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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

sábado, 5 de marzo de 2022

Sábado 9 abril 2022, Sábado de la V semana de Cuaresma.

SOBRE LITURGIA

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 2 de diciembre de 2020

Catequesis 17. La bendición

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos detenemos en una dimensión esencial de la oración: la bendición. Continuamos las reflexiones sobre la oración. En las narraciones de la creación (cfr. Gen 1-2) Dios continuamente bendice la vida, siempre. Bendice a los animales (1,22), bendice al hombre y a la mujer (1,28), finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación (2,3). Es Dios que bendice. En las primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61).

Al principio del mundo está Dios que “dice-bien”, bien-dice, dice-bien. Él ve que cada obra de sus manos es buena y bella, y cuando llega al hombre, y la creación se realiza, reconoce que «estaba muy bien» (Gen 1,31). Poco después, esa belleza que Dios ha impreso en su obra se alterará, y el ser humano se convertirá en una criatura degenerada, capaz de difundir el mal y la muerte por el mundo; pero nada podrá cancelar nunca la primera huella de Dios, una huella de bondad que Dios ha puesto en el mundo, en la naturaleza humana, en todos nosotros: la capacidad de bendecir y el hecho de ser bendecidos. Dios no se ha equivocado con la creación y tampoco con la creación del hombre. La esperanza del mundo reside completamente en la bendición de Dios: Él sigue queriéndonos, Él el primero, como dice el poeta Péguy [1], sigue esperando nuestro bien.

La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido «siendo nosotros todavía pecadores» (Rm 5,8) dice san Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz.

San Pablo proclama con emoción el plan de amor de Dios y dice así: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6). No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede cancelar esa imagen que Dios nos ha dado a nosotros. La imagen de Cristo. Puede desfigurarla, pero no puede quitarla de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre y como una buena madre, también Él es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre. Me viene a la mente las muchas veces que he visto a la gente hacer fila para entrar en la cárcel. Muchas madres en fila para entrar y ver a su hijo preso: no dejan de amar al hijo y ellas saben que la gente que pasa en el autobús dice “Ah, esa es la madre del preso”. Y sin embargo no tienen vergüenza por esto, o mejor, tienen vergüenza pero van adelante, porque es más importante el hijo que la vergüenza. Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos.

Una experiencia intensa es la de leer estos textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de desintoxicación. Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien. Si incluso sus parientes más cercanos les han abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para Dios son siempre hijos. Dios no puede cancelar en nosotros la imagen de hijo, cada uno de nosotros es hijo, es hija. A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen. Porque encuentran esta bendición que les ha ungido como hijos. Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos.

Pensemos en lo que hizo Jesús con Zaqueo (cfr. Lc 19,1-10), por ejemplo. Todos veían en él el mal; Jesús sin embargo ve un destello de bien, y de ahí, de su curiosidad por ver a Jesús, hace pasar la misericordia que salva. Así cambió primero el corazón y después la vida de Zaqueo. En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre. Zaqueo es un pecador público, ha hecho muchas cosas malas, pero Jesús veía ese signo indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión. Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, “tuvo compasión”, y esa compasión lo lleva a ayudarlo y cambiarle el corazón. Es más, llegó a identificarse a sí mismo con cada persona necesitada (cfr. Mt 25,31-46). En el pasaje del “protocolo” final sobre el cual todos nosotros seremos juzgados, Mateo 25, Jesús dice: “Yo estaba hambriento, yo estaba desnudo, yo estaba en la cárcel, yo estaba en el hospital, yo estaba ahí…”.

Ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo —Dios nos ha enseñado a bendecir y nosotros debemos bendecir—: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe: «La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición» (n. 2626). La oración es alegría y reconocimiento. Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado.

No podemos solo bendecir a este Dios que nos bendice, debemos bendecir todo en Él, toda la gente, bendecir a Dios y bendecir a los hermanos, bendecir el mundo: esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir. Si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras. Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir. Y aquí solamente una palabra para la gente que está acostumbrada a maldecir, la gente que tiene siempre en la boca, también en el corazón, una palabra fea, una maldición. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿yo tengo esta costumbre de maldecir así? Y pedir al Señor la gracia de cambiar esta costumbre para que nosotros tengamos un corazón bendecido y de un corazón bendecido no puede salir una maldición. Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca sino a bendecir.

[1] Le porche du mystère de la deuxième vertu, primera ed. 1911. Ed. es. El pórtico del misterio de la segunda virtud.

CALENDARIO

9 SÁBADO. Hasta la Hora Nona: 
SÁBADO DE LA V SEMANA DE CUARESMA

Misa
de sábado (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. Cuaresma.
LECC.: vol. II.
La Cuaresma: Subir con Jesús a Jerusalén para reunir a todos los hombres.
- Ez 37, 21-28. Los haré una sola nación.
- Salmo: Jer 31, 10-13. R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
- Jn 11, 45-57. Para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Liturgia de las Horas: oficio de sábado.

Martirologio: elog. prop. del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, pág. 44, y elogs. del 10 de abril, pág. 248.

9 SÁBADO. Después de la Hora Nona:
SEMANA SANTA
Segunda semana del Salterio
Misa
vespertina del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (rojo).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

Sábado de la V Semana de Cuaresma


Antífona de entrada Cf. Sal 21, 20. 7
Señor, no te quedes lejos, defiéndeme; porque soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo.
Dómine, ne longe fácias auxílium tuum a me, ad defensiónem meam áspice; quia ego sum vermis et non homo, oppróbrium hóminum et abiéctio plebis.

Oración colecta
Oh, Dios, que has hecho a todos los renacidos en Cristo pueblo escogido y sacerdocio real, concédenos querer y realizar cuanto nos mandas, para que el pueblo, llamado a la vida eterna, tenga una misma fe en el corazón y una misma santidad en los actos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui omnes in Christo renátos genus eléctum et regále sacerdótium fecísti, da nobis et velle et posse quod praecipis, ut pópulo ad aeternitátem vocáto una sit fides córdium et píetas actiónum. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la V semana de Cuaresma, (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Ez 37, 21-28
Los haré una solo nación

Lectura de la profecía de Ezequiel.

Esto dice el Señor Dios:
«Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos.
No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitaban y en los cuales pecaron. Los purificaré;
ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.
Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sus padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre.
Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Jr 31, 10. 11-12ab. 13 (R.: cf. 10d)
R. 
El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Dóminus custódiet nos sicut pastor gregem suum.

V. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño.
R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Dóminus custódiet nos sicut pastor gregem suum.

V. Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte».
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor.
R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Dóminus custódiet nos sicut pastor gregem suum.

V. Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas.
R. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Dóminus custódiet nos sicut pastor gregem suum.

Versículo antes del Evangelio Cf. Ez 18, 31
Apartad de vosotros todos vuestros delitos —dice el Señor—, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu.
Proícite a vobis omnes praevaricatiónes vestras, dicit Dóminus, et fácite vobis cor novum et spíritum novum.

EVANGELIO Jn 11, 45-57
Para reunir a los hijos de Dios dispersos
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2
A las palabras de Caifás, que equivalían prácticamente a una condena a muerte, Juan ha añadido un comentario en la perspectiva de fe de los discípulos. Primero subraya –como ya hemos observado– que las palabras sobre el morir por el pueblo habían tenido su origen en una inspiración profética, y prosigue: «Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 52). Efectivamente, esto se corresponde ante todo con el modo de hablar judío. Expresa la esperanza de que en el tiempo del Mesías los israelitas dispersos por el mundo serían reunidos en su propio país (cf. Barrett, p. 403).
Pero en labios del evangelista estas palabras adquieren un nuevo significado. El reencuentro ya no se orienta a un país geográficamente determinado, sino a la unificación de los hijos de Dios; aquí resuena ya la palabra clave de la oración sacerdotal de Jesús. La reunión mira a la unidad de todos los creyentes y, por tanto, alude a la comunidad de la Iglesia y, ciertamente, más allá de ella, a la unidad escatológica definitiva.
Los hijos de Dios dispersos no son únicamente los judíos, sino los hijos de Abraham en el sentido profundo desarrollado por Pablo: aquellos que, como Abraham, están en busca de Dios; quienes están dispuestos a escucharlo y a seguir su llamada; personas, podríamos decir, en actitud de «Adviento».
Se pone así de manifiesto la nueva comunidad de judíos y gentiles (cf. Jn 10, 16). De este modo se abre desde aquí un nuevo acceso a las palabras de la Última Cena sobre los «muchos» por los que el Señor da la vida: se trata de la congregación de los «hijos de Dios», es decir, de todos aquellos que se dejan llamar por Él.

Oración de los fieles
Elevemos nuestras súplicas a Dios Padre, por mediación de Jesucristo, el cual derramó su sangre para reunir a los hijos de Dios dispersos.
- Para que reúna en la unidad a la Iglesia, dividida en diversas confesiones cristianas. Roguemos al Señor
- Para que reúna a los pueblos, divididos por el odio y el pecado. Roguemos al Señor
- Para que reúna en la concordia y el amor a las familias divididas y separadas. Roguemos al Señor.
- Para que nos reúna a todos nosotros en la unidad de la caridad evangélica. Roguemos al Señor
Señor, Dios nuestro, por la sangre de tu Hijo, derramada en la cruz, te pedimos que nos concedas la reconciliación y la paz. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, las ofrendas de nuestro ayuno para que nos purifiquen, nos hagan dignos de tu gracia y nos conduzcan a los bienes eternos prometidos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Accépta tibi sint, Dómine, quaesumus, nostri dona ieiúnii, quae expiándo nos tuae gratiae dignos effíciant et ad sempitérna promíssa perdúcant. Per Christum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV.

Antífona de comunión Cf. Jn 11, 52

Cristo fue entregado para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Tráditus est Christus, ut fílios Dei, qui erant dispérsi, congregáret in unum.

Oración después de la comunión
Señor, pedimos humildemente a tu majestad que, así como nos fortaleces con el alimento del santísimo Cuerpo y Sangre de tu Hijo, nos hagas participar de su naturaleza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Maiestátem tuam, Dómine, supplíciter deprecámur, ut, sicut nos Córporis et Sánguinis sacrosáncti pascis aliménto, ita divínae natúrae fácias esse consórtes. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Se puede añadir ad libitum
V. 
El Señor esté con vosotros. R.
V. 
Inclinaos para recibir la bendición.
Ten piedad, Señor, de tu Iglesia suplicante y atiende, compasivo, los corazones que se humillan ante ti; no permitas que los redimidos por la muerte de tu Unigénito se dejen seducir por el pecado, ni sean víctimas de la adversidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Miserére, Dómine, deprecántis Ecclésiae tuae, et inclinántibus tibi sua corda propitiátus inténde, ut, quos Unigéniti Fílii tui morte redemísti, nec peccátis fíeri permíttas obnóxios, nec ópprimi patiáris advérsis. Per Christum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios propio del Domingo de Ramos

D
omingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nuestro Señor Jesucristo, como indica la profecía de Zacarías, entró en Jerusalén sentado sobre un pollino de borrica, y a su encuentro salió la multitud con ramos de olivos.
Elogios del 10 de abril
1. En África Proconsular, actual Túnez, santos Terencio, Africano, Máximo, Pompeyo, Alejandro, Teodoro y cuarenta compañeros más, todos mártires, que en tiempo del emperador Decio murieron por la fe cristiana. (c. 250)
2. En Alejandría, de Egipto, san Apolonio, presbítero y mártir(s. inc.)
3*. En Auxerre, lugar de Neustria, hoy Francia, san Paladio, obispo, que primero fue abad del monasterio de San Germán, y después, recibido el episcopado, participó en muchos concilios y se esforzó en la restauración de la disciplina eclesiástica. (658)
4*. En Gavelo, en el territorio de Venecia, en la actual Italia, san Beda el Joven, monje, que, tras estar sirviendo durante cuarenta y cinco años al emperador, eligió servir al Señor en el monasterio el resto de su vida. (c. 883)
5. En Gante, ciudad de Flandes, actualmente en Bélgica, san Macario, peregrino, que fue recibido entre los monjes de San Bavón, y al año siguiente falleció consumido por la peste. (1012)
6*. En Chartres, en Francia, san Fulberto, obispo, cuya doctrina nutrió a muchos, y con munificencia e ingenio comenzó la edificación de la iglesia catedral y promovió la devoción a la Virgen María, Reina de Misericordia. (1029)
7*. En Túnez, en el norte de África, beato Antonio Neyrot, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que, capturado por los piratas y conducido a África, allí apostató de la fe, pero con la ayuda de la gracia divina, el día de Jueves Santo en la Cena del Señor retomó públicamente el hábito religioso, y a causa de esta decisión fue apedreado hasta morir. (1460)
8*. En Piacenza, en la región de Emilia-Romaña, en Italia, beato Marcos Fantuzzi de Bolonia, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, preclaro por la prudencia y la predicación. (1479)
9. En Valladolid, ciudad de España, san Miguel de los Santos, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad, que se entregó por completo a obras de caridad y a la predicación de la palabra de Dios. (1625)
10. En Verona, en el territorio de Venecia, en Italia, santa Magdalena de Canossa, virgen, que espontáneamente renunció a todas las riquezas de su patrimonio para seguir a Cristo, y fundó un instituto doble, el de Hijas y de Hijos de la Caridad, para fomentar la instrucción cristiana de los niños. (1855)
11*. En el campo de concentración de Dachau, cercano a la ciudad de Munich, en Alemania, beato Bonifacio Zukowski, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, que en tiempo de guerra, quebrantado por las torturas, a causa de la fe acabó su martirio en la cárcel. (1942)
- Beato Pedro Maria Ramírez Ramos (1899- Armero, Colombia 1948). Sacerdote diocesano; asesinado por odio a la fe.

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