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Papa Francisco, Discurso al Colegio Inglés de Roma (21-abril-2018).

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL VENERABLE COLEGIO INGLÉS DE ROMA

Sala del Consistorio. Sábado, 21 de abril de 2018

Queridos hermanos y hermanas:

Doy la bienvenida a los Superiores y a los alumnos del Venerable Colegio Inglés en este año donde hay varios aniversarios significativos en la vida de la Iglesia en Inglaterra y en el Gales.

Agradezco al Rector sus amables palabras. Nuestro encuentro, hoy, me ofrece la oportunidad de hablaros directamente, como un padre, ¡con el corazón! Y mientras seguís vuestro camino de respuesta a la llamada del Señor, me gustaría compartir con vosotros algunas palabras de aliento. Sobre todo rezo para que podáis crecer profundizando siempre más vuestra relación con el Señor y vuestra atención hacia los demás, especialmente los que más lo necesitan. Amor de Dios y amor del prójimo: las dos piedras angulares de nuestra vida (cf. Mc 12,30-31).

Primero, el amor de Dios. Es hermoso ver a los jóvenes que se preparan para asumir un compromiso firme con el Señor que dure una vida entera. Esto es más difícil para vosotros de lo que lo fue para mí, a causa de la “cultura de lo provisional” que caracteriza el mundo de hoy. Para vencer este reto, y para ayudaros a hacer una auténtica promesa a Dios, es vital que durante estos años de seminario alimentéis vuestra vida interior, aprendiendo a cerrar la puerta de vuestra celda interior desde dentro. De esta manera vuestro servicio a Dios y a la Iglesia resultará reforzado y encontraréis esa paz y felicidad que solo Jesús puede dar (cf. Jn 14,27). Entonces, en cuanto alegres testigos de Cristo, vosotros, podréis convertiros en destinatarios del homenaje que rindió San Felipe Neri a vuestros antepasado mártires: “¡Salvete flores martyrum!”.

En segundo lugar, el amor del prójimo. Como sabéis, no somos testigos de Cristo en beneficio nuestro, sino por los demás, en un servicio continuo. Y nosotros intentamos ofrecer este servicio no por un simple sentimiento, sino por obedecer al Señor, que se arrodilla para lavar los pies a los discípulos (cf. Jn 13,34). Tampoco nuestro discipulado misionero puede vivirse en el aislamiento, sino siempre en colaboración con otros sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. A veces es difícil amar a nuestro prójimo, y por eso, para que nuestro ministerio sea eficaz, necesitamos constantemente «estar centrados, firmes en torno a Dios que ama y que sostiene. A partir de tal solidez interior es posible soportar [a los demás] con paciencia y constancia en el bien» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 112). Esta solidez interior, esta fidelidad del amor, caracterizó la vida de los mártires de vuestro Colegio, y es esencial para nosotros que intentamos seguir a Jesús, que nos llama en nuestra pobreza para servir su majestad, y que revela su majestad entre los pobres.

Una de las maneras en que puede crecer nuestro amor por Dios y por el prójimo es la vida comunitaria. No puede ser una coincidencia el hecho de que la comunidad de vuestro Seminario haya generado cuarenta y cuatro mártires, haciéndolos capaces de emitir con prontitud el juramento misionero, pronunciado por primera vez en 1578 por San Ralph Sherwin el día de la fiesta de San Jorge. Con la guía y la inspiración de estos santos, espero que seáis capaces de desarrollar esa «fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 92).

En la vida cristiana hay un obstáculo importante frente a cada uno de nosotros: el miedo. Pero nosotros podemos superarlo con el amor, la oración y el sentido del humor (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 126, con la oración atribuida a Santo Tomás Moro). De tal manera espero que no tengáis miedo de las dificultades y de las pruebas y de la lucha continua contra el pecado. Os animo, además, a no tener miedo de vosotros mismos. Siguiendo el ejemplo del vuestro celeste patrón, Santo Tomás de Canterbury ―que no permitió a sus pecados pasados y a los límites humanos que le impidieran servir a Dios hasta el final―, no solamente seréis capaces de superar vuestros miedos sino que ayudaréis también a los demás a superar los suyos.

En fin, cultivando las amistades, las buenas y sanas relaciones que os sostendrán en vuestro futuro ministerio, estoy seguro de que reconoceréis a vuestros amigos verdaderos, que no son simplemente los que se llevan bien con vosotros, sino son dones del Señor para ayudarnos a caminar hacia lo que es justo, noble y bueno.

Con afecto os brindo estos pensamientos, para alentar vuestro amor fiel a Dios y vuestro servicio humilde a los hermanos y a las hermanas. Encomendándoos a la maternal intercesión de la Virgen de Walsingham, os aseguro mis oraciones por vosotros, por vuestra familias, y por todos los que apoyan la misión del Venerable Colegio Inglés. Os pido a cambio, por favor, que os acordéis cada día de rezar por mí. Gracias.

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