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domingo, 15 de mayo de 2022

Domingo 19 junio 2022, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, solemnidad, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

160. El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.

Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.

161. La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que capte dos realidades de fondo:
- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.

A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual".

162. La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento".

Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".

Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y ajenos a toda forma de emulación.

163. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.

Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la bendición".

La adoración eucarística

164. La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles.

Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas. La reserva de las Especies sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre".

165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención.

CALENDARIO

19 + DOMINGO. SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, solemnidad


Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, quien, con estos alimentos sagrados, ofrece el remedio de la inmortalidad y la prenda de la Resurrección (elog. del Martirologio Romano).

Misa de la solemnidad (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. I ó II de la Eucaristía.
LECC.: vol. I (C).
- Gén 14, 18-20.
Ofreció pan y vino.
- Sal 109. R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
- 1 Cor 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
- Secuencia (opcional): Lauda, Sion, Salvatorem.
- Lc 9, 11b-17. Comieron todos y se saciaron.

La oración colecta de la misa de hoy subraya la conexión de la eucaristía con la Pasión de Cristo, de la que es memorial. La paz y la unidad de la Iglesia están en el fondo de la orac. sobre las ofrendas. En la orac. después de la comunión se subraya la dimensión escatológica de la comunión, «signo del banquete del reino» que nos llenará del gozo de la divinidad. La liturgia de la Palabra nos presenta el sacrificio de Melquisedec, anticipo del de la misa (1 lect.). El sal. resp. nos recordará a Cristo como único y eterno sacerdote de la Nueva Alianza. En la 2 lect. se nos recuerda que la eucaristía es el memorial de la muerte del Señor. Y el Ev. nos narra la multiplicación de los panes, signo profético del banquete mesiánico que es la comunión eucarística.

* DÍA Y COLECTA DE LA CARIDAD (dependiente de la CEE, obligatoria): Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ., colecta.
* Del Domingo XII del tiempo ordinario, nada.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Procesión: Como celebración especial de esta solemnidad, la piedad de la Iglesia nos ha transmitido la procesión, en la que el pueblo cristiano recorre solemnemente las calles con la Eucaristía, con cantos y plegarias, dando así testimonio público de fe y de piedad hacia el Santísimo Sacramento (CO 386).

Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 20 de junio, pág. 372.
CALENDARIOS: Tui-Vigo: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Luis Quinteiro Fiuza, obispo (1999).

TEXTOS MISA

Domingo después de la Santísima Trinidad
EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Solemnidad

Antífona de Entrada Sal 80, 17
El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre.
Cibávit eos ex ádipe fruménti, et de petra melle saturávit eos.

Monición de entrada
Hoy, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, cobra su relieve el mandato del Señor: «Haced esto -la eucaristía- en memora mía». Alegrémonos todos en el Señor, comensales suyos; entremos en su presencia, dándole gracias. Celebremos con gozo el sagrado banquete, memorial de Jesucristo, de su Pascua, y prenda de vida eterna en el reino glorioso.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

- Tú, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión: Señor ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú, que hoy nos entregas tu Cuerpo como alimento para la vida eterna: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que has derramado tu Sangre para el perdón de los pecados: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú, que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
Deus, qui nobis sub sacraménto mirábili passiónis tuae memóriam reliquísti, tríbue, quaesumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra mystéria venerári, ut redemptiónis tuae fructum in nobis iúgiter sentiámus. Qui vivis et regnas cum Deo Patre in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia saecula saeculórum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Gén 14, 18-20
Ofreció pan y vino
Lectura del libro del Génesis.

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo,
creador de cielo y tierra;
bendito sea el Dios altísimo,
que te ha entregado tus enemigos».
Y Abrán le dio el diezmo de todo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 109, 1bcde. 2. 3. 4 (R.: 4bc)
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Tu es sacérdos in ætérnum secúndum órdinem Melchísedech.

V. Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Tu es sacérdos in ætérnum secúndum órdinem Melchísedech.

V. Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Tu es sacérdos in ætérnum secúndum órdinem Melchísedech.

V. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora».
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Tu es sacérdos in ætérnum secúndum órdinem Melchísedech.

V. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»
R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Tu es sacérdos in ætérnum secúndum órdinem Melchísedech.

SEGUNDA LECTURA 1 Cor 11, 23-26
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Hoy puede decirse la secuencia Lauda, Sion, salvatorem.
Secuencia (forma larga)
Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor
con himnos y cánticos.
Lauda, Sion, Salvatórem,
lauda ducem et pastórem
in hymnis et cánticis.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque él está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle lo bastante.
Quantum potes, tantum aude:
quia maior omni laude,
nec laudáre sufficit.
El tema especial de nuestros loores
es hoy el pan vivo
y que da vida.
Laudis thema speciális,
panis vivus et vitális
hódie propónitur.
El cual se dio en la mesa de la sagrada cena
al grupo de los doce apóstoles
sin género de duda.
Quem in sacræ mensa cœnæ,
turbæ fratrum duodénæ
datum non ambígitur.
Sea, pues, llena, sea sonora,
sea alegre, sea pura
la alabanza de nuestra alma.
Sit laus plena, sit sonóra,
sit iucúnda, sit decóra
mentis iubilátio.
Pues celebramos el solemne día
en que fue instituido
este divino banquete.
Dies enim solémnis ágitur,
in qua mensæ prima recólitur
huius institútio.
En esta mesa del nuevo rey,
la pascua nueva de la nueva ley
pone fin a la pascua antigua.
In hac mensa novi Regis,
novum Pascha novæ legis,
Phase vetus términat.
Lo viejo cede ante lo nuevo,
la sombra ante la realidad,
y la luz ahuyenta la noche.
Vetustátem nóvitas,
umbram fugat véritas,
noctem lux elíminat.
Lo que Jesucristo hizo en la cena,
mandó que se haga
en memoria suya.
Quod in cœna Christus gessit,
faciéndum hoc expréssit
in sui memóriam.
Instruidos con sus santos mandatos,
consagramos el pan y el vino,
en sacrificio de salvación.

Docti sacris institútis,
panem, vinum in salútis
consecrámus hóstiam.
Es dogma que se da a los cristianos,
que el pan se convierte en carne,
y el vino en sangre.
Dogma datur Christiánis,
quod in carnem transit panis,
et vinum in sánguinem.
Lo que no comprendes y no ves,
una fe viva lo atestigua,
fuera de todo el orden de la naturaleza.
Quod non capis, quod non vides,
animósa firmat fides,
præter rerum órdinem.
Bajo diversas especies,
que son accidentes y no sustancia,
están ocultos los dones más preciados.
Sub divérsis speciébus,
signis tantum, et non rebus,
latent res exímiæ.
Su Carne es alimento y su Sangre bebida;
mas Cristo está todo entero
bajo cada especie.
Caro cibus, sanguis potus:
manet tamen Christus totus,
sub utráque spécie.
Quien lo recibe no lo rompe,
no lo quebranta ni lo desmembra;
recíbese todo entero.
A suménte non concísus,
non confráctus, non divísus:
integer accípitur.
Recíbelo uno, recíbenlo mil;
y aquel lo toma tanto como estos,
pues no se consume al ser tomado.
Sumit unus, sumunt mille:
quantum isti, tantum ille:
nec sumptus consúmitur.
Recíbenlo buenos y malos;
mas con suerte desigual
de vida o de muerte.
Sumunt boni, sumunt mali:
sorte tamen inæquáli,
vitæ vel intéritus.
Es muerte para los malos,
y vida para los buenos;
mira cómo un mismo alimento
produce efectos tan diversos.
Mors est malis, vita bonis:
vide paris sumptiónis
quam sit dispar éxitus.
Cuando se divida el Sacramento,
no vaciles, sino recuerda
que Jesucristo tan entero
está en cada parte como antes en el todo.

Fracto demum sacraménto
ne vacilles, sed meménto,
tantum esse sub fragménto,
quantum toto tégitur.
No se parte la sustancia,
se rompe solo la señal;
ni el ser ni el tamaño
se reducen de Cristo presente.

Nulla rei fit scissúra:
signi tantum fit fractúra:
qua nec status, nec statúra
signáti minúitur.
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.

Ecce panis Angelórum,
factus cibus viatórum:
vere panis filíorum,
non mitténdus cánibus.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.

In figúris præsignátur,
cum Isaac immolátur:
agnus Paschæ deputátur:
datur manna Pátribus.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.
Bone pastor, panis vere,
Iesu, nostri miserére:
tu nos pasce, nos tuére:
tu nos bona fac vidére
in terra vivéntium.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
Tu, qui cuncta scis et vales:
qui nos pascis hic mortáles:
tuos ibi commensáles,
cohærédes et sodáles.
fac sanctórum cívium.
Amen.

Secuencia (forma breve)
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.
Ecce panis Angelórum,
factus cibus viatórum:
vere panis filíorum,
non mitténdus cánibus.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.

In figúris præsignátur,
cum Isaac immolátur:
agnus Paschæ deputátur:
datur manna Pátribus.
Buen Pastor, Pan verdadero,
oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.

Bone pastor, panis vere,
Iesu, nostri miserére:
tu nos pasce, nos tuére:
tu nos bona fac vidére
in terra vivéntium.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
Tu, qui cuncta scis et vales:
qui nos pascis hic mortáles:
tuos ibi commensáles,
cohærédes et sodáles.
fac sanctórum cívium.
Amen.

Aleluya Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo -dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre. R.
Ego sum panis vivus, qui de cælo descéndi, dicit Dóminus; si quis manducáverit ex hoc pane vivet in ætérnum.

EVANGELIO Lc 9, 11b-17
Comieron todos y se saciaron
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: 
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

SANTA MISA Y PROCESIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Atrio de la iglesia de Santa Maria Consolatrice, Casal Bertone, Roma
Domingo, 23 de junio de 2019

La Palabra de Dios nos ayuda hoy a redescubrir dos verbos sencillos, dos verbos esenciales para la vida de cada día: decir y dar.
Decir. En la primera lectura, Melquisedec dice: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo […]; bendito sea el Dios altísimo» (Gn 14,19-20). El decir de Melquisedec es bendecir. Él bendice a Abraham, en quien todas las familias de la tierra serán bendecidas (cf. Gn 12,3; Ga 3,8). Todo comienza desde la bendición: las palabras de bien engendran una historia de bien. Lo mismo sucede en el Evangelio: antes de multiplicar los panes, Jesús los bendice: «tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos» (Lc 9,16). La bendición hace que cinco panes sean alimento para una multitud: hace brotar una cascada de bien.
¿Por qué bendecir hace bien? Porque es la transformación de la palabra en don. Cuando se bendice, no se hace algo para sí mismo, sino para los demás. Bendecir no es decir palabras bonitas, no es usar palabras de circunstancia: no; es decir bien, decir con amor. Así lo hizo Melquisedec, diciendo espontáneamente bien de Abraham, sin que él hubiera dicho ni hecho nada por él. Esto es lo que hizo Jesús, mostrando el significado de la bendición con la distribución gratuita de los panes. Cuántas veces también nosotros hemos sido bendecidos, en la iglesia o en nuestras casas, cuántas veces hemos escuchado palabras que nos han hecho bien, o una señal de la cruz en la frente... Nos hemos convertido en bendecidos el día del Bautismo, y al final de cada misa somos bendecidos. La Eucaristía es una escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y así nos anima a seguir adelante. Y nosotros bendecimos a Dios en nuestras asambleas (cf. Sal 68,27), recuperando el sabor de la alabanza, que libera y sana el corazón. Vamos a Misa con la certeza de ser bendecidos por el Señor, y salimos para bendecir nosotros a su vez, para ser canales de bien en el mundo.
También para nosotros: es importante que los pastores nos acordemos de bendecir al pueblo de Dios. Queridos sacerdotes, no tengáis miedo de bendecir, bendecir al pueblo de Dios. Queridos sacerdotes: Id adelante con la bendición: el Señor desea decir bien de su pueblo, está feliz de que sintamos su afecto por nosotros. Y solo en cuanto bendecidos podremos bendecir a los demás con la misma unción de amor. Es triste ver con qué facilidad hoy se hace lo contrario: se maldice, se desprecia, se insulta. Presos de un excesivo arrebato, no se consigue aguantar y se descarga la ira con cualquiera y por cualquier cosa. A menudo, por desgracia, el que grita más y con más fuerza, el que está más enfadado, parece que tiene razón y recibe la aprobación de los demás. Nosotros, que comemos el Pan que contiene en sí todo deleite, no nos dejemos contagiar por la arrogancia, no dejemos que la amargura nos llene. El pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones. Ante la Eucaristía, ante Jesús convertido en Pan, ante este Pan humilde que contiene todo el bien de la Iglesia, aprendamos a bendecir lo que tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y no a maldecir nuestro pasado, a regalar palabras buenas a los demás.
El segundo verbo es dar. El “decir” va seguido del “dar", como Abraham que, bendecido por Melquisedec, «le dio el diezmo de todo» (Gn 14,20). Como Jesús que, después de recitar la bendición, dio el pan para ser distribuido, revelando así el significado más hermoso: el pan no es solo un producto de consumo, sino también un modo de compartir. En efecto, sorprende que en la narración de la multiplicación de los panes nunca se habla de multiplicar. Por el contrario, los verbos utilizados son “partir, dar, distribuir” (cf. Lc 9,16). En resumen, no se destaca la multiplicación, sino el compartir. Es importante: Jesús no hace magia, no transforma los cinco panes en cinco mil y luego dice: “Ahora, distribuidlos”. No. Jesús reza, bendice esos cinco panes y comienza a partirlos, confiando en el Padre. Y esos cinco panes no se acaban. Esto no es magia, es confianza en Dios y en su providencia.
En el mundo siempre se busca aumentar las ganancias, incrementar la facturación... Sí, pero, ¿cuál es el propósito? ¿Es dar o tener? ¿Compartir o acumular? La “economía” del Evangelio multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo (cf. Jn 6,33). El verbo de Jesús no es tener, sino dar.
La petición que él hace a los discípulos es perentoria: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Tratemos de imaginar el razonamiento que habrán hecho los discípulos: “¿No tenemos pan para nosotros y debemos pensar en los demás? ¿Por qué deberíamos darles nosotros de comer, si a lo que han venido es a escuchar a nuestro Maestro? Si no han traído comida, que vuelvan a casa, es su problema, o que nos den dinero y lo compraremos”. No son razonamientos equivocados, pero no son los de Jesús, que no escucha otras razones: Dadles vosotros de comer. Lo que tenemos da fruto si lo damos —esto es lo que Jesús quiere decirnos—; y no importa si es poco o mucho. El Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes. No realiza milagros con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica, sino que actúa con gestos humildes. La omnipotencia de Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”; contra el mirar desde la otra orilla.
En nuestra ciudad, hambrienta de amor y atención, que sufre la degradación y el abandono, frente a tantas personas ancianas y solas, familias en dificultad, jóvenes que luchan con dificultad para ganarse el pan y alimentar sus sueños, el Señor te dice: “Tú mismo, dales de comer”. Y tú puedes responder: “Tengo poco, no soy capaz para estas cosas”. No es verdad, lo poco que tienes es mucho a los ojos de Jesús si no lo guardas para ti mismo, si lo arriesgas. También tú, arriesga. Y no estás solo: tienes la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús. También esta tarde nos nutriremos de su Cuerpo entregado. Si lo recibimos con el corazón, este Pan desatará en nosotros la fuerza del amor: nos sentiremos bendecidos y amados, y querremos bendecir y amar, comenzando desde aquí, desde nuestra ciudad, desde las calles que recorreremos esta tarde. El Señor viene a nuestras calles para decir-bien, decir bien de nosotros y para darnos ánimo, darnos ánimo a nosotros. También nos pide que seamos don y bendición.
Homilía. Corpus. Jueves 26 de mayo de 2016.
«Haced esto en memoria mía» (1Co 11, 24.25).
El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, refiere por dos veces este mandato de Cristo en el relato de la institución de la Eucaristía. Es el testimonio más antiguo de las palabras de Cristo en la Última Cena.
«Haced esto». Es decir, tomad el pan, dad gracias y partidlo; tomad el cáliz, dad gracias y distribuidlo. Jesús manda repetir el gesto con el que instituyó el memorial de su Pascua, por el que nos dio su Cuerpo y su Sangre. Y este gesto ha llegado hasta nosotros: es el «hacer» la Eucaristía, que tiene siempre a Jesús como protagonista, pero que se realiza a través de nuestras pobres manos ungidas de Espíritu Santo.
«Haced esto». Ya en otras ocasiones, Jesús había pedido a sus discípulos que «hicieran» lo que él tenía claro en su espíritu, en obediencia a la voluntad del Padre. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio. Ante una multitud cansada y hambrienta, Jesús dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13). En realidad, Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían. Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es «hacer» con Jesús, es «dar de comer» con él. Es evidente que este milagro no va destinado sólo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad ofreciendo su carne y su sangre (cf. Jn 6, 48-58). Y, sin embargo, hay que pasar siempre a través de esos dos pequeños gestos: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos; recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.
Partir: esta es la otra palabra que explica el significado del «haced esto en memoria mía». Jesús se ha dejado «partir», se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás. Precisamente este «partir el pan» se ha convertido en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos. Recordemos Emaús: lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24, 35). Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: «Perseveraban […] en la fracción del pan» (Hch 2, 42). Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia. Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos». Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: «Haced esto en memoria mía».
Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero.
ÁNGELUS, Domingo 2 de junio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El jueves pasado hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi, que en Italia y en otros países se traslada a este domingo. Es la fiesta de la Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.
El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes (Lc 9, 11-17); quisiera detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar. Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: "Despide a la gente" para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en cambio, dice: "Dadles vosotros de comer" (v. 13). Los discípulos quedan desconcertados, y responden: "No tenemos más que cinco panes y dos peces", como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.
Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente –dicen–, que cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!
La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades. Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial, sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta –esto no es casual, porque significa que ya no son una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios. Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición –es clara la referencia a la Eucaristía–, los parte y comienza a darlos a los discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir, animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan de Dios para la humanidad.
Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea.

San Juan Pablo II
HOMILÍA En la solemnidad de Corpus Christi, 10.VI.2004
1. «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1Co 11, 26).
Con estas palabras san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto que la «cena del Señor» no es sólo un encuentro convivial, sino también –y sobre todo– el memorial del sacrificio redentor de Cristo. Quien participa en él –explica el apóstol– se une al misterio de la muerte del Señor, es más, se convierte en su «heraldo».
Se da, por tanto, una íntima relación entre «celebrar la Eucaristía» y anunciar a Cristo. Entrar en comunión con él, memorial de Pascua, significa al mismo tiempo, convertirse en misioneros del acontecimiento que actualiza el rito; en un cierto sentido, significa hacerlo contemporáneo a toda época, hasta cuando el Señor vuelva.
2. Queridos hermanos y hermanas: revivimos esta estupenda realidad en la solemnidad del Corpus Domini de hoy, en la que la Iglesia no sólo celebra la Eucaristía, sino que la lleva solemnemente en procesión, anunciando públicamente que el sacrificio de Cristo es para la salvación del mundo entero.
Agradecida por este inmenso don, se reúne en torno al santísimo Sacramento, pues en él está la fuente y la cima de su ser y actuar. «Ecclesia de Eucharistia vivit!». La Iglesia vive de la Eucaristía y sabe que esta verdad no expresa sólo una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio que es ella misma (Cf. carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, 1).
3. Desde que, en Pentecostés, el Pueblo de la Nueva Alianza «comenzó su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza» (ibídem). Pensando precisamente en esto, he querido dedicar a la eucaristía la primera encíclica del nuevo milenio, y con alegría anuncio ahora un especial «Año de la Eucaristía». Comenzará con el congreso eucarístico mundial, que se celebrará del 10 al 17 de octubre de 2004 en Guadalajara (México) y terminará con la próxima asamblea ordinaria del sínodo de los obispos, que se celebrará en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005, cuyo tema será «La Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia».
Mediante la Eucaristía, la comunidad eclesial es edificada como nueva Jerusalén, principio de unidad en Cristo entre personas y pueblos diferentes.
4. «Dadles vosotros de comer» (Lc 9, 13).
La página evangélica que acabamos de escuchar ofrece una imagen eficaz de la íntima relación que existe entre la Eucaristía y esta misión universal de la Iglesia. Cristo, «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6, 51; Cf. «Aclamación antes del Evangelio»), es el único que puede saciar el hambre del hombre en todo tiempo y en todo lugar de la tierra.
Él, sin embargo, no puede hacerlo solo y de este modo, como en la multiplicación de los panes, involucra a los discípulos: «Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente» (Lc 9, 16). Este signo prodigioso es una imagen del misterio de amor más grande todavía que se renueva cada día en la santa Misa: a través de los ministros ordenados, Cristo entrega su cuerpo y su sangre por la vida de la humanidad. Y cuantos se alimentan dignamente en su mesa, se convierten en instrumentos vivos de su presencia de amor, de misericordia y de paz.
5. «Lauda, Sion, Salvatorem…!» – «Alaba, Sión, al Salvador, tu guía y tu pastor, con himnos y cánticos». Íntimamente conmovidos, sentimos resonar en el corazón esta invitación a la alabanza y a la alegría. Al final de la santa misa, llevaremos en procesión el divino Sacramento hasta la basílica de Santa María la Mayor. Contemplando a María, comprenderemos mejor la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. Poniéndonos a su escucha, encontraremos en el misterio eucarístico el valor y el vigor para seguir a Cristo, Buen Pastor, y para servirle en los hermanos.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
La Sagrada Eucaristía
"Un solo cuerpo"
790 
Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG 7).
1003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).
Artículo 3 EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47).
I. LA EUCARISTÍA - FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL
1324 
La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Iglesia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, en la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1Co 15, 28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1328 
La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
- Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22, 19; 1Co 11, 24) y "eulogein" (Mt 26, 26; Mc 14, 22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman - sobre todo durante la comida - las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.
1329 - Banquete del Señor (cf 1Co 11, 20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf Ap 19, 9) en la Jerusalén celestial.
- Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14, 19; Mt 15, 36; Mc 8, 6. 19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26, 26; 1Co 11, 24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24, 13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2, 42. 46; Hch 20, 7. 11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1Co 10, 16-17).
- Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia (cf 1Co 11, 17-34).
1330 - Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.
- Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13, 15; cf Sal 116, 13. 17), sacrificio espiritual (cf 1P 2, 5), sacrificio puro (cf Ml 1, 11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
- Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
1331 - Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1Co 10, 16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9, 5; 10, 6) - es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles - , pan de los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Ef 20, 2), viático…
1332 - Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III. LA EUCARISTÍA EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
Los signos del pan y del vino

1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan… ", "tomó el cáliz lleno de vino… ". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104, 13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14, 18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8, 3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1Co 10, 16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14, 13-21; Mt 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6, 60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6, 68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337
 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13, 1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'… fueron… y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios'… Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22, 7-20; cf Mt 26, 17-29; Mc 14, 12-25; 1Co 11, 23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 
El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1Co 11, 26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones… Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón" (Hch 2, 42. 46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20, 7). Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1Co 11, 26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
IV. LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA EUCARISTÍA
La misa de todos los siglos

1345 Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
"El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros… y por todos los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros:
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes
" (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros.
Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
- La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
- la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24, 13-35).
El desarrollo de la celebración
1348 
Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1Ts 2, 13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1Tm 2, 1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1, 11). La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1Co 16, 1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2Co 8, 9):
"Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que están en necesidad" (S. Justino, apol. 1, 67, 6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:
- En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 - En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis);
- en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;
1354 - en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él;
- en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6, 51):
"Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" " (S. Justino, apol. 1, 66, 1–2).
V. EL SACRIFICIO SACRAMENTAL: ACCIÓN DE GRACIAS, MEMORIAL, PRESENCIA.
1356 
Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced esto en memoria mía" (1Co 11, 24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace real y misteriosamente presente
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
- como acción de gracias y alabanza al Padre
- como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
- como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359
 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 
La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13, 3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7, 25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
"(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7, 24. 27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1Co 11, 23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1Co 11, 23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día" (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (CONCILIUM TRIDENTINUM, Sess. 22a. , Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; … este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
"Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello" (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 1).
"Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga" (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
"Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor" (S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9, 9, 27).
"A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima… Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores, … presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres" (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9. 10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
"Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza… Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma" (civ. 10, 6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373
 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8, 34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18, 20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25, 31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s. th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente" el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara que:
"No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas" (Prod. Jud. 1, 6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
"Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada… La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela" (myst. 9, 50. 52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF 56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13, 1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2, 20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
"La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración" (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino, s. th. 3, 75, 1, citado por Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.

(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI. EL BANQUETE PASCUAL
1382 
La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr. 5, 7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4, 7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
"Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición".
"Tomad y comed todos de él": la comunión
1384 
El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6, 53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1Co 11, 27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8, 8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
"Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas, sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino".
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI AUTHENTICE INTERPRETANDO, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391
 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57):
"Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo" (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1Co 11, 26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio" (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él:
"Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo… y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios" (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28, 16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1Co 12, 13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Co 10, 16-17):
"Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero" (S. Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25, 40):
"Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso" (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Co 27, 4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de este misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26, 13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja… en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844, 3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844, 4).
VII. LA EUCARISTÍA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda bendición celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26, 29; cf. Lc 22, 18; Mc 14, 25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1, 4). En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1Co 16, 22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10, 6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2, 13), pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2P 3, 13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Ef 20, 2).
RESUMEN
1406
 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre… el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna… permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51. 54. 56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros… Este es el cáliz de mi Sangre… "
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
La Eucaristía y la comunión de los fieles
805 
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como Cuerpo suyo.
950 La comunión de los sacramentos. "El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación" (Catech. R. 1, 10, 24).
2181 La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.
2182 La participación en la celebración común de la eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo.
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
La Eucaristía como pan espiritual
1212 
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI, Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen. 1–2).
1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento; y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en El.
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día".
"La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación" (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
"El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo 'mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial'" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)

Monición al Credo
Se dice 
Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe, recordando las intervenciones maravillosas de Dios en la historia de la salvación: la creación, la encarnación, la Pascua la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia y la promesa de la vida eterna.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que da el alimento a todo viviente.
- Por la unión de todos los cristianos en la unidad de la Iglesia de Cristo, para que formemos un solo cuerpo los que comemos del mismo pan. Roguemos al Señor.
- Por la organización eclesial de Cáritas, para que promueva el amor fraterno, la mutua ayuda, la solidaridad. Roguemos al Señor.
- Por los responsables políticos de las naciones, para que fomenten la libertad religiosa y la justicia. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren hambre, para que sepamos compartir con ellos nuestro pan de cada día, anuncio del pan de vida eterna. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, invitados a la mesa del Señor, para que el pan de la palabra despierte en nosotros el hambre del pan de la eucaristía. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia, que observando fielmente el mandato de tu Hijo, celebra el memorial de su obra, hasta que él vuelva. Por Jesucristo, nuestro Señor

Oración sobre las ofrendas
Señor, concede propicio a tu Iglesia los dones de la paz y de la unidad, místicamente representados en los dones que hemos ofrecido. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Ecclésiae tuae, quaesumus, Dómine, unitátis et pacis propítius dona concéde, quae sub oblátis munéribus mystice designántur. Per Christum.

PREFACIO II DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
LOS FRUTOS DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El cual, en la última cena con sus apóstoles, para perpetuar a través de los siglos el memorial de la cruz salvadora, se entregó a ti como Cordero inmaculado y ofrenda perfecta de alabanza. Con este sacramento alimentas y santificas a tus fieles, para que una misma fe ilumine, y un mismo amor congregue, a todos los hombres que habitan un mismo mundo. Así, pues, nos acercamos a la mesa de este sacramento admirable, para que, impregnados de la suavidad de tu gracia, nos transformemos según el modelo celestial.
Por eso, Señor, tus criaturas del cielo y de la tierra te adoran cantando un cántico nuevo, y también nosotros, con todo el ejército de los ángeles, te aclamamos por siempre diciendo:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui cum Apóstolis suis in novíssima cena convéscens, salutíferam crucis memóriam prosecutúrus in saecula, Agnum sine mácula se tibi óbtulit, perféctae laudis munus accéptum. Quo venerábili mystério fidéles tuos aléndo sanctíficas, ut humánum genus, quod cóntinet unus orbis, una fides illúminet, cáritas una coniúngat. Ad mensam ígitur accédimus tam mirábilis sacraménti, ut, grátiae tuae suavitáte perfúsi, ad caeléstis formae imáginem transeámus.
Propter quod caeléstia tibi atque terréstria cánticum novum cóncinunt adorándo, et nos cum omni exércitu Angelórum proclamámus, sine fine dicéntes:
Santo, santo Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO.

Antífona de la comunión Jn 6, 57

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, dice el Señor.
Qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet et ego in eo, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
Concédenos, Señor, saciarnos del gozo eterno de tu divinidad, anticipado en la recepción actual de tu precioso Cuerpo y Sangre. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Fac nos, quaesumus, Dómine, divinitátis tuae sempitérna fruitióne repléri, quam pretiósi Córporis et Sánguinis tui temporális percéptio praefigúrat. Qui vivis et regnas in saecula saeculórum.

Conviene que la procesión tenga lugar después de la misa en la que se consagra la hostia que se ha de llevar en ella. Pero nada impide que la procesión se haga después de una adoración pública y prolongada que siga a la misa. Si la procesión se tiene inmediatamente después de la misa, concluida la comunión de los fieles se coloca sobre el altar la custodia en la cual se pone la hostia consagrada.
Dicha la oración después de la comunión y omitidos los ritos conclusivos, se organiza la procesión.


Monición a la procesión con el Santísimo Sacramento
Llevamos en procesión el Santísimo Sacramento para expresar públicamente, con nuestros cánticos y aclamaciones, nuestra adhesión a Cristo en la eucaristía; como los discípulos que lo seguían y acompañaban; como la gente que lo rodeaba y acudía a su encuentro, aclamándolo, suplicándole, agradeciéndole. El pan de la eucaristía es nuestro viático: el alimento que fortalece nuestros pasos en nuestra peregrinación por este mundo hasta la casa del Padre; como el maná, que alimentaba al pueblo de Dios en su travesía por el desierto; como el pan que comió el profeta Elías, para proseguir con ánimo el camino emprendido hasta el monte de Dios; como los panes y los peces que Cristo multiplicó, para saciar el hambre de la muchedumbre que lo seguía.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 20 de junio
1. Conmemoración de san Metodio, obispo de Olimpo, en Grecia, y mártir, que escribió diversas obras en estilo conciso y elegante, y hacia el final de la persecución desencadenada bajo Diocleciano, fue coronado por el martirio. (c. 312)
2*. En la región de Laon, en Neustria, hoy Francia, san Gobano, presbítero, nacido en Hibernia, que en Inglaterra fue discípulo de san Fusco, y, por amor a Cristo, pasó luego a la Galia, donde llevó vida eremítica en los bosques. (c. 670)
3*. En el monasterio de San Jacobo de Foggia, en el territorio de Apulia, en la actual Italia, san Juan de Matera, abad, insigne por su austeridad y su predicación al pueblo, que instituyó la Congregación de Pulsano en la región del Gárgano, bajo la Regla de san Benito. (1139)
4*. En el monasterio de Medingen, en Baviera, actual Alemania, beata Margarita Ebner, virgen de la Orden de Predicadores, que, probada por Cristo con múltiples enfermedades, llevó una vida ejemplar ante Dios y los hombres y escribió sobre experiencias místicas. (1351)
5*. En Dublín, en Irlanda, pasión del beato Dermicio O’Hurley, obispo y mártir, que, siendo abogado laico, fue promovido por el papa Gregorio XIII como obispo de Cashel. En tiempo de la reina Isabel I sufrió largos interrogatorios y torturas, rechazando las acusaciones que se le hacían, y llevado al patíbulo, en Hoggen Green, allí proclamó que moría por la fe católica y por su ministerio episcopal.(1584)
6*. En esta misma ciudad, conmemoración de la beata Margarita Ball, mártir, que, habiendo quedado viuda, fue denunciada por su propio hijo por acoger en su casa a sacerdotes perseguidos y, despues de diversas torturas, ya septuagenaria falleció en un día no precisado. (1584)
7*. En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Francisco Pacheco, presbítero, con ocho compañeros* de la Orden de la Compañía de Jesús, que fueron quemados vivos por quienes odiaban la fe cristiana. (1626).
*Estos son los nombres: Baltasar de Torres y Juan Bautista Zola, presbíteros; Pedro Rinsei, Vicente Kaun, Juan Kisaku, Pablo Kinsuke, Miguel Tozo y Gaspar Sadamatsu, religiosos.
8*. En Londres, en Inglaterra, beatos mártires Tomás Whitbread y compañeros Guillermo Harcourt, Juan Fenwich, Juan Gavan y Antonio Turner, presbíteros de la Orden de la Compañía de Jesús, que, acusados falsamente de tomar parte en una conjura para asesinar al rey Carlos II, alcanzaron el reino de los cielos al ser ajusticiados en Tyburn. (1679)

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