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miércoles, 8 de diciembre de 2021

Miércoles 12 enero 2022, Miércoles de la I semana del Tiempo Ordinario (o misa por los difuntos).

SOBRE LITURGIA

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI. Miércoles 4 de enero de 2012

Natividad del Señor: Misterio de alegría y de luz

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros en esta primera audiencia general del nuevo año y de todo corazón os expreso a vosotros y a vuestras familias mi más cordial felicitación: Dios, que en el nacimiento de Cristo su Hijo ha inundado de alegría al mundo entero, disponga las obras y los días en su paz. Estamos en el tiempo litúrgico de Navidad, que comienza la noche del 24 de diciembre con la vigilia y concluye con la celebración del Bautismo del Señor. El arco de los días es breve, pero denso de celebraciones y de misterios, y todo él se centra en torno a las dos grandes solemnidades del Señor: Navidad y Epifanía. El nombre mismo de estas dos fiestas indica su respectiva fisonomía. La Navidad celebra el hecho histórico del nacimiento de Jesús en Belén. La Epifanía, nacida como fiesta en Oriente, indica un hecho, pero sobre todo un aspecto del Misterio: Dios se revela en la naturaleza humana de Cristo y este es el sentido del verbo griego epiphaino, hacerse visible. En esta perspectiva, la Epifanía hace referencia a una pluralidad de acontecimientos que tienen como objeto la manifestación del Señor: de modo especial la adoración de los Magos, que reconocen en Jesús al Mesías esperado, pero también el Bautismo en el río Jordán con su teofanía —la voz de Dios desde lo alto— y el milagro en las bodas de Caná, como primer «signo» realizado por Cristo. Una bellísima antífona de la Liturgia de las Horas unifica estos tres acontecimientos en torno al tema de las bodas entre Cristo y la Iglesia: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los Magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino» (Antífona de Laudes). Casi podemos decir que en la fiesta de Navidad se pone de relieve el ocultamiento de Dios en la humildad de la condición humana, en el Niño de Belén. En la Epifanía, en cambio, se evidencia su manifestación, la aparición de Dios a través de esta misma humanidad.

En esta catequesis quiero hacer referencia brevemente a algún tema propio de la celebración de la Navidad del Señor a fin de que cada uno de nosotros pueda beber en la fuente inagotable de este Misterio y dar abundantes frutos de vida.

Ante todo, nos preguntamos: ¿Cuál es la primera reacción ante esta extraordinaria acción de Dios que se hace niño, que se hace hombre? Pienso que la primera reacción no puede ser otra que la alegría. «Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo»: así comienza la Misa de la noche de Navidad, y acabamos de escuchar las palabras del ángel a los pastores: «Os anuncio una gran alegría» (Lc 2, 10). Es el tema que abre el Evangelio, y es el tema que lo cierra porque Jesús Resucitado reprende a los Apóstoles precisamente por estar tristes (cf. Lc 24, 17) —incompatible con el hecho de que él permanece Hombre por la eternidad—. Pero demos un paso adelante: ¿De dónde nace esta alegría? Diría que nace del estupor del corazón al ver cómo Dios está cerca de nosotros, cómo piensa Dios en nosotros, cómo actúa Dios en la historia; es una alegría que nace de la contemplación del rostro de aquel humilde niño, porque sabemos que es el Rostro de Dios presente para siempre en la humanidad, para nosotros y con nosotros. La Navidad es alegría porque vemos y estamos finalmente seguros de que Dios es el bien, la vida, la verdad del hombre y se abaja hasta el hombre, para elevarlo hacia él: Dios se hace tan cercano que se lo puede ver y tocar. La Iglesia contempla este inefable misterio y los textos de la liturgia de este tiempo están llenos de estupor y de alegría; todos los cantos de Navidad expresan esta alegría. Navidad es el punto donde se unen el cielo y la tierra, y varias expresiones que escuchamos en estos días ponen de relieve la grandeza de lo sucedido: el lejano —Dios parece lejanísimo— se hizo cercano; «el inaccesible quiere ser accesible; él, que existe antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; el Señor del universo, velando la grandeza de su majestad, asumió la naturaleza de siervo» —exclama san León Magno— (Sermón 2 sobre la Navidad, 2.1). En ese Niño, necesitado de todo como los demás niños, lo que Dios es: eternidad, fuerza, santidad, vida, alegría, se une a lo que somos nosotros: debilidad, pecado, sufrimiento, muerte.

La teología y la espiritualidad de la Navidad usan una expresión para describir este hecho: hablan de admirabile commercium, es decir, de un admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad. San Atanasio de Alejandría afirma: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (De Incarnatione, 54, 3: pg 25, 192), pero sobre todo con san León Magno y sus célebres homilías sobre la Navidad esta realidad se convierte en objeto de profunda meditación. En efecto, el santo Pontífice, afirma: «Si nosotros recurrimos a la inenarrable condescendencia de la divina misericordia que indujo al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquel que nosotros adoramos en nuestra naturaleza» (Sermón 8 sobre la Navidad: ccl 138, 139). El primer acto de este maravilloso intercambio tiene lugar en la humanidad misma de Cristo. El Verbo asumió nuestra humanidad y, en cambio, la naturaleza humana fue elevada a la dignidad divina. El segundo acto del intercambio consiste en nuestra participación real e íntima en la naturaleza divina del Verbo. Dice san Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Ga 4, 4-5). La Navidad es, por lo tanto, la fiesta en la que Dios se hace tan cercano al hombre que comparte su mismo acto de nacer, para revelarle su dignidad más profunda: la de ser hijo de Dios. De este modo, el sueño de la humanidad que comenzó en el Paraíso —quisiéramos ser como Dios— se realiza de forma inesperada no por la grandeza del hombre, que no puede hacerse Dios, sino por la humildad de Dios, que baja y así entra en nosotros en su humildad y nos eleva a la verdadera grandeza de su ser. El concilio Vaticano II dijo al respecto: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22); de otro modo permanece un enigma: ¿Qué significa esta criatura llamada hombre? Solamente viendo que Dios está con nosotros podemos ver luz para nuestro ser, ser felices de ser hombres y vivir con confianza y alegría. ¿Dónde se hace presente de modo real este maravilloso intercambio, para que se haga presente en nuestra vida y la convierta en una existencia de auténticos hijos de Dios? Se hace muy concreto en la Eucaristía. Cuando participamos en la santa misa presentamos a Dios lo que es nuestro: el pan y el vino, fruto de la tierra, para que él los acepte y los transforme donándonos a sí mismo y haciéndose nuestro alimento, a fin de que recibiendo su Cuerpo y su Sangre participemos en su vida divina.

Quiero detenerme, por último, en otro aspecto de la Navidad. Cuando el ángel del Señor se presenta a los pastores en la noche del nacimiento de Jesús, el evangelista san Lucas señala que «la gloria del Señor los envolvió de luz» (2, 9); y el Prólogo del Evangelio de san Juan habla del Verbo hecho carne como la luz verdadera que viene al mundo, la luz capaz de iluminar a cada hombre (cf. Jn 1, 9). La liturgia navideña está impregnada de luz. La venida de Cristo disipa las sombras del mundo, llena la Noche santa de un fulgor celestial y difunde sobre el rostro de los hombres el esplendor de Dios Padre. También hoy. Envueltos por la luz de Cristo, la liturgia navideña nos invita con insistencia a dejarnos iluminar la mente y el corazón por el Dios que mostró el fulgor de su Rostro. El primer Prefacio de Navidad proclama: «Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo esplendor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible». En el misterio de la Encarnación, Dios, después de haber hablado e intervenido en la historia mediante mensajeros y con signos, «apareció», salió de su luz inaccesible para iluminar el mundo.

En la solemnidad de la Epifanía, el 6 de enero, que celebraremos dentro de pocos días, la Iglesia propone un pasaje del profeta Isaías muy significativo: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (60, 1-3). Es una invitación dirigida a la Iglesia, la comunidad de Cristo, pero también a cada uno de nosotros, a tomar conciencia aún mayor de la misión y de la responsabilidad hacia el mundo para testimoniar y llevar la luz nueva del Evangelio. Al comienzo de la constitución Lumen gentium del concilio Vaticano II encontramos las siguientes palabras: «Cristo es la luz de los pueblos. Por eso este santo Concilio, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas» (n. 1). El Evangelio es la luz que no se ha de esconder, que se ha de poner sobre el candil. La Iglesia no es la luz, pero recibe la luz de Cristo, la acoge para ser iluminada por ella y para difundirla en todo su esplendor. Esto debe acontecer también en nuestra vida personal. Una vez más cito a san León Magno, que en la Noche Santa dijo: «Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios» (Sermón 1 sobre la Navidad, 3,2: ccl 138, 88).

Queridos hermanos y hermanas, la Navidad es detenerse a contemplar a aquel Niño, el Misterio de Dios que se hace hombre en la humildad y en la pobreza; pero es, sobre todo, acoger de nuevo en nosotros mismos a aquel Niño, que es Cristo Señor, para vivir de su misma vida, para hacer que sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones, sean nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones. Celebrar la Navidad es, por lo tanto, manifestar la alegría, la novedad, la luz que este Nacimiento ha traído a toda nuestra existencia, para ser también nosotros portadores de la alegría, de la auténtica novedad, de la luz de Dios a los demás. Una vez más deseo a todos un tiempo navideño bendecido por la presencia de Dios.

CALENDARIO

12 MIÉRCOLES DE LA I SEMANA DEL T. ORDINARIO, feria

Misa
de feria (verde).
MISAL: cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5), Pf. común.
LECC.: vol. III-par.
- 1 Sam 3, 1-10. 19-20.
Habla, Señor, que tu siervo escucha.
- Sal 39. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
- Mc 1, 29-39. Curó a muchos enfermos de diversos males.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 13 de enero, pág. 107.
CALENDARIOS: Instituto Hermanas del Buen Salvador: Beato Pedro Francisco Jamet, presbítero (F).
Servitas: San Antonio María Pucci, presbítero (F).
León: Santo Martino de León, presbítero (MO). Canónigos Regulares de Letrán: (ML).
Calasancias: Beata Victoria Valverde González, virgen y mártir (MO). Escolapios: (ML).
O. Cist. y OCSO: San Elredo, abad cisterciense (MO).
OFM Cap.: San Bernardo de Corleone, religioso (MO).
Huesca y Barbastro-Monzón: San Victorián, abad (ML).
Tarazona: Aniversario de la muerte de Mons. Manuel Hurtado García, obispo (1966).

TEXTOS MISA

Misa de la feria:
 de la I semana del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario)

Misa de difuntos:

III. EN DIVERSAS CONMEMORACIONES.
B. Por varios o por todos los difuntos 1


Antífona de entrada
Señor, dales el descanso eterno y llena sus almas de tu esplendor.
Dona eis, Dómine, réquiem sempitérnam et imple splendóribus ánimas eórum.

Monición de entrada
Celebramos la muerte en Cristo de nuestros hermanos. La fe nos asegura que el que cree en Cristo, aunque haya muerto, vivirá. Que el Misterio pascual de Cristo, que nos disponemos a celebrar, aliente en nosotros esta fe y esta esperanza. Y puesto que nuestros hermanos profesaron esta misma fe, les encomendamos a las manos misericordiosas de Dios para que alcancen la gloria y la vida para siempre que esperaron.

Oración colecta
Oh, Dios, que hiciste pasar a tu Unigénito al reino del cielo, una vez vencida la muerte, concede a tus siervos [N. N.] que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para siempre como su creador y redentor. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui Unigénitum tuum, devícta morte, ad caeléstia transíre fecísti, concéde fámulis tuis, (N. et N.), ut, huius vitae mortalitáte devícta, te conditórem et redemptórem possint perpétuo contemplári. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Miércoles de la I semana del Tiempo Ordinario, año par, (Lecc. III-par).

PRIMERA LECTURA 1 Sam 3, 1-10. 19-20
Habla, Señor, que tu siervo te escucha
Lectura del primer libro de Samuel.

En aquel tiempo, el joven Samuel servía al Señor al lado de Elí.
La palabra del Señor era rara en aquellos días y no eran frecuentes las visiones.
Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver.
La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió:
«Aquí estoy».
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Respondió:
«No te he llamado. Vuelve a acostarte».
Fue y se acostó.
El Señor volvió a llamar a Samuel.
Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Respondió:
«No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte».
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel:
«Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: "Habla, Señor, que tu siervo escucha"». Samuel fue a acostarse en su sitio.
El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores:
«Samuel, Samuel».
Respondió Samuel:
«Habla, que tu siervo te escucha».
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan a Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos Señor.

Salmo responsorial Sal 39, 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10 (R.: cf. 8a y 9a)
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Ecce venio, Dómine, ut fáciam voluntátem tuam.

V. Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Ecce venio, Dómine, ut fáciam voluntátem tuam.

V. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo: «Aquí estoy».
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Ecce venio, Dómine, ut fáciam voluntátem tuam.

V. «-Como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas».
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Ecce venio, Dómine, ut fáciam voluntátem tuam.

V. He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Ecce venio, Dómine, ut fáciam voluntátem tuam.

Aleluya Jn 10, 27
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
Oves meæ vocem meam áudiunt, dicit Dóminus; et ego cognósco eas, et sequúntur me.

EVANGELIO Mc 1, 29-39
Curó a muchos enfermos de diversos males
 Lectura del santo Evangelio según San Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía era muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Ángelus 8-febrero-2015
El sufrimiento interior y físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el porqué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante sus ojos al Crucificado, en el que se manifiesta todo el misterio salvífico de Dios Padre que, por amor a los hombres, no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32). Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la palabra de Dios y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos y enfermeros, para que el servicio al enfermo se preste cada vez más con humanidad, con entrega generosa, con amor evangélico y con ternura. La Iglesia madre, mediante nuestras manos, acaricia nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.


Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario II b

Hermanos, en esta oración pública y comunitaria que vamos a hacer, no se limite cada uno a orar por sí mismo o por sus necesidades, sino oremos a Cristo, el Señor, por todo el pueblo.
1b. Imploremos la largueza de los dones espirituales para todos los no creyentes
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
2b. Pidamos al Señor que gobierna el mundo, tiempo bueno y maduración de los frutos.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
3b. Oremos al Juez de todos los hombres por el descanso eterno de los fieles difuntos.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
4b. Imploremos la misericordia de Cristo, el Señor, en favor nuestro, de nuestros familiares y de nuestros difuntos, confiando en la bondad del Señor.
R. Cristo, óyenos. (O bien: Cristo, escúchanos.)
A
tiende en tu bondad nuestras súplicas, Señor, y escucha las oraciones de tus fieles. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Te pedimos, Señor, que aceptes con bondad los dones que te ofrecemos en favor de las almas de tus siervos, y a quienes concediste el mérito de la fe cristiana dales también la recompensa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Hóstias, quaesumus, Dómine, quas tibi pro animábus famulórum tuórum offérimus, propitiátus inténde, ut, quibus fídei christiánae méritum contulísti, dones et praemium. Per Christum.

PREFACIO I DE DIFUNTOS
LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN EN CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
In quo nobis spes beátae resurrectiónis effúlsit, ut, quos contrístat certa moriéndi condício, eósdem consolétur futúrae immortalitátis promíssio.
Tuis enim fidélibus, Dómine, vita mutátur, non tóllitur, et, dissolúta terréstris huius incolátus domo, aetérna in caelis habitátio comparátur.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de comunión 1 Jn 4, 9

Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
Fílium suum Unigénitum misit Deus in mundum, ut vivámus per eum.

Oración después de la comunión
Por este sacrificio que hemos celebrado derrama, Señor, con largueza tu misericordia sobre tus siervos difuntos, y a quienes concediste la gracia del bautismo, dales también la plenitud de los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Multíplica, Dómine, his sacrifíciis suscéptis, super fámulos tuos defúnctos misericórdiam tuam, et, quibus donásti baptísmi grátiam, da eis aeternórum plenitúdinem gaudiórum. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 13 de enero
S
an Hilario, obispo y doctor de la Iglesia
, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania, hoy Francia, en tiempo del emperador Constancio, el cual había abrazado la herejía arriana. Luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, y fue desterrado por esta razón a Frigia durante cuatro años. Compuso los celebérrimos comentarios a los Salmos y al evangelio de san Mateo. (367)
2. En Belgrado, ciudad de Mesia, en la actual Serbia, santos mártires Hermilio y Estratonico, quienes, en tiempo del emperador Licinio, fueron precipitados en el río Danubio tras padecer crueles tormentos. (c. 310)
3. En Tréveris, ciudad de la Galia Bélgica, hoy Alemania, san Agricio, obispo, que transformó en iglesia el palacio que le regaló santa Elena. (c. 330)
4. En la ciudad de Reims, también en la Galia Bélgica, actualmente Francia, muerte de san Remigio, obispo, que, después de haber iniciado al rey Clodoveo en la fuente bautismal y en los sacramentos de la fe, convirtió al cristianismo a todo el pueblo franco. Al cabo de más de sesenta años en el episcopado, falleció, célebre por su vida repleta de santidad. (c. 530)
5*. En Glasgow, en Escocia, san Kentigerno, obispo y abad, que estableció en aquel lugar su sede, y de quien se cuenta que reunió una gran comunidad de monjes, para imitar la vida de la primitiva Iglesia. (603/612)
6. En la ciudad de Capitolias, en Batanea, hoy Siria, san Pedro, presbítero y mártir, que acusado ante Walid, príncipe de los sarracenos, de predicar en público la fe en Cristo, consumó su martirio clavado en una cruz, después de que se le amputasen la lengua, las manos y los pies. (713)
7. En Córdoba, ciudad de la región hispánica de Andalucía, santos mártires Gumersindo, presbítero, y Servideo, monje, los cuales, reconociéndose como cristianos ante los príncipes y jueces sarracenos, perdieron la vida por la fe en Cristo. (852)
8*. En el monasterio de Ilbenstad, en Alemania, san Godofredo, que, siendo conde de Cappenberg, deseó llevar una vida más perfecta, para lo cual convirtió su castillo en monasterio y, habiendo tomado el hábito canonical, se entregó a servir a pobres y enfermos. (1127)
9*. Cerca de Huy, en la región de Lieja, en Bélgica, santa Juta o Iveta, la cual, habiendo quedado viuda, se dedicó a curar leprosos y se recluyó más tarde en una celda cercana a ellos. (1228)
10*. En Milán, en la región italiana de Lombardía, beata Verónica Negroni de Binasco, virgen, que entró en el monasterio de santa Marta, donde se seguía la Regla de san Agustín, y allí se dedicó profundamente a la contemplación. (1497)
11*. En la ciudad de Nam Dinh, en Tonkín, actual Vietnam, santos mártires Domingo Pham Trong (An) Kham, Lucas (Cai) Thin, su hijo, y José Pham Trong (Cai) Tá, todos los cuales, en tiempo del emperador Tu Duc, prefirieron los tormentos y la muerte antes que pisotear la Cruz. (1859)
12*. En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, beato Emilio Szramek, presbítero y mártir, que, oriundo de Polonia, en tiempo de guerra, fue deportado a este lugar por defender la fe en Cristo, y allí falleció después de haber sido atormentado de diversas maneras. (1942)
- Beato Francesco Maria Greco (1857- Acri, Italia 1931). Sacerdote diocesano, párroco y arcipreste, con gran celo apostólico, fundador de la Congregación de las Hermanas Pequeñas Obreras de los Sagrados Corazones.

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