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Lunes 17 enero 2022, San Antonio, abad, memoria obligatoria.

SOBRE LITURGIA

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI. Miércoles 15 de febrero de 2012

La oración de Jesús en la inminencia de la muerte (Lc)

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestra escuela de oración, el miércoles pasado hablé sobre la oración de Jesús en la cruz tomada del Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Ahora quiero continuar con la meditación sobre la oración de Jesús en la cruz, en la inminencia de la muerte. Quiero detenerme hoy en la narración que encontramos en el Evangelio de san Lucas. El evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz, dos de las cuales —la primera y la tercera— son oraciones dirigidas explícitamente al Padre. La segunda, en cambio, está constituida por la promesa hecha al así llamado buen ladrón, crucificado con él. En efecto, respondiendo a la oración del ladrón, Jesús lo tranquiliza: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). En el relato de san Lucas se entrecruzan muy sugestivamente las dos oraciones que Jesús moribundo dirige al Padre y la acogida de la petición que le dirige a él el pecador arrepentido. Jesús invoca al Padre y al mismo tiempo escucha la oración de este hombre al que a menudo se llama latro poenitens, «el ladrón arrepentido».

Detengámonos en estas tres palabras de Jesús. La primera la pronuncia inmediatamente después de haber sido clavado en la cruz, mientras los soldados se dividen sus vestiduras como triste recompensa de su servicio. En cierto sentido, con este gesto se cierra el proceso de la crucifixión. Escribe san Lucas: «Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte» (23, 33-34). La primera oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión: pide el perdón para sus propios verdugos. Así Jesús realiza en primera persona lo que había enseñado en el sermón de la montaña cuando dijo: «A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian» (Lc 6, 27), y también había prometido a quienes saben perdonar: «será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo» (v. 35). Ahora, desde la cruz, él no sólo perdona a sus verdugos, sino que se dirige directamente al Padre intercediendo a su favor.

Esta actitud de Jesús encuentra una «imitación» conmovedora en el relato de la lapidación de san Esteban, primer mártir. Esteban, en efecto, ya próximo a su fin, «cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y, con estas palabras, murió» (Hch 7, 60): estas fueron sus últimas palabras. La comparación entre la oración de perdón de Jesús y la oración del protomártir es significativa. San Esteban se dirige al Señor resucitado y pide que su muerte —un gesto definido claramente con la expresión «este pecado»— no se impute a los que lo lapidaban. Jesús en la cruz se dirige al Padre y no sólo pide el perdón para los que lo crucifican, sino que ofrece también una lectura de lo que está sucediendo. Según sus palabras, en efecto, los hombres que lo crucifican «no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Es decir, él pone la ignorancia, el «no saber», como motivo de la petición de perdón al Padre, porque esta ignorancia deja abierto el camino hacia la conversión, como sucede por lo demás en las palabras que pronunciará el centurión en el momento de la muerte de Jesús: «Realmente, este hombre era justo» (v. 47), era el Hijo de Dios. «Por eso es más consolador aún para todos los hombres y en todos los tiempos que el Señor, tanto respecto a los que verdaderamente no sabían —los verdugos— como a los que sabían y lo condenaron, haya puesto la ignorancia como motivo para pedir que se les perdone: la ve como una puerta que puede llevarnos a la conversión» (Jesús de Nazaret, II, 243-244).

La segunda palabra de Jesús en la cruz transmitida por san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con él. El buen ladrón, ante Jesús, entra en sí mismo y se arrepiente, se da cuenta de que se encuentra ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la petición; en efecto dice: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Jesús es consciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de que abre nuevamente al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de que la bondad de Dios puede tocarnos incluso en el último instante de la vida, y la oración sincera, incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera el regreso del hijo.

Pero detengámonos en las últimas palabras de Jesús moribundo. El evangelista relata: «Era ya casi mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta las tres de la tarde, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (vv. 44-46). Algunos aspectos de esta narración son diversos con respecto al cuadro que ofrecen san Marcos y san Mateo. Las tres horas de oscuridad no están descritas en san Marcos, mientras que en san Mateo están vinculadas con una serie de acontecimientos apocalípticos diversos, como el terremoto, la apertura de los sepulcros y los muertos que resucitan (cf. Mt 27, 51-53). En san Lucas las horas de oscuridad tienen su causa en el eclipse del sol, pero en aquel momento se produce también el rasgarse del velo del templo. De este modo el relato de san Lucas presenta dos signos, en cierto modo paralelos, en el cielo y en el templo. El cielo pierde su luz, la tierra se hunde, mientras en el templo, lugar de la presencia de Dios, se rasga el velo que protege el santuario. La muerte de Jesús se caracteriza explícitamente como acontecimiento cósmico y litúrgico; en particular, marca el comienzo de un nuevo culto, en un templo no construido por hombres, porque es el Cuerpo mismo de Jesús muerto y resucitado, que reúne a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado. La invocación inicial —«Padre»— hace referencia a su primera declaración cuando era un adolescente de doce años. Entonces permaneció durante tres días en el templo de Jerusalén, cuyo velo ahora se ha rasgado. Y cuando sus padres le manifestaron su preocupación, respondió: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Desde el comienzo hasta el final, lo que determina completamente el sentir de Jesús, su palabra, su acción, es la relación única con el Padre. En la cruz él vive plenamente, en el amor, su relación filial con Dios, que anima su oración.

Las palabras pronunciadas por Jesús después de la invocación «Padre» retoman una expresión del Salmo 31: «A tus manos encomiendo mi espíritu» (Sal 31, 6). Estas palabras, sin embargo, no son una simple cita, sino que más bien manifiestan una decisión firme: Jesús se «entrega» al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de «abandono», llena de confianza en el amor de Dios. La oración de Jesús ante la muerte es dramática como lo es para todo hombre, pero, al mismo tiempo, está impregnada de esa calma profunda que nace de la confianza en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él. En Getsemaní, cuando había entrado en el combate final y en la oración más intensa y estaba a punto de ser «entregado en manos de los hombres» (Lc 9, 44), «le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre» (Lc 22, 44). Pero su corazón era plenamente obediente a la voluntad del Padre, y por ello «un ángel del cielo» vino a confortarlo (cf. Lc 22, 42-43). Ahora, en los últimos momentos, Jesús se dirige al Padre diciendo cuáles son realmente las manos a las que él entrega toda su existencia. Antes de partir en viaje hacia Jerusalén, Jesús había insistido con sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (Lc 9, 44). Ahora que su muerte es inminente, él sella en la oración su última decisión: Jesús se dejó entregar «en manos de los hombres», pero su espíritu lo pone en las manos del Padre; así —como afirma el evangelista san Juan— todo se cumplió, el supremo acto de amor se cumplió hasta el final, al límite y más allá del límite.

Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Jesús en la cruz en los últimos instantes de su vida terrena ofrecen indicaciones comprometedoras a nuestra oración, pero la abren también a una serena confianza y a una firme esperanza. Jesús, que pide al Padre que perdone a los que lo están crucificando, nos invita al difícil gesto de rezar incluso por aquellos que nos han hecho mal, nos han perjudicado, sabiendo perdonar siempre, a fin de que la luz de Dios ilumine su corazón; y nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y de amor que Dios tiene para con nosotros: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», decimos cada día en el «Padrenuestro». Al mismo tiempo, Jesús, que en el momento extremo de la muerte se abandona totalmente en las manos de Dios Padre, nos comunica la certeza de que, por más duras que sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, nunca caeremos fuera de las manos de Dios, esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida, porque las guía un amor infinito y fiel. Gracias.

CALENDARIO

17 LUNES. SAN ANTONIO, abad, memoria obligatoria

Misa
de la memoria (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. común o de la memoria.
LECC.: vol. III-par.
- 1 Sam 15, 16-23.
La obediencia vale más que el sacrificio. El Señor te ha rechazado como rey.
- Sal 49. R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
- Mc 2, 18-22. El esposo está con ellos.
o bien:
cf. vol. IV.

Liturgia de las Horas: oficio de la memoria.

Martirologio: elogs. del 18 de enero, pág. 116.
CALENDARIOS: Menorca: San Antonio, abad (S).

Mañana comienza el octavario de oración por la unidad de los cristianos

TEXTOS MISA

17 de enero
San Antonio, abad
Memoria

Antífona de entrada Sal 91, 13-14
El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios.
Iustus ut palma florébit, sicut cedrus Líbani multiplicábitur, plantátus in domo Dómini, in átriis domus Dei nostri.

Monición de entrada
Conmemoramos hoy la memoria de san Antonio, abad. Nació en Egipto hacia el año 250. A la muerte de sus padres, cuando tenía dieciocho años, siguiendo la indicación del Evangelio sobre la distribución de las riquezas, repartió todos sus bienes entre los pobres y se retiró a la soledad de la región de Tebaida, en Egipto, donde llevó una vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la fe durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano, apoyó a san Atanasio contra los arrianos y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado el fundador de la vida monástica. Entregó su alma a Dios el año 356.

Oración colecta
Oh, Dios, que concediste a san Antonio, abad, servirte en el desierto con una vida admirable, concédenos, por su intercesión, que, negándonos a nosotros mismos, te amemos siempre y sobre todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui beáto António abbáti tribuísti mira tibi in desérto conversatióne servíre, eius nobis interventióne concéde, ut, abnegántes nosmetípsos, te iúgiter super ómnia diligámus. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lunes de la II semana del Tiempo Ordinario, año par (Lec. III-par).

PRIMERA LECTURA 1 Sam 15, 16-23
La obediencia vale más que el sacrificio. El Señor te ha rechazado como rey
Lectura del primer libro de Samuel.

En aquellos días, Samuel dijo a Saúl:
«Voy a comunicarte lo que me ha manifestado el Señor esta noche».
Saúl contestó:
«Habla».
Samuel siguió diciendo:
«¿No es cierto que siendo pequeño a tus ojos eres el jefe de las doce tribus de Israel? El Señor te ungido como rey de Israel. El Señor te envió con esta orden: “Ve y entrega ala anatema a esos malvados amalecitas y combátelos hasta aniquilarlos”. ¿Por qué no has escuchado la orden del Señor, lanzándote sobre el botín, y has obrado mal a sus ojos?».
Saúl replicó:
«Yo he cumplido la orden del Señor y he hecho la campaña a la que me envió. Traje a Agag, rey de Amalec, y entregué al anatema a Amalec. El pueblo tomó del botín ovejas y vacas, lo más selecto del anatema, para ofrecérselo en sacrificio al Señor, tu Dios, en Guilgal».
Samuel exclamó:
«¿Le complacen al Señor los sacrificios y holocaustos tanto como obedecer su voz?
La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de carneros.
Pues pecado de adivinación es la rebeldía y la obstinación, mentira de los terafim.
Por haber rechazado la palabra del Señor, te ha rechazado como rey».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23 (R.: 23cd)
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mi.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. ¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

V. Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.»
R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Qui immaculátus est in via, osténdam illi salutáre Dei.

Aleluya Hb 4, 12
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. La palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
Vivus est sermo Dei et éfficax et discrétor cogitatiónum et intentiónum cordis.

EVANGELIO Mc 2, 18-22
El esposo está con ellos
 Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:
«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta, 21-enero-2019
¿Cuál es el verdadero estilo cristiano? El estilo cristiano es el de las Bienaventuranzas: mansedumbre, humildad, paciencia ante el sufrimiento, amor por la justicia, capacidad de soportar las persecuciones, no juzgar a los demás… Ese es el espíritu cristiano, el estilo cristiano. Si quieres saber cómo es el estilo cristiano, para no caer en el estilo acusatorio, en el estilo mundano o en el estilo egoísta, lee las Bienaventuranzas. Y ese es nuestro estilo, las Bienaventuranzas son los odres nuevos, son el camino para llegar. Para ser un buen cristiano hay que tener la capacidad de rezar con el corazón el Credo, pero también de rezar con el corazón el Padrenuestro.

Oración de los fieles
Ferias del Tiempo Ordinario VI

Elevemos, hermanos, fervientes oraciones a Dios nuestro Padre.
- Para que proteja y guíe a su Iglesia santa. Roguemos al Señor.
- Para que el Señor llene de su gracia a los obispos, sacerdotes y ministros. Roguemos al Señor.
- Para que conceda a todo el mundo la justicia y la paz. Roguemos al Señor.
- Para que socorra a los que están en algún peligro. Roguemos al Señor.
- Para que a nosotros mismos nos conforte y conserve en su servicio. Roguemos al Señor.
Te pedimos, Dios de bondad, que te muestres favorable a las oraciones de los que te suplican. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, los dones de nuestro servicio que presentamos sobre tu altar en la conmemoración de san Antonio, abad, y concédenos que, libres de las ataduras terrenas, seas tú nuestra única riqueza. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Accépta tibi sint, Dómine, quaesumus, múnera nostrae servitútis, pro beáti Antónii commemoratióne altári tuo propósita, et concéde, ut, a terrénis impediméntis absolúti, te solo dívites efficiámur. Per Christum.

PREFACIO DE SANTAS VÍRGENES Y RELIGIOSOS
SIGNIFICADO DE LA VIDA DE CONSAGRACIÓN EXCLUSIVA A DIOS
En verdad es justo y necesario que te alaben, es nuestro deber y salvación darte gracia siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque celebramos tu providencia admirable en los santos que se entregaron a Cristo por el reino de los cielos. Por ella llamas de nuevo a la humanidad a la santidad primera que de ti había recibido, y la conduces a gustar los dones que espera recibir en el cielo.
Por eso, con los santos y todos ángeles, te alabamos proclamando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
In Sanctis enim, qui Christo se dedicavérunt propter regnum caelórum, tuam decet providéntiam celebráre mirábilem, qua humánam substántiam et ad primae oríginis révocas sanctitátem, et perdúcis ad experiénda dona, quae in novo saeculo sunt habénda.
Et ídeo, cum Sanctis et Angelis univérsis, te collaudámus, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo...


Antífona de comunión Cf. Mt 19, 21
Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme, dice el Señor.
Si vis perféctus esse, vade, vende quae habes, et da paupéribus, et séquere me, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
Señor, haz que, alimentados provechosamente con tus sacramentos, superemos las asechanzas del enemigo, como concediste a san Antonio obtener admirables victorias sobre el poder de las tinieblas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sacraméntis tuis, Dómine, salúbriter enutrítos, cunctas fac nos semper insídias inimíci superáre, qui beáto António dedísti contra potestátes tenebrárum claras reférre victórias. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 18 de enero

1. En Cartago, en el actual Túnez, santos mártires Suceso, Pablo y Lucio, obispos, que participaron en un concilio celebrado en esa ciudad, y en tiempo del emperador Decio sufrieron el martirio. (259)
2. En Nicea, ciudad de la provincia romana de Bitinia, hoy Turquía, santos Cosconio, Zenón y Melanipo, mártires. (s. III/IV)
3. Cerca de Foix, en la Galia Narbonese, actual Francia, tránsito de san Volusiano, obispo de Tours, que, tras ser capturado por los godos, en el destierro entregó su espíritu a Dios. (c. 498)
4. En Roma, conmemoración de santa Prisca, bajo cuyo nombre fue dedicada la basílica edificada en la colina del Aventino. (a. 499)
5. En el monasterio de Lure, en Burgundia, hoy Francia, san Deicolo, abad, que, oriundo de Irlanda y discípulo de san Columbano, fue el fundador de ese cenobio. (s. VII)
6*. En Ferrara, en la región hoy italiana de Emilia-Romaña, beata Beatriz de Este, monja, que, al morir su esposo, renunció a las obligaciones seculares y se consagró a Dios bajo la Regla de san Benito, en el monasterio que ella misma había fundado. (1262)
7. En Buda, en Hungría, santa Margarita, virgen, la cual, hija del rey Bela IV, fue prometida por sus progenitores a Dios en voto para liberar a la patria de los tártaros, por lo cual, siendo niña aún, entró en el monasterio de monjas de la Orden de Predicadores, donde hizo profesión a los doce años, y allí se consagró totalmente a Dios, dedicada a imitar generosamente a Cristo crucificado. (1270)
8*. En Cremona, en la actual región italiana de Lombardía, beato Facio, el cual, orfebre de profesión, dejo su ciudad natal de Verona y se trasladó a ese lugar, donde llevó una vida penitente y se dedicó a ayudar a peregrinos y enfermos. (1272)
9*. En el convento de Morbegno, en los Alpes, también en Lombardía, beato Andrés de Peschiera Grego, presbítero de la Orden de Predicadores, que andando visitó repetidas veces aquella región, donde vivió austeramente junto a los pobres y trató de conciliar fraternalmente a todos. (1485)
10*. En L’Aquila, en la región también italiana de los Abruzos, beata Cristina (Matías) Ciccarelli, virgen, de la Orden de San Agustín. (1543)
11*. En Braunsberg, en Prusia, actual Alemania, beata Regina Protmann, virgen, que, llena de amor por los pobres, se entregó generosamente a su servicio, y para ello fundó la Congregación de Hermanas de Santa Catalina. (1613)
12*. En Avrillé, en las cercanías de Angers, en Francia, beatas Felicidad Pricet, Mónica Pichery, Carola Lucas y Victoria Gusteau, mártires, que fueron fusiladas durante la Revolución Francesa en odio a su fe cristiana. (1794)
13*. En la ciudad de Cassia, en Italia, beata María Teresa (María Juana) Fasce, abadesa del monasterio de la Orden de San Agustín, que supo unir la ascesis y la contemplación con obras de caridad hacia los peregrinos e indigentes. (1947)

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