo. Con dedicación de Madre e inteligencia de Maestra, ella se aplica solícita y atentamente, a recoger de la sociedad, junto con los signos de la división, también aquellos no menos elocuentes y significativos de la búsqueda de una reconciliación.

Ella, en efecto, sabe que le ha sido dada, de modo especial, la posibilidad y le ha sido asignada la misión de hacer conocer el verdadero sentido —profundamente religioso— y las dimensiones integrales de la reconciliación, contribuyendo así, aunque sólo fuera con esto, a aclarar los términos esenciales de la cuestión de la unidad y de la paz.

Mis Predecesores no han cesado de predicar la reconciliación, de invitar hacia ella a la humanidad entera, así como a todo grupo o porción de la comunidad humana que veían lacerada y dividida [6]. Y yo mismo, por un impulso interior que —estoy seguro— obedecía a la vez a la inspiración de lo alto y a las llamadas de la humanidad, he querido —en dos modos diversos, pero ambos solemnes y exigentes— someter a serio examen el tema de la reconciliación: en primer lugar convocando la VI Asamblea General del Sínodo de los Obispos; en segundo lugar , haciendo de la reconciliación el centro del Año jubilar convocado para celebrar el 1950 aniversario de la Redención [7]. A la hora de señalar un tema al Sínodo, me he encontrado plenamente de acuerdo con el sugerido por numerosos Hermanos míos en el episcopado, esto es, el tema tan fecundo de la reconciliación en relación estrecha con el de la penitencia [8].

El término y el concepto mismo de penitencia son muy complejos. Si la relacionamos con metánoia, al que se refieren los sinópticos, entonces penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino [9]. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar frutos dignos de penitencia [10]; toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa, en el vocabulario cristiano teológico y espiritual, la ascesis, es decir, el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla [11]; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; [12] para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual [13]; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo [14]. La penitencia es, por tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano.

En cada uno de estos significados penitencia está estrechamente unida a reconciliación, puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza solamente a través de la transformación interior o conversión que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia.

El documento-base del Sínodo (también llamado Lineamenta), que fue preparado con el único objetivo de presentar el tema acentuando algunos de sus aspectos fundamentales, ha permitido a las Comunidades eclesiales existentes en todo el mundo reflexionar durante casi dos años sobre estos aspectos de una cuestión —la de la conversión y reconciliación— que a todos interesa, y de sacar al mismo tiempo un renovado impulso para la vida y el apostolado cristiano. La reflexión ha sido ulteriormente profundizada como preparación inmediata a los trabajos sinodales, gracias al Instrumentum laboris enviado en su día a los Obispos y sus colaboradores. Por último, durante todo un mes, los Padres sinodales, asistidos por cuantos fueron llamados a la reunión propiamente dicha, han tratado con gran sentido de responsabilidad dicho tema junto con las numerosas y variadas cuestiones relacionadas con él. La discusión, el estudio en común, la asidua y minuciosa investigación, han dado como resultado un amplio y valioso tesoro que han recogido en su esencia las Propositiones finales.

La mirada del Sínodo no ignora los actos de reconciliación (algunos de los cuales pasan casi inobservados a fuer de cotidianos) que en diversas medidas sirven para resolver tantas tensiones, superar tantos conflictos y vencer pequeñas y grandes divisiones reconstruyendo la unidad. Mas la preocupación principal del Sínodo era la de encontrar en lo profundo de estos actos aislados su raíz escondida, o sea, una reconciliación, por así decir fontal, que obra en el corazón y en la conciencia del hombre.

El carisma y, al mismo tiempo, la originalidad de la Iglesia en lo que a la reconciliación se refiere, en cualquier nivel haya de actuarse, residen en el hecho de que ella apela siempre a aquella reconciliación fontal. En efecto, en virtud de su misión esencial, la Iglesia siente el deber de llegar hasta las raíces de la laceración primigenia del pecado, para lograr su curación y restablecer, por así decirlo, una reconciliación también primigenia que sea principio eficaz de toda verdadera reconciliación. Esto es lo que la Iglesia ha tenido ante los ojos y ha propuesto mediante el Sínodo.

De esta reconciliación habla la Sagrada Escritura, invitándonos a hacer por ella toda clase de esfuerzos [15]; pero al mismo tiempo nos dice que es ante todo un don misericordioso de Dios al hombre [16]. La historia de la salvación —tanto la de la humanidad entera como la de cada hombre de cualquier época— es la historia admirable de la reconciliación: aquella por la que Dios, que es Padre, reconcilia al mundo consigo en la Sangre y en la Cruz de su Hijo hecho hombre, engendrando de este modo una nueva familia de reconciliados.

La reconciliación se hace necesaria porque ha habido una ruptura —la del pecado— de la cual se han derivado todas las otras formas de rupturas en lo más íntimo del hombre y en su entorno.

Por tanto la reconciliación, para que sea plena, exige necesariamente la liberación del pecado, que ha de ser rechazado en sus raíces más profundas. Por lo cual una estrecha conexión interna viene a unir conversión y reconciliación; es imposible disociar las dos realidades o hablar de una silenciando la otra.

El Sínodo ha hablado, al mismo tiempo, de la reconciliación de toda la familia humana y de la conversión del corazón de cada persona, de su retorno a Dios, queriendo con ello reconocer y proclamar que la unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La conversión personal es la vía necesaria para la concordia entre las personas [17]. Cuando la Iglesia proclama la Buena Nueva de la reconciliación, o propone llevarla a cabo a través de los Sacramentos, realiza una verdadera función profética, denunciando los males del hombre en la misma fuente contaminada, señalando la raíz de las divisiones e infundiendo la esperanza de poder superar las tensiones y los conflictos para llegar a la fraternidad, a la concordia y a la paz a todos los niveles y en todos los sectores de la sociedad humana. Ella cambia una condición histórica de odio y de violencia en una civilización del amor; está ofreciendo a todos el principio evangélico y sacramental de aquella reconciliación fontal, de la que brotan todos los demás gestos y actos de reconciliación, incluso a nivel social.

De tal reconciliación, fruto de la conversión, deseo tratar en esta Exhortación. De hecho, una vez más —como ya había sucedido al concluir las tres Asambleas precedentes del Sínodo— los mismos Padres han querido hacer entrega al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal y Cabeza del Colegio Episcopal, en su calidad de Presidente del Sínodo, las conclusiones de su trabajo. Por mi parte he aceptado, cual grave y grato deber de mi ministerio, la tarea de extraer de la ingente riqueza del Sínodo un mensaje doctrinal y pastoral sobre el tema de reconciliación y penitencia para ofrecerlo al Pueblo de Dios como fruto del Sínodo mismo.

En la primera parte me propongo tratar de la Iglesia en el cumplimiento de su misión reconciliadora, en la obra de conversión de los corazones en orden a un renovado abrazo entre el hombre y Dios, entre el hombre y su hermano, entre el hombre y todo lo creado. En la segunda parte se indicará la causa radical de toda laceración o división entre los hombres y, ante todo, con respecto a Dios: el pecado. Por último señalaré aquellos medios que permiten a la Iglesia promover y suscitar la reconciliación plena de los hombres con Dios y, por consiguiente, de los hombres entre sí.

El Documento que ahora entrego a los hijos de la Iglesia, —mas también a todos aquellos que, creyentes o no, miran hacia ella con interés y ánimo sincero— desea ser una respuesta obligada a todo aquello que el Sínodo me ha pedido. Pero es también —quiero aclararlo en honor a la verdad y la justicia— obra del mismo Sínodo. De hecho, el contenido de estas páginas proviene del Sínodo mismo: de su preparación próxima y remota, del Instrumentum laboris, de las intervenciones en el aula sinodal y en los circuli minores y, sobre todo, de las sesenta y tres Propositiones. Encontramos aquí el fruto del trabajo conjunto de los Padres, entre los cuales no faltaban los representantes de las Iglesias Orientales, cuyo patrimonio teológico, espiritual y litúrgico, es tan rico y digno de veneración también en la materia que aquí interesa. Además ha sido el Consejo de la Secretaría del Sínodo el que ha examinado en dos importantes sesiones los resultados y las orientaciones de la reunión sinodal apenas concluida, el que ha puesto en evidencia la dinámica de las susodichas Propositiones y, finalmente, ha trazado las líneas consideradas más idóneas para la redacción del presente documento. Expreso mi agradecimiento a todos los que han realizado este trabajo, mientras fiel a mi misión, deseo transmitir aquí lo que del tesoro doctrinal y pastoral del Sínodo me parece providencial para la vida de tantos hombres en esta hora magnífica y difícil de la historia.

Conviene hacerlo —y resulta altamente significativo— mientras todavía está vivo el recuerdo del Año Santo, totalmente vivido bajo el signo de la penitencia, conversión y reconciliación.

Ojalá que esta Exhortación que confío a mis Hermanos en el Episcopado y a sus colaboradores, los Presbíteros y Diáconos, los Religiosos y Religiosas, a todos los fieles y a todos los hombres y mujeres de conciencia recta, sea no solamente un instrumento de purificación, de enriquecimiento y afianzamiento de la propia fe personal, sino también levadura capaz de hacer crecer en el corazón del mundo la paz y la fraternidad, la esperanza y la alegría, valores que brotan del Evangelio escuchado, meditado y vivido día a día a ejemplo de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual Dios se ha complacido en reconciliar consigo todas las cosas [18].

[6] La Encíclica Pacem in terris, testamento espiritual de Juan XXIII (cf. AAS 55 [1963], 257-304), es considerada con frecuencia un «documento social» o también un «mensaje político» y en verdad lo es, si se toman dichas expresiones en toda su amplitud. El discurso pontificio —así aparece tras más de veinte años de su publicación— es, en efecto, más que una estrategia en vista de la convivencia de los pueblos y naciones, una urgente llamada a los valores supremos, sin los cuales la paz sobre la tierra se convierte en una quimera. Uno de estos valores es justamente la reconciliación entre los hombres y a este tema Juan XXIII se ha referido en muchas ocasiones. De Pablo VI bastará recordar que, al convocar a toda la Iglesia y a todo el mundo a celebrar el Año Santo de 1975, quiso que «renovación y reconciliación» fueran la idea central de aquel importante acontecimiento. Y no pueden olvidarse tampoco las catequesis que a tal idea-maestra consagró él para ilustrar dicho Jubileo.
[7] «Este tiempo fuerte, durante el cual todo cristiano está llamado a realizar más en profundidad su vocación a la reconciliación con el Padre en el Hijo —escribía en la Bula de convocación del Año jubilar de la Redención— conseguirá plenamente su objetivo únicamente cuando desemboque en un nuevo compromiso por parte de cada uno y de todos al servicio de la reconciliación no sólo entre los discípulos de Cristo sino también entre todos los hombres»: Bula Aperite Portas Redemptori, 3: AAS 75 (1983), 93.
[8] El tema del Sínodo era más exactamente: Reconciliación y penitencia en la misión de la Iglesia.
[9] Cf. Mt 4, 17; Mc 1, 15.
[10] Cf. Lc 3, 8.
[11] Cf. Mt 16, 24-26; Mc 8, 34-36; Lc 9, 23-25.
[12] Cf. Ef 4, 23 s.
[13] Cf. 1 Cor 3, 1-20.
[14] Cf. Col 3, 1 s.
[15] «Por Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios»: 2 Cor 5, 20.
[16] «Nos gloriamos en Dios por Nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación»: Rom 5, 11; cf. Col 1, 20.
[17] El Concilio Vaticano II ha hecho notar: «En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con este otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones tiene que elegir y que renunciar. Mas aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo (cf. Rom 7, 14 ss.). Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad»: Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10.
[18] Cf. Col 1, 19 s.

CALENDARIO

10 JUEVES. SAN LEÓN MAGNO, papa y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria 

Misa de la memoria (blanco). 
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. común o de la memoria. 
LECC.: vol. III-par. 
- Flm 7-20. Recóbralo, no como esclavo, sino como un hermano querido. 
- Sal 145. R. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob. 
- Lc 17, 20-25. El reino de Dios está en medio de vosotros. 
o bien: cf. vol. IV. 

Liturgia de las Horas: oficio de la memoria. 

Martirologio: elogs. del 11 de noviembre, pág. 660. 
CALENDARIOS: Solsona: Dedicación de la iglesia-catedral (F).
Teatinos: San Andrés Avelino, presbítero (F). 
Tarazona: San Millán, presbítero (MO).

TEXTOS MISA

10 de noviembre
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
Memoria

Antífona de entrada Cf. Eclo 45, 24
El Señor hizo con él una alianza de paz, y lo nombró príncipe para que tuviera eternamente la dignidad del sacerdocio.
Státuit ei Dóminus testaméntum pacis, et príncipem fecit eum, ut sit illi sacerdótii dígnitas in aetérnum.

Monición de entrada
Celebramos hoy la memoria de san León I, papa y doctor de la Iglesia, que nació en el centro de Italia en el año 390. Fue diácono en Roma y después elegido papa. Convocó el Concilio de Calcedonia, en el que se definió la doble naturaleza humana y divina en la única Persona de Cristo; supo ganarse el respeto y el afecto de los bárbaros del Norte, que con sus incursiones por Italia sembraban el pánico entre las gentes en aquellos años críticos en que se desmoronaba el imperio romano. La Iglesia lo venera como doctor por la claridad y profundidad de su doctrina y por sus preciosas homilías, siguiendo el año litúrgico. Por todo ello ha pasado a la historia con el apelativo de «Magno».

Oración colecta
Oh, Dios, que nunca permites que las puertas del infierno prevalezcan contra tu Iglesia, asentada sobre la firmeza de la roca apostólica, te pedimos, por intercesión del papa san León Magno, que permaneciendo firme en tu verdad goce de una paz continua. Por nuestro señor Jesucristo.
Deus, qui advérsus Ecclésiam tuam, in apostólicae petrae soliditáte fundátam, portas ínferi numquam praevalére permíttis, da ei, quaesumus, ut, intercedénte beáto Leóne papa, in tua veritáte consístens, pace contínua muniátur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Jueves de la XXXII semana del Tiempo Ordinario, año par (Lecc. III-par).

PRIMERA LECTURA Flm 7-20
Recóbralo, no como esclavo, sino como hermano querido

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Filemón.

Querido hermano:
He experimentado gran gozo y consuelo por tu amor ya que, gracias a ti, los corazones de los santos han encontrado alivio.
Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para indicarte lo que conviene hacer, prefiero apelar a tu caridad, yo, Pablo, anciano, y ahora prisionero por Cristo Jesús. Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora en cambio es tan útil para ti y para mí. Te lo envío como a hijo.
Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad, Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta: yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 (R.: 5a)
R.
 Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.
Beátus cuius Deus Iacob est adiútor.
O bien: Aleluya.

V. El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
R. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.
Beátus cuius Deus Iacob est adiútor.

V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
R. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.
Beátus cuius Deus Iacob est adiútor.

V. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
R. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.
Beátus cuius Deus Iacob est adiútor.

Aleluya Jn 15, 5
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos -dice el Señor-; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. R.
Ego sum vitis, vos pálmites, dicit Dóminus; qui manet in me, et ego in eo, hic fert fructum multum.

EVANGELIO Lc 17, 20-25
El reino de Dios está en medio de vosotros
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús:
«¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».
Él les contestó:
«El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí”
o «“Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».
Dijo a sus discípulos:
«Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis.
Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.
Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 15-noviembre-2018
Que cada uno se pregunte: ¿cómo crece dentro de mí el reino de Dios? ¿Cómo crece dentro de mí mi pertenencia a la Iglesia? ¿Como el Señor nos enseña o mundanamente? ¿Cómo rezo yo? ¿A escondidas, en mi interior, o me dejo ver en la oración? ¿Cómo siervo a los demás? ¿Cómo estoy a disposición de los demás con las obras de caridad? ¿Silenciosamente, casi a escondidas, o hago sonar la trompeta como los fariseos?
Pidamos al Señor que nos haga entender esto y que también nosotros podamos crecer en la Iglesia así.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XXXIX

Oremos, hermanos, e imploremos la misericordia de Dios, nuestro Padre.
- Para que se acuerde del pueblo rescatado por la sangre de su Hijo. Roguemos al Señor.
- Para que los gobernantes de las naciones promuevan el desarrollo de los pueblos, y desaparezcan la injusticia, la violencia, el paro y el hambre en el mundo. Roguemos al Señor.
- Para que ilumine a los que no conocen a Cristo con la luz del Evangelio. Roguemos al Señor.
- Para que nos conceda a cuantos invocamos su nombre los bienes temporales y eternos. Roguemos al Señor.
- Para que de la luz y el descanso eterno a todos los difuntos. Roguemos al Señor.
Oh, Dios, que sabes que la vida de los hombres está llena de necesidades; escucha los deseos de tu pueblo y concédele benignamente lo que te pide con humildad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Señor, por estas ofrendas que te presentamos, ilumina, complacido, a tu Iglesia, para que tu grey crezca y se desarrolle en todas partes, y sus pastores, bajo tu guía, sean de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oblátis munéribus, quaesumus, Dómine, Ecclésiam tuam benígnus illúmina, ut et gregis tui profíciat ubíque succéssus, et grati fiant nómini tuo, te gubernánte, pastóres. Per Christum.

PREFACIO DE LOS SANTOS PASTORES
LA PRESENCIA DE LOS SANTOS PASTORES EN LA IGLESIA
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque nos concedes la alegría de celebrar hoy la fiesta de san N., fortaleciendo a tu Iglesia con el ejemplo de su vida santa, instruyéndola con su palabra y protegiéndola con su intercesión.
Por eso, con los ángeles y la multitud de los santos, te cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Quia sic tríbuis Ecclésiam tuam sancti N. festivitáte gaudére, ut eam exémplo piae conversatiónis corróbores, verbo praedicatiónis erúdias, gratáque tibi supplicatióne tueáris.
Et ídeo, cum Angelórum atque Sanctórum turba, hymnum laudis tibi cánimus, sine fine dicéntes:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de la comunión Cf. Mt 16, 16. 18
Pedro dijo a Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
Dixit Petrus ad Iesum: Tu es Christus, Fílius Dei vivi. Respóndit Iesus: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificábo Ecclésiam meam.

Oración después de la comunión
Señor, gobierna con bondad a tu Iglesia, alimentada en esta mesa santa, para que, dirigida por tu mano poderosa, tenga cada vez mayor libertad y persevere en la integridad de la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Refectióne sancta enutrítam gubérna, quaesumus, Dómine, tuam placátus Ecclésiam, ut, poténti moderatióne dirécta, et increménta libertátis accípiat, et in religiónis integritáte persístat. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 11 de noviembre
M
emoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, en la actual Hungría, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y parroquias, adoctrinó y reconcilió al clero y evangelizó a los campesinos, hasta que fue al encuentro del Señor en Candes, población de Francia. (397)
2. Junto al lago de Mariótide, en Egipto, san Menas, mártir(295)
3. En Vence, lugar de Provenza, en la Galia, hoy Francia, conmemoración de san Verano, obispo, que siendo hijo de san Euquerio, obispo de Lión, fue educado en el monasterio de Lérins y escribió al papa san León Magno agradeciéndole su profesión de fe en la encarnación del Verbo contenida en la carta a Flaviano. (s. V)
4. En Molise, en la Italia actual,, memoria de san Menas, ermitaño, de cuyas virtudes hace mención el papa san Gregorio Magno. (s. VI)
5. En Limassol, en la isla de Chipre, tránsito de san Juan el Limosnero, obispo de Alejandría, famoso por su compasión hacia los pobres, y tan rebosante de caridad para con todos que hizo construir muchas iglesias, hospitales y orfanatos, para aliviar todas las necesidades de la ciudad, aportando para ello los bienes de la Iglesia y exhortando continuamente a los ricos al ejercicio de la beneficencia. (620)
6*. En el monasterio de Malonne, en Brabante, actual Francia, san Bertuino, venerado como obispo y abad. (698)
7. En Constantinopla, hoy Estambul, en Turquía, san Teodoro Estudita, abad, que hizo de su monasterio una escuela de sabios, santos y mártires, que murieron víctimas de las persecuciones promovidas por los iconoclastas. Fue tres veces expulsado al destierro, tuvo entrañable veneración por las tradiciones de los padres de la Iglesia y escribió tratados famosos sobre la fe católica, en los que exponía la doctrina cristiana. (826)
8. En el monasterio de Grottaferrata, en las cercanías de Frascati, próximo a Roma, san Bartolomé, abad, que, nacido en Calabria, fue al encuentro de san Nilo, cuya vida y costumbres dejó por escrito, y al lado del cual estuvo hasta su muerte en el cenobio tusculano que había fundado bajo la disciplina ascética de los orientales, obra que él continuó convirtiéndola en una escuela de ciencias y de arte. (1065)
9. En Nagasaki, en Japón, santa Marina de Omura, virgen y mártir, que, encarcelada y llevada a la fuerza a una casa pública para escarnio de su castidad, fue finalmente quemada viva. (1634)
10*. En Laski Piasnica, cerca de Wejherowo, en Polonia, beata Alicia Kotowska, virgen, de la Congregación de Hermanas de la Resurrección y mártir, que fue fusilada por mantener fielmente sus creencias en Cristo. (1939)
11*. En Sofía, en Bulgaria, pasión del beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo de Nicópolis y mártir, de la Congregación Pasionista de Jesucristo, que bajo el régimen comunista, por negarse a romper la comunión con Roma, fue encarcelado, cruelmente vejado como reo de lesa majestad, condenado a la pena capital y finalmente fusilado. (1952)
-Beata Vicenza Maria Poloni (1802- Verona, 1855). Religiosa italiana, fundadora, junto con Carlo Steeb, del Instituto de las Hermanas de la Misericordia de Verona.

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