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lunes, 25 de abril de 2022

Martes 31 mayo 2022, Visitación de la Bienaventurada Virgen María, fiesta.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL "PASTORES GREGIS"
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CAPÍTULO V. GOBIERNO PASTORAL DEL OBISPO

«Os he dado ejemplo...» (Jn 13, 15)

42. El Concilio Vaticano II, al tratar del deber de gobernar la familia de Dios y de cuidar habitual y cotidianamente la grey del Señor Jesús, explica que los Obispos, en el ejercicio de su ministerio de padres y pastores de sus fieles, han de comportarse como «quien sirve», inspirándose siempre en el ejemplo del Buen Pastor, que vino no para ser servido sino para servir y dar su vida por las ovejas (cf. Mt 20, 28; Mc 10, 45; Lc 22, 26-27; Jn 10, 11) [161].

Esta imagen de Jesús, modelo supremo para el Obispo, tiene una elocuente expresión en el gesto del lavatorio de los pies, narrado en el Evangelio según san Juan: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando... se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido... Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo... os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13, 1-15).

Contemplemos, pues, a Jesús en este gesto que parece darnos la clave para comprender su propio ser y su misión, su vida y su muerte. Contemplemos además el amor de Jesús, que se traduce en acción, en gestos concretos. Contemplemos a Jesús que asume totalmente, con radicalidad absoluta, la forma de siervo (cf. Flp 2, 7). Él, el Maestro y Señor, que ha recibido todo del Padre, nos ha amado hasta al final, hasta ponerse enteramente en manos de los hombres, aceptando todo lo que después harían con Él. El gesto de Jesús indica un amor completo, en el contexto de la institución de la Eucaristía y en la clara perspectiva de su pasión y muerte. Un gesto que revela el sentido de la Encarnación y, más aún, de la esencia misma de Dios. Dios es amor y por eso ha asumido la condición de siervo: Dios se pone al servicio del hombre para llevar al hombre a la plena comunión con Él.

Por tanto, si éste es el Maestro y Señor, el sentido del ministerio y del ser mismo de quien, como los Doce, ha sido llamado a tener mayor intimidad con Jesús, debe consistir en la disponibilidad entera e incondicional para con los demás, tanto para con los que ya son parte de la grey como los que todavía no lo son (cf. Jn 10, 16).

Autoridad del servicio pastoral del Obispo

43. El Obispo es enviado como pastor, en nombre de Cristo, para cuidar de una porción del Pueblo de Dios. Por medio del Evangelio y la Eucaristía debe hacerla crecer como una realidad de comunión en el Espíritu Santo [162]. De esto se deriva que el Obispo representa y gobierna la Iglesia confiada a él, con la potestad necesaria para ejercer el ministerio pastoral sacramentalmente recibido («munus pastorale»), que es participación en la misma consagración y misión de Cristo [163]. Por eso, los Obispos «como vicarios y legados de Cristo gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con sus ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada, que ejercen, sin embargo, únicamente para construir su rebaño en la verdad y santidad, recordando que el mayor debe hacerse como el menor y el superior como el servidor (cf. Lc 22, 26-27)» [164].

Este texto conciliar sintetiza admirablemente la doctrina católica sobre el gobierno pastoral del Obispo, que se encuentra también en el rito de la Ordenación episcopal: «El episcopado es un servicio, no un honor [...]. El que es mayor, según el mandato del Señor, debe aparecer como el más pequeño, y el que preside, como quien sirve» [165]. Se aplica, pues, el principio fundamental según el cual, como afirma san Pablo, la autoridad en la Iglesia tiene como objeto la edificación del Pueblo de Dios, no su ruina (cf. 2 Co 10, 8). Como se repitió varias veces en el Aula sinodal, la edificación de la grey de Cristo en la verdad y la santidad exige ciertas cualidades del Obispo, como una vida ejemplar, capacidad de relación auténtica y constructiva con las personas, aptitud para impulsar y desarrollar la colaboración, bondad de ánimo y paciencia, comprensión y compasión ante las miserias del alma y del cuerpo, indulgencia y perdón. En efecto, se trata de expresar del mejor modo posible el modelo supremo, que es Jesús, Buen Pastor.

El Obispo tiene una verdadera potestad, pero una potestad iluminada por la luz del Buen Pastor y forjada según este modelo. Se ejerce en nombre de Cristo y « es propia, ordinaria e inmediata. Su ejercicio, sin embargo, está regulado en último término por la suprema autoridad de la Iglesia, que puede ponerle ciertos límites con vistas al bien común de la Iglesia o de los fieles. En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho y el deber ante Dios de dar leyes a sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo lo referente al culto y al apostolado» [166]. El Obispo, pues, en virtud del oficio recibido, tiene una potestad jurídica objetiva que tiende a manifestarse en los actos potestativos mediante los cuales ejerce el ministerio de gobierno («munus pastorale») recibido en el Sacramento.

No obstante, el gobierno del Obispo será pastoralmente eficaz –conviene recordarlo también en este caso– si se apoya en la autoridad moral que le da su santidad de vida. Ésta dispondrá los ánimos para acoger el Evangelio que proclama en su Iglesia, así como las normas que establezca para el bien del Pueblo de Dios. Por eso advertía san Ambrosio: «No se busca en los sacerdotes nada de vulgar, nada propio de las aspiraciones, las costumbres o los modales de la gente grosera. La dignidad sacerdotal requiere una compostura que se aleja de los alborotos, una vida austera y una especial autoridad moral» [167].

El ejercicio de la autoridad en la Iglesia no se puede entender como algo impersonal y burocrático, precisamente porque se trata de una autoridad que nace del testimonio. Todo lo que dice y hace el Obispo ha de revelar la autoridad de la palabra y los gestos de Cristo. Si faltara la ascendencia de la santidad de vida del Obispo, es decir, su testimonio de fe, esperanza y caridad, el Pueblo de Dios acogería difícilmente su gobierno como manifestación de la presencia activa de Cristo en su Iglesia.

Al ser ministros de la apostolicidad de la Iglesia por voluntad del Señor y revestidos del poder del Espíritu del Padre, que rige y guía (Spiritus principalis), los Obispos son sucesores de los Apóstoles no sólo en la autoridad y en la potestad sagrada, sino también en la forma de vida apostólica, en saber sufrir por anunciar y difundir el Evangelio, en cuidar con ternura y misericordia de los fieles a él confiados, en la defensa de los débiles y en la constante dedicación al Pueblo de Dios.

En el Aula sinodal se recordó que, después del Concilio Vaticano II, con frecuencia resulta difícil ejercer la autoridad en la Iglesia. Es una situación que aún perdura, aunque algunas de las mayores dificultades parecen haberse superado. Así pues, se plantea la cuestión de cómo conseguir que el servicio necesario de la autoridad se comprenda mejor, se acepte y se cumpla. A este respecto, una primera respuesta proviene de la naturaleza misma de la autoridad eclesial: es –y así ha de manifestarse lo más claramente posible– participación en la misión de Cristo, que se ha de vivir y ejercer con humildad, dedicación y servicio.

El valor de la autoridad del Obispo no se manifiesta en las apariencias, sino profundizando el sentido teológico, espiritual y moral de su ministerio, fundado en el carisma de la apostolicidad. Lo que se dijo en el aula sinodal sobre el gesto del lavatorio de los pies y la conexión que se estableció en dicho contexto entre la figura del siervo y la del pastor, da a entender que el episcopado es realmente un honor cuando es servicio. Por tanto, todo Obispo debe aplicarse a sí mismo las palabras de Jesús: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 42- 45). Recordando estas palabras del Señor, el Obispo gobierna con el corazón propio del siervo humilde y del pastor afectuoso que guía su rebaño buscando la gloria de Dios y la salvación de las almas (cf. Lc 22, 26-27). Vivida así, la forma de gobierno del Obispo es verdaderamente única en el mundo.

Se ha recordado ya el texto de la Lumen gentium donde se afirma que los Obispos rigen las Iglesias particulares confiadas a ellos como vicarios y legados de Cristo, «con sus proyectos, con sus consejos y con sus ejemplos» [168]. Eso no contradice las palabras que siguen, cuando el Concilio añade que los Obispos gobiernan ciertamente «con sus proyectos, con sus consejos y con sus ejemplos», pero «también con autoridad y potestad sagrada» [169]. En efecto, se trata de una “potestad sagrada” que hunde sus raíces en la autoridad moral que le da al Obispo su santidad de vida. Precisamente ésta facilita la recepción de toda su acción de gobierno y hace que sea eficaz.

[161] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27; Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 16.
[162] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 11; Código de Derecho Canónico, c. 369; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 177 § 1.
[163] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27; Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 18; Código de Derecho Canónico, c. 381 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 178.
[164] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27.
[165] Pontifical Romano, Ordenación Episcopal: Alocución.
[166] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27; cf. Código de Derecho Canónico, c. 381 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 178.
[167] S. Ambrosio, Epistulae, Ad Ireneum, lib. I, ep VI: Sancti Ambrosii episcopi Mediolanensis opera, Milano-Roma 1988, 19, p. 66.
[168] N. 27.
[169] Ibíd.


CALENDARIO

31 MARTES. VISITACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, fiesta


Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del «Magníficat» (elog. del Martirologio Romano).

Misa de la fiesta (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Pf. II de BVM. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. IV.
- Rom 12, 9-16b.
Compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
- Salmo: Is 12, 2-6. R. Es grande en medio de ti el Santo de Israel.
- Lc 1, 39-56. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de la fiesta. Te Deum.

Martirologio: elogs. del 1 de junio, pág. 341.
CALENDARIOS: Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús: Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús (S).
Salesas: Visitación de la bienaventurada Virgen María (S).

TEXTOS MISA

31 de mayo
LA VISITACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
Fiesta

Antífona de entrada Cf. Sal 65, 16
Los que teméis a Dios, venid a escuchar; os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo [T. P. Aleluya].
Veníte, audíte, et narrábo, omnes qui timétis Deum, quanta fecit Dóminus ánimae meae (T.P. Allelúia).

Monición de entrada
Celebramos hoy la fiesta de la Visitación de la bienaventurada Virgen María, con motivo del encuentro con su prima santa Isabel, que estaba embarazada en su ancianidad. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, Juan Bautista, que aún estaba en el seno de Isabel. Al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, visitar a Isabel, concédenos que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos siempre cantar con ella tus maravillas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui beátam Vírginem Maríam, Fílium tuum gestántem, ad visitándam Elísabeth inspirásti, praesta, quaesumus, ut, afflánti Spirítui obsequéntes, cum ipsa te semper magnificáre possímus. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la fiesta de La Visitación de la B. Virgen María (Lec. IV).

PRIMERA LECTURA (primera opción: fuera del tiempo pascual) Sof 3, 14-18
El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti

Lectura de la profecía de Sofonías.

Alégrate, hija de Sión, grita de gozo, Israel,
regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén.
El Señor ha revocado tu sentencia,
ha expulsado a tu enemigo.
El rey de Israel, el Señor,
está en medio de ti,
no temas mal alguno.
Aquel día se dirá a Jerusalén:
«¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!».
El Señor, tu Dios, está en medio de ti,
valiente y salvador;
se alegra y se goza contigo,
te renueva con su amor;
exulta y se alegra contigo
como en día de fiesta.
Acabé con tu mal,
con el peso de tu oprobio.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

PRIMERA LECTURA (segunda opción: siempre en TP; puede usarse fuera de TP) Rom 12, 9-16b
Compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.
Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a si mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis.
Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran.
Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniendoos al nivel de la gente humilde.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 (R.: 6)
R. Es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Magnus in medio tui Sanctus Israel.

V. «El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
R. Es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Magnus in medio tui Sanctus Israel.

V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».
R. Es grande en medio de ti el Santo de Israel.
Magnus in medio tui Sanctus Israel.

V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
porque es grande medio de ti el Santo de Israel.
R. Es grande es en medio de ti el Santo de Israel.
Magnus in medio tui Sanctus Israel.

Aleluya Cf. Lc 1, 45
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurada tú, que has creído, Virgen María, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. R.
Beata es, Virgo María, quae credidisti quoniam perficientur ea quae dicta sunt tibi a Dómino.

EVANGELIO Lc 1, 39-56
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
En aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia”
-como lo había prometido a “nuestros padres”-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Ángelus 15-agosto-2015
El cántico de la Virgen nos deja también intuir el sentido cumplido de la historia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, entonces no podía «conocer la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo» (Prefacio). Todo esto no tiene que ver sólo con María. Las «cosas grandes» hechas en Ella por el Todopoderoso nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin sentido, sino una peregrinación que, aun con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor.

Oración de los fieles
Haciendo nuestros los sentimientos de María, expresados en su cántico de alabanza, oremos a Dios Padre.
- Por la Iglesia, que lleva en su seno, como María, a Jesús, salvación para el mundo entero. Roguemos al Señor.
- Por los que viven solos, desamparados, ignorados por sus parientes y convecinos. Roguemos al Señor.
- Por las madres en periodo de gestación. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que recordamos hoy el ejemplo admirable de María, que visitó a su pariente Isabel y se puso a su servicio. Roguemos al Señor.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Señor, que sea agradable a tu majestad este sacrificio nuestro de salvación, como aceptaste complacido el amor de la Madre santísima de tu Unigénito. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Maiestáti tuae, Dómine, hoc nostrum gratum sit sacrifícium salutáre, sicut beatíssimae Unigéniti tui Matris habuísti acceptábilem caritátem. Per Christum.

PREFACIO II DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
LA IGLESIA ALABA A DIOS INSPIRÁNDOSE EN LAS PALABRAS DE MARÍA
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Señor, y proclamar tus maravillas en la perfección de tus santos; y, al conmemorar a la bienaventurada Virgen María, exaltar especialmente tu generosidad inspirándonos en su mismo cántico de alabanza.
En verdad hiciste obras grandes en favor de todos los pueblos, y has mantenido tu misericordia de generación en generación, cuando, al mirar la humildad de tu esclava, por ella nos diste al autor de la salvación humana, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.
Por él, los coros de los ángeles adoran tu gloria eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos asociarnos a sus voces cantando con ellos tu alabanza:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, in ómnium Sanctórum provéctu te mirábilem confitéri, et potíssimum, beátae Vírginis Maríae memóriam recoléntes, cleméntiam tuam ipsíus grato magnificáre praecónio.
Vere namque in omnes terrae fines magna fecísti, ac tuam in saecula prorogásti misericórdiae largitátem, cum, ancíllae tuae humilitátem aspíciens, per eam dedísti humánae salútis auctórem, Fílium tuum, Iesum Christum, Dóminum nostrum.
Per quem maiestátem tuam adórat exércitus Angelórum, ante conspéctum tuum in aeternitáte laetántium. Cum quibus et nostras voces ut admítti iúbeas, deprecámur, sócia exsultatióne dicéntes:
R. Santo, Santo, Santo...


Antífona de comunión Lc 1, 48-49
Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo [T. P. Aleluya].
Beátam me dicent omnes generatiónes, quia fecit mihi magna qui potens est, et sanctum nomen eius (T.P. Allelúia).

Oración después de la comunión
Oh, Dios, que tu Iglesia proclame las maravillas que hiciste a tus fieles, y gozosamente descubra siempre vivo en este sacramento a aquel que san Juan, exultante de alegría, presintió oculto. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Magníficet te, Deus, Ecclésia tua qui tuis fecísti magna fidélibus, et, quem laténtem beátus Ioánnes cum exsultatióne praesénsit, eúndem semper vivéntem cum laetítia in hoc percípiat sacraménto. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

Se puede usar la fórmula de bendición solemne. Santa María Virgen
Dios, que en su providencia amorosa quiso salvar al género humano por el fruto bendito del seno de la Virgen María, os colme de sus bendiciones.
Deus, qui per beátae Maríae Vírginis partum genus humánum sua vóluit benignitáte redímere, sua vos dignétur benedictióne ditáre.
R. Amén.
Que os acompañe siempre la protección de la Virgen, por quien habéis recibido al Autor de la vida.
Eiúsque semper et ubíque patrocínia sentiátis, per quam auctórem vitae suscípere meruístis.
R. Amén.
Y a todos vosotros, reunidos hoy para celebrar con devoción esta fiesta de María, el Señor os conceda la alegría del Espíritu y los bienes de su reino.
Et qui hodiérna die devótis méntibus convenístis, spiritálium gaudiórum caelestiúmque praemiórum vobíscum múnera reportétis.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del 1 de junio
M
emoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo y la confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico, ante quien se declaró cristiano, siendo condenado a la pena capital. (c. 165)
2. También en Roma, santos Caritón y Cariti, Evelpisto y Jeracio, Peón y Liberiano, mártires, todos los cuales fueron discípulos de san Justino, y junto con él recibieron la corona eterna. (c. 165)
3. En Alejandría de Egipto, santos mártires Amón, Zenón, Ptolomeo e Ingenuo, soldados, y el anciano Teófilo, los cuales, estando presentes en un proceso, al darse cuenta de que uno de los cristianos que era martirizado flaqueaba y se inclinaba a apostatar, con el rostro, la mirada y gestos intentaron animarle, y al ser objeto de recriminaciones por parte del populacho, se adelantaron confesándose cristianos, y así es como por medio de su victoria, Cristo, que les infundió constancia, triunfó en ellos gloriosamente. (249)
4. En Licópoli, también en Egipto, santos mártires Isquirión, oficial del ejército, y otros cinco soldados, que, por orden del prefecto Arrio, y en tiempo del emperador Decio, por su fe en Cristo fueron muertos con variadas formas de martirio. (c. 250)
5. En Bolonia, ciudad de Emilia-Romaña, en la actual Italia, san Próculo, mártir, que por su fe cristiana fue crucificado. (c. 300)
6. Cerca de Montefalco, en la región de Umbría, de nuevo en Italia, san Fortunato, presbítero, de quien se dice que, siendo pobre, con su trabajo constante ayudó a los desvalidos, y que entregó su vida en favor de los hermanos. (s. IV/V)
7. En la isla de Lérins, en Provenza, región de la actual Francia, san Caprasio, ermitaño, que, juntamente con san Honorato, se retiró a aquel lugar y dio comienzo a la vida monástica. (430)
8*. En Clermont-Ferrand, en Aquitania, de nuevo en Francia, san Floro, que dio nombre al monasterio que se edificó sobre su tumba, así como a la ciudad y a la sede episcopal. (s. inc.)
9*. En Bretaña Menor, también en Francia, san Ronón, obispo, que, habiendo llegado por mar desde Hibernia, llevó una vida eremítica en los bosques del lugar. (c. s. VIII)
10*. En la región de Leicester, en Inglaterra, san Vistano, mártir, perteneciente a la estirpe real de Mercia, que, por oponerse al matrimonio incestuoso de su madre, fue asesinado por la espada del tirano. (849)
11. En Tréveris, ciudad de Renania, en Lotaringia, hoy Alemania, san Simeón, el cual, nacido de padre griego en Siracusa, después de haber llevado vida eremítica en Belén y en el Sinaí, murió finalmente recluido en la torre de la Puerta Negra de esa ciudad. (1035)
12. En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos de la región de Castilla, en Hispania, san Iñigo (o Enecón), abad, varón de paz, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes. (c. 1060)
13*. En la ciudad de Alba, en el Piamonte, en Italia, beato Teobaldo, que, por amor a la pobreza, dio todo su dinero para socorrer a una viuda y por espíritu de humildad trabajó como mozo de cuerda, para llevar sobre sí las cargas de los demás. (1150)
14*. En Urbino, en la región del Piceno, actualmente Las Marcas, también en Italia, beato Juan Pelingotto, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que primero, siendo comerciante, procuraba favorecer más a los otros que a sí mismo, y lurgo, habiéndose recluido en una celda, solamente salía para atender a pobres y enfermos. (1304)
15*. En Londres, en Inglaterra, beato Juan Storey, mártir, que, experto en derecho, fue fidelísimo al Romano Pontífice. Tras haber padecido la cárcel y el exilio, por su fe católica fue condenado a muerte y ahorcado en Tyburn, alcanzando así los gozos eternos. (1571)
16. En Omura, en Japón, beatos mártires Alfonso Navarrete, de la Orden de Predicadores, Fernando de San José de Ayala, de la Orden de Ermitaños de San Agustín, y León Tanaka, religioso de la Orden de la Compañía de Jesús, que, por decisión del comandante supremo Hidetada, fueron decapitados a causa de la fe cristiana. (1617)
17*. En una nave prisión anclada frente el puerto de Rochefort, en Francia, beato Juan Bautista Vernoy de Montjournal, presbítero y mártir, que, canónigo de Moulins, durante la Revolución Francesa fue encarcelado por el hecho de ser sacerdote y murió a consecuencia de la enfermedad que contrajo en prisión. (1794)
18. En la ciudad de Hung Yen, en Tonkín, hoy Vietnam, san José Tuc, mártir, joven campesino que se negó a pisar la cruz, por lo que fue encarcelado y martirizado varias veces, hasta ser decapitado en tiempo del emperador Tu Duc. (1862)
19*. En Piacenza, en Italia, beato Juan Bautista Scalabrini, obispo, quien trabajó incansable por el bien de su iglesia y mostró un especial interés por los sacerdotes, los agricultores y los obreros, llevando particularmente en su corazón a los que emigraban a los países de América, para los cuales fundó dos Pías Sociedades del Sagrado Corazón. (1905)
20. En Messina, ciudad de Sicilia, de nuevo en Italia, san Aníbal María Di Francia, presbítero, que fundó la Congregación de Padres Rogacionistas del Corazón de Jesús y la de Hijas del Divino Celo, para rogar al Señor santos sacerdotes para su Iglesia y cuidar a huérfanos sin recursos. (1927) (Canonizado 2004)
- Beata Hildegard Burjan (1883- Viena 1933). Laica, esposa y madre de familia. Hebrea de nacimiento, recibió el bautismo después de la curación de una grave enfermedad. Estudió en la universidad filosofía, política y economía y fue la primera mujer diputada en el parlamento austriaco. Fundadora de la Sociedad de las Hermanas de la Caritas Socialis, para ayudar a los más necesitados († 1933).

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