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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 6 de marzo de 2022

Domingo 10 abril 2022, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

La Semana Santa

138. "Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén".

Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular. Sin embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos, sobre todo las procesiones.

Esta diferencia se debería reconducir a una correcta armonización entre las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con la Semana Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad popular.

Domingo de Ramos

Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles

139. "La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos "de la Pasión del Señor", que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión".

La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión.

Sin embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición.

La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.

CALENDARIO

10 + DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, cuando nuestro Señor Jesucristo, como indica la profecía de Zacarías, entró en Jerusalén sentado sobre un pollino de borrica, y a su encuentro salió la multitud con ramos de olivos (elog. del Martirologio Romano).

Misa del Domingo (rojo).
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. prop. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. I (C).
Procesión:
- Lc 19, 28-40. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Misa:
- Is 50, 4-7. No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
- Sal 21. R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
- Flp 2, 6-11. Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo.
- Lc 22, 14 — 23, 56. Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

La procesión de ramos expresa de manera sensible lo que ha sido nuestro peregrinar de Cuaresma. Es la culminación de la subida con Cristo a Jerusalén para vivir la pascua con Él, que, «reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (2 lect.). La liturgia de hoy, pues, incluye los dos polos del misterio pascual: rechazo y aceptación, sombra y luz, muerte y vida. De la alegría de la procesión, pasaremos a la contemplación de la Pasión de Cristo en el Ev. de la misa. Estos dos polos encuentran su expresión más completa y perfecta en el altar de la eucaristía, que, al mismo tiempo que sacrificio, es banquete festivo de los hijos de Dios.

* En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. Por esta razón, en todas las misas se hace memoria de la entrada del Señor en la ciudad santa; esta memoria se hace o bien por la procesión o entrada solemne antes de la misa principal, o bien por la entrada simple antes de las restantes misas. La entrada solemne, no así la procesión, puede repetirse antes de aquellas misas que se celebran con gran asistencia de fieles. Cuando no se pueda hacer ni la procesión ni la entrada solemne, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios con relación a la entrada mesiánica y a la pasión del Señor, ya sea el sábado al atardecer, ya sea el domingo a la hora más oportuna.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio dominical. No se dice Te Deum. Comp. Dom. II.

Martirologio: elogs. del 11 de abril, pág. 249.

Celebración penitencial: Es muy conveniente que el tiempo de la Cuaresma termine, tanto para cada uno de los fieles como para toda la comunidad cristiana, con alguna celebración penitencial que prepare a una más plena participación en el Misterio pascual (Carta circular sobre las fiestas pascuales, n. 37).

CALENDARIOS: Canarias: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Francisco Cases Andreu, obispo, emérito (1994).
Santiago de Compostela: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Francisco José Prieto Fernández, obispo auxiliar (2021).

TEXTOS MISA

SEMANA SANTA

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

1. En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. Por esta razón, en todas las misas se hace memoria de la entrada del Señor en la ciudad santa; esta memoria se hace o bien por la procesión o entrada solemne antes de la misa principal, o bien por la entrada simple antes de las restantes misas. La entrada solemne, no así la procesión, puede repetirse antes de aquellas misas que se celebran con gran asistencia de fieles.
Cuando no se pueda hacer ni la procesión ni la entrada solemne, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios con relación a la entrada mesiánica y a la pasión del Señor, ya sea el sábado al atardecer, ya sea el domingo a la hora más oportuna.

Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén.

Forma primera: Procesión

2. A la hora señalada se reúnen todos en una iglesia menor o en otro lugar apto fuera de la iglesia a la que se va a ir en procesión. Los fieles tienen en sus manos los ramos.

3. El sacerdote y el diácono, revestidos con las vestiduras rojas que se requieren para la celebración de la misa, se dirigen al lugar donde se ha congregado el pueblo. El sacerdote, en lugar de casulla, puede llevar capa pluvial, que se quitará una vez acabada la procesión.

4. Mientras los ministros llegan al lugar de la reunión, se canta la siguiente antífona u otro canto apropiado:
Antífona Cf. Mt 21, 9
Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo.

5. El sacerdote y el pueblo se signan, mientras el sacerdote dice: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después saluda al pueblo como de costumbre, y hace una breve monición, en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día, con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio pascual de la pasión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo quien, para llevarlo a cabo, hizo la entrada en la ciudad santa de Jerusalén.
Por este motivo, recordando con fe y devoción esta entrada salvadora, acompañemos al Señor para que, participando de su cruz por la gracia, merezcamos un día tener parte en su resurrección y vida.

6. Después de la monición, el sacerdote dice una de las siguientes oraciones, con las manos juntas:
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu + bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar a Cristo Rey aclamándolo con cantos, concédenos, por medio de él, entrar en la Jerusalén del cielo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Omnípotens sempitérne Deus, hos pálmites tua benedictióne + sanctífica, ut nos, qui Christum Regem exsultándo proséquimur, per ipsum valeámus ad aetérnam Ierúsalem perveníre. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.
R. Amén.
O bien:
Aumenta, oh Dios, la fe de los que esperan en ti y escucha las plegarias de los que te invocan, para que, al levantar hoy los ramos en honor de Cristo vencedor, seamos portadores, apoyados en él, del fruto de las buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Auge fidem in te sperántium, Deus, et súpplicum preces cleménter exáudi, ut, qui hódie Christo triumphánti pálmites exhibémus, in ipso fructus tibi bonórum óperum afferámus. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.
R. Amén.
A continuación asperja con agua bendita los ramos sin decir nada.

7. Seguidamente, el diácono, o en su defecto, el sacerdote proclama, en la forma habitual, el evangelio de la entrada del Señor, según uno de los cuatro Evangelios. puede utilizarse incienso, si se juzga oportuno.

EVANGELIO (año C) Lc 19, 28-40
Bendito el que viene en nombre del Señor
 Lectura del santo Evangelio según San Lucas 19, 28-40
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo hacia Jerusalén.
Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado
de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:
«Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado nunca. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, le diréis así: “El Señor lo necesita”».
Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron:
«¿Por qué desatáis el pollino?».
Ellos dijeron:
«El Señor lo necesita».
Se lo llevaron a Jesús y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él.
Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo:
«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Y respondiendo, dijo:
«Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

8. Después del evangelio, se puede hacer una breve homilía. Antes de comenzar la procesión, el sacerdote, el diácono o un ministro laico, dice con estas u otras palabras:
Queridos hermanos, imitemos a la muchedumbre que aclamaba a Jesús, y vayamos en paz.
Imitémur, fratres caríssimi, turbas acclamántes Iesum, et procedámus in pace.
O bien:
Vayamos en paz.
En este caso todos responden:
En el nombre de Cristo. Amén.
9. Y comienza la procesión hacia la iglesia donde se va a celebrar la misa. Si se emplea el incienso, va delante el turiferario con el incensario humeante, seguidamente el acólito u otro ministro que porta la cruz adornada con ramos o palmas según las costumbres del lugar, en medio de dos ministros con velas encendidas. A continuación, el diácono llevando el libro de los Evangelios, el sacerdote con los ministros y, detrás de ellos, los fieles, que llevan los ramos en las manos.
Durante la procesión, los cantores, junto con el pueblo, cantan los siguientes cantos u otros apropiados en honor de Cristo Rey:

Antífona 1
Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, aclamando: Hosanna en el cielo.
Púeri Hebraeórum, portántes ramos olivárum, obviavérunt Dómino, clamántes et dicéntes: Hosánna in excélsis.
Esta antífona se puede repetir entre los versículos de este salmo.

Salmo 23
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares, / él la afianzó sobre los ríos[R]
Dómini est terra et plenitúdo eius, * orbis terrárum et qui hábitant in eo.
Quia ipse super mária fundávit eum * et super flúmina firmávit eum.
¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes /
y puro corazón, que no confía en los ídolos / ni jura contra el prójimo en falso. [R]
Quis ascéndet in montem Dómini, * aut quis stabit in loco sancto eius?
Innocens mánibus et mundo corde, qui non levávit ad vana ánimam suam, * nec iurávit in dolum.
Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación.
Ésta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob[R]
Hic accípiet benedictiónem a Dómino * et iustificatiónem a Deo salutári suo.
Haec est generátio quaeréntium eum, * quaeréntium fáciem Dei Iacob.
¡Portones!, alzad los dinteles, /
que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. / ¿Quién ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso, / el Señor valeroso en la batalla. [R]
Attóllite, portae, cápita vestra, et elevámini, portae aeternáles, * et introíbit rex glóriae.
Quis est iste rex glóriae? * Dóminus fortis et potens, Dóminus potens in proelio.
¡Portones!, alzad los dinteles, / que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo:
él es el Rey de la gloria. [R]
Attóllite, portae, cápita vestra, et elevámini, portae aeternáles, * et introíbit rex glóriae.
Quis est iste rex glóriae? * Dóminus virtútum ipse est rex glóriae.

Antífona 2
Los niños hebreos extendían mantos por el camino y aclamaban: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor.
Púeri Hebraeórum vestiménta prosternébant in via, et clamábant dicéntes: Hosánna fílio David; benedíctus, qui venit in nómine Dómini.
Esta antífona se puede repetir entre los versículos de este salmo.

Salmo 46
Pueblos todos, batid palmas, /
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible, / emperador de toda la tierra. [R]
Omnes gentes, pláudite mánibus, * iubiláte Deo in voce exsultatiónis,
quóniam Dóminus Altíssimus, terríbilis, * rex magnus super omnem terram.
Él nos somete los pueblos / y nos sojuzga las naciones;
él nos escogió por heredad suya: / gloria de Jacob, su amado.
Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: [R]
Subiécit pópulos nobis, * et gentes sub pédibus nostris.
Elégit nobis hereditátem nostram, * glóriam Iacob, quem diléxit.
Ascéndit Deus in iúbilo, * et Dóminus in voce tubae.
tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo: / tocad con maestría. [R]
Psállite Deo, psállite; * psállite regi nostro, psállite.
Quóniam rex omnis terrae Deus, * psállite sapiénter.
Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado.
Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abrahán; porque de Dios son los grandes de la tierra, / y él es excelso. [R]
Regnávit Deus super gentes, * Deus sedet super sedem sanctam suam.
Príncipes populórum congregáti sunt cum pópulo Dei Abraham, quóniam Dei sunt scuta terrae: * veheménter elevátus est.

Himno a Cristo Rey
Pueblo:
¡Gloria, alabanza y honor!
¡Gritad Hosanna,
y haceos como los niños hebreos
al paso del Redentor!
¡Gloria y honor al que viene en el nombre del Señor!
Glória, laus et honor tibi sit, rex Christe redémptor, cui pueríle decus prompsit Hosánna pium.
Cantores:
1. Como Jerusalén con su traje festivo, vestida de palmeras, coronada de olivos, viene la cristiandad en son de romería a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría. R.
Glória, laus et honor tibi sit, rex Christe redémptor, cui pueríle decus prompsit Hosánna pium.
Israel es tu rex, Dávidis et ínclita proles, nómine qui in Dómini, rex benedícte, venis.
2. Ibas como va el sol a un ocaso de gloria; cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria; Pero tú eres el Rey, el Señor, el Dios Fuerte, la Vida que renace del fondo de la Muerte. R.
Cotus in excélsis te laudat caelicus omnis, et mortális homo, et cuncta creáta simul.
Plebs Hebraea tibi cum palmis óbvia venit; cum prece, voto, hymnis, ádsumus ecce tibi.
3. Tú, que amas a Israel y bendices sus cantos, complácete en nosotros, el pueblo de los santos; Dios de toda bondad que acoges en tu seno cuanto hay entre los hombres sencillamente bueno. R.
Hi tibi passúro solvébant múnia laudis; nos tibi regnánti pángimus ecce melos.
Hi placuére tibi, pláceat devótio nostra: rex bone, rex clemens, cui bona cuncta placent.

10. Al entrar la procesión en la iglesia se canta el siguiente responsorio u otro canto que haga alusión a la entrada del Señor:
V. Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo, proclamando, con ramos de palmas: «Hosanna en el cielo».
Ingrediénte Dómino in sanctam civitátem, Hebraeórum púeri, resurrectiónem vitae pronuntiántes, * Cum ramis palmárum: Hosánna, clamábant, in excélsis.
R. Hosanna en el cielo.
Hosánna, in excélsis.
V. Como el pueblo oyese que Jesús llegaba a Jerusalén, salió a su encuentro, proclamando con ramos de palmas: «Hosanna en el cielo».
Cum audísset pópulus, quod Iesus veníret Hierosólymam, exiérunt óbviam ei. * Cum ramis.
R. Hosanna en el cielo.
Hosánna, in excélsis.

11. El sacerdote, al llegar al altar, lo venera y, silo juzga oportuno, lo inciensa. Después va a la sede, se quita la capa pluvial si la ha usado, y se pone la casulla y, omitidos los demás ritos iniciales de la misa y, según la oportunidad, el Señor ten piedad, dice la oración colecta de la misa y continúa como de costumbre.

Forma segunda: Entrada solemne

12. Cuando no es posible hacer la procesión fuera de la iglesia, la entrada del Señor se celebra dentro de la iglesia, por medio de una entrada solemne antes de la misa principal.

13. Los fieles se reúnen o en la puerta de la iglesia o en la misma iglesia, teniendo los ramos en las manos. El sacerdote, los ministros y una representación de fieles se dirigen a un lugar apto de la iglesia, fuera del presbiterio, donde por la mayor parte de los fieles pueda ver el rito.

14. Mientras el sacerdote se dirige al lugar indicado, se canta la antífona: Hosanna u otro canto adecuado. En este lugar se bendicen los ramos y se proclama el evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén, como se ha indicado más arriba (nn. 5-7). Después del evangelio, el sacerdote con los ministros y algunos fieles se dirigen al presbiterio por la iglesia; mientras tanto se canta el responsorio: Al entrar el Señor (n. 10), u otro canto apto.

15. Cuando ha llegado al altar, el sacerdote lo venera, después va a la sede, y, omitiendo los ritos iniciales de la misa y, según la oportunidad, el Señor ten piedad, dice la oración colecta. Después la misa continúa como de costumbre.

Forma tercera: Entrada simple

16. En las restantes misas de este domingo en las que no se hace la entrada solemne, se hace memoria de la entrada del Señor en Jerusalén como entrada simple.

17. Mientras el sacerdote se dirige al altar, se canta la antífona de entrada con el salmo (n. 18), u otro canto que haga alusión a la entrada del Señor. El sacerdote, llegado al altar, lo venera y se dirige a la sede. Después de hacer la señal de la cruz, saluda al pueblo y la misa prosigue como de costumbre.
En otras misas, en las que no es posible cantar una antífona de entrada, el sacerdote, inmediatamente después de llegar al altar y venerarlo, saluda al pueblo, lee la antífona de entrada y prosigue la misa como de costumbre.

18. Antífona de entrada Cf. Jn 12, 1. 12, 12-13; Sal 23, 9-10
Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando Jesús iba a la ciudad de Jerusalén, salieron a su encuentro los niños: en las manos tomaron ramos y aclamaban gritando:
Hosanna en las alturas:
Bendito tú que viniste
con abundante misericordia.
Portones, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria.
Hosanna en las alturas:
Bendito tú que viniste
con abundante misericordia.
Ante sex dies sollémnis Paschae, quando venit Dóminus in civitátem Ierúsalem, occurrérunt ei púeri: et in mánibus portábant ramos palmárum et clamábant voce magna, dicéntes: * Hosánna in excélsis:
Benedíctus, qui venísti in multitúdine misericórdiae tuae. Attóllite, portae, cápita vestra, et elevámini, portae aeternáles, et introíbit rex glóriae. Quis est iste rex glóriae? Dóminus virtútum ipse est rex glóriae. * Hosánna in excélsis: Benedíctus, qui venísti in multitúdine misericórdiae tuae.

MISA

19. Después de la procesión o de la entrada solemne, el sacerdote comienza la misa con la oración colecta.

20. Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, que hiciste que nuestro Salvador se encarnase y soportara la cruz para que imitemos su ejemplo de humildad, concédenos, propicio, aprender las enseñanzas de la pasión y participar de la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo.
Omnípotens sempitérne Deus, qui humáno géneri, ad imitándum humilitátis exémplum, Salvatórem nostrum carnem súmere, et crucem subíre fecísti, concéde propítius, ut et patiéntiae ipsíus habére documénta et resurrectiónis consórtia mereámur. Qui tecum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas de la Misa del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, ciclo C (Lec. I C).

La Misa de este domingo tiene tres lecturas, y es muy recomendable que se lean las tres, a no ser que algún motivo pastoral aconseje lo contrario.
Dada la importancia de la lectura de la historia de la Pasión del Señor, el sacerdote, si es necesario por la índole de la asamblea, podrá decidir que se lea una sola de las dos lecturas que preceden al Evangelio, o inclusive que se lea únicamente la historia de la Pasión, incluso en su forma breve.
Estas normas solo pueden aplicarse en las Misas celebradas con participación del pueblo.

PRIMERA LECTURA Is 50, 4-7
No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
(Tercer cántico del Siervo del Señor)
Lectura del libro de Isaías.

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios, me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2ab)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere».
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

V. Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

V. Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

V. Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel».
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

SEGUNDA LECTURA Flp 2, 6-11
Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Versículo antes del Evangelio Cf. FIp 2, 8-9
Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.
Christus factus est pro nobis oboédiens usque ad mortem, mortem autem crucis. Propter quod et Deus exaltávit illum et dedit illi nomen, quod est super omne nomen.

21. Para la lectura de la Pasión del Señor no se llevan ni cirios ni incienso, no se hace al principio el saludo habitual, ni se signa el libro. La lee el diácono o, en su defecto, el mismo celebrante. Puede también ser leída por lectores, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.
Si son diáconos, antes de la lectura de la Pasión, piden la bendición al sacerdote, como en otras ocasiones antes del Evangelio.

EVANGELIO (forma larga) Lc 22, 14-23, 56
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
 Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Ardientemente he deseado comer esto Pascua con vosotros, antes de padecer
Cronista:
Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo:
+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».
C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo:
«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».
Haced esto en memoria mía
C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
C. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:
+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».
Ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado
«Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve
C. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo:
+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve.
Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».
Tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos
+ «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».
C. Él le dijo:
S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».
C. Pero él le dijo:
+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».
Es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito
C. Y les dijo:
«Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».
C. Dijeron:
S. «Nada».
C. Jesús añadió:
+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin».
C. Ellos dijeron:
S. «Señor, aquí hay dos espadas».
C. Él les dijo:
+ «Basta».
En medio de su angustia, oraba con más intensidad
C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ «Orad, para no caer en tentación».
C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:
«Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:
+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
C. Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron:
+ «Señor, ¿herimos con la espada?».
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo:
«Dejadlo, basta».
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».
Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente
C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. «También este estaba con él».
C. Pero él lo negó diciendo:
S. «No lo conozco, mujer».
C. Poco después, lo vio otro y le dijo:
S. «Tú también eres uno de ellos».
C. Pero Pedro replicó:
S. «Hombre, no lo soy».
C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo:
S. «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo».
C. Pedro dijo:
S. «Hombre, no sé de qué me hablas».
C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces».
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?
C. Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo:
S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».
C. E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas.
Lo condujeron ante su Sanedrín
C. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron:
S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo».
C. Él les dijo:
+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».
C. Dijeron todos:
S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».
C. Él les dijo:
+ «Vosotros lo decís, yo lo soy».
C. Ellos dijeron:
S. «Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».
C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato le preguntó:
S. «Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
«Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
+ «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado en la roca
C. Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

EVANGELIO (forma breve) Lc 23, 1-49
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
 Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Cronista:
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiar lo con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¡Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

22. Después de la lectura de la historia de la Pasión téngase, oportunamente, una breve homilía. También puede observarse algún espacio de silencio.

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro. XXXIV Jornada Mundial de la Juventud
Domingo, 14 de abril de 2019

Las aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús. Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos momentos característicos de esta celebración: la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión.
Dejemos que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal.
Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre.
También hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad.
El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión.
El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, él les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey.
Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él.
Tras él, la primera que lo ha recorrido fue su madre, María, la primera discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón» (cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris Mater, 17). Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33). En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar.
Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa. Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios.
Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Vence también a la tentación de responder, de ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.


DIRECTORIO HOMILÉTICO
D. Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la procesión, se han escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se lee el relato de la pasión del Señor» (OLM 97). Dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma. La exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Y esta liturgia tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. ¿Cómo puede el celebrante unir los múltiples elementos teológicos y emotivos de este día, sobre todo por el hecho de que las consideraciones pastorales aconsejan una homilía bastante breve? La clave se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría destacar brevemente que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana Santa, experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo.
I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo C. Domingo de Ramos y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
La entrada de Jesús en Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; Mc 9, 31-32; Mc 10, 32- 4). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1, 32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; Lc 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.
La Pasión de Cristo
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22, 2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10; cf. 1Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).
CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: … He aquí que vengo … para hacer, oh Dios, tu voluntad … En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12, 50; Lc 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; Hb 4, 15; Hb 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4 - 6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz . . " (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; Jn 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
"Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo" (Sta. Rosa de Lima, vida).
El señorío de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
"Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos" (San Cipriano, Dom. orat. 13).
El Misterio Pascual y la Liturgia
654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
1067 "Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este misterio, `con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida'. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el Misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo:
"En efecto, la liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia" (SC 2).
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13, 1; Jn 17, 1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6, 10; Hb 7, 27; Hb 9, 12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.

Se dice el Credo y se hace la oración universal.

Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que por nosotros entregó a su Hijo Jesús a la muerte y lo levantó sobre todo, como Mediador nuestro.
- Por la Iglesia, que sufre en sus miembros y se solidariza con el sufrimiento de toda la humanidad, para que sepa decir al abatido una palabra de aliento. Roguemos al Señor.
- Por la unidad de todos los cristianos, para que el sacrificio de Cristo nos reúna en la unidad a los hijos de Dios dispersos. Roguemos al Señor
- Por los enfermos, los moribundos y todos los que sufren, para que, participando del cáliz de la pasión, a semejanza de Cristo, tengan la firme esperanza de participar con El en su gloria. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Pascua del Señor Jesús, para que su muerte y resurrección se realicen en nuestra vida de cristianos. Roguemos al Señor.
Escucha, Padre, la oración de tu pueblo, que conmemora la pasión de Jesucristo, tu Hijo, para que, siguiendo su ejemplo, cumpla siempre tu voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

23. Oración sobre las ofrendas
Señor, que por la pasión de tu Unigénito se extienda sobre nosotros tu misericordia y, aunque no la merecen nuestras obras, que con la ayuda de tu compasión podamos recibirla en este sacrificio único. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Per Unigéniti tui passiónem placátio tua nobis, Dómine, sit propínqua, quam, etsi nostris opéribus non merémur, interveniénte sacrifício singulári, tua percipiámus miseratióne praevénti. Per Christum.

24. Prefacio de la Pasión del Señor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El cual, siendo inocente, se dignó padecer por los impíos, y ser condenado injustamente en lugar de los malhechores. De esta forma, al morir, borró nuestros delitos, y, al resucitar, logró nuestra salvación.
Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui pati pro ímpiis dignátus est ínnocens, et pro scelerátis indébite condemnári. Cuius mors delícta nostra detérsit, et iustificatiónem nobis resurréctio comparávit.
Unde et nos cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:
Santo, Santo, Santo...


25. Antífona de comunión Mt 26, 42
Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
Pater, si non potest hic calix transíre, nisi bibam illum, fiat volúntas tua.

26. Oración después de la comunión
Saciados con los dones santos, te pedimos, Señor, que, así como nos has hecho esperar lo que creemos por la muerte de tu Hijo, podamos alcanzar, por su resurrección, la plena posesión de lo que anhelamos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sacro múnere satiáti, súpplices te, Dómine, deprecámur, ut, qui fecísti nos morte Fílii tui speráre quod crédimus, fácias nos, eódem resurgénte, perveníre quo téndimus. Per Christum.

27. Oración sobre el pueblo
V. El Señor esté con vosotros. R.
V. Inclinaos para recibir la bendición.
Dirige tu mirada, Señor, sobre esta familia tuya por la que nuestro Señor Jesucristo no dudó en entregarse a los verdugos y padecer el tormento de la cruz. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Réspice, quaesumus, Dómine, super hanc famíliam tuam, pro qua Dóminus noster Iesus Christus non dubitávit mánibus tradi nocéntium, et crucis subíre torméntum. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 11 de abril
M
emoria de san Estanislao, obispo y mártir, que en medio de las dificultades de su época, fue constante defensor de la humanidad y de las costumbres cristianas, rigió como buen pastor la iglesia de Cracovia, en Polonia, ayudó a los pobres, visitó cada año a sus clérigos y, finalmente, mientras celebraba los divinos misterios, fue muerto por orden de Boleslao, rey de Polonia, a quien había reprendido severamente. (1079)
2. En Pérgamo, en la provincia romana de Asia, actual Turquía, conmemoración de san Antipas, que fue testigo fiel, como dice san Juan en el Apocalipsis, al ser martirizado por el nombre de Jesús. (s. I)
3. Conmemoración de san Felipe, obispo de Gortina, en Creta, que en tiempo de los emperadores Marco Antonio Vero y Lucio Aurelio Cómodo, tuteló enérgicamente la Iglesia que se le había encomendado, frente a la violencia de los paganos y las insidias de los herejes. (c. 180)
4. En Salona, en Dalmacia, hoy Croacia, san Domnión, obispo y mártir, que, según la tradición, fue martirizado durante la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano. (299)
5. Cerca de Gaza, en Palestina, san Barsanufio, anacoreta, el cual, de origen egipcio, dotado de gracias de contemplación, fue también eximio por la integridad de su vida. (540)
6. En Spoleto, población de Umbría, en la actual Italia, san Isaac, monje, oriundo de las regiones de Siria y fundador del monasterio de Monteluco, cuyas virtudes fueron recordadas por el papa san Gregorio Magno. (c. 550)
7*. En Calabria, también en Italia, beato Lanuino, que fue compañero de san Bruno y sucesor suyo, insigne intérprete del espíritu del fundador en las instituciones y monasterios de la Cartuja. (1119)
8*. En Coimbra, ciudad de Portugal, beata Sancha, virgen, hija del rey Sancho I,que,  fundó el monasterio de Cellis de monjas cistercienses, y en él abrazó la vida regular. (1229)
9*. En Cúneo, en la región italiana del Piamonte, beato Ángel (Antonio) Carletti de Chivasso, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, insigne en la doctrina, la prudencia y caridad. (1495)
10*. En Londres, en Inglaterra, beato Jorge Gervase, presbítero de la Orden de San Benito y mártir, alumno del Colegio de los Ingleses de Douai, que en tiempo del rey Jacobo I, mientras ejercía su ministerio pastoral en su patria, fue detenido dos veces, y no dejó de confesar con constancia su fe católica hasta ser ahorcado. (1608)
11. En Lucca, en Italia, santa Gema Galgani, virgen, quien, insigne por la contemplación de la Pasión y por los dolores soportados con paciencia, a la edad de veinte años consumó su angélica vida el día de Sábado Santo. (1905)
12*. En la misma ciudad de Lucca, beata Elena Guerra, virgen, que instituyó la Congregación de Oblatas del Espíritu Santo, para la enseñanza de las niñas, e instituyó admirablemente a los cristianos acerca de la cooperación del Espíritu Santo en la economía de la Salvación. (1914)
13*. En el campo de concentración de Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia, beato Semproniano Ducki, religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que apresado en tiempo de guerra por su fidelidad a Cristo, culminó su martirio en medio de torturas. (1942)

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