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sábado, 19 de marzo de 2022

Sábado 23 abril 2020, Sábado de la Octava de Pascua.

SOBRE LITURGIA

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 17 de marzo de 2021

Catequesis 26. La oración y la Trinidad. 2

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy completamos la catequesis sobre la oración como relación con la Santísima Trinidad, en particular con el Espíritu Santo.

El primer don de toda existencia cristiana es el Espíritu Santo. No es uno de los muchos dones, sino el Don fundamental. El Espíritu es el don que Jesús había prometido enviarnos. Sin el Espíritu no hay relación con Cristo y con el Padre. Porque el Espíritu abre nuestro corazón a la presencia de Dios y lo atrae a ese “torbellino” de amor que es el corazón mismo de Dios. Nosotros no somos solo huéspedes y peregrinos en el camino en esta tierra, somos también huéspedes y peregrinos en el misterio de la Trinidad. Somos como Abrahán, que un día, acogiendo en su tienda a tres viajeros, encontró a Dios. Si podemos en verdad invocar a Dios llamándolo “Abbà - Papá”, es porque en nosotros habita el Espíritu Santo; es Él quien nos transforma en lo profundo y nos hace experimentar la alegría conmovedora de ser amados por Dios como verdaderos hijos. Todo el trabajo espiritual dentro de nosotros hacia Dios lo hace el Espíritu Santo, este don. Trabaja en nosotros para llevar adelante nuestra vida cristiana hacia el Padre, con Jesús.

El Catecismo, al respecto, dice: «Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que Él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante» (n. 2670). Esta es la obra del Espíritu en nosotros. Él nos “recuerda” a Jesús y lo hace presente en nosotros —podemos decir que es nuestra memoria trinitaria, es la memoria de Dios en nosotros— y lo hace presente en Jesús, para que no se reduzca a un personaje del pasado: es decir, el Espíritu trae al presente a Jesús en nuestra conciencia. Si Cristo estuviera tan solo lejano en el tiempo, nosotros estaríamos solos y perdidos en el mundo. Sí, recordaremos a Jesús, allí, lejano, pero es el Espíritu que lo trae hoy, ahora, en este momento en nuestro corazón. Pero en el Espíritu todo es vivificado: a los cristianos de todo tiempo y lugar se les abre la posibilidad de encontrar a Cristo. Está abierta la posibilidad de encontrar a Cristo no solamente como un personaje histórico. No: Él atrae a Cristo en nuestros corazones, es el Espíritu quien nos hace encontrarnos con Cristo. Él no está distante, el Espíritu está con nosotros: Jesús todavía educa a sus discípulos transformando su corazón, como hizo con Pedro, con Pablo, con María Magdalena, con todos los apóstoles. ¿Pero por qué está presente Jesús? Porque es el Espíritu quien lo trae en nosotros.

Es la experiencia que han vivido muchos orantes: hombres y mujeres que el Espíritu Santo ha formado según la “medida” de Cristo, en la misericordia, en el servicio, en la oración, en la catequesis… Es una gracia poder encontrar personas así: nos damos cuenta que en ellos late una vida diferente, su mirada ve “más allá”. No pensemos solo en los monjes, los eremitas; se encuentran también entre la gente común, gente que ha tejido una larga vida de diálogo con Dios, a veces de lucha interior, que purifica la fe. Estos testigos humildes han buscado a Dios en el Evangelio, en la Eucaristía recibida y adorada, en el rostro del hermano en dificultad, y custodian su presencia como un fuego secreto.

La primera tarea de los cristianos es precisamente mantener vivo este fuego, que Jesús ha traído a la tierra (cf. Lc 12,49), ¿y cuál es este fuego? Es el amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Sin el fuego del Espíritu las profecías se apagan, la tristeza suplanta la alegría, la costumbre sustituye al amor, el servicio se transforma en esclavitud. Viene a la mente la imagen de la lámpara encendida junto al tabernáculo, donde se conserva la Eucaristía. También cuando la iglesia se vacía y cae la noche, también cuando la iglesia está cerrada, esa lámpara permanece encendida, continúa ardiendo: no la ve nadie, pero arde ante el Señor. Así es el Espíritu en nuestro corazón, está siempre presente como esa lámpara.

Encontramos también escrito en el Catecismo: «El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia» (n. 2672). Muchas veces sucede que nosotros no rezamos, no tenemos ganas de rezar o muchas veces rezamos como loros con la boca pero el corazón está lejos. Este es el momento de decir al Espíritu: “Ven, ven Espíritu Santo, calienta mi corazón. Ven y enséñame a rezar, enséñame a mirar al Padre, a mirar al Hijo. Enséñame cómo es el camino de la fe. Enséñame cómo amar y sobre todo enséñame a tener una actitud de esperanza”. Se trata de llamar al Espíritu continuamente para que esté presente en nuestras vidas.

Es por tanto el Espíritu quien escribe la historia de la Iglesia y del mundo. Nosotros somos páginas abiertas, disponibles a recibir su caligrafía. Y en cada uno de nosotros el Espíritu compone obras originales, porque no habrá nunca un cristiano completamente idéntico a otro. En el campo infinito de la santidad, el único Dios, Trinidad de Amor, hace florecer la variedad de los testigos: todos iguales por dignidad, pero también únicos en la belleza que el Espíritu ha querido que se irradiase en cada uno de aquellos que la misericordia de Dios ha hecho sus hijos. No lo olvidemos, el Espíritu está presente, está presente en nosotros. Escuchemos al Espíritu, llamemos al Espíritu —es el don, el regalo que Dios nos ha hecho— y digámosle: “Espíritu Santo, yo no sé cómo es tu rostro – no lo conocemos - pero sé que tú eres la fuerza, que tú eres la luz, que tú eres capaz de hacerme ir adelante y de enseñarme cómo rezar. Ven Espíritu Santo”. Una bonita oración esta: “Ven, Espíritu Santo”.

CALENDARIO

23 SÁBADO. Hasta la Hora Nona: 
SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

Misa
del sábado de la Octava (blanco).
MISAL: ants. y oracs. props., Gl., sin Cr., Pref. Pasc. I «en este día», embolismos props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. Despedida con doble «Aleluya».
LECC.: vol. II.
- Hch 4, 13-21.
No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
- Sal 117. R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
- Secuencia (opcional). Ofrezcan los cristianos.
- Mc 16, 9-15. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio del sábado de la Octava. Te Deum.

Martirologio: elogs. del 24 de abril, pág. 272.

23 SÁBADO. Después de la Hora Nona:
SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
Segunda semana del Salterio
Misa
vespertina del II Domingo de Pascua (blanco).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

Antífona de entrada Cf. Sal 104, 43
El Señor sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo. Aleluya.
Edúxit Dóminus pópulum suum in exsultatióne, et eléctos suos in laetítia, allelúia.

Se dice Gloria.

Oración colecta
Oh, Dios, que no cesas de aumentar con la abundancia de tu gracia el número de los pueblos que creen en ti, mira con amor a tus elegidos, para que los renacidos en el bautismo se revistan de la inmortalidad dichosa. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui credéntes in te pópulos grátiae tuae largitáte multíplicas, ad electiónem tuam propítius intuére, ut, qui sacraménto baptísmatis sunt renáti, beáta fácias immortalitáte vestíri. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la Octava de Pascua (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Hch 4, 13-21
No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando
que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo:
«Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre».
Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:
«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».
Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 117, 1 y 14-15. 16-18. 19-21 (R.: 21a)
R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Confitébor tibi, Dómine, quóniam exaudísti me.
O bien: Aleluya.

V. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos.
R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Confitébor tibi, Dómine, quóniam exaudísti me.

V. «La diestra del Señor es poderosa.
La diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Confitébor tibi, Dómine, quóniam exaudísti me.

V. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.
Confitébor tibi, Dómine, quóniam exaudísti me.

SECUENCIA (opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Victimae Pascháli laudes
immolent Christiáni.

Agnus redémit oves:
Christus ínnocens Patri
reconciliávit
peccatores.

Mors et vita duello
conflixére mirándo:
dux vitae mórtuus,
regnat vivus.

Dic nobis María,
Quid vidísti in via?

Sepúlcrum Christi vivéntis,
et glóriam vidi resurgéntis:
Angélicos testes,
sudárium et vestes.

Surréxit Christus spes mea:
praecédet suos in Galilaéam.

Scimus Christum surrexísse
a mórtuis vere:
Tu nobis, victor Rex miserére.
Amen. Allelúia.

Aleluya Sal 117, 24
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Este es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
Hæc dies quam fecit Dóminus; exsultémus et lætémur in ea.

EVANGELIO Mc 16, 9-15
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
 Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
R. Gloria a ti, Señor.

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.
Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.
También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 267.

No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos -porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio (Mc 16, 15)- el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los frutos, del Señor.
¿Y cómo cumpliremos ese apostolado? Antes que nada, con el ejemplo, viviendo de acuerdo con la Voluntad del Padre, como Jesucristo, con su vida y sus enseñanzas, nos ha revelado. Verdadera fe es aquella que no permite que las acciones contradigan lo que se afirma con las palabras. Examinando nuestra conducta personal, debemos medir la autenticidad de nuestra fe. No somos sinceramente creyentes, si no nos esforzamos por realizar con nuestras acciones lo que confesamos con los labios.

Oración de los fieles
Jesucristo, el Señor, vive siempre e intercede por nosotros ante el Padre. Oremos con toda confianza.
- Para que el Señor Jesús, Salvador del mundo, haga que su Iglesia dé testimonio fiel de su resurrección. Roguemos al Señor
- Para que los gobernantes busquen ante todo la justicia y la paz. Roguemos al Señor
- Para que los que buscan la fe sean iluminados por la luz de Cristo resucitado y por el testimonio de los cristianos. Roguemos al Señor.
- Para que el Señor Jesús, vencedor de la muerte, nos confirme en la firmeza de la fe y en el testimonio de su resurrección. Roguemos al Señor.
Escucha, Padre de bondad, a los que creemos y confiamos en que Jesucristo resucitado intercede por nosotros ante ti. Él que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
Concédenos, Señor, alegrarnos siempre por estos misterios pascuales, y que la actualización continua de tu obra redentora sea para nosotros fuente de gozo incesante. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Concéde, quaesumus, Dómine, semper nos per haec mystéria paschália gratulári, ut contínua nostrae reparatiónis operátio perpétuae nobis fiat causa laetítiae. Per Christum.

PREFACIO PASCUAL I
EL MISTERIO PASCUAL
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca exaltarte en este día glorioso en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre: Te quidem, Dómine, omni témpore confitéri, sed in hac potíssimum die gloriósius praedicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus.
Ipse enim verus est Agnus qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit.
Quaprópter, profúsis paschálibus gáudiis, totus in orbe terrárum mundus exsúltat. Sed et supérnae virtútes atque angélicae potestátes hymnum glóriae tuae cóncinunt, sine fine dicéntes:
Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO. Cuando se utiliza el Canon romano, se dicen Reunidos en comunión, y Acepta, Señor, en tu bondad propios.

Antífona de comunión Gál 3, 27
Cuantos habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Aleluya.
Omnes, qui in Christo baptizáti estis, Christum induístis, allelúia.

Oración después de la comunión
Mira, Señor, con bondad, a tu pueblo y ya has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele llegar a la incorruptible resurrección de la carne que habrá de ser glorificada. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Pópulum tuum, quaesumus, Dómine, intuére benígnus, et, quem aetérnis dignátus es renováre mystériis, ad incorruptíbilem glorificándae carnis resurrectiónem perveníre concéde. Per Christum.

Bendición solemne como el día de Pascua.
Que os bendiga Dios todopoderoso en la solemnidad pascual que hoy celebramos y, compasivo, os defienda de toda asechanza del pecado.
Benedícat vos omnípotens Deus, hodiérna interveniénte sollemnitáte pascháli, et ab omni miserátus deféndat incursióne peccáti.
R. Amén.
El que os ha renovado para la vida eterna, en la resurrección de su Unigénito, os colme con el premio de la inmortalidad.
Et qui ad aetérnam vitam in Unigéniti sui resurrectióne vos réparat, vos praemiis immortalitátis adímpleat.
R. Amén.
Y quienes, terminados los días de la pasión del Señor, habéis participado en los gozos de la fiesta de Pascua, podáis llegar, por su gracia, con espíritu exultante a aquellas fiestas que se celebran con alegría eterna.
Et qui, explétis passiónis domínicae diébus, paschális festi gáudia celebrátis, ad ea festa, quae laetítiis peragúntur aetérnis, ipso opitulánte, exsultántibus ánimis veniátis.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Benedícat vos omnípotens Deus, Pater, et Fílius, + et Spíritus Sanctus.
R. Amén.

Para despedir al pueblo, el diácono o el mismo sacerdote, dice:
Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
Ite, missa est, allelúia, allelúia.
R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.
Deo grátias, allelúia, allelúia.

MARTIROLOGIO

Elogios del día 24 de abril
S
an Fidel de Sigmaringen
, presbítero y mártir, que, siendo abogado, decidió entrar en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, donde llevó una vida observante de vigilias y oraciones. Asiduo en la predicación de la Palabra de Dios, fue enviado a la región de Recia para consolidar la verdadera doctrina, y por su fe católica, en Sevis, en Suiza, sufrió el martirio por obbra de algunos herejes. (1622)
2. En Jerusalén, conmemoración de las santas mujeres María de Cleofás y Salomé, que junto con María Magdalena, al amanecer del día de Pascua, se dirigieron al sepulcro del Señor para ungir su cuerpo y allí recibieron el primer anuncio de la Resurrección. (s. I)
3. En Lyon, ciudad de la Galia, hoy Francia, san Alejandro, mártir, que, tres días después de la pasión de san Epipodio, fue sacado de la cárcel, azotado y clavado en una cruz hasta expirar. (178)
4. En Nicomedia, en Bitinia, actualmente Turquía, san Antimo, obispoy compañeros, mártires en la persecución bajo el emperador Diocleciano. Antimio, por confesar a Cristo, recibió la gloria del martirio al ser decapitado, y de la multitud de fieles de su grey, unos fueron también decapitados, otros quemados vivos y los restantes llevados a alta mar en pequeñas embarcaciones para ser ahogados. (303)
5. En Illiberis, actual  Elvira, en la Hispania Bética, san Gregorio, obispo, cuya obra titulada Sobre la Fe fue alabada por san Jerónimo. (s. IV)
6*. En las cercanías de Blois, en la Galia Lugdunense, hoy  Francia, san Deodato, diácono y abad, que después de llevar vida de anacoreta, fue guía de un grupo de discípulos que en este lugar se habían reunido en torno a él. (s. VI)
7. En Cantorbery, en Inglaterra, san Melito, obispo, que enviado a Inglaterra por el papa san Gregorio Magno como abad, fue ordenado allí obispo de los sajones orientales por san Agustín, y finalmente, tras sufrir muchas tribulaciones, accedió a la sede de Cantorbery. (624)
8. En York, en Northumbria, en el actual Reino Unido, san Wilfrido, obispo, que durante cuarenta y cinco años ejerció con gran empeño  su ministerio, y obligado a ceder su sede, terminó en paz sus días entre los monjes de Ripon, de quienes fue abad durante un tiempo. (709)
9. En la isla de Iona, en Escocia, san Egberto, presbítero y monje, que se ocupó con dedicación a evangelizar varias zonas de Europa y, ya anciano, reconcilió a los monjes de Iona para con el uso romano del cómputo pascual, celebrando su Pascua eterna al término de la misa de la solemnidad. (729)
10*. En Mortain, en la región de Normandía, en Francia, san Guillermo Firmato, eremita, que, canónigo y médico en Tours, tras una peregrinación a Jerusalén se retiró a la soledad hasta su muerte. (1103)
11. En Angers, de nuevo en Francia, santa María de Santa Eufrasia (Rosa Virginia) Pelletier, virgen, que para acoger piadosamente a las mujeres de vida descarriada, que ella denominaba "Magdalenas", fundó el Instituto de Hermanas del Buen Pastor. (1868)
12. En Dinan, también en Francia, san Benito (Ángel) Menni, presbítero de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, fundador de la Congregación de Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. (1914)
13*. En Roma, santa María Elisabet Hesselbald, virgen, que, oriunda de Suecia, tras haber prestado servicio durante largo tiempo en un hospital, reformó la Orden de Santa Brígida, dedicándose particularmente a la contemplación, a la caridad para con los necesitados y a la unidad de los cristianos. (1957) Canonizada 2016

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