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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Jueves 6 enero 2022, Epifanía del Señor, solemnidad.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La solemnidad de la Epifanía del Señor


118. En torno a la solemnidad de la Epifanía, que tiene un origen muy antiguo y un contenido muy rico, han nacido y se han desarrollado muchas tradiciones y expresiones genuinas de piedad popular. Entre estas se pueden recordar:
- el solemne anuncio de la Pascua y de las fiestas principales del año; la recuperación de este anuncio, que se está realizando en diversos lugares, se debe favorecer, pues ayuda a los fieles a descubrir la relación entre la Epifanía y la Pascua, y la orientación de todas las fiestas hacia la mayor de las solemnidades cristianas;
- el intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces en el episodio evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús (cfr. Mt 2,11), y en un sentido más radical, en el don que Dios Padre ha concedido a la humanidad con el nacimiento entre nosotros del Enmanuel (cfr. Is 7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el intercambio de regalos con ocasión de la Epifanía mantenga un carácter religioso, muestre que su motivación última se encuentra en la narración evangélica: esto ayudará a convertir el regalo en una expresión de piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de lujo, ostentación y despilfarro, que son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las casas, sobre cuyas puertas se traza la cruz del Señor, el número del año comenzado, las letras iniciales de los nombres tradicionales de los santos Magos (C+M+B) [en algunas lenguas], explicadas también como siglas de "Christus mansinem benedicat", escritas con una tiza bendecida; estos gestos, realizados por grupos de niños acompañados de adultos, expresan la invocación de la bendición de Cristo por intercesión de los santos Magos y a la vez son una ocasión para recoger ofrendas que se dedican a fines misioneros y de caridad;
- las iniciativas de solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como los Magos, vienen de regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no cristianos, la piedad popular adopta una actitud de comprensión acogedora y de solidaridad efectiva;
- la ayuda a la evangelización de los pueblos; el fuerte carácter misionero de la Epifanía ha sido percibido por la piedad popular, por lo cual, en este día tienen lugar iniciativas a favor de las misiones, especialmente las vinculadas a la "Obra misionera de la Santa Infancia", instituida por la Sede Apostólica;
- la designación de Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas y cofradías existe la costumbre de asignar a cada uno de los miembros un Santo bajo cuyo patrocinio se pone el año recién comenzado.

CALENDARIO

+ JUEVES. EPIFANÍA DEL SEÑOR, solemnidad

Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la que se recuerdan tres manifestaciones del gran Dios y Señor nuestro Jesucristo: en Belén, Jesús niño, al ser adorado por los magos; en el Jordán, bautizado por Juan, al ser ungido por el Espíritu Santo y llamado Hijo por Dios Padre; y en Caná de Galilea, donde manifestó su gloria transformando el agua en vino en unas bodas (elog. del Martirologio Romano).

Misa del día de la solemnidad (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. de Epifanía, embolismos propios en las PP.EE. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. I (B).
- Is 60, 1-6. La gloria del Señor amanece sobre ti.
- Sal 71. R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
- Ef 3, 2-3a. 5-6. Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa.
- Mt 2, 1-12. Venimos a adorar al Rey.

Hoy se nos revela, por la estrella que guió a los Magos de Oriente hasta Cristo (Ev.), que la salvación no es solo para los judíos sino también para todo el mundo. En la adoración de los Magos se cumple la profecía de Isaías: «La gloria del Señor amanece sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora» (1 lect.). La estrella simboliza la luz de la fe. Hoy en Cristo, para luz de los pueblos, se revela el misterio de nuestra salvación, pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal, hemos sido hechos partícipes de la gloria de su inmortalidad (cf. Pf.). Llevemos a todo el mundo la luz de Cristo, que nos salva, anunciando su Evangelio.

* COLECTA DEL CATEQUISTA NATIVO (pontificia: Congregación para la Evangelización de los Pueblos) y COLECTA DEL IEME (de la CEE, optativa): Liturgia del día, mon. justificativa de la colecta y colecta.
* Después del Evangelio se anuncian las fiestas movibles del año en curso.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de la solemnidad. Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 7 de enero, pág. 97.
CALENDARIOS: Pamplona y Tudela: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Francisco Pérez González, arzobispo (1996).

TEXTOS MISA

6 de enero
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Solemnidad
Misa del día

Antífona de entrada Cf. Mal 3, 1; 1 Cro 19, 12
Mirad que llega el Señor que domina; en su mano está el reino y el poder y la fuerza.
Ecce advénit Dominátor Dóminus; et regnum in manu eius et potéstas et impérium.

Monición de entrada
Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor, su manifestación a todas las gentes. Como los Magos, también nosotros hemos legado hasta aquí, guiados por la estrella de nuestra fe. Y aquí nos encontramos con el Señor.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que revelaste en este día tu Unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui hodiérna die Unigénitum tuum géntibus stella duce revelásti, concéde propítius, ut, qui iam te ex fide cognóvimus, usque ad contemplándam spéciem tuae celsitúdinis perducámur. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la solemnidad de la Epifanía del Señor (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Is 60, 1-6
La Gloria del Señor amanece sobre ti
Lectura del libro de Isaías.

¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos.
Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 71, 1bc-2. 7-8. 10-11. 12-13 (R.: cf. 11)
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Adorábunt te, Dómine, omnes gentes terræ.

V. Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Adorábunt te, Dómine, omnes gentes terræ.

V. En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Adorábunt te, Dómine, omnes gentes terræ.

V. Los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
postrense ante él todos los reyes,
y sirvanle todos los pueblos.
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Adorábunt te, Dómine, omnes gentes terræ.

V. Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenla protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.
R. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos dé la tierra.
Adorábunt te, Dómine, omnes gentes terræ.

SEGUNDA LECTURA Ef 3, 2-3a. 5-6
Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos de la promesa
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

Hermanos:
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Cf. Mt 2, 2
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Hemos visto salir su estrella y venimos a adorar al Señor. R.
Vídimus stellam eius in oriénte, et vénimus adoráre Dóminum.

EVANGELIO Mt 2, 1-12
Venimos a adorar al Rey
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

ANUNCIO DE LAS FIESTAS MÓVILES DEL AÑO
6 de enero de 2022
De acuerdo a los usos del lugar y tras el canto del Evangelio, un diácono u otro ministro subirá al ambón y desde allí anunciará al pueblo la relación de fiestas móviles del año en curso:
Queridos hermanos:
La gloria del Señor se ha manifestado y se continuará manifestando entre nosotros, hasta el día de su retorno glorioso. En la sucesión de las diversas fiestas y solemnidades del tiempo, recordamos y vivimos los misterios de la salvación. Centro de todo el año litúrgico es el Triduo pascual del Señor crucificado, sepultado y resucitado, que este año culminará en la noche santa de Pascua que, con gozo, celebraremos el día 17 de abril. Cada domingo, Pascua semanal, la santa Iglesia hará presente este mismo acontecimiento, en el cual Cristo ha vencido al pecado y la muerte.
De la Pascua fluyen, como de su manantial, todos los demás días santos: el Miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma, que celebraremos el día 2 de marzo. La Ascensión del Señor, que este año será el 29 de mayo. El Domingo de Pentecostés, que este año coincidirá con el día 5 de junio. El primer domingo de Adviento, que celebraremos el día 27 de noviembre.
También en las fiestas de la Virgen María, Madre de Dios, de los apóstoles, de los santos y en la conmemoración de todos los fieles difuntos, la Iglesia, peregrina en la tierra, proclama la Pascua de su Señor.
A él, el Cristo glorioso, el que es, el que era y ha de venir, al del tiempo y de la historia, el honor y la gloria por los siglos de los siglos.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pedro. Miércoles, 6 de enero de 2021

El evangelista Mateo subraya que los magos, cuando llegaron a Belén, «vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Adorar al Señor no es fácil, no es un hecho inmediato: exige una cierta madurez espiritual, y es el punto de llegada de un camino interior, a veces largo. La actitud de adorar a Dios no es espontánea en nosotros. Sí, el ser humano necesita adorar, pero corre el riesgo de equivocar el objetivo. En efecto, si no adora a Dios adorará a los ídolos ―no existe un punto intermedio, o Dios o los ídolos; o diciéndolo con una frase de un escritor francés: “Quien no adora a Dios, adora al diablo” (Léon Bloy)―, y en vez de creyente se volverá idólatra. Y es asís, aut aut.
En nuestra época es particularmente necesario que, tanto individual como comunitariamente, dediquemos más tiempo a la adoración, aprendiendo a contemplar al Señor cada vez mejor. Se ha perdido un poco el sentido de la oración de adoración, debemos recuperarlo, ya sea comunitariamente como también en la propia vida espiritual. Hoy, por lo tanto, pongámonos en la escuela de los magos, para aprender de ellos algunas enseñanzas útiles: como ellos, queremos ponernos de rodillas y adorar al Señor. Adorarlo en serio, no como dijo Herodes: “Avísenme dónde se encuentra para que vaya a adorarlo”. No, este tipo de adoración no funciona. De verdad.
De la liturgia de la Palabra de hoy entresacamos tres expresiones, que pueden ayudarnos a comprender mejor lo que significa ser adoradores del Señor. Estas expresiones son: “levantar la vista”, “ponerse en camino” y “ver”. Estas tres expresiones nos ayudarán a entender qué significa ser adoradores del Señor.
La primera expresión, levantar la vista, nos la ofrece el profeta Isaías. A la comunidad de Jerusalén, que acababa de volver del exilio y estaba abatida a causa de tantas dificultades, el profeta les dirige este fuerte llamado: «Levanta la vista en torno, mira» (60,4). Es una invitación a dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias preocupaciones. Para adorar al Señor es necesario ante todo “levantar la vista”, es decir, no dejarse atrapar por los fantasmas interiores que apagan la esperanza, y no hacer de los problemas y las dificultades el centro de nuestra existencia. Eso no significa que neguemos la realidad, fingiendo o creyendo que todo está bien. No. Se trata más bien de mirar de un modo nuevo los problemas y las angustias, sabiendo que el Señor conoce nuestras situaciones difíciles, escucha atentamente nuestras súplicas y no es indiferente a las lágrimas que derramamos.
Esta mirada que, a pesar de las vicisitudes de la vida, permanece confiada en el Señor, genera la gratitud filial. Cuando esto sucede, el corazón se abre a la adoración. Por el contrario, cuando fijamos la atención exclusivamente en los problemas, rechazando alzar los ojos a Dios, el miedo invade el corazón y lo desorienta, dando lugar a la rabia, al desconcierto, a la angustia y a la depresión. En estas condiciones es difícil adorar al Señor. Si esto ocurre, es necesario tener la valentía de romper el círculo de nuestras conclusiones obvias, con la conciencia de que la realidad es más grande que nuestros pensamientos. Levanta la vista en torno, mira: el Señor nos invita sobre todo a confiar en Él, porque cuida realmente de todos. Por tanto, si Dios viste tan bien la hierba, que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más hará por nosotros? (cf. Lc 12,28). Si alzamos la mirada hacia el Señor, y contemplamos la realidad a su luz, descubriremos que Él no nos abandona jamás: «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) y permanece siempre con nosotros, todos los días (cf. Mt 28,20). Siempre.
Cuando elevamos los ojos a Dios, los problemas de la vida no desaparecen, no, pero sentimos que el Señor nos da la fuerza necesaria para afrontarlos. “Levantar la vista”, entonces, es el primer paso que nos dispone a la adoración. Se trata de la adoración del discípulo que ha descubierto en Dios una alegría nueva, una alegría distinta. La del mundo se basa en la posesión de bienes, en el éxito y en otras cosas por el estilo, siempre con el “yo” al centro. La alegría del discípulo de Cristo, en cambio, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, cuyas promesas nunca fallan, a pesar de las situaciones de crisis en las que podamos encontrarnos. Y es ahí, entonces, que la gratitud filial y la alegría suscitan el anhelo de adorar al Señor, que es fiel y nunca nos deja solos.
La segunda expresión que nos puede ayudar es ponerse en camino. Levantar la vista [la primera]; la segunda: ponerse en camino. Antes de poder adorar al Niño nacido en Belén, los magos tuvieron que hacer un largo viaje. Escribe Mateo: «Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”» (Mt 2,1-2). El viaje implica siempre una trasformación, un cambio. Después del viaje ya no somos como antes. En el que ha realizado un camino siempre hay algo nuevo: sus conocimientos se han ampliado, ha visto personas y cosas nuevas, ha experimentado el fortalecimiento de su voluntad al enfrentar las dificultades y los riesgos del trayecto. No se llega a adorar al Señor sin pasar antes a través de la maduración interior que nos da el ponernos en camino.
Llegamos a ser adoradores del Señor mediante un camino gradual. La experiencia nos enseña, por ejemplo, que una persona con cincuenta años vive la adoración con un espíritu distinto respecto a cuando tenía treinta. Quien se deja modelar por la gracia, normalmente, con el pasar del tiempo, mejora. El hombre exterior se va desmoronando —dice san Pablo—, mientras el hombre interior se renueva día a día (cf. 2 Co 4,16), preparándose para adorar al Señor cada vez mejor. Desde este punto de vista, los fracasos, las crisis y los errores pueden ser experiencias instructivas, no es raro que sirvan para hacernos caer en la cuenta de que sólo el Señor es digno de ser adorado, porque solamente Él satisface el deseo de vida y eternidad presente en lo íntimo de cada persona. Además, con el paso del tiempo, las pruebas y las fatigas de la vida —vividas en la fe— contribuyen a purificar el corazón, a hacerlo más humilde y por tanto más dispuesto a abrirse a Dios. También los pecados, también la conciencia de ser pecadores, de descubrir cosas muy feas. “Sí, pero yo hice esto… cometí…” Si aceptas esto con fe y con arrepentimiento, con contrición, te ayudará a crecer. Dice Pablo que todo, todo, ayuda al crecimiento espiritual, al encuentro con Jesús; también los pecados, también. Y añade santo Tomás “Etiam mortalia”, aún los pecados más feos, los peores. Si tú lo afrontas con arrepentimiento, te ayudará en este viaje hacia el encuentro con el Señor y a adorarlo mejor.
Como los magos, también nosotros debemos dejarnos instruir por el camino de la vida, marcado por las inevitables dificultades del viaje. No permitamos que los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento. Por el contrario, reconociéndolos con humildad, nos deben servir para avanzar hacia el Señor Jesús. La vida no es una demostración de habilidades, sino un viaje hacia Aquel que nos ama. No tenemos que andar enseñando en cada momento de la vida nuestra credencial de virtudes. Con humildad, debemos dirigirnos hacia el Señor. Mirando al Señor, encontraremos la fuerza para seguir adelante con alegría renovada.
Y llegamos a la tercera expresión: ver. Levantar la vista, ponerse en camino, ver. El evangelista escribe: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). La adoración era el homenaje reservado a los soberanos, a los grandes dignatarios. Los magos, en efecto, adoraron a Aquel que sabían que era el rey de los judíos (cf. Mt 2,2). Pero, de hecho, ¿qué fue lo que vieron? Vieron a un niño pobre con su madre. Y sin embargo estos sabios, llegados desde países lejanos, supieron trascender aquella escena tan humilde y corriente, reconociendo en aquel Niño la presencia de un soberano. Es decir, fueron capaces de “ver” más allá de la apariencia. Arrodillándose ante el Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior: abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus corazones.
Para adorar al Señor es necesario “ver” más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso. Herodes y los notables de Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia. Ven pero no saben mirar ―no digo que no crean, sería demasiado― pero no saben mirar porque su capacidad es esclava de la apariencia y en busca de entretenimiento. La mundanidad sólo da valor a las cosas sensacionales, a las cosas que llaman la atención de la masa. En cambio, en los magos vemos una actitud distinta, que podríamos definir como realismo teologal ―una palabra demasiado “alta”, pero podemos decir así, un realismo teologal―. Este percibe con objetividad la realidad de las cosas, llegando finalmente a la comprensión de que Dios se aparta de cualquier ostentación. El Señor está en la humildad, el Señor es como aquel niño humilde, que huye de la ostentación, que es el resultado de la mundanidad. Este modo de “ver” que trasciende lo visible, hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz, busca al Señor. Nosotros, por eso, como escribe el apóstol Pablo, «no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno» (2 Co 4,18).Que el Señor Jesús nos haga verdaderos adoradores suyos, capaces de manifestar con la vida su designio de amor, que abraza a toda la humanidad. Pidamos para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia la gracia de aprender a adorar, de continuar adorando, de practicar mucho esta oración de adoración, porque sólo Dios debe ser adorado.

DIRECTORIO HOMILÉTICO
Solemnidad de la Epifanía
124. La triple dimensión de la Epifanía (la visita de los Magos, el Bautismo de Cristo y el milagro de Caná) es particularmente evidente en la Liturgia de las Horas de la Epifanía, así como en los días próximos a la misma. En la tradición latina, además, la Liturgia Eucarística se concentra en el evangelio de los Magos. En la semana posterior, la fiesta del Bautismo del Señor enfoca esta dimensión de la Epifanía del Señor. En el Año C, el domingo siguiente al del Bautismo presenta como evangelio la Narración de las Bodas de Caná.
125. Las tres lecturas de la Misa de la Epifanía representan otros tres géneros diversos de lecturas bíblicas. La primera lectura, tomada del profeta Isaías, es una poesía de gozo. La segunda, de la carta de san Pablo a los Efesios, es una precisa afirmación teológica pronunciada en el lenguaje más que técnico de Pablo. El Evangelio es una dramática narración de los acontecimientos, en los que cada detalle está lleno de significado simbólico. Todos juntos desvelan la Fiesta y la definen como Epifanía. Al escuchar su proclamación y, con la ayuda del Espíritu, su más profunda comprensión dan lugar a la celebración de la Epifanía. La Palabra de Dios revela al mundo entero el significado fundamental del Nacimiento de Jesucristo. La Navidad, iniciada el 25 de diciembre, alcanza ahora su ápice en el día de la Epifanía: Cristo es revelado a todas las gentes.
126. El homileta podría comenzar con el pasaje de san Pablo, bastante breve pero de extrema intensidad, que ofrece una precisa declaración de qué es la Epifanía. Pablo nos narra su singular encuentro con Jesús resucitado camino de Damasco, de donde proviene todo. Explica todo lo que le ha sucedido como una «revelación», es decir, una comprensión de los acontecimientos, nueva e inesperada, transmitida con la autoridad divina en el encuentro con el Señor Jesús, y no, por tanto, una simple opinión personal. San Pablo llama también a esta revelación «gracia» y «misión», un tesoro que le ha sido confiado para el bien de los demás. Además, define lo que le ha sido comunicado como "el Misterio". Este "Misterio" es algo desconocido en el pasado, velado a nuestra comprensión, de alguna manera escondido en los acontecimientos, pero ahora - ¡y es este, justamente, el anuncio de Pablo! -viene ahora revelado, ahora se da a conocer. ¿En qué consiste el significado escondido a las generaciones pasadas y ahora revelado? Es esta, pues, la afirmación de la Epifanía: «que también los gentiles son coherederos [con los judíos] miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Espíritu». Esto es un enorme cambio en el mundo del pensamiento del celoso fariseo Saulo, un tiempo convencido que la escrupulosa observancia de la Ley judía era el único camino de Salvación. Pero ahora Pablo anuncia el «Evangelio», inesperada Buena Noticia en Cristo Jesús. Sí, Jesús es el cumplimiento de todas las promesas de Dios al pueblo judío; sin esto no se le puede comprender. Ahora, por el contrario, «también los gentiles son coherederos [con los judíos] miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Espíritu».
127. De hecho, los acontecimientos referidos en la narración de Mateo, que ha sido elegida para la Epifanía, son la realización de lo que Pablo ha dicho en su carta. Guiados por una estrella llegan a Jerusalén los Magos, sabios religiosos gentiles, estudiosos de notables tradiciones sapienciales en las que la humanidad entera busca, con un gran deseo, al desconocido Creador y Señor de todas las cosas. Representan todas las naciones y no han encontrado su camino hacia Jerusalén siguiendo las escrituras judías sino un signo maravilloso en el cielo que les ha señalado un acontecimiento de dimensiones cósmicas. Su sabiduría no-judía ha permitido a los Magos comprender tantas cosas. «Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle». En la última fase de su viaje, para llegar a la conclusión precisa de sus investigaciones, necesitan de las escrituras judías, y la identificación profética de Belén como el lugar del Nacimiento del Mesías. Una vez que han tomado esto de las escrituras judías, el signo cósmico les indica de nuevo el camino. «De pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el Niño». En los Magos llega hasta Belén el deseo de Dios de toda la humanidad, encontrando allí «al Niño con María, su madre».
128. En este punto de la narración de Mateo cuando puede ser introducida, a modo de comentario, la poesía de Isaías. Los tonos de gozo ayudan a entender la maravilla de este momento. «¡Levántate, brilla, Jerusalén!» exhorta el profeta, «que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti». La redacción originaria de este texto se coloca en una circunstancia histórica bien precisa: el pueblo de Israel tiene necesidad de levantarse de un oscuro capítulo de su historia. Pero ahora, aplicado a los Magos delante de Jesús, alcanza un cumplimiento mucho más allá de lo imaginable. La luz, la gloria y el esplendor: la estrella que guía a los Magos. O, más bien, el mismo Jesús es «la luz de todos los hombres y la gloria de su pueblo Israel». «Levántate, Jerusalén» dice el profeta. Sí, pero ahora sabemos, por medio de la revelación de san Pablo, que si la exhortación está dirigida a Jerusalén (principio que se puede aplicar a cualquier parte de las Escrituras), la referencia no se puede aplicar simplemente a la ciudad histórica y terrenal. «Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa [con los judíos] en Jesucristo, por el Evangelio». Y de este modo, bajo el título «Jerusalén» la exhortación va dirigida a todas las gentes. La Iglesia, reunida de todas las naciones es llamada, «Jerusalén». Todas las almas bautizadas, en su interior, son llamadas, «Jerusalén». Se cumple, de este modo, lo que ha sido profetizado en los Salmos: «¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!» y «todas mis fuentes están en ti» (Sal 87, 3, 7).
129. Y así en Epifanía las tocantes palabras del profeta se dirigen a todas las asambleas de cristianos creyentes. «¡Que llega tu luz, Jerusalén!». Cada uno de los fieles, con la ayuda del homileta, ¡deberá escuchar estas palabras en lo profundo de su corazón! "Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti". El homileta tiene la función de exhortar a los fieles para dejar atrás los modos indolentes y las visiones poco abiertas a la esperanza. «Levanta la vista entorno, mira: todos esos se han reunido, vienen a ti». Es decir, a los cristianos se les ha dado todo lo que el mundo entero busca. Una gran multitud de gentes llegará a la gracia en la que nosotros ya nos encontramos. Justamente proclamamos en el salmo responsorial: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra».
130. Nuestra reflexión podría ir de la poesía de Isaías a la narración de Mateo. Los Magos nos sirven de ejemplo en el modo de acercarnos al Niño. "Vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron". Hemos entrado en la Sagrada Liturgia para hacer lo mismo. El homileta haría bien recordando a los fieles que, al acercarse a la comunión en el día de la Epifanía, tendrían que pensar que ellos mismos han llegado al lugar, y que están delante de la persona hacia la que la estrella y las Escrituras les han conducido. Y por tanto, que ofrezcan a Jesús el oro de su amor, el uno por el otro, el incienso de su fe, con el que lo reconocen como el Dios-con- nosotros, y la mirra, que expresa su voluntad de morir al pecado y ser sepultados con Él para resucitar a la vida eterna. E incluso, como los Magos, sentirnos exhortados a volver a casa siguiendo otro camino. Que puedan olvidarse de Herodes, malvado impostor, y de todo lo que les ha pedido que hicieran. ¡En esta Fiesta han visto al Señor! "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!". El homileta podría aún animarlos, como hizo san León hace tantos siglos, a que imiten la función de la estrella. Como la estrella, gracias a su fulgor, llevó a los gentiles a Cristo, del mismo modo, esta asamblea, con el esplendor de la fe, de la alabanza y de las buenas obras, debe resplandecer en este mundo de tinieblas como un astro luminoso. «Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor».
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclos ABC. Solemnidad de la Epifanía del Señor.
La Epifanía del Señor
528 La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cf. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos "magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm. 23) y adquiere la "israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26: oración después de la tercera lectura).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
Cristo, luz de las naciones
280 La creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, "al principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1, 1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo (cf. Rm 8, 18-23).
529 La Presentación de Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (cf. Ex 13, 2. 12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo de contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado "ante todos los pueblos".
748 "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución dogmática sobre la Iglesia" del Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6, 11) y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 3, 7-Hb 4, 11; Sal 95, 7). Este "hoy" del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
"La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística" (S. Hipólito, pasc. 1 – 2).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14), él es la "luz del mundo" (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14, 26) y que conduce "a la verdad completa" (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad: "Sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5, 37).
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
La Iglesia, el sacramento de la unidad del género humano
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rm 11, 28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn 11, 52; Jn 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rm 11, 17-18. 24).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este le responde con solemnidad "no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco: "Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles… " (Ga 1, 15-16). "Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1Ts 1, 10), el centro de la fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1Co 15, 28).
755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par. ; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
767 "Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante la predicación" (AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2, 5–6).
774 La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término "sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo") (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
781 En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo… , es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
831 Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19):
Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos… Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu (LG 13).

Monición al Credo
Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.
Confesamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la unidad de la santa Iglesia.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que distribuye su gracia por Jesucristo, su Hijo.
- Por la Iglesia, extendida de oriente a occidente, para que, arraigando en todas las culturas, sea signo de salvación para todos los pueblos. Roguemos al Señor.
- Por las naciones que todavía no han recibido la Buena Nueva de Cristo, para que brille sobre ellas la estrella que conduce a la salvación. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren sin esperanza, los que buscan sin fe, los que aman a Dios sin saberlo, para que se les manifieste e ilumine sus vidas Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos ante el Señor, como los Magos, para ofrecerle el homenaje de nuestra adoración, para que alumbre nuestros corazones y seamos luz de Cristo en medio del mundo. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, que has confiado tu juicio a Jesucristo, tu Hijo, escuchanos y apiádate de nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Mira propicio, Señor, los dones de tu Iglesia que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo que, en estas ofrendas, se manifiesta, se inmola y se da en alimento. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Ecclésiae tuae, quaesumus, Dómine, dona propítius intuére, quibus non iam aurum, thus et myrrha profértur, sed quod eísdem munéribus declarátur, immolátur et súmitur, Iesus Christus. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

PREFACIO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
CRISTO, LUZ DE LOS PUEBLOS
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación; y al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos renovaste con la gloria de su inmortalidad.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Quia ipsum in Christo salútis nostrae mystérium hódie ad lumen géntium revelásti, et, cum in substántia nostrae mortalitátis appáruit, nova nos immortalitátis eius glória reparásti.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO. Se dice Reunidos en comunión propio.

Antífona de comunión Cf. Mt 2, 2
Hemos visto salir su estrella en Oriente y venimos con regalos a adorar al Señor.
Vídimus stellam eius in Oriénte, et vénimus cum munéribus adoráre Dóminum.

Oración después de la comunión
Que tu luz, Señor, nos prepare siempre y en todo lugar, para que contemplemos con mirada limpia y recibamos con amor sincero el misterio del que has querido hacernos partícipes. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Caelésti lúmine, quaesumus, Dómine, semper et ubíque nos praeveni, ut mystérium, cuius nos partícipes esse voluísti, et puro cernámus intúitu, et digno percipiámus afféctu. Per Christum.

Se puede usar la Bendición solemne. Epifanía del Señor
Dios, que os llamó de las tinieblas a su luz admirable, derrame abundantemente sus bendiciones sobre vosotros y afiance vuestros corazones en la fe, la esperanza y la caridad.
Deus, qui vos de ténebris vocávit in admirábile lumen suum, suam vobis benedictiónem benígnus infúndat, et corda vestra fide, spe et caritáte stabíliat.
R. Amén.
Y él, a todos vosotros, fieles seguidores de Cristo, manifestado hoy al mundo como luz en la tiniebla, os haga testigos de la verdad ante los hermanos.
Et quia Christum sequímini confidénter, qui hódie mundo appáruit lux relúcens in ténebris, fáciat et vos lucem esse frátribus vestris.
R. Amén.
Y así, cuando termine vuestra peregrinación por este mundo, lleguéis a encontraros con Cristo, luz de luz, a quien los Magos, guiados por la estrella, contemplaron con inmensa alegría.
Quátenus, peregrinatióne perácta, perveniátis ad eum, quem magi stella praevia quaesiérunt, et gáudio magno, lucem de luce, Christum Dóminum invenérunt.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 7 de enero
S
an Raimundo de Peñafort
, presbítero de la Orden de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy acertado sobre el sacramento de la Penitencia. Elegido maestro general de la Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones, y tras llegar a edad muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España. (1275)
2. En Melitene, ciudad de la antigua Armenia, san Polieuto, mártir, que, siendo soldado, a raíz del decreto del emperador Decio que obligaba a sacrificar a los dioses, rompió los ídolos, por lo cual fue cruelmente martirizado y, finalmente decapitado, recibiendo así el bautismo con su propia sangre. (c. 250)
3. En la ciudad de Nicomedia, en Bitinia, actualmente Turquía, pasión de san Luciano, presbítero de la Iglesia de Antioquía y mártir, el cual, ilustre por su doctrina y elocuencia, al ser llevado ante el tribunal, en medio de continuos interrogatorios acompañados de tormentos, se mantuvo intrépido en confesarse cristiano. (312)
4*. En Passau, en la antigua provincia romana de Nórico, hoy Alemania, san Valentín, obispo de la Recia. (c. 450)
5. En Pavía, ciudad de la Liguria (hoy Italia), san Crispino, obispo (467).
6*. En Chur, en el territorio de Helvecia, actual Suiza, san Valentiniano, obispo, que con gran generosidad repartió limosnas entre los pobres, redimió a los cautivos y vistió a los desnudos. (548)
7*. En el monasterio de Solignac, en la región de Limoges, en Aquitania, hoy Francia, san Tilón, discípulo de san Eloy, que fue orfebre y monje. (c. 702)
8*. En Constantinopla, actual Estambul, en Turquía, san Ciro, obispo, el cual, siendo monje en Paflagonia, fue elegido para ocupar la sede constantinopolitana, pero, depuesto luego de la misma, murió finalmente en el destierro. (714)
9*. En Cenomanum, hoy Le Mans, en Francia, san Alderico, obispo, que se esforzó en promover el culto a Dios y a los santos. (856)
10. En los bosques cercanos a Ringsted, en Dinamarca, san Canuto, apellidado Lavard, quien, hecho duque de Schleswig, ejerció el poder con equidad y justicia, favoreciendo la piedad de su pueblo. Murió asesinado por enemigos que rechazaban su autoridad. (1131)
11*. En Palermo, ciudad de Sicilia, en Italia, tránsito del beato Mateo Guimerá, obispo de Agrigento, de la Orden de los Hermanos Menores, propagador devoto del Santísimo Nombre de Jesús. (1351)
12*. En Suzute, en Japón, beato Ambrosio Fernández, mártir, que se dirigió a tierras de Oriente con fines de lucro, pero, convertido, fue admitido como religioso en la Compañía de Jesús y, después de haber sufrido muchas privaciones, murió por Cristo en la cárcel. (1620)
13. En la aldea An Bai, en Tonkín, hoy Vietnam, san José Tuân, mártir, el cual, padre de familia y agricultor, por arrodillarse y orar ante una cruz, negándose a pisotearla, fue decapitado en tiempo del emperador Tu Duc. (1862)
14*. En la ciudad de Lieja, en Bélgica, beata María Teresa (Juana) Haze, virgen, fundadora de la Congregación de la Hijas de la Cruz, al servicio de las personas débiles y pobres. (1876)
Beata Lindalva Justo de Oliveira (1953- San Salvador de Bahía, Brasil 1993). Virgen y mártir. Religiosa de las Hijas de la Caridad.

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