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domingo, 17 de julio de 2022

Domingo 21 agosto 2022, XXI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

SANTA MISA "IN CENA DOMINI"
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Juan de Letrán. Jueves Santo 8 de abril de 1982

1. «El Padre había puesto todo en sus manos» (Jn 13, 3).

Antes de la Cena pascual Cristo tiene conciencia clara de que el Padre le ha puesto todo en las manos. Es libre con toda la plenitud de la libertad que goza el Hijo del hombre, el Verbo encarnado. Es libre con una libertad tal que no es propia de ningún otro hombre.

La última Cena: todo lo que en ella se cumplirá tiene su origen en la perfecta libertad del Hijo respecto del Padre.

Dentro de poco llevará esta libertad suya a Getsemaní y dirá: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22, 42).

Entonces aceptará el sufrimiento que caerá sobre El y que es al mismo tiempo objeto de una opción; un sufrimiento de dimensiones inconcebibles para nosotros.

Pero durante la última Cena la opción estaba ya hecha. Cristo actúa con plena conciencia de la opción ya realizada. Sólo tal conciencia explica el hecho de que El, «tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19). Y después de cenar tomó el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre», como refiere San Pablo (1 Cor 11,25), mientras los Evangelistas puntualizan: «en mi sangre que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20), o «mi sangre del Nuevo Testamento que será derramada por muchos» (Mt 26, 28; Mc 14, 24).

Al pronunciar estas palabras en el Cenáculo, Cristo ya ha hecho la opción.

La ha hecho hace tiempo. Ahora la realiza de nuevo. Y en Getsemaní la cumplirá una vez más al aceptar en el dolor toda la inmensidad del sufrimiento vinculado a esta opción.

«El Padre había puesto todo en sus manos».

Todo, el designio completo de la salvación, el Padre lo ha entre- gado a su libertad perfecta.

Y a su amor perfecto.

2. Mediante la opción de Cristo, mediante su libertad perfecta y su amor perfecto, en la cena pascual la figura del cordero pascual llegó al culmen de su significado.

De su institución habla la lectura de hoy del Éxodo: «Lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua del Señor». «Será un animal sin defecto ... lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido ... », «Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto ... Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera al país de Egipto» (Ex 12,11.5-7.12-13).

Esta es la Pascua de la Antigua Alianza.

El recuerdo del Paso por Egipto de la mano purificadora del Señor.

El recuerdo de la salvación mediante la sangre del cordero inocente.

El recuerdo de la liberación de la esclavitud.

El día catorce de Nisán de cada año, celebra todavía Israel la Pascua. Por su parte Cristo celebra con los Apóstoles la última Cena.

Meditan sobre la liberación de la esclavitud mediante la sangre del cordero inocente.

Y Cristo dice sobre el pan: Tomad y comed; éste es mi cuerpo, que ha sido entregado por vosotros. Después dice sobre el vino: Tomad y bebed, éste es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros. Por vosotros y por todos (cfr. Mt 26, 26-28; Lc 22, 19-20) .

En el marco de estas palabras aparece ya el cumplimiento de la figura del cordero de la Antigua Alianza.

Y de pronto, en la historia de la humanidad, en la historia de la salvación, entra el Cordero de la Nueva Alianza, el Cordero más inocente, el Cordero de Dios.

Entra mediante su Cuerpo y Sangre; mediante el Cuerpo que será entregado, mediante la Sangre que será derramada. Entra a través de la muerte que libera de la esclavitud de la muerte del pecado. Entra a través de la muerte que da la vida.

El sacramento de la última Cena es el signo visible de esta vida. Es alimento de vida eterna.

3. Sucedió «antes de la fiesta de Pascua». Aquella fue la hora de Cristo, la hora «de pasar de este mundo al Padre».

En aquella hora, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). «Los suyos que estaban en el mundo», ¿acaso solamente los que estaban con El en la hora de la última Cena? No sólo ellos. Amó a todos «los suyos», a todos los que iba a redimir. A todos desde el principio del mundo hasta el fin. A todos y en todos los sitios.

Y entonces les lavó los pies; a los que estaban en el Cenáculo A Pedro, el primero.

Entonces, en el momento de su primera Eucaristía, les deseó pureza, una pureza mayor de cuanto ellos mismos habían pensado; de cuanto había pensado Pedro.

Y desea esta pureza a todos.

El amor le obliga a desear pureza a todos y en todos los sitios.

«Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo» (Jn 13, 8).

En la Eucaristía Cristo desea compartir su vida conmigo, desea la comunión.

En la perspectiva de esta comunión con el hombre, desea la pureza de su alma.

Esta es, pues, la hora de la última Cena. La hora de Cristo. La hora del grande e ilimitado deseo de su corazón; El desea la comunión con el hombre y desea la pureza del alma humana.

¿Acaso podemos rehuir este deseo?

SANTA MESSA PER I SEMINARISTI OLANDESI
OMELIA DI GIOVANNI PAOLO II

Cappella Paolina, 15 aprile 1982

Nella preghiera che nel Giovedì Santo ho mandato a tutti i sacerdoti. della Chiesa, ho scritto: “L’Eucaristia è soprattutto il dono fatto alla Chiesa. Indicibile dono. Anche il sacerdozio è un dono alla Chiesa, in considerazione dell’Eucaristia” (Giovanni Paolo II, Precatio, Feria V in Cena Domini, anno MCMLXXXII recurrente, universis Ecclesiae Sacerdotibus destinata, 8, die 25 mar. 1982: vide supra, p. 1068).

È buono e utile ricordarcene un momento all’inizio di questa speciale celebrazione eucaristica, questa celebrazione sacerdotale per eccellenza del sacerdozio della Chiesa nelle sue forme e gradi diversi: Papa, Vescovi, sacerdoti e futuri sacerdoti.

Dio ci ha tanto amati da dare il suo Figlio unigenito (cf. Gv 3, 16), e questo ci ha tanto amati che umiliò se stesso facendosi obbediente fino alla morte di croce (cf. Fil 2, 8) e ci liberò dai peccati con il suo sangue (cf. Ap 1, 5). Non siamo stati noi ad amare Dio, ma è lui che ha amato noi e ha mandato il suo Figlio come vittima di espiazione per i nostri peccati (cf. 1 Gv 4, 10).

La redenzione, il perdono dei peccati, è dono dell’amore e della misericordia infinita di Dio per noi e pertanto anche il sacramento del sacrificio redentore della croce, l’Eucaristia, e il sacramento del ministero dell’Eucaristia, il sacerdozio, sono dono del divino amore senza limiti. Dono alla Chiesa, ai fedeli, ma in specie evidentemente dono ai ministri stessi, ai sacerdoti. Dobbiamo dunque vedere la vocazione sacerdotale prima di tutto come un dono indicibile di Dio, a cui dobbiamo essere aperti con grande umiltà e gratitudine. Un dono del tutto immeritato che riceviamo a favore della Chiesa, in considerazione soprattutto dell’Eucaristia, e che dobbiamo dunque esercitare come un servizio autentico e umile alla Chiesa, ai fedeli.

Voglio invitarvi a pregare Dio con fervore in questa Celebrazione eucaristica, affinché lui ci dia la grazia di considerare e di vivere sempre il sacerdozio come un dono indicibile di Dio e come un vero servizio ai fedeli. Per poterlo fare con sincerità e fruttuosamente, convertiamoci a Dio e domandiamo il perdono dei nostri peccati.

CALENDARIO

21 + XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Is 66, 18-21.
De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos.
- Sal 116. R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
- Heb 12, 5-7. 11-13. El Señor reprende a los que ama.
- Lc 13, 22-30. Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Al comienzo de la celebración pedimos mantenernos firmes en la verdadera alegría, en medio de las vicisitudes del mundo (1.ª orac.). La fuente de esa alegría es saber que nos Dios nos ha adquirido como un pueblo de hijos, por el único sacrificio de Cristo (cf. orac. sobre las ofrendas). En nosotros, congregados de todas las partes del mundo, se han cumplido las profecías, y nos hemos sentado a la mesa en el reino de Dios, que se nos hace presente ya en la celebración de la eucaristía (cf. 1 lect. y Ev.). Pero no podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, sino que cuando al final de la misa se nos diga: «Podéis ir en paz», nos sentiremos llamados a llevar a los demás lo que aquí hemos contemplado: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio» (sal. resp.).

* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 22 de agosto, pág. 505.

TEXTOS MISA

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Antífona de entrada Sal 85, 1-3
Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti. Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día.
Inclína, Dómine, aurem tuam ad me, et exáudi me. Salvum fac servum tuum, Deus meus, sperántem in te. Miserére mihi, Dómine, quóniam ad te clamávi tota die.

Monición de entrada
Año C
Nos hemos reunido en asamblea litúrgica para celebrar la eucaristía en el domingo. Se trata de la reunión más importante de nuestra comunidad cristiana. Al mismo tiempo que celebramos y acogemos la salvación de Dios realizada por Jesucristo con su muerte y resurrección, ha de ser expresión de nuestra fe y nuestra vida fraterna. Que esta celebración nos ayude a tener un corazón abierto y universal para acoger a todos, pues Dios llama a todos a participar en la mesa de su reino.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C
- Que tu gran bondad nos escuche: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Ábrenos la puerta de tu misericordia: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú eres nuestro Dios y Salvador: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui fidélium mentes uníus éfficis voluntátis, da pópulis tuis id amáre quod praecipis, id desideráre quod promíttis, ut, inter mundánas varietátes, ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gáudia. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del XXI Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C.

PRIMERA LECTURA Is 66, 18-21
De todos las naciones traerán a todos vuestros hermanos
Lectura del libro de Isaías.

Esto dice el Señor:
«Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos,
vendré para reunir
las naciones de toda lengua;
vendrán para ver mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos
enviaré supervivientes a las naciones:
a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco),
Túbal y Grecia, a las costas lejanas
que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor,
traerán a todos vuestros hermanos,
a caballo y en carros y en literas,
en mulos y dromedarios,
hasta mi santa montaña de Jerusalén
—dice el Señor—,
así como los hijos de Israel traen ofrendas,
en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré
sacerdotes y levitas —dice el Señor—».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15)
R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum universum, prædicate Evangelium.
O bien: Aleluya.

V. Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos. R.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum universum, prædicate Evangelium.

V. Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Eúntes in mundum universum, prædicate Evangelium.

SEGUNDA LECTURA Heb 12, 5-7. 11-13
El Señor reprende a los que ama
Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor,
ni te desanimes por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama
y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Jn 14, 6bc
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy el camino y la verdad y la vida –dice el Señor–; nadie va al Padre sino por mí. R.
Ego sum via, véritas et vita, dicit Dóminus; nemo venit ad Patrem nisi per me.

EVANGELIO Lc 13, 22-30
Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
Señor, ábrenos;
pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 25 de agosto de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc 13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta de un hombre que se dirige a él y le dice: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (v. 23). La cuestión se debatía en aquel momento –cuántos se salvan, cuántos no…– y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras a este respecto, dependiendo de los textos que tomaron. Pero Jesús invierte la pregunta, que se centra más en la cantidad, es decir, «¿son pocos?» y en su lugar coloca la respuesta en el nivel de responsabilidad, invitándonos a usar bien el tiempo presente. En efecto, dice: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay «un número cerrado» en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar el paso correcto desde ahora, y este paso correcto es para todos, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere engañarnos diciendo: «Sí, tranquilos, la cosa es fácil, hay una hermosa carretera y en el fondo una gran puerta». No nos dice esto: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse uno debe amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una «puerta estrecha» porque es exigente, el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, «esfuerzo», es decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio. San Pablo lo llama «el buen combate de la fe» (1Tm 6, 12). Se necesita el esfuerzo de cada día, de todo el día para amar a Dios y al prójimo. Y, para explicarse mejor, Jesús cuenta una parábola. Hay un cabeza de familia que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estáis fuera a llamar a la puerta, diciendo: "¡Señor, ábrenos!" Y os responderá: "No sé de dónde sois"» Estas personas tratarán de ser reconocidas, recordando al dueño de la casa: «Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». «Yo estaba allí cuando diste esa conferencia…». Pero el Señor repetirá que no los conoce y los llama "obradores de la injusticia". Este es el problema! El Señor no nos reconocerá por nuestros títulos –«Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo de tal monseñor, tal cardenal, tal sacerdote…». No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe que se traduce en obras. Y para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a establecer una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la iglesia, acercándonos a los Sacramentos y nutriéndonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva la caridad. Y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos gastar nuestras vidas por el bien de nuestros hermanos y hermanas, luchando contra todas las formas de maldad e injusticia. Que nos ayude en esto la Virgen María. Ella ha pasado por la puerta estrecha que es Jesús. Ella lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los días de su vida, incluso cuando ella no lo entendía, aun cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como la «Puerta del Cielo»: María, la Puerta del Cielo; una puerta que replica exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, un corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

ÁNGELUS, Domingo 21 de agosto de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La hodierna página evangélica nos sugiere meditar sobre el tema de la salvación. El evangelista Lucas narra que a Jesús, viajando a Jerusalén, durante el recorrido se le acerca uno que le formula esta pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13, 23). Jesús no da una respuesta directa sino que traslada el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo, que al inicio tal vez los discípulos non comprenden: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (Lc 13, 24). Con la imagen de la puerta, Él quiere que sus interlocutores entiendan que no es cuestión de número –cuántos se salvarán–, no importa saber cuántos, sino que lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación.
Tal recorrido prevé que se atraviese una puerta. Pero, ¿dónde está la puerta? ¿Cómo es la puerta? ¿Quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta. Lo dice Él en el Evangelio de Juan: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9). Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿por qué esta puerta es estrecha?, se puede preguntar. ¿Por qué dice que es estrecha? Es una puerta estrecha no porque sea opresiva; sino porque nos exige restringir y contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con el corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por eso es estrecha: para contener nuestro orgullo, que nos hincha. La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero ¡siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino que acoge siempre a todos, sin distinción. Una puerta estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestro miedo; una puerta abierta de par en par para que Dios nos reciba sin distinción. Y la salvación que Él nos ofrece es un flujo incesante de misericordia que derriba toda barrera y abre interesantes perspectivas de luz y de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no os olvidéis de esto.
Jesús hoy nos ofrece, una vez más, una apremiante invitación a dirigirnos hacia Él, a pasar el umbral de la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera a cada uno de nosotros, cualquiera que sea el pecado que hayamos cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solo Él puede transformar nuestro corazón, solo Él puede dar un sentido pleno a nuestra existencia, donándonos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del Evangelio, nosotros podremos salir de los comportamientos mundanos, de los malos hábitos, de los egoísmos y de la cerrazón. Cuando hay contacto con el amor y la misericordia de Dios, hay un auténtico cambio. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!
Quisiera haceros una propuesta. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera para darnos su perdón.
El Señor nos ofrece tantas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no se debe desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se había dirigido a Jesús, sino que debemos aprovechar las ocasiones de salvación. Porque llegará el momento en que «el dueño de casa se levantará y cerrará la puerta» (cf. Lc 13, 25), como nos lo ha recordado el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué llegará el momento en que cerrará la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo que hay que alcanzar es importante: la salvación eterna.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a aprovechar las ocasiones que el Señor nos ofrezca para pasar el umbral de la puerta de la fe y entrar así en un ancho camino: es el camino de la salvación capaz de acoger a todos aquellos que se dejan incluir por el amor. Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se entregan a los demás, especialmente a los más débiles.
ÁNGELUS, Domingo 25 de agosto de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar acerca del tema de la salvación. Jesús está subiendo desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y en el camino –relata el evangelista Lucas– alguien se le acerca y le pregunta: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (Lc 13, 23). Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuántos se salvan, sino que es importante más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he aquí entonces que, a la pregunta, Jesús responde diciendo: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán" (v. 24). ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué Jesús habla de una puerta estrecha?
La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: "Pero, Padre, seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida". ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.
En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.
Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una "etiqueta". Yo os pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la puerta de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como transformó la suya para traer a todos la alegría del Evangelio.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 26 de agosto de 2007
Queridos hermanos y hermanas: 
También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Y Jesús le responde: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán" (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta "puerta estrecha"? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos? 
Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es "estrecha". No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es "estrecho" porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo. 
Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal. 
En el último día -recuerda también Jesús en el evangelio- no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los "obradores de iniquidad" serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas" (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "carné de identidad" que nos distingue como sus "amigos" auténticos; es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna. 
Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la "puerta del cielo".

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario.
Todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; Mt 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
"La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega" (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. Lc 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21, 18), la sed (cf. Jn 4, 6-7; Jn 19, 28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tm 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término "sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo") (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
Seguir la voluntad del Padre para entrar en el Reino de los cielos
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
"Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo" (Orígenes, or. 26).
"Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo" (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
"Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre" (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).
El camino estrecho
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RMi 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8).
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
"Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde 'habrá llanto y rechinar de dientes'" (LG 48).
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11, 26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: "Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará" (Lc 17, 33)
2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Oremos a Dios Padre, que nos congrega en la unidad de su amor.
- Por la Iglesia, para que viva cada vez más su catolicidad, abierta a todo el mundo. Roguemos al Señor.
- Por todas las naciones del orbe, para que procuren la paz, fruto de la justicia. Roguemos al Señor.
- Por todos los que viven al margen de la Iglesia, para que descubran en ella la presencia de Cristo Salvador y no sufran escándalo por nuestro pecado. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, que comemos y bebemos sentados a la mesa del Señor, para que, esforzándonos en entrar por la puerta estrecha, seamos admitidos en el banquete del reino glorioso. Roguemos al Señor.
Ábrenos, Señor, la puerta de tu misericordia; atiende a nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Señor, que adquiriste para ti un pueblo de adopción con el sacrificio de una vez para siempre, concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Qui una semel hóstia, Dómine, adoptiónis tibi pópulum acquisísti, unitátis et pacis in Ecclésia tua propítius nobis dona concédas. Per Christum.

PREFACIO I DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO.
EL MISTERIO PASCUAL Y EL PUEBLO DE DIOS
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Quien, por su Misterio pascual, realizó la obra maravillosa de llamarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, al honor de ser estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para que, trasladados de las tinieblas a tu luz admirable, proclamemos ante el mundo tus maravillas.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Cuius hoc miríficum fuit opus per paschále mystérium, ut de peccáto et mortis iugo ad hanc glóriam vocarémur, qua nunc genus eléctum, regále sacerdótium, gens sancta et acquisitiónis pópulus dicerémur, et tuas annuntiarémus ubíque virtútes, qui nos de ténebris ad tuum admirábile lumen vocásti.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de la comunión Cf. Sal 103, 13. 14-15
La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor, para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del hombre.
De fructu óperum tuórum, Dómine, satiábitur terra, ut edúcas panem de terra, et vinum laetíficet cor hóminis.
O bien: Cf. Jn 6, 54
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día, dice el Señor.
Qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, habet vitam aetérnam, dicit Dóminus; et ego resuscitábo eum in novíssimo die.

Oración después de la comunión
Te pedimos, Señor, que realices plenamente en nosotros el auxilio de tu misericordia, y haz que seamos tales y actuemos de tal modo que en todo podamos agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Plenum, quaesumus, Dómine, in nobis remédium tuae miseratiónis operáre, ac tales nos esse pérfice propítius et sic fovéri, ut tibi in ómnibus placére valeámus. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 22 de agosto
M
emoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.
2. En Autun, en la Galia Lugdubense, hoy Francia, san Simfoniano, mártir, al que, mientras era llevado al suplicio, desde la muralla de la ciudad su madre exhortaba con estas palabras: «Hijo, hijo, Simforiano, pon tu pensamiento en Dios vivo. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por una mejor». (s. III/IV)
3. En Roma, en la vía Ostiense, en el cementerio que lleva su nombre, san Timoteo, mártir. (303)
4. En Todi, en la región de Umbría, en la Italia actual, san Felipe Benizi, presbítero de Florencia, varón de gran humildad y propagador de la Orden de los Siervos de María, que consideraba a Cristo crucificado como su único libro. (1285)
5*. En Bevagna, también en la Umbría, beato Jacobo Bianconi, presbítero de la Orden de Predicadores, que fundó en aquel lugar un convento y refutó los errores de los nicolaítas. (1301)
6*. En Ocre, cerca de Fossa, en la región de los Abruzos, de nuevo en Italia, beato Timoteo de Monticchio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, insigne por la austeridad de su vida y el fervor de su oración. (1504)
7*. En York, en Inglaterra, beato Tomás Percy, mártir, conde de Northumberland, que, por su fidelidad a la Iglesia de Roma, durante el reinado de Isabel I consiguió la palma del martirio al ser decapitado. (1572)
8*. En el mismo lugar y durante el mismo reinado, beatos Guillermo Lacey y Ricardo Kirkman, presbíteros y mártires, que, condenados a muerte por haber entrado en Inglaterra como sacerdotes, fueron ajusticiados en el patíbulo. (1582)
9. En Worchester, también en Inglaterra, san Juan Wall, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, que tras haber ejercido clandestinamente su ministerio pastoral durante mas de veinte años, en tiempo del rey Carlos II, por el hecho de ser sacerdote, fue ahorcado y después descuartizado. (1679)
10. En Hereford, de nuevo en Inglaterra, en el mismo día y año, san Juan Kemble, presbítero y mártir, que en tiempo de persecución ejerció el ministerio pastoral durante más de cincuenta años y finalmente, ya octogenario, fue ahorcado por ser sacerdote, consumando así el martirio. (1679)
11*. En Ofida, en el Piceno, actual región de Las Marcas, en Italia, beato Bernardo (Domingo) Peroni, religioso de la orden de los Hermanos Menores Capuchinos, célebre por su simplicidad de corazón, inocencia de vida y admirable caridad para con los pobres. (1694)
12*. En el mar frente a Rochefort, en Francia, beato Elías Leymarie de Laroche, presbítero y mártir, que durante la Revolución Francesa, encarcelado en una sórdida nave y cruelmente maltratado, exhaló su espíritu. (1794)
13*. En la localidad de Starunya, en el territorio de Stanislav, en Ucrania, beato Simeón Lukac, obispo y mártir, quien, durante un gobierno hostil a la fe, ejerció clandestinamente su ministerio en favor de la grey de católicos de rito bizantino, y con una muerte fiel proclamó la gloria y el honor de Cristo el Señor y de Dios. (1964)

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