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domingo, 8 de mayo de 2022

Domingo 12 junio 2022, Santísima Trinidad, solemnidad, ciclo C.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La solemnidad de la santísima Trinidad


157. El domingo siguiente a Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad de la santísima Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente de los fieles al misterio de Dios Uno y Trino, que desde la época carolingia tenía un lugar importante en la piedad privada y había dado origen a expresiones de piedad litúrgica, indujo a Juan XXII a extender en 1334 la fiesta de la Trinidad a toda la Iglesia latina. Este acontecimiento tuvo, a su vez, un influjo determinante en la aparición y desarrollo de algunos ejercicios de piedad.

Respecto a la piedad popular a la Santísima Trinidad, "el misterio central de la fe y de la vida cristiana", no es cuestión tanto de recordar tal o cual ejercicio de piedad, sino de subrayar que toda forma auténtica de piedad cristiana debe hacer referencia al verdadero y solo Dios Uno y Trino, "el Padre omnipotente y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo". Tal es el misterio de Dios, el que se nos ha revelado en Cristo y por medio de Él. Tal es su manifestación en la historia de la salvación. Esta no es otra cosa que "la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".

En efecto, son numerosos los ejercicios de piedad que tienen una impronta y una dimensión trinitaria. La mayor parte de ellos comienza con el signo de la cruz y "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", la misma fórmula con la que son bautizados los discípulos de Jesús (cfr. Mt 28,19) y comienzan una vida de intimidad con Dios, como hijos del Padre, hermanos del Hijo encarnado, templos del Espíritu. Otros ejercicios de piedad emplean fórmulas similares a la actual Liturgia de las Horas, y comienzan dando "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Otros concluyen con la bendición impartida en el nombre de las tres Personas divinas. Y no son pocos los ejercicios de piedad cuyas oraciones, siguiendo el esquema característico de la oración litúrgica, se dirigen "al Padre por Cristo en el Espíritu" y presentan formulas doxológicas inspiradas en los textos litúrgicos.

158. Como ya se ha dicho en la Primera Parte del presente Directorio, la vida cultual es un diálogo de Dios con el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Por esto, es necesario que el aspecto trinitario sea un elemento constante, también en la piedad popular. Tiene que quedar claro a los fieles que los ejercicios de piedad en honor de la Santísima Virgen, de los Ángeles y de los Santos, tienen como término al Padre, del que todo procede y al que todo conduce; al Hijo, encarnado, muerto, resucitado, único mediador (cfr. 1 Tim 2,5) sin el cual es imposible tener acceso al Padre (Jn 14,6); al Espíritu, única fuente de gracia y de santificación. Es importante evitar el peligro de alimentar la idea de una "divinidad" que prescinda de las Personas Divinas.

159. Entre los ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino y Uno hay que recordar, junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo...) y la gran doxología (Gloria a Dios en el cielo...), el Trisagio bíblico (Santo, Santo, Santo) y litúrgico (Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros), muy difundido en Oriente y también en algunos países, órdenes y congregaciones de Occidente.

El Trisagio litúrgico, que se inspira en otros cantos litúrgicos basados en el Trisagio bíblico – como el Santo en la celebración de la Eucaristía, el himno Te Deum, los improperios del rito de la adoración de la Cruz, el Viernes Santo, derivados a su vez de Isaías 6,3 y de Apocalipsis 4,8 – es un ejercicio de piedad en el que los que oran, en comunión con los ángeles, glorifican repetidamente a Dios Santo, Fuerte e Inmortal, con expresiones de alabanza tomadas de la Sagrada Escritura y de la Liturgia.

CALENDARIO

12 + DOMINGO. SANTÍSIMA TRINIDAD, solemnidad 

Solemnidad de la Santísima e indivisa Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único Dios en la Trinidad de personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios (elog. del Martirologio Romano). 

Misa de la solemnidad (blanco). 
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. prop. No se puede decir la PE IV. 
LECC.: vol. I (C). 
- Prov 8, 22-31. Antes de que la tierra existiera, la Sabiduría fue engendrada. 
- Sal 8. R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! 
- Rom 5, 1-5. A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu. 
- Jn 16, 12-15. Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará. 

Contemplamos hoy de manera especial el misterio de Dios. La 1 lect. de hoy nos habla de la sabiduría de Dios, que antes de existir el mundo ya había sido engendrada: el Verbo, nacido del Padre antes de todos los siglos. Ese Hijo, hecho hombre, es Jesucristo, nuestro mediador en el camino hacia Dios, en el amor derramado en nuestros corazones, el Espíritu Santo (2 lect.). Ese Espíritu nos guía hacia la verdad plena. Procede del Padre y del Hijo y es igualmente Dios; y por el don de la fe y los sacramentos nos introduce en la vida trinitaria (Ev.). Una vida que se acrecienta cada domingo en nosotros cuando nos sentamos a la mesa de la Santísima Trinidad, la eucaristía, hasta que pasemos al banquete eterno del cielo, en el que alcanzaremos la plenitud de la contemplación y del gozo del Dios uno y trino.

* JORNADA PRO ORANTIBUS (dependiente de la CEE, obligatoria): Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ.
* Del Domingo XI del tiempo ordinario, nada. 
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial. 

Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II. 

Martirologio: elogs. del 13 de junio, pág. 362.

TEXTOS MISA

Domingo después de Pentecostés
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Solemnidad

Antífona de Entrada

Bendito sea Dios Padre y el Hijo unigénito de Dios y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros.
Benedíctus sit Deus Pater, unigenitúsque Dei Fílius, Sanctus quoque Spíritus, quia fecit nobíscum misericórdiam suam.

Monición de entrada
La celebración de la eucaristía es siempre alabanza al padre, por Jesucristo, el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo. Hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, proclamamos el misterio del Dios revelado: Dios, comunidad de personas. Bendito sea Dios Padre y su Hijo el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:

- A ti, el Hijo de Dios vivo, te invocamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- A ti, la imagen viva del Padre, te pedimos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- A ti, el Ungido por el Espíritu Santo, te rogamos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Monición al Gloria
Se dice 
Gloria. Puede introducirse con la siguiente monición.
Con los ángeles y santos, alabemos y glorifiquemos a Dios, Padre todopoderoso, por su Hijo Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo.

Oración colecta
Dios Padre, que, al enviar al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación, revelaste a los hombres tu admirable misterio, concédenos, al profesar la fe verdadera, reconocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar la Unidad en su poder y grandeza. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus Pater, qui, Verbum veritátis et Spíritum sanctificatiónis mittens in mundum, admirábile mystérium tuum homínibus declárasti, da nobis, in confessióne verae fídei, aetérnae glóriam Trinitátis agnóscere, et Unitátem adoráre in poténtia maiestátis. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la solemnidad de la Santísima Trinidad, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Prov 8, 22-31
Antes de que la tierra existiera, la Sabiduría fue engendrada
Lectura del libro de los Proverbios.

Esto dice la Sabiduría de Dios:
«El Señor me creó al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remoto fui formada,
antes de que la tierra existiera.
Antes de los abismos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Aún no estaban aplomados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba,
ni los primeros terrones del orbe.
Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo;
cuando sujetaba las nubes en la altura,
y fijaba las fuentes abismales;
cuando ponía un límite al mar,
cuyas aguas no traspasan su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él, como arquitecto,
y día tras día lo alegraba,
todo el tiempo jugaba en su presencia:
jugaba con la bola de la tierra,
y mis delicias están con los hijos de los hombres».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 2ab)
R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus nóster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él?
R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus nóster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies.
R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus nóster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

V. Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
R. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Dómine, Dóminus nóster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!

SEGUNDA LECTURA Rom 5, 1-5
A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Ap 1, 8
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo; al Dios que es, al que era y al que ha de venir. R.
Glória Patri, et Filio, et Spiritui Sancto, Deo qui est, et qui erat, et qui venturus est.

EVANGELIO Jn 16, 12-15
Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará
 Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
HOMILÍA, Camerino. Domingo, 16 de junio de 2019
«¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?» hemos rezado en el Salmo (8, 5). Me han venido a la mente estas palabras pensando en vosotros. Ante lo que habéis visto y sufrido, ante casas derrumbadas y edificios reducidos a escombros, surge esta pregunta: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es, si lo que levanta puede colapsar en un instante? ¿Qué es, si su esperanza puede terminar en escombros? ¿Qué es el hombre? La respuesta parece venir de la continuación de la oración: ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes? De nosotros, tal y como somos, con nuestras debilidades, Dios se acuerda. En la incertidumbre que sentimos fuera y dentro, el Señor nos da una certeza: nos recuerda. Él re-cuerda, es decir, regresa con su corazón a nosotros, porque se preocupa por nosotros. Y mientras aquí abajo muchas cosas se olvidan rápidamente, Dios no nos deja en el olvido. Nadie es despreciable en sus ojos, cada uno tiene un valor infinito para Él: somos pequeños bajo el cielo e impotentes cuando la tierra tiembla, pero para Dios somos más valiosos que cualquier otra cosa.
Recuerdo es una palabra clave para la vida. Pidamos la gracia de recordar cada día que no somos olvidados por Dios, que somos sus hijos amados, únicos e irremplazables: recordarlo nos da la fuerza para no rendirnos ante los reveses de la vida. Recordemos cuánto valemos, frente a la tentación de entristecernos y continuar moviendo ese peor que parece no acabar nunca. Los malos recuerdos llegan, incluso cuando no pensamos en ellos; pero pagan mal: solo dejan melancolía y nostalgia. ¡Pero qué difícil es liberarse de los malos recuerdos! Es válido aquel dicho por el cual era más fácil para Dios sacar a Israel de Egipto que a Egipto del corazón de Israel. Para liberar el corazón del pasado que regresa, de los recuerdos negativos que nos aprisionan, de las añoranzas que lo paralizan, se necesita a alguien que nos ayude a llevar el peso que tenemos dentro. Hoy Jesús nos dice: «no podéis con ello» (cf. Jn 16,12). ¿Y qué hace frente a nuestra debilidad? No nos quita las cargas, como nos gustaría a nosotros, que siempre estamos buscando soluciones rápidas y superficiales; no, el Señor nos da al Espíritu Santo. Lo necesitamos porque él es el Consolador, el que no nos deja solos bajo las cargas de la vida. Es Él quien transforma nuestra memoria de esclavos en memoria libre, las heridas del pasado en recuerdos de salvación. Él hace en nosotros lo que hizo por Jesús: sus llagas, esas feas heridas talladas por el mal, se han convertido por el poder del Espíritu Santo en canales de misericordia, heridas luminosas en las que brilla el amor de Dios, un amor que eleva, que resucita. Esto es lo que hace el Espíritu Santo cuando lo invitamos a nuestras heridas. Él unge los malos recuerdos con el bálsamo de la esperanza, porque el Espíritu Santo es el reconstructor de la esperanza.
Esperanza. ¿Qué esperanza es esta? No es una esperanza pasajera. Las esperanzas terrenales son fugaces, siempre tienen fecha de caducidad: están hechas de ingredientes terrosos, que tarde o temprano se estropean. La del Espíritu es una esperanza duradera. No caduca, porque se basa en la fidelidad de Dios. La esperanza del Espíritu tampoco es optimismo. Nace más en profundidad, reaviva en el fondo del corazón la certeza de ser preciosos porque somos amados. Infunde la confianza de no estar solos. Es una esperanza que deja dentro paz y alegría, sin importar lo que pase fuera. Es una esperanza que tiene raíces fuertes, que ninguna tormenta de la vida puede arrancar. Es una esperanza, dice San Pablo hoy, que «no falla» (Rm 5, 5) —¡la esperanza no defrauda!—, que da la fuerza para superar todas las tribulaciones (cf. vv. 2-3). Cuando estamos atribulados o heridos, y vosotros sabéis bien lo que significa estar atribulados, heridos, somos propensos a «anidar» alrededor de nuestra tristeza y nuestros miedos. El Espíritu, en cambio, nos libera de nuestros nidos, nos hace volar, nos revela el maravilloso destino para el cual nacimos. El Espíritu nos alimenta con esperanza viva. Invitadle. Pidámosle que venga a nosotros y se acercará. ¡Ven, Espíritu Consolador! Ven y danos algo de luz, danos el sentido de esta tragedia, danos la esperanza que no defrauda. ¡Ven, Espíritu Santo!
Proximidad es la tercera y última palabra que me gustaría compartir con vosotros. Hoy celebramos la Santísima Trinidad. La Trinidad no es un enigma teológico, sino el espléndido misterio de la cercanía de Dios. La Trinidad nos dice que no tenemos un Dios solitario en el cielo, distante e indiferente; no, él es Padre que nos dio a su Hijo, que se hizo hombre como nosotros, y que, para estar aún más cerca de nosotros, para ayudarnos a llevar las cargas de la vida, nos envía su propio Espíritu. Él, que es Espíritu, entra en nuestro espíritu y así nos consuela desde dentro, nos trae la ternura de Dios. Con Dios, la carga de la vida no permanece sobre nuestros hombros: el Espíritu, a quien nombramos cada vez que hacemos la señal de la cruz, justo cuando nos tocamos los hombros, viene a darnos fuerza, a alentarnos, a soportar los pesos. En efecto, es un especialista en resucitar, levantar, reconstruir. Se necesita más fuerza para reparar que para construir, para recomenzar que para comenzar, para reconciliarse que para llevarse bien. Esta es la fuerza que Dios nos da. Por eso el que se acerca a Dios no se abate, sale adelante: comienza de nuevo, intenta de nuevo, reconstruye. También sufre, pero se las arregla para volver a empezar, para intentarlo de nuevo, para reconstruir.
Queridos hermanos y hermanas, hoy he venido simplemente para estar cerca de vosotros. Estoy aquí para rezar con vosotros a Dios que se acuerda de nosotros, para que nadie se olvide de quién está en problemas. Ruego al Dios de la esperanza, para que lo que es inestable en la tierra no sacuda la certeza que tenemos dentro. Ruego al Dios Cercano, que despierte gestos concretos de proximidad. Han pasado casi tres años y el riesgo es que, después de la primera participación emocional y mediática, la atención disminuya y las promesas caigan en el olvido, aumentando la frustración de los que ven que el territorio se despuebla cada vez más. El Señor, en cambio, empuja a recordar, a reparar, a reconstruir y a hacerlo juntos, sin olvidar nunca a los que sufren.
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Dios que se acuerda de nosotros, Dios que sana nuestros recuerdos heridos ungiéndolos con esperanza, Dios que está cerca de nosotros para levantarnos desde dentro, este Dios nos ayuda a ser constructores del bien, consoladores de corazones. Cada uno puede hacer un poco de bien, sin esperar a que otros comiencen. «Empiezo yo, empiezo yo, empiezo yo»: tiene que decirlo cada uno. Cada uno puede consolar a alguien, sin esperar a que se resuelvan sus problemas. Incluso cargando con mi cruz, trato de acercarme para consolar a otros. ¿Qué es el hombre? Es tu gran sueño, Señor, del que siempre te acuerdas. El hombre es tu gran sueño, Señor, del que siempre te acuerdas. No es fácil entenderlo en estas circunstancias, Señor. Los hombres se olvidan de nosotros, no recuerdan esta tragedia. Pero tú, Señor, no te olvidas. El hombre es tu gran sueño Señor, del que siempre te acuerdas. Señor, haz que también nosotros nos acordemos de que estamos en el mundo para dar esperanza y cercanía, porque somos tus hijos, “Dios de toda consolación” (2 Co 1, 3).

ÁNGELUS, Solemnidad de la Santísima Trinidad. Domingo 22 de mayo de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, el Evangelio de san Juan nos presenta un pasaje del largo discurso de despedida, pronunciado por Jesús poco antes de su pasión. En este discurso Él explica a los discípulos las verdades más profundas relacionadas con Él; y así se expresa la relación entre Jesús, el Padre y el Espíritu. Jesús sabe que está cerca de la realización del designio del Padre, que se cumplirá con su muerte y resurrección; por esto quiere asegurar a los suyos que no los abandonará, porque su misión será prolongada por el Espíritu Santo. Será el Espíritu quien prolongará la misión de Jesús, es decir, guiará a la Iglesia hacia adelante.
Jesús revela en qué consiste esta misión. Sobre todo el Espíritu nos conduce a entender muchas cosas que Jesús mismo tiene aún que decir (cf. Jn 16, 12). No se trata de doctrinas nuevas y especiales, sino de una plena comprensión de todo lo que el Hijo oyó del Padre y dio a conocer a los discípulos (cf. v. 15). El Espíritu nos guía por nuevas situaciones existenciales con una mirada dirigida a Jesús y, al mismo tiempo, abierto a los eventos y al futuro. Él nos ayuda a caminar en la historia firmemente radicados en el Evangelio y también con dinámica fidelidad a nuestras tradiciones y costumbres.
Pero el misterio de la Trinidad nos habla también de nosotros, de nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En efecto, mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha insertado en el corazón y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una «familia» de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta «familia divina» no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte de ella. El horizonte trinitario de comunión nos envuelve a todos y nos anima a vivir en el amor y la fraternidad, seguros de que ahí donde hay amor, ahí está Dios.
Nuestro ser creados a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a comprendernos a nosotros mismos como seres-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor recíproco. Tales relaciones se juegan, sobre todo, en el ámbito de nuestras comunidades eclesiales, para que sea cada vez más evidente la imagen de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juega en las distintas relaciones sociales, desde la familia, hasta las amistades y el ambiente de trabajo: son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más humanamente ricas, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado.
La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser fermento de comunión, de consolación y de misericordia. En esta misión, nos sostiene la fuerza que el Espíritu Santo nos dona: ella cura la carne de la humanidad herida por la injusticia, por los abusos, por el odio y la avidez. La Virgen María en su humildad, acogió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. Que ella, espejo de la Trinidad, nos ayude a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Solemnidad de la Santísima Trinidad, Domingo 26 de mayo de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días! Esta mañana he realizado mi primera visita a una parroquia de la diócesis de Roma. Doy gracias al Señor y os pido que oréis por mi servicio pastoral a esta Iglesia de Roma, que tiene la misión de presidir en la caridad universal.
Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el estupor de la fe: reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios no es un Dios «spray», es concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: «Dios es amor». No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y el mundo. Pensar en que Dios es amor nos hace mucho bien, porque nos enseña a amar, a darnos a los demás como Jesús se dio a nosotros, y camina con nosotros. Jesús camina con nosotros en el camino de la vida.
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre y quien nos ha prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la historia del pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha prometido el Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos, que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.
Hoy alabamos a Dios no por un particular misterio, sino por Él mismo, «por su inmensa gloria», como dice el himno litúrgico. Le alabamos y le damos gracias porque es Amor, y porque nos llama a entrar en el abrazo de su comunión, que es la vida eterna.
Confiemos nuestra alabanza a las manos de la Virgen María. Ella, la más humilde entre las criaturas, gracias a Cristo ya ha llegado a la meta de la peregrinación terrena: está ya en la gloria de la Trinidad. Por esto María nuestra Madre, la Virgen, resplandece para nosotros como signo de esperanza segura. Es la Madre de la esperanza; en nuestro camino, en nuestra vía, Ella es la Madre de la esperanza. Es la madre que también nos consuela, la Madre de la consolación y la Madre que nos acompaña en el camino. Ahora recemos a la Virgen todos juntos, a nuestra Madre que nos acompaña en el camino.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 30 de mayo de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Después del tiempo pascual, que concluyó el domingo pasado con Pentecostés, la liturgia ha vuelto al "tiempo ordinario". Pero esto no quiere decir que el compromiso de los cristianos deba disminuir; al contrario, al haber entrado en la vida divina mediante los sacramentos, estamos llamados diariamente a abrirnos a la acción de la gracia divina, para progresar en el amor a Dios y al prójimo. La solemnidad de hoy, domingo de la Santísima Trinidad, en cierto sentido recapitula la revelación de Dios acontecida en los misterios pascuales: muerte y resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y efusión del Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para explicar la relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y, sin embargo, los Padres de la Iglesia trataron de ilustrar el misterio de Dios uno y trino viviéndolo en su propia existencia con profunda fe.
La Trinidad divina, en efecto, pone su morada en nosotros el día del Bautismo: "Yo te bautizo –dice el ministro– en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". El nombre de Dios, en el cual fuimos bautizados, lo recordamos cada vez que nos santiguamos. El teólogo Romano Guardini, a propósito del signo de la cruz, afirma: "Lo hacemos antes de la oración, para que... nos ponga espiritualmente en orden; concentre en Dios pensamientos, corazón y voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha dado ... Esto abraza todo el ser, cuerpo y alma, ... y todo se convierte en consagrado en el nombre del Dios uno y trino" (Lo spirito della liturgia. I santi segni, Brescia 2000, pp. 125-126).
Por tanto, en el signo de la cruz y en el nombre del Dios vivo está contenido el anuncio que genera la fe e inspira la oración. Y, al igual que en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que "cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13), así sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, cada semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía. También el santo cura de Ars lo recordaba a sus fieles: "¿Quién ha recibido vuestra alma –decía– recién nacidos? El sacerdote. ¿Quién la alimenta para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? ... Siempre el sacerdote" (Carta de convocatoria del Año sacerdotal).
Queridos amigos, hagamos nuestra la oración de san Hilario de Poitiers: "Mantén incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, a fin de que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo" (De Trinitate, XII, 57: CCL 62/a, 627). Invocando a la Virgen María, primera criatura plenamente habitada por la Santísima Trinidad, pidamos su protección para proseguir bien nuestra peregrinación terrena.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo B. Solemnidad de la Santísima Trinidad
El misterio de la Trinidad
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12, 29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12, 35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único. Creer en el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna división en el Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
I "EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO"
232 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
233 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios - Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
II LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32, 6; Ml 2, 10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4, 22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2S 7, 14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68, 6).
239 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66, 13; Sal 131, 2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27, 10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3, 14; Is 49, 15): Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27).
241 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1, 1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1, 15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1, 3).
242 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1, 2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14, 17), para enseñarles (cf. Jn 14, 16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 16, 14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7, 39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración… Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15, 26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon 2, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE
249 La formación del dogma trinitario
La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Co 13, 13; cf. 1Co 12, 4-6; Ef 4, 4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje… Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero… Dios los Tres considerados en conjunto… No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo… (0r. 40, 41: PG 36, 417).
IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS
257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1, 9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él" (Ef 1, 4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8, 29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8, 15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2Tm 1, 9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1Co 8, 6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6, 44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8, 14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17, 21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama - dice el Señor - guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14, 23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía de la "condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacianceno, or. Theol. 5, 26).
732 En este día (Pentecostés) se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
"Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado" (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión)
En la Iglesia y en su Liturgia
249 La formación del dogma trinitario
La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Co 13, 13; cf. 1Co 12, 4-6; Ef 4, 4-6).
813 "El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR 2)
La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios… restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
"¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia" (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
950 La comunión de los sacramentos. "El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación" (Catech. R. 1, 10, 24).
Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA
1077 "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1, 3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción del Espíritu Santo" (Lc 10, 21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2Co 9, 15) mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1, 6).
II. LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado…
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13, 1; Jn 17, 1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6, 10; Hb 7, 27; Hb 9, 12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
… desde la Iglesia de los Apóstoles…
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20, 21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.
… está presente en la Liturgia terrena…
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" - la dispensación o comunicación de su obra de salvación - "Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18, 20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)
… que participa en la Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
III. EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
- principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
- la oración de los Salmos;
- y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24, 13-49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1P 3, 21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1Co 10, 1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6, 32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14, 26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en la fe.
1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; … las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción de gracias y la alabanza (Doxologia).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.
1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:
"Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino… en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento… Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana" (S. Juan Damasceno, f. o., 4, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1, 14; 2Co 1, 22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15, 1-17; Ga 5, 22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1Jn 1, 3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2Co 13, 13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad.
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
"Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel" (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C–536A).
La Trinidad y la oración
La Liturgia de la Iglesia
2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su celebración. Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto" (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf IGLH 9).
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres…
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; Ex 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; Hch 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18, 13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.
"Ven, Espíritu Santo"
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
"Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular?" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; Jn 15, 26; Jn 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:
"Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor" (cf secuencia de Pentecostés).
"Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno!" (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.
La familia, imagen de la Trinidad
2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

Monición al Credo.
Se dice
 Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la unidad de la Iglesia.

Oración de los fieles
Oremos al Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.
- Por la unión de las Iglesias, para que los cristianos dispersos seamos reunidos en la unidad de la Iglesia de Cristo. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de todas las naciones, para que promuevan la honradez y la justicia. Roguemos al Señor.
- Por los no cristianos, para que reconozcan en el Hombre Jesús al Dios vivo y verdadero. Roguemos al Señor.
- Por los hermanos que han recibido en la Iglesia la vocación contemplativa, para que, en la oración, el silencio y la entrega intercesora ante Dios, busquen en todo momento el rostro de Cristo para el bien de toda la Iglesia y la humanidad. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que seamos uno y así el mundo crea. Roguemos al Señor.
Dios único y verdadero, omnipotente y misericordioso, tú nos has llamado a compartir tu vida en la comunidad de las tres Personas. Escucha, Padre nuestro, la oración de tu Iglesia, que ora en el Espíritu Santo, en nombre de tu Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos

Oración sobre las ofrendas
Por la invocación de tu nombre, santifica, Señor y Dios nuestro, estos dones de nuestra docilidad y transfórmanos, por ellos, en ofrenda permanente. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sanctífica, quaesumus, Dómine Deus noster, per tui nóminis invocatiónem, haec múnera nostrae servitútis, et per ea nosmetípsos tibi pérfice munus aetérnum. Per Christum.

Prefacio: El misterio de la Santísima Trinidad
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no en la singularidad de una sola Persona, sino en la Trinidad de una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria porque tú lo revelaste lo afirmamos sin diferencia de tu Hijo y del Espíritu Santo.
De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad.
A quien alaban los ángeles y los arcángeles, los querubines y serafines, que no cesan de aclamarte, diciendo a una sola voz:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui cum Unigénito Fílio tuo et Spíritu Sancto unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónae, sed in uníus Trinitáte substántiae. Quod enim de tua glória, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine discretióne sentímus.
Ut, in confessióne verae sempiternaeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in maiestáte adorétur aequálitas.
Quem laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim, qui non cessant clamáre cotídie, una voce dicéntes:

R. Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

Antífona de Comunión Gál 4, 6

Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que dama: «Abba, Padre».
Quóniam autem estis fílii, misit Deus Spíritum Fílii sui in corda vestra clamántem: Abba, Pater.

Oración después de la comunión
Señor y Dios nuestro, que la recepción de este sacramento y la profesión de fe en la santa y eterna Trinidad y en su Unidad indivisible, nos aprovechen para la salvación del alma y del cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Profíciat nobis ad salútem córporis et ánimae, Dómine Deus noster, huius sacraménti suscéptio, et sempitérnae sanctae Trinitátis eiusdémque indivíduae Unitátis conféssio. Per Christum.

Se puede usar la bendición solemne
11. Tiempo ordinario, I

El Señor os bendiga y os guarde.
Benedícat vobis Dóminus, et custódiat vos.
R. Amén.
Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor.
Illúminet fáciem suam super vos, et misereátur vestri.
R. Amén.
Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.
Convértat vultum suum ad vos, et donet vobis suam pacem.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo  y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 13 de junio
M
emoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Pádua descansó en el Señor. (1231)
2. En Roma, en la séptima milla de la vía Ardeatina, santa Felícula, mártir. (90)
3. En Alejandría de Egipto, beato Aquíleo, obispo, insigne por su erudición, su fe y su vida y costumbres. (312)
4. En Nicosia, en Chipre, san Trifilio, obispo, que defendió con firmeza la fe de Nicea y, como afirma san Jerónimo, fue el orador mas elocuente de su tiempo, y gran comentarista del Cantar de los Cantares(370)
5. En la región italiana de los Abruzos, san Ceteo o Peregrino, obispo de Amiterno, el cual, al invadir los lombardos el territorio, falsamente acusado de haber traicionado a la ciudad, fue condenado a muerte y ahogado en el río. (c. 600)
6. En Alejandría de Egipto, san Eulogio, obispo, célebre por su doctrina, al que el papa san Gregorio Magno escribió varias cartas, diciendo de él: «No está lejos de mí el que está unido a mí». (c. 607)
7*. Cerca de Limoges, en Aquitania, actual Francia, san Salmodio, eremita. (s. VII)
8*. En la región de Lyon, en la Galia, también Francia, san Ragneberto, mártir, el cual, de origen noble y adornado de virtudes, se hizo odioso a Ebroino, maestro de palacio, quien lo envió al destierro y finalmente lo hizo asesinar. (680)
9*. En el valle de Larboust, en los Pirineos franceses, san Aventino, eremita y mártir, muerto, según la tradición, a manos de los mahometanos. (s. VIII)
10. En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Fandila, presbítero y monje, que en la persecución desencadenada por los sarracenos, en tiempo del emir Mohamed I, fue decapitado por su fe en Cristo. (853)
11*. En el monasterio de Clairvaux, en Borgoña, actualmente Francia, beato Gerardo, monje, hermano de san Bernardo, que, doctrinalmente preparado, demostró una especial prudencia y acertado criterio en el campo de la espiritualidad. (1138)
12. En Hue, en Annam, hoy Vietnam, santos Agustín Phan Viet Huy y Nicolás Bui Viet The, mártires, los cuales, llevados primero por el miedo, profanaron la Cruz, pero arrepentidos de inmediato, solicitaron del emperador Minh Mang ser juzgados de nuevo como cristianos, y fueron heridos mortalmente y arrojados al mar, aún vivos, desde una nave. (1839)
13*. En la aldea de Naumowicze, cercana a Grodno, en Polonia, beata María Ana Biernacka, madre de familia y mártir, que durante la ocupación militar de su patria en tiempo de guerra, se ofreció espontáneamente a los soldados en lugar de su nuera encinta y, fusilada de inmediato, recibió la gloriosa palma del martirio. (1943)
- Beato Francesco Mottola (1901- Tropea, Italia 1969). Sacerdote diocesano, canónigo, fundador del Instituto Secular de los Oblatos del Sagrado Corazón.

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