Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

martes, 28 de diciembre de 2021

Miércoles 2 febrero 2022, Presentación del Señor, fiesta.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La fiesta de la Presentación del Señor

120. Hasta el 1969 la antigua fiesta del 2 de Febrero, de origen oriental, recibía en Occidente el título de "Purificación de Santa María Virgen", y concluía, cuarenta días después de Navidad, el ciclo de navidad.
Esta fiesta siempre ha tenido un marcado carácter popular. Los fieles, de hecho:
- asisten con gusto a la procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el Templo y de su encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por primera vez, después con Simeón y Ana. Esta procesión, que en Occidente había sustituido a los cortejos paganos licenciosos y que era de tipo penitencial, posteriormente se caracterizó por la bendición de las candelas, que se llevaban encendidas durante la procesión, en honor de Cristo "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2, 32);
- son sensibles al gesto realizado por la Virgen María, que presenta a su Hijo en el Templo y se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr. Lv 12, 1-8), al rito de la purificación; en la piedad popular el episodio de la purificación se ha visto como una muestra de la humildad de la Virgen, por lo cual, la fiesta del 2 de Febrero es considerada con frecuencia la fiesta de los que realizan los servicios más humildes en la Iglesia.

121. La piedad popular es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres cristianas advierten la relación que existe, a pesar de las notables diferencias – la concepción y el parto de María son hechos únicos – entre la maternidad de la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, y su maternidad: ellas también son madres según el plan de Dios, pues han generado los futuros miembros del mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y como imitando el rito realizado por María (cfr. Lc 2, 22-24), tenía origen el rito de la purificación de la que había dado a luz, algunos de cuyos elementos reflejaban una visión negativa de lo relacionado con el parto

En el actual Rituale Romanum está prevista una bendición para la madre, tanto antes del parto como después del parto, esta última sólo en el caso de que la madre no haya podido participar en el bautismo del hijo.

Sin embargo, es muy oportuno que la madre y sus parientes, al pedir esta bendición, se adapten a las características de la oración de la Iglesia: comunión de fe y de caridad en la oración, para que llegue a su feliz cumplimiento el tiempo de espera (bendición antes del parto) y para dar gracias a Dios por el don recibido (bendición después del parto).

122. En algunas Iglesias locales se valoran de modo especial algunos elementos del relato evangélico de la fiesta de la Presentación del Señor (Lc 2, 22-40), como la obediencia de José y María a la Ley del Señor, la pobreza de los santos esposos, la condición virginal de la Madre de Jesús, lo que ha aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero en la fiesta de los que se dedican al servicio del Señor y de los hermanos, en las diversas formas de vida consagrada.

123. La fiesta del 2 de Febrero conserva un carácter popular. Sin embargo es necesario que responda verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. No resultaría adecuado que la piedad popular, al celebrar la Presentación del Señor, se olvidase el contenido cristológico, que es el fundamental, para quedarse casi exclusivamente en los aspectos mariológicos; el hecho de que deba "ser considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la Madre" no autoriza semejante cambio de la perspectiva; las velas, conservadas en los hogares, deben ser para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por lo tanto, un motivo para expresar la fe.

CALENDARIO

MIÉRCOLES. PRESENTACIÓN DEL SEÑOR, fiesta

Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José, y lo que pudo aparecer como cumplimiento de la ley mosaica se convirtió, en realidad, en su encuentro con el pueblo creyente y gozoso. Se manifestó, así, como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel (elog. del Martirologio Romano).

Misa de la fiesta (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Pf. prop. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. IV.
- Mal 3, 1-4.
 Llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando.
o bien:
 Heb 2, 14-18. Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.
- Sal 23. R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
- Lc 2, 22-40. Mis ojos han visto a tu Salvador.

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA (mundial y pontificia): Liturgia del día, alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ.
Las candelas pueden ser bendecidas con procesión o entrada solemne.
* Se encienden las candelas desde el principio, mientras se canta la antífona «Nuestro Señor llega con poder».
* Al entrar en la iglesia o en el presbiterio se canta la antífona de entrada de la misa, sigue el Gloria y la oración colecta.
* En la procesión el sacerdote puede usar capa pluvial o casulla.
Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de la fiesta. Te Deum. II Vísp. de la fiesta.

Martirologio: elogs. del 3 de febrero, pág. 144.
CALENDARIOS: Orden Premonstratense: Presentación del Señor (S).
Palencia-ciudad: Nuestra Señora de la Calle (S).
Tenerife: Nuestra Señora de Candelaria (S). HH. de Belén: (F).

TEXTOS MISA

2 de febrero
LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Fiesta

Bendición y procesión de las candelas
Primera forma: Procesión
1. En la hora más oportuna se reúnen todos en una iglesia o en otro lugar conveniente, fuera de la iglesia hacia la que va a encaminarse la procesión. Los fieles tienen en sus manos las candelas, apagadas.
2. Llega el sacerdote con sus ministros, revestido con vestiduras blancas como para la misa; no obstante, el sacerdote puede usar, en lugar de la casulla, la capa pluvial, que se quita terminada la procesión.
3.Mientras se encienden las candelas se canta la antífona:
Nuestro Señor llega con poder, para iluminar los ojos de sus siervos. Aleluya.
U otro cántico apropiado.

4. El sacerdote, terminado el canto, vuelto hacia el pueblo dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Después saluda, como de costumbre, al pueblo y luego hace una monición introductoria para invitar a los fieles a celebrar esta fiesta de manera activa y consciente, con estas o parecidas palabras:
Queridos hermanos:
Hace hoy cuarenta días celebrábamos, llenos de gozo, la fiesta del Nacimiento del Señor. Hoy es aquel día santo en el cual Jesús es presentado en el templo por María y José para cumplir públicamente con la ley, pero en realidad para encontrarse con el pueblo creyente.
Los santos ancianos Simeón y Ana, impulsados por el Espíritu Santo, habían acudid, al templo y reconocieron al Señor, iluminados por el mismo Espíritu, y lo proclamaron con alegría.
Del mismo modo, congregados también nosotros por el Espíritu Santo, vayamos hacia la casa de Dios al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y lo reconoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria.
Ante dies quadragínta celebrávimus cum gáudio Festum Nativitátis Dómini. Hódie vero occúrrit dies ille beátus, quo Iesus a María et Ioseph praesentátus est in templo, extérius quidem legem implens, rerum veritáte autem occúrrens pópulo suo credénti.
Spíritu Sancto impúlsi, in templum venérunt beáti illi senes et cognovérunt Dóminum eódem Spíritu illumináti, et conféssi sunt eum in exsultatióne.
Ita et nos, congregáti in unum per Spíritum Sanctum, procedámus ad domum Dei óbviam Christo. Inveniémus eum et cognoscémus in fractióne panis, donec véniat maniféstus in glória.

5. Después de la monición, el sacerdote bendice las candelas diciendo con las manos juntas:
Oremos.
Oh, Dios, fuente y origen de toda luz, que manifestaste hoy al justo Simeón la Luz para alumbrar a las naciones, te rogamos suplicantes que santifiques estos cirios con tu + bendición; acepta los deseos de tu pueblo que se ha reunido para cantar la alabanza de tu nombre, llevándolos en sus manos, y así merezca llegar, por la senda de las virtudes, a la luz eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, omnis lúminis fons et orígo, qui iusto Simeóni Lumen ad revelatiónem géntium hódie demonstrásti, te súpplices deprecámur, ut hos céreos sanctificáre tua + benedictióne dignéris, tuae plebis vota suscípiens, quae ad tui nóminis laudem eos gestatúra concúrrit, quátenus per virtútum sémitam ad lucem indeficiéntem perveníre mereátur. Per Christum Dóminum nostrum.
O bien:
Oremos.
Oh, Dios, luz verdadera, autor y dador de la luz eterna, infunde en el corazón de los fieles el resplandor de la luz que no se extingue, para que, cuantos son iluminados en tu templo santo por el brillo de estos cirios, puedan llegar felizmente a la luz de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, lumen verum, aetérnae lucis propagátor et auctor, córdibus infúnde fidélium perpétui lúminis claritátem, ut, quicúmque in templo sancto tuo splendóre praeséntium lúminum adornántur, ad lumen glóriae tuae felíciter váleant perveníre. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

Asperja las candelas con agua bendita, sin decir nada, y pone el incienso para la procesión.

6. El sacerdote recibe, del diácono o de otro ministro, su propia candela encendida y comienza la procesión, después de decir el diácono (o en su defecto el propio sacerdote):
Vayamos en paz al encuentro del Señor.
Procedámus in pace ad occurréndum Dómino.
O bien:
Vayamos en paz.
Procedámus in pace.

En cuyo caso, todos responden:
En el nombre de Cristo. Amén.

7. Durante la procesión, llevando todos las candelas encendidas, se canta alguna de las siguientes antífonas: la antífona Luz para alumbrar... con el cántico indicado (Lc 2,29-32), O la antífona Adorna... u otro canto apropiado:
I
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Lumen ad revelatiónem géntium, et glóriam plebis tuae Israel.
Nunc dimíttis servum tuum, Dómine, secúndum verbum tuum in pace.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador.
Lumen ad revelatiónem géntium... 
Quia vidérunt óculi mei salutáre tuum.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
A quien has presentado ante todos los pueblos.
 Lumen ad revelatiónem géntium... 
Quod parásti ante fáciem ómnium populórum.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Lumen ad revelatiónem géntium...

II
Ant. Adorna tu tálamo, Sion, y recibe a Cristo Rey: abraza a María, puerta del cielo, pues ella conduce al Rey de la gloria, luz nueva. Permanece Virgen llevando en sus manos al Hijo engendrado antes del lucero del alba, al que Simeón tomó en sus brazos y proclamó ante las naciones: Señor de la vida y de la muerte y Salvador del mundo.
Adórna thálamum tuum, Sion, et súscipe Regem Christum: ampléctere Maríam, quae est caeléstis porta: ipsa enim portat Regem glóriae novi lúminis: subsístit Virgo, addúcens mánibus Fílium ante lucíferum génitum: quem accípiens Símeon in ulnas suas, praedicávit pópulis, Dóminum eum esse vitae et mortis, et Salvatórem mundi.

8. Al entrar la procesión en la iglesia se canta la antífona de entrada de la misa. Llegado el sacerdote al altar, lo venera y, si parece oportuno, lo inciensa. Va a la sede, se quita la capa pluvial, si es que la ha usado en la procesión, y se pone la casulla; después del cántico del Gloria, dice la colecta. Y la misa prosigue como de costumbre.

Segunda forma: Entrada solemne
9. Cuando no se pueda hacer la procesión, los fieles, con las candelas en sus manos, se reúnen en la iglesia. El sacerdote, con vestiduras blancas como para la misa, acompañado de los ministros y algunos fieles, va a un lugar adecuado, bien delante de la puerta, bien dentro de la misma iglesia, con tal de que la mayor parte de los fieles puedan participar cómodamente en el rito.
10. Una vez llegados al lugar elegido para la bendición, se encienden las candelas mientras se canta la antífona: Nuestro Señor llega (n. 3) o algún otro cántico apropiado.
11. Tras el saludo y la monición, el sacerdote bendice las candelas, tal como se indica más arriba en los nn. 4-5; y se hace la procesión hacia el altar, con cánticos (nn. 6-7). Para la misa se observa lo ya indicado en el n. 8.

Antífona de entrada Sal 47, 10-11
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu Nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tu diestra está llena de justicia.
Suscépimus, Deus, misericórdiam tuam in médio templi tui. Secúndum nomen tuum, Deus, ita et laus tua in fines terrae; iustítia plena est déxtera tua.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, rogamos humildemente a tu majestad que, así como tu Hijo Unigénito ha sido presentado hoy en el templo en la realidad de nuestra carne, nos concedas, de igual modo, ser presentados ante ti con el alma limpia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, maiestátem tuam súpplices exorámus, ut, sicut Unigénitus Fílius tuus hodiérna die cum nostrae carnis substántia in templo est praesentátus, ita nos fácias purificátis tibi méntibus praesentári. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la fiesta de la Presentación del Señor (Lec. IV)

PRIMERA LECTURA (opción 1) Mal 3, 1-4
Llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando
Lectura de la profecía de Malaquías

Esto dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

PRIMERA LECTURA (opción 2) Heb 2, 14-18
Tenía que parecerse en todo a sus hermanos
Lectura de la carta a los Hebreos.

Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 23, 7. 8. 9. 10 (R.: 10b)
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
Dóminus virtútum ipse est rex glóriæ.

V. ¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
Dóminus virtútum ipse est rex glóriæ.

V. ¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor, valeroso en la batalla.
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
Dóminus virtútum ipse est rex glóriæ.

V. ¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
Dóminus virtútum ipse est rex glóriæ.

V. ¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria.
R. El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria.
Dóminus virtútum ipse est rex glóriæ.

Aleluya Lc 2, 32
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. R.
Lumen ad revelatiónem gentium, et glóriam plebis tuæ Israel.

EVANGELIO Lc 2, 22-40
Mis ojos han visto a tu Salvador
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Catecismo de la Iglesia Católica
529
 La Presentación de Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13, 2. 12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante todos los pueblos".

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
XXV JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA
SANTA MISA PARA LOS CONSAGRADOS
Basílica de San Pedro. Martes, 2 de febrero de 2021
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Simeón —escribe san Lucas— «esperaba el consuelo de Israel» (Lc 2,25). Subiendo al templo, mientras María y José llevaban a Jesús, acogió al Mesías en sus brazos. Es un hombre ya anciano quien reconoce en el Niño la luz que venía a iluminar a las naciones, que ha esperado con paciencia el cumplimiento de las promesas del Señor. Esperó con paciencia.
La paciencia de Simeón. Observemos atentamente la paciencia de este anciano. Durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad. Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido, decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa ―custodiar la promesa―, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida. La esperanza de la espera se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin “sus ojos vieron la salvación” (cf. Lc 2,30).
Y yo me pregunto: ¿De dónde aprendió Simeón esta paciencia? La recibió de la oración y de la vida de su pueblo, que en el Señor había reconocido siempre al «Dios misericordioso y compasivo, que es lento para enojarse y rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6); reconoció al Padre que incluso ante el rechazo y la infidelidad no se cansa, sino que “soporta con paciencia muchos años” (cf. Ne 9,30), como dice Nehemías, para conceder una y otra vez la posibilidad de la conversión.
La paciencia de Simeón es, entonces, reflejo de la paciencia de Dios. De la oración y de la historia de su pueblo, Simeón aprendió que Dios es paciente. Con su paciencia —dice san Pablo— «nos conduce a la conversión» (Rm 2,4). Me gusta recordar a Romano Guardini, que decía: la paciencia es una forma en que Dios responde a nuestra debilidad, para darnos tiempo a cambiar (cf. Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Y, sobre todo, el Mesías, Jesús, a quien Simeón tenía en brazos, nos revela la paciencia de Dios, el Padre que tiene misericordia de nosotros y nos llama hasta la última hora, que no exige la perfección sino el impulso del corazón, que abre nuevas posibilidades donde todo parece perdido, que intenta abrirse paso en nuestro interior incluso cuando cerramos nuestro corazón, que deja crecer el buen trigo sin arrancar la cizaña. Esta es la razón de nuestra esperanza: Dios nos espera sin cansarse nunca. Dios nos espera sin cansarse jamás. Este es el motivo de nuestra esperanza Cuando nos extraviamos, viene a buscarnos; cuando caemos por tierra, nos levanta; cuando volvemos a Él después de habernos perdido, nos espera con los brazos abiertos. Su amor no se mide en la balanza de nuestros cálculos humanos, sino que nos infunde siempre el valor de volver a empezar. Nos enseña la resiliencia, el valor de volver a empezar. Siempre, todos los días. Después de las caídas, volver a empezar siempre. Él es paciente.
Y miramos nuestra paciencia. Fijémonos en la paciencia de Dios y la de Simeón para nuestra vida consagrada. Y preguntémonos: ¿qué es la paciencia? Indudablemente no es una mera tolerancia de las dificultades o una resistencia fatalista a la adversidad. La paciencia no es un signo de debilidad: es la fortaleza de espíritu que nos hace capaces de “llevar el peso”, de soportar: soportar el peso de los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan.
Quisiera indicar tres “lugares” en los que la paciencia toma forma concreta.
La primera es nuestra vida personal. Un día respondimos a la llamada del Señor y, con entusiasmo y generosidad, nos entregamos a Él. En el camino, junto con las consolaciones, también hemos recibido decepciones y frustraciones. A veces, el entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con los resultados que esperábamos, nuestra siembra no parece producir el fruto adecuado, el fervor de la oración se debilita y no siempre somos inmunes a la sequedad espiritual. Puede ocurrir, en nuestra vida de consagrados, que la esperanza se desgaste por las expectativas defraudadas. Debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Ésta es la piedra base: Él es fiel a sus promesas. Recordar esto nos permite replantear nuestros caminos, revigorizar nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y al desencanto. Hermanos y hermanas: La tristeza interior en nosotros consagrados es un gusano, un gusano que nos come por dentro. ¡Huyan de la tristeza interior!
El segundo lugar donde la paciencia se concreta es en la vida comunitaria. Las relaciones humanas, especialmente cuando se trata de compartir un proyecto de vida y una actividad apostólica, no siempre son pacíficas, todos lo sabemos. A veces surgen conflictos y no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación: hay que saber guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad. No hay que dejarse confundir por la tempestad. En la lectura del breviario de mañana hay un pasaje hermoso de Diadoco de Foticé sobre el discernimiento espiritual, que dice: “Cuando el mar está agitado no se ven los peces, pero cuando el mar está en calma, se pueden ver”. Nunca podremos tener un buen discernimiento, ver la verdad, si nuestro corazón está agitado e impaciente. Jamás. En nuestras comunidades necesitamos esta paciencia mutua: soportar, es decir, llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus debilidades y defectos. Todos. Recordemos esto: el Señor no nos llama a ser solistas ―en la Iglesia ya hay muchos, lo sabemos―, no, no nos llama a ser solistas, sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe intentar cantar unido.
Por último, el tercer “lugar”, la paciencia ante el mundo. Simeón y Ana cultivaron en sus corazones la esperanza anunciada por los profetas, aunque tarde en hacerse realidad y crezca lentamente en medio de las infidelidades y las ruinas del mundo. No se lamentaron de todo aquello que no funcionaba, sino que con paciencia esperaron la luz en la oscuridad de la historia. Esperar la luz en la oscuridad de la historia. Esperar la luz en la oscuridad de la propia comunidad. Necesitamos esta paciencia para no quedarnos prisioneros de la queja. Algunos son especialistas en quejas, son doctores en quejas, muy buenos para quejarse. No, la queja encarcela. “El mundo ya no nos escucha” ―oímos decir esto tantas veces―, “no tenemos más vocaciones”, “vamos a tener que cerrar”, “vivimos tiempos difíciles” —“¡ah, ni me lo digas!…”—. Así empieza el dúo de las quejas. A veces sucede que oponemos a la paciencia con la que Dios trabaja el terreno de la historia, y trabaja también el terreno de nuestros corazones, la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato: ahora o nunca, ahora, ahora, ahora. Y así perdemos aquella virtud, la “pequeña” pero la más hermosa: la esperanza. He visto a muchos consagrados y consagradas perder la esperanza. Simplemente por impaciencia.
La paciencia nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y al mundo con misericordia. Podemos preguntarnos: ¿acogemos la paciencia del Espíritu en nuestra vida? En nuestras comunidades, ¿nos cargamos los unos a los otros sobre los hombros y mostramos la alegría de la vida fraterna? Y hacia el mundo, ¿realizamos nuestro servicio con paciencia o juzgamos con dureza? Son retos para nuestra vida consagrada: nosotros no podemos quedarnos en la nostalgia del pasado ni limitarnos a repetir lo mismo de siempre, ni en las quejas de cada día. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere. Y esto se hace con humildad, con simplicidad, sin mucha propaganda, sin gran publicidad.
Contemplemos la paciencia de Dios e imploremos la paciencia confiada de Simeón y también de Ana, para que del mismo modo nuestros ojos vean la luz de la salvación y la lleven al mundo entero, como la llevaron en la alabanza estos dos ancianos.
PALABRAS DEL SANTO PADRE AL FINAL DE LA MISA*
Por favor, sentaos.
Quiero agradecer al señor cardenal sus palabras que son expresión de todos, de todos los concelebrantes y de todos los participantes. Somos pocos: esta Covid nos acorrala, pero lo llevamos con paciencia. Necesitamos paciencia. Y seguir adelante, ofreciendo al Señor nuestras vidas.
Aquella joven religiosa que acababa de entrar en el noviciado estaba contenta... Encontró a una religiosa anciana, buena, santa... “¿Cómo estás?” — “¡Esto es el paraíso, Madre!”, dijo la joven. “Espera un poco: hay un purgatorio”. En la vida consagrada, en la vida comunitaria: hay un purgatorio, pero se necesita paciencia para llevarlo.
Me gustaría señalar dos cosas que os podrían ayudar: Por favor, huid del chismorreo. Lo que mata la vida comunitaria es el chismorreo. No cotilleéis de los demás. “¡No es fácil, padre, porque a veces te sale de dentro!”. Sí, sale de dentro: de la envidia, de tantos pecados capitales que tenemos dentro. Huid... “Pero, dígame padre, ¿no habrá alguna medicina? ¿Oración, bondad...?”. Sí, hay una medicina, que es muy “casera”: morderse la lengua. Antes de cotillear de los demás, muérdete la lengua, así se hinchará, te llenará la boca y no podrás hablar mal. Por favor, huid del chismorreo que destruye la comunidad.
Y luego, la otra cosa que os recomiendo en la vida comunitaria: Siempre hay tantas cosas que no nos gustan. Del superior, de la superiora, del consultor, de ese otro... Siempre tenemos cosas que no nos gustan, ¿no? No perdáis el sentido del humor, por favor: nos ayuda mucho. Es el anti-chismorreo: saber reírse de uno mismo, de las situaciones, incluso de los demás —con buen corazón—, pero sin perder el sentido del humor. Y huir del chismorreo. Esto que os recomiendo no es un consejo demasiado clerical, digamos, pero es humano: es humano para ser pacientes. No chismorrees de los demás: muérdete la lengua. Y luego, no pierdas el sentido del humor: nos ayudará mucho.
Gracias por lo que hacéis, gracias por vuestro testimonio. Gracias, muchas gracias por vuestras dificultades, por cómo las lleváis y por el mucho dolor ante las vocaciones que no llegan. Adelante, tened valor: el Señor es más grande, el Señor nos ama. ¡Vayamos tras el Señor!

Oración de los fieles
Presentemos al Señor nuestras súplicas en medio de tu templo, que somos nosotros.
- Por la Iglesia, luz de Cristo en medio del mundo, para que ilumine los pasos de los que buscan sinceramente. Roguemos al Señor.
- Por los que rigen los destinos de los pueblos, para que su gestión dé frutos de justicia y de paz. Roguemos al Señor.
- Por los enfermos y todos los que sufren, para que confíen en quien ha pasado la prueba del dolor y puede auxiliar a los que pasan por ella. Roguemos al Señor.
- Por las madres de familia, para que reciban el honor y la gratitud que merecen. Roguemos al Señor.
Por nosotros, aquí reunidos, para que nuestra fe nos libere de nuestros miedos y esclavitudes Roguemos al Señor.
Si se celebra la Jornada de la vida consagrada:
- Por todos los religiosos, los miembros de institutos seculares y de nuevas formas de vida consagrada, por el orden de las vírgenes, por cuantos han recibido el don de la llamada a la consagración: para que sigan a Cristo, renunciando al poder del mundo y sirvan a Dios y a los hermanos con espíritu de pobreza y humildad de corazón. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, escucha nuestras súplicas, que hace suyas Jesucristo, tu Hijo, a quien tú enviaste para compadecerse de nosotros, que vive y reina por los siglos de los siglos

Oración sobre las ofrendas
Te pedimos, Señor, que te sean gratos los dones presentados por la Iglesia exultante de gozo, pues has querido que tu Hijo Unigénito se ofreciera como Cordero inocente por la salvación del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Gratum tibi sit, Dómine, quaesumus, exsultántis Ecclésiae munus oblátum, qui Unigénitum Fílium tuum voluísti Agnum immaculátum tibi offérri pro saeculi vita. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

Prefacio: El misterio de la Presentación del Señor.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque tu Hijo, eterno como tú, es presentado hoy en el templo y es mostrado por el Espíritu como gloria de Israel y luz de las naciones.
Por eso, nosotros, llenos de alegría, salimos al encuentro de tu Salvador, mientras te alabamos con los ángeles y los santos cantando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Quia coaetérnus hódie in templo tuus Fílius praesentátus glória Israel et lumen géntium a Spíritu declarátur.
Unde et nos, Salutári tuo in gáudiis occurréntes, cum Angelis et Sanctis te laudámus, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo…


Antífona de comunión Lc 2, 30-31
Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.
Vidérunt óculi mei salutáre tuum, quod parásti ante fáciem ómnium populórum.

Oración después de la comunión
Por estos dones santos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente el anhelo expectante de Simeón y, así como él no vio la muerte sin haber merecido acoger antes a Cristo, concédenos alcanzar la vida eterna a quienes caminamos al encuentro del Señor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Per haec sancta quae súmpsimus, Dómine, pérfice in nobis grátiam tuam, qui exspectatiónem Simeónis implésti, ut, sicut ille mortem non vidit nisi prius Christum suscípere mererétur, ita et nos, in occúrsum Dómini procedéntes, vitam obtineámus aetérnam. Per Christum.

Se puede usar la fórmula de bendición solemne. Tiempo ordinario, III
Dios todopoderoso os bendiga con su misericordia y os llene de la sabiduría eterna.
Omnipotens Deus sua vos cleméntia benedícat, et sensum in vobis sapiéntiae salutáris infúndat.
R. Amén.
Él aumente en vosotros la fe y os dé la perseverancia en el bien obrar.
Fídei documéntis vos semper enútriat, et in sanctis opéribus, ut perseverétis, effíciat.
R. Amén.
Atraiga hacia sí vuestros pasos y os muestre el camino del amor y de la paz.
Gressus vestros ad se convértat, et viam vobis pacis et caritátis osténdat.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del 3 de febrero
S
an Blas, obispo y mártir
, que, por ser cristiano, en tiempo del emperador Licinio padeció el martirio en la ciudad de Sebaste, en la antigua Armenia, hoy Turquía. (c. 320)
San Oscar o Ansgario, obispo de Hamburgo y después también de Brema, en Sajonia, actual Alemania, que, siendo monje del monasterio de Corbie, fue designado por el papa Gregorio IV como legado para todas las tierras del norte de Europa. Anunció el Evangelio a grandes multitudes de Dinamarca y Suecia, consolidó allí la Iglesia de Cristo y, después de superar con ánimo invicto muchas dificultades, desgastado por sus trabajos murió en Brema. (865)
3. En Jerusalén, conmemoración de los santos Simeón, anciano honrado y piadoso, y Ana, viuda y profetisa, que merecieron saludar a Jesús niño como Mesías y Salvador, esperanza y redención de Israel, en el momento en que, según la ley, fue presentado en el Templo.
4. En Cartago, en la actual Túnez, san Celerino, lector y mártir, que confesó denodadamente a Cristo en la cárcel, entre azotes, cadenas y otros suplicios, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, anteriormente coronada por el martirio, y de sus tíos paterno y materno, Lorenzo e Ignacio, que, tras haber servido en campamentos militares, llegaron a ser soldados de Dios y obtuvieron del Señor palmas y coronas con su gloriosa pasión. (s. III)
5*. En Poitiers, en Aquitania, hoy Francia, san Leonio, presbítero, discípulo de san Hilario. (s. IV)
6. En Gap, en la región de Provenza, en la Galia, también Francia en la actualidad, santos Teridio y Remedio, obispos. (s. IV/V)
7. En Lyon, de nuevo en la Galia, san Lupicino, obispo, que vivió en la época de la persecución bajo los vándalos. (s. V ex.)
8*. En el monasterio de Celle, en Hanonia, en la Bélgica actual, san Adelino, presbítero y abad(c. 696)
9*. En Chester, en la región de Mercia, en Inglaterra, santa Wereburga, abadesa de Ely, fundadora de varios monasterios. (c. 700)
10*. En Meerbeke, en Brabante, hoy Bélgica, santa Berlinda, virgen, que se distinguió por su vida religiosa de pobreza y caridad. (s IX-X)
11*. En el monasterio cisterciense de Froidemont, en la región de Beauvais, en Francia, beato Helinando, monje, el cual, después de haber vivido como trovador itinerante, abrazó la vida humilde y escondida en el claustro (d. 1230)
12*. En Londres, en Inglaterra, beato Juan Nelson, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que, por haber negado la suprema potestad de la reina Isabel I en lo referente a la vida del espíritu, fue condenado a muerte y ahorcado en Tyburn. (1578)
13. En Lyon, en Francia, santa María de San Ignacio (Claudina) Thévenet, virgen, la cual, movida por la caridad, con ánimo esforzado, fundó la Congregación de Hermanas de Jesús y María, para la formación espiritual de las jóvenes, especialmente de condición humilde. (1837)
14*. En Bourg-Saint-Andéol, en la región de Viviers, en Francia, beata María Ana Rivier, virgen, que en tiempo de la Revolución Francesa, cuando se suprimieron todas las órdenes y congregaciones religiosas, instituyó la Congregación de Hermanas de la Presentación de María, para educar en la fe al pueblo cristiano. (1838)
15*. En la población de Steyl, en Holanda, beata María Elena Stollenwek, virgen, que colaboró con el beato Arnoldo Janssen en la fundación de la Congregación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo y, tras haber cesado en la función de superiora, se entregó a la adoración perpetua. (1900)
- Beato Alojs Andricki (1914- Dachau 1943). Sacerdote diocesano, mártir, ejecutado con una inyección letal en el campo de concentración de Dachau.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.