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lunes, 27 de diciembre de 2021

Lunes 31 enero 2022, San Juan Bosco, memoria obligatoria.

SOBRE LITURGIA

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI. Miércoles 27 de junio de 2012

La oración en la Carta a los Filipenses

Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra oración está hecha, como hemos visto los miércoles pasados, de silencios y palabra, de canto y gestos que implican a toda la persona: los labios, la mente, el corazón, todo el cuerpo. Es una característica que encontramos en la oración judía, especialmente en los Salmos. Hoy quiero hablar de uno de los cantos o himnos más antiguos de la tradición cristiana, que san Pablo nos presenta en el que, en cierto modo, es su testamento espiritual: la Carta a los Filipenses. Se trata de una Carta que el Apóstol dicta mientras se encuentra en la cárcel, tal vez en Roma. Siente próxima su muerte, pues afirma que su vida será ofrecida como sacrificio litúrgico (cf. Flp 2, 17).

A pesar de esta situación de grave peligro para su incolumidad física, san Pablo, en toda la Carta, manifiesta la alegría de ser discípulo de Cristo, de poder ir a su encuentro, hasta el punto de que no ve la muerte como una pérdida, sino como una ganancia. En el último capítulo de la Carta hay una fuerte invitación a la alegría, característica fundamental del ser cristianos y de nuestra oración. San Pablo escribe: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Flp 4, 4). Pero, ¿cómo puede alguien estar alegre ante una condena a muerte ya inminente? ¿De dónde, o mejor, de quién le viene a san Pablo la serenidad, la fuerza, la valentía de ir al encuentro del martirio y del derramamiento de su sangre?

Encontramos la respuesta en el centro de la Carta a los Filipenses, en lo que la tradición cristiana denomina carmen Christo, el canto a Cristo, o más comúnmente, «himno cristológico»; un canto en el que toda la atención se centra en los «sentimientos» de Cristo, es decir, en su modo de pensar y en su actitud concreta y vivida. Esta oración comienza con una exhortación: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2, 5). Estos sentimientos se presentan en los versículos siguientes: el amor, la generosidad, la humildad, la obediencia a Dios, la entrega. No se trata sólo y sencillamente de seguir el ejemplo de Jesús, como una cuestión moral, sino de comprometer toda la existencia en su modo de pensar y de actuar. La oración debe llevar a un conocimiento y a una unión en el amor cada vez más profundos con el Señor, para poder pensar, actuar y amar como él, en él y por él. Practicar esto, aprender los sentimientos de Jesús, es el camino de la vida cristiana.

Ahora quiero reflexionar brevemente sobre algunos elementos de este denso canto, que resume todo el itinerario divino y humano del Hijo de Dios y abarca toda la historia humana: desde su ser de condición divina, hasta la encarnación, la muerte en cruz y la exaltación en la gloria del Padre está implícito también el comportamiento de Adán, el comportamiento del hombre desde el inicio. Este himno a Cristo parte de su ser «en morphe tou Theou», dice el texto griego, es decir, de su ser «en la forma de Dios», o mejor, en la condición de Dios. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no vive su «ser como Dios» para triunfar o para imponer su supremacía; no lo considera una posesión, un privilegio, un tesoro que guardar celosamente. Más aún, «se despojó de sí mismo», se vació de sí mismo asumiendo, dice el texto griego, la «morphe doulou», la «forma de esclavo», la realidad humana marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por la muerte; se hizo plenamente semejante a los hombres, excepto en el pecado, para actuar como siervo completamente entregado al servicio de los demás. Al respecto, Eusebio de Cesarea, en el siglo iv, afirma: «Tomó sobre sí mismo las pruebas de los miembros que sufren. Hizo suyas nuestras humildes enfermedades. Sufrió y padeció por nuestra causa y lo hizo por su gran amor a la humanidad» (La demostración evangélica, 10, 1, 22). San Pablo prosigue delineando el cuadro «histórico» en el que se realizó este abajamiento de Jesús: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8). El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre y recorrió un camino en la completa obediencia y fidelidad a la voluntad del Padre hasta el sacrificio supremo de su vida. El Apóstol especifica más aún: «hasta la muerte, y una muerte de cruz». En la cruz Jesucristo alcanzó el máximo grado de la humillación, porque la crucifixión era el castigo reservado a los esclavos y no a las personas libres: «mors turpissima crucis», escribe Cicerón (cf. In Verrem, v, 64, 165).

En la cruz de Cristo el hombre es redimido, y se invierte la experiencia de Adán: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, pretendió ser como Dios con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y así perdió la dignidad originaria que se le había dado. Jesús, en cambio, era «de condición divina», pero se humilló, se sumergió en la condición humana, en la fidelidad total al Padre, para redimir al Adán que hay en nosotros y devolver al hombre la dignidad que había perdido. Los Padres subrayan que se hizo obediente, restituyendo a la naturaleza humana, a través de su humanidad y su obediencia, lo que se había perdido por la desobediencia de Adán.

En la oración, en la relación con Dios, abrimos la mente, el corazón, la voluntad a la acción del Espíritu Santo para entrar en esa misma dinámica de vida, come afirma san Cirilo de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy: «La obra del Espíritu Santo busca transformarnos por medio de la gracia en la copia perfecta de su humillación» (Carta Festal 10, 4). La lógica humana, en cambio, busca con frecuencia la realización de uno mismo en el poder, en el dominio, en los medios potentes. El hombre sigue queriendo construir con sus propias fuerzas la torre de Babel para alcanzar por sí mismo la altura de Dios, para ser como Dios. La Encarnación y la cruz nos recuerdan que la realización plena está en la conformación de la propia voluntad humana a la del Padre, en vaciarse del propio egoísmo, para llenarse del amor, de la caridad de Dios y así llegar a ser realmente capaces de amar a los demás. El hombre no se encuentra a sí mismo permaneciendo cerrado en sí mismo, afirmándose a sí mismo. El hombre sólo se encuentra saliendo de sí mismo. Sólo si salimos de nosotros mismos nos reencontramos. Adán quiso imitar a Dios, cosa que en sí misma no está mal, pero se equivocó en la idea de Dios. Dios no es alguien que sólo quiere grandeza. Dios es amor que ya se entrega en la Trinidad y luego en la creación. Imitar a Dios quiere decir salir de sí mismo, entregarse en el amor.

En la segunda parte de este «himno cristológico» de la Carta a los Filipenses, cambia el sujeto; ya no es Cristo, sino Dios Padre. San Pablo pone de relieve que, precisamente por la obediencia a la voluntad del Padre, «Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre» (Flp 2, 9-10). Aquel que se humilló profundamente asumiendo la condición de esclavo, es exaltado, elevado sobre todas las cosas por el Padre, que le da el nombre de «Kyrios», «Señor», la suprema dignidad y señorío. Ante este nombre nuevo, que es el nombre mismo de Dios en el Antiguo Testamento, «toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (vv. 10-11). El Jesús que es exaltado es el de la última Cena, que se despoja de sus vestiduras, se ata una toalla, se inclina a lavar los pies a los Apóstoles y les pregunta: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 12-14). Es importante recordar siempre en nuestra oración y en nuestra vida que «el ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por eso, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 124).

El himno de la Carta a los Filipenses nos ofrece aquí dos indicaciones importantes para nuestra oración. La primera es la invocación «Señor» dirigida a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre: él es el único Señor de nuestra vida, en medio de tantos «dominadores» que la quieren dirigir y guiar. Por ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8). El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que él es el único tesoro por el cual vale la pena gastar la propia existencia.

La segunda indicación es la postración, el «doblarse de toda rodilla» en la tierra y en el cielo, que remite a una expresión del profeta Isaías, donde indica la adoración que todas las criaturas deben a Dios (cf. 45, 23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es el único Señor de nuestra vida.

Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración fijemos nuestra mirada en el Crucificado, detengámonos con mayor frecuencia en adoración ante la Eucaristía, para que nuestra vida entre en el amor de Dios, que se abajó con humildad para elevarnos hasta él. Al comienzo de la catequesis nos preguntamos cómo podía alegrarse san Pablo ante el riesgo inminente del martirio y del derramamiento de su sangre. Esto sólo es posible porque el Apóstol nunca apartó su mirada de Cristo, hasta llegar a ser semejante a él en la muerte, «con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 11). Como san Francisco ante el crucifijo, digamos también nosotros: Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta, juicio y discernimiento para cumplir tu verdadera y santa voluntad. Amén (cf. Oración ante el Crucifijo: FF [276]).

CALENDARIO

31 LUNES. SAN JUAN BOSCO, presbítero, m. obligatoria

Misa
de la memoria (blanco).
MISAL: 1.ª orac. prop. y el resto del común de pastores (para un pastor) o de santos (para educadores), o de un domingo del T.O., Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- 2 Sam 15, 13-14. 30; 16, 5-13a.
Huyamos ante Absalón. Dejad que Semeí me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor.
- Sal 3. R. Levántate, Señor; sálvame.
- Mc 5, 1-20. Espíritu inmundo, sal de este hombre.
o bien:
cf. vol. IV.

Liturgia de las Horas: oficio de la memoria.

Martirologio: elogs. del 1 de febrero, pág. 140.
CALENDARIOS: Familia Salesiana, Arzobispado Castrense-Cuerpo de Especia- listas del Ejército de Tierra y especialidades fundamentales de este ejército y Esclavos de María y de los Pobres: San Juan Bosco, presbítero (S).
Ibiza: Dedicación de la iglesia-catedral (F).

TEXTOS MISA

31 de enero
San Juan Bosco, presbítero
Memoria

La oración colecta es propia. El resto está tomado del común de pastores B. Para un pastor 2.

Antífona de entrada Cf. Lc 4, 18
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón.
Spíritus Dómini super me: propter quod unxit me, evangelizáre paupéribus misit me, sanáre contrítos corde.
O bien: Cf. Eclo 45, 16
El Señor lo eligió como su sacerdote, para ofrecer el sacrificio de alabanza.
Elégit eum Dóminus sacerdótem sibi, ad sacrificándum ei hóstiam laudis.

Monición de entrada
Hoy se celebra la memoria de san Juan Bosco, presbítero, nacido en Castelnuovo, diócesis de Turín, el año 1815. Después de una niñez dura, fue ordenado sacerdote, y en la ciudad de Turin se dedicó esforzadamente a la formación de los adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Domènica Mazzarello, el Instituto de Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a los jóvenes e instruirlos en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, murió un día como hoy, en la misma ciudad de Turín, en Italia, el año 1888.

Oración colecta
Oh, Dios, que has suscitado en san Juan Bosco, presbítero, un padre y un maestro para los jóvenes, concédenos que, encendidos en su mismo fuego de caridad, podamos ganar almas para ti y solo a ti servirte. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui beátum Ioánnem presbyterum adulescéntium patrem et magístrum excitásti, concéde, quaesumus, ut, eódem caritátis igne succénsi, ánimas quaerere tibíque soli servíre valeámus. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lunes de la IV semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA 2 Sam 15, 13-14. 30; 16, 5-13a
Huyamos ante Absalón. Dejad que Semeí me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor
Lectura del segundo libro de Samuel.

En aquellos días, alguien llegó a David con esta información:
«El corazón de la gente de Israel sigue a Absalón».
Entonces David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén:
«Levantaos y huyamos, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Vámonos rápidamente, no sea que se apresure, nos dé alcance, precipite sobre nosotros la ruina y pase la ciudad a filo de espada».
David subía la cuesta de los Olivos llorando con la cabeza cubierta y descalzo. Los que le acompañaban llevaban cubierta la cabeza y subían llorando.
Al llegar el rey a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba caminando y lanzando maldiciones. Y arrojaba piedras contra David y todos sus servidores. El pueblo y los soldados protegían a David a derecha e izquierda. Semeí decía al maldecirlo:
«Fuera, fuera, hombre sanguinario, hombre desalmado. El Señor ha hecho recaer sobre ti la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado. Y el Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario».
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:
«Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza».
El rey contestó:
«¿Qué hay entre vosotros y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: “Por qué actúas así”?».
Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores:
«Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Dejadle que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día».
David y sus hombres subían por el camino.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sa13, 2-3. 4-5. 6-8a (R.: 8a)
R. Levántate, Señor; sálvame.
Exsúrge, Dómine, salvum me fac.

V. Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios».
R. Levántate, Señor; sálvame.
Exsúrge, Dómine, salvum me fac.

V. Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.
R. Levántate, Señor; sálvame.
Exsúrge, Dómine, salvum me fac.

V. Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.
Levántate, Señor; sálvame, Dios mío.
R. Levántate, Señor; sálvame.
Exsúrge, Dómine, salvum me fac.

Aleluya Lc 7, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R.
Prophéta magnus surréxit in nobis, et Deus visitábit plebem suam.

EVANGELIO Mc 5, 1-20
Espíritu inmundo, sal de este hombre
 Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.
Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Teófilato, Catena aurea
El Señor lo manda a su casa, haciéndole comprender que, aunque El no estuviese presente, lo defendería con su poder, para que curado como estaba fuera útil a los demás. Por eso dice: "Mas Jesús no le admitió, sino que le dijo: Vete a tu casa y con tus parientes, y anuncia a los tuyos el gran beneficio que te ha hecho el Señor, y la misericordia que ha usado contigo". Observemos la humildad del Salvador, quien no dice: Anuncia el gran beneficio que te he hecho, sino el que te ha hecho el Señor. Así, pues, cuando hagamos algo bueno, no nos lo atribuyamos a nosotros, sino a Dios.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XVIII
Oremos a Dios Padre.
- Por la Iglesia, signo de Cristo en medio del mundo. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen alguna responsabilidad sobre los demás. Roguemos al Señor.
- Por los que mueren de muerte violenta. Roguemos al Señor.
- Por los que matan, secuestran, destruyen. Roguemos al Señor.
- Por nosotros. llamados a trabajar por la paz y la reconciliación. Roguemos al Señor.
Que tu bondad nos conceda, Señor, lo que nuestras acciones no merecen. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Oración sobre las ofrendas
Dios todopoderoso, humildemente imploramos de tu Divina Majestad que, así como estos dones ofrecidos en honor de san N. manifiestan la gloria de tu poder divino, del mismo modo nos alcancen el fruto de tu salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Maiestátem tuam supplíciter implorámus, omnípotens Deus, ut, sicut glóriam divínae poténtiae múnera pro beáto N. obláta testántur, sic nobis efféctum tuae salvatiónis impéndant. Per Christum.

PREFACIO COMÚN III
ALABANZA A DIOS QUE NOS CREÓ Y NOS HA CREADO DE NUEVO EN CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque has querido ser, por medio de tu amado Hijo, no sólo el creador del género humano, sino también su bondadoso restaurador.
Por eso, con razón te sirven todas las criaturas, con justicia te alaban todos los redimidos y unánimes te bendicen tus santos.
Con ellos, unidos a todos los ángeles, nosotros queremos celebrarte y te alabamos diciendo:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui per Fílium dilectiónis tuae, sicut cónditor géneris es humáni, ita benigníssimus reformátor.
Unde mérito tibi cunctae sérviunt creatúrae, te redémpti rite colláudant univérsi, et uno Sancti tui te corde benedícunt.
Quaprópter et nos cum ómnibus te Angelis celebrámus, iucúnda semper confessióne dicéntes:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA II

Antífona de la comunión Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos, dice el Señor.
Ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus usque ad consummatiónem saeculi, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
Fortalecidos con con el alimento santo, te rogamos, Dios todopoderoso, que, siguiendo siempre el ejemplo de san N., nos concedas servirte con entrega constante y progresar en el amor incansable hacia todos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Refectióne sacra enutrítos, fac nos, omnípotens Deus, exémpla beáti N. iúgiter sequéntes, te pérpeti devotióne cólere, et indeféssa ómnibus caritáte profícere. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 1 de febrero

1. En Frigia, en la actual Turquía, conmemoración de san Trifón, mártir(s. inc.)
2. En Ravena, en la actual región italiana de Emilia-Romaña, san Severo, obispo(d. 342)
3. En Augusta Tricastina, en la Galia Vienense, en Francia, san Pablo, obispo, que dio posteriormente su actual nombre a la ciudad, Saint-Paul-Trois-Châteaux. (s. IV)
4. En Kildare, lugar de Irlanda, santa Brígida, abadesa, que fundó uno de los primeros monasterios de la isla y, según se cuenta, continuó el trabajo de evangelización iniciado por san Patricio. (c. 525)
5*. En Augusta Pretoria, actualmente Aosta, en los Alpes Grayos italianos, san Urso, presbítero. (a. s. IX)
6*. En Puy-en-Vélay, lugar de Aquitania, en la Francia actual, san Agripano, obispo y mártir, el cual, de regreso a Roma, a su llegada a dicha región fue asesinado por unos idólatras. (s. VII)
7*. En Metz, ciudad de Austrasia, también en la actual Francia, el santo rey Sigeberto III, que fundó los monasterios de Stavelot y Malmedy, así como muchos otros, y se distinguió por su liberalidad en hacer limosnas a las iglesias y a los pobres. (656)
8*. En la villa de Ciruelos, en la región española de Castilla la Nueva, san Raimundo, abad de Fitero, fundador de la Orden de Calatrava, bajo la regla del Cister, e insigne sostenedor del cristianismo. (c. 1160)
9*. En Saint-Malo, en Bretaña Menor, hoy Francia, san Juan, obispo, varón de gran austeridad y justicia, que trasladó su sede episcopal desde Aleth a esa ciudad. San Bernardo lo alabó como obispo pobre, amigo de los pobres y amante de la pobreza. (1163)
10*. En París, también en Francia, beato Reginaldo de Orleans, presbítero, quien, de paso por Roma, conmovido por la predicación de santo Domingo, entró en la Orden de Predicadores, donde atrajo a muchos con el ejemplo de sus virtudes y el ardor de su palabra. (1220)
11*. Cerca de Castelfiorentino, en la región italiana de Toscana, santa Viridiana, virgen, que vivió recluida desde la juventud hasta la ancianidad. (1236/1242)
12*. En Piglio, lugar de la región del Lacio, en Italia, beato Andrés, de la familia de los condes de Segni, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, renunciando a altas dignidades, prefirió servir a Cristo en la humildad y simplicidad. (1302)
13*. En Dublín, en Irlanda, beatos mártires Conor O’Devany, obispo de Down and Connor, de la Orden de los Hermanos Menores, y Patricio O’Lougham, presbítero, ahorcados ambos por ser católicos, bajo el reinado de Jacobo I. (1612)
14. En Londres, en Inglaterra, san Enrique Morse, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, el cual, apresado en diversas ocasiones y exiliado por dos veces, fue encarcelado de nuevo, en tiempo del rey Carlos I, por ser sacerdote, y, después de haber celebrado la Misa en la cárcel, entregó su alma a Dios, ahorcado en Tyburn. (1645)
15*. En Avrillé, en las cercanías de Angers, en Francia, pasión de las beatas María Ana Vaillot y sus cuarenta y seis compañeras*, que recibieron la corona del martirio durante la Revolución Francesa. (1794). 
*Estos son sus nombres: Otilia Baurngarten, religiosa; Juana Gruget, Luisa Rallier de la Tertinilre, Magdalena Perrotin, María Ana Pichery y Simona Chauvigné, viudas; Francisca Pagis, Juana Fouchard, Margarita Riviére, María Cassin, María Fausseuse, María Galard, María Gasnier, María Juana Chauvigné, María Lenée, María Leroy Brevet, María Rouault, Petrina Phélippeaux, Renata Cailleau, Renata Martin y Victoria Bauduceau, esposas; Juana, Magdalena y Petrina Sailland d’Espinatz, hermanas; Gabriela, Petrina y Susanna Androuin, hermanas; María y Renata Grillard, hermanas; Ana Francisca de Villencuye, Ana Hamard, Carla Davy, Catalina Cottanceau, Francisca Bellanger, Francisca Bonneau, Francisca Michau, Jacoba Monnier, Juana Bourigault, Luisa Amata Déan de Luigné, Magdalena Blond, María Leroy, Petrina Besson, Petrina Ledoyen, Petrina Grille, Renata Valin y Rosa Quenion.
16. En la ciudad de Seúl, en Corea, santos mártires Pablo Hong Yông-ju, catequista, Juan Yi mun-u, que se ocupaba de los pobres y enterraba los cuerpos de los mártires, y Bárbara Ch’oe Yong-i, la cual siguiendo los ejemplos de sus padres y esposo muertos por el nombre de Cristo, fue decapitada al igual que los otros. (1840)
17*. En Turín, en Italia, beata Juana Francisca de la Visitación (Ana) Michelotti, virgen, que fundó el Instituto de Hermanitas del Sagrado Corazón, para servir al Señor cuidando desinteresadamente a los enfermos pobres. (1888)
18*. En la ciudad de Cúcuta, en Colombia, beato Luis Variara, presbítero de la Sociedad de San Francisco de Sales, que dedicó toda su actividad en favor de los leprosos y fundó la Congregación de Hermanas Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María. (1923)
- Beato Tshimangadzo Samuel Benedict Daswa (1946- Mbahe, Sudáfrica 1990). Laico, padre de familia y mártir, asesinado porque su fe católica le impedía implicarse en nada que tenga que ver con brujería.
- Beatos Mateo Casals, Teófilo Casajús, Fernando Saperas y 106 compañeros claretianos (En distintas poblaciones de España 1936). Todos miembros de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María; asesinados por odio a la fe durante la Guerra Civil en España entre 1936 y 1937.

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