Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

viernes, 11 de marzo de 2022

Viernes 15 abril 2022, Viernes Santo en la Pasión del Señor.

SOBRE LITURGIA

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

Viernes Santo


La procesión del Viernes Santo

142. El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).

Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía Crucis, destaca la procesión del "Cristo muerto". Esta destaca, según las formas expresivas de la piedad popular, el pequeño grupo de amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una "tumba excavada en la roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).

La procesión del "Cristo muerto" se desarrolla, por lo general, en un clima de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de Jesús.

143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.

Por lo tanto, al planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá conceder el primer lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a esta celebración, en su valor objetivo.

Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de "Cristo muerto" en el ámbito de la solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto constituiría una mezcla híbrida de celebraciones.

Representación de la Pasión de Cristo

144. En muchas regiones, durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen lugar representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de verdaderas "representaciones sagradas", que con razón se pueden considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden sus raíces en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el coro de los monjes, mediante un proceso de dramatización progresiva, han pasado al atrio de la iglesia.

En muchos lugares, la preparación y ejecución de la representación de la Pasión de Cristo está encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido determinados compromisos de vida cristiana. En estas representaciones, actores y espectadores son introducidos en un movimiento de fe y de auténtica piedad. Es muy deseable que las representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso cuanto el interés de los turistas.

Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la profunda diferencia que hay entre una "representación" que es mímesis, y la "acción litúrgica", que es anámnesis, presencia mistérica del acontecimiento salvífico de la Pasión.

Hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos.

El recuerdo de la Virgen de los Dolores

145. Dada su importancia doctrinal y pastoral, se recomienda no descuidar el "recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María". La piedad popular, siguiendo el relato evangélico, ha destacado la asociación de la Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc 2,34ss) y ha dado lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que se deben recordar:

- el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con frecuencia contiene elementos de gran valor literario y musical, en el que la Virgen llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo, sino también la pérdida de su pueblo y el pecado de la humanidad.

- la "Hora de la Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de conmovedora devoción, "hacen compañía" a la Madre del Señor, que se ha quedado sola y sumergida en un profundo dolor, después de la muerte de su único Hijo; al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus brazos – la Piedad – comprenden que en María se concentra el dolor del universo por la muerte de Cristo; en ella ven la personificación de todas las madres que, a lo largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo. Este ejercicio de piedad, que en algunos lugares de América Latina se denomina "El pésame", no se debe limitar a expresar el sentimiento humano ante una madre desolada, sino que, desde la fe en la Resurrección, debe ayudar a comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la participación en el mismo de su Madre.

CALENDARIO

15 VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Ayuno y abstinencia


En este día, en que «ha sido inmolada nuestra Víctima Pascual: Cristo (1 Cor 5, 7), lo que por largo tiempo había sido prometido en misteriosa prefiguración se ha cumplido con plena eficacia: el cordero verdadero sustituye a la oveja que lo anunciaba, y con el único sacrificio se termina la diversidad de las víctimas antiguas» (cf. san León Magno).
En efecto, «esta obra de la Redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada antes por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo, el Señor, la realizó principalmente por el Misterio Pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera» (SC, 5).
La Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a toda la humanidad sus fecundos efectos, que hoy celebra, dando gracias por tan inefable don, e intercede por la salvación de todo el mundo (CO, 312).


Celebración de la Pasión del Señor (rojo).
MISAL: Todo propio. No se dice «Podéis ir en paz».
LECC.: vol. I (C).
- Is 52, 13 — 53, 12.
 Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
- Sal 30. R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
- Heb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación.
- Jn 18, 1 — 19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

La liturgia de la Palabra nos mostrará cómo las antiguas profecías mesiánicas se cumplen en la Pasión y muerte de Jesús, que hoy escucharemos en la versión de san Juan, Cristo, muerto fuera de las murallas de la ciudad a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos para la pascua judía, es el Cordero expiatorio que ha cargado con el peso de nuestros pecados y así ha sido santificado. La Iglesia brota de su costado abierto por la lanza del soldado, para la salvación de todo el mundo, por quien se pide de modo especial en la oración de los fieles. El signo propio de hoy es la imagen del Crucificado, a quien en la acción litúrgica se venera de manera especial. Hoy no se celebra la eucaristía, pero comulgaremos con las formas consagradas ayer.

La acción litúrgica transcurre en silencio y en contemplación. La celebración consta de las siguientes partes:
1. Rito de entrada: procesión en silencio y oración.
2. Liturgia de la Palabra en la que se proclama especialmente la narración de la Pasión y se ora solemnemente por todos.
3. Adoración de la Cruz. La Cruz es signo del triunfo de la donación y del amor supremo de Jesús.
4. Rito de comunión. La comunión es configuración sacramental con Cristo, muerto y resucitado.
5. Rito de conclusión. Las oraciones finales recuerdan a la asamblea, comunidad de la cruz, que debe vivir lo que ha celebrado.

* COLECTA POR LOS SANTOS LUGARES (pontificia): liturgia del día, mon. justificativa de la colecta y colecta.
* Según una antiquísima tradición, la Iglesia no celebra ningún sacramento ni en este día ni en el siguiente, excepto los de la Penitencia y la Unción de enfermos. La sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos que no puedan participar en dicha celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.
* El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candeleros ni manteles.
* Después del mediodía, cerca de las tres, a no ser que por razones pastorales se elija una hora más tardía, tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor, desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche.
* Las lecturas han de ser leídas por entero.
* La historia de la Pasión del Señor según san Juan se canta o se proclama como el domingo anterior sin cirios ni incienso, no se hace al principio la salutación habitual, ni se signa el libro, pero se dice al final «Palabra del Señor».
* Después de la lectura de la Pasión es oportuno hacer una breve homilía. Al final de la misma, los fieles pueden ser invitados a permanecer en oración durante un breve espacio de tiempo.
* Para la adoración solo debe exponerse una cruz, suficiente, grande y bella. Este rito ha de hacerse con el esplendor digno de la Gloria del misterio de nuestra salvación.
* Acabada la distribución de la comunión, el diácono u otro ministro idóneo lleva la píxide a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario.
* Después de la celebración se desnuda el altar, pero dejando sobre él la cruz con dos o cuatro candeleros. Dispóngase en la iglesia un lugar adecuado para colocar allí la cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla, besarla y permanecer en oración y meditación. Hasta la Vigilia pascual se hace genuflexión sencilla a la Cruz.
* Los ejercicios de piedad, como son el viacrucis, las procesiones de la Pasión y el recuerdo de los dolores de la santísima Virgen María, en modo alguno pueden ser descuidados, dada su importancia pastoral. Los textos y los cantos utilizados han de responder al espíritu de la liturgia del día. Los horarios de estos ejercicios piadosos han de regularse con el horario de la celebración litúrgica de tal manera que aparezca claro que la acción litúrgica, por su misma naturaleza, está por encima de los ejercicios piadosos.
* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
* Las exequias sin misa han de celebrarse sin canto, sin órgano y sin tocar las campanas.

Liturgia de las Horas: oficio prop. Comp. Dom. II.
* Se recomienda que en este día se celebre en las iglesias el Oficio de lectura y las Laudes, con participación de los fieles.
* Los que participan en la solemne acción litúrgica de la Pasión del Señor no rezan hoy las Vísperas.

Martirologio: hoy se omite su lectura.
CALENDARIOS: Granada: Aniversario de la muerte de Mons. José Méndez Asensio, arzobispo, emérito (2006).

TEXTOS CELEBRACIÓN

VIERNES SANTO

1. Según una antiquísima tradición, la Iglesia no celebra ningún sacramento ni en este día ni en el siguiente, excepto el de la Penitencia y Unción de enfermos.

2. En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos, que no pueden participar en dicha celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.

3. El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candeleros, ni manteles.

Celebración de la Pasión del Señor

4. Después del mediodía, cerca de las tres, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más tardía, tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor, que consta de tres partes: liturgia de la Palabra, adoración de la Cruz y sagrada comunión.

Monición de entrada
Excepcionalmente debe hacerla otro ministro, que no sea el que preside y antes de que comience la celebración.
Nos hemos reunido para conmemorar la pasión y muerte del Señor Jesús. Es la hora aproximada en que sucedió el acontecimiento que nos trae la salvación: la Hora del combate supremo y de la victoria definitiva; la Hora de la humillación y de la glorificación; la Hora de pasar de este mundo al Padre. En la celebración de esta tarde, todos los ritos han de ser vividos desde la contemplación y el silencio, porque se trata del misterio santo de la cruz y la pasión.
Toda la celebración pone ante nuestros ojos la pasión del Señor: las lecturas de la Palabra de Dios que llegan a su culmen en la pasión según san Juan, la solemne oración universal que manifiesta la universalidad de la salvación, la Santa cruz a la que hoy adoramos, la sagrada comunión que nos une al Cuerpo entregado y a la Sangre derramada por nosotros.

5. El sacerdote, y el diácono si lo hay, revestidos de color rojo como para la misa, se dirigen en silencio al altar, y, hecha la reverencia al mismo, se postran rostro en tierra o, si se juzga mejor, se arrodillan, y oran en silencio durante algún espacio de tiempo. Todos los demás se postran de rodillas.

6. Después el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede, donde, vuelto hacia el pueblo, que está de pie, con las manos juntas, dice una de las siguientes oraciones sin decir la invitación Oremos.

Oración
Recuerda, Señor, tus misericordias, y santifica a tus siervos con tu eterna protección, pues Jesucristo, tu Hijo, por medio de su sangre, instituyó en su favor el Misterio pascual. Él, que vive y reina contigo.
Reminíscere miseratiónum tuárum, Dómine, et fámulos tuos aetérna protectióne sanctífica, pro quibus Christus, Fílius tuus, per suum cruórem instítuit paschále mystérium. Qui vivit et regnat in saécula saeculórum.
O bien:
Oh, Dios, que por la pasión de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has destruido la muerte, herencia del antiguo pecado que alcanza a toda la humanidad, concédenos que, semejantes a él, llevemos la imagen del hombre celestial por la acción santificadora de tu gracia, así como hemos llevado grabada la imagen del hombre terreno por exigencia de la naturaleza. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui peccáti véteris hereditáriam mortem, in qua posteritátis genus omne succésserat, Christi Fílii tui, Dómini nostri, passióne solvísti, da, ut confórmes eídem facti, sicut imáginem terréni hóminis natúrae necessitáte portávimus, ita imáginem caeléstis grátiae sanctificatióne portémus. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén

Primera parte:
LITURGIA DE LA PALABRA

7. Luego todos se sientan y se proclama la lectura, del profeta Isaías (52, 13-53, 12), con su salmo.

PRIMERA LECTURA Is 52, 13-53, 12
Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Lectura del libro de Isaías.

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?;
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultaban los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

V. A ti , Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

V. Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

V. Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

V. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

8. A esta lectura sigue la de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9), y el canto antes del Evangelio.

SEGUNDA LECTURA Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación
Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Versículo antes del Evangelio Flp 2, 8-9
Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.
Christus factus est pro nobis oboédiens usque ad mortem, mortem autem crucis. Propter quod et Deus exaltávit illum et dedit illi nomen, quod est super omne nomen.

9. Finalmente se lee la historia de la Pasión del Señor según san Juan (18, 1-19, 42), del mismo modo que el domingo precedente.

Para la lectura de la historia de la Pasión del Señor no se llevan cirios ni incienso, ni se hace al principio la salutación habitual, ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, en su defecto, el mismo celebrante. Pero puede también ser proclamada por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.
Si los lectores de la Pasión son diáconos, antes del canto de la Pasión piden la bendición al celebrante, como en otras ocasiones antes del Evangelio; pero si los lectores no son diáconos se omite esta bendición.

EVANGELIO Jn 18, 1-19, 42
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

¿A quién buscáis? A Jesús, el Nazareno
Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero ante Anás
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron; y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
«No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que traspasaron».
Envolvieron el cuerpo de Jesús en los lienzos con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti Señor Jesús.

10. Después de la lectura de la Pasión es oportuno hacer una breve homilía. Al final de la misma, el sacerdote puede invitar a los fieles a que permanezcan en oración durante un breve espacio de tiempo.

Del Catecismo de la Iglesia Católica
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
I. EL PROCESO DE JESÚS
Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús
595 Entre las autoridades religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7, 50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús (cf. Jn 19, 38  - 39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a propósito de El (cf. Jn 9, 16 - 17; Jn 10, 19 - 21) hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una manera muy imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día siguiente de Pentecostés "multitud de sacerdotes iban aceptando la fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta de los Fariseos … habían abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto de que Santiago puede decir a S. Pablo que "miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Hch 21, 20).
596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; Jn 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; Hch 3, 13-14; Hch 4, 10; Hch 5, 30; Hch 7, 52; Hch 10, 39; Hch 13, 27-28; 1Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; Hch 18, 6), se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: "Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy… no se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catech. R. 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4 -5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
"Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales" (Catech. R. 1, 5, 11).
"Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados" (S. Francisco de Asís, admon. 5, 3).
II. LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO EN EL DESIGNIO DIVINO DE SALVACIÓN
599 "Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; Jn 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; Hch 7, 52; Hch 13, 29; Hch 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44- 5).
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22, 2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10; cf. 1Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).
III. CRISTO SE OFRECIÓ A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: … He aquí que vengo … para hacer, oh Dios, tu voluntad … En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12, 50; Lc 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3 - 14;cf. Jn 19, 36; 1Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; Hb 4, 15; Hb 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz . . " (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; Jn 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
"Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo" (Sta. Rosa de Lima, vida).

Oración universal

11. La liturgia de la Palabra se concluye con la oración universal, que se hace de este modo: el diácono, silo hay, o en su ausencia un ministro laico, en pie y desde el ambón, pronuncia las invitaciones que expresan la intención. Después todos oran en silencio durante un espacio de tiempo, y seguidamente el sacerdote, desde la sede o, si parece más oportuno, desde el altar, con las manos extendidas, dice la oración.
Los fieles pueden permanecer de rodillas o de pie durante todo el tiempo de las oraciones.

12. Antes de la oración del sacerdote se pueden emplear, según la tradición, las invitaciones del diácono: Pongámonos de rodillas y: Podéis levantaros, con un espacio de oración en silencio que todos hacen arrodillados.

13. En una grave necesidad pública, el obispo diocesano puede permitir o mandar que se añada alguna intención especial.

I. Por la santa Iglesia
La oración se canta en tono simple o, si se usan las invitaciones Pongámonos de rodillas - Podéis levantaros, en tono solemne.
Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.
Orémus, dilectíssimi nobis, pro Ecclésia sancta Dei, ut eam Deus et Dóminus noster pacificáre, adunáre et custodíre dignétur toto orbe terrárum, detque nobis, quiétam et tranquíllam vitam degéntibus, glorificáre Deum Patrem omnipoténtem.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo manifiestas tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui glóriam tuam ómnibus in Christo géntibus revelásti: custódi ópera misericórdiae tuae, ut Ecclésia tua, toto orbe diffúsa, stábili fide in confessióne tui nóminis persevéret. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

II. Por el Papa
Oremos también por nuestro Santo Padre el papa N., para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia, como guía del pueblo santo de Dios.
Orémus et pro beatíssimo Papa nostro N., ut Deus et Dóminus noster, qui elégit eum in órdine episcopátus, salvum atque incólumem custódiat Ecclésiae suae sanctae, ad regéndum pópulum sanctum Dei.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna todas las cosas, atiende bondadoso nuestras súplicas y guarda en tu amor a quien has elegido como papa, para que el pueblo cristiano, gobernado por ti, progrese siempre en la fe bajo el cayado del mismo pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, cuius iudício univérsa fundántur, réspice propítius ad preces nostras, et eléctum nobis Antístitem tua pietáte consérva, ut christiána plebs, quae te gubernátur auctóre, sub ipso Pontífice, fídei suae méritis augeátur. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

III. Por todos los ministros y por los fieles
Oremos también por nuestro obispo N.[por el obispo coadjutor (auxiliar) N., o bien: y por sus obispos auxiliares,] por todos los obispos, presbíteros, diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.
Orémus et pro Epíscopo nostro N.(Hic fieri potest mentio de Episcopis Coadiutore vel Auxiliaribus, vel de alio Episcopo) pro ómnibus Epíscopis, presbyteris, diáconis Ecclésiae, et univérsa plebe fidélium.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Espíritu santifica y gobierna todo el cuerpo de la Iglesia, escucha las súplicas que te dirigimos por tus ministros, para que, con la ayuda de tu gracia, todos te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, cuius Spíritu totum corpus Ecclésiae sanctificátur et régitur, exáudi nos pro minístris tuis supplicántes, ut, grátiae tuae múnere, ab ómnibus tibi fidéliter serviátur. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

IV. Por los catecúmenos.
Oremos también por los (nuestroscatecúmenos, para que Dios nuestro Señor les abra los oídos del espíritu y la puerta de la misericordia, de modo que, recibida la remisión de todos los pecados por el baño de la regeneración, sean incorporados a Jesucristo, nuestro Señor.
Orémus et pro catechúmenis (nostris), ut Deus et Dóminus noster adapériat aures praecordiórum ipsórum ianuámque misericórdiae, ut, per lavácrum regeneratiónis accépta remissióne ómnium peccatórum, et ipsi inveniántur in Christo Iesu Dómino nostro.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que heces fecunda a tu Iglesia dándole constantemente nuevos hijos, acrecienta la fe y la sabiduría de los (nuestros) catecúmenos, para que al renacer en la fuente bautismal, sean contados entre los hijos de adopción. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui Ecclésiam tuam nova semper prole fecúndas, auge fidem et intelléctum catechúmenis (nostris), ut, renáti fonte baptísmatis, adoptiónis tuae fíliis aggregéntur. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

V. Por la unidad de los cristianos.
Oremos también por todos los hermanos nuestros que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a los que viven de acuerdo con la verdad.
Orémus et pro univérsis frátribus in Christum credéntibus, ut Deus et Dóminus noster eos, veritátem faciéntes, in una Ecclésia sua congregáre et custodíre dignétur.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que vas reuniendo a tus hijos dispersos y velas por la unidad ya lograda, mira con amor a la grey de tu Hijo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad congregue a los que consagró un solo bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui dispérsa cóngregas et congregáta consérvas, ad gregem Fílii tui placátus inténde, ut, quos unum baptísma sacrávit, eos et fídei iungat intégritas et vínculum sóciet caritátis. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

VI. Por los judíos.
Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien habló el Señor Dios nuestro, para que acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza.
Orémus et pro Iudaeis, ut, ad quos prius locútus est Dóminus Deus noster, eis tríbuat in sui nóminis amóre et in sui foderis fidelitáte profícere.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera alianza llegue a conseguir en plenitud la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui promissiónes tuas Abrahae eiúsque sémini contulísti, Ecclésiae tuae preces cleménter exáudi, ut pópulus acquisitiónis prióris ad redemptiónis mereátur plenitúdinem perveníre. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

VII. Por los que no creen en Cristo.
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren el camino de la salvación.
Orémus et pro iis qui in Christum non credunt, ut, luce Sancti Spíritus illustráti, viam salútis et ipsi váleant introíre.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo encontrar la verdad al caminar en tu presencia con sincero corazón, y a nosotros, deseosos de ahondar en el misterio de tu vida, ser ante el mundo testigos más convincentes de tu amor y crecer en la caridad fraterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, fac ut qui Christum non confiténtur, coram te sincéro corde ambulántes, invéniant veritátem, nosque, mútuo proficiéntes semper amóre et ad tuae vitae mystérium plénius percipiéndum sollícitos, perfectióres éffice tuae testes caritátis in mundo. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

VIII. Por los que no creen en Dios.
Oremos también por los que no conocen a Dios, para que merezcan llegar a él por la rectitud y sinceridad de su vida.
Orémus et pro iis qui Deum non agnóscunt, ut, quae recta sunt sincéro corde sectántes, ad ipsum Deum perveníre mereántur.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los hombres para que, deseándote siempre, te busquen y, cuando te encuentren, descansen en ti, concédeles, en medio de sus dificultades, que los signos de tu amor y el testimonio de las buenas obras de los creyentes los lleven al gozo de reconocerte como el único Dios verdadero y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui cunctos hómines condidísti, ut te semper desiderándo quaererent et inveniéndo quiéscerent, praesta, quaesumus, ut inter nóxia quaeque obstácula omnes, tuae signa pietátis et in te credéntium testimónium bonórum óperum percipiéntes, te solum verum Deum nostríque géneris Patrem gáudeant confitéri. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

IX. Por los gobernantes.
Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, los guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.
Orémus et pro ómnibus rempúblicam moderántibus, ut Deus et Dóminus noster mentes et corda eórum secúndum voluntátem suam dírigat ad veram ómnium pacem et libertátem.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, en tu mano están los corazones de los hombres y los derechos de los pueblos, mira con bondad a los que nos gobiernan, para que en todas partes se mantengan, por tu misericordia, la prosperidad de los pueblos, la paz estable y la libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, in cuius manu sunt hóminum corda et iura populórum, réspice benígnus ad eos, qui nos in potestáte moderántur, ut ubíque terrárum populórum prospéritas, pacis secúritas et religiónis libértas, te largiénte, consístant. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

IXb. Por quienes sufren en tiempo de pandemia.
Oremos también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno,
singular protector en la enfermedad humana,
mira compasivo la aflicción de tus hijos
que padecen esta pandemia;
alivia el dolor de los enfermos,
da fuerza a quienes los cuidan,
acoge en tu paz a los que han muerto
y, mientras dura esta tribulación,
haz que todos
puedan encontrar alivio en tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


X. Por los que se encuentran en alguna tribulación.
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todos los errores, aleje las enfermedades, destierre el hambre, abra las prisiones injustas, rompa las cadenas, conceda seguridad a los caminantes, el retorno a casa a los peregrinos, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.
Orémus, dilectíssimi nobis, Deum Patrem omnipoténtem, ut cunctis mundo purget erróribus, morbos áuferat, famem depéllat, apériat cárceres, víncula solvat, viatóribus securitátem, peregrinántibus réditum, infirmántibus sanitátem atque moriéntibus salútem indúlgeat.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fuerza de los que sufren, lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que todos sientan en sus adversidades el gozo de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, maestórum consolátio, laborántium fortitúdo, pervéniant ad te preces de quacúmque tribulatióne clamántium, ut omnes sibi in necessitátibus suis misericórdiam tuam gáudeant affuísse. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

Segunda parte:
ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ

14. Acabada la oración universal, tiene lugar la solemne adoración de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para mostrar la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada, según las exigencias pastorales.

Mostración de la santa Cruz

Primera forma
15. El diácono, u otro ministro idóneo, acompañado de otros ministros, va a la sacristía y, de allí, trae la Cruz procesionalmente por la iglesia, cubierta con un velo morado, hasta el centro del presbiterio, acompañándole dos ministros con velas encendidas.
El sacerdote, de pie ante el altar, de cara al pueblo, toma la cruz, descubre un poco su parte superior y la eleva, comenzando la invitación: Mirad el árbol de la cruz acompañándole en el canto el diácono o, si es necesario, la «schola». Todos responden: Venid a adorarlo, y acabado el canto se arrodillan y adoran en silencio, durante unos momentos, la cruz, que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.
Seguidamente el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz, y de nuevo, elevándola, canta la invitación: Mirad el árbol, y se hace todo lo restante como la primera vez.
Finalmente descubre totalmente la cruz y, elevándola, canta por tercera vez la invitación: Mirad el árbol, y se hace todo lo restante como la primera vez.

El sacerdote:
Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.
Ecce lignum Crucis, in quo salus mundi pepéndit.
Todos responden: Venid adorarlo.
Vénite, adorémus.

Segunda forma
16. El sacerdote, o el diácono, con los ministros, o bien otro ministro idóneo, se dirige a la puerta de la iglesia, donde toma la cruz ya descubierta; los ministros le acompañan con velas encendidas, y van procesionalmente por la iglesia hacia el presbiterio. Cerca de la puerta, en medio de la iglesia y antes de subir al presbiterio, el que lleva la cruz la eleva y canta la invitación Mirad el árbol, a la que todos responden Venid a adorarlo, y después de cada una de las respuestas se arrodillan y la adoran en silencio durante unos momentos, como se ha indicado antes.

El sacerdote:
Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.
Ecce lignum Crucis, in quo salus mundi pepéndit.
R. Venid a adorarlo.
Vénite, adorémus.

Adoración de la santa Cruz

17. Seguidamente, acompañado por dos ministros con velas encendidas, lleva la cruz al comienzo del presbiterio o a otro lugar apto, y allí la deja o la entrega a los ministros para que la sostengan, una vez dejadas las velas a ambos lados de la cruz.

18. Para la adoración de la cruz, primero se acerca solo el sacerdote celebrante que, silo juzga conveniente, puede quitarse la casulla y los zapatos. A continuación, el clero, los ministros laicos y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz mediante una genuflexión simple o con algún otro signo de veneración (por ejemplo, besándola), según las costumbres de cada lugar.

19. Para la adoración sólo debe exponerse una cruz. Si por el gran número de asistentes resulta difícil que cada uno de los fieles adore individualmente la santa cruz, el sacerdote, después que una parte de los fieles haya hecho la adoración, toma la cruz y, de pie ante el altar, invita al pueblo con una breve monición a que adore la santa cruz. Luego la levanta en alto durante unos momentos y los fieles la adoran en silencio.

20. Mientras tanto, se canta la antífona Tu Cruz adoramos, los Improperios, el himno Oh, cruz fielu otros cánticos apropiados. Los que ya han adorado la cruz, regresan a sus lugares y se sientan.

Cantos para la adoración de la santa Cruz

Antífona Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
Crucem tuam adorámus, Dómine, et sanctam resurrectiónem tuam laudámus et glorificámus: ecce enim propter lignum venit gáudium in univérso mundo.
Cf. Sal 66, 2 Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros y tenga piedad.
Deus misereátur nostri, et benedícat nobis: illúminet vultum suum super nos, et misereátur nostri.
Y se repite la antífona: Tu cruz adoramos.
Crucem tuam...

Improperios

Las partes que corresponden a cada coro se indican con los números 1 (coro primero), y 2 (coro segundo); las que deben cantar conjuntamente los dos coros se indican de esta manera: 1 y 2. Algunos versos pueden cantarlos dos cantores.

I
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
1. Yo te saqué de Egipto; tú preparaste una cruz para tu Salvador.
Quia edúxi te de terra AEgypti: parásti Crucem Salvatóri tuo.
2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
1. Hágios o Theós.
Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
Sanctus Deus.
1. Hágios Ischyrós.
Hágios Ischyrós.
2. Santo y fuerte.
Sanctus Fortis.
1. Hágios Athánatos, eléison himás.
Hágios Athánatos, eléison himás.
2. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Sanctus Immortális, miserére nobis.
1 y 2. Yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná, te introduje en una tierra excelente; tú preparaste una cruz para tu Salvador.
Quia edúxi te per desértum quadragínta annis, et manna cibávi te, et introdúxi te in terram satis bonam: parásti Crucem Salvatóri tuo.
1. Hágios o Theós.
Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
Sanctus Deus.
1. Hágios Ischyrós.
Hágios Ischyrós.
2. Santo y fuerte.
Sanctus Fortis.
1. Hágios Athánatos, eléison himás.
Hágios Athánatos, eléison himás.
2. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Sanctus Immortális, miserére nobis.
1 y 2. ¿Qué más pude hacer por ti? Yo te planté como viña mía, escogida y hermosa. ¡Qué amarga te has vuelto conmigo! Para mi sed me diste vinagre, con la lanza traspasaste el costado a tu Salvador.
Quid ultra débui fácere tibi, et non feci? Ego quidem plantávi te víneam eléctam meam speciosíssimam: et tu facta es mihi nimis amára: acéto namque sitim meam potásti, et láncea perforásti latus Salvatóri tuo.
1. Hágios o Theós.
Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
Sanctus Deus.
1. Hágios Ischyrós.
Hágios Ischyrós.
2. Santo y fuerte.
Sanctus Fortis.
1. Hágios Athánatos, eléison himás.
Hágios Athánatos, eléison himás.
2. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Sanctus Immortális, miserére nobis.

II
Cantores: Yo por ti azoté a Egipto y a sus primogénitos; tú me entregaste para que me azotaran.
Ego propter te flagellávi Aegyptum cum primogénitis suis: et tu me flagellátum tradidísti.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te saqué de Egipto, sumergiendo al Faraón en el mar Rojo; tú me entregaste a los sumos sacerdotes.
Ego edúxi te de AEgypto, demérso Pharaóne in Mare Rubrum: et tu me tradidísti princípibus sacerdótum.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo abrí el mar delante de ti; tú con la lanza abriste mi costado.
Ego ante te apérui mare: et tu aperuísti láncea latus meum.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te guiaba con una columna de nubes; tú me guiaste al pretorio de Pilato.
Ego ante te praeívi in colúmna nubis: et tu me duxísti ad praetórium Piláti.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te sustenté con maná en el desierto; tú me abofeteaste y me azotaste.
Ego te pavi manna per desértum: et tu me cecidísti álapis et flagéllis.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña; tú me diste a beber hiel y vinagre.
Ego te potávi aqua salútis de petra: et tu me potásti felle et acéto.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo por ti herí a los reyes cananeos; tú me heriste la cabeza con la caña.
Ego propter te Chananaeórum reges percússi: et tu percussísti arúndine caput meum.
1 y 2.¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te di un cetro real; tú me pusiste una corona de espinas.
Ego dedi tibi sceptrum regále: et tu dedísti cápiti meo spíneam corónam.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!
Cantores: Yo te levanté con gran poder; tú me colgaste del patíbulo de la cruz.
Ego te exaltávi magna virtúte: et tu me suspendísti in patíbulo Crucis.
1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi!

Himno

Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert,
flore, fronde, gérmine!
Dulce lignum dulci clavo
dulce pondus sústinens!
Cantores: Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero,
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.
Pange, lingua, gloriósi proelium certáminis,
Et super crucis tropheo dic triúmphum nóbilem,
Quáliter Redémptor orbis immolátus vícerit.
Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert, flore, fronde, gérmine!
Cantores: Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.
De paréntis protoplásti fraude factor cóndolens,
Quando pomi noxiális morte morsu córruit,
Ipse lignum tunc notávit, damna ligni ut sólveret.
Todos: ¡Dulces clavos!¡Dulce árbol donde la Vida empieza.
con un peso tan dulce en su corteza!
Dulce lignum dulci clavo
dulce pondus sústinens!
Cantores: Y así dijo el Señor: ¡Vuelva la Vida
y que Amor redima la condena!
La gracia está en el fondo de la pena
y la salud naciendo de la herida.
Hoc opus nostrae salútis ordo depopóscerat,
Multifórmis perditóris arte ut artem fálleret,
Et medélam ferret inde,
hostis unde laeserat.
Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert,
flore, fronde, gérmine!
Cantores: ¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.
Quando venit ergo sacri plenitúdo témporis,
Missus est ab arce Patris Natus, orbis cónditor,
Atque ventre virgináli
carne factus pródiit.
Todos: ¡Dulces clavos!¡Dulce árbol donde la Vida empieza.
con un peso tan dulce en su corteza!
Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sústinens!
Cantores: ¿Quién vio en más estrechez gloria más plena
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.
Vagit infans inter arta cónditus praesepia,
Membra pannis involúta Virgo Mater álligat,
Et manus pedésque et crura
stricta cingit fáscia.
Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert,
flore, fronde, gérmine!
Cantores: En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.
Lustra sex qui iam perácta tempus
implens córporis, se volénte, natus ad hoc,
passióni déditus, agnus in crucis
levátur immolándus stípite.
Todos: ¡Dulces clavos!¡Dulce árbol donde la Vida empieza.
con un peso tan dulce en su corteza!
Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sústinens!
Cantores: Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y al golpe de los clavos y lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo y los redime.
En acétum, fel, arúndo, sputa, clavi, láncea;
Mite corpus perforátur, sanguis, unda prófluit;
Terra, pontus, astra, mundus
quo lavántur flúmine!
Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert,
flore, fronde, gérmine!
Cantores: Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.
Flecte ramos, arbor alta, tensa laxa víscera,
Et rigor lentéscat ille, quem dedit natívitas,
Ut supérni membra Regis
miti tendas stípite.
Todos: ¡Dulces clavos!¡Dulce árbol donde la Vida empieza.
con un peso tan dulce en su corteza!
Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sústinens!
Cantores: Tú sólo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú el arca que nos salva, tú el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.
Sola digna tu fuísti ferre saecli prétium
Atque portum praeparáre nauta mundo náufrago,
Quem sacer cruor perúnxit
fusus Agni córpore.
Todos: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
Esta conclusión no debe omitirse:
Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis,
Nulla talem silva profert,
flore, fronde, gérmine!
Todos: Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.
Aequa Patri Filióque, ínclito Paráclito, Sempitérna sit beátae Trinitáti glória;
cuius alma nos redémit
atque servat grátia. Amen.

Teniendo en cuenta las condiciones del lugar y las tradiciones del pueblo,según la oportunidad pastoral, se puede cantar el Stabat Mater, según el Gradual Romano, u otro canto apropiado en memoria de la compasión de santa María Virgen.

21. Terminada la adoración, el diácono, u otro ministro, lleva la Cruz a su lugar junto al altar. Las velas encendidas se colocan cerca del altar, sobre el altar o junto a la Cruz.

Tercera Parte:
SAGRADA COMUNIÓN

22. Sobre el altar se pone el mantel y sobre el mismo se coloca el corporal y el Misal. Mientras tanto, el diácono, o en su defecto el mismo sacerdote, con el velo humeral, traslada el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva al altar, por el camino más corto, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros con velas encendidas acompañan el Santísimo Sacramento y dejan luego las velas cerca del altar o sobre el mismo.
Después que el diácono, si lo hay, ha colocado sobre el altar el Santísimo Sacramento y ha destapado la píxide, el sacerdote se acerca al altar y hace genuflexión.

23. Después, el sacerdote, con voz clara y teniendo las manos juntas, dice:
Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
Praecéptis salutáribus móniti, et divína institutióne formáti, audémus dícere:
El sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
Pater noster, qui es in caelis: sanctificétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in caelo, et in terra.
Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in tentatiónem; sed líbera nos a malo.

24. El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Líbera nos, quaesumus, Dómine, ab ómnibus malis, da propítius pacem in diébus nostris, ut, ope misericórdiae tuae adiúti, et a peccáto simus semper líberi et ab omni perturbatióne secúri: exspectántes beátam spem etadvéntum Salvatóris nostri Iesu Christi.
Junta las manos.
El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.
Quia tuum est regnum, et potéstas, et glória in saecula.

25. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
Percéptio Córporis tui, Dómine Iesu Christe, non mihi provéniat in iudícium et condemnatiónem: sed pro tua pietáte prosit mihi ad tutaméntum mentis et córporis, et ad medélam percipiéndam.

26. Seguidamente hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre la píxide y, dirigiéndose al pueblo, dice con voz clara:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccáta mundi. Beáti qui ad cenam Agni vocáti sunt.
Y, juntamente con el pueblo, añade una sola vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Dómine, non sum dignus, ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo, et sanábitur ánima mea.

27. Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo, diciendo en secreto: El Cuerpo de Cristo.

28. Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se puede cantar el salmo 21 u otro canto apropiado.

29. Acabada la distribución de la comunión, el diácono u otro ministro idóneo lleva la píxide a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario.

30. Después, el sacerdote dice: Oremos, y guardado, si lo cree oportuno, un espacio de sagrado silencio, dice la oración después de la comunión:
Dios todopoderoso y eterno, que nos has renovado con la gloriosa muerte y resurrección de tu Ungido, continúa realizando en nosotros, por la participación en este misterio, la obra de tu misericordia, para que vivamos siempre entregados a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Omnípotens sempitérne Deus, qui nos Christi tui beáta morte et resurrectióne reparásti, consérva in nobis opus misericórdiae tuae, ut huius mystérii participatióne perpétua devotióne vivámus. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

31. Para despedir al pueblo, el diácono, o en su defecto el sacerdote, puede decir esta invitación: Inclinaos para recibir la bendición.
Después, el sacerdote, de pie cara al pueblo y con las manos extendidas sobre él, dice la siguiente oración sobre el pueblo:
Descienda, Señor, tu bendición abundante sobre tu pueblo que ha celebrado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su resurrección; llegue a él tu perdón, reciba el consuelo, crezca su fe y se afiance en él la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Super pópulum tuum, quaesumus, Dómine, qui mortem Fílii tui in spe suae resurrectiónis recóluit, benedíctio copiósa descéndat, indulgéntia véniat, consolátio tribuátur, fides sancta succréscat, redémptio sempitérna firmétur. Per Christum Dóminum nostrum.
R. Amén.

32. Y todos, hecha genuflexión a la cruz, salen en silencio.

33. Después de la celebración se desnuda el altar, pero dejando sobre él la cruz con dos o cuatro candeleros.

34. Los que han participado en esta solemne acción litúrgica vespertina no celebran la hora de Vísperas.

MARTIROLOGIO (hoy se omite su lectura)

Santos y Beatos del 16 de abril

1. En Corinto, ciudad de Acaya, Hoy en Grecia, santos mártires Leónidas y siete compañeras: Carissa, Galina, Teodora, Nica, Nunencia, Callis y Basilisa, que, tras haber sufrido diversas torturas, fueron arrojados al mar. (III/IV)
2. En Zaragoza, en la Hispania Tarraconense, conmemoración de san Optato y sus diecisiete compañeros, mártires, que en la persecución bajo el emperador Diocleciano fueron ejecutados, después de ser atormentados, Prudencio compuso unos versos sobre su glorioso martirio. (s. IV)
Sus nombres son: Luperco, Suceso, Marcial, Urbano, Julia, Quintiliano, Publio, Fronto, Félix, Ceciliano, Evodio, Primitivo, Apodemio y otros cuatro que llevaban todos el nombre de Saturnino.
3. En la misma ciudad de Zaragoza, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió duros suplicios y le quedaron las llagas como testimonio de su martirio. (s. IV)
4. De nuevo en Zaragoza, santos Cayo y Cremencio, que en la misma persecución perseveraron en la fe en Cristo y superaron las torturas que se les infligieron. (s. IV)
5. En la sede de Astorga, durante el reinado de los suevos en España, santo Toribio, obispo, que, bajo el mandato del papa san León Magno, se enfrentó decididamente a la secta priscilianista, que allí estaba difundiéndose. (s. V)
6. En Braga, en la región de Lusitania, hoy Portugal, san Fructuoso, obispo, el cual, monje y fundador de monasterios, fue obispo de Dumio, y después, por voluntad de los Padres del décimo Concilio de Toledo, también obispo metropolitano de Braga, sede que, junto con sus monasterios, rigió con prudencia. (c. 665)
7*. En Escocia, san Magno, mártir, que, siendo príncipe de las Islas Orcadas, abrazó la fe cristiana, y enfrentado con el rey de Noruega por haber protestado contra la arrogancia de su pueblo, fue asesinado a traición cuando se presentó desarmado ante él para firmar la paz sobre el dominio de aquellas islas. (1116)
8. En Sebourg, en Hainaut, actualmente Francia, san Drogón, pastor y peregrino por el Señor, que, buscando una vida sencilla y solitaria, acabó sus días recluso en una pequeña celda. (c. 1186)
9*. En Broni, cerca de Pavía, en la región italiana de Lombardía, conmemoración de san Contardo, peregrino, que escogió vivir en pobreza total y falleció al contraer una enfermedad mientras se encontraba de camino hacia Santiago. (1249)
10*. En Siena, en la región de Toscana, también en Italia, beato Joaquín, religioso de la Orden de los Siervos de María, que se distinguió por su devoción a la Virgen María y cumplió la ley de Cristo asumiendo el cuidado de los pobres. (1306)
11. En Roma, san Benito José Labre, el cual, deseoso desde su adolescencia de una áspera vida penitente, realizó peregrinaciones a célebres santuarios vistiendo harapos y contentándose con limosnas, dando ejemplo de piedad y penitencia, y regresado a Roma se entregó a una vida de oración y de pobreza extrema. (1783)
12*. En Avrillé, en las cercanías de Angers, en Francia, beatos Pedro Delépine, Juan Ménard y veinticuatro compañeras, casi todos campesinos, que fueron fusilados durante la Revolución Francesa por quienes odiaban la fe cristiana. (1794)
Son sus nombres: Renata Bourgeais, Juana Gourdon, María Gingueneau, Francisca Michoneau, Juana Onillon, Renata Séchet, María Roger, Francisca Suhard, Juana Thomas, viuda; Magdalena Cady, María Piou, Petrina Pottier, Renata Rigault, Juana Leduc, Magdalena Sallé, esposas; María Genoveva y Marta Poulain de la Forestrie, Petrina Bourigault, María Forestier, María Lardeux, Petrina Laurent, Ana Maugrain, Margarita Robin y María Rochard.
13. En Nevers, también en Francia, santa María Bernarda Soubirous, virgen, la cual, nacida en Lourdes de una familia muy pobre, siendo aún niña asistió a las apariciones de la Inmaculada Santísima Virgen María y después abrazó la vida religiosa y llevó una vida escondida y humilde. (1879)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.