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domingo, 19 de diciembre de 2021

Domingo 23 enero 2022, III Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Domingo de la Palabra de Dios).

SOBRE LITURGIA

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro. Miércoles 18 de abril de 2012

Una oración de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 24-31)

Queridos hermanos y hermanas:

Después de las grandes fiestas, volvemos ahora a las catequesis sobre la oración. En la audiencia antes de la Semana Santa reflexionamos sobre la figura de la santísima Virgen María, presente en medio de los Apóstoles en oración mientras esperaban la venida del Espíritu Santo. Un clima de oración acompaña los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio aislado, porque la presencia y la acción del Espíritu Santo guían y animan constantemente el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas, además de narrar la gran efusión acontecida en el Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2, 1-13), refiere otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que se repiten en la historia de la Iglesia. Hoy deseo reflexionar sobre lo que se ha definido el «pequeño Pentecostés», que tuvo lugar en el culmen de una fase difícil en la vida de la Iglesia naciente.

Los Hechos de los Apóstoles narran que, después de la curación de un paralítico a las puertas del templo de Jerusalén (cf. Hch 3, 1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (cf. Hch 4, 1) porque anunciaban la resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3, 11-26). Tras un proceso sumario, fueron puestos en libertad, se reunieron con sus hermanos y les narraron lo que habían tenido que sufrir por haber dado testimonio de Jesús resucitado. En aquel momento, dice san Lucas, «todos invocaron a una a Dios en voz alta» (Hch 4, 24). Aquí san Lucas refiere la oración más amplia de la Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento, al final de la cual, como hemos escuchado, «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (At 4, 31).

Antes de considerar esta hermosa oración, notemos una importante actitud de fondo: frente al peligro, a la dificultad, a la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar, encontrar estrategias, cómo defenderse, qué medidas adoptar, sino que ante la prueba se dedica a orar, se pone en contacto con Dios.

Y ¿qué característica tiene esta oración? Se trata de una oración unánime y concorde de toda la comunidad, que afronta una situación de persecución a causa de Jesús. En el original griego san Lucas usa el vocablo «homothumadon» —«todos juntos», «concordes»— un término que aparece en otras partes de los Hechos de los Apóstoles para subrayar esta oración perseverante y concorde (cf. Hch 1, 14; 2, 46). Esta concordia es el elemento fundamental de la primera comunidad y debería ser siempre fundamental para la Iglesia. Entonces no es sólo la oración de Pedro y de Juan, que se encontraron en peligro, sino de toda la comunidad, porque lo que viven los dos Apóstoles no sólo les atañe a ellos, sino también a toda la Iglesia. Frente a las persecuciones sufridas a causa de Jesús, la comunidad no sólo no se atemoriza y no se divide, sino que se mantiene profundamente unida en la oración, como una sola persona, para invocar al Señor. Este, diría, es el primer prodigio que se realiza cuando los creyentes son puestos a prueba a causa de su fe: la unidad se consolida, en vez de romperse, porque está sostenida por una oración inquebrantable. La Iglesia no debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a sufrir, sino confiar siempre, como Jesús en Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y en la fuerza de Dios, invocado en la oración.

Demos un paso más: ¿qué pide a Dios la comunidad cristiana en este momento de prueba? No pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que se le conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29), es decir, pide no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe. Sin embargo, antes de comprender a fondo lo que ha sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra de Dios, que nos ayuda a descifrar la realidad del mundo.

En la oración que eleva al Señor, la comunidad comienza recordando e invocando la grandeza y la inmensidad de Dios: «Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos» (Hch 4, 24). Es la invocación al Creador: sabemos que todo viene de él, que todo está en sus manos. Esta es la convicción que nos da certeza y valentía: todo viene de él, todo está en sus manos. Luego pasa a reconocer cómo ha actuado Dios en la historia —por tanto, comienza con la creación y sigue con la historia—, cómo ha estado cerca de su pueblo manifestándose como un Dios que se interesa por el hombre, que no se ha retirado, que no abandona al hombre, su criatura; y aquí se cita explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual se lee la situación de dificultad que está viviendo en ese momento la Iglesia. El Salmo 2 celebra la entronización del rey de Judá, pero se refiere proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán hacer la rebelión, la persecución, los abusos de los hombres: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos vanos? Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías» (Hch 4, 25-26). Esto es lo que ya dice proféticamente el Salmo sobre el Mesías, y en toda la historia es característica esta rebelión de los poderosos contra el poder de Dios. Precisamente leyendo la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios, la comunidad puede decir a Dios en su oración: «En verdad se aliaron en esta ciudad... contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían determinado que debía suceder» (Hch 4, 27-28). Lo sucedido es leído a la luz de Cristo, que es la clave para comprender también la persecución, la cruz, que siempre es la clave para la Resurrección. La oposición hacia Jesús, su Pasión y Muerte, se releen, a través del Salmo 2, como cumplimiento del proyecto de Dios Padre para la salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la experiencia de persecución que está viviendo la primera comunidad cristiana; esta primera comunidad no es una simple asociación, sino una comunidad que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del designio de Dios. Como aconteció a Jesús, también los discípulos encuentran oposición, incomprensión, persecución. En la oración, la meditación sobre la Sagrada Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente dentro de la historia de salvación que Dios realiza en el mundo, siempre a su modo.

Precisamente por esto la primera comunidad cristiana de Jerusalén no pide a Dios en la oración que la defienda, que le ahorre la prueba, el sufrimiento, no pide tener éxito, sino solamente poder proclamar con «parresia», es decir, con franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29).

Luego añade la petición de que este anuncio vaya acompañado por la mano de Dios, para que se realicen curaciones, señales, prodigios (cf. Hch 4, 30), es decir, que sea visible la bondad de Dios, como fuerza que transforme la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres y lleve la novedad radical del Evangelio.

Al final de la oración —anota san Lucas— «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la Palabra de Dios» (Hch 4, 31). El lugar tembló, es decir, la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración de la Iglesia, irrumpe en la casa y llena el corazón de todos los que han invocado al Señor. Este es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva a Dios: la efusión del Espíritu, don del Resucitado que sostiene y guía el anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines del mundo.

También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos saber llevar los acontecimientos de nuestra vida diaria a nuestra oración, para buscar su significado profundo. Y como la primera comunidad cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la meditación de la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está presente en nuestra vida, presente también y precisamente en los momentos difíciles, y que todo —incluso las cosas incomprensibles— forma parte de un designio superior de amor en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.

Como sucedió a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más adecuada y fiel, la de Dios. Y también nosotros queremos renovar la petición del don del Espíritu Santo, para que caliente el corazón e ilumine la mente, a fin de reconocer que el Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de Jesucristo, seremos capaces de vivir con serenidad, valentía y alegría cualquier situación de la vida y con san Pablo gloriarnos «en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza»: la esperanza que «no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 3-5). Gracias.

CALENDARIO

23 + III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Misa
del Domingo (verde).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.
LECC.: vol. I (C).
- Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10.
Leyeron el libro de la Ley, explicando su sentido.
- Sal 18. R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
- 1 Cor 12, 12-30. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
- Lc 1, 1-4; 4, 14-21. Hoy se ha cumplido esta Escritura.

Tus palabras, Señor, son espíritu y vida (sal. resp.). En la liturgia de hoy se nos llama a escuchar con gozo la Palabra de Dios, que nos muestra el camino de la salvación. Esa Palabra es la que nos congrega como pueblo de Dios, llamado a vivir según sus mandamientos, una vez liberados del destierro del pecado (cf. 1 lect.). En Cristo se cumplen plenamente las Escrituras del Antiguo Testamento. Él, Ungido por el Espíritu Santo, ha sido enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor (Ev.). Formando un solo cuerpo con Cristo (2 lect.), escuchémoslo con fe y llevemos una vida según su voluntad para que merezcamos abundar en buenas obras (cf. 1.ª orac.).

* DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS (mundial y pontificia): Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ.
* Por mandato o con permiso del Ordinario, se puede celebrar la misa «Por la unidad de los cristianos» (cf. OGMR, 373) con las lecturas del domingo.
* Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 24 de enero, pág. 126.
CALENDARIOS: Teruel-ciudad: Santa Emerenciana, virgen y mártir (S).
Toledo y Zamora-ciudad: San Ildefonso, obispo (S).

TEXTOS MISA

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Antífona de entrada Sal 95, 1. 6
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo.
Cantáte Dómino cánticum novum, cantáte Dómino, omnis terra. Conféssio et pulchritúdo in conspéctu eius, sánctitas et magnificéntia in sanctificatióne eius.

Monición de entrada
Nos reunimos para celebrar la eucaristía, sacramento de la unión del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Esto se realiza acogiendo en nosotros al Señor que se hace primero palabra y después alimento. De este modo encarnamos la palabra de vida que nos es proclamada en cada misa. Preparémonos para celebrar intensamente este misterio de comunión.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las siguientes invocaciones:
Año C

Tú, que tienes palabras de vida eterna: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
El que escucha tus palabras no verá jamás la muerte: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Dichosos los que escuchan tu palabra y la ponen en práctica: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
En lugar del acto penitencial, se puede celebrar el rito de la bendición y de la aspersión del agua bendita.

Se dice
 Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. El, que vive y reina contigo.
Omnípotens sempitérne Deus, dírige actus nostros in beneplácito tuo, ut in nómine dilécti Fílii tui mereámur bonis opéribus abundáre. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del III Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C (Lec. I C).

PRIMERA LECTURA Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Leyeron el libro de la Ley, explicando el sentido
Lectura del libro de Nehemías.

En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión.
Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas:
«Amén, amén».
Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Entonces, el gobernador Nehemias, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea:
«Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley).
Nehemías les dijo:
«Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Sal 18, 8. 9. 10. 15. (R.: cf. Jn 6, 63c)
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt.

V. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt.

V. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt.

V. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt.

V. Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, Roca mía, Redentor mío. 
R. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt.

SEGUNDA LECTURA (forma larga) 1 Cor 12, 12-30
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos.
Si el pie dijera: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso.
Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables, los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan.
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a los que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alelgran con él.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar a los profetas; en el tercero a los maestros; después los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

SEGUNDA LECTURA (forma breve) 1 Cor 12, 12-14. 17
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Lc 4, 18cd
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad. R.
Evangelizáre paupéribus misit me Dóminus, prædicáre captívis remissiónem.

EVANGELIO Lc 1, 1-4; 4, 14-21
Hoy se cumple esta Escritura
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
SANTA MISA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA, Campo San Juan Pablo II – Metro Park. Domingo, 27 de enero de 2019

«Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,20-21).
Así el evangelio nos presenta el comienzo de la misión pública de Jesús. Lo hace en la sinagoga que lo vio crecer, rodeado de conocidos y vecinos y hasta quizá de alguna de sus “catequistas” de la infancia que le enseñó la ley. Momento importante en la vida del Maestro por el cual, el niño que se formó y creció en el seno de esa comunidad, se ponía de pie, tomaba la palabra para anunciar y poner en acto el sueño de Dios. Una palabra proclamada hasta entonces solo como promesa de futuro, pero que en boca de Jesús solo podía decirse en presente, haciéndose realidad: «Hoy se ha cumplido».
Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora de «llevar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia en el Señor» (cf. Lc 4,18-19). Es el ahora de Dios que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifestación, ni acepta excusas para su realización. Él es el tiempo de Dios que hace justa y oportuna cada situación y cada espacio. En Jesús se inicia y se hace vida el futuro prometido.
¿Cuándo? Ahora. Pero no todos los que allí lo escucharon se sintieron invitados o convocados. No todos los vecinos de Nazaret estaban preparados para creer en alguien que conocían y habían visto crecer y que los invitaba a poner en acto un sueño tan esperado. Es más, decían: “¿ Pero este no es el hijo de José?” (cf. Lc 4,22).
También a nosotros nos puede pasar lo mismo. No siempre creemos que Dios pueda ser tan concreto, tan cotidiano, tan cercano y tan real, y menos aún que se haga tan presente y actúe a través de alguien conocido como puede ser un vecino, un amigo, un familiar. No siempre creemos que el Señor nos pueda invitar a trabajar y a embarrarnos las manos junto a Él en su Reino de forma tan simple pero contundente. Cuesta aceptar que «el amor divino se haga concreto y casi experimentable en la historia con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas» (Benedicto XVI, Audiencia general, 28 septiembre 2005).
Y no son pocas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios a la distancia: lindo, bueno, generoso, bien dibujadito pero distante y, sobre todo, un Dios que no incomode, un Dios “domesticado”. Porque un Dios cercano y cotidiano, un Dios amigo y hermano nos pide aprender de cercanías, de cotidianeidad y sobre todo de fraternidad. Él no quiso tener una manifestación angelical o espectacular, sino quiso regalarnos un rostro hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es real, Dios es concreto porque el amor es concreto. Y es precisamente esta «concreción del amor lo que constituye uno de los elementos esenciales de la vida de los cristianos» (cf. Benedicto XVI, Homilía, 1 marzo 2006).
Nosotros también podemos correr los mismos riesgos que los vecinos de Nazaret, cuando en nuestras comunidades el Evangelio se quiere hacer vida concreta y comenzamos a decir: “pero estos chicos, ¿no son hijos de María, José, no son hermanos de... son parientes de...? Estos, ¿no son los jovencitos que nosotros ayudamos a crecer…? Que se calle la boca, ¿cómo le vamos a creer? Ese de allá, ¿no era el que siempre rompía los vidrios con su pelota?”. Y lo que nació para ser profecía y anuncio del Reino de Dios termina domesticado y empobrecido. Querer domesticar la Palabra de Dios es tentación de todos los días.
E incluso a ustedes, queridos jóvenes, les puede pasar lo mismo cada vez que piensan que su misión, su vocación, que hasta su vida es una promesa pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora. Y en el “mientras tanto” de esa hora, les inventamos o se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin consecuencias, bien armado y garantizado y con todo “bien asegurado”. No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio. Es la “ficción” de alegría, no la alegría del hoy, del concreto, del amor. Y así con esta ficción de la alegría los “tranquilizamos”, los adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni nos pregunten, para que no se cuestionen ni nos cuestionen; y en ese “mientras tanto” sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastreros, comienzan a dormirse y son “ensoñamientos” pequeños y tristes (cf. Homilía del Domingo de Ramos, 25 marzo 2018), tan solo porque consideramos o consideran que todavía no es su ahora; que son demasiado jóvenes para involucrarse en soñar y trabajar el mañana. Y así los seguimos procrastinando… Y ¿saben una cosa?, que a muchos jóvenes esto les gusta. Por favor, ayudémosle a que no les guste, a que se rebelen, a que quieran vivir el ahora de Dios.
Uno de los frutos del pasado Sínodo fue la riqueza de poder encontrarnos y, sobre todo, escucharnos. La riqueza de la escucha entre generaciones, la riqueza del intercambio y el valor de reconocer que nos necesitamos, que tenemos que esforzarnos en propiciar canales y espacios en los que involucrarse en soñar y trabajar el mañana ya desde hoy. Pero no aisladamente, sino juntos, creando un espacio en común. Un espacio que no se regala ni lo ganamos en la lotería, sino un espacio por el que también ustedes deben pelear. Ustedes jóvenes deben pelear por su espacio hoy, porque la vida es hoy. Nadie te puede prometer un día del mañana. Tu vida hoy, es hoy. Tu jugarte es hoy. Tu espacio es hoy. ¿Cómo estás respondiendo a esto?
Ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir: “Ustedes son el futuro…”. No, son el presente. No son el futuro de Dios, ustedes jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca, los llama en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie junto a ellos, tomar la palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó.
No mañana, ahora, porque allí , ahora, donde está tu tesoro está también tu corazón (cf. Mt 6,21); y aquello que los enamore conquistará no solo vuestra imaginación, sino que lo afectará todo. Será lo que los haga levantarse por la mañana y los impulse en las horas de cansancio, lo que les rompa el corazón y lo que les haga llenarse de asombro, de alegría y de gratitud. Sientan que tienen una misión y enamórense, que eso lo decidirá todo (cf. Pedro Arrupe, S.J., Nada es más práctico). Podremos tener todo, pero, queridos jóvenes, si falta la pasión del amor, faltará todo. ¡La pasión del amor hoy! ¡Dejemos que el Señor nos enamore y nos lleve hasta el mañana!
Para Jesús no hay un “mientras tanto” sino amor de misericordia que quiere anidar y conquistar el corazón. Él quiere ser nuestro tesoro, porque Jesús no es un “mientras tanto” en la vida o una moda pasajera, es amor de entrega que invita a entregarse.
Es amor concreto, de hoy, cercano, real; es alegría festiva que nace al optar y participar en la pesca milagrosa de la esperanza y la caridad, la solidaridad y la fraternidad frente a tanta mirada paralizada y paralizante por los miedos y la exclusión, la especulación y la manipulación.
Hermanos: El Señor y su misión no son un “mientras tanto” en nuestra vida, un algo pasajero, no son solo una Jornada Mundial de la Juventud, ¡son nuestra vida de hoy y caminando!
Todos estos días de forma especial ha susurrado como música de fondo el hágase de María. Ella no solo creyó en Dios y en sus promesas como algo posible, le creyó a Dios, se animó a decir “sí” para participar en este ahora del Señor. Sintió que tenía una misión, se enamoró y eso lo decidió todo. Que ustedes sientan que tienen una misión, se dejen enamorar y el Señor decidirá todo.
Y como sucedió en la sinagoga de Nazaret, el Señor, en medio nuestro, sus amigos y conocidos, vuelve a ponerse de pie, a tomar el libro y decirnos: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).
Queridos jóvenes, ¿quieren vivir la concreción de su amor? Que vuestro “sí” siga siendo la puerta de ingreso para que el Espíritu Santo nos regale un nuevo Pentecostés, a la Iglesia y al mundo. Que así sea.
ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, Domingo 24 de enero de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el evangelio de hoy el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente la actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con la potencia del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras, es una palabra que tiene autoridad, porque ordena incluso a los espíritus impuros, y estos le obedecen (cf. Mc 1, 27). Jesús es diferente de los maestros de su tiempo: por ejemplo Jesús no abrió una escuela dedicada al estudio de la Ley, sino que sale para predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre moviéndose. Jesús también es distinto de Juan el Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras que Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora imaginémonos que también nosotros entramos en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho importante que delinea la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de expectativa por parte de todos, dice, para sorpresa general: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21).
Evangelizar a los pobres: esta es la misión de Jesús, como Él dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el Evangelio con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, es más, privilegiando a los más lejanos, a quienes sufren, a los enfermos y a los descartados por la sociedad.
Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa, antes que nada, acercarlos, tener la alegría de servirles, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios que vino entre nosotros se dirige de manera preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.
Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Podemos preguntarnos: hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, ¿somos fieles al programa de Cristo? La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, ¿es la prioridad? Atención: no se trata sólo de dar asistencia social, menos aún de hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica del amor. Los pobres, de hecho, están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y para cada comunidad cristiana poder dar testimonio concreto de la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo 27 de enero de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy nos presenta, juntos, dos pasajes distintos del Evangelio de Lucas. El primero (Lc 1, 1-4) es el prólogo, dirigido a un tal "Teófilo"; dado que este nombre en griego significa "amigo de Dios", podemos ver en él a cada creyente que se abre a Dios y quiere conocer el Evangelio. El segundo pasaje (Lc 4, 14-21) nos presenta en cambio a Jesús, que "con la fuerza del Espíritu" entra el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus paisanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguida de un comentario. Aquel día Jesús se puso en pie para hacer la lectura y encontró un pasaje del profeta Isaías que empieza así: "El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque el Señor me ha ungido. / Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres" (Is 61, 1-2). Comenta Orígenes: "No es casualidad que Él abriera el rollo y encontrara el capítulo de la lectura que profetiza sobre Él, sino que también esto fue obra de la providencia de Dios" (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). De hecho, Jesús, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21). San Cirilo de Alejandría afirma que el "hoy", situado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y enmendarse (cf. pg 69, 1241). Pero en un sentido aún más radical, es Jesús mismo "el hoy" de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término "hoy", muy querido para san Lucas (cf. Lc 19, 9; Lc 23, 43), nos remite al título cristológico preferido por el mismo evangelista, esto es, "salvador" (soter). Ya en los relatos de la infancia, éste es presentado en las palabras del ángel a los pastores: "Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2, 11).
Queridos amigos, este pasaje "hoy" nos interpela también a nosotros. Ante todo nos hace pensar en nuestro modo de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero antes aún día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo dispersivo y distraído, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, es necesario escucharle, y la liturgia de la Iglesia es la "escuela" de esta escucha del Señor que nos habla. Finalmente, nos dice que cada momento puede convertirse en un "hoy" propicio para nuestra conversión. Cada día (kathemeran) puede convertirse en el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del "carpe diem": aprovecha el hoy en el que Dios te llama para darte la salvación.
Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía para saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Tercer domingo del Tiempo Ordinario.
La espera en el Antiguo Testamento del Mesías y del Espíritu
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
La nueva Ley y el Evangelio
1965 La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva… pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de hacerlo:
"El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana… Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana" (S. Agustín, serm. Dom. 1, 1).
1967 La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt 6, 1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6, 9-13).
1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7, 13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7, 21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7, 12; cf Lc 6, 31).
Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13, 34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15, 12).
1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis moral de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad sea sin fingimiento… amándoos cordialmente los unos a los otros… con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12, 9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1Co 5-10).
1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1, 25; St 2, 12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4, 1-7. 21-31; Rm 8, 15).
1973 Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 184, 3).
1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:
"(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor" (S. Francisco de Sales, amor 8, 6).
Dios inspiró a los autores de las Escrituras y a los lectores
106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11).
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4, 11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45).
515 Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.
La Iglesia, el Cuerpo de Cristo
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc 1, 16-20; Mc 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros … Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo" (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia - Cuerpo de Cristo se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
"Un solo cuerpo"
790 Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG 7).
791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: "En la construcción del cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792 Cristo "es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 18). Es el Principio de la creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre, "él es el primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas:
793 El nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él "hasta que Cristo esté formad o en ellos" (Ga 4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida … , nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él" (LG 7).
794 El provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19): Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16), Cristo distribuye en su cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.
795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total" ["Christus totus"]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva de esta unidad:
Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que El es la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es El y nosotros … La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia (San Agustín, ev. Jo. 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit, exhibuit ("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que El asumió") (San Gregorio Magno, mor. praef. 1, 6, 4).
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística") (Santo Tomás de Aquino, s. th. 3, 42, 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente: "De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, proc.).

Se dice Credo.

Oración de los fieles
Año C
Oremos a Dios Padre. que nos envió a su Hijo. Buena Noticia para el mundo.
- Por los que han recibido en la Iglesia el encargo de anunciar la Palabra de Dios, para que sepan actualizarla, iluminando la vida de los oyentes. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de las naciones, para que promuevan una verdadera libertad religiosa que permita que el mensaje evangélico pueda ser propuesto a todas las personas. Roguemos al Señor.
- Por los que escuchan la Palabra de Dios, para que sean capaces de descubrir al que es la Buena Noticia para los pobres, la luz para los ciegos, la libertad para los oprimidos. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que tomemos en serio la Palabra de Dios, y sepamos escucharla, celebrarla y realizarla en nuestra vida. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, lleguen a tu presencia los deseos de nuestro corazón y las súplicas de nuestros labios. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Señor, recibe con bondad nuestros dones y, al santificarlos, haz que sean para nosotros dones de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Múnera nostra, Dómine, súscipe placátus, quae sanctificándo nobis, quaesumus, salutária fore concéde. Per Christum.

PREFACIO III DOMINICAL DEL TIEMPO ORDINARIO
EL HOMBRE SALVADO POR UN HOMBRE
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque reconocemos como obra de tu poder admirable no sólo socorrer a los mortales con tu divinidad, sino haber previsto el remedio en nuestra misma condición humana, y de lo que era nuestra ruina haber hecho nuestra salvación, por Cristo, Señor nuestro.
Por él, los coros de los ángeles adoran tu gloria eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos asociarnos a sus voces cantando con ellos tu alabanza:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Ad cuius imménsam glóriam pertinére cognóscimus ut mortálibus tua deitáte succúrreres; sed et nobis providéres de ipsa mortalitáte nostra remédium, et pérditos quosque unde períerant, inde salváres, per Christum Dóminum nostrum.
Per quem maiestátem tuam adórat exércitus Angelórum, ante conspéctum tuum in aeternitáte laetántium. Cum quibus et nostras voces ut admítti iúbeas, deprecámur, sócia exsultatióne dicéntes:

Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO

Antífona de comunión Cf. Sal 33, 6

Contemplad al Señor y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Accédite ad Dóminum et illuminámini, et fácies vestrae non confundéntur.
O bien: Cf. Jn 8, 12
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Ego sum lux mundi, dicit Dóminus; qui séquitur me, non ámbulat in ténebris, sed habébit lumen vitae.

Oración después de la comunión
Concédenos, Dios todopoderoso, que cuantos hemos recibido tu gracia vivificadora nos gloriemos siempre del don que nos haces. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Praesta nobis, quaesumus, omnípotens Deus, ut, vivificatiónis tuae grátiam consequéntes, in tuo semper múnere gloriémur. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 24 de enero
M
emoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, consiguió volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado, y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el veintiocho de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, el día de hoy. (1622)
2. En Foligno, ciudad de la Umbría, san Feliciano, a quien se considera el primer obispo de esta región italiana. (c. s. III)
3. En el territorio de Troyes, en la Galia Lugdunense, hoy Francia, san Sabiniano, mártir. (s. III)
4. En Antioquía de Siria, actualmente en Turquía, pasión de san Babila, obispo, el cual, durante la persecución desencadenada bajo el emperador Decio, glorificó a Dios muchas veces con suplicios y tormentos, y acabó gloriosamente su vida cargado de cadenas, con las que pidió que le enterrasen. Se cuenta que con él padecieron tres jóvenes, Urbano, Prilidiano y Epolonio, a los que había instruido en la fe de Cristo. (250)
5. En Cíngoli, lugar del Piceno, hoy región de Las Marcas, en Italia, san Exuperancio, obispo(c. s. V)
6*. En Binaco, cerca de Milán, en la región también italiana de Lombardía, beata Paula Gambara Costa, viuda, que perteneció a la Tercera Orden Regular de San Francisco y se distinguió por la paciencia con que soportó a su violento esposo hasta lograr su conversión, así como por la caridad exquisita que demostró hacia los pobres. (1515)
7*. En Londres, en Inglaterra, beatos mártires Guillermo Ireland, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, y Juan Grove, su ayudante, quienes, durante el reinado de Carlos II, acusados falsamente de sedición, sufrieron en Tyburn el martirio por su fe en Cristo. (1679)
8*. En el lugar de Sainville, en la región de Chartres, en Francia, beata María Poussepin, virgen, fundadora del Instituto de Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen María, para ayudar a los pastores de almas en la formación de las jóvenes y para la asistencia de pobres y enfermos (1744).
9*. En Pratulin, en la región de Siedlce, en Polonia, beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros*, mártires, que, firmes ante las amenazas y halagos de los que querían apartarlos de la Iglesia católica, fueron asesinados o heridos mortalmente por haberse negado a entregar las llaves de la parroquia. (1874)
*Son sus nombres: beatos Daniel Karmasz, Lucas Bojko, Bartolomé Osypiuk, Honofrio Wasiluk, Felipe Kiryluk, Constantino Bojko, Miguel Nicéforo Hryciuk, Ignacio Franczuk, Juan Andrzejuk, Constantino Lubaszuk, Máximo Hawryluk y Miguel Wawrzyszuk.
10*. En Roma, beato Timoteo (José) Giaccardo, presbítero, que instruyó a muchos discípulos en la Pía Sociedad de San Pablo, para anunciar el Evangelio con un apropiado uso de los instrumentos de comunicación social. (1948)

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