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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

lunes, 7 de marzo de 2022

Lunes 11 abril 2022, Lunes Santo, feria.

SOBRE LITURGIA

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 9 de diciembre de 2020

Catequesis 18. La oración de súplica

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos con nuestras reflexiones sobre la oración. La oración cristiana es plenamente humana —nosotros rezamos como personas humanas, como lo que somos—, incluye la alabanza y la súplica. De hecho, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, lo hizo con el “Padrenuestro”, para que nos pongamos con Dios en la relación de confianza filial y le dirijamos todas nuestras necesidades. Suplicamos a Dios por los dones más sublimes: la santificación de su nombre entre los hombres, el advenimiento de su señoría, la realización de su voluntad de bien en relación con el mundo. El Catecismo recuerda: «Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida» (n. 2632). Pero en el “Padrenuestro” rezamos también por los dones más sencillos, por los dones más cotidianos, como el “pan de cada día” —que quiere decir también la salud, la casa, el trabajo, las cosas de todos los días; y también quiere decir por la Eucaristía, necesaria para la vida en Cristo—; así como rezamos por el perdón de los pecados —que es algo cotidiano; siempre necesitamos perdón—, y por tanto la paz en nuestras relaciones; y finalmente que nos ayude en las tentaciones y nos libre del mal.

Pedir, suplicar. Esto es muy humano. Escuchamos una vez más el Catecismo: «Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él» (n. 2629).

Si uno se siente mal porque ha hecho cosas malas —es un pecador— cuando reza el Padrenuestro ya se está acercando al Señor. A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. ¡A veces sucede esto! Pero antes o después esta ilusión se desvanece. El ser humano es una invocación, que a veces se convierte en grito, a menudo contenido. El alma se parece a una tierra árida, sedienta, como dice el Salmo (cf. Sal 63,2). Todos experimentamos, en un momento u otro de nuestra existencia, el tiempo de la melancolía o de la soledad. La Biblia no se avergüenza de mostrar la condición humana marcada por la enfermedad, por las injusticias, la traición de los amigos, o la amenaza de los enemigos. A veces parece que todo se derrumba, que la vida vivida hasta ahora ha sido vana. Y en estas situaciones aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración: «¡Señor, ayúdame!». La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad. «¡Señor, ayúdame!». Esto abre el camino, abre la senda.

Nosotros los seres humanos compartimos esta invocación de ayuda con toda la creación. No somos los únicos que “rezamos” en este universo exterminado: cada fragmento de la creación lleva inscrito el deseo de Dios. Y San Pablo lo expresó de esta manera. Dice así: «Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solo ella, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,22-24). En nosotros resuena el gemido multiforme de las creaturas: de los árboles, de las rocas, de los animales… Todo anhela la realización. Escribió Tertuliano: «Ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire.También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración» (De oratione, XXIX). Esta es una expresión poética para hacer un comentario a lo que San Pablo dice “que toda la creación gime, reza”. Pero nosotros, somos los únicos que rezamos conscientemente, que sabemos que nos dirigimos al Padre, y que entramos en diálogo con el Padre.

Por tanto, no tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar, no tener vergüenza. Y sobre todo cuando estamos en la necesidad, pedir. Jesús hablando de un hombre deshonesto, que debe hacer cuentas con su patrón, dice esto: “Pedir, me avergüenzo”. Y muchos de nosotros tenemos este sentimiento: tenemos vergüenza de pedir; de pedir ayuda, de pedir a alguien que nos ayude a hacer algo, a llegar a esa meta, y también vergüenza de pedir a Dios. No hay que tener vergüenza de rezar y de decir: “Señor, necesito esto”, “Señor, estoy en esta dificultad”, “¡Ayúdame!”. Es el grito del corazón hacia Dios que es Padre. Y tenemos que aprender a hacerlo también en los tiempos felices; dar gracias a Dios por cada cosa que se nos da, y no dar nada por descontado o debido: todo es gracia. El Señor siempre nos da, siempre, y todo es gracia, todo. La gracia de Dios. Sin embargo, no reprimamos la súplica que surge espontánea en nosotros. La oración de petición va a la par que la aceptación de nuestro límite y de nuestra creaturalidad. Se puede incluso llegar a no creer en Dios, pero es difícil no creer en la oración: esta sencillamente existe; se presenta a nosotros como un grito; y todos tenemos que lidiar con esta voz interior que quizá puede callar durante mucho tiempo, pero un día se despierta y grita.

Hermanos y hermanas, sabemos que Dios responderá. No hay orante en el Libro de los Salmos que levante su lamento y no sea escuchado. Dios responde siempre: hoy, mañana, pero siempre responde, de una manera u otra. Siempre responde. La Biblia lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca. También nuestras peticiones tartamudeadas, las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos también vergüenza de expresar, el Padre las escucha y quiere donarnos el Espíritu Santo, que anima toda oración y lo transforma todo. Es cuestión de paciencia, siempre, de soportar la espera. Ahora estamos en tiempo de Adviento, un tiempo típicamente de espera para la Navidad. Nosotros estamos en espera. Esto se ve bien. Pero también toda nuestra vida está en espera. Y la oración está en espera siempre, porque sabemos que el Señor responderá. Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado. La muerte ya ha sido derrotada en Cristo, y vendrá el día en el que todo será definitivo, y ella ya no se burlará más de nuestra vida y de nuestra felicidad.

Aprendamos a estar en la espera del Señor. El Señor viene a visitarnos, no solo en estas fiestas grandes — la Navidad, la Pascua —, sino que el Señor nos visita cada día en la intimidad de nuestro corazón si nosotros estamos a la espera. Y muchas veces no nos damos cuenta de que el Señor está cerca, que llama a nuestra puerta y lo dejamos pasar. “Tengo miedo de Dios cuando pasa; tengo miedo de que pase y yo no me dé cuenta”, decía san Agustín. Y el Señor pasa, el Señor viene, el Señor llama. Pero si tú tienes los oídos llenos de otros ruidos, no escucharás la llamada del Señor.

Hermanos y hermanas, estar en espera: ¡esta es la oración!

CALENDARIO

11 LUNES SANTO, feria

Misa
de feria (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. II de la Pasión del Señor.
LECC.: vol. II.
- Is 42, 1-7.
No gritará, no voceará por las calles.
- Sal 26. R. El Señor es mi luz y mi salvación.
- Jn 12, 1-11. Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 12 de abril, pág. 251.

TEXTOS MISA

LUNES SANTO


Antífona de entrada Sal 34, 1-2; Sal 139, 8
Pelea, Señor, contra los que atacan, guerrea contra los que me hacen guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio, Señor Dios, mi fuerte salvador.
Iúdica, Dómine, nocéntes me, expúgna impugnántes me: apprehénde arma et scutum, et exsúrge in adiutórium meum, Dómine, virtus salútis meae.

Acto penitencial
Todo como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las invocaciones que se proponen a continuación.

Recordando la pasión de Cristo, pedimos perdón por nuestros pecados:
- Señor Jesús, condenado a muerte ignominiosa. Señor, ten piedad
R. Señor, ten piedad.
- Jesús, abandonado de tus discípulos. Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Jesús, despojado de tus vestiduras y levantado sobre la cruz. Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

Oración colecta
Concédenos, Dios todopoderoso, que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad, encontremos aliento en la pasión de tu Hijo unigénito. Él, que vive y reina contigo.
Da, quaesumus, omnípotens Deus, ut, qui ex nostra infirmitáte defícimus, intercedénte Unigéniti Fílii tui passióne, respirémus. Qui tecum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Lunes Santo (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Is 42, 1-7
No gritará, no voceará por las calles

Lectura del libro de Isaías.

Mirad a mi siervo,
a quien sostengo;
mi elegido,
en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él,
manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad.
No vacilará ni se quebrará,
hasta implantar la justicia en el país.
En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios,
que crea y despliega los cielos,
consolidó la tierra con su vegetación,
da el respiro al pueblo que la habita
y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor,
te he llamado en mi justicia,,
te cogí de la mano, te formé
e hice de ti alianza de un pueblo
y luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la cárcel,
de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 26, 1bcde. 2. 3. 13-14 (R.: 1b)
R. 
El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

V. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mí vida,
¿quién me hará temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

V. Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

V. Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

V. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

Versículo antes del Evangelio
Salve, Rey nuestro, solo tú te has compadecido de nuestros errores.
Ave, Rex noster: tu solus nostros es miserátus errores.

EVANGELIO Jn 12, 1-11
Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
«Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 126.
María tomó una libra de ungüento de nardo puro y de gran precio, y lo derramó sobre los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos, llenándose la casa de la fragancia del perfume (Jn 12, 1-3). ¡Qué prueba tan clara de magnanimidad el derroche de María! Judas se lamenta de que se haya echado a perder un perfume que valía -con su codicia, ha hecho muy bien sus cálculos- por lo menos trescientos denarios (Jn 12, 5).
El verdadero desprendimiento lleva a ser muy generosos con Dios y con nuestros hermanos; a moverse, a buscar recursos, a gastarse para ayudar a quienes pasan necesidad. No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia.

Oración de los fieles
El Señor Jesús fue ungido por María de Betania con el perfume para la sepultura en espera de la resurrección. Mientras nos disponemos a celebrar la Pascua, oremos confiadamente.
- Por la Iglesia, que quiere hacer suyos los sufrimientos de toda la humanidad, para que asuma las actitudes de mansedumbre y bondad de Jesucristo, el Siervo de Dios. Roguemos al Señor.
- Por todos los que llevan en su carne las marcas de la pasión de Cristo, para que sean confortados con la generosidad y la ayuda de los hermanos. Roguemos al Señor.
- Por los que tienen el corazón endurecido, para que el Espíritu Santo les conceda abrirse a una verdadera conversión. Roguemos al Señor.
- Por nosotros y por nuestra comunidad (parroquial), para que nos dispongamos con corazón abierto y con fe viva a la celebración de la Pascua, ya cercana. Roguemos al Señor.
Escúchanos, Padre de bondad, y acoge con amor nuestros ruegos. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor

Oración sobre las ofrendas
Mira, Señor, con bondad los santos misterios que estamos celebrando y, ya que tu amor providente los instituyó para librarnos de nuestra condena, haz que fructifiquen para la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Réspice, Dómine, propítius sacra mystéria quae gérimus, et, quod ad nostra evacuánda praeiudícia miséricors praevidísti, vitam nobis tríbue fructificáre perpétuam. Per Christum.

PREFACIO II DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
LA VICTORIA DE LA PASIÓN
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque se acercan los días de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa; en ellos se actualiza su triunfo sobre la soberbia del antiguo enemigo y celebramos el misterio de nuestra redención.
Por él, los coros de los ángeles adoran tu gloria eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos asociamos a sus voces cantando con ellos tu alabanza:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Cuius salutíferae passiónis et gloriósae resurrectiónis dies appropinquáre noscúntur, quibus et de antíqui hostis supérbia triumphátur, et nostrae redemptiónis recólitur sacraméntum. Per quem maiestátem tuam adórat exércitus Angelórum, ante conspéctum tuum in aeternitáte laetántium.
Cum quibus et nostras voces ut admítti iúbeas, deprecámur, sócia exsultatióne dicéntes:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA II.

Antífona de comunión Sal 101, 3

No me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco, escúchame en seguida.

Non avértas fáciem tuam a me; in quacúmque die tríbulor, inclína ad me aurem tuam; in quacúmque die invocávero te, velóciter exáudi me.

Oración después de la comunión
Visita, Señor, a tu pueblo, y guarda los corazones de quienes se consagran a tus misterios con amor solícito, para que conserven, bajo tu protección, los medios de la salvación eterna que han recibido de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Vísita, quaesumus, Dómine, plebem tuam, et corda sacris dicáta mystériis pietáte tuére pervígili, ut remédia salútis aetérnae, quae te miseránte pércipit, te protegénte custódiat. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Se puede añadir ad libitum
V. 
El Señor esté con vosotros. R.
V.
 Inclinaos para recibir la bendición.
Defiende, Señor, a los sencillos y protege continuamente a los que confían en tu misericordia, para que, al disponerse a celebrar las fiestas de Pascua, tengan en cuenta no solo la penitencia corporal, sino, lo que es más importante, la pureza interior. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Defénsio tua, Dómine, quaesumus, adsit humílibus, et iúgiter prótegat in tua misericórdia confidéntes, ut, ad festa paschália celebránda, non solum observántiam corporálem, sed, quod est pótius, hábeant méntium puritátem. Per Christum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 12 de abril

1. En Fermo, en el Piceno, actual región italiana de la Marcas, santas Visia y Sofía, vírgenes y mártires. (s. inc.)
2. En Roma, en el cementerio de Calepodio, en el tercera milla de la vía Aurelia, sepultura del papa san Julio I, quien, frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la fe del Concilio de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y reunió el Concilio de Sárdica. (352)
3. En Verona, en el territorio de Venecia, actualmente también en Italia, san Zenón, obispo, que con su trabajo y predicación condujo a la ciudad al bautismo de Cristo. (c. 372)
4. En Capadocia, en la Turquía actual, san Sabas Godo, mártir, que durante la persecución contra los cristianos bajo Atanarico, rey de los godos, por haber rechazado tres días después de la celebración de la Pascua los alimentos inmolados a los ídolos, fue arrojado a un río tras crueles tormentos. (372)
5. Cerca de Gap, en la provincia romana de la Galia, hoy Francia, san Constantino, obispo(d. 517)
6. En Pavía, ciudad de la región italiana de Lombardía, san Damián, obispo, cuya carta sobre la recta fe, referente a la voluntad y al obrar de Cristo, fue leída en el III Concilio de Constantinopla. (697)
7*. En Pario, en el Helesponto, actual Turquía, san Basilio, obispo, que, por defender el culto de las sagradas imágenes, padeció azotes, cadenas y exilio. (735)
8*. En la región de Calais, en la Galia, hoy Francia, san Erkembodone, abad de Sithiu y, a la vez, obispo de Thérouanne. (742)
9*. En el monasterio de Cava de' Tirreni, en la región de Campania, en Italia, san Alferio, fundador y primer abad, que, después de ser consejero de Guaimario, duque de Salerno, se hizo discípulo de san Odilón en Cluny y se distinguió de forma excelente en la observancia de la vida monástica. (1050)
10*. En el monasterio de Belem, cerca de Lisboa, en Portugal, beato Lorenzo, presbítero de la Orden de San Jerónimo, cuya eximia piedad atrajo a muchísimos penitentes a este cenobio. (s. XIV)
11. En la ciudad de Los Andes, en Chile, santa Teresa de Jesús (Juana) Fernández Solar, virgen, que, siendo novicia en la Orden de Carmelitas Descalzas, consagró, como ella misma decía, su vida a Dios por el mundo pecador, y a la edad de veinte años de edad murió consumida por el tifus. (1920)
12. En Nápoles, en Italia, san José Moscati, médico de profesión, entregado total e incansablemente a la cotidiana asistencia a los enfermos, sin reclamar a los pobres paga alguna, y que atendiendo a los cuerpos, curaba, a la vez, las almas con gran amor. (1927)
13. En la aldea de San José, en el territorio de Chilpancingo, en México, san David Uribe, presbítero y mártir, que en tiempo de persecución contra la Iglesia padeció el martirio por confesar a Cristo Rey. (1927)

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