Entrada destacada

Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

viernes, 25 de noviembre de 2022

Domingo 25 diciembre 2022: Natividad del Señor, solemnidad. Misa a la Aurora.

25 de diciembre. 

NATIVIDAD DEL SEÑOR.

Solemnidad

Misa de la aurora

Die 25 decembris

IN NATIVITATE DOMINI

Sollemnitas

Ad Missam in aurora


Antífona de entrada Cf. Is 9, 1. 5; Lc 1, 33

Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor; y es admirable su nombre: Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo; y su reino no tendrá fin.

Antiphona ad introitum Cf. Is 9, 1. 5; Lc 1, 33

Lux fulgébit hódie super nos, quia natus est nobis Dóminus; et vocábitur admirábilis, Deus, Princeps pacis, Pater futúri saeculi: cuius regni non erit finis.


Monición de entrada

Nos hemos reunido con la luz del nuevo día, en comunión con todos los creyentes en Cristo, que en todos los países del orbe celebran, como nosotros, la Navidad del Señor. Cristo es el Sol de justicia que nace de lo alto y es la luz que viene a alumbrar a todas las naciones. Acojámoslo con alegría porque a quienes vivimos en tinieblas nos ha brillado una gran luz.


Se dice Gloria. 

Dicitur Gloria in excélsis.


Oración colecta

Concede, Dios todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la nueva luz de tu Verbo hecho carne, que lo que brilla por la fe en nuestro espíritu resplandezca en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo.

Collecta

Da, quaesumus, omnípotens Deus, ut dum nova incarnáti Verbi tui luce perfúndimur, hoc in nostro respléndeat ópere, quod per fidem fulget in mente. Per Dóminum.


LITURGIA DE LA PALABRA

Lecturas propias de la Misa de la aurora en la Natividad del Señor (Lec. I ABC).


PRIMERA LECTURA Is 62, 11-12

Mira a tu salvador, que llega

Lectura del libro de Isaías.


El Señor hace oír esto, 

hasta el confín de la tierra: 

«Decid a la hija de Sión: 

Mira a tu salvador, que llega, 

el premio de su victoria lo acompaña, 

la recompensa lo precede». 

Los llamarán «Pueblo santo», «Redimidos del Señor», 

y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».


Palabra de Dios.

R Te alabamos, Señor.


Salmo responsorial Sal 96, 1 y 6. 11-12 (R.: Cf. Is 9, 1. 5)

R. Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor.

Lux fulgebit hódie super nos: quia natus est nobis Dóminus


V. El Señor reina, la tierra goza, 

se alegran las islas innumerables. 

Los cielos pregonan su justicia, 

y todos los pueblos contemplan su gloria. 

R. Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor.

Lux fulgebit hódie super nos: quia natus est nobis Dóminus


V. Amanece la luz para el justo, 

y la alegría para los rectos de corazón. 

Alegraos, justos, con el Señor, 

celebrad su santo nombre. 

R. Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor.

Lux fulgebit hódie super nos: quia natus est nobis Dóminus


SEGUNDA LECTURA  Tit 3, 4-7

Según su propia misericordia, nos salvó

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a Tito


Querido hermano:

Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.


Palabra de Dios.

R. Te alabamos Señor.


Aleluya Lc 2, 14

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

V. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. R.

Gloria in altíssimis Deo, et in terra pax homínibus bonae voluntatis.


EVANGELIO  Lc 2, 15-20

Los pastores encontraron a María y a José y al niño

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

R. Gloria a ti, Señor.


Sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».

Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte,  conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.


Palabra del Señor.

R. Gloria a ti, Señor Jesús.


DIRECTORIO HOMILÉTICO

A. Las celebraciones de la Navidad

110. «En la vigilia y en las tres Misas de Navidad, las lecturas, tanto las proféticas como las demás, se han tomado de la tradición Romana» (OLM 95). Un momento distintivo de la Solemnidad de la Navidad del Señor es la costumbre de celebrar tres misas diferentes: la de medianoche, la de la aurora y la del día. Con la reforma posterior al Concilio Vaticano II se ha añadido una vespertina en la vigilia. A excepción de las comunidades monásticas, no es normal que todos participen en las tres (o cuatro) celebraciones; la mayor parte de los fieles participará en una Liturgia que será su «Misa de Navidad». Por ello se ha llevado a cabo una selección de lecturas para cada celebración. No obstante, antes de considerar algunos temas integrales y comunes a los textos litúrgicos y bíblicos, resulta ilustrativo examinar la secuencia de las cuatro misas.

111. La Navidad es la fiesta de la luz. Es opinión difundida que la celebración del Nacimiento del Señor se fijó a finales de diciembre para dar un valor cristiano a la fiesta pagana del Sol invictus. Aunque podría también no ser así. Si ya en la primera parte del siglo III, Tertuliano escribió que en algunos calendarios Cristo fue concebido el 25 de marzo, día que se considera como el primero del año, es posible que la fiesta de la Navidad haya sido calculada a partir de esta fecha. En todo caso, ya desde el siglo IV, muchos Padres reconocen el valor simbólico del hecho de que los días se alargan después de la Fiesta de la Navidad. Las fiestas paganas que exaltan la luz en la oscuridad del invierno no eran extrañas, y las fiestas invernales de la luz aún hoy son celebradas en algunos lugares por los no creyentes. A diferencia de ello, las lecturas y las oraciones de las diversas Liturgias natalicias evidencian el tema de la verdadera Luz que viene a nosotros en Jesucristo. El primer prefacio de Navidad exclama, dirigiéndose a Dios Padre: «Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor». El homileta debería acentuar esta dinámica de la luz en las tinieblas, que inunda estos días gozosos. Presentamos a continuación una síntesis de las características de cada Celebración.

114. La Misa de la Aurora. Las lecturas propuestas para esta Celebración son particularmente concisas. Somos como aquellos que se despertaron en la gélida luz del alba, preguntándose si la aparición angélica en medio de la noche había sido un sueño. Los pastores, con ese innato buen sentido propio de los pobres, piensan entre sí: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Van corriendo y encuentran exactamente lo que les había anunciado el Ángel: una pobre pareja y su Hijo apenas recién nacido, dormido en un pesebre para los animales. ¿Su reacción a esta escena de humilde pobreza? Vuelven glorificando y alabando a Dios por lo que han visto y oído, y todos los que los escuchan quedan impresionados por lo que les han referido. Los pastores vieron, y también nosotros estamos invitados a ver, algo mucho más trascendente que la escena que nos llena de emoción y que ha sido objeto de tantas representaciones artísticas. Pero esta realidad se puede ver sólo con los ojos de la fe y emerge con la luz del día, en la siguiente Celebración.

116. El Verbo se hace carne para redimirnos, gracias a su Sangre derramada, y ensalzarnos con él a la gloria de la Resurrección. Los primeros discípulos reconocieron la relación íntima entre la Encarnación y el Misterio Pascual, como testimonia el himno citado en la carta de san Pablo a los Filipenses (Flp 2, 5-11). La luz de la Misa de medianoche es la misma luz de la Vigilia Pascual. Las colectas de estas dos grandes Solemnidades comienzan con términos muy similares. En Navidad, el sacerdote dice: «Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera»; en Pascua: «Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la Resurrección del Señor». La segunda lectura de la Misa de la aurora propone una síntesis admirable de la revelación del Misterio de la Trinidad y de nuestra introducción al mismo a través del Bautismo: «Cuando se apareció la Bondad de Dios, nuestro Salvador, y su Amor al hombre, sino que según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento, y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna». Las oraciones propias de la Misa del día hablan de Cristo como autor de nuestra generación divina y de cómo su nacimiento manifiesta la reconciliación que nos hace amables a los ojos de Dios. La colecta, una de las más antiguas del tesoro de las oraciones de la Iglesia, expresa sintéticamente porqué el Verbo se hace carne: «Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza; y de modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo; concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana». Una de las finalidades fundamentales de la homilía es, como afirma el presente Directorio, la de anunciar el Misterio Pascual de Cristo. Los textos de la Navidad ofrecen explícitas oportunidades para hacerlo.

117. Otra finalidad de la homilía es la de conducir a la comunidad hacia el Sacrificio Eucarístico, en el que el misterio Pascual se hace presente. Es un indicador claro la palabra «hoy», a la que recurren con frecuencia los textos litúrgicos de las Misas de Navidad. El Misterio del Nacimiento de Cristo está presente en esta celebración, pero como en su primera venida, solo puede ser percibido con la mirada de la fe. Para los pastores el gran «signo» fue, simplemente, un pobre niño clocado en el pesebre, aunque en su recuerdo glorificaban y alababan a Dios por lo que habían visto. Con la mirada de la fe tenemos que percibir al mismo Cristo, nacido hoy, bajo los signos del pan y del vino. El admirabile commercium del que nos habla la colecta del día de Navidad, según la cual Cristo comparte nuestra humanidad y nosotros su divinidad, se manifiesta de modo particular en la Eucaristía, como sugieren las oraciones de la celebración. En la media noche rezamos así en la oración sobre las ofrendas: «Acepta, Señor, nuestras ofrendas en esta noche santa, y por este intercambio de dones en el que nos muestras tu divina largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable». Y en la de la aurora: «Señor, que estas ofrendas sean signo del Misterio de Navidad que estamos celebrando; y así como tu Hijo, hecho hombre, se manifestó como Dios, así nuestras ofrendas de la tierra nos hagan partícipes de los dones del cielo». Y también, en el prefacio III de Navidad: "Por él, hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos".

118. La referencia a la inmortalidad roza otro tema recurrente en los textos de Navidad: la celebración es sólo una parada momentánea en nuestra peregrinación. El mensaje escatológico, tan evidente en el tiempo de Adviento, también encuentra aquí su expresión. En la colecta de la Vigilia, rezamos: «que cada año nos alegras con la fiesta esperanzadora de nuestra redención; concédenos que así como ahora acogemos, gozosos, a tu Hijo como Redentor, lo recibamos también confiados cuando venga como juez». En la segunda lectura de la Misa de medianoche, el Apóstol nos exhorta «a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo». Y por último, en la oración después de la comunión de la Misa del día, pedimos que Cristo, autor de nuestra generación divina, nacido en este día, «nos haga igualmente partícipes del don de su inmortalidad».

119. Las lecturas y las oraciones de Navidad ofrecen un rico alimento al pueblo de Dios peregrino en esta vida; revelando a Cristo como Luz del mundo, nos invitan a sumergirnos en el Misterio Pascual de nuestra redención a través del «hoy» de la Celebración Eucarística. El homileta puede presentar este banquete al pueblo de Dios reunido para celebrar el nacimiento del Señor, exhortándole a imitar a María, la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Evangelio, Misa de la aurora).

Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica

Ciclos ABC. Solemnidad de la Navidad.

“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”

456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".

457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1Jn 3, 5):

Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).

458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1, 4): "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S. Ireneo, haer. , 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc. , 54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr. , 1).

566 La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre.

la Encarnación

461 Volviendo a tomar la frase de San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:

"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 5-8; cf. LH, cántico de vísperas del sábado).

462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

"Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo … a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hb 10, 5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).

463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad": "El ha sido manifestado en la carne" (1Tm 3, 16).

COMO ES HOMBRE EL HIJO DE DIOS

470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):

"El Hijo de Dios… trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22, 2).

El alma y el conocimiento humano de Cristo

471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana (cf. DS 149).

472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; Mc 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso … correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2, 7).

473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. S. Gregorio Magno, ep 10, 39: DS 475). "La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella misma sino por su unión con el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; Jn 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, demostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; Jn 6, 61; etc.).

474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8, 31; Mc 9, 31; Mc 10, 33-34; Mc 14, 18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).

La voluntad humana de Cristo

475 De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de Constantinopla III en el año 681) que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (DS 556).

El verdadero cuerpo de Cristo

476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar la faz humana de Jesús (Ga 3, 2). El séptimo Concilio ecuménico (Cc. de Nicea II, en el año 787: DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.

477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era invisible en su naturaleza se hace visible" (Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, "venera a la persona representada en ella" (Cc. Nicea II: DS 601).

El Corazón del Verbo encarnado

478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo… del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc. "Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).

El misterio de la Navidad

437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2Tm 2, 8; Ap 22, 16).

525 Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

La Virgen da hoy a luz al Eterno

Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.

Los ángeles y los pastores le alaban

Y los magos avanzan con la estrella.

Porque Tú has nacido para nosotros,

Niño pequeño, ¡Dios eterno!

(Kontakion, de Romanos el Melódico)

526 "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3, 7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":

"O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (LH, antífona de la octava de Navidad).

Jesús es el Hijo de David

439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; Mt 9, 27; Mt 12, 23; Mt 15, 22; Mt 20, 30; Mt 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25–26; Jn 11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).

La virginidad de María

496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, … Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato … padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1–2).

La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1, 32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; Lc 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

Jesús escucha la oración

2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".

San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).

Dios ha dicho todo en su Verbo

65 "De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1, 1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1, 1-2:

Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2, 22, 3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).

102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1, 1-3):

Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103, 4, 1).

Cristo encarnado es adorado por los ángeles

333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios… " (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; Mt 2, 13. 19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando El habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2M 10, 29-30; 2M 11, 8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; Mt 25, 31 ; Lc 12, 8-9).

La Encarnación y las imágenes de Cristo

1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes:

"En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios… con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor" (S. Juan Damasceno, imag. 1, 16).

1160 La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:

"Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso, porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación recíproca" (Cc. de Nicea II, año 787: COD 111).

1161 Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12, 1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8, 29; 1Jn 3, 2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:

"Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos" (Cc. de Nicea II: DS 600).

1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno, imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.

2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio ecuménico (celebrado en Nicea en 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. Encarnándose, el Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes.

2502 El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza Sobreeminente Invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, "Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia" (Hb 1, 3), en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, los Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.


Monición al Credo

Se dice Credo. Puede introducirse con la siguiente monición.

Al proclamar nuestra fe en el misterio de la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, expresaremos nuestra adoración arrodillándonos al decir en el Credo las palabras «y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre».

A las palabras: Y por obra... hay que arrodillarse.


Oración de los fieles

Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Oremos confiadamente.
- Por la Iglesia universal, extendida sobre la faz de la tierra, para que sepa llevar a todas las gentes la Buena Noticia de la salvación. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos, razas y naciones, para que encuentren la paz, don de Dios y fruto del amor y la justicia, y cesen las guerras, la segregación racial y toda clase de opresión y de violencia. Roguemos al Señor.
- Por el rey, por la familia real, por el gobierno de la nación, por los gobiernos de todas las naciones, para que sus decisiones sean para el bien de todos. Roguemos al Señor.
- Por todos los que llevan en su carne la señal de Cristo pobre y paciente: los enfermos, los que pasan hambre, los emigrantes, los presos, los exiliados, los refugiados, los marginados, los que sufren la guerra, los que lloran la pérdida de sus seres queridos, los que no tienen trabajo, los que viven sin hogar, los ancianos que viven solos, los niños huérfanos, para que puedan sentirse amados de Dios y sus corazones se llenen de gozo. Roguemos al Señor.
- Por nuestros familiares y amigos difuntos, que celebraron otros años con nosotros la Navidad del Señor, para que, renacidos a la vida eterna, la gloria del Señor los envuelva con su claridad. Roguemos al Señor.
- Por nuestra ciudad (nuestro pueblo), por los ausentes, por nuestras familias, por nosotros, aquí reunidos, para que, acogiéndonos con amor y paciencia, vivamos la gran alegría de la Navidad. Roguemos al Señor.
Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo manifestado hoy al mundo en la humildad de nuestra carne que vive y reina por los siglos de los siglos.


Oración sobre las ofrendas

Señor, te pedimos que estas ofrendas sean dignas del misterio de esta Navidad que estamos celebrando, para que, del mismo modo que resplandece como Dios el engendrado como hombre, estos dones terrenos nos comuniquen la vida divina. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Super oblata

Múnera nostra, quaesumus, Dómine, nativitátis hodiérnae mystériis apta provéniant, ut sicut homo génitus idem praefúlsit et Deus, sic nobis haec terréna substántia cónferat quod divínum est. Per Christum.


PREFACIO II NAVIDAD

LA RESTAURACIÓN DEL UNIVERSO EN LA ENCARNACIÓN

38. Este prefacio se dice en las misas del día de Navidad y de su octava; durante la octava, se dice incluso en aquellas misas que, si se celebraran en otro tiempo, tendrían prefacio propio, a no ser que se trate de la misa de un misterio o Persona divina, que tiene prefacio propio. También se dice en las ferias del tiempo de Navidad. 

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor. 

Porque en el misterio santo que hoy celebramos, el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado. 

Por eso, te alabamos con todos los ángeles, aclamándote llenos de alegría:

I. Cuando se utiliza el Canon romano, se dice Reunidos en comunión propio. En la misa que se celebra en la vigilia o en la noche de Navidad se dice: para celebrar la noche santa; después se dice siempre: para celebrar el día santo.

II. Cuando se utiliza la plegaria eucarística II, se dice la intercesión Acuérdate, Señor propia. En la misa que se celebra en la vigilia o en la noche de Navidad se dice:

reunida aquí en la noche santa; después se dice siempre: reunida aquí en el día santo.

III. Cuando se utiliza la plegaria eucarística III, se dice el recuerdo propio en la intercesión Atiende los deseos. En la misa que se celebra en la vigilia o en la noche de Navidad se dice: en tu presencia en la noche santa; después se dice siempre: en tu presencia en el día santo.

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.

Qui, in huius venerándi festivitáte mystérii, invisíbilis in suis, visíbilis in nostris appáruit, et ante témpora génitus esse copit in témpore; ut, in se érigens cuncta deiécta, in íntegrum restitúeret univérsa, et hóminem pérditum ad caeléstia regna revocáret.

Unde et nos, cum ómnibus Angelis te laudámus, iucúnda celebratióne clamántes:

Santo, Santo, Santo…

Quando adhibetur Canon romanus, dicitur Communicántes proprium, ut infra. In Missa quae celebratur in Vigilia et in nocte Nativitatis Domini dicitur: et noctem sacratíssimam celebrántes, qua, etc.; deinde semper dicitur: et diem sacratíssimum celebrántes, quo, etc., usque ad octavam Nativitatis Domini.


PLEGARIA EUCARÍSTICA I o CANON ROMANO.

Cuando se utiliza el Canon romano, se dice Reunidos en comunión propio. Se dice: para celebrar la noche santa.

PREX EUCHARISTICA I seu CANON ROMANUS.

Quando adhibetur Canon romanus, dicitur Communicántes proprium. Dicitur: et noctem sacratíssimam celebrántes, qua, etc.


Antífona de la comunión Cf Zac 9, 9

Salta de gozo, hija de Sion; canta, hija de Jerusalén; mira que viene tu rey, santo y salvador del mundo.

Antiphona ad communionem Cf. Za 9, 9

Exsúlta, fília Sion, lauda, fília Ierúsalem: ecce Rex tuus véniet sanctus et salvátor mundi.


Oración después de la comunión

Concede, Señor, a quienes hemos celebrado el nacimiento de tu Hijo con devoción gozosa, conocer con plenitud de fe la profundidad de este misterio y amarlo con la más ardiente caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Post communionem

Da nobis, Dómine, Fílii tui nativitátem laeta devotióne coléntibus, huius arcána mystérii et plena fide cognóscere, et plenióre caritátis ardóre dilígere. Per Christum.


Se puede utilizar la bendición solemne de la Natividad del Señor.

Adhiberi potest formula benedictionis sollemnis. In Nativitate Domini.

Dios, bondad infinita, que disipó las tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con su nacimiento glorioso iluminó esta noche santa aleje de vosotros las tinieblas del pecado y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia.

Deus infinítae bonitátis, qui incarnatióne Fílii sui mundi ténebras effugávit, et eius gloriósa nativitáte hanc noctem sacratíssimam irradiávit, effúget a vobis ténebras vitiórum, et irrádiet corda vestra luce virtútum.

R. Amén. 

Quien encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría del nacimiento del Salvador os llene de gozo y os haga también a vosotros mensajeros del Evangelio.

Quique eius salutíferae nativitátis gáudium magnum pastóribus ab Angelo vóluit nuntiári, ipse mentes vestras suo gáudio ímpleat, et vos Evangélii sui núntios effíciat.

R. Amén. 

Quien por la encarnación de su Hijo reconcilió lo humano y lo divino os conceda la paz a vosotros, amados de Dios, y un día os admita entre los miembros de la Iglesia del cielo.

Et, qui per eius incarnatiónem terréna caeléstibus sociávit, dono vos suae pacis et bonae répleat voluntátis, et vos fáciat Ecclésiae consórtes esse caeléstis.

R. Amén. 

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.

Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, et Fílii, + et Spíritus Sancti, descéndat super vos et máneat semper. 

R. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No publico comentarios anónimos.