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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

sábado, 30 de abril de 2022

Sábado 4 junio 2022, Solemnidad de Pentecostés, Misa de la Vigilia.

SOBRE LITURGIA

Del Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia

Pentecostés

El domingo de Pentecostés

156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (cfr. Hech 2, 1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha adquirido, especialmente en la catedral, pero también en las parroquias, la celebración prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el carácter de una oración intensa y perseverante de toda la comunidad cristiana, según el ejemplo de los Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre del Señor.

Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés ilumina la piedad popular: también esta "es una demostración continua de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes que dan valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y variadas formas de transmitir el mensaje cristiano según la cultura y las costumbres de cualquier lugar, en cualquier momento histórico".

Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni, creator Spiritus; Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum tuum et creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu, sobre todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones especiales de angustia. También el rosario, en el tercer misterio glorioso, invita a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además, saben que han recibido, especialmente en la Confirmación, el Espíritu de sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el Espíritu de fortaleza y de luz que les ayuda a tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas de la vida. Saben que su cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe ser respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la potencia del Espíritu lo hará resucitar.

Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos mueve hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio, deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso social e impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en algunas comunidades como "jornada de sacrificio por las misiones".


CALENDARIO

22 SÁBADO. Después de la hora nona:
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Misa de la vigilia de la solemnidad de Pentecostés (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop., embolismos props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. Despedida con doble «Aleluya».
LECC.: vol. I (B).
- 1ª Gén 11, 1-9. Se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra.
Sal 32. R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.
2ª Éx 19, 3-8. 16-20b. El Señor descendió al monte Sinaí a la vista del pueblo.
- Salmo: Dan 3, 52-56. R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!
o bien: Sal 18. R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
- 3ª Ez 37, 1-14. Huesos secos, infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis.
Sal 106. R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
- 4ª Jl 3, 1-5. Sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu.
Sal 103. R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Rom 8, 22-27. El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
- Jn 7, 37-39. Manarán ríos de agua viva.

La misa de la vigilia se utiliza en la tarde del sábado, antes o después de las primeras Vísperas del domingo de Pentecostés.
Si no se celebra la misa de la vigilia de forma más extensa se escoge una lectura del Antiguo Testamento entre las cuatro propuestas.

Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio de la solemnidad. Comp. Dom. I.
Si las I Vísperas preceden inmediatamente a la misa, la celebración puede comenzar por el versículo introductorio y el himno «Ven, Espíritu divino», o bien por el canto de entrada con la procesión de entrada y el saludo del celebrante, omitiendo en uno y otro caso el rito penitencial (cf. OGLH, nn. 94 y 96). Luego sigue la salmodia de Vísperas hasta la lectura breve exclusive. A continuación, el sacerdote dice la oración colecta (la segunda de la misa de la vigilia). Después de la comunión se canta el Magnificat con su antífona; luego se dice la oración después de la comunión y lo demás, del modo acostumbrado.

TEXTOS MISA

DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Solemnidad
Misa de la vigilia
Esta misa se utiliza en la tarde del sábado, antes o después de las primeras Vísperas del domingo de Pentecostés.

Antífona de entrada Cf. Rm 5, 5; 8, 11
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya.
Cáritas Dei diffúsa est in córdibus nostris per inhabitántem Spíritum eius in nobis, allelúia.

Monición de entrada
Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la culminación de la Pascua. El Señor Jesús nos envía desde el Padre el don de su Espíritu: el Espíritu Santo que los profetas anunciaron y Cristo nos prometió; el Espíritu Santo que dio a la Iglesia naciente su primer impulso y constantemente actúa en ella. El Espíritu Santo que nos da el convencimiento de la fe y nos congrega en la unidad; que llena el universo con su presencia y promueve la verdad, la bondad y la belleza; que alienta en la humanidad la firme esperanza de una tierra nueva.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
- Tú, que por el Espíritu mueves nuestros corazones a la fe: Señor ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú que has enviado al Espíritu para hacer de nosotros un solo pueblo: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que guías a la Iglesia por tu Espíritu: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Monición al Gloria
Se dice Gloria. Puede introducirse con la siguiente monición.
Cantemos (recitemos) el himno de alabanza invocando a Jesucristo, el Señor, sentado a la derecha del padre para interceder por nosotros.
Dicitur Gloria in excélsis.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que has querido que el Misterio pascual se actualizase bajo el signo sagrado de los cincuenta días, haz que los pueblos dispersos en la diversidad de lenguas se congreguen, por los dones del cielo, en la única confesión de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui paschále sacraméntum quinquagínta diérum voluísti mystério continéri, praesta, ut, géntium facta dispersióne, divisiónes linguárum ad unam confessiónem tui nóminis caelésti múnere congregéntur. Per Dóminum.
O bien:
Dios todopoderoso, brille sobre nosotros el resplandor de tu gloria y que tu luz fortalezca, con la iluminación del Espíritu Santo, los corazones de los renacidos por tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Praesta, quaesumus, omnípotens Deus, ut claritátis tuae super nos splendor effúlgeat, et lux tuae lucis corda eórum, qui per tuam grátiam sunt renáti, Sancti Spíritus illustratióne confírmet. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la Vigilia de Pentecostés (Lec. I A)
Estas lecturas se emplean en la Misa vespertina del sábado, ya sea antes o después de las primeras Vísperas de la solemnidad de Pentecostés. 
Cuando se celebra la Misa de la vigilia de forma más extensa se leen todas las lecturas del Antiguo Testamento propuestas como de libre elección con su salmo responsorial y la oración. Después de la oración de la cuarta lectura se entona el himno Gloria a Dios en el cielo. Terminado el himno, el sacerdote dice la oración colecta y luego el lector proclama la lectura del Apóstol, y la Misa continúa del modo acostumbrado. 
Si esta Misa no se celebra de la forma más extensa se escoge como primera lectura una de las del Antiguo Testamento con su salmo responsorial.

PRIMERA LECTURA Gén 11, 1-9
Se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra
Lectura del libro del Génesis.

Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras. 
Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí. 
Se dijeron unos a otros: 
«Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego». 
Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa. 
Después dijeron: 
«Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos disperse mo por la superficie de la tierra». 
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres. 
Y e! Señor dijo: 
«Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo». 
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad. 
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 32, 10-11. 12-13. 14-15 (R.: 12b)
R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.

V. El Señor deshace los planes de la naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.

V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.
R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.

V. Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
R. Dichoso el pueblo que Dios se escogió como heredad.

SEGUNDA LECTURA Éx 19, 3-8. 16-20b
El Señor descendió al monte Sinaí a la vista del pueblo
Lectura del libro del Éxodo.

En aquellos días, Moisés subió hacia Dios. 
El Señor lo llamó desde la montaña diciendo: 
«Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los hijos de Israel: “Vosotros habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel». 
Fue, pues, Moisés, convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado. 
Todo el pueblo, a una, respondió: 
«Haremos todo cuanto ha dicho el Señor». 
Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor. 
Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. El Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del monte. El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial a la segunda lectura (opción 1) Dan 3, 52a y c. 53a. 54a. 55a. 56a (R.: 52b)
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!

V. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres. 
Bendito tu nombre, santo y glorioso.
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos! 
V. Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos! 
V. Bendito eres sobre el trono de tu reino.
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos! 
V. Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos! 
V. Bendito eres en la bóveda del cielo.
R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!

Salmo responsorial a la segunda lectura (opción 1) Sal 18, 8. 9. 10. 11 (R. Jn 6, 68c)
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos;
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos;
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila.
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

TERCERA LECTURA Ez 37,1-14
Huesos secos, infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis
Lectura de la profecía de Ezequiel.

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me saco en espíritu y me coloco en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: 
eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Me preguntó: 
«Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?». 
Yo respondí: 
«Señor, Dios mío, tú lo sabes». 
Él me dijo: 
«Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. Pondré sobre vosotros los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y comprenderéis que yo soy el Señor”». 
Yo profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu. 
Entonces me dijo: 
«Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”». 
Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable. 
Y me dijo: 
«Hijo de hombre, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: “Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido 
nuestra esperanza, ha perecido, estamos perdidos”. Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” —oráculo del Señor—».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial a la tercera lectura
Sal 106, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 1)
R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. 
O bien: Aleluya.

V. Que lo confiesen los redimidos por el Señor, 
los que él rescató de la mano del enemigo, 
los que reunió de todos los países: 
oriente y occidente, norte y sur.
R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
V. Erraban por un desierto solitario, 
no encontraban el camino de ciudad habitada; 
pasaban hambre y sed, 
se les iba agotando la vida.
R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
V. Pero gritaron al Señor en su angustia, 
y los arrancó de la tribulación. 
Los guió por un camino derecho, 
para que llegaran a una ciudad habitada.
R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
V. Den gracias al Señor por su misericordia, 
por las maravillas que hace con los hombres. 
Calmó el ansia de los sedientos, 
y a los hambrientos los colmó de bienes.
R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

CUARTA LECTURA Jl 3, 1-5
Sobre mis siervos y siervas derramaré mi espíritu
Lectura de la profecía de Joel.

Esto dice el Señor: 
«Derramaré mi espíritu sobre toda carne, 
vuestros hijos e hijas profetizarán, 
vuestros ancianos tendrán sueños 
y vuestros jóvenes verán visiones. 
Incluso sobre vuestros siervos y siervas 
derramaré mi espíritu en aquellos días. 
Pondré señales en el cielo y en la tierra: 
sangre, fuego y columnas de humo. 
El sol se convertirá en tinieblas, 
la luna, en sangre 
ante el Día del Señor que llega, 
grande y terrible. 
Y todo el que invoque 
el nombre del Señor se salvará. 
Habrá supervivientes en el monte Sion, 
como lo dijo el Señor, 
y también en Jerusalén 
entre el resto que el Señor convocará».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial a la cuarta lectura
Sal 103, 1-2a. 24 y 25c. 27-28. 29bc-30 (R.: cf. 30)
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Emítte Spíritum tuum, Dómine, et rénova fáciem terræ.
O bien: Aleluya.

V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Emítte Spíritum tuum, Dómine, et rénova fáciem terræ.


V. Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Emítte Spíritum tuum, Dómine, et rénova fáciem terræ.


V. Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo;
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes.
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Emítte Spíritum tuum, Dómine, et rénova fáciem terræ.


V. Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Emítte Spíritum tuum, Dómine, et rénova fáciem terræ.


EPÍSTOLA Rom 8, 22-27
El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos: 
Sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. 
Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. 
Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? 
Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. 
Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. 
Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. R.

Veni, Sancte Spíritus, reple tuórum corda fidélium, et tui amóris in eis ignem accénde.


EVANGELIO Jn 7, 37-39
Manarán ríos de agua viva
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: 
«El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». 
Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. 
Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús

Del Catecismo de la Iglesia Católica
CAPITULO TERCERO: CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
683 "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía de la "condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 26).
685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración gloria" (Símbolo de Nicea - Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la "teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
Artículo 8 "CREO EN EL ESPÍRITU SANTO"
687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17).
688 La Iglesia, Comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
- en las Escrituras que El ha inspirado:
- en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
- en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
- en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión con Cristo;
- en la oración en la cual El intercede por nosotros;
- en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
- en los signos de vida apostólica y misionera;
- en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.
I. LA MISIÓN CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU
689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él:
"La noción de la unción sugiere … que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu… de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe" (San Gregorio Niceno, Spir. 3, 1).
II. EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5 - 8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; Jn 15, 26; Jn 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9. 14; Rm 15, 19; 1Co 6, 11; 1Co 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34; 1Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; Jn 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1Co 10, 4; Ap 21, 6; Ap 22, 17).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1Jn 2, 20. 27; 2Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22 - 32), de forma eminente el rey David (cf. 1S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2, 11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; Lc 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; Rm 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto … que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis el Espíritu"(1Ts 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2Co 1, 22; Ef 1, 13; Ef 4, 30). Como la imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.
699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos(cf. Mc 6, 5; Mc 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; Hch 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; Hch 13, 3; Hch 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como "digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo(cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
V. EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
"Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado" (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión)
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor" (1Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad de 1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):
"Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna" (San Basilio, Spir. 15, 36).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
"Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí … y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual" (San Cirilo de Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).

Monición al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Proclamemos nuestra fe en Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que por la muerte y resurrección de Cristo nos ha dado el Espíritu Santo.
- Por la Iglesia, extendida por todo el universo, para que, impulsada por el Espíritu Santo, permanezca atenta a lo que sucede en el mundo, haga suyos los sufrimientos, alegrías y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, intuya los signos caritativos que debe realizar y así pueda iluminarlo todo con el Evangelio. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos y razas en la diversidad de culturas y civilizaciones, para que el Espíritu Santo abra los corazones de todos al Evangelio, proclamado en sus propias lenguas, y los guíe hasta la verdad plena. Roguemos al Señor
- Por nuestro mundo de hoy, sujeto a cambios profundos y rápidos, para que el Espíritu Santo, que abarca la historia humana, promueva la esperanza de un futuro mejor y vislumbremos el gran día de Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, demos testimonio de nuestra fe. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, tu Espíritu ora con nosotros, dentro de nosotros; escucha la oración de tu Iglesia, morada suya, concédenos lo que el mismo Espíritu nos sugiere pedirte. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Colma, Señor, estos dones con la accíón santificadora de tu Espíritu, para que se manifieste, por medio de ellos, aquel amor de tu Iglesia que hace brillar en todo el mundo la verdad del misterio de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Praeséntia múnera, quaesumus, Dómine, Spíritus tui benedictióne perfúnde, ut per ipsa Ecclésiae tuae ea diléctio tribuátur, per quam salutáris mystérii toto mundo véritas enitéscat. Per Christum.

Prefacio: El misterio de Pentecostés
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues, para llevar a plenitud el Misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por la encarnación de tu Unigénito. El Espíritu que, desde el comienzo de la Iglesia naciente, infundió el conocimiento de Dios en todos los pueblos y reunió la diversidad de lenguas en la confesión de una misma fe.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus.
Tu enim, sacraméntum paschále consúmmans, quibus, per Unigéniti tui consórtium, fílios adoptiónis esse tribuísti, hódie Spíritum Sanctum es largítus; qui, princípio nascéntis Ecclésiae, et cunctis géntibus sciéntiam índidit deitátis, et linguárum diversitátem in uníus fídei confessióne sociávit.
Quaprópter, profúsis paschálibus gáudiis, totus in orbe terrárum mundus exsúltat. Sed et supérnae virtútes atque angélicae potestátes hymnum glóriae tuae cóncinunt, sine fine dicéntes:
R. Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO. Cuando se utiliza el Canon romano, se dice Reunidos en comunión propio.

Antífona de la comunión Jn 7, 37
El último día de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba». Aleluya.
Ultimo festivitátis die, stabat Iesus et clamábat dicens: Si quis sitit, véniat ad me et bibat, allelúia.

Oración después de la comunión
Estos dones que acabamos de recibir, Señor, nos sirvan de provecho, para que nos inflame el mismo Espíritu que infundiste de modo inefable en tus apóstoles. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Haec nobis, Dómine, múnera sumpta profíciant, ut illo iúgiter Spíritu ferveámus, quem Apóstolis tuis ineffabíliter infudísti. Per Christum.

Se puede utilizar la bendición solemne. Espíritu Santo.
Dios, Padre de los astros, que [en el día de hoy] iluminó las mentes de sus discípulos derramando sobre ellas el Espíritu Santo, os alegre con sus bendiciones y os llene con los dones del Espíritu consolador.
Deus, Pater lúminum, qui discipulórum mentes Spíritus Parácliti infusióne dignátus est illustráre, sua vos fáciat benedictióne gaudére, et perpétuo donis eiúsdem Spíritus abundáre.
R. Amén.
Que el mismo fuego divino, que de manera admirable se posó sobre los apóstoles, purifique vuestros corazones de todo pecado y los ilumine con la efusión de su claridad.
Ignis ille, qui super discípulos mirándus appáruit, corda vestra ab omni malo poténter expúrget, et sui lúminis infusióne perlústret.
R. Amén.
Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas os conceda el don de la perseverancia en esta misma fe, y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión.
Quique dignátus est in uníus fídei confessióne diversitátem adunáre linguárum, in eádem fide perseveráre vos fáciat, et per illam a spe ad spéciem perveníre concédat.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo  y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

Misa vespertina de la vigilia de forma más extensa

1. En las iglesias donde se celebra la misa de la vigilia de forma más extensa, esta misa se puede celebrar del modo siguiente:

2. a) Si las I Vísperas, rezadas en el coro o en comunidad, preceden inmediatamente a la misa, la celebración puede comenzar por el versículo introductorio y el himno Ven, Espíritu divino, o bien por el canto de entrada (El amor de Dios) con la procesión de entrada y el saludo del celebrante, omitiendo en uno y otro caso el rito penitencial (cf. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, nn. 94 y 96).
Luego sigue la salmodia de Vísperas hasta la lectura breve exclusive.
Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y, según las circunstancias, el Señor, ten piedad, el sacerdote dice la oración:
Dios todopoderoso (segunda de la misa de la vigilia).

3. b) Si la misa empieza del modo acostumbrado, después del Señor, ten piedad el sacerdote dice la oración: Dios todopoderoso (segunda de la misa de la vigilia).
A continuación el sacerdote puede exhortar al pueblo con estas palabras u otras semejantes:
Hemos empezado ya, queridos hermanos, la vigilia de Pentecostés; imitando a los apóstoles y discípulos, que, con María, la madre de Jesús, se dedicaban a la oración, esperando el Espíritu prometido por el Señor, escuchemos ahora, con atención y reposadamente, la palabra de Dios. Meditemos los prodigios que hizo Dios en favor de su pueblo y pidamos que el Espíritu Santo, que el Padre envió como primicia para los creyentes, lleve a plenitud su obra en el mundo.

4. Siguen luego las lecturas propuestas ad libitum en el Leccionario. El lector se dirige al ambón y proclama la lectura. Luego, el salmista o el lector proclama el salmo al que responde el pueblo. Después, poniéndose todos en pie, el sacerdote dice Oremos y, tras un breve lapso de tiempo que todos dedican a la oración, pronuncia la oración correspondiente a la lectura. En lugar del salmo responsorial puede guardarse un intervalo de respetuoso silencio, en cuyo caso se omite la pausa tras el Oremos.

Oraciones para después de las lecturas:

5. Después de la primera lectura (Se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra: Gén 11, 1-9) y el salmo (32, 10-11. 12-13. 14-15; R. [12b] Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad).
Oración
Dios todopoderoso, haz que tu Iglesia permanezca siempre como pueblo santo, reunido en la unidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu, que manifieste al mundo el signo de tu santidad y unidad, y que lo conduzca a la perfección de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

6. Después de la segunda lectura (El Señor bajó al monte Sinaí a la vista del pueblo: Éx 19, 3-8a. 16-2ob) y el Cántico (Dan 3, 52. 53. 54. 55. 56; R. [52b] A ti gloria y alabanza por los siglos) o el salmo (18, 8. 9. 10. 11; R. [Jn 6, 68c] Señor, tú tienes palabras de vida eterna).
Oración
Oh, Dios, que en el monte Sinaí, en medio del resplandor del fuego, diste a Moisés la ley antigua, y en el día de hoy, con el fuego del Espíritu Santo, manifestaste la nueva Alianza, te pedimos que nos inflame continuamente el mismo Espíritu que infundiste de modo inefable en tus apóstoles y que el nuevo. Israel, convocado de entre todos los pueblos, reciba con alegría el mandamiento eterno de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

7. Después de la tercera lectura (Huesos secos, traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis: Ez 37, 1-14) y el salmo (106, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; R. [1] Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia, o bien: Aleluya).
Oración
Señor, Dios todopoderoso, que restauras cuanto está caído y, una vez restaurado, lo conservas, multiplica los pueblos que han de ser renovados por la acción santificadora de tu nombre, para que todos los que reciban el santo bautismo sean guiados siempre por tu inspiración. Por Jesucristo, nuestro Señor.
O bien:
Oh, Dios, que nos has regenerado por tu palabra de vida, derrama sobre nosotros tu Espíritu Santo, para que, caminando en la unidad de la fe, merezcamos llegar a la incorruptible resurrección de la carne que habrá de ser glorificada. Por Jesucristo, nuestro Señor.
O bien:
Que tu pueblo, oh, Dios, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

8. Después de la cuarta lectura (Sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu: JI 3, 1-5) y el salmo (103, 1-2a. 24 y 35c. 27-28. 29bc-30; R. [cf. 30] Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra, o bien: Aleluya).
Oración
Cumple, Señor, en nosotros tu promesa, para que la venida del Espíritu Santo nos convierta ante el mundo en testigos del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

9. Luego el sacerdote entona el himno Gloria a Dios.

10. Terminado el himno, el sacerdote dice la oración colecta:
Dios todopoderoso y eterno (primera de la misa de la vigilia).

11. Luego el lector proclama la lectura del Apóstol (Rom 8, 22-27), y la misa continúa del modo acostumbrado.

12. Si se celebran unidas las Vísperas y la misa, después de la comunión con la antífona El último día de las fiestas, se canta el Magníficat con su antífona de las Vísperas Ven, Espíritu Santo; luego se dice la oración después de la comunión y lo demás, del modo acostumbrado.

13. Se puede usar la fórmula de bendición solemne.
Para despedir al pueblo el diácono o el mismo sacerdote, dice:
Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.
Se puede anteponer una de las fórmulas de despedida previstas en el Ordinario de la misa.

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