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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Jueves 15 diciembre 2022, Jueves de la III semana de Adviento, feria.

SOBRE LITURGIA

SOLEMNE CONCELEBRACIÓN AL FINAL DEL JUBILEO DEL CLERO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 23 de febrero de 1984

“El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yavé” (Is 61, 12).

Amadísimos Hermanos en la gracia del Sacerdocio:

Hace un año me dirigía a vosotros mediante la carta para el Jueves Santo de 1983, pidiéndoles anunciar, junto conmigo y con todos los Obispos de la Iglesia, el Año de la Redención: el Jubileo extraordinario, el Año de gracia del Señor.

Hoy deseo agradecerles cuanto habéis hecho para que este Año, que nos recuerda el 1950 aniversario de la Redención, se convirtiera verdaderamente en «el año de gracia del Señor», el Año Santo. Y a la vez, al encontrarme con vosotros en esta concelebración, en la que culmina vuestra peregrinación a Roma con ocasión del Jubileo, deseo renovar y profundizar en unión con vosotros la conciencia del misterio de la Redención, que es el manantial vivo y vivificador del sacerdocio sacramental, del que cada uno de nosotros participa.

En vosotros, aquí llegados no sólo de Italia, sino también de otros Países y Continentes, veo a todos los sacerdotes: a todo el Presbiterio de la Iglesia universal. Y a todos me dirijo con el aliento y la exhortación de la Carta a los Efesios: “ ...os exhorto yo ...a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef 4, l).

Es necesario que nosotros también —llamados a servir a los demás en la renovación Espiritual del Año de la Redención— nos renovemos, mediante la gracia de este Año, en nuestra hermosa vocación.

2. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Este versículo del salmo responsorial (Sal 89 (88), 2) de la liturgia de hoy nos recuerda que somos de modo especial “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, l), que somos hombres de la divina economía de salvación, que somos un “ instrumento” consciente de la gracia, o sea de la acción del Espíritu Santo con el poder de la Cruz y Resurrección de Cristo.

¿Qué es esta economía divina? ¿Qué es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, gracia que El ha querido unir sacramentalmente a nuestra vida sacerdotal y a nuestro servicio sacerdotal, aunque sea ofrecida por hombres tan pobres e indignos?. La gracia, como proclama el Salmo de la liturgia de hoy, es un testimonio de la fidelidad de Dios mismo a aquel Amor eterno con el que El ha amado la creación, y particularmente al hombre, en su Hijo eterno.

Dice el Salmo: “Porque dijiste: La piedad es eterna. Cimentaste en los cielos tu fidelidad” (Sal 89 (88), 3).

Esta fidelidad de su Amor —del Amor misericordioso— es la fidelidad a la Alianza que Dios ha realizado, desde el comienzo, con el hombre y que ha renovado muchas veces, a pesar de que el hombre con frecuencia no haya sido fiel a ella.

La gracia es por consiguiente un puro don del Amor, que sólo en el mismo Amor, y no en otra cosa, encuentra su razón y motivo.

El Salmo exalta la Alianza que Dios ha estrechado con David y al mismo tiempo, a través de su contenido mesiánico, revela cómo aquella Alianza histórica es solamente una etapa y un anuncio previo a la Alianza perfecta en Jesucristo: “El me invocará, diciendo: Tú eres mi padre, mi Dios y la Roca de mi salvación” (Ivi 27).

La gracia, como don, es el fundamento de la elevación del hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios en Cristo, Hijo Unigénito. “Serán con él mi fidelidad y mi piedad, y en mi nombre se alzará su poder” (Ivi 25). Precisamente este poder que nos hace hijos de Dios, del que habla el prólogo del Evangelio de San Juan todo el poder salvífico ha sido otorgado a la humanidad en Cristo, mediante la Redención, la Cruz y la Resurrección.

Y nosotros —siervos de Cristo— somos sus administradores. El sacerdote es el hombre de la economía salvífica. El sacerdote es el hombre plasmado por la gracia. El sacerdote es el administrador de la gracia.

3. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Precisamente ésta es nuestra vocación. En esto consiste la peculiaridad y la originalidad de la vocación sacerdotal. Está arraigada de manera especial en la misión de Cristo mismo, de Cristo Mesías.

“El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados... para consolar a todos los tristes” (Is 61, 12).

Precisamente en lo íntimo de esta misión mesiánica de Cristo Sacerdote está arraigada también nuestra vocación y misión: vocación y misión de sacerdotes de la Nueva y Eterna Alianza. Es la vocación y la misión de los mensajeros de la Buena Nueva; de los que tienen que curar las heridas de los corazones humanos; de los que tienen que proclamar la liberación en medio de múltiples aflicciones, en medio del mal que de tantas maneras “tiene” esclavizado al hombre; de los que tienen que consolar.

Esta es nuestra vocación y misión de servidores. Nuestra vocación, queridos hermanos, encierra en sí un gran y fundamental servicio respecto de cada hombre. Ninguno puede prestar este servicio en lugar nuestro. Ninguno puede sustituirnos. Debemos alcanzar con el Sacramento de la Nueva y Eterna Alianza las raíces mismas de la existencia humana sobre la tierra.

Debemos, día tras día, introducir en ella la dimensión de la Redención y de la Eucaristía.

Debemos reforzar la conciencia de la filiación divina mediante la gracia. ¿Qué perspectiva más alta y qué destino más excelso podría tener el hombre?.

Debemos finalmente administrar la realidad sacramental de la reconciliación con Dios y de la sagrada Comunión, en la que se sale al encuentro de la más profunda aspiración del «insaciable» corazón humano. Verdaderamente nuestra unción sacerdotal está enraizada profundamente en la misma unción mesiánica de Cristo.

Nuestro sacerdocio es ministerial. Sí, debemos servir. Y “servir” significa llevar al hombre a los fundamentos mismos de su humanidad, al meollo más profundo de su dignidad. Precisamente allí debe resonar —mediante nuestro servicio— el “canto de alabanza en vez de un espíritu abatido para usar una vez más las palabras del texto de Isaías (Is 61, 3).

4. Amadísimos hermanos: Redescubramos, día a día y año tras año el contenido y la esencia, verdaderamente inefables, de nuestro sacerdocio en las profundidades del misterio de la Redención. Yo deseo que a esto ayude de modo particular el Año en curso del Jubileo extraordinario.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos —la mirada del alma— para comprender mejor lo que quiere decir celebrar la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo mismo, confiado a nuestros labios y a nuestras manos de sacerdotes en la comunidad de la Iglesia.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos —la mirada del alma— para comprender mejor lo que significa perdonar los pecados y reconciliar las conciencias humanas con Dios Infinitamente Santo, con el Dios de la Verdad y del Amor.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos —la mirada del alma— para comprender mejor lo que quiere decir actuar “in persona Christi, en nombre de Cristo: actuar con su poder, con el poder que, en definitiva, se arraiga en la realidad salvífica de la Redención.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos —la mirada del alma— para comprender mejor lo que es el misterio de la Iglesia. ¡Somos hombres de Iglesia!

“Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ef 4, 46).

Por tanto: esforzarse “en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ef 4, 3). Sí. Precisamente esto depende, de manera particular, de vosotros: “mantener la unidad del Espíritu”.

En una época de grandes tensiones, que sacuden el cuerpo terreno de la humanidad, el servicio más importante de la Iglesia nace de la “unidad del Espíritu”, a fin de que no sólo no sufra ella misma una división desde fuera, sino que además reconcilie y una a los hombres en medio de las contrariedades que se acumulan en torno a ellos mismos en el mundo actual.

Hermanos míos: A cada uno de vosotros “ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo... para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 7.12). ¡Seamos fieles a esta gracia! ¡Seamos heroicamente fieles a ella!

Hermanos míos: El don de Dios ha sido grande para con nosotros, para cada uno de nosotros. Tan grande que todo sacerdote puede descubrir dentro de sí los signos de una predilección divina. Cada uno conserve fundamentalmente su don con toda la riqueza de sus expresiones; también el don magnífico del celibato voluntariamente consagrado al Señor —y de El recibido— para nuestra santificación y para la edificación de la Iglesia.

5. Jesucristo está en medio de nosotros y nos dice: “Yo soy el buen pastor ” (Jn 10, 11. 14).

Es precisamente El quien nos ha “constituido ” pastores también a nosotros. Y es El quien recorre todas las ciudades y pueblos (cfr. Mt 9, 35), a donde somos enviados para desarrollar nuestro servicio sacerdotal y pastoral.

Es El, Jesucristo, quien enseña, predica el evangelio del Reino y cura toda enfermedad (cfr. Ivi) del hombre, a donde somos enviados para el servicio del Evangelio y la administración de los Sacramentos.

Es precisamente Él, Jesucristo, quien siente continuamente compasión de las multitudes y de cada hombre cansado y rendido, como “ovejas sin pastor” (Cfr. Mt 9, 36).

Queridos hermanos: En esta asamblea litúrgica pidamos a Cristo una sola cosa: que cada uno de nosotros sepa servir mejor, más límpida y eficazmente, su presencia de Pastor en medio de los hombres en el mundo actual. Esto es también muy importante para nosotros, a fin de que no nos entre la tentación de la “inutilidad”, es decir, la de sentirnos no necesarios. Porque no es verdad. Somos más necesarios que nunca, porque Cristo es más necesario que nunca. El Buen Pastor es necesario más que nunca. Nosotros tenemos en la mano — precisamente en nuestras «manos vacías» — la fuerza de los medios de acción que nos ha dado el Señor.

Pensar en la Palabra de Dios, más tajante que una espada de doble filo (cfr. Heb 4, 12); pensar en la oración litúrgica, particularmente en la de las Horas, en la que Cristo mismo pide con nosotros y por nosotros; y pensar en los Sacramentos, en particular en el de la Penitencia, verdadera tabla de salvación para tantas conciencias, meta hacia la que tienden tantos hombres de nuestro tiempo. Conviene que los sacerdotes den nuevamente gran importancia a este Sacramento, para la propia vida Espiritual y para la de los fieles.

Es cierto, amadísimos hermanos: con el buen uso de estos “medios pobres” (pero divinamente poderosos) veréis florecer en vuestro camino las maravillas de la infinita Misericordia.

¡Incluso el don de nuevas vocaciones!

Con tal conciencia, en esta oración común, escuchemos de nuevo las palabras del Maestro, dirigidas a sus discípulos: “ la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogar, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 37-38).

¡Cuánta actualidad tienen estas palabras también en nuestra época!

Roguemos pues. Que pida con nosotros toda la Iglesia. Y que en esta oración se manifieste la conciencia, renovada por el Jubileo, del misterio de la Redención.

Al termine di questo incontro, tanto caro al mio cuore, desidero rinnovare a tutti il mio cordiale saluto nel Signore e il mio sincero ringraziamento.

Salutando alla fine tutti i sacerdoti italiani voglio trasmettere i miei cordiali auguri a tutti i nostri confratelli viventi in Italia e voglio anche affidare voi carissimi e tutti i sacerdoti qui presenti, come anche tutti i sacerdoti del mondo intero, alla Madre dei sacerdoti, Madre di Cristo, unico e sommo sacerdote, e di tutti noi che al Suo sacerdozio, sacramentalmente, indegnamente, partecipiamo.

Sia lodato Gesú Cristo.

CALENDARIO

15 JUEVES DE LA III SEMANA DE ADVIENTO, feria 

Misa de feria (morado). 
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. I o III Adv. 
LECC.: vol. II. 
- Is 54, 1-10. Como a mujer abandonada te llama el Señor. 
- Sal 29. R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. 
- Lc 7, 24-30. Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor. 

Liturgia de las Horas: oficio de feria. 

Martirologio: elogs. del 16 de diciembre, pág. 722. 
CALENDARIOS: Huesca: San Úrbez, presbítero (MO). Barbastro-Monzón: (ML). 
León: Traslación de las reliquias de san Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia (ML). 
Congregación del Oratorio: Beato Antonio Grassi, presbítero (ML). 
Servitas: Beato Buenaventura de Pistoia, presbítero (ML). 
Granada: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. José María Gil Tamayo, obispo coadjutor (2018). 
Sevilla: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. José Ángel Saiz Meneses, obispo (2001).

TEXTOS MISA

Jueves de la III semana de Adviento

Antífona de entrada Cf. Sal 118, 151-152
Tú, Señor, estás cerca y todos tus caminos son verdaderos; hace tiempo comprendí tus preceptos, porque tú eres eterno.
Prope es tu, Dómine, et omnes viae tuae véritas; inítio cognóvi de testimóniis tuis, quia in aetérnum tu es.

Oración colecta
Te pedimos, Señor, que nosotros, indignos siervos tuyos, afligidos por las propias culpas,nos alegremos en la venida salvadora de tu Unigénito.Él, que vive y reina contigo.
Indígnos, quaesumus, Dómine, nos fámulos tuos, quos actiónis própriae culpa contrístat, Unigéniti tui advéntu salutári laetífica. Qui tecum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Jueves de la III semana de Adviento, feria (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Is 54, 1-10
Como a mujer abandonada te llama el Señor

Lectura del libro de Isaías.

Exulta, estéril, que no dabas a luz;
rompe a cantar, alégrate,
tú que no tenías dolores de parto:
porque la abandonada
tendrá más hijos que la casada
—dice el Señor—.
Ensancha el espacio de tu tienda,
despliega los toldos de tu morada,
no los restrinjas,
alarga tus cuerdas,
afianza tus estacas,
porque te extenderás de derecha a izquierda.
Tu estirpe heredará las naciones
y poblará ciudades desiertas.
No temas, no tendrás que avergonzarte,
no te sientas ultrajada,
porque no deberás sonrojarte.
Olvidarás la vergüenza de tu soltería,
no recordarás la afrenta de tu viudez.
Quien te desposa es tu Hacedor:
su nombre es Señor todopoderoso.
Tu libertador es el Santo de Israel:
se llama «Dios de toda la fierra».
Como a mujer abandonada y abatida
te llama el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada
—dice tu Dios—.
Por un instante te abandoné,
pero con gran cariño te reuniré.
En un arrebato de ira,
por un instante te escondí mi rostro,
pero con amor eterno te quiero
—dice el Señor, tu libertador—.
Me sucede como en los días de Noé:
juré que las aguas de Noé
no volverían a cubrir la tierra;
así juro no irritarme contra ti
ni amenazarte.
Aunque los montes cambiasen
y vacilaran las colinas,
no cambiaría mi amor,
ni vacilaría mi alianza de paz
—dice el Señor que te quiere—.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 29, 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b (R.: 2a)
R. 
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Exaltábo te, Dómine, quóniam extraxísti me.

V. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Exaltábo te, Dómine, quóniam extraxísti me.

V. Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante; su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Exaltábo te, Dómine, quóniam extraxísti me.

V. Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Exaltábo te, Dómine, quóniam extraxísti me.

Aleluya Lc 3, 4cd.6
R. 
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Toda carne verá la salvación de Dios. R.
Paráte viam Dómini, rectas fácite sémitas eius; vidébit omnis caro salutáre Dei.

EVANGELIO Lc 7, 24-30
Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino ante ti”.
Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».
Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Crisóstomo in Mat. hom. 38
Es muy suficiente la palabra del Señor dando testimonio de la supremacía de San Juan entre todos los demás hombres. No obstante, si alguno quiere ver realizado ese oráculo, lo hallará considerando los alimentos que tomaba, la vida que observaba y la excelencia de su alma. Vivía en la tierra como si hubiese bajado del cielo. Casi no tenía cuidado alguno de su cuerpo. Su mente siempre estaba elevada en la contemplación de la otra vida. Únicamente estaba unido con Dios, y separado de todo cuidado de la tierra. Su conversación era severa y agradable, pues cuando hablaba con el pueblo de los judíos, lo hacía varonil y fervorosamente; cuando hablaba con el rey, lo hacía de una manera atrevida; y a sus discípulos hablaba con sencillez. No hacía nada en vano ni inútilmente, sino que todo lo hacía con la mayor prudencia.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios: su cólera dura un instante, su bondad de por vida.
- Para que la Iglesia, enviada delante de Cristo, le prepare el camino hasta que él vuelva. Roguemos al Señor.
- Para que nuestra sociedad recupere los valores cristianos y encuentre en ellos un camino renovado de fraternidad. Roguemos al Señor.
- Para que cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu experimenten el amor inquebrantable del Padre para con ellos. Roguemos al Señor.
- Para que cada uno de nosotros, reconociendo los innumerables beneficios de Dios, viva en continua alabanza y acción de gracias. Roguemos al Señor
Escúchanos, Señor, ten piedad de nosotros y socórrenos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, los dones que te ofrecemos,escogidos de los bienes que hemos recibido de ti,y lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra vida mortal sea para nosotros premio de tu redención eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, múnera, quae de tuis offérimus colláta benefíciis, et, quod nostrae devotióni concédis éffici temporáli, tuae nobis fiat praemium redemptiónis aetérnae. Per Christum.

PREFACIO I DE ADVIENTO
LAS DOS VENIDAS DE CRISTO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación eterna, para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.
Por eso, con los ángeles y arcángeles, tronos y dominaciones, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui, primo advéntu in humilitáte carnis assúmptae, dispositiónis antíquae munus implévit, nobísque salútis perpétuae trámitem reserávit: ut, cum secúndo vénerit in suae glória maiestátis, manifésto demum múnere capiámus, quod vigilántes nunc audémus exspectáre promíssum.
Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:

Santo, santo Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA II

Antífona de la comunión Tt 2, 12-13

Llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios.
Iuste et pie vivámus in hoc saeculo, exspectántes beátam spem et advéntum glóriae magni Dei.

Oración después de la comunión
Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos,con los que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa,a descubrir el valor de los bienes del cielo y a poner en ellos nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prosint nobis, quaesumus, Dómine, frequentáta mystéria, quibus nos, inter praetereúntia ambulántes, iam nunc instítuis amáre caeléstia et inhaerére mansúris. Per Christum.

MARTIROLOGIO

Elogios del 16 de diciembre

1. Conmemoración de san Ageo, profeta, que en tiempo de Zorobabel, gobernador de Judá, amonestó al pueblo para que reedificase la casa del Señor, hacia la cual debía encaminarse el tesoro de todas las gentes.
2. En África, conmemoración de muchas santas vírgenes, que en la persecución desencadenada por los vándalos bajo el rey arriano Hunerico, atormentadas con pesos y planchas ardientes, consumaron felizmente el combate del martirio. (480)
3. En Hibernia, actual Irlanda, san Beano, ermitaño. (s. inc.)
4*. En Cisoing, de la región de Artois, en la Galia, hoy Francia, san Everardo que, siendo duque de Friuli, fundó este monasterio de canónigos regulares, en el cual fue sepultado algunos años después de su muerte. (867)
5. En Vienne, en Burgundia, también en la actual Francia, san Adón, obispo, que fue elegido para la sede siendo monje, y honró egregiamente la memoria de los santos al escribir un Martirologio. (875)
6. En Selz, cerca de Estrasburgo, en la Lotaringia alemana, santa Adelaida, emperatriz, que se distinguió por mostrar hacia los familiares una grave alegría, hacia los pobres una infatigable piedad, y una abundante generosidad en honrar las iglesias. (999)
7*. En antigua región de Lucania, en la actual Italia, san Macario de Collesano, monje, eximio por su humildad y abstinencia, que presidió varios monasterios en el Mercurion y el Latiniano. (1005)
8*. En Génova, en la región de Liguria, también en Italia, conmemoración del beato Sebastián (Selvático) Maggi, presbítero de la Orden de Predicadores, el cual predicó el Evangelio a los pueblos de la región y veló por la disciplina regular en los conventos. (1496)
9*. En Turín, en la región igualmente italiana del Piamonte, beata María de los Ángeles (Mariana) Fontanella, virgen de la Orden de Carmelitas, que brilló por sus penitencias voluntarias y por la virtud de la obediencia. (1717)
10*. En Rivalba, asimismo en Italia, beato Clemente Marchisio, presbítero, que siendo párroco de este lugar fundó el Instituto de Religiosas Hijas de San José. (1903)
11*. En Nowe Miasto, en Polonia, beato Honorato de Biala Podlaska (Florencio) Kazminsky, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, el cual se dedicó admirablemente a la administración de la penitencia, a la predicación de la Palabra de Dios y al consuelo de los presos. (1916)
12*. Cerca de la localidad de Mukdahan, en Tailandia, beato Felipe Siphnog Onphitak, mártir, que, siendo padre de familia, fue elegido coordinador de su comunidad al ser expulsado el sacerdote del pueblo Song-Khon, y, al iniciarse la persecución contra los cristianos, fue llevado junto al río Tum Nok, donde le fusilaron. (1940)
- Beatos mártires de Laos (1954/1970). Joseph Thao Tiên, primer laosiano en recibir la ordenación sacerdotal, y 14 compañeros: 5 sacerdotes profesos de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París; 5 religiosos de la Congregación de los Misioneros Oblatos de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada; 4 laicos, todos asesinados por odio a la fe.

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