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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

lunes, 2 de mayo de 2022

Lunes 6 junio 2022, Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, memoria obligatoria.

SOBRE LITURGIA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL "PASTORES GREGIS"
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CAPÍTULO VI. EN LA COMUNIÓN DE LAS IGLESIAS

«La preocupación por todas las Iglesias» (2 Co 11, 28)


55. Escribiendo a los cristianos de Corinto, el apóstol Pablo recuerda cuánto ha sufrido por el Evangelio: «Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias» (2 Co 11, 26-28). De esto saca una conclusión apasionada: «¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?» (2 Co 11, 29). Este mismo interrogante interpela la conciencia de cada Obispo en cuanto miembro del Colegio episcopal.

Lo recuerda expresamente el Concilio Vaticano II cuando afirma que todos los Obispos, en cuanto miembros del Colegio episcopal y legítimos sucesores de los Apóstoles por institución y mandato de Cristo, han de extender su preocupación a toda la Iglesia. «Todos los Obispos, en efecto, deben impulsar y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia y enseñar a todos los fieles a amar a todo el Cuerpo místico de Cristo, sobre todo a los pobres, a los que sufren y a los perseguidos a causa de la justicia (cf. Mt 5, 10). Finalmente han de promover todas las actividades comunes a toda la Iglesia, sobre todo para que la fe se extienda y brille para todos la luz de la verdad plena. Por lo demás, queda como principio sagrado que, dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal, contribuyen eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico, que también es el cuerpo de las Iglesias» [206].

Así, cada Obispo está simultáneamente en relación con su Iglesia particular y con la Iglesia universal. En efecto, el mismo Obispo que es principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, es también el vínculo visible de la comunión eclesial entre su Iglesia particular y la Iglesia universal. Por tanto, todos los Obispos, residiendo en sus Iglesias particulares repartidas por el mundo, pero manteniendo siempre la comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio episcopal y con el mismo Colegio, dan consistencia y expresan la catolicidad de la Iglesia, al mismo tiempo que dan a su Iglesia particular este carácter de catolicidad. De este modo, cada Obispo es como el punto de engarce de su Iglesia particular con la Iglesia universal y testimonio visible de la presencia de la única Iglesia de Cristo en su Iglesia particular. Por tanto, en la comunión de las Iglesias el Obispo representa a su Iglesia particular y, en ésta, representa la comunión de las Iglesias. En efecto, mediante el ministerio episcopal, las portiones Ecclesiae participan en la totalidad de la Una y Santa, mientras que ésta, siempre mediante dicho ministerio, se hace presente en cada Ecclesiae portio [207].

La dimensión universal del ministerio episcopal se manifiesta y realiza plenamente cuando todos los Obispos, en comunión jerárquica con el Romano Pontífice, actúan como Colegio. Reunidos solemnemente en un Concilio Ecuménico o esparcidos por el mundo, pero siempre en comunión jerárquica con el Romano Pontífice, constituyen la continuidad del Colegio apostólico [208]. No obstante, todos los Obispos colaboran entre sí y con el Romano Pontífice in bonum totius Ecclesiae también de otras maneras, y esto se hace, sobre todo, para que el Evangelio se anuncie en toda la tierra, así como para afrontar los diversos problemas que pesan sobre muchas Iglesias particulares. Al mismo tiempo, tanto el ejercicio del ministerio del Sucesor de Pedro para el bien de toda la Iglesia y de cada Iglesia particular, como la acción del Colegio en cuanto tal, son una valiosa ayuda para que se salvaguarden la unidad de la fe y la disciplina común a toda la Iglesia en las Iglesias particulares confiadas a la atención de cada uno de los Obispos diocesanos. Los Obispos, sea individualmente que unidos entre sí como Colegio, tienen en la Cátedra de Pedro el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de la fe y de la comunión [209].

El Obispo diocesano en relación con la Autoridad suprema

56. El Concilio Vaticano II enseña que «los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, tienen de por sí, en las diócesis que les han sido encomendadas, toda la potestad ordinaria, propia e inmediata que se requiere para el ejercicio de su función pastoral sin perjuicio de la potestad que tiene el Romano Pontífice, en virtud de su función, de reservar algunas causas para sí o para otra autoridad» [210].

En el Aula sinodal alguno planteó la cuestión sobre la posibilidad de tratar la relación entre el Obispo y la Autoridad suprema a la luz del principio de subsidiaridad, especialmente en lo que se refiere a las relaciones entre el Obispo y la Curia romana, expresando el deseo de que dichas relaciones, en línea con una eclesiología de comunión, se desarrollen en el respeto de las competencias de cada uno y, por lo tanto, llevando a cabo una mayor descentralización. Se pidió también que se estudie la posibilidad de aplicar dicho principio a la vida de la Iglesia, quedando firme en todo caso que el principio constitutivo para el ejercicio de la autoridad episcopal es la comunión jerárquica de cada Obispo con el Romano Pontífice y con el Colegio episcopal.

Como es sabido, el principio de subsidiaridad fue formulado por mi predecesor de venerada memoria Pío XI para la sociedad civil [211]. El Concilio Vaticano II, que nunca usó el término «subsidiaridad», impulsó no obstante la participación entre los organismos de la Iglesia, desarrollando una nueva reflexión sobre la teología del episcopado que está dando sus frutos en la aplicación concreta del principio de colegialidad en la comunión eclesial. Los Padres sinodales estimaron que, por lo que concierne al ejercicio de la autoridad episcopal, el concepto de subsidiaridad resulta ambiguo, e insistieron en profundizar teológicamente la naturaleza de la autoridad episcopal a la luz del principio de comunión [212].

En la Asamblea sinodal se habló varias veces del principio de comunión [213]. Se trata de una comunión orgánica, que se inspira en la imagen del Cuerpo de Cristo de la que habla el apóstol Pablo cuando subraya las funciones de complementariedad y ayuda mutua entre los diversos miembros del único cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-31).

Por tanto, para recurrir correcta y eficazmente al principio de comunión, son indispensables algunos puntos de referencia. Ante todo, se ha de tener en cuenta que el Obispo diocesano, en su Iglesia particular, posee toda la potestad ordinaria, propia e inmediata necesaria para cumplir su ministerio pastoral. Le compete, por tanto, un ámbito propio, reconocido y tutelado por la legislación universal, en que ejerce autónomamente dicha autoridad [214]. Por otro lado, la potestad del Obispo coexiste con la potestad suprema del Romano Pontífice, también episcopal, ordinaria e inmediata sobre todas y cada una de Iglesias, las agrupaciones de las mismas y sobre todos los pastores y fieles [215].

Se ha de tener presente otro punto firme: la unidad de la Iglesia radica en la unidad del episcopado, el cual, para ser uno, necesita una Cabeza del Colegio. Análogamente, la Iglesia, para ser una, exige tener una Iglesia como Cabeza de las Iglesias, que es la de Roma, cuyo Obispo, Sucesor de Pedro, es la Cabeza del Colegio [216]. Por tanto, «para que cada Iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto constituida a imagen de la Iglesia universal, debe hallarse presente en ella, como elemento propio, la suprema autoridad de la Iglesia [...]. El Primado del Obispo de Roma y el Colegio episcopal son elementos propios de la Iglesia universal 'no derivados de la particularidad de las Iglesias', pero interiores a cada Iglesia particular [...]. Que el ministerio del Sucesor de Pedro sea interior a cada Iglesia particular es expresión necesaria de aquella fundamental mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia particular» [217].

La Iglesia de Cristo, por su catolicidad, se realiza plenamente en cada Iglesia particular, la cual recibe todos los medios naturales y sobrenaturales para llevar a término la misión que Dios le ha encomendado a la Iglesia llevar a cabo en el mundo. Uno de ellos es la potestad ordinaria, propia e inmediata del Obispo, requerida para cumplir su ministerio pastoral (munus pastorale), pero cuyo ejercicio está sometido a las leyes universales y a lo que el derecho o un decreto del Sumo Pontífice reserve a la suprema autoridad o a otra autoridad eclesiástica [218].

La capacidad del propio gobierno, que incluye también el ejercicio del magisterio auténtico [219], que pertenece intrínsecamente al Obispo en su diócesis, se encuentra dentro de esa realidad mistérica de la Iglesia, por la cual en la Iglesia particular está inmanente la Iglesia universal, que hace presente la suprema autoridad, es decir, el Romano Pontífice y el Colegio de los Obispos con su potestad suprema, plena, ordinaria e inmediata sobre todos los fieles y pastores [220].

En conformidad con la doctrina del Concilio Vaticano II, se debe afirmar que la función de enseñar (munus docendi) y la de gobernar (munus regendi) –y por tanto la respectiva potestad de magisterio y gobierno– son ejercidas en la Iglesia particular por cada Obispo diocesano, por su naturaleza en comunión jerárquica con la Cabeza del Colegio y con el Colegio mismo [221]. Esto no debilita la autoridad episcopal sino que más bien la refuerza, en cuanto los lazos de comunión jerárquica que unen a los Obispos con la Sede Apostólica requieren una necesaria coordinación, exigida por la naturaleza misma de la Iglesia, entre la responsabilidad del Obispo diocesano y la de la suprema autoridad. El derecho divino mismo es quien pone los límites al ejercicio de una y de otra. Por eso, la potestad de los Obispos «no queda suprimida por el poder supremo y universal, sino, al contrario, afirmada, consolidada y protegida, ya que el Espíritu Santo, en efecto, conserva indefectiblemente la forma de gobierno establecida por Cristo en su Iglesia» [222].

A este respecto, se expresó bien el Papa Pablo VI cuando en la apertura del tercer período del Concilio Vaticano II, afirmó: «Viviendo en diversas partes del mundo, para realizar y mostrar la verdadera catolicidad de la Iglesia, necesitáis absolutamente de un centro y un principio de fe y de comunión que tenéis en esta Cátedra de Pedro. De la misma manera, Nos siempre buscamos, a través de vuestra actividad, que el rostro de la Sede Apostólica resplandezca y no carezca de su fuerza e importancia humana histórica, más aún, para que su fe se conserve en armonía, para que sus deberes se realicen de manera ejemplar, para encontrar consuelo en las penas» [223].La realidad de la comunión, que es la base de todas las relaciones intraeclesiales [224] y que se destacó también en la discusión sinodal, es una relación de reciprocidad entre el Romano Pontífice y los Obispos. En efecto, si por un lado el Obispo, para expresar en plenitud su propio oficio y fundar la catolicidad de su Iglesia, tiene que ejercer la potestad de gobierno que le es propia (munus regendi) en comunión jerárquica con el Romano Pontífice y con el Colegio episcopal, de otro lado, el Romano Pontífice, Cabeza del Colegio, en el ejercicio de su ministerio de pastor supremo de la Iglesia (munus supremi Ecclesiae pastoris), actúa siempre en comunión con todos los demás Obispos, más aún, con toda la Iglesia [225]. En la comunión eclesial, pues, así como el Obispo no está solo, sino en continua relación con el Colegio y su Cabeza, y sostenido por ellos, tampoco el Romano Pontífice está solo, sino siempre en relación con los Obispos y sostenido por ellos. Ésta es otra de las razones por las que el ejercicio de la potestad suprema del Romano Pontífice no anula, sino que afirma, corrobora y protege la potestad ordinaria misma, propia e inmediata del Obispo en su Iglesia particular.

[206] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
[207] Cf. Pablo VI, Discurso en la apertura de la tercera sesión del Concilio (14 septiembre 1964): AAS 56 (1964), 813; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 9. 11-14: AAS 85 (1993), 843-845.
[208] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 22; Código de Derecho Canónico, cc. 337; 749 § 2; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, cc. 50; 597 § 2.
[209] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
[210] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos en la Iglesia, 8.
[211] Cf. Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931): AAS 23 (1931), 203.
[212] Cf. Propositio 20.
[213] Cf. Relatio post disceptationem, 15-16: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (14 octubre 2001), p 4; Propositio 20.
[214] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 381 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 178.
[215] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 22; Código de Derecho Canónico, cc. 331; 333; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, cc. 43; 45 § 1.
[216] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992),12: AAS 85 (1993), 845-846.
[217] Ibíd., 13: l.c., 846.
[218] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27; Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos en la Iglesia, 8; Código de Derecho Canónico, c. 381 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 178.
[219] Cf. Código de Derecho Canónico, c. 753; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 600.
[220] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 22; Código de Derecho Canónico, cc. 333 § 1; 336; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, cc. 43; 45 § 1, 49.
[221] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 21; Código de Derecho Canónico, c. 375 § 2.
[222] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 27; Código de Derecho Canónico, c. 333 § 1; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 45 § 1.
[223] Pablo VI, Discurso en la apertura de la tercera sesión del Concilio (14 septiembre 1964): AAS 56 (1964), 813.
[224] Cf. Sínodo de los Obispos, II Asamblea General Extraordinaria, Relación final Exeunte coetu (7 diciembre 1985), C. 1: L'Osservatore Romano (10 dicembre 1985), 7.
[225] Cf. Código de Derecho Canónico, c. 333 § 2; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, c. 45 § 2.

CALENDARIO

SE REANUDA EL TIEMPO ORDINARIO

DÉCIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Segunda semana del salterio

Se vuelve a utilizar el volumen III de la Liturgia de las Horas
En la misa dominical: volumen I-C del Leccionario
En la misa ferial: volumen III-par del Leccionario

LUNES. BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA, memoria obligatoria

Memoria de la bienaventurada Virgen María, madre de la Iglesia, a quien Cristo encomendó sus discípulos para que, perseverando en la oración al Espíritu Santo, cooperaran en el anuncio del Evangelio (elog. del Martirologio Romano).

Misa de la memoria (blanco).
MISAL: ants. y oracs. de la misa votiva de la BVM, Madre de la Iglesia, Pf. común o III de la BVM.
LECC.: vol. IV.
- Gén 3, 9-15. 20. La madre de todos los que viven.
o bien: 
Hch 1, 12-14. Perseveraban en la oración junto con María, la madre de Jesús.
- Sal 86. R. Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
- Jn 19, 25-34. Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

Liturgia de las Horas: oficio de la memoria.

Martirologio: elogs. del 7 de junio, pág. 353.
CALENDARIOS: Discípulas de Jesús e Hijas de María Madre de la Iglesia: Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia (S). 
Maristas: San Marcelino Champagnat (S). 
Orden Premonstratense: San Norberto, obispo (S). 
Siervas de San José: Santa Bonifacia Rodríguez de Castro, virgen (S). 
Santander-ciudad: Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, bajo la advocación «del Mar» (MO). 
Canarias: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. José Mazuelos Pérez, obispo (2009).

TEXTOS MISA

Lunes después de Pentecostés
Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia
Memoria

Antífona de entrada Cf. Hch 1, 14
Los discípulos perseveraban unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.
Erant discípuli perseverántes unanímiter in oratióne cum María, matre Iesu.

Monición de entrada
Concluido el tiempo pascual, celebramos hoy la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Por designio divino, el nacimiento de la Iglesia y los comienzos de su misión en el mundo están confiados al cuidado materno la Virgen María: en la cruz, Cristo nos dio a su Madre por madre nuestra en el discípulo amado y ella esperó junto con los apóstoles la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Desde aquellos primeros pasos de la Iglesia hasta el día de hoy, este cuidado materno de la Virgen María se extiende a todos los discípulos del Hijo. Es una prueba más del insondable misterio del amor de Dios, que quiso que tuviéramos por Madre a la misma Madre del Salvador

Oración colecta
Oh, Dios, Padre de misericordia, cuyo Unigénito, clavado en la cruz, proclamó a santa María Virgen, su Madre, como Madre también nuestra, concédenos, por su cooperación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, misericordiárum Pater, cuius Unigénitus, cruci affíxus, beátam Maríam Vírginem, Genetrícem suam, Matrem quoque nostram constítuit, concéde, quaesumus, ut, eius cooperánte caritáte, Ecclésia tua, in dies fecúndior, prolis sanctitáte exsúltet et in grémium suum cunctas áttrahat famílias populórum. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas propias de la memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia (Lec. IV)

PRIMERA LECTURA (opción 1) Gén 3, 9-15. 20
Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer
Lectura del libro del Génesis.

Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó yle dijo:
«Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

PRIMERA LECTURA (opción 2) Hch 1, 12-14
Perseveraban en la oración junto con María, la madre de Jesús
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

Después de que Jesús fue levantado al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago.
Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 86, 1-2. 3 y 5. 6-7 (R.: 3)
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Gloriósa dicta sunt de te, cívitas Dei!

V. Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sion
a todas las moradas de Jacob.
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Gloriósa dicta sunt de te, cívitas Dei!

V. ¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
Se dirá de Sion: «Uno por uno,
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Gloriósa dicta sunt de te, cívitas Dei!

V. El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Gloriósa dicta sunt de te, cívitas Dei!

Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. ¡Oh, feliz Virgen que engendraste al Señor! ¡Oh, Bienaventurada Madre de la Iglesia, que infundes en nosotros el Espíritu de tu Hijo Jesucristo! R.
O felix Virgo, quæ Dóminum genuísti; o beáta Mater Ecclésiæ, quæ in nobis foves Spíritum Fílii tui Iesu Christi!

EVANGELIO Jn 19, 25-34
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
«Está cumplido».
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Del Papa Francisco, Audiencia general 10-mayo-2017
Ella "estaba". Estaba allí, en el peor momento, en el momento más cruel, y sufría con el hijo. "estaba". María "estaba", simplemente estaba allí. Ahí está de nuevo la joven mujer de Nazareth, ya con los cabellos grises por el pasar de los años, todavía con un Dios que debe ser solo abrazado, y con una vida que ha llegado al umbral de la oscuridad más intensa. María "estaba" en la oscuridad más intensa, pero "estaba". No se fue. María está allí, fielmente presente, cada vez que hay que tener una vela encendida en un lugar de bruma y de nieblas. Ni siquiera Ella conoce el destino de resurrección que su Hijo estaba abriendo para todos nosotros hombres: está allí por fidelidad al plan de Dios del cual se ha proclamado sierva en el primer día de su vocación, pero también a causa de su instinto de madre que simplemente sufre, cada vez que hay un hijo que atraviesa una pasión. Los sufrimientos de las madres: ¡todos nosotros hemos conocido mujeres fuertes, que han afrontado muchos sufrimientos de los hijos!
La volveremos a encontrar en el primer día de la Iglesia, Ella, madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había renegado, muchos habían huído, todos habían tenido miedo (cf. Hch 1, 14). Pero Ella simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera una cosa completamente normal: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también de los temblores de los primeros pasos que debía dar en el mundo.
Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la espera, incluso cuando todo parece sin sentido: Ella siempre confiada en el misterio de Dios, también cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. Que en los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decir a nuestro corazón: "¡levántate!, mira adelante, mira el horizonte", porque Ella es Madre de esperanza.

Oración de los fieles
Unidos a María, figura e imagen de la Iglesia que un día será glorificada, presentemos nuestras oraciones a Dios Padre en favor de todos los hombres.
- Por la Iglesia, pueblo de los creyentes: para que en todos sus miembros sea llamada dichosa por haber creído que la Palabra de Dios se cumplirá. Roguemos al Señor.
- Por todos los que lo han dejado todo para seguir a Cristo: para que sepan, como María, escoger la mejor parte y entregarse totalmente a lo único necesario. Roguemos al Señor.
- Por los jóvenes y los adolescentes: para que aspiren siempre a realizar en su vida ideales de pureza y caridad, imitando a la siempre Virgen María. Roguemos al Señor.
- Por los que han perdido a los que aman: para que encuentren en María el afecto y la protección de una madre que recibió esta misión de su Hijo en la cruz. Roguemos al Señor.
- Por los matrimonios y las familias cristianas: para que sean escuela de amor y aprecio a la vida frente a quienes, como Herodes, quieren la muerte de los inocentes que todavía no han nacido. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros: para que sepamos conservar todo lo referente a Cristo y al reino de Dios, meditándolo en nuestro corazón. Roguemos al Señor.
Padre de bondad, que estos deseos que te presentamos encuentren eco en tu amor generoso, y que nos ayude la intercesión poderosa de la Madre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, nuestras ofrendas y conviértelas en sacramento de salvación que nos inflame en el amor de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y nos asocie más estrechamente a ella en la obra de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, Dómine, oblatiónes nostras et in mystérium salútis convérte, cuius virtúte et caritáte Vírginis Maríae, Ecclésiae Matris, inflammémur et óperi redemptiónis cum ea árctius sociári mereámur. Per Christum.

Prefacio III de la bienaventurada Virgen María
María, modelo y Madre de la Iglesia.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, y alabarte debidamente en esta celebración en honor de la Virgen María.
Ella, al aceptar a tu Verbo con inmaculado corazón, mereció concebirlo en su seno virginal, y, al dar a luz al Creador, preparó el nacimiento de la Iglesia.
Ella, al recibir junto a la cruz el testamento de tu amor divino, tomó como hijos a todos los hombres, nacidos a la vida sobrenatural por la muerte de Cristo.
Ella, esperando con los apóstoles la venida del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante.
Desde su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor.
Por eso, con los santos y todos los ángeles, te alabamos, proclamando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: Et te in celebratióne beátae Maríae Vírginis débitis magnificáre praecóniis.
Quae Verbum tuum immaculáto corde suscípiens virgíneo méruit sinu concípere atque, páriens Conditórem, Ecclésiae fovit exórdia.
Quae iuxta crucem testaméntum divínae caritátis accípiens, univérsos hómines in fílios assúmpsit, Christi morte ad supérnam vitam generátos.
Quae, cum Apóstoli Promíssum exspectárent tuum, supplicatiónem suam discipulórum précibus iungens, exémplar éxstitit orántis Ecclésiae. Ad glóriam autem evécta caelórum, Ecclésiam peregrinántem matérno proséquitur amóre eiúsque gressus ad pátriam tuétur benígna, donec dies Dómini gloriósus advéniat.
Et ídeo cum Sanctis et Angelis univérsis te collaudámus, sine fine dicéntes:
R. Santo, Santo, Santo…


Antífona de la comunión Cfr Jn 2, 1. 11
Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; entonces Jesús comenzó sus signos y manifestó su gloria, y creyeron los discípulos en él.
Núptiae factae sunt in Cana Galilaeae, et erat mater Iesu ibi; tunc fecit inítium signórum Iesus et manifestávit glóriam suam, et credidérunt in eum discípuli eius.
O bien: Cfr Jn 19, 26-27
Jesús, desde la cruz, dijo al discípulo que tanto amaba: «Ahí tienes a tu madre».
Ex cruce pendens dixit Iesus discípulo, quem diligébat: Ecce mater tua.

Oración después de la comunión
Después de recibir la prenda de la redención y de la vida, te pedimos, Señor, que tu Iglesia, por la intercesión maternal de la Virgen, anuncie a todas las gentes el Evangelio y llene el mundo entero de la efusión del Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sumpto, Dómine, pígnore redemptiónis et vitae, súpplices adprecámur, ut Ecclésia tua, matérna Vírginis ope, et Evangélii praecónio univérsas gentes erúdiat et Spíritus effusióne orbem terrárum adímpleat. Per Christum.

MARTIROLOGIO


Elogios del día 7 de junio
1. En Hibernia, hoy Irlanda, san Colmán, obispo y abad del monasterio de Dromore, fundado por él mismo, que es recordado en la región de Down por su propagación de la fe de Cristo. (s. VI)
2. En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santos mártires Pedro, presbítero, Walabonso, diácono, Sabiniano, Vistremundo, Habencio y Jeremías, monjes, degollados todos ellos por su fe en Cristo durante la persecución desencadenada por los musulmanes. (851)
3. En Newminster, en el territorio de Northumberland, en Inglaterra, san Roberto, abad de la Orden Cisterciense, el cual, amante de la pobreza y de la vida de oración, junto con doce monjes instauró este cenobio, que a su vez fue origen de otras tres comunidades de monjes. (1157)
4*. En Amberes, ciudad de Brabante, en la Bélgica actual, beata Ana de San Bartolomé, virgen de la Orden de Carmelitas Descalzas, la cual, discípula de santa Teresa de Jesús y dotada de gracias místicas, difundió y consolidó su Orden en Francia. (1626)
5. En Piacenza, en la región de Emilia-Romaña, en Italia, tránsito de san Antonio María Gianelli, obispo de Bobbio, fundador de la Congregación de Hijas de María Santísima del Huerto, que se distinguió por su atención a los pobres y a la salvación de las almas y que, con su ejemplo y dedicación, Promovió la santidad entre el clero. (1846)
6*. En París, en Francia, beata María Teresa de Soubiran La Louvière, virgen, que para mayor gloria de Dios fundó la Sociedad Hijas de María Auxiliadora, de la cual fue después alejada, para pasar el resto de su vida en profunda humildad. (1889)

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