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domingo, 3 de julio de 2022

Domingo 7 agosto 2022, XIX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

CARTA APOSTÓLICA DESIDERIO DESIDERAVI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO

SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA DEL PUEBLO DE DIOS

Asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica

24. Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?

25. Cuando digo asombro ante el misterio pascual, no me refiero en absoluto a lo que, me parece, se quiere expresar con la vaga expresión “sentido del misterio”: a veces, entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está la de haberlo – se dice – eliminado de la celebración. El asombro del que hablo no es una especie de desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático, sino que es, por el contrario, admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef 1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los “misterios”, es decir, de los sacramentos. Sin embargo, sigue siendo cierto que la plenitud de la revelación tiene, en comparación con nuestra finitud humana, un exceso que nos trasciende y que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, cuando vuelva el Señor. Si el asombro es verdadero, no hay ningún riesgo de que no se perciba la alteridad de la presencia de Dios, incluso en la cercanía que la Encarnación ha querido. Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración.

26. El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa.

La necesidad de una seria y vital formación litúrgica

27. Es ésta, pues, la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno – no en todas las culturas del mismo modo – ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico.

28. La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica.

29. La Iglesia reunida en el Concilio ha querido confrontarse con la realidad de la modernidad, reafirmando su conciencia de ser sacramento de Cristo, luz de las gentes (Lumen Gentium), poniéndose a la escucha atenta de la palabra de Dios (Dei Verbum) y reconociendo como propios los gozos y las esperanzas (Gaudium et spes) de los hombres de hoy. Las grandes Constituciones conciliares son inseparables, y no es casualidad que esta única gran reflexión del Concilio Ecuménico – la más alta expresión de la sinodalidad de la Iglesia, de cuya riqueza estoy llamado a ser, con todos vosotros, custodio – haya partido de la Liturgia (Sacrosanctum Concilium).

CALENDARIO

7 + XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Sab 18, 6-9.
Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
- Sal 32. R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
- Heb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
- Lc 12, 32-48. Lo mismo vosotros, estad preparados.

La 1 lect. de hoy se refiere a la primera noche de Pascua que vivieron los israelitas en Egipto, cuando fueron liberados de la esclavitud y llamados a ser pueblo de Dios. Nosotros por la fe hemos sido llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia y esperamos heredar un día la tierra prometida del cielo (cf. 2 lect.). Eso ocurrirá cuando venga nuevamente el Hijo del Hombre, Jesucristo. Y como no sabemos ni el día ni la hora en que vendrá, hemos de estar preparados. No bajemos pues la guardia y mantengámonos vigilantes viviendo según las exigencias del Evangelio. La participación en la misa del domingo será el mejor medio para esa vigilancia espiritual. Aquí abrimos nuestro corazón a Cristo presente en su Palabra, en la eucaristía y en los hermanos.

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 8 de agosto, pág. 473.
CALENDARIOS: Teatinos: San Cayetano, presbítero (S).

TEXTOS MISA

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Antífona de entrada Cf. Sal 73, 20. 19. 22. 23
Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de tus pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti.
Réspice, Dómine, in testaméntum tuum, et ánimas páuperum tuórum ne derelínquas in finem. Exsúrge, Dómine, et iúdica causam tuam, et ne obliviscáris voces quaeréntium te.

Monición de entrada
Año C
Nos reunimos en asamblea santa para la celebración de la eucaristía, verdadero encuentro con Cristo resucitado. Por la fe sabemos que él nos habla en la palabra que va a ser proclamada y después nos dará su Cuerpo y su Sangre como alimento. Estemos bien despiertos, en vela, para descubrir su paso entre nosotros y pongamos nuestro corazón en el verdadero tesoro que es él mismo y el Reino que trajo a este mundo.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C
- Tú, el Esposo a quien aguardamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, tesoro de nuestro corazón: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que nos sirves el banquete de tu reino: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice 
Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, quem, docénte Spíritu Sancto, patérno nómine invocáre praesúmimus, pérfice in córdibus nostris spíritum adoptiónis filiórum, ut promíssam hereditátem íngredi mereámur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XIX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Sab 18, 6-9
Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros. llamándonos a ti
Lectura del libro de la Sabiduría.

La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados,
para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos
y la perdición de los enemigos,
pues con lo que castigaste a los adversarios,
nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina:
que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22 (R.: cf. 12)
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Beátus pópulus, quem elégit Dominus in hereditátem sibi.

V. Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Beátus pópulus, quem elégit Dominus in hereditátem sibi.

V. Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Beátus pópulus, quem elégit Dominus in hereditátem sibi.

V. Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Beátus pópulus, quem elégit Dominus in hereditátem sibi.

SEGUNDA LECTURA Heb 11, 1-2. 8-19
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt, 24, 42a. 44
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. R.
Vigiláte et estóte paráti, quia qua nescítis hora Fílius hóminis ventúrus est.

EVANGELIO (forma larga) Lc 12, 32-48
Lo mismo vosotros, estad preparados
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

EVANGELIO (forma breve) Lc 12, 35-40
Lo mismo vosotros, estad preparados
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 11 de agosto de 2019
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 12, 32-48), Jesús llama a sus discípulos a una vigilancia constante. ¿Por qué? Para captar el paso de Dios en su vida, porque Dios pasa continuamente por la vida. Y señala las formas de vivir bien esta vigilancia: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas» (v. 35). Este es el camino. En primer lugar, «ceñidos los lomos», una imagen que recuerda la actitud del peregrino, dispuesto a emprender el camino. Se trata de no echar raíces en moradas cómodas y tranquilizadoras, sino de abandonarse, de abrirse con sencillez y confianza al paso de Dios en nuestras vidas, a la voluntad de Dios, que nos guía hacia la meta sucesiva. El Señor siempre camina con nosotros y tantas veces nos acompaña de la mano, para guiarnos, para que no nos equivoquemos en este camino tan difícil. Efectivamente, el que confía en Dios sabe bien que la vida de fe no es algo estático, ¡es dinámica! La vida de fe es un itinerario continuo, para dirigirse hacia etapas siempre nuevas, que el Señor mismo indica día tras día. Porque Él es el Señor de las sorpresas, el Señor de las novedades, pero de las verdaderas novedades.
Y entonces ―el primer modo era “los lomos ceñidos”― después se nos pide que mantengamos “las lámparas encendidas”, para poder iluminar la oscuridad de la noche. Es decir, estamos invitados a vivir una fe auténtica y madura, capaz de iluminar las muchas “noches” de la vida. Bien sabemos que todos hemos tenido días que han sido verdaderas noches espirituales. La lámpara de la fe requiere ser alimentada continuamente, con el encuentro de corazón a corazón con Jesús en la oración y en la escucha de su Palabra. Reitero algo que he dicho muchas veces: llevad siempre un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para leerlo. Es un encuentro con Jesús, con la Palabra de Jesús. Esta lámpara del encuentro con Jesús en la oración y en su Palabra nos ha sido confiada para el bien de todos: nadie, por tanto, puede encerrarse de forma intimista en la certeza de su propia salvación, desinteresándose de los demás. Es una fantasía creer que uno puede iluminarse por dentro solo. No, es una fantasía. La verdadera fe abre el corazón al prójimo y lo impulsa a una comunión concreta con los hermanos, especialmente con los que viven en la necesidad.
Y Jesús, para hacernos comprender esta actitud, cuenta la parábola de los siervos que esperan el regreso del Maestro cuando vuelve de las bodas (vv. 36-40), presentando así otro aspecto de la vigilancia: estar preparados para el encuentro último y definitivo con el Señor. Cada uno de nosotros se encontrará, nos encontraremos en ese día del encuentro. Cada uno de nosotros tiene la propia fecha para el encuentro definitivo. Dice el Señor: «Dichosos los siervos que el señor al venir encuentre despiertos... Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así ¡dichosos ellos!» (vv. 37-38). Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; por eso, estamos llamados a emplear todos los talentos que tenemos, sin olvidar nunca que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13,14). Desde esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, así que debemos vivir y actuar en esta tierra teniendo nostalgia del cielo: los pies en la tierra, caminar en la tierra, trabajar en la tierra, hacer el bien en la tierra, y el corazón nostálgico del cielo.
No podemos comprender realmente en qué consiste esta alegría suprema, pero Jesús nos hace darnos cuenta de ello con el ejemplo del amo que, al volver, encuentra a sus siervos aún despiertos: «Se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y yendo de uno a otro los servirá» (v. 37). La alegría eterna del paraíso se manifiesta así: la situación se invertirá, y ya no serán los siervos, es decir, nosotros, los que sirvamos a Dios, sino que Dios mismo se pondrá a nuestro servicio. Y esto lo hace Jesús ya desde ahora. Jesús reza por nosotros, Jesús nos mira y pide al Padre por nosotros, Jesús nos sirve ahora, es nuestro siervo. Y esta será la última alegría. El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza y nos estimula a comprometernos constantemente en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
¡Qué la Virgen María, por su intercesión maternal, sostenga este compromiso nuestro!

ÁNGELUS, Domingo 7 de agosto de 2016.
Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
En el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 12, 32-48), Jesús habla a sus discípulos del comportamiento a seguir en vista del encuentro final con Él, y explica cómo la espera de este encuentro debe impulsarnos a llevar una vida rica de obras buenas. Entre otras cosas dice «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni destruye la polilla» (Lc 12, 33). Es una invitación a dar valor a la limosna como obra de misericordia, a no depositar nuestra confianza en los bienes efímeros, a usar las cosas sin apego y egoísmo sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor. Nosotros podemos estar muy pegados al dinero, tener muchas cosas, pero al final no las podemos llevar con nosotros. Recordad que «el sudario no tiene bolsillos».
La enseñanza de Jesús continúa con tres breves parábolas sobre el tema de la vigilancia. Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, permanecer vigilantes en la vida. La primera es la parábola de los siervos que esperan por la noche el regreso de su señor. «Dichosos los siervos que el Señor al venir encuentre despiertos» (Lc 12, 37): es la felicidad de esperar con fe al Señor, del estar preparados con actitud de servicio. Él está presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será bienaventurado quien le abra, porque tendrá una gran recompensa: es más, el Señor mismo se hará siervo de sus siervos –es una bonita recompensa– en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábola, ambientada por la noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, preludio del día luminoso de la eternidad. Para poder participar se necesita estar preparado, despierto y comprometido con el servicio a los demás, con la tranquilizadora perspectiva de que «desde allí» no seremos nosotros los que sirvamos a Dios, sino que será Él mismo quien nos acoja en su mesa. Pensándolo bien, esto ocurre ya cada vez que encontramos al Señor en la oración, o también sirviendo a los pobres, y sobre todo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.
La segunda parábola tiene como imagen la llegada imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigilancia; efectivamente Jesús exhorta: «También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12, 40). El discípulo es quien espera al Señor y su Reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la salida del señor. En la primera escena, el administrador sigue fielmente sus deberes y recibe su recompensa. En la segunda escena, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por lo que, al regreso imprevisto del señor, será castigado. Esta escena describe una situación frecuente también en nuestros días: tantas injusticias, violencias y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarnos como dueños de la vida de los demás. Tenemos un solo dueño al cual no le gusta hacerse llamar «dueño» sino «Padre». Todos nosotros somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre.
Jesús nos recuerda hoy que la espera de la beatitud eterna no nos dispensa del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, justamente nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos impulsa a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles.
Que la Virgen María nos ayude a no ser personas y comunidades resignadas con el presente, o peor aún, nostálgicas del pasado, sino orientadas hacia el futuro de Dios, hacia el encuentro con Él, nuestra vida y nuestra esperanza.
ÁNGELUS, Domingo 11 de agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12, 32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu en vela, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nosotros mismos. Este es un aspecto fundamental de la vida. Existe un deseo que todos nosotros, sea explícito u oculto, tenemos en el corazón. Todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
Esta enseñanza de Jesús también es importante verla en el contexto concreto, existencial, donde Él la transmitió. En este caso, el evangelista Lucas nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino los educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de alma. Entre estas actitudes está el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, precisamente, la vigilancia interior, la espera activa del reino de Dios. Para Jesús es la espera del regreso a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a buscarnos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya hizo con su Madre María santísima: la llevó al Cielo con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es alguien que lleva dentro de sí un deseo grande, un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice se resume en un famoso dicho de Jesús: "Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Lc 12, 34). El corazón que desea. Pero todos nosotros tenemos un deseo. La pobre gente es la que no tiene deseo; el deseo de seguir adelante, hacia el horizonte; y para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro precisamente con Él, que es nuestra vida, nuestra alegría, lo que nos hace felices. Pero yo os haría dos preguntas. La primera: todos vosotros, ¿tenéis un corazón deseoso, un corazón que desea? Pensad y responded en silencio y en tu corazón: tú, ¿tienes un corazón que desea, o tienes un corazón cerrado, un corazón adormecido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo: seguir adelante hacia el encuentro con Jesús. Y la segunda: ¿dónde está tu tesoro, aquello que tú deseas? –porque Jesús nos dijo: Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón–. Y yo pregunto: ¿dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más valiosa, la realidad que atrae mi corazón como un imán? ¿Qué es lo que atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios? ¿Están las ganas de hacer el bien a los demás, de vivir para el Señor y para nuestros hermanos? ¿Puedo decir esto? Cada uno responda en su corazón. Pero alguien puede decirme: Padre, pero yo soy uno que trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo... Cierto, es verdad, es importante. Pero, ¿cuál es la fuerza que mantiene unida a la familia? Es precisamente el amor, y quien siembra el amor en nuestro corazón es Dios, el amor de Dios, es precisamente el amor de Dios quien da sentido a los pequeños compromisos cotidianos e incluso ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Seguir adelante en la vida con amor, con ese amor que el Señor sembró en el corazón, con el amor de Dios. Este es el verdadero tesoro. Pero el amor de Dios, ¿qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico. El amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo, Jesús. El amor de Dios se manifiesta en Jesús. Porque nosotros no podemos amar el aire... ¿Amamos el aire? ¿Amamos el todo? No, no se puede, amamos a personas, y la persona que nosotros amamos es Jesús, el regalo del Padre entre nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo lo demás; un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y da sentido también a las experiencias negativas, porque este amor nos permite ir más allá de estas experiencias, ir más allá, no permanecer prisioneros del mal, sino que nos hace ir más allá, nos abre siempre a la esperanza. He aquí que el amor de Dios en Jesús siempre nos abre a la esperanza, al horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. Así, incluso las fatigas y las caídas encuentran un sentido. También nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios, porque este amor de Dios en Jesucristo nos perdona siempre, nos ama tanto que nos perdona siempre.
Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de santa Clara de Asís, que siguiendo los pasos de Francisco dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa Clara nos da un testimonio muy bello de este Evangelio de hoy: que ella nos ayude, junto con la Virgen María, a vivirlo también nosotros, cada uno según la propia vocación.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Castelgandolfo, Domingo 8 de agosto de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En el pasaje evangélico de este domingo prosigue el discurso de Jesús a los discípulos sobre el valor de la persona a los ojos de Dios y sobre la inutilidad de las preocupaciones terrenas. No se trata de un elogio al desinterés. Es más, al escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que "el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva" (Spe salvi, 2). Como leemos en el pasaje de la carta a los Hebreos en la liturgia de hoy, Abraham se adentra con corazón confiado en la esperanza que Dios le abre: la promesa de una tierra y de una "descendencia numerosa", y sale "sin saber a dónde iba", confiando sólo en Dios (cf. Hb 11, 8-12). Y Jesús en el Evangelio de hoy –mediante tres parábolas– ilustra cómo la espera del cumplimiento de la "bienaventurada esperanza", su venida, debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas: "Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla" (Lc 12, 33). Se trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor: como escribe sintéticamente Romano Guardini, "en la forma de una relación: a partir de Dios, con vistas a Dios" (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 44).
Al respecto, deseo llamar la atención hacia algunos santos que celebraremos esta semana y que plantearon su vida precisamente a partir de Dios y con vistas a Dios. Hoy recordamos a santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominicana en el siglo XIII, que lleva a cabo la misión de instruir a la sociedad sobre las verdades de fe, preparándose con el estudio y la oración. En la misma época, santa Clara de Asís –a quien recordaremos el miércoles próximo–, prosiguiendo la obra franciscana, fundó la Orden de las Clarisas. El 10 de agosto recordaremos al diácono san Lorenzo, mártir del siglo III, cuyas reliquias se veneran en Roma en la basílica de San Lorenzo extramuros. Por último, haremos memoria de otros dos mártires del siglo XX que compartieron el mismo destino en Auschwitz. El 9 de agosto recordaremos a la santa carmelita Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, y el 14 de agosto al sacerdote franciscano san Maximiliano María Kolbe, fundador de la Milicia de María Inmaculada. Ambos atravesaron el oscuro tiempo de la segunda guerra mundial, sin perder nunca de vista la esperanza, el Dios de la vida y del amor.
Confiemos en el apoyo materno de la Virgen María, Reina de los santos, que comparte amorosamente nuestra peregrinación. A ella dirijamos nuestra oración.
ÁNGELUS, Domingo 12 de agosto de 2007
Queridos hermanos y hermanas: 
La liturgia de este XIX domingo del tiempo ordinario nos prepara, de algún modo, a la solemnidad de la Asunción de María al cielo, que celebraremos el próximo 15 de agosto. En efecto, está totalmente orientada al futuro, al cielo, donde la Virgen santísima nos ha precedido en la alegría del paraíso. En particular, la página evangélica, prosiguiendo el mensaje del domingo pasado, invita a los cristianos a desapegarse de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a cumplir fielmente su deber tendiendo siempre hacia lo alto. El creyente permanece despierto y vigilante a fin de estar preparado para acoger a Jesús cuando venga en su gloria. Con ejemplos tomados de la vida diaria, el Señor exhorta a sus discípulos, es decir, a nosotros, a vivir con esta disposición interior, como los criados de la parábola, que esperan la vuelta de su señor. "Dichosos los criados -dice- a quienes el Señor, al llegar, encuentre en vela" (Lc 12, 37). Por tanto, debemos velar, orando y haciendo el bien. 
Es verdad, en la tierra todos estamos de paso, como oportunamente nos lo recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy, tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Abraham, vestido de peregrino, como un nómada que vive en una tienda y habita en una región extranjera. Lo guía la fe. "Por fe -escribe el autor sagrado- obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8). En efecto, su verdadera meta era "la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hb 11, 10). La ciudad a la que se alude no está en este mundo, sino que es la Jerusalén celestial, el paraíso. Era muy consciente de ello la comunidad cristiana primitiva, que se consideraba "forastera" en la tierra y llamaba a sus núcleos residentes en las ciudades "parroquias", que significa precisamente colonias de extranjeros (en griego, pàroikoi) (cf. 1P 2, 11). De este modo, los primeros cristianos expresaban la característica más importante de la Iglesia, que es precisamente la tensión hacia el cielo. 
Por tanto, la liturgia de la Palabra de hoy quiere invitarnos a pensar "en la vida del mundo futuro", como repetimos cada vez que con el Credo hacemos nuestra profesión de fe. Una invitación a gastar nuestra existencia de modo sabio y previdente, a considerar atentamente nuestro destino, es decir, las realidades que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso. Precisamente así asumimos nuestra responsabilidad ante el mundo y construimos un mundo mejor. 
La Virgen María, que desde el cielo vela sobre nosotros, nos ayude a no olvidar que aquí, en la tierra, estamos sólo de paso, y nos enseñe a prepararnos para encontrar a Jesús, que "está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario.
La obediencia de la fe
144 Obedecer ("ob-audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
Abraham, "el padre de todos los creyentes"
145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8; cf. Gn 12, 1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23, 4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11, 17).
146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11, 1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rm 4, 3; cf. Gn 15, 6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rm 4, 20), Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rm 4, 11. 18; cf. Gn 15, 15).
147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11, 2. 39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11, 40; Hb 12, 2).
María : "Dichosa la que ha creído"     
148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37; cf. Gn 18, 14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2, 35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.
La virtud de la esperanza
1817 La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. "Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa" (Hb 10, 23). "El Espíritu Santo que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3, 6 -7).
1818 La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4 -8; Gn 22, 1-18). "Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4, 18).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que no falla" (Rm 5, 5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que penetra… adonde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación" (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10, 22; cf Cc de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
"Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin" (S. Teresa de Jesús, excl. 15, 3).
La oración, humilde vigilancia del corazón
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6, 21. 24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración    
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes: una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de su más profundo deseo. Mientras tanto, nos volvemos al Señor como nuestro único recurso; pero ¿alguien se lo cree verdaderamente? Consideramos a Dios como asociado en alianza con nosotros, pero nuestro corazón continúa en la arrogancia. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: Sin mí, no podéis hacer nada (Jn 15, 6).
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.
Abrahán, modelo de fe
144 Obedecer ("ob - audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8; cf. Gn 12, 1  - 4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23, 4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11, 17).
146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11, 1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rm 4, 3; cf. Gn 15, 6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rm 4, 20), Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rm 4, 11. 18; cf. Gn 15, 15).
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rm 4, 18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12, 1-2).
2572 Como última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar a los muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. "Alégrate… Hija de Jerusalén… el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído… " (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Oremos al Señor. El es nuestro auxilio y escudo.
- Por la Iglesia, llamada a vivir en la provisionalidad de este mundo, en constante tensión hacia el futuro, a la espera del Señor. Roguemos al Señor
- Por los que se dedican a la política, para que ejerzan sus cargos con sentido de responsabilidad, sin dejarse llevar por la negligencia. Roguemos al Señor.
- Por los que pasan la vida en la inconsciencia, sin sentido de responsabilidad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que hemos oído la advertencia: «Estad preparados, como los que aguardan, en vela». Roguemos al Señor.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las Ofrendas
Acepta complacido, Señor, los dones que en tu misericordia has dado a tu Iglesia para que pueda ofrecértelos, y que ahora transformas con tu poder en sacramento de nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Ecclésiae tuae, Dómine, múnera placátus assúme, quae et miséricors offerénda tribuísti, et in nostrae salútis poténter éfficis transíre mystérium. Per Christum.

PREFACIO IX DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
(Prefacio II del Espíritu Santo)
LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque nos concedes en cada momento lo que más conviene y diriges sabiamente la nave de tu Iglesia, asistiéndola siempre con la fuerza del Espíritu Santo, para que, a impulso de su amor confiado, no abandone la plegaria en la tribulación, ni la acción de gracias en el gozo, por Cristo, Señor nuestro.
A quien alaban los cielos y la tierra, los ángeles y los arcángeles, proclamando sin cesar:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui síngulis quibúsque tempóribus aptánda dispénsas, mirísque modis Ecclésiae tuae gubernácula moderáris. Virtúte enim Spíritus Sancti ita eam adiuváre non désinis, ut súbdito tibi semper afféctu nec in tribulatióne supplicáre defíciat, nec inter gáudia grátias reférre desístat, per Christum Dóminum nostrum.
Et ídeo, choris angélicis sociáti, te laudámus in gáudio confiténtes:

Santo, santo Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

Antífona de comunión Cf. Sal 147, 12. 14

Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia con flor de harina.
Lauda, Ierúsalem, Dóminum, qui ádipe fruménti sátiat te.
O bien: Cf. Jn 6, 51
El pan que yo daré es mi carne para vida del mundo, dice el Señor.
Panis, quem ego dédero, caro mea est pro saeculi vita, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.
Sacramentórum tuórum, Dómine, commúnio sumpta nos salvet, et in tuae veritátis luce confírmet. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 8 de agosto
M
emoria de santo Domingo, presbítero, que, siendo canónigo de Osma, se hizo humilde ministro de la predicación en los países agitados por la herejía albigense y vivió en voluntaria pobreza, hablando siempre con Dios o acerca de Dios. Deseoso de una nueva forma de propagar la fe, fundó la Orden de Predicadores, para renovar en la Iglesia la manera apostólica de vida, y mandó a sus hermanos que se entregaran al servicio del prójimo con la oración, el estudio y el ministerio de la Palabra. Su muerte tuvo lugar en Bolonia, el día seis de agosto. (1221)
2. En Albano, en la decimoquinta milla de la vía Apia, santos Segundo, Carpófono, Victorino y Severiano, mártires. (s. III/IV)
3. En Roma, en la séptima milla de la vía Ostiense, santos Ciríaco, Largo, Crescenciano, Memia, Juliana y Esmaragdo, mártires(s. IV)
4. En Tarso, ciudad de Cilicia, hoy Turquía, martirio de san Marino, anciano de Anazarbe, que en tiempo del emperador Diocleciano y el prefecto Lysia fue decapitado, y su cuerpo, por orden de dicho prefecto, arrojado a las fieras para que lo devoraran. (c. 303-311)
5. En Milán, en la actual región italiana de Liguria, san Eusebio, obispo, que trabajó intensamente por la fe verdadera y reconstruyó la iglesia catedral destruida por los hunos. (c. 462)
6. En Vienne, en la Galia Lugdunense, actualmente Francia, san Severo, presbítero(c. s. V)
7*. En Burdeos, ciudad de Aquitania, también en la actual Francia, san Mummolo, abad del monasterio de Fleury. (678)
8. En Cízico, en el Helesponto, hoy Turquía, san Emiliano, obispo, que, por defender el culto a las sagradas imágenes, soportó grandes sufrimientos por parte del emperador León y, finalmente, terminó su vida en el destierro. (s. IX)
9*. En el monasterio de Göttweig, en la actual Austria, san Altmano, obispo de Passau, que fundó numerosas casas de clérigos bajo la Regla de san Agustín, renovó la disciplina del clero y murió en el exilio, expulsado de su sede por haber defendido la libertad de la Iglesia contra el emperador Enrique IV. (1091)
10*. En Galese, cerca de Viterbo, en la región italiana de Toscana, san Famiano, eremita, que, nacido en Colonia, después de haber distribuido sus bienes entre los pobres y haber realizado piadosas peregrinaciones, murió en este lugar, revestido con el hábito Cisterciense. (c. 1150)
11*. En Londres, en Inglaterra, beato Juan Felton, mártir, que expuso públicamente la bula de excomunión emitida por el papa san Pío V contra la reina Isabel I y, por este motivo, fue despedazado cruelmente junto a la iglesia de San Pablo, mientras invocaba el nombre del Salvador, consumando así gloriosamente su martirio. (1570)
12*. En York, también en Inglaterra, beato Juan Fingley, presbítero y mártir, el cual, también durante el reinado de Isabel I, fue condenado a muerte por ser sacerdote y pereció ahorcado. Con él se conmemora al beato Roberto Bickendike, que en aquel mismo período, sin que se conozca el día y el año, sufrió los mismos tormentos por haberse reconciliado con la Iglesia católica. (1586)
13. En la aldea Xixiaodun, cerca de Xinhexian, en la provincia de Hebei, en China, san Pablo Ke Tingzhu, mártir, que siendo el responsable de los cristianos de la aldea, durante la persecución desencadenada por los seguidores del movimiento Yihetuan, ofreció a los demás, al ser despedazado, un luminoso ejemplo de firmeza cristiana. (1900)
14*. En la ciudad de Zamora, en España, beata Bonifacia Rodríguez Castro, virgen, que fundó la Congregación de Siervas de San José, para promover cristiana y socialmente a la mujer mediante la oración y el trabajo, según el ejemplo de la Sagrada Familia. (1905)
15*. En Sydney, en Australia, santa María de la Cruz (María Elena) MacKillop, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanas de San José y del Sagrado Corazón, y la dirigió tras múltiples dificultades y fatigas. (1909) Canonizada 2010
16*. En Poggio a Caiano, en la región italiana de Toscana, beata Margarita María (María Ana Rosa) Caiani, virgen, que fundó el Instituto de Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús, para la formación de la juventud y la asistencia a los enfermos. (1921)
17*. En el lugar llamado El Saler, cerca de Valencia, en España, beato Antonio Silvestre Moya, presbítero y mártir, que, en el furor de la persecución contra la fe, llegó victorioso al reino celestial por su firme testimonio de Cristo. (1936)
18*. En Valencia, también en España, beatas María del Niño Jesús Baldillou y Bullit y sus compañeras*, vírgenes del Instituto de Hijas de María Religiosas de las Escuelas Pías y mártires, que en la misma persecución salieron gloriosamente al encuentro de Cristo, su Esposo, martirizadas por la violencia de los enemigos de la Iglesia. (1936)
*Son sus nombres: Presentación de la Sagrada Familia (Pascalina) Gallén y Martí, María Luisa de Jesús Girón y Romera, Carmela de San Felipe Neri (Nazaria) Gómez y Lezaun, y Clementia de San Juan Bautista (Antonia) Riba y Mestres.
19*. En el lugar de Gusen, en Alemania, beato Vladimiro Laskowski, presbítero y mártir, que, en tiempo de guerra, encarcelado en un campo de concentración y cruelmente torturado, alcanzó la gloria del martirio. (1940)

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