DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Juan de Letrán, Jueves, 15 de febrero de 2018
Papa Francisco
Buenos días.
Trataré de decir algo acerca de las preguntas que me habéis hecho, las preguntas formuladas por el grupo.
Mons. Angelo De Donatis
Algunos sacerdotes han preparado una serie de preguntas que llevé al Papa Francisco y ahora él nos las ilustra, de acuerdo con las diferentes edades de los sacerdotes: por lo tanto, los jóvenes, los de mediana edad y los ancianos.
Papa Francisco
El grupo de los más jóvenes: “Muchas vocaciones nacen bien pero luego se enfrían, se acostumbran, se apagan. ¿Cómo pasamos del enamoramiento al amor en la vida sacerdotal? Es decir, ¿cómo podemos esperar que toda la humanidad de un sacerdote se involucre en este centro, que es el nuevo amor por el Señor? ¿Cómo se involucran también los deseos, las aspiraciones, los límites? ¿Cómo podemos vivir en libertad una vida sacerdotal que se nos pide que asumamos con amor, pero en lo concreto, transcurre entre mil quehaceres y deberes? A veces uno se siente dentro de un gran tren que corre independientemente de nosotros. ¿Cómo sentirnos elegidos por Dios y realizados como hombres sin querer hacer carrera y ajenos a las comparaciones? En nuestra ciudad, a menudo sentimos que contamos poco: ¿Podemos ser nosotros una humanidad significativa, es decir, podemos tomar decisiones de vida que indiquen un camino evangélico sobre cómo vivir la realidad urbana deshumanizante de nuestro tiempo? ¿Puede el sacerdote convertirse hoy en un pequeño pero luminoso signo humano que invita a su grey a la libertad? ¿Cuánto están dictadas las fatigas de los jóvenes sacerdotes por la poca fortaleza, por la poca profecía, por la falta de transparencia, o cuánto pesa, en cambio, un estilo de Iglesia que aún no se ha renovado? ¿Cuánto la vida común, el estilo sobrio, la oración menos cultual y el abandono de las estructuras, no llegan a la vida concreta del sacerdote porque no han sido renovadas, o cuánto, al contrario, la vida ordinaria que se le pide al sacerdote no responde a una renovación de su corazón?”.
Esta es la [primera] pregunta. ¡Tantas preguntas en una pregunta! Pero me gustó que hubiera muchas, porque hay algo común en estas preguntas: hay una abundancia de circunstancias. Sí, esto es así y esto es tal y tal y tal...: preguntas de circunstancias. El énfasis está en las circunstancias. “Cuando esto sucede, si las cosas son así y son así y siguen así, ¿Cómo se puede lidiar con estas circunstancias que son limitaciones que no nos dejan avanzar?”. En presencia de estas circunstancias, no hay salida. Si hago una pregunta ―como en este caso― sobre las circunstancias o sobre tantas circunstancias, no se sale de este callejón. Es una trampa cuando las circunstancias se vuelven tan fuertes. Es una trampa porque no te permite crecer; es también mirar demasiado a las circunstancias. En cambio, lo fundamental es vivir de un modo justo los compromisos sacerdotales y buscar el estilo que ayude a ofrecer con paz y fervor. Dejemos de lado las circunstancias, hay tantas, pero veamos cómo avanzar. Dije la palabra “estilo”: buscar el propio estilo sacerdotal, la propia personalidad sacerdotal, que no es un cliché. Todos sabemos cómo debe ser un sacerdote, las virtudes que debe tener, el camino que debe seguir... Pero el estilo, tu documento de identidad... Sí, dice “sacerdote”, pero es el tuyo, con tu sello personal, con las motivaciones que te empujan a vivir en paz y fervor. Por un lado, muchas circunstancias en este mundo que es así, tal y tal...; por otro, tu estilo. Cada uno de nosotros tiene su propio estilo sacerdotal. Sí, el sacerdocio es una forma de vida, es una vocación, una imitación de Jesucristo de cierta manera; pero tu sacerdocio es único, en el sentido de que no es lo mismo que otro. Yo diría, frente a estas preguntas: busca tu estilo. No mires tanto las circunstancias que cierran las salidas. Busca tu estilo: tu estilo de sacerdote y personal.
Y este estilo se mueve en una atmósfera. Me gustaría decir lo siguiente: no es un cliché seguir afirmando que no podemos vivir el ministerio con alegría sin vivir momentos de oración personal, cara a cara con el Señor, hablando, conversando con Él acerca de lo que estoy viviendo. Esto no es un cliché. [Vivir] el ministerio con alegría y con momentos de oración personal, cara a cara con el Señor, hablar con Él, conversando con Él acerca de lo que estoy viviendo. Las circunstancias, tu propio estilo, el Señor. ¿Hablo con el Señor sobre esto? ¿Todas estas preguntas? ¿O hablo conmigo mismo, con mi incapacidad frente a tantas circunstancias que cierran la puerta y me desaniman? “Ah, no se puede, es un desastre ... no se puede ser sacerdote en este mundo secularizado...”. Y las quejas comienzan. Los límites. La pregunta dice: “¿Cómo están involucrados también los deseos y las aspiraciones, los límites?”. Esta es una buena pregunta: ¿Cómo están involucrados los límites en tu vocación sacerdotal, en tu propio estilo?. Individuar los límites: los generales ―por el hecho de que estoy aquí– y también los tuyos. El diálogo con los límites en el sentido de lo que puedo hacer con este límite, cómo sobrellevar este límite. Discernir entre los límites. Y la pregunta puede asustarnos, porque hay muchos límites, muchas circunstancias que nos desaniman y “no puedo ser sacerdote”, ¡no! La respuesta es: hay un camino, es tu estilo sacerdotal, el diálogo con tus límites, el discernimiento con los límites, incluso con estas circunstancias. No tengáis miedo de esto. Para discernir incluso tus pecados, porque los pecados son perdonados; es cierto, el Sacramento de la Confesión es para esto; pero no termina todo allí. Tu pecado proviene de una raíz, de un pecado capital, de una actitud, y esto es un límite, hay que discernir. Es otra manera, diferente de pedir perdón por el pecado. “No, sí, tengo este problema, lo confesé, se acabó”. No, no termina ahí. El perdón está ahí, pero luego tienes que dialogar con la tendencia que te llevó a un pecado de orgullo, de vanidad, de celos, de chismes, no sé ... ¿Qué me lleva a ello? Dialogar con el límite que tengo dentro, y discernir. Y el diálogo con estos límites, siempre ―para ser eclesial― se debe hacer frente a un testigo, alguien que me ayude a discernir. Y ahí es muy importante la confrontación: esto que me pasa a mí, confrontarlo con otro. La necesidad de confrontarse. No son tanto los pecados, yo diría que aquí hay que hacer una distinción: los pecados hay que confesarlos y pedir perdón, y se termina allí; luego, con el Señor, avanzo. Sin embargo, los límites, las tendencias, los problemas que me llevan a esto, las enfermedades espirituales que tengo, todo eso sí; nunca podría vencer esta tendencia o resolver los problemas que me llevan [al pecado] sin confrontarme. Confrontarse. Y ahí [se trata de] buscar un hombre sabio. Un hombre sabio. Es la figura eclesial del padre espiritual, que comienza con los monjes del desierto: el que te guía, el que te ayuda, el que dialoga contigo, que te ayuda a discernir. Si has pecado, esto es un límite, es verdad: busca a uno misericordioso; y si es sordo, mejor. Pide perdón y sigue adelante. Pero no se termina ahí. ¿Qué te llevó a pecar? ¿Cuál es la tendencia, cuál es el problema? Busca a un sabio para confrontarte, para dialogar con los límites, con tus debilidades, para dialogar y tratar de corregir la trayectoria. Yo os digo, de verdad, el cura es célibe y en este sentido, podemos decir que es un hombre solo; sí, hasta cierto punto podría decirse. Pero no puede vivir solo, sin un compañero de camino, un guía espiritual, un hombre que le ayude a la confrontación, al discernimiento y al diálogo. No es suficiente confesar los pecados: esto es importante, porque allí ―y siempre lo he sentido, es una de las cosas más bellas del Señor― está la humildad de un pecador, y la misericordia de Dios, que se encuentran y se abrazan; es un bellísimo momento de la Iglesia, ese del perdón de los pecados. Pero no es suficiente. También eres responsable de una comunidad, tienes que seguir adelante, y para eso necesitas un guía. Os digo que no tengáis miedo; también a los jóvenes: empezad con esto desde jóvenes. Buscad. Hay hombres sabios, hombres de discernimiento que ayudan mucho y acompañan tanto.
Por lo tanto, resumiendo: En esta pregunta hay demasiado énfasis en las circunstancias, y esto puede convertirse en una coartada. Porque si solo miras las circunstancias, no hay salida. Debes buscar tu propio estilo, la manera correcta de vivir tu vocación sacerdotal; y esto no es algo antiguo, no es un cliché seguir diciendo que no podremos vivir el ministerio con alegría sin vivir momentos de oración personal, cara a cara con el Señor, hablando, conversando con Él de lo que estamos viviendo. Estas cosas deben llevarse a la oración, con el Señor. Sin diálogo con el Señor no puedes avanzar. Dialogar con los límites, discernir los límites; y por eso ayudarnos, confrontándonos con un padre espiritual, con un hombre sabio que nos ayudará en el discernimiento. Y a los jóvenes les ayuda mucho, ¡y lo hacen! ―también― es algo más, esto, y también lo hacen los más mayores ―pequeños grupos de sacerdotes que se acompañan―: la fraternidad sacerdotal. Se encuentran, hablan, y esto es importante, porque la soledad no es buena, no es buena.
Esto es lo que me ha venido a la mente sobre la primera pregunta. Pero me gustaría enfatizar esto: tened cuidado de no engañaros a vosotros mismos con los límites. “Oh, no se puede, mira esto, aquello, el mundo es una calamidad, este, ese otro, la televisión, este, ese otro...”: Son límites culturales o personales, pero este no es el camino. El camino es el otro que dije. Y siempre en el centro el Señor Jesús, la oración.
Pasemos a la segunda pregunta: “Para un sacerdote, la edad de los 40 a los 50 es decisiva. A menudo cae el perfeccionismo moralista, se es consciente, por experiencia, de ser pecadores, y esto es muy bueno, a esa edad. Muchos ideales apostólicos se redimensionan, el apoyo de la familia de origen se debilita, los padres enferman, a menudo incluso la salud comienza a dar algunos problemas. Sería un buen momento para elegir al Señor, pero a menudo no tenemos las herramientas para redirigir la crisis de la mitad de la vida, como se llama esto, hacia una elección feliz y definitiva. El exceso de trabajo, a veces es suicida, el exceso de trabajo dispersivo nos ha desacostumbrado a cuidarnos precisamente cuando más lo necesitamos. Padre, ¿Puedes darnos alguna indicación al respecto? ¿Cómo prepararse para esta etapa de la vida? ¿Cuál es la ayuda indispensable? ”.
Eh, ¡le démon de midi! El demonio del mediodía... Nosotros en Argentina lo llamamos “el cuarentazo”. A los cuarenta, entre los cuarenta y cincuenta años, te pasa esto... Es una realidad. He oído que algunos lo llaman “ahora o nunca”. Se replantea todo y [se dice] “o ahora o nunca”. Hay dos escritos que conozco ―hay tantos muy bonitos, de los Padres del desierto, en la Filocalia encontraréis muchas cosas sobre esto―; hay un libro moderno, más cercano a nosotros, incluso en diálogo con la psicología, de ese monje psicólogo austriaco, Anselm Grün, La mitad de la vida esto puede ayudar. Es un diálogo psicológico-espiritual sobre ese momento. Y hay otro libro que, sí, me gustaría que todos leyesen: La segunda llamada, del padre René Voillaume. Sería bueno regalárselo, de alguna manera, a los sacerdotes. Hace una hermosa exégesis de la vocación de Pedro, la última, en Tiberíades: el Pedro de la segunda llamada. Como el Señor nos llamó la primera vez, nos sigue llamando continuamente, pero, si la primera vez fue muy fuerte, luego nos acompaña llamándonos todos los días. Y, en algún momento de la vida, nos llama por segunda vez muy fuerte. Es un momento de muchas tentaciones; es un momento en el que hace falta una transformación necesaria. No podemos continuar sin esta transformación necesaria, porque si continúas así, sin madurar, sin dar un paso adelante en esta crisis, terminarás mal. Terminarás con una doble vida, tal vez, o dejando todo. Hace falta esta transformación necesaria. Ya no quedan aquellos primeros sentimientos: “Están muy lejos, no los siento como los sentía cuando era niño para seguir al Señor, el entusiasmo...”. Se han ido, hay otros sentimientos. También hay otras motivaciones, no esas. Y sucede, porque este es un problema humano, sucede como en el matrimonio: ya no hay enamoramiento, el empezar a amar, la emoción juvenil... Las cosas se han calmado, van por otro camino. Pero sigue quedando, eso sí, algo que debemos buscar dentro: el gusto de pertenecer. Eso permanece. El placer de estar junto a un cuerpo, de compartir, de caminar, de luchar juntos: esto, en el matrimonio y también para nosotros. La pertenencia. ¿Cómo es mi pertenencia a la diócesis, al presbiterio?... Esto permanece. Y debemos ser fuertes en ese momento para dar el paso adelante. Como para los cónyuges: han perdido todo lo que era más juvenil, pero el gusto de la pertenencia matrimonial, eso permanece. Y en ese punto ¿qué haces? Buscar ayuda, de inmediato. Si no tienes un hombre prudente, un hombre de discernimiento, un hombre sabio que te acompañe, búscalo, porque es peligroso avanzar solos a esa edad. Tantos terminaron mal. Busca ayuda enseguida. Luego, con el Señor: decir la verdad, que estás un poco decepcionado porque ese entusiasmo se ha ido... Pero está la oración de la entrega: entregarnos al Señor, una manera de orar de manera diferente, dar. Es un momento duro, un momento duro, pero es un momento liberador: Lo que ha pasado, ha pasado; ahora hay otra edad, otro momento de mi vida sacerdotal. Y con mi guía espiritual tengo que continuar. El tiempo de vida que queda es para vivirlo mejor, para una mejor entrega de sí mismo. Me gusta decir que es el tiempo de los hijos, de ver crecer a los hijos. El tiempo de ayudar a la parroquia, a la Iglesia, a crecer, es el tiempo del crecimiento, de los hijos. Es hora de que yo empiece a disminuir. El tiempo de la fecundidad, la verdadera fecundidad, no la falsa fecundidad. Es el tiempo de poda: ellos crecen, yo les ayudo y me quedo atrás. Ayudando a crecer, pero ellos son ellos. Y hay algunas malas tentaciones en este momento. Tentaciones que antes uno nunca hubiera pensado tener. No hay que avergonzarse, son tentaciones: El problema es del tentador, no nuestro. No hay que avergonzarse. Pero debemos desenmascararlas inmediatamente. Y también es el momento de las chiquilladas: cuando el sacerdote comienza a hacer chiquilladas. Son el germen de la doble vida. Hay que atajarlas inmediatamente e incluso con sentido del humor: “Mira, yo que había creído que le había dado mi vida totalmente al Señor, fíjate ¡qué mal quedo!”. Dije que era el momento de la fecundidad. ¿Cuál es la figura que me viene a la mente? Chiquilladas, doble vida ... pero, lo que más me viene a la mente, tomando un ejemplo de la familia, para describir al sacerdote que no consigue superar esto, madurar en este momento, es la figura del “tío solterón”. Son buenos, los tíos solterones, porque ―lo recuerdo― tuve dos, nos enseñaban las palabrotas, nos daban cigarrillos a escondidas, siempre ... ¡pero no eran padres! No eran padres. Es el tiempo de la fecundidad: con sacrificio, con amor, es un buen momento este. Es un momento... es el segundo acto de la vida. El primer acto es el acto de la juventud, pero esto te lleva al final. No perdáis esta oportunidad de madurar en este tiempo de poda, de pruebas, de varias tentaciones... El tiempo de la fecundidad. También puede ser que en este momento, porque el diablo es astuto, vengan algunas tentaciones de la primera juventud, aisladas, pero vienen. No tengáis miedo “Pero mire, a esta edad, Padre...” ― “Pues, sí, hijo”. ¡Adelante!” . Nos avergüenzan, pero son propias de este tiempo, agradezcamos al Señor que nos haga sentir un poco avergonzados. ¡Pero no os quedéis allí! No, esa es una circunstancia, el hilo va por el otro lado: la poda, la fecundidad y el tiempo de guardar el buen vino, para que envejezca bien. Y también diría que es el momento del primer adiós, el momento en que el sacerdote se da cuenta de que un día se despedirá definitivamente. Y este es el tiempo del primer adiós. En este tiempo debemos decir muchos “adiós”: “Adiós, no volveré a verte”. Esto nunca volverá a suceder, esta situación, esta forma de sentir las cosas ya no la tendré. Adiós a esta parte de la vida, para comenzar otra. Y entonces aprendemos a decir adiós. Se me ocurre, y esto me hace reír, porque hice un Motu proprio en estos días que comienza con estas palabras: “Aprender a despedirse”. Es para aquellos que a la edad de 75 años deben presentar la dimisión. Pero es tiempo de aprender a despedirse, porque algún día tendremos que hacerlo. Es una ciencia, una sabiduría que debe aprenderse con el tiempo, que no puede improvisarse.
Esto es lo que yo diría, así, de forma algo desordenada sobre esta segunda pregunta del “demonio del mediodía”. Pero intentad leer al padre Voillaume, La segunda llamada; también el otro de Grün es bueno, pero Voillaume es un clásico. Es curioso: Voillaume es un autor espiritual que se ha convertido en un clásico todavía en vida, uno de los pocos que ya era clásico, murió muy viejo, pero era clásico cuando todavía estaba vivo.
Eh, ¡le démon de midi! El demonio del mediodía... Nosotros en Argentina lo llamamos “el cuarentazo”. A los cuarenta, entre los cuarenta y cincuenta años, te pasa esto... Es una realidad. He oído que algunos lo llaman “ahora o nunca”. Se replantea todo y [se dice] “o ahora o nunca”. Hay dos escritos que conozco ―hay tantos muy bonitos, de los Padres del desierto, en la Filocalia encontraréis muchas cosas sobre esto―; hay un libro moderno, más cercano a nosotros, incluso en diálogo con la psicología, de ese monje psicólogo austriaco, Anselm Grün, La mitad de la vida esto puede ayudar. Es un diálogo psicológico-espiritual sobre ese momento. Y hay otro libro que, sí, me gustaría que todos leyesen: La segunda llamada, del padre René Voillaume. Sería bueno regalárselo, de alguna manera, a los sacerdotes. Hace una hermosa exégesis de la vocación de Pedro, la última, en Tiberíades: el Pedro de la segunda llamada. Como el Señor nos llamó la primera vez, nos sigue llamando continuamente, pero, si la primera vez fue muy fuerte, luego nos acompaña llamándonos todos los días. Y, en algún momento de la vida, nos llama por segunda vez muy fuerte. Es un momento de muchas tentaciones; es un momento en el que hace falta una transformación necesaria. No podemos continuar sin esta transformación necesaria, porque si continúas así, sin madurar, sin dar un paso adelante en esta crisis, terminarás mal. Terminarás con una doble vida, tal vez, o dejando todo. Hace falta esta transformación necesaria. Ya no quedan aquellos primeros sentimientos: “Están muy lejos, no los siento como los sentía cuando era niño para seguir al Señor, el entusiasmo...”. Se han ido, hay otros sentimientos. También hay otras motivaciones, no esas. Y sucede, porque este es un problema humano, sucede como en el matrimonio: ya no hay enamoramiento, el empezar a amar, la emoción juvenil... Las cosas se han calmado, van por otro camino. Pero sigue quedando, eso sí, algo que debemos buscar dentro: el gusto de pertenecer. Eso permanece. El placer de estar junto a un cuerpo, de compartir, de caminar, de luchar juntos: esto, en el matrimonio y también para nosotros. La pertenencia. ¿Cómo es mi pertenencia a la diócesis, al presbiterio?... Esto permanece. Y debemos ser fuertes en ese momento para dar el paso adelante. Como para los cónyuges: han perdido todo lo que era más juvenil, pero el gusto de la pertenencia matrimonial, eso permanece. Y en ese punto ¿qué haces? Buscar ayuda, de inmediato. Si no tienes un hombre prudente, un hombre de discernimiento, un hombre sabio que te acompañe, búscalo, porque es peligroso avanzar solos a esa edad. Tantos terminaron mal. Busca ayuda enseguida. Luego, con el Señor: decir la verdad, que estás un poco decepcionado porque ese entusiasmo se ha ido... Pero está la oración de la entrega: entregarnos al Señor, una manera de orar de manera diferente, dar. Es un momento duro, un momento duro, pero es un momento liberador: Lo que ha pasado, ha pasado; ahora hay otra edad, otro momento de mi vida sacerdotal. Y con mi guía espiritual tengo que continuar. El tiempo de vida que queda es para vivirlo mejor, para una mejor entrega de sí mismo. Me gusta decir que es el tiempo de los hijos, de ver crecer a los hijos. El tiempo de ayudar a la parroquia, a la Iglesia, a crecer, es el tiempo del crecimiento, de los hijos. Es hora de que yo empiece a disminuir. El tiempo de la fecundidad, la verdadera fecundidad, no la falsa fecundidad. Es el tiempo de poda: ellos crecen, yo les ayudo y me quedo atrás. Ayudando a crecer, pero ellos son ellos. Y hay algunas malas tentaciones en este momento. Tentaciones que antes uno nunca hubiera pensado tener. No hay que avergonzarse, son tentaciones: El problema es del tentador, no nuestro. No hay que avergonzarse. Pero debemos desenmascararlas inmediatamente. Y también es el momento de las chiquilladas: cuando el sacerdote comienza a hacer chiquilladas. Son el germen de la doble vida. Hay que atajarlas inmediatamente e incluso con sentido del humor: “Mira, yo que había creído que le había dado mi vida totalmente al Señor, fíjate ¡qué mal quedo!”. Dije que era el momento de la fecundidad. ¿Cuál es la figura que me viene a la mente? Chiquilladas, doble vida ... pero, lo que más me viene a la mente, tomando un ejemplo de la familia, para describir al sacerdote que no consigue superar esto, madurar en este momento, es la figura del “tío solterón”. Son buenos, los tíos solterones, porque ―lo recuerdo― tuve dos, nos enseñaban las palabrotas, nos daban cigarrillos a escondidas, siempre ... ¡pero no eran padres! No eran padres. Es el tiempo de la fecundidad: con sacrificio, con amor, es un buen momento este. Es un momento... es el segundo acto de la vida. El primer acto es el acto de la juventud, pero esto te lleva al final. No perdáis esta oportunidad de madurar en este tiempo de poda, de pruebas, de varias tentaciones... El tiempo de la fecundidad. También puede ser que en este momento, porque el diablo es astuto, vengan algunas tentaciones de la primera juventud, aisladas, pero vienen. No tengáis miedo “Pero mire, a esta edad, Padre...” ― “Pues, sí, hijo”. ¡Adelante!” . Nos avergüenzan, pero son propias de este tiempo, agradezcamos al Señor que nos haga sentir un poco avergonzados. ¡Pero no os quedéis allí! No, esa es una circunstancia, el hilo va por el otro lado: la poda, la fecundidad y el tiempo de guardar el buen vino, para que envejezca bien. Y también diría que es el momento del primer adiós, el momento en que el sacerdote se da cuenta de que un día se despedirá definitivamente. Y este es el tiempo del primer adiós. En este tiempo debemos decir muchos “adiós”: “Adiós, no volveré a verte”. Esto nunca volverá a suceder, esta situación, esta forma de sentir las cosas ya no la tendré. Adiós a esta parte de la vida, para comenzar otra. Y entonces aprendemos a decir adiós. Se me ocurre, y esto me hace reír, porque hice un Motu proprio en estos días que comienza con estas palabras: “Aprender a despedirse”. Es para aquellos que a la edad de 75 años deben presentar la dimisión. Pero es tiempo de aprender a despedirse, porque algún día tendremos que hacerlo. Es una ciencia, una sabiduría que debe aprenderse con el tiempo, que no puede improvisarse.
Esto es lo que yo diría, así, de forma algo desordenada sobre esta segunda pregunta del “demonio del mediodía”. Pero intentad leer al padre Voillaume, La segunda llamada; también el otro de Grün es bueno, pero Voillaume es un clásico. Es curioso: Voillaume es un autor espiritual que se ha convertido en un clásico todavía en vida, uno de los pocos que ya era clásico, murió muy viejo, pero era clásico cuando todavía estaba vivo.
[Toma la siguiente pregunta, de los sacerdotes ancianos]
Esta es la del Vicario. Yo ya lo he pasado.
[Lee la tercera pregunta] “Santo Padre, nosotros los sacerdotes con 35, 40 y más años de ministerio, hemos comenzado nuestro servicio a la Iglesia en un tiempo muy diferente al actual. Hemos pasado por fases de cambios rápidos y a veces violentos. La juventud y la edad adulta se han sucedido rápidamente, sin darnos tiempo para comprender y adaptarnos. Llegados a la madurez completa ―en el tiempo propio de la plena madurez― y, habiendo de hecho, superado su umbral, a menudo experimentamos fatiga y nos sentimos inadecuados. Efectivamente, incluso cuando hay energía y estamos guiados por un deseo sincero de servir, no siempre podemos recurrir a la experiencia para satisfacer las nuevas demandas y exigencias del ministerio”. El que haya escrito esto es muy curioso, porque continúa: “Nos gustaría saber cómo ha vivido Usted la transición a la etapa madura de su ministerio sacerdotal, especialmente porque ha coincidido con eventos importantes e imprevistos para usted. De hecho, fue llamado al ministerio episcopal a la edad de 56 años, y 20 años más tarde, en 2013, vivió un nuevo punto de inflexión radical con la elección como Obispo de Roma. ¿Cuáles son, entonces, los puntos fijos de la vida espiritual, para vivir de una manera integralmente pacificada esta estación tan compleja, que para nosotros debería ser la de los frutos maduros?”.
Muchos de nosotros estamos en esta edad. Digamos la verdad: es la última etapa de la vida. La crisis del mediodía ha pasado y llega esta. Y en esta edad uno puede no encontrar el lenguaje del mundo de hoy. Yo no sé cómo usar las redes y esas cosas... no, ni siquiera el teléfono móvil, no tengo ninguno. No lo sé. Ese lenguaje no sé usarlo. Internet y esas cosas, yo no sé usarlas. Cuando tengo que enviar un correo electrónico, lo escribo a mano y el secretario lo pasa. Es posible que no tengamos la capacidad de usar las nuevas técnicas; de que no podamos encontrar la metodología pastoral que hoy se necesita. Esto es verdad, es una experiencia. Hoy, la realidad va tan lejos, que yo no puedo hacerlo. Pero lo más importante a esta edad es lo que se puede hacer: lo que la gente necesita hoy. Y esta edad, la primera era la de la poda, tal vez la primera de todas era la de la esperanza, de tener toda la vida delante de nosotros, y esta, en cambio, es la edad de la sonrisa. Ofrecer una mirada amable. Y esto se puede hacer. Esto se puede hacer. ¡Qué bonito, cuando los confesores reciben al penitente con esta mirada, amable! Y de inmediato se abre el corazón del penitente, porque no ve una amenaza. Es la mirada que da la bienvenida a la persona, la mirada amable. Esto se refiere al confesor. Pero podemos hacer mucho bien con el sacramento de la Reconciliación a esta edad. Mucho bien. Creo que algunos en los últimos años me han dado ese libro de confesor: No te canses de perdonar. El sacramento de la Reconciliación a esta edad es uno de los ministerios más bellos que se pueden hacer. Se puede estar disponible. Una nueva disponibilidad: “Sí, como no... ¿Puedes hacer eso? Sí, vamos... ”. Es la época del sacerdocio del uso múltiple. Se puede tener la cercanía, la compasión de un padre. Los padres ancianos, que conocen la vida, están cerca de las miserias humanas, cerca del dolor. No hablan demasiado, pero quizás, con sus ojos, con una caricia, con una sonrisa, con una palabra, hacen tanto bien. Se puede escuchar mucho, a mucha gente que necesita hablar sobre su vida, decir... Escuchad. El tiempo de hacer el ministerio de la escucha. La pastoral del oído. Y hoy la gente necesita ser escuchada. Después, no se sabe cuál sea el fruto, pero: “He encontrado un hombre que me entendía”. Quizás el sacerdote no se da cuenta de que lo ha entendido, pero ha aceptado a esa persona de tal manera que... Es el tiempo de ofrecer un perdón sin condiciones. Los abuelos saben cómo perdonar, tienen sabiduría. El confesor de ese libro, que era un fraile capuchino, a veces tenía el escrúpulo de perdonar demasiado. Él vino a verme cuando tenía 80 años ―ahora tiene 92 y tiene la cola de gente que no termina― y me dijo: “Pero, sabes, tengo este problema, no sé ... Dime tu como obispo, ¿qué debo hacer” ― “ ¿Y qué haces cuando eres escrupuloso? ”, le dije. Lo conocía, sabía que era inteligente. Y me dijo: “Bueno, voy a la capilla y miro el tabernáculo, y le digo al Señor: Señor, lo siento, hoy he perdonado demasiado. Pero fíjate bien: Fuiste tú el que me dio mal ejemplo”. Y esto es la sabiduría: el perdón sin condiciones. ¿Qué más se puede hacer? Dar testimonio de generosidad y alegría. El testimonio que vemos en los ancianos: el testimonio del “buen vino”, generoso y alegre. Y puede regalar buen humor, sentido del humor. Un buen regalo, de alguien que sabe cómo relativizar las cosas en Dios. Pero con esa sabiduría de Dios.
La figura que se me ocurre es la del padre de la parábola (cf. Lc 15), que relativiza todo: el hijo comienza a hablar y él lo abraza, no le deja hablar, lo perdona. Pero el hijo sabe que hay una fuerza muy grande allí. Es el tiempo de los hijos grandes y de los nietos. El sacerdote tiene nietos. No sobrinos, no, porque existe ese dicho de “A quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”. No, nietos. Es bonito ver a los sacerdotes ancianos jugando con los niños: se entienden, se entienden. Y aquí llego a un tema que creo que es muy importante. Este paso de Joel me da tanta fuerza, capítulo 3, versículo 1: “Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán”. Es el tiempo de esta alegría en la relación con los jóvenes. Este es uno de los problemas más grandes con que ahora nos enfrentamos. Todavía estamos a tiempo, porque se trata de dar raíces a los jóvenes. Es curioso: los jóvenes se entienden mejor con los viejos que con los padres, porque hay (en los jóvenes) una búsqueda inconsciente de identidad, de raíces, y los ancianos las dan, los abuelos. Pero esto de la generosidad, del “buen vino” les ayuda mucho; y el diálogo con los nietos, con los jóvenes. ¿Y cuál es la tentación más fuerte a esta edad? Regresar a alguna tentación de la juventud. No sé si esta expresión existe en Italia, pero en España, en castellano existe, y en Argentina, lo mismo: es el momento del “viejo verde”, el anciano inmaduro, que vuelve a las tentaciones de la juventud. Es feo, es la derrota de una vida: terminar como un “viejo verde”, inmaduro... Y hacen el ridículo... Se sientes novios eternos... son ridículos... El “viejo verde”, no digo los sacerdotes. Pero el sacerdote puede caer en esta tentación de regresar a las tentaciones de la juventud. Es muy feo, acabar de esta manera.
Retorno al diálogo entre viejos y jóvenes: es un encuentro de generaciones. El pasaje evangélico de la presentación de Jesús en el templo es claro, es muy fuerte y nos da mucha luz. Los jóvenes necesitan raíces, hoy que este mundo tan virtual, de una cultura virtual sin sustancia, les arranca las raíces o no deja que crezcan, hace que las pierdan. Y esta es una necesidad urgente de la época a la que los ancianos sacerdotes pueden responder: ayudar a los jóvenes a encontrar sus raíces, a redescubrir sus raíces. Y la influencia es mutua, porque cuando un grupo de jóvenes ―me acuerdo de esta experiencia― va a tocar la guitarra, por ejemplo, en una residencia de ancianos, al principio los ancianos están así [vacilantes], pero luego comienzan a moverse, entran en diálogo, comienzan a soñar, como dice Joel. Y estos sueños hacen que los jóvenes salgan diferentes, distintos. Lo que digo no es poesía, creo que es una revelación del Señor para nuestro tiempo. Es una vocación especial para nosotros los sacerdotes que estamos en esta edad. Con los jóvenes, para ser soñadores con los jóvenes.
Yo también tendría una pregunta, aquí: “Nos gustaría saber cómo vivió la transición...”. ¿Pero a quién le gusta saber esto? No sois cotillas, no creo que os guste... [risas, risas]. Es curioso, esta etapa me encontró en el momento de dejar un cargo de gobierno. Apenas ordenado, me nombraron superior al año siguiente, maestro de novicios, luego provincial, rector de la facultad ... Una etapa de responsabilidad que comenzó con cierta humildad porque el Señor fue bueno pero luego, con el tiempo, te sientes más seguro de ti mismo: “puedo hacerlo, puedo hacerlo..” es la palabra que se me ocurre. Uno sabe cómo moverse, cómo hacer cosas, cómo administrar .. Y todo eso se acabó, tantos años de gobierno .. Y allí comenzó un proceso de “pero ahora no sé qué hacer”. Sí, ser confesor, terminar la tesis doctoral, que estaba allí y que nunca discutí. Y después empiezas a reconsiderar las cosas. El tiempo de una gran desolación, para mí. He vivido ese tiempo con gran desolación, un tiempo oscuro. Pensé que ya era el final de la vida; sí, era un confesor, pero con un espíritu de derrota. ¿Por qué? Porque creía que la plenitud de mi vocación, ―pero sin decirlo, ahora me doy cuenta― estaba en hacer cosas, estas. Oh no, ¡hay algo más! No dejé la oración, esto me ayudó mucho. Recé mucho en aquel momento, pero estaba “seco como un madero”. La oración me ayudó allí, frente al tabernáculo. Y luego, una llamada telefónica del nuncio abrió otra puerta. Pero los últimos tiempos de esa época ―de años, no recuerdo si fue desde el 80... del 83 al 92, casi 10 años, nueve años completos―, en los últimos tiempos la oración era de mucha paz, con mucha paz, y me decía: “¿qué pasará ahora?”, porque me sentía diferente, con mucha paz. Yo era confesor y director espiritual en aquel tiempo: era mi trabajo. Pero lo experimenté de una manera muy oscura, muy oscura y dolorosa, y también con la infidelidad de no encontrar el camino, y la compensación, compensar [la pérdida] de aquel mundo hecho de “omnipotencia”, buscando compensaciones mundanas. Y sin embargo, el Señor, al final de este tiempo, me preparó para esa llamada telefónica que me llevó por otro camino. Así: oscuro, no fácil, sí, mucha oración, mucha oración y compensación. Entonces, la última pregunta, cómo viví esto. Y luego, el último [paso], desde 2013, no me he dado cuenta de lo que sucedió allí: he seguido siendo obispo, [diciendo:] “¡Ocúpate Tú, que me has puesto aquí!”.
Esta es la del Vicario. Yo ya lo he pasado.
[Lee la tercera pregunta] “Santo Padre, nosotros los sacerdotes con 35, 40 y más años de ministerio, hemos comenzado nuestro servicio a la Iglesia en un tiempo muy diferente al actual. Hemos pasado por fases de cambios rápidos y a veces violentos. La juventud y la edad adulta se han sucedido rápidamente, sin darnos tiempo para comprender y adaptarnos. Llegados a la madurez completa ―en el tiempo propio de la plena madurez― y, habiendo de hecho, superado su umbral, a menudo experimentamos fatiga y nos sentimos inadecuados. Efectivamente, incluso cuando hay energía y estamos guiados por un deseo sincero de servir, no siempre podemos recurrir a la experiencia para satisfacer las nuevas demandas y exigencias del ministerio”. El que haya escrito esto es muy curioso, porque continúa: “Nos gustaría saber cómo ha vivido Usted la transición a la etapa madura de su ministerio sacerdotal, especialmente porque ha coincidido con eventos importantes e imprevistos para usted. De hecho, fue llamado al ministerio episcopal a la edad de 56 años, y 20 años más tarde, en 2013, vivió un nuevo punto de inflexión radical con la elección como Obispo de Roma. ¿Cuáles son, entonces, los puntos fijos de la vida espiritual, para vivir de una manera integralmente pacificada esta estación tan compleja, que para nosotros debería ser la de los frutos maduros?”.
Muchos de nosotros estamos en esta edad. Digamos la verdad: es la última etapa de la vida. La crisis del mediodía ha pasado y llega esta. Y en esta edad uno puede no encontrar el lenguaje del mundo de hoy. Yo no sé cómo usar las redes y esas cosas... no, ni siquiera el teléfono móvil, no tengo ninguno. No lo sé. Ese lenguaje no sé usarlo. Internet y esas cosas, yo no sé usarlas. Cuando tengo que enviar un correo electrónico, lo escribo a mano y el secretario lo pasa. Es posible que no tengamos la capacidad de usar las nuevas técnicas; de que no podamos encontrar la metodología pastoral que hoy se necesita. Esto es verdad, es una experiencia. Hoy, la realidad va tan lejos, que yo no puedo hacerlo. Pero lo más importante a esta edad es lo que se puede hacer: lo que la gente necesita hoy. Y esta edad, la primera era la de la poda, tal vez la primera de todas era la de la esperanza, de tener toda la vida delante de nosotros, y esta, en cambio, es la edad de la sonrisa. Ofrecer una mirada amable. Y esto se puede hacer. Esto se puede hacer. ¡Qué bonito, cuando los confesores reciben al penitente con esta mirada, amable! Y de inmediato se abre el corazón del penitente, porque no ve una amenaza. Es la mirada que da la bienvenida a la persona, la mirada amable. Esto se refiere al confesor. Pero podemos hacer mucho bien con el sacramento de la Reconciliación a esta edad. Mucho bien. Creo que algunos en los últimos años me han dado ese libro de confesor: No te canses de perdonar. El sacramento de la Reconciliación a esta edad es uno de los ministerios más bellos que se pueden hacer. Se puede estar disponible. Una nueva disponibilidad: “Sí, como no... ¿Puedes hacer eso? Sí, vamos... ”. Es la época del sacerdocio del uso múltiple. Se puede tener la cercanía, la compasión de un padre. Los padres ancianos, que conocen la vida, están cerca de las miserias humanas, cerca del dolor. No hablan demasiado, pero quizás, con sus ojos, con una caricia, con una sonrisa, con una palabra, hacen tanto bien. Se puede escuchar mucho, a mucha gente que necesita hablar sobre su vida, decir... Escuchad. El tiempo de hacer el ministerio de la escucha. La pastoral del oído. Y hoy la gente necesita ser escuchada. Después, no se sabe cuál sea el fruto, pero: “He encontrado un hombre que me entendía”. Quizás el sacerdote no se da cuenta de que lo ha entendido, pero ha aceptado a esa persona de tal manera que... Es el tiempo de ofrecer un perdón sin condiciones. Los abuelos saben cómo perdonar, tienen sabiduría. El confesor de ese libro, que era un fraile capuchino, a veces tenía el escrúpulo de perdonar demasiado. Él vino a verme cuando tenía 80 años ―ahora tiene 92 y tiene la cola de gente que no termina― y me dijo: “Pero, sabes, tengo este problema, no sé ... Dime tu como obispo, ¿qué debo hacer” ― “ ¿Y qué haces cuando eres escrupuloso? ”, le dije. Lo conocía, sabía que era inteligente. Y me dijo: “Bueno, voy a la capilla y miro el tabernáculo, y le digo al Señor: Señor, lo siento, hoy he perdonado demasiado. Pero fíjate bien: Fuiste tú el que me dio mal ejemplo”. Y esto es la sabiduría: el perdón sin condiciones. ¿Qué más se puede hacer? Dar testimonio de generosidad y alegría. El testimonio que vemos en los ancianos: el testimonio del “buen vino”, generoso y alegre. Y puede regalar buen humor, sentido del humor. Un buen regalo, de alguien que sabe cómo relativizar las cosas en Dios. Pero con esa sabiduría de Dios.
La figura que se me ocurre es la del padre de la parábola (cf. Lc 15), que relativiza todo: el hijo comienza a hablar y él lo abraza, no le deja hablar, lo perdona. Pero el hijo sabe que hay una fuerza muy grande allí. Es el tiempo de los hijos grandes y de los nietos. El sacerdote tiene nietos. No sobrinos, no, porque existe ese dicho de “A quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”. No, nietos. Es bonito ver a los sacerdotes ancianos jugando con los niños: se entienden, se entienden. Y aquí llego a un tema que creo que es muy importante. Este paso de Joel me da tanta fuerza, capítulo 3, versículo 1: “Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán”. Es el tiempo de esta alegría en la relación con los jóvenes. Este es uno de los problemas más grandes con que ahora nos enfrentamos. Todavía estamos a tiempo, porque se trata de dar raíces a los jóvenes. Es curioso: los jóvenes se entienden mejor con los viejos que con los padres, porque hay (en los jóvenes) una búsqueda inconsciente de identidad, de raíces, y los ancianos las dan, los abuelos. Pero esto de la generosidad, del “buen vino” les ayuda mucho; y el diálogo con los nietos, con los jóvenes. ¿Y cuál es la tentación más fuerte a esta edad? Regresar a alguna tentación de la juventud. No sé si esta expresión existe en Italia, pero en España, en castellano existe, y en Argentina, lo mismo: es el momento del “viejo verde”, el anciano inmaduro, que vuelve a las tentaciones de la juventud. Es feo, es la derrota de una vida: terminar como un “viejo verde”, inmaduro... Y hacen el ridículo... Se sientes novios eternos... son ridículos... El “viejo verde”, no digo los sacerdotes. Pero el sacerdote puede caer en esta tentación de regresar a las tentaciones de la juventud. Es muy feo, acabar de esta manera.
Retorno al diálogo entre viejos y jóvenes: es un encuentro de generaciones. El pasaje evangélico de la presentación de Jesús en el templo es claro, es muy fuerte y nos da mucha luz. Los jóvenes necesitan raíces, hoy que este mundo tan virtual, de una cultura virtual sin sustancia, les arranca las raíces o no deja que crezcan, hace que las pierdan. Y esta es una necesidad urgente de la época a la que los ancianos sacerdotes pueden responder: ayudar a los jóvenes a encontrar sus raíces, a redescubrir sus raíces. Y la influencia es mutua, porque cuando un grupo de jóvenes ―me acuerdo de esta experiencia― va a tocar la guitarra, por ejemplo, en una residencia de ancianos, al principio los ancianos están así [vacilantes], pero luego comienzan a moverse, entran en diálogo, comienzan a soñar, como dice Joel. Y estos sueños hacen que los jóvenes salgan diferentes, distintos. Lo que digo no es poesía, creo que es una revelación del Señor para nuestro tiempo. Es una vocación especial para nosotros los sacerdotes que estamos en esta edad. Con los jóvenes, para ser soñadores con los jóvenes.
Yo también tendría una pregunta, aquí: “Nos gustaría saber cómo vivió la transición...”. ¿Pero a quién le gusta saber esto? No sois cotillas, no creo que os guste... [risas, risas]. Es curioso, esta etapa me encontró en el momento de dejar un cargo de gobierno. Apenas ordenado, me nombraron superior al año siguiente, maestro de novicios, luego provincial, rector de la facultad ... Una etapa de responsabilidad que comenzó con cierta humildad porque el Señor fue bueno pero luego, con el tiempo, te sientes más seguro de ti mismo: “puedo hacerlo, puedo hacerlo..” es la palabra que se me ocurre. Uno sabe cómo moverse, cómo hacer cosas, cómo administrar .. Y todo eso se acabó, tantos años de gobierno .. Y allí comenzó un proceso de “pero ahora no sé qué hacer”. Sí, ser confesor, terminar la tesis doctoral, que estaba allí y que nunca discutí. Y después empiezas a reconsiderar las cosas. El tiempo de una gran desolación, para mí. He vivido ese tiempo con gran desolación, un tiempo oscuro. Pensé que ya era el final de la vida; sí, era un confesor, pero con un espíritu de derrota. ¿Por qué? Porque creía que la plenitud de mi vocación, ―pero sin decirlo, ahora me doy cuenta― estaba en hacer cosas, estas. Oh no, ¡hay algo más! No dejé la oración, esto me ayudó mucho. Recé mucho en aquel momento, pero estaba “seco como un madero”. La oración me ayudó allí, frente al tabernáculo. Y luego, una llamada telefónica del nuncio abrió otra puerta. Pero los últimos tiempos de esa época ―de años, no recuerdo si fue desde el 80... del 83 al 92, casi 10 años, nueve años completos―, en los últimos tiempos la oración era de mucha paz, con mucha paz, y me decía: “¿qué pasará ahora?”, porque me sentía diferente, con mucha paz. Yo era confesor y director espiritual en aquel tiempo: era mi trabajo. Pero lo experimenté de una manera muy oscura, muy oscura y dolorosa, y también con la infidelidad de no encontrar el camino, y la compensación, compensar [la pérdida] de aquel mundo hecho de “omnipotencia”, buscando compensaciones mundanas. Y sin embargo, el Señor, al final de este tiempo, me preparó para esa llamada telefónica que me llevó por otro camino. Así: oscuro, no fácil, sí, mucha oración, mucha oración y compensación. Entonces, la última pregunta, cómo viví esto. Y luego, el último [paso], desde 2013, no me he dado cuenta de lo que sucedió allí: he seguido siendo obispo, [diciendo:] “¡Ocúpate Tú, que me has puesto aquí!”.
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