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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Domingo 18 diciembre 2022, IV Domingo de Adviento, ciclo A.

SOBRE LITURGIA

AUDIENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO PARA RECTORES Y FORMADORES DE SEMINARIOS LATINOAMERICANOS

Sala Clementina. Jueves, 10 de noviembre de 2022

PALABRAS IMPROVISADAS

Agradezco al Cardenal su presentación, agradezco a los miembros del Dicasterio, al Secretario, Subsecretario y al resto de la “banda” que hayan venido aquí. Y ahora les voy a leer un discurso de doce páginas, que es un campeonato… A ver después de la tercera quién se acuerda lo que dije. Pero, para evitar este riesgo, se los voy a dar escrito, al secretario, para que lo haga conocer, va a salir hoy en el “Osservatore Romano”. Es lo que yo pienso sobre la formación sacerdotal, pero es una cosa pesada, que la lean con tranquilidad. Y yo más bien acá me voy a permitir decir tres o cuatro cosas que tengo en el corazón, que se las quiero decir de cercano, para la vida sacerdotal de ustedes, sobre todo, la vida de formadores del seminario.

Porque no es fácil eso, ¿no es cierto? En mi tiempo nos metían todos en la serie, y la formación era por serie: “Hoy toca esto, esto, esto…”. Y el que aguantaba hasta el final se ordenaba, y los demás se iban cayendo por el camino o iban dejando. En aquel tiempo, salían excelentes sacerdotes así, excelentes. Hoy día esto no sirve, porque es otra época, otra la carne, la materia prima. Otros son los jóvenes, otras las inquietudes; entonces, bueno, estamos para formar esos jóvenes.

Y una de las tentaciones más serias que hoy día pasa la Iglesia, ustedes lo saben mejor que yo, es cuando te vienen con esquemas rígidos de formación, ¿no es cierto?, todo rigidez y qué se yo… Han surgido congregaciones religiosas que son un desastre, que hubo que ir cerrándolas de a poco, congregaciones de rígidos “que no, que no, que no…”. Y que en el fondo, detrás de esa rigidez, se esconde verdadera podredumbre. Entonces, es importante discernir bien, a lo largo de la formación, cómo acompañar a los chicos. Y la palabra discernir creo que es clave. Si un formador no tiene la capacidad de discernir, que le diga a su obispo: “Mirá, mándame a otra cosa, yo para esto no sirvo”. Porque discernir supone silencio, supone oración, supone rezar, supone acompañar, supone capacidad de sufrir, supone no tener la respuesta hecha. Respuestas hechas hoy en día no les sirven a los chicos sino que hay que ir acompañándolos, con la doctrina clara, eso sí, pero ir acompañándolos en las diversas coyunturas.

En ese trabajo que tienen ustedes, las cosas necesarias las tiene el Secretario ahí, lo van a ver escrito todo, esto hay que hace hacerlo. Porque es un problema del número de seminaristas, no puede haber un seminario con cuatro personas, no. “No tenemos más” – júntense. Punto.

Y hay una manía que yo tengo, que es hablar de la proximidad, porque creo que hay que ir ahí a la fuente de lo que es nuestro Dios. Y nuestro Dios, el estilo de Dios es la proximidad. Esto lo dice Él, no lo digo yo. En el Deuteronomio le dice al pueblo: “Decime, ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cercanos como vos me tenés a mí?”. La cercanía. Y este tiene que contagiarnos, o sea, el sacerdote, el seminarista, el sacerdote tiene que ser “cercano”. ¿Cercano a quién? ¿A las chicas de la parroquia? Y algunos sí, son cercanos, después se casan, está bien. Es el movimiento familiar cristiano que trabaja ahí… Pero ¿cercano a quién? ¿Cercano cómo? Y hay dos adjetivos de esta cercanía de Dios: Dios es cercano con misericordia y con ternura. Y estas tres cosas las tienen que lograr en los chicos. Que sean sacerdotes bien hombres, misericordiosos pero con ternura. No podemos tener como curas dirigentes de empresa de una parroquia que conducen a los gritos, que masifican todo, que viven simplemente de tres o cuatro cosas y no saben dialogar o que son incapaces de acariciar un chico, besar un anciano o que simplemente, no van a “perder tiempo” a hablar con los enfermos, que es perder tiempo, sino que están en los planes parroquiales y todo eso. No, eso no sirve. Cercanía, misericordia y ternura.

A veces, sufro cuando encuentro gente que viene llorando porque fue a confesarse y le dijeron de todo. Si vos te venís a confesar porque hiciste una, dos, diez mil macanas… ¡das gracias a Dios y lo perdonás! Pero todavía que el otro pasa vergüenza y todo, le das, le das y le das. “Y no puedo absolverte, no puedo porque estás en pecado mortal, tengo que pedir permiso al obispo…”. Eso sucede, ¡por favor! ¡Nuestro pueblo no puede estar en manos de delincuentes! Y un cura que obra así es un delincuente, con todas las palabras. Les guste o no les guste. O sea, pastor cercano con misericordia y ternura. ¿La tienen clara esta? Porque creo que conviene subrayar esto.

Y simplemente me voy a repetir porque esto lo repito siempre, pero creo que es importante que se los diga: las cuatro cercanías del cura. Hay cuatro cercanías que tienen que ser, primero, la cercanía con Dios. Sépanlo, un cura que no reza se va al tacho. Quizás persevera hasta viejo pero en el tacho, es decir, en la mediocridad. No digo en el pecado mortal, no, la mediocridad, que es peor que pecado mortal. Porque el pecado mortal te asusta y te vas a confesar enseguida. La mediocridad es un estilo de vida, ni muy muy, ni tan tan… Y vas sacando tajada de todo lo que podés y así perseverás hasta el final. En eso cae el cura que no reza. Por favor, recen, en serio, y pidan al que o a la que los acompaña espiritualmente que les enseñe a rezar. Confíen en el modo de rezar que tienen con el o la acompañante espiritual que tengan. Por favor, en eso, no cedan.

Una de las cosas que yo les preguntaba a los curas en Buenos Aires, cuando visitaba las parroquias y yo los veía por ahí, no a todos, pero a los que veía que estaban muy acelerados en el trabajo, les decía: “Che, ¿vos cómo terminás el día?” – “Agotado”. “¿Y cómo te vas a dormir?” – “Y bueno, agarro como dos o tres cosas y me voy a la cama, y ahí veo un poco de televisión y bueno, ya ahí más o menos me relajo”. “Ah está bien… ¿Y no pasás por la capilla antes?”. No se había dado cuenta, que al menos tenés que decirle buenas noches al Patrón. Es decir, como que llevás la cosa, la necesidad pastoral te va llevando a dejar de rezar. Pero no porque tenés que rezar, no, sino que tenés que sentir la necesidad de rezar. “Mirá Señor, estoy metido en este lío, está este problema parroquial, este otro, que el obispo, de acá, de allá…”. Hablar con el Señor y perder tiempo en la oración. Cuanto más ocupado está un cura, más tiene que perder tiempo en la oración. O sea, cercanía al Señor en la oración. Primera cercanía.

Segunda cercanía, cercanía al obispo. En esto no negocien nunca. Y pasen bien la doctrina a los chicos. No hay Iglesia sin obispo. “Que es un desgraciado”. Vos también sos un desgraciado. O sea, entre desgraciados se van a entender. Pero es tu padre. Y si no tenés el coraje de decir las cosas en la cara, no se las digas a otro, te las callas. O vas como un hombre a tu obispo, o le pedís al Señor que solucione. Pero cercanía a él, buscarlo. Y el obispo tiene que estar cercano con los curas, eso sí. Pero buscarlo, estar cerca, no para chuparle las medias para que te de esa parroquia o te de esta otra que le gusta más, no. Para sentir al padre, para discernir con el padre. Y al decir cercanía digo respeto. Una de las cosas que ustedes nunca se tienen que permitir es hacer lo que hicieron los dos hijos de Noé: morirse de risa con el padre borracho. Hagan lo del tercero: van y lo cubren. Es verdad que a veces hay obispos que Dios me libre y guarde… Bueno, qué vas a hacer, hijo. Hay de todo en la viña del Señor. Cubrilo, es tu padre. Sé valiente, hablá con él, pero no uses esa carne herida y pecadora de ese obispo para divertirte en comentarios con los demás o para justificar tus cosas. Es tu padre. Cercanía con Dios, primero. Cercanía con el obispo, segundo. Y buscalo no para chuparle las medias, pero para estar junto a él o al menos respétalo. Pero con el obispo no se juega, porque es Cristo para ustedes.

Tercero, cercanía entre los curas. Miren, uno de los vicios más feos que tenemos nosotros la raza clerical es la murmuración: cuando pasamos revista, mirá que…. ¡Somos chismosos de alma! Sacamos el cuero a los compañeros…. ¡son tus hermanos! Si vos no tenés los pantalones para decir las cosas en la cara, cómetelas. ¡Pero no se lo vas a decir a otro como una vieja chismosa! Y a veces, los chismes de los curas, después de reuniones del colegio presbiteral, por ejemplo, salen afuera y “viste aquel, y aquel …”. Es tu hermano, sí es un desgraciado, pero vos también. Pero por favor, sean hombres, virilidad en esto, no sean viejas chismosas, por favor. Yo se lo digo a ustedes para que se lo enseñen a los chicos. Si ustedes ven a un seminarista que le gusta darle a la lengua mándenlo un poquito afuera que se ventile con el trabajo duro, lo que es la dureza del trabajo, y después ven si lo reciben o no lo reciben. Pero, chismosos sobran en la Iglesia, sobran en todas partes. Sobran. No formemos más chismosos, que eso nos arruina la vida.

Y la cuarta cercanía es con el pueblo de Dios. Realmente a mí me duele cuando veo curas tan almidonados que se olvidaron del pueblo de donde lo sacaron. Lo que le dice Pablo a Timoteo: “Acordate de tu madre y tu abuela”. O sea, pensá de dónde saliste, que te sacaron detrás del rebaño. No te olvides de tu pueblo. Y enseñale a los pibes a tener amor a su pueblo, de donde salieron. No tirárselas ya de extraterrestre porque están estudiando filosofía o teología, lo que sea, porque van a ser curas, separados. Que no se olviden del olor del pueblo de Dios, que es el que los va a meter en esto.

Ustedes como formadores tienen que formar a los chicos en estas cuatro cercanías: cercanía con Dios en la oración, cercanía con el obispo, que no se negocia al obispo. Tercera cercanía en el colegio presbiteral, formarlos a que sean buenos hermanos. Y cuarto, cercanía con el pueblo de Dios, que no pierdan el olor a la pertenencia de la cual vienen.

Bueno, esto es lo que les quería decir en vez de leerles estas ¿cuántas eran, doce paginas? Son muy buenas, porque pasó por varias manos y la pensaron bien. Y les va a servir. Pero esto es lo que yo tengo en el corazón, y fórmenlos así, por favor. Que no les salgan curitas raquíticos espiritualmente o humanamente, o tipos que se quedan en el seminario porque no saben qué hacer de su vida afuera.

Bueno, recen por mí, recen entre ustedes, ayúdense, no pierdan el espíritu de camaradería entre ustedes. Charlar cosas serias juntos, reírse juntos, ir a comer una pizza juntos. Todo lo que sea fraternidad que les ayude a ir adelante. Ahora les voy a dar la bendición y después los saludo uno por uno.

CALENDARIO

18 + IV DOMINGO DE ADVIENTO

Misa del Domingo (morado). 
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. II o IV Adv. 
LECC.: vol. I (A). 
- Is 7, 10-14. Mirad: la virgen está encinta. 
- Sal 23. R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria. 
- Rom 1, 1-7. Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios. 
- Mt 1, 18-24. Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.

La liturgia de este domingo es como un pregón de la ya próxima Navidad. Así, la oración colecta nos presenta la finalidad última de la Encarnación del Hijo de Dios que anuncia el ángel: que por su pasión y cruz, nosotros lleguemos a la gloria de la resurrección. Y ello será posible por la respuesta de fe de María que lo concibió por obra del Espíritu Santo sin perder la gloria de su virginidad (1 Lect y Ev). Así se cumplirán plenamente las profecías: Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios. Él nos ha llamado a responder a la fe formando parte de su pueblo santo (2 Lect).

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial. 

Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Ant. Mag. «Oh, Adonai». Comp. Dom. II. 

Martirologio: elogs. del 19 de diciembre, pág. 726.

TEXTOS MISA

IV DOMINGO DE ADVIENTO

Antífona de entrada Cf. Is 45, 8
Cielos, destilad desde lo alto; nubes derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador.
Roráte, caeli, désuper, et nubes pluant iustum; aperiátur terra et gérminet Salvatórem.

Monición de entrada
Hoy, en vísperas de la gran fiesta del nacimiento del Salvador, nuestra esperanza se hace plegaria, y con el profeta Isaías decimos «Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia». [La cercanía de la Navidad nos recuerda que hemos de esperar al Señor como lo hicieron la Virgen María y san José con este propósito encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento].

No se dice Gloria.

Oración colecta
Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo, lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.
Grátiam tuam, quaesumus, Dómine, méntibus nostris infúnde, ut qui, Angelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per Dóminum.


LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Domingo de la IV semana de Adviento, ciclo A (Lec. I A).

PRIMERA LECTURA Is 7, 10-14
Mirad: la virgen está encinta
Lectura del libro de Isaías.

En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 7c. 10c)
R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
Introíbit Dóminus: ipse est rex glóriæ.

V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Introíbit Dóminus: ipse est rex glóriæ.

V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Introíbit Dóminus: ipse est rex glóriæ.

V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Introíbit Dóminus: ipse est rex glóriæ.

SEGUNDA LECTURA Rom 1, 1-7
Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios,
que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Aleluya Mt 1, 23
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. R.
Ecce virgo in útero habébit et páriet fílium; et vocábunt nomen eius Emmánuel, Nobíscum Deus.

EVANGELIO Mt 1, 18-24
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
 Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
R. Gloria a ti, Señor.

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 22 de diciembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio (cf. Mateo 1, 18-24) nos guía hacia la Navidad, a través de la experiencia de san José, una figura aparentemente de segundo plano, pero en cuya actitud está contenida toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. El que no predica, no habla, sino que trata de hacer la voluntad de Dios; y lo hace al estilo del Evangelio y de las Bienaventuranzas. Pensemos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5, 3). Y José es pobre porque vive de lo esencial, trabaja, vive del trabajo; es la pobreza típica de quien es consciente de que depende en todo de Dios y pone en Él toda su confianza.
La narración del Evangelio de hoy presenta una situación humanamente incómoda y conflictiva. José y María están comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un hijo por obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente permanece perturbado pero, en lugar de reaccionar de manera impulsiva y punitiva ―como era costumbre, la ley lo protegía― busca una solución que respete la dignidad y la integridad de su amada María. El Evangelio lo dice así: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (v. 19). José sabía que si denunciaba a su prometida, la expondría a graves consecuencias, incluso a la muerte. Tenía plena confianza en María, a quien eligió como su esposa. No entiende, pero busca otra solución.
Esta circunstancia inexplicable le llevó a cuestionar su compromiso; por eso, con gran sufrimiento, decidió separarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para decirle que la solución que él propone no es la deseada por Dios. Por el contrario, el Señor le abrió un nuevo camino, un camino de unión, de amor y de felicidad, y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (v. 20).
En este punto, José confía totalmente en Dios, obedece las palabras del Ángel y se lleva a María con él. Fue precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible. José entiende, en la fe, que el niño nacido en el seno de María no es su hijo, sino el Hijo de Dios, y él, José, será su guardián, asumiendo plenamente su paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre gentil y sabio nos exhorta a levantar la vista, a mirar más allá. Se trata de recuperar la sorprendente lógica de Dios que, lejos de pequeños o grandes cálculos, está hecha de apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y Su Palabra.
Que la Virgen María y su casto esposo José nos ayuden a escuchar a Jesús que viene, y que pide ser acogido en nuestros planes y elecciones.

Ángelus, IV Domingo de Adviento, 18-diciembre-2016
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La liturgia de hoy, que es del cuarto y último domingo de Adviento, está caracterizada por el tema de la cercanía, la cercanía de Dios a la humanidad. El pasaje del Evangelio (cfr Mt 1,18-24) nos muestra a las dos personas que más que cualquier otra están envueltas en este misterio de amor: la Virgen María y su esposo José. Misterio de amor, misterio de cercanía de Dios con la humanidad.
María es presentada a la luz de la profecía que dice: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo» (v. 23). El evangelista Mateo reconoce que aquello ha acontecido en María, quien ha concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo (cfr v. 18). El hijo de Dios “viene” en su vientre para convertirse en hombre y Ella lo acoge. Así, de manera única, Dios se ha acercado al ser humano tomando la carne de una mujer: Dios se ha acercado al ser humano tomando la carne de una mujer. También a nosotros, de manera diferente, Dios se acerca con su gracia para entrar en nuestra vida y ofrecernos en don a su Hijo. Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Lo acogemos, lo dejamos acercarse o lo rechazamos, lo echamos? Como a María, que ofreciéndose libremente al Señor de la historia, se le ha permitido cambiar el destino de la humanidad, así también nosotros, acogiendo a Jesús y tratando de seguirlo cada día, podemos cooperar con su diseño de salvación sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Por lo tanto María se nos presenta como el modelo al cual mirar y apoyo sobre el cual contar en nuestra búsqueda de Dios, en nuestra cercanía a Dios, con este dejar que Dios se acerque a nosotros, y en nuestro compromiso por construir la civilización del amor.
El otro protagonista del Evangelio de hoy es San José. El evangelista pone en evidencia cómo José por sí solo no pueda darse una explicación del acontecimiento que ve verificarse frente a sus ojos, o sea el embarazo de María. Precisamente entonces, en aquel momento de la duda, también del miedo Dios se le acerca con un mensajero suyo y él es iluminado sobre la naturaleza de aquella maternidad: «porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (v. 20). Así, frente al evento extraordinario, que ciertamente suscita en su corazón tantas interrogantes, se confía totalmente en Dios que se le acerca y, siguiendo su invitación, no repudia a su comprometida sino que la toma consigo y la desposa. Acogiendo a María, José acoge conscientemente y con amor a Aquel que ha sido concebido en ella por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible. José, hombre humilde y justo (cfr v. 19), nos enseña a confiarnos siempre en Dios, que se nos acerca: cuando Dios se nos acerca debemos confiarnos. José nos enseña a dejarnos guiar por Él con voluntaria obediencia. Ambos se dejaron acercar por el Señor.
Estas dos figuras, María y José, que han sido los primeros en acoger a Jesús mediante la fe, nos introducen en el misterio de la Navidad. María nos ayuda a colocarnos en actitud de disponibilidad para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida concreta, en nuestra carne. José nos insta a buscar siempre la voluntad de Dios y a seguirla con total confianza. «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’» (Mt 1,23).

Así dice el ángel: “Emanuel se llamará el niño, que significa Dios-con-nosotros” o sea Dios cerca a nosotros. Y a Dios que se acerca yo le abro la puerta – al Señor- cuando siento una inspiración interior, cuando siento que me pide hacer algo más por los demás, cuando me llama a la oración. Dios-con-nosotros, Dios que se acerca. Que este anuncio de esperanza, que se cumple en Navidad, lleve a cumplimiento la espera de Dios también en cada uno de nosotros, en toda la Iglesia, y en tantos pequeños que el mundo desprecia, pero que Dios ama y a los cuales se acerca.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera-Radio Vaticano)

ÁNGELUS, IV Domingo de Adviento, 22 de diciembre de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se había realizado todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho, quedó desconcertado. El Evangelio no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad de Dios y está preparado para la renuncia más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus derechos, José elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: "Como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado" (Mt 1, 19).
Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que José tenía por María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que meditar estas palabras para comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf. Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la persona más amada.
Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba y abre una vía diversa, una vía de amor y de felicidad: "José –le dice– no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo" (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José: María, la mujer llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.

Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, IV Domingo de Adviento, 19 de diciembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual "antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre "justo" (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que "en José se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de testigo" (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él –prosigue san Ambrosio– "no habría podido contaminar el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio" (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa "como le había ordenado el ángel del Señor", seguro de hacer lo que debía. También poniendo el nombre de "Jesús" a ese Niño que rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la salvación.
Queridos amigos, a san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer "a los fieles cristianos y al mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo" (Carta de convocatoria del Año sacerdotal, 16.VI.09). Que nuestra vida se adhiera cada vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque "el que es la Palabra asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y atrae a sí toda la existencia humana, la lleva al interior de la palabra de Dios" (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la Virgen María, la llena de gracia "adornada de Dios", para que, en la Navidad ya inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre en este admirable encuentro de amor.
La Infancia de Jesús, Concepción y nacimiento de Jesús según Mateo
Después de la reflexión sobre la narración lucana de la Anunciación, ahora hemos de escuchar aún la tradición del Evangelio de Mateo sobre dicho acontecimiento. A diferencia de Lucas, Mateo habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de san José, que, como descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.
Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de José. Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa, que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida, «la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria potestas. Después de un año tenía lugar la acogida en casa, es decir, la celebración del matrimonio» (Gnilka, Matthäus, I, p. 17). Ahora bien, José constató que María «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).
Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre el origen del niño José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el compromiso y –según la ley– debe abandonarla. A este respecto, puede elegir entre un acto jurídico público y una forma privada: puede llevar a María ante un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el segundo procedimiento para no «denunciarla» (Mt 1, 19). En esa decisión, Mateo ve un signo de que José era un «hombre justo».
La calificación de José como hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento: ofrece un cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se compendia en la palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el Antiguo Testamento con el término «justo».
El Salmo (Sal 1, 1) ofrece la imagen clásica del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José. Justo, según este Salmo, es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios; «que su gozo está en la ley del Señor» (Sal 1, 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la Palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte espontáneamente para él en «evangelio», buena nueva, porque la interpreta con actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.
Mientras que el Salmo 1 considera como característico del «hombre dichoso» su habitar en la Tora, en la Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías (Jr 17, 7) llama «bendito» a quien «confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». Aquí se destaca de manera más fuerte que en el salmo la naturaleza personal de la justicia, el fiarse de Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los dos textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito, podemos no obstante considerarlos con Hans-Joachim Kraus la imagen auténtica del justo veterotestamentario y, así, aprender también a partir de aquí lo que Mateo quiere decirnos cuando presenta a san José como un «hombre justo». Esta imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas vivas de la Palabra de Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da fruto constantemente, se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como en todo lo que a continuación se dice de José de Nazaret.
Después de lo que José ha descubierto, se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo hace con amor, no quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama incluso en el momento de la gran desilusión. No encarna esa forma de legalidad de fachada que Jesús denuncia en Mateo (Mt 23, 1) y contra la que san Pablo arremete. Vive la ley como evangelio, busca el camino de la unidad entre la ley y el amor. Y, así, está preparado interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y humanamente increíble, que recibirá de Dios.
Mientras que el ángel «entra» donde se encuentra María (Lc 1, 28), a José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido el mensajero de Dios y le había hablado.
El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente, ¿Es posible que Dios haya realmente hablado? ¿Que José haya recibido en sueños la verdad, una verdad que va más allá de todo lo que cabe esperar? ¿Es posible que Dios haya actuado de esta manera en un ser humano? ¿Que Dios haya realizado de este modo el comienzo de una nueva historia con los hombres? Mateo había dicho antes que José estaba «considerando en su interior» (enthyméthèntos) cuál debería ser la reacción justa ante el embarazo de María. Podemos por tanto imaginar cómo luche ahora en lo más íntimo con este mensaje inaudito de su sueño: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).
A José se le interpela explícitamente en cuanto hijo de David, indicando con eso al mismo tiempo el cometido que se le confía en este acontecimiento: como destinatario de la promesa hecha a David, él debe hacerse garante de la fidelidad de Dios. «No temas» aceptar esta tarea, que verdaderamente puede suscitar temor. «No temas» es lo que el ángel de la Anunciación había dicho también a María. Con la misma exhortación del ángel, José se encuentra ahora implicado en el misterio de la Encarnación de Dios.
A la comunicación sobre la concepción del niño en virtud del Espíritu Santo, sigue un encargo: María «dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1 , 2 1). Junto a la invitación de tomar con él a María como su mujer, José recibe la orden de dar un nombre al niño, adoptándolo así legalmente como hijo suyo. Es el mismo nombre que el ángel había indicado también a María para que se lo pusiera al niño: el nombre Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esta salvación: «Él salvará a su pueblo de los pecados.»
Con esto se asigna al niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone por tanto en relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el poder sagrado y salvífico de Dios. Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías podría también aparecer decepcionante. La expectación común de la salvación estaba orientada sobre todo a la situación penosa de Israel: a la restauración del reino davídico, a la libertad e independencia de Israel y, con ello, también naturalmente al bienestar material de un pueblo en gran parte empobrecido. La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco y a la vez excesivo: excesivo porque se invade la esfera reservada a Dios mismo; demasiado poco porque parece que no se toma en consideración el sufrimiento concreto de Israel y su necesidad real de salvación.
En el fondo, en estas palabras se anticipa ya toda la controversia sobre el mesianismo de Jesús: ¿Ha redimido verdaderamente a Israel? ¿Acaso no ha quedado todo como antes? La misión, tal como él la ha vivido, ¿es o no la respuesta a la promesa? Seguramente no se corresponde con la expectativa de la salvación mesiánica inmediata que tenían los hombres, que se sentían oprimidos no tanto por sus pecados, sino más bien por su penuria, por su falta de libertad, por la miseria de su existencia.
Jesús mismo ha suscitado drásticamente la cuestión sobre la prioridad de la necesidad humana de redención en aquella ocasión en que cuatro hombres, a causa del gentío, no podían introducir al paralítico por la puerta y lo descolgaron por el techo, poniéndolo a sus pies. La propia existencia del enfermo era una oración, un grito que clamaba salvación, un grito al que Jesús, en pleno contraste con las expectativas del enfermo mismo y de quienes lo llevaban, respondió con estas palabras: «Hijo, tus pecados quedan perdonados» (Mc 2, 5). La gente no se esperaba precisamente esto. No encajaba con sus intereses. El paralítico debía poder andar, no ser liberado de los pecados. Los escribas impugnaban la presunción teológica de las palabras de Jesús; el enfermo y los hombres a su alrededor estaban decepcionados, porque Jesús parecía hacer caso omiso de la verdadera necesidad de este hombre.
Pienso que toda la escena es absolutamente significativa para la cuestión de la misión de Jesús, tal como se describe por primera vez en la palabra del ángel a José. Aquí se tiene en cuenta tanto la crítica de los escribas como la expectativa silenciosa de la gente. Que Jesús es capaz de perdonar los pecados lo muestra ahora mandando al enfermo, ya curado, que tome su camilla y eche a andar. No obstante, de esta manera queda a salvo la prioridad del perdón de los pecados como fundamento de toda verdadera curación del hombre.
El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre –la relación con Dios– entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender: Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas encontrar, no estarás verdaderamente curado.
En este sentido, la explicación del nombre de Jesús que se indicó a José en sueños es ya una aclaración fundamental de cómo se ha de concebir la salvación del hombre, y en qué consiste por tanto la tarea esencial del portador de la salvación.
En Mateo, al anuncio del ángel a José sobre la concepción y nacimiento virginal de Jesús, siguen dos afirmaciones integrantes.
El evangelista muestra en primer lugar que con ello se cumple todo lo que había anunciado la Escritura. Esto forma parte de la estructura fundamental de su Evangelio: proporcionar a todos los acontecimientos esenciales una «prueba de la Escritura»; dejar claro que las palabras de la Escritura aguardaban dichos acontecimientos, los han preparado desde dentro. Así, Mateo enseña cómo las antiguas palabras se hacen realidad en la historia de Jesús. Pero muestra al mismo tiempo que esa historia es verdadera, es decir, proviene de la Palabra de Dios, y está sostenida y entretejida por ella.
Después de la cita bíblica, Mateo completa la narración. Refiere que José se despertó y procedió como le había mandado el ángel del Señor. Llevó consigo a María, su esposa, pero no la «conoció» antes de que diera a luz a su hijo. Así se subraya una vez más que el hijo no fue engendrado por él, sino por el Espíritu Santo. Por último, el evangelista añade: «Él le puso por nombre Jesús» (Mt 1, 25).
También aquí, y de modo muy concreto, se nos presenta de nuevo a José como «hombre justo»: su estar interiormente atento a Dios –una actitud gracias a la cual puede acoger y comprender el mensaje– se convierte espontáneamente en obediencia. Si antes se había puesto a cavilar con su propio talento, ahora sabe lo que es justo y lo que debe hacer. Como hombre justo, sigue los mandatos de Dios, como dice el Salmo 1.
Pero ahora hemos de escuchar la prueba escriturística que presenta Mateo, que –como no podía ser de otro modo– ha sido objeto de largas discusiones exegéticas. El versículo dice: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: “Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”» (Mt 1, 22 s; cf. Is 7, 14). Tratemos ante todo de comprender en su contexto histórico original esta frase del profeta, convertida a través de Mateo en un grande y fundamental texto cristológico, para ver después de qué manera se refleja en ella el misterio de Jesucristo.
Excepcionalmente podemos fijar con mucha precisión la fecha de este versículo de Isaías: se sitúa en el año 733 antes de Cristo. El rey asirio Tiglath-Pileser III había rechazado con una maniobra militar repentina el comienzo de una insurrección de los estados sirio-palestinos. Entonces el rey Rezín de Damasco-Siria, y Pékaj de Israel se unieron en una coalición contra la gran potencia asiria. Puesto que no fueron capaces de persuadir al rey Acaz de Judá de sumarse a su alianza, decidieron entrar en campaña contra el rey de Jerusalén para incluir a su país en su coalición.
A Acaz y a su pueblo –comprensiblemente– les entra miedo ante la alianza enemiga; los corazones del rey y del pueblo se agitan «como se agitan los árboles del bosque con el viento» (Is 7, 2). Sin embargo Acaz, claramente un político que calcula con prudencia y frialdad, mantiene la línea ya tomada: no quiere unirse a una alianza antiasiria, a la que ve claramente sin posibilidad alguna frente al enorme predominio de la gran potencia. En su lugar, firma un pacto de protección con Asiria, lo que, por un lado, le garantiza seguridad y salva a su país de la destrucción, pero que, por otro lado, exige como precio la adoración de las divinidades estatales de la potencia protectora.
Efectivamente, después de la estipulación del pacto con Asiria, concluido por Acaz a pesar de la advertencia del profeta Isaías, se llegó a la construcción de un altar en el templo de Jerusalén según el modelo asirio (cf. 2R 16, 11 ss; cf. Kaiser, p. 73). En el momento al que se refiere la cita de Isaías usada por Mateo todavía no se había llegado a este punto. Pero una cosa estaba clara: si Acaz llegara a estipular un pacto con el gran rey asirio, significaría que él, como hombre político, confiaba más en el poder del rey que en el poder de Dios, el cual, como es obvio, no le parecía suficientemente realista. En último término, pues, aquí no se trataba de un problema político, sino de una cuestión de fe.
En este contexto, Isaías dice al rey que no debe tener miedo a «esos dos cabos de tizones humeantes», Asiria e Israel (Efraín), y que, por tanto, no hay motivo alguno para el pacto de protección con Asiria: debe apoyarse en la fe y no en el cálculo político. De manera completamente inusual, invita a Acaz a pedir un signo de Dios, bien de las profundidades de los infiernos, bien de lo alto. La respuesta del rey judío parece devota: no quiere tentar a Dios ni pedir un signo (cf. Is 7, 10-12). El profeta que habla en nombre de Dios no se deja desconcertar. Él sabe que la renuncia del rey a un signo no es –como parece– una expresión de fe sino, por el contrario, un indicio de que no quiere ser molestado en su «realpolitik».
Llegados a este punto, el profeta anuncia que ahora el Señor mismo dará un signo por su cuenta: «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: “Dios-con-nosotros”» (Is 7, 14).
¿Cuál es el signo que se le promete a Acaz con esto? Mateo, y con él toda la tradición cristiana, ve aquí un anuncio del nacimiento de Jesús de la Virgen María: Jesús, que en realidad no lleva el nombre de Emmanuel, sino que es el Emmanuel, como trata de explicar todo el relato de los Evangelios. Este hombre –nos explican– es él mismo la permanencia de Dios con los hombres. Es el verdadero hombre y, a la vez, el verdadero Hijo de Dios.
Pero ¿ha entendido así Isaías el signo anunciado? Sobre esto se objeta en primer lugar, por un lado –y con razón– que se anuncia de hecho a Acaz ciertamente un signo, que en aquel momento se le habría dado para llevarlo a la fe en el Dios de Israel como el verdadero dueño del mundo. El signo se debería buscar e identificar por tanto en el contexto histórico contemporáneo en el que fue enunciado por el profeta. En consecuencia, la exégesis ha ido en busca de una explicación histórica contemporánea al desarrollo de los hechos, con gran escrupulosidad y con todas las posibilidades de erudición histórica, y ha fracasado.
Rudolf Kilian ha descrito brevemente en su comentario a Isaías los intentos esenciales de este tipo. Menciona cuatro modelos principales. El primero dice: con el término «Emmanuel» nos referimos al Mesías. Pero la idea del Mesías se ha desarrollado plenamente sólo en el período del exilio y sucesivamente después. Aquí se podría encontrar a lo sumo una anticipación de esta figura; una correspondencia histórica contemporánea no es posible identificarla. La segunda hipótesis supone que el «Dios con nosotros» es un hijo del rey Acaz, tal vez Ezequías, una propuesta que no encuentra respaldo en ninguna parte. La tercera teoría imagina que se trata de uno de los hijos del profeta Isaías, los cuales llevan nombres proféticos: Sehar Yasub, «un resto volverá», y Maher-Salal-jas-Baz, «pronto al saqueo/rápido al botín» (cf. Is 7, 3; Is 8, 3). Pero tampoco este tentativo resulta convincente. Una cuarta tesis se esfuerza por una interpretación colectiva: Emmanuel sería el nuevo Israel, y la almáh («virgen») no sería sino «la figura simbólica de Sión». Pero el contexto del profeta no ofrece indicio alguno para una concepción como ésta, entre otras razones porque no sería un signo histórico contemporáneo. Kilian concluye su análisis de los distintos tipos de interpretación de la siguiente manera: «Como resultado de esta visión de conjunto, resulta, pues, que ni siquiera uno de los intentos de interpretación consigue realmente convencer. En torno a la madre y el niño sigue reinando el misterio, al menos para el lector de hoy, pero presumiblemente también para el oyente de entonces, y tal vez incluso para el profeta mismo» (Jesaja, p. 62).
Sí, yo creo que precisamente hoy, después de toda la afanosa investigación de la exégesis crítica, podemos compartir de una forma completamente nueva el estupor de que una palabra del año 733 a. C., que había quedado incomprensible, se haya hecho realidad en el momento de la concepción de Jesucristo, que Dios nos haya dado efectivamente un gran signo que se refiere al mundo entero.
Entonces, ¿qué podemos decir? La afirmación sobre la virgen que da a luz al Emmanuel, de manera análoga al gran canto del Siervo del Señor en Isaías (Is 53), es una palabra en espera. En su contexto histórico no se encuentra correspondencia alguna. Esto deja abierta la cuestión: no es una palabra dirigida solamente a Acaz. Tampoco se trata sólo de Israel. Se dirige a la humanidad. El signo que Dios mismo anuncia no se ofrece para una situación política determinada, sino que concierne al hombre y su historia en su conjunto.
Y los cristianos ¿no debían quizá oír esta palabra como una palabra para ellos? Interpelados por la palabra, ¿no debían llegar a la certeza de que la palabra, que siempre estaba allí de modo tan extraño, y esperando a ser descifrada, se ha hecho ahora realidad? ¿No debían estar convencidos de que en el nacimiento de Jesús de la Virgen María, Dios nos ha dado ahora este signo? El Emmanuel ha llegado. Marius Reiser ha resumido en esta frase la experiencia que tuvieron los lectores cristianos respecto a esta palabra: «La profecía del profeta es como un ojo de cerradura milagrosamente predispuesto, en el cual encaja perfectamente la llave Cristo» (Bibelkritik, p. 328).

DIRECTORIO HOMILÉTICO
IV domingo de Adviento
96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la conversión, se traslada a los acontecimientos que circundan el Nacimiento de Jesús. Un cambio de dirección evidenciado en el Prefacio II del tiempo de Adviento. «La Virgen concebirá» es el título de la primera lectura del año A. Cierto es que todas las lecturas, de los profetas a los Apóstoles y a los Evangelios, giran en torno al misterio anunciado a María por el arcángel Gabriel. (Lo que se dice aquí a propósito de los Evangelios de los domingos y de los textos del Antiguo Testamento puede ser aplicado también al Leccionario ferial del 17 al 23 de diciembre).
101. El misterio de la Concepción Virginal de María es también el tema del Evangelio del Año A pero, en este caso, la narración se desarrolla desde el punto de vista de José, como nos narra Mateo. La primera lectura es un breve pasaje de Isaías en el que el profeta pronuncia la conocida frase: «Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». Esta lectura puede ofrecer al homileta la ocasión para explicar cómo la Iglesia ve, justamente, el cumplimiento de los textos del Antiguo Testamento en los acontecimientos de la vida de Jesús. En el pasaje de Mateo, la asamblea escucha los detalles referidos, que circundan el Nacimiento de Jesús, concluyendo con la frase: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta». Un profeta habla en la historia, en circunstancias concretas. En el 734 a.C., el rey Acaz tenía que hacer frente a un enemigo poderoso; el profeta Isaías le exhortó a tener fe en el poder que Dios tenía para liberar Jerusalén, y ofreció al rey un signo enviado por el Señor. Cuando el rey, con hipocresía, lo rechazó, el contrariado Isaías le anunció que le sería dado, de todas formas, un signo, el signo de una Virgen, cuyo Hijo sería llamado Emmanuel. Pero ahora, por medio del Espíritu Santo, que ha hablado por el profeta, cuanto tenía sentido en aquellas precisas circunstancias históricas se amplía para conformarse en una circunstancia histórica mucho mayor: la Venida del Hijo de Dios que se hace carne. Todas las profecías y toda la historia, en definitiva, hablan de esto.
102. El homileta, una vez presentado este argumento, puede considerar la narración bien construida de Mateo. El evangelista se preocupa de mantener en equilibrio dos verdades sobre Jesús: que es el Hijo de David y que es el Hijo de Dios. Ambas son verdades esenciales para comprender quién es Jesús. Tanto María como José interpretan un papel preciso en el cumplimiento de este entrelazarse armónico del misterio.
103. Como hemos visto en la Anunciación en el contexto de la Historia de Israel, también la genealogía que precede a este Evangelio ofrece una clave importante para su interpretación. (La genealogía se lee el 17 de diciembre y en la Misa de la Vigilia de Navidad). El Evangelio de Mateo inicia solemnemente con estas palabras: «Genealogía de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abrahán». Continúa la narración tradicional de todas las generaciones: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, y así en adelante, pasando por David y sus descendientes, hasta José, donde el relato sufre un imprevisto y marcado cambio: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». Resulta singular y extraordinario cómo el texto no prosigue diciendo: «José engendró a Jesús», sino que especifica cómo José es el esposo de María, de la cual nació Jesús. Es precisamente en este punto sobre el que recae el peso del IV domingo de Adviento, como viene indicado en el primer versículo: «El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera». Es decir, en circunstancias notablemente diferentes a todos los nacimientos precedentes, exigiendo, por tanto, esta narración peculiar.
104. La primera información se refiere al hecho que María, antes de ir a vivir con José, estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Es claro, por tanto, para los que escuchan y leen el pasaje que el niño no es de José sino que es el mismo Hijo de Dios. En la narración, además, esto no está todavía claro para José. El homileta podrá constatar el drama que soporta José. ¿Sospecha la infidelidad de María y por eso decide «repudiarla en secreto»? O quizá ¿tiene alguna intuición de la obra divina, que le lleva a temer de recibir a María como su esposa? Es desconcertante también el silencio de María. Ella, claramente, mantiene el secreto que existe entre ella y Dios, y será Dios quien clarificará la situación. Ninguna palabra humana sería suficiente para explicar un misterio tan grande. Mientras José consideraba estas cosas, un Ángel le revela en sueños que María ha concebido por obra del Espíritu Santo y que no debe temer. La Liturgia del Adviento invita a los fieles a no temer y a acoger, como José, el misterio divino que se está desarrollando en su vida.
105. Un Ángel confirma en sueños a José que María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Así, de nuevo, todo se explica: Jesús es el Hijo de Dios. Pero José tendrá que cumplir dos gestos, dos actos que legitimarán el Nacimiento de Jesús a los ojos de la cultura y de la fe judías. El Ángel se dirige a él de modo explícito con estas palabras: «José, Hijo de David», y le ordena llevar a María a su casa, permitiendo que el misterio de ella le trasforme. Después, él tendrá que dar nombre al niño. Estos dos gestos hacen de Jesús «el Hijo de David». La narración de Mateo habría podido continuar con estas palabras: «Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor», mientras que, por el contrario, la narración viene interrumpida por la profecía de Isaías: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta», para citar después el versículo profético que hemos escuchado en la primera lectura. Lo que Isaías dijo a Acaz es poca cosa al respecto. Ahora la palabra «Virgen» se toma al pie de la letra, y Ella concibe por obra del Espíritu Santo. Y qué decir del nombre que tendrán que dar al niño ¿Emmanuel? Mateo, a diferencia de Isaías, explica su significado: «Dios-con-nosotros». También estas palabras, como indican las circunstancias, están tomadas al pie de la letra. José, el Hijo de David, lo llamará Jesús; pero el misterio más profundo de su nombre es «Dios-con-nosotros».
106. En la segunda lectura de este mismo domingo, tomada de la carta de san Pablo a los Romanos, escuchamos un lenguaje teológico más antiguo y primitivo que el de Mateo pero que ya nos revela la importancia del equilibrio armónico en los títulos que expresan el Misterio de Jesús. San Pablo habla del «Evangelio que se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano de la estirpe de David; constituido, Hijo de David, con pleno poder por su Resurrección de la muerte». San Pablo ve ratificado el título de «Hijo de Dios» en la Resurrección de Jesús. San Mateo, como hemos visto con anterioridad, cuando explica el nombre del Emmanuel con el significado de «Dios-con-nosotros», expresa tal comprensión del Señor resucitado, haciendo referencia al principio de su existencia humana.
107. A pesar de ello, es Pablo quien muestra directamente el modo de relacionar lo que escuchamos en estos textos. Después de haber llamado con solemnidad a aquel que es el centro de su Evangelio «Hijo de David e Hijo de Dios», Pablo designa a los gentiles como los que están llamados «por Cristo Jesús». Además, los define como «a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo». El homileta debe mostrar cómo este lenguaje se aplica también a nosotros. Los cristianos escuchan la maravillosa historia del Nacimiento de Jesucristo que cumple de modo admirable lo que había sido prometido por medio de los profetas, pero después escuchan también una palabra sobre ellos: estamos llamados a pertenecer a Jesucristo, estamos llamados por Dios y estamos llamados a ser santos.
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo A. Cuarto domingo de Adviento.
La maternidad virginal de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10 - 64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, … Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato … padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la traducción griega de Mt 1, 23).
498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios" (Eph. 19, 1; cf. 1Co 2, 8).
499 María, la "siempre Virgen"
La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG 52).
500 A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; Mc 6, 3; 1Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; Gn 14, 16; Gn 29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre" (LG 63).
502 La maternidad virginal de María en el designio de Dios
La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre … ; consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestras humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas" (Cc. Friul en el año 796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo Adán (cf. 1Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1, 34; cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe "no adulterada por duda alguna" (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo" (S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. LG 63): "La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
495 La maternidad divina de María
Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; Jn 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios ["Theotokos"] (cf. DS 251).
María, madre de Dios por obra del Espíritu Santo
437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2Tm 2, 8; Ap 22, 16).
456 Con el Credo Niceno - Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".
484 La anunciación a María inaugura la plenitud de "los tiempos"(Ga 4, 4), es decir el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es "el Señor que da la vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es "Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2, 8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).
721 "Alégrate, llena de gracia"
María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1- 9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese "llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
Jesús viene revelado como Salvador a José
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
Cristo, el Hijo de Dios en su Resurrección
445 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
648 La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad -con su cuerpo- en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1Jn 2, 20. 27; 2Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2, 11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; Lc 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; Rm 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto … que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
La obediencia de la fe”
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1, 5; Rm 16, 26).
144 Obedecer ("ob - audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
145 Abraham, "el padre de todos los creyentes"
La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8; cf. Gn 12, 1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23, 4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11, 17).
146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11, 1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rm 4, 3; cf. Gn 15, 6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rm 4, 20), Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rm 4, 11. 18; cf. Gn 15, 15).
147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11, 2. 39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11, 40; Hb 12, 2).
148 María : "Dichosa la que ha creído"
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37; cf. Gn 18, 14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2, 35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.
494 "Hágase en mí según tu palabra… "
Al anuncio de que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf. LG 56):
"Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". " (LG. 56).
2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1, 5; Rm 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en él y dar testimonio de él.

Oración de los fieles
El Dios de la salvación nos hace justicia. Oremos confiadamente.
- Por la Iglesia, que ha recibido, como la Virgen María, la misión de dar a luz a Cristo, para que sepa hacerlo presente en medio de nuestro mundo. Roguemos al Señor.
- Por la sociedad en que vivimos, para que recupere el sentido cristiano de la Navidad. Roguemos al Señor.
- Por todos los que en las próximas fiestas estarán lejos de sus hogares, para que encuentren en los demás solidaridad, comprensión y ayuda, que mitigue su dolor y su nostalgia. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Navidad del Señor, para que vivamos estas fiestas con sentido cristiano, en convivencia fraternal. Roguemos al Señor.
Señor, Dios nuestro, que nos has enviado a tu Hijo, revestido de nuestra condición humana, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
El mismo Espíritu, que colmó con su poder las entrañas de santa María, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre tu altar. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Altári tuo, Dómine, superpósita múnera Spíritus ille sanctíficet, qui beátae Maríae víscera sua virtúte replévit. Per Christum.

PREFACIO IV DE ADVIENTO
MARÍA, NUEVA EVA
En verdad es justo darte gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre.
Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sion ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva.
Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.
Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

Antífona de comunión Is 7, 14

Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.
Ecce Virgo concípiet, et páriet fílium; et vocábitur nomen eius Emmánuel.

Oración después de la comunión
Dios todopoderoso, después de recibir la prenda de la redención eterna, te pedimos que crezca en nosotros tanto el fervor para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo, cuanto más se acerca la gran fiesta de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Sumpto pígnore redemptiónis aetérnae, quaesumus, omnípotens Deus, ut quanto magis dies salutíferae festivitátis accédit, tanto devótius proficiámus ad Fílii tui digne nativitátis mystérium celebrándum. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

Se puede decir la bendición solemne de Adviento.
Dios todopoderoso y rico en misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en carne creéis y cuyo retorno glorioso esperáis, en la celebración de los misterios del Adviento, os ilumine y os llene de sus bendiciones.
Omnípotens et miséricors Deus, cuius Unigéniti advéntum et praetéritum créditis, et futúrum exspectátis, eiúsdem advéntus vos illustratióne sanctíficet et sua benedictióne locuplétet.
R. Amén.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza y diligentes en el amor.
In praeséntis vitae stádio reddat vos in fide stábiles, spe gaudéntes, et in caritáte efficáces.
R. Amén.
Y así, los que ahora os alegráis por el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.
Ut, qui de advéntu Redemptóris nostri secúndum carnem devóta mente laetámini, in secúndo, cum in maiestáte sua vénerit, praemiis aetérnae vitae ditémini.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Filii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.

MARTIROLOGIO

Elogios del 19 de diciembre

1. En Roma, en el cementerio Ponciano, en la vía Portuense, sepultura de san Anastasio I, papa, varón de gran pobreza y de apostólica solicitud, que se opuso firmemente a las doctrinas heréticas. (401)
2. En Auxerre, en la Galia Lugdunense, actual Francia, san Gregorio, obispo(s. VI)
3*. En la cartuja de Casotto, en la región del Piamonte, en la Italia actual, beato Guillermo de Fenolis, religioso, que antes había sido ermitaño. (c. 1200)
4*. En Aviñón, localidad de Provenza, en Francia, beato Urbano V, papa, que siendo monje fue elevado a la cátedra de Pedro y se preocupó por el retorno de la Sede Apostólica a la Urbe y por restituir la unidad a la Iglesia. (1370)
5. En el lugar llamado Bac-Ninh, en Tonkín, hoy Vietnam, santos mártires Francisco Javier Hà Trong Mâu y Domingo Bùi Van Úy, catequistas; Tomás Nguyen Van Dê, sastre; también Agustín Nguyen Van Mói y Esteban Nguyen Van Vinh, agricultores, el primero de estos últimos neófito y el segundo todavía catecúmeno, todos los cuales, negándose a pisotear la cruz, sufrieron la cárcel y tormentos, y finalmente, por mandato del emperador Minh Mang, fueron estrangulados. (1838)
6*. En el pueblo de Slonim, en Polonia, beatas María Eva de la Providencia Noiszewska y María Marta de Jesús Wolowsk, vírgenes de la Congregación de Hermanas de la Inmaculada Concepción y mártires, que, por mantener la fe, en tiempo de la ocupación de Polonia durante la guerra fueron fusiladas. (1942)

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