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sábado, 25 de diciembre de 2021

Sábado 29 enero 2022, Sábado de la III semana del Tiempo Ordinario del Tiempo Ordinario o santa María en sábado, memoria libre.

SOBRE LITURGIA

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro. Miércoles 30 de mayo de 2012

En Jesucristo el «sí» fiel de Dios y el «amén» de la Iglesia (2 Co 1, 3-14.19-20)

Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos meditando sobre la oración en las cartas de san Pablo y tratamos de ver la oración cristiana como un verdadero encuentro personal con Dios Padre, en Cristo, mediante el Espíritu Santo. Hoy, en este encuentro, entran en diálogo el «sí» fiel de Dios y el «amén» confiado de los creyentes. Quiero subrayar esta dinámica, reflexionando sobre la Segunda Carta a los Corintios. San Pablo envía esta apasionada Carta a una Iglesia que en repetidas ocasiones puso en tela de juicio su apostolado, y abre su corazón para que los destinatarios tengan la seguridad de su fidelidad a Cristo y al Evangelio. Esta Segunda Carta a los Corintios comienza con una de las oraciones de bendición más elevadas del Nuevo Testamento. Reza así: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Co 1, 3-4).

Así pues, san Pablo VIve en gran tribulación; son muchas las dificultades y las aflicciones que ha tenido que atravesar, pero nunca ha cedido al desaliento, sostenido por la gracia y la cercanía del Señor Jesucristo, para el cual se había convertido en apóstol y testigo poniendo en sus manos toda su existencia. Precisamente por esto, san Pablo comienza esta Carta con una oración de bendición y de acción de gracias a Dios, porque en ningún momento de su vida de apóstol de Cristo sintió que le faltara el apoyo del Padre misericordioso, del Dios de todo consuelo. Sufrió terriblemente, lo dice en esta Carta, pero en todas esas situaciones, donde parecía que ya no se abría un camino ulterior, recibió de Dios consuelo y fortaleza. Por anunciar a Cristo sufrió incluso persecuciones, hasta el punto de ser encarcelado, pero siempre se sintió libre interiormente, animado por la presencia de Cristo, deseoso de anunciar la palabra de esperanza del Evangelio. Desde la cárcel, encadenado, escribe a Timoteo, su fiel colaborador: «La Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús» (2 Tm 2, 9b-10). Al sufrir por Cristo, experimenta el consuelo de Dios. Escribe: «Lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1, 5).

En la oración de bendición que introduce la Segunda Carta a los Corintios domina, por tanto, junto al tema de las aflicciones, el tema del consuelo, que no ha de entenderse sólo como simple consolación, sino sobre todo como aliento y exhortación a no dejarse vencer por la tribulación y las dificultades. La invitación es a vivir toda situación unidos a Cristo, que carga sobre sí todo el sufrimiento y el pecado del mundo para traer luz, esperanza y redención. Así Jesús nos hace capaces de consolar, a nuestra vez, a aquellos que se encuentran en toda clase de aflicción. La profunda unión con Cristo en la oración, la confianza en su presencia, disponen a compartir los sufrimientos y las aflicciones de los hermanos. San Pablo escribe: «¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién tropieza sin que yo me encienda?» (2 Co 11, 29). Esta actitud de compartir no nace de una simple benevolencia, ni sólo de la generosidad humana o del espíritu de altruismo, sino que brota del consuelo del Señor, del apoyo inquebrantable de la «fuerza extraordinaria que proviene de Dios y no de nosotros» (cf. 2 Co 4, 7).

Queridos hermanos y hermanas, nuestra vida y nuestro camino a menudo están marcados por dificultades, incomprensiones y sufrimientos. Todos lo sabemos. En la relación fiel con el Señor, en la oración constante, diaria, también nosotros podemos sentir concretamente el consuelo que proviene de Dios. Y esto refuerza nuestra fe, porque nos hace experimentar de modo concreto el «sí» de Dios al hombre, a nosotros, a mí, en Cristo; hace sentir la fidelidad de su amor, que llega hasta el don de su Hijo en la cruz. San Pablo afirma: «El Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros por mí, por Silvano y por Timoteo, no fue “sí” y “no”, sino que en él sólo hubo “sí”. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su “sí” en él. Así, por medio de él, decimos nuestro “amén” a Dios, para gloria suya a través de nosotros» (2 Co 1, 19-20). El «sí» de Dios no es parcial, no pasa del «sí» al «no», sino que es un sencillo y seguro «sí». Y a este «sí» nosotros correspondemos con nuestro «sí», con nuestro «amén», y así estamos seguros en el «sí» de Dios.

La fe no es, primariamente, acción humana, sino don gratuito de Dios, que arraiga en su fidelidad, en su «sí», que nos hace comprender cómo vivir nuestra existencia amándolo a él y a los hermanos. Toda la historia de la salvación es un progresivo revelarse de esta fidelidad de Dios, a pesar de nuestras infidelidades y nuestras negaciones, con la certeza de que «los dones y la llamada de Dios son irrevocables», como declara el Apóstol en la Carta a los Romanos (11, 29).

Queridos hermanos y hermanas, el modo de actuar de Dios —muy distinto del nuestro— nos da consuelo, fuerza y esperanza porque Dios no retira su «sí». Ante los contrastes en las relaciones humanas, a menudo incluso en las relaciones familiares, tendemos a no perseverar en el amor gratuito, que cuesta esfuerzo y sacrificio. Dios, en cambio, nunca se cansa de nosotros, nunca se cansa de tener paciencia con nosotros, y con su inmensa misericordia siempre nos precede, sale él primero a nuestro encuentro; su «sí» es completamente fiable. En el acontecimiento de la cruz nos revela la medida de su amor, que no calcula y no tiene medida. San Pablo, en la Carta a Tito, escribe: «Se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre» (Tt 3, 4). Y para que este «sí» se renueve cada día «nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones» (2 Co 1, 21b-22).

De hecho, es el Espíritu Santo quien hace continuamente presente y vivo el «sí» de Dios en Jesucristo y crea en nuestro corazón el deseo de seguirlo para entrar totalmente, un día, en su amor, cuando recibiremos una morada en los cielos no construida por manos humanas. No hay ninguna persona que no sea alcanzada e interpelada por este amor fiel, capaz de esperar incluso a quienes siguen respondiendo con el «no» del rechazo y del endurecimiento del corazón. Dios nos espera, siempre nos busca, quiere acogernos en la comunión con él para darnos a cada uno de nosotros plenitud de vida, de esperanza y de paz.

En el «sí» fiel de Dios se injerta el «amén» de la Iglesia que resuena en todas las acciones de la liturgia: «amén» es la respuesta de la fe con la que concluye siempre nuestra oración personal y comunitaria, y que expresa nuestro «sí» a la iniciativa de Dios. A menudo respondemos de forma rutinaria con nuestro «amén» en la oración, sin fijarnos en su significado profundo. Este término deriva de ’aman que en hebreo y en arameo significa «hacer estable», «consolidar» y, en consecuencia, «estar seguro», «decir la verdad». Si miramos la Sagrada Escritura, vemos que este «amén» se dice al final de los Salmos de bendición y de alabanza, como por ejemplo en el Salmo 41: «A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, desde siempre y por siempre. Amén, amén» (vv. 13-14). O expresa adhesión a Dios, en el momento en que el pueblo de Israel regresa lleno de alegría del destierro de Babilonia y dice su «sí», su «amén» a Dios y a su Ley. En el Libro de Nehemías se narra que, después de este regreso, «Esdras abrió el libro (de la Ley) en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, amén”» (Ne 8, 5-6).

Por lo tanto, desde los inicios el «amén» de la liturgia judía se convirtió en el «amén» de las primeras comunidades cristianas. Y el libro de la liturgia cristiana por excelencia, el Apocalipsis de san Juan, comienza con el «amén» de la Iglesia: «Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1, 5b-6). Así está escrito en el primer capítulo del Apocalipsis. Y el mismo libro se concluye con la invocación «Amén, ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).

Queridos amigos, la oración es el encuentro con una Persona viva que podemos escuchar y con la que podemos dialogar; es el encuentro con Dios, que renueva su fidelidad inquebrantable, su «sí» al hombre, a cada uno de nosotros, para darnos su consuelo en medio de las tempestades de la vida y hacernos vivir, unidos a él, una existencia llena de alegría y de bien, que llegará a su plenitud en la vida eterna.

En nuestra oración estamos llamados a decir «sí» a Dios, a responder con este «amén» de la adhesión, de la fidelidad a él a lo largo de toda nuestra vida. Esta fidelidad nunca la podemos conquistar con nuestras fuerzas; no es únicamente fruto de nuestro esfuerzo diario; proviene de Dios y está fundada en el «sí» de Cristo, que afirma: mi alimento es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). Debemos entrar en este «sí», entrar en este «sí» de Cristo, en la adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo mismo quien vive en nosotros. Así, el «amén» de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra vida, una vida de consolación de Dios, una vida inmersa en el Amor eterno e inquebrantable. Gracias.

CALENDARIO

29 SÁBADO.
Hasta la Hora Nona:
SÁBADO DE LA III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO o SANTA MARÍA EN SÁBADO, memoria libre

Misa de sábado (verde) o de la memoria (blanco).
MISAL: para el sábado cualquier formulario permitido (véase pág. 67, n. 5) / para la memoria del común de la bienaventu- rada Virgen María o de las «Misas de la Virgen María», o de un domingo del T.O.; Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- 2 Sam 12, 1-7a. 10-17.
He pecado contra el Señor.
- Sal 50. R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
- Mc 4, 35-41. ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!
o bien: cf. vol. IV, o bien cf. Leccionario de las «Misas de la Virgen María».

Liturgia de las Horas: oficio de sábado o de la memoria.

Martirologio: elogs. del 30 de enero, pág. 135.
CALENDARIOS: Zaragoza: San Valero, obispo (S). Valencia: (MO). Barbastro-Monzón: (ML).
Toledo: San Julián de Toledo, obispo (F).
Operarios Diocesanos: Beato Manuel Domingo y Sol, presbítero (F). Tortosa-ciudad: (MO). Tortosa-diócesis: (ML).
Cuenca y Lleida: Santo Tomás de Aquino, obispo y doctor de la Iglesia (MO).
Misioneros del Verbo Divino: San José Freinademetz (MO).
Barcelona, Sant Feliu de Llobregat y Terrassa: San Pedro Nolasco, presbítero (ML).
Oviedo: Santos Julián y Serrano, obispos (ML).
Carmelitas: Beata Arcángela Girlani, virgen (ML).
Dominicos y Trinitarios: Beata Vilana delle Botti (ML).

29 SÁBADO. Después de la Hora Nona:
CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuarta semana del Salterio
Misa
vespertina del IV Domingo del tiempo ordinario (verde).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

Misa de Sábado:
del III Domingo del T. Ordinario (o de otro Domingo del T. Ordinario).

Memoria de santa María:
Común de la B. V. María I. Tiempo ordinario 1.

Antífona de entrada
Salve, Madre Santa, Virgen, Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos.
Salve, sancta parens, eníxa puérpera Regem, qui caelum terrámque regit in saecula saeculórum.

Monición de entrada
Alegrémonos todos al celebrar la memoria de la Virgen María. En ella encontramos el modelo del orante que escucha la Palabra de Dios y de la acogida incondicional de esa Palabra, que hace carne los designios de Dios. La alabamos glorificando la obra del Altísimo en ella; rezamos cantando su Magníficat y recurrimos a ella confiando en su intercesión maternal, pues es tradición de la comunidad cristiana dirigirse directamente a ella invocando su ayuda en las horas difíciles. En la escuela de la Madre de Dios, los cristianos aprendemos el estilo de vida de la gratuidad, de un amor que no espera, sino que se adelanta a las necesidades del otro, de una caridad que alcanza al hermano en lo concreto y le transmite no solo la vida, sino el gozo y el sentido de la misma vida.

Oración colecta
Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de santa María, siempre Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Concéde nos fámulos tuos, quaesumus, Dómine Deus, perpétua mentis et córporis sanitáte gaudére, et, gloriósa beátae Maríae semper Vírginis intercessióne, a praesénti liberári tristítia, et aetérna pérfrui laetítia. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la III semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA 2 Sam 12, 1-7a. 10-17
He pecado contra el Señor
Lectura del segundo libro de Samuel.

En aquellos días, el Señor envió a Natán a ver a David y, llegado a su presencia, le dijo:
«Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija.
Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había llegado a su casa».
La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán:
«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».
Entonces Natán dijo a David:
«Tú eres ese hombre. Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado y haber tomado como esposa a la mujer de Urías, el hitita”. Así dice el Señor:
“Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se acostará con ellas a la luz misma del sol. Tú has obrado a escondidas. Yo, en cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol”».
David respondió a Natán:
«He pecado contra el Señor».
Y Natán le dijo:
«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás. Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá sin remedio».
Natán se fue a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David y cayó enfermo.
David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra.
Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con ellos alimento alguno.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 50 12-13. 14-15. 16-17 (R.: 12a)
R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Cor mundum crea in me, Deus.

V. Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Cor mundum crea in me, Deus.

V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Cor mundum crea in me, Deus.

V. Líbrame de la sangre, oh, Dios,
Dios, Salvador mio,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Cor mundum crea in me, Deus.

Aleluya Cf. Jn 3, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito; todo el que cree en él tienen vida eterna. R.
Sic Deus diléxit mundum, ut Fílium suum unigénitum daret; omnis qui credit in eum habet vitam ætérnam.

EVANGELIO Mc 4, 35-41
¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!
╬ Lectura del santo evangelio según san Marcos
R. Gloria a ti, Señor.

Aquel día, al atardecer, dice Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía Domingo de Ramos, 14-abril-2019
En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio, "manteniendo la posición", pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4, 37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1P 3, 15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario XVII

Oremos al Señor nuestro Dios.
- Para que la Iglesia sepa anunciar a Cristo. Roguemos al Señor.
- Para que los políticos acierten en la solución de los graves problemas. Roguemos al Señor.
- Para que crezca entre todos los ciudadanos el sentido de la solidaridad. Roguemos al Señor.
- Para que sepamos dar un buen testimonio cristiano. Roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor, y concédenos lo que te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor.

Memoria de santa María:
Oración de los fieles
Dios, Padre de los pobres y de los humildes, ha elegido a María para templo de su gloria. A él dirigimos nuestra confiada oración.
- Por la santa Iglesia: para que acogiendo con humildad y fe el don de la salvación, sea, cada vez más, canal de gracia y de perdón para la humanidad. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos de la tierra: para que al compartir los bienes materiales, culturales y espirituales descubran el camino seguro de fraternidad que Dios quiere de nosotros. Roguemos al Señor.
- Por los más necesitados de nuestra sociedad: para que reciban la ayuda y el calor por parte de quienes, como María, consagran su vida al servicio de los demás. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que el espíritu de gratitud y de alabanza que brilló en la Virgen María nos haga fieles y agradecidos tanto en los momentos de prueba como en los de alegría. Roguemos al Señor.
Padre misericordioso, tú que conoces nuestro corazón, ven en ayuda de nuestra debilidad y, por intercesión de María, Virgen orante, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Recibe, Señor, las oraciones de tu pueblo junto con la ofrenda de este sacrificio, para que, por la intercesión de santa María, Madre de tu Hijo, no quede frustrado ningún buen deseo ni petición alguna sin respuesta. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, preces pópuli tui cum oblatiónibus hostiárum, ut, intercedénte beáta María, Fílii tui Genetríce, nullíus sit írritum votum, nullíus sit vácua postulátio. Per Christum.
O bien:
Que la humanidad de tu Unigénito sea nuestro socorro, Señor, y el que al nacer de la Virgen no menoscabó la integridad de su Madre, sino que la santificó, nos libre del peso de nuestros pecados y vuelva nuestra ofrenda aceptable para ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV

Antífona de la comunión Cf. Lc 11, 27

Bienaventurado el vientre de María, la Virgen, que llevó al Hijo del eterno Padre.
Beáta víscera Maríae Vírginis, quae portavérunt aetérni Patris Fílium.

Oración después de la comunión
Al recibir estos sacramentos del cielo, imploramos de tu misericordia, Señor, que cuantos nos alegramos en la memoria de la bienaventurada Virgen María, consigamos colaborar, a imitación suya, en el misterio de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Suméntes, Dómine, caeléstia sacraménta, quaesumus cleméntiam tuam, ut, qui de beátae Vírginis Mariae commemoratióne laetámur, eiúsdem Vírginis imitatióne, redemptiónis nostrae mystério digne valeámus famulári. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 30 de enero

1. En Jerusalén, san Matías, obispo, que descansó en paz después de soportar muchos sufrimientos por la causa de Cristo. (s. II)
2. En la ciudad de Edesa, en Osroene, actual Turquía, san Barsimeo, obispo, que en tiempo del emperador Decio fue azotado por su fe en Cristo, y después, terminada la persecución y liberado de la cárcel, dedicó el resto de su vida a gobernar con total entrega la Iglesia a él encomendada. (s. III)
3. En Roma, conmemoración de santa Martina, a quien el papa Dono dedicó una basílica a su nombre en el foro romano. (677)
4. En el monasterio de Chelle, en el territorio de París, en Francia, santa Batilde, reina, que fundó un cenobio bajo la Regla de san Benito, al estilo del monasterio de Luxeuil, y, a la muerte de su esposo, Clodoveo II, gobernó el reino de los francos. Cuando asumió su hijo el poder, se retiró al citado monasterio, y vivió hasta su muerte bajo la observancia de la Regla. (680)
5. En el monasterio de Maubeuge, en el territorio de Neustria, también en la actual Francia, santa Aldegunda, abadesa, en tiempo del rey Dagoberto. (c. 684)
6. En la ciudad de Pavía, en la región italiana de Lombardía, san Armentario, obispo, que colocó solemnemente en la basílica de San Pedro in Cælo Aureo el cuerpo de san Agustín, trasladado por el rey Liutprando. (d. 731)
7. Pasión de san Teófilo, llamado el "Joven", mártir, que, siendo almirante de una flota cristiana, fue apresado en Chipre y conducido a la presencia de Harun, califa supremo de los sarracenos. Dado que ni las amenazas ni las promesas pudieron hacerle apostatar de Cristo, fue herido de muerte con la espada. (792)
8*. En la ciudad de Burgos, en Castilla la Vieja, región de España, san Lesmes (o Adelelmo), abad, que convirtió en monasterio la capilla de San Juan y el hospital de pobres contiguo. (1097)
9*. En Dublín, en Irlanda, tránsito del beato Francisco Taylor, mártir, que, siendo padre de familia, pasó siete años en la cárcel a causa de su fe católica y, después de soportar tribulaciones en su ancianidad, terminó su martirio bajo el reinado de Jacobo I. (1584)
10. En Viterbo, en la región italiana del Lacio, santa Jacinta Mariscotti, virgen, de la Tercera Orden Regular de San Francisco, quien, después de perder quince años entregada a vanos placeres, abrazó con ardor la conversión y promovió confraternidades para la asistencia a los ancianos y para fomentar el culto a la Eucaristía. (1640)
11*. En Turín, ciudad de Piamonte, también en Italia, beato Sebastián Valfré, presbítero de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, que con su entrega desinteresada ayudó a pobres, enfermos y encarcelados, y condujo a muchos hacia Cristo con su amistad y su eximia caridad. (1710)
12. En Seúl, en Corea, san Pablo Ho Hyob, mártir, que, siendo soldado, fue encerrado en prisión por confesarse cristiano y, sometido a tormento, llegaron a ceder sus fuerzas, dando la impresión de retractarse, pero arrepentido y repuesto, él mismo se presentó ante el juez confirmando su fe en Cristo, por lo cual, encarcelado de nuevo, después de largo tiempo falleció a consecuencia del maltrato recibido. (1840)
13. En Tonkín, actual Vietnam, santo Tomás Khuong, presbítero y mártir, que en la persecución bajo el emperador Tu Duc confesó con gran fuerza de ánimo ser cristiano. Fue encarcelado y, finalmente, de rodillas ante la Cruz, lo mataron a hachazos. (1860)
14. En la ciudad de Guadalajara, en México, san David Galván, presbítero y mártir, que durante la persecución mexicana, por defender la santidad del matrimonio, obtuvo la corona del martirio al ser fusilado sin previo juicio por los soldados. (1915)
15*. En Malonne, población de Bélgica, san Muciano María (Luis) Viaux, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que dedicó toda su vida, con constancia y generosidad, a la formación de los jóvenes. (1917)
16*. En el monasterio de san Benito de Maredsous, también en Bélgica, beato Columba (José) Marmión, el cual, nacido en Irlanda y ordenado sacerdote, llegó a ser abad de aquel monasterio benedictino, donde se distinguió como padre del cenobio, guía de almas en el camino de la santidad, así como por su riqueza en doctrina espiritual y elocuencia. (1923)
17*. En la localidad valenciana de Torrent, en España, beata Carmen García Moyón, mártir, maestra de la doctrina cristiana, que en la cruel persecución religiosa fue violada y quemada viva, a causa de su fe en Cristo. (1937)
18*. En la ciudad de Gdeszyn, en Polonia, beato Segismundo Pisarski, presbítero y mártir, que en tiempo de guerra, por no renunciar a su fe ante los perseguidores, fue fusilado junto a la parroquia del lugar. (1943)
- Beato Bronisław Markiewicz (1842- Miejsce Piastowe, Polonia 1912) Sacerdote polaco, fundador de los Padres y de las Hermanas de San Miguel Arcángel.
- Beata María Bolognesi (1924- Rovigo, Italia 1980). Laica, mística, que ofreció sus sufrimientos físicos y espirituales para la salvación del prójimo dando ejemplo de una extraordinaria aceptación y confianza en los designios de Dios.

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