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sábado, 19 de febrero de 2022

Sábado 26 marzo 2022, Sábado de la III semana de Cuaresma.

SOBRE LITURGIA

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 17 de junio de 2020

Catequesis: 7. La oración de Moisés

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario sobre el tema de la oración, nos estamos dando cuenta de que Dios nunca amó tratar con orantes “fáciles”. Y ni siquiera Moisés será un interlocutor “débil”, desde el primer día de su vocación.

Cuando Dios lo llama, Moisés es humanamente “un fracasado”. El libro del Éxodo nos lo representa en la tierra de Madián como un fugitivo. De joven había sentido piedad por su gente y había tomado partido en defensa de los oprimidos. Pero pronto descubre que, a pesar de sus buenos propósitos, de sus manos no brota justicia, si acaso, violencia. He aquí los sueños de gloria que se hacen trizas: Moisés ya no es un funcionario prometedor, destinado a una carrera rápida, sino alguien que se ha jugado las oportunidades, y ahora pastorea un rebaño que ni siquiera es suyo. Y es precisamente en el silencio del desierto de Madián donde Dios convoca a Moisés a la revelación de la zarza ardiente: «“Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios» (Éxodo 3,6).

A Dios que habla, que le invita a ocuparse de nuevo del pueblo de Israel, Moisés opone sus temores, sus objeciones: no es digno de esa misión, no conoce el nombre de Dios, no será creído por los israelitas, tiene una lengua que tartamudea… Y así tantas objeciones. La palabra que florece más a menudo de los labios de Moisés, en cada oración que dirige a Dios, es la pregunta “¿por qué?”. ¿Por qué me has enviado? ¿Por qué quieres liberar a este pueblo? En el Pentateuco hay, de hecho, un pasaje dramático en el que Dios reprocha a Moisés su falta de confianza, falta que le impedirá la entrada en la tierra prometida. (cf. Números 20,12).

Con estos temores, con este corazón que a menudo vacila, ¿cómo puede rezar Moisés? Es más, Moisés parece un hombre como nosotros. Y también esto nos sucede a nosotros: cuando tenemos dudas, ¿pero cómo podemos rezar? No nos apetece rezar. Y es por su debilidad, más que por su fuerza, por lo que quedamos impresionados. Encargado por Dios de transmitir la Ley a su pueblo, fundador del culto divino, mediador de los misterios más altos, no por ello dejará de mantener vínculos estrechos con su pueblo, especialmente en la hora de la tentación y del pecado. Siempre ligado al pueblo. Moisés nunca perdió la memoria de su pueblo. Y esta es una grandeza de los pastores: no olvidar al pueblo, no olvidar las raíces. Es lo que dice Pablo a su amado joven obispo Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela, de tus raíces, de tu pueblo”. Moisés es tan amigo de Dios como para poder hablar con Él cara a cara (cf. Éxodo 33,11); y será tan amigo de los hombres como para sentir misericordia por sus pecados, por sus tentaciones, por la nostalgia repentina que los exiliados sienten por el pasado, pensando en cuando estaban en Egipto.

Moisés no reniega de Dios, pero ni siquiera reniega de su pueblo. Es coherente con su sangre, es coherente con la voz de Dios. Moisés no es, por lo tanto, un líder autoritario y despótico; es más, el libro de los Números lo define como “un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la haz de la tierra” (cf. 12, 3). A pesar de su condición de privilegiado, Moisés no deja de pertenecer a ese grupo de pobres de espíritu que viven haciendo de la confianza en Dios el consuelo de su camino. Es un hombre del pueblo.

Así, el modo más proprio de rezar de Moisés será la intercesión (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2574). Su fe en Dios se funde con el sentido de paternidad que cultiva por su pueblo. La Escritura lo suele representar con las manos tendidas hacia lo alto, hacia Dios, como para actuar como un puente con su propia persona entre el cielo y la tierra. Incluso en los momentos más difíciles, incluso el día en que el pueblo repudia a Dios y a él mismo como guía para hacerse un becerro de oro, Moisés no es capaz de dejar de lado a su pueblo. Es mi pueblo. Es tu pueblo. Es mi pueblo. No reniega ni de Dios ni del pueblo. Y dice a Dios: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado..., y si no, bórrame del libro que has escrito» (Éxodo 32,31-32). Moisés no cambia al pueblo. Es el puente, es el intercesor. Los dos, el pueblo y Dios y él está en el medio. No vende a su gente para hacer carrera. No es un arribista, es un intercesor: por su gente, por su carne, por su historia, por su pueblo y por Dios que lo ha llamado. Es el puente. Qué hermoso ejemplo para todos los pastores que deben ser “puente”. Por eso, se les llama pontifex, puentes. Los pastores son puentes entre el pueblo al que pertenecen y Dios, al que pertenecen por vocación. Así es Moisés: “Perdona Señor su pecado, de otro modo, si Tú no perdonas, bórrame de tu libro que has escrito. No quiero hacer carrera con mi pueblo”. Y esta es la oración que los verdaderos creyentes cultivan en su vida espiritual. Incluso si experimentan los defectos de la gente y su lejanía de Dios, estos orantes no los condenan, no los rechazan. La actitud de intercesión es propia de los santos, que, a imitación de Jesús, son “puentes” entre Dios y su pueblo. Moisés, en este sentido, ha sido el profeta más grande de Jesús, nuestro abogado e intercesor. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2577). Y también hoy, Jesús es el pontifex, es el puente entre nosotros y el Padre. Y Jesús intercede por nosotros, hace ver al Padre las llagas que son el precio de nuestra salvación e intercede. Y Moisés es la figura de Jesús que hoy reza por nosotros, intercede por nosotros.

Moisés nos anima a rezar con el mismo ardor que Jesús, a interceder por el mundo, a recordar que este, a pesar de sus fragilidades, pertenece siempre a Dios. Todos pertenecen a Dios. Los peores pecadores, la gente más malvada, los dirigentes más corruptos son hijos de Dios y Jesús siente esto e intercede por todos. Y el mundo vive y prospera gracias a la bendición del justo, a la oración de piedad, a esta oración de piedad, el santo, el justo, el intercesor, el sacerdote, el obispo, el Papa, el laico, cualquier bautizado eleva incesantemente por los hombres, en todo lugar y en todo tiempo de la historia. Pensemos en Moisés, el intercesor. Y cuando nos entren las ganas de condenar a alguien y nos enfademos por dentro —enfadarse hace bien, pero condenar no hace bien— intercedamos por él: esto nos ayudará mucho.

CALENDARIO

26 SÁBADO. Hasta la Hora Nona:
SÁBADO DE LA III SEMANA DE CUARESMA

Misa
de sábado (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. Cuaresma.
LECC.: vol. II.
La Cuaresma: Presentar al Señor un corazón humillado como sacrificio.
- Os 6, 1-6. Quiero misericordia, y no sacrificio.
- Sal 50. R. Quiero misericordia, y no sacrificio.
- Lc 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.

Liturgia de las Horas: oficio de sábado.

Martirologio: elogs. del 27 de marzo, pág. 225.
CALENDARIOS: Guadix: Beato Diego José de Cádiz (conm.).
Zaragoza: San Braulio, obispo (conm.). 26

SÁBADO. Después de la Hora Nona:
CUARTA SEMANA DE CUARESMA
Cuarta semana del Salterio
Misa
vespertina del IV Domingo de Cuaresma «Lætare» (morado o rosa).
Liturgia de las Horas: I Vísp. del oficio dominical. Comp. Dom. I.

TEXTOS MISA

Sábado de la III Semana de Cuaresma.

Antífona de entrada Sal 102, 2-3
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas.
Bénedic, ánima mea, Dómino, et noli oblivísci omnes retributiónes eius, qui propitiátur ómnibus iniquitátibus tuis.

Oración colecta
Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, al unirnos a los sacramentos pascuales, que gocemos plenamente de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo.
Observatiónis huius ánnua celebritáte laetántes, quaesumus, Dómine, ut, paschálibus sacraméntis inhaeréntes, plenis eórum efféctibus gaudeámus. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Sábado de la III semana de Cuaresma (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Os 6, 1-6
Quiero misericordia, y no sacrificios

Lectura de la profecía de Oseas.

Vamos, volvamos al Señor.
Porque él ha desgarrado,
y él nos curará;
él nos ha golpeado,
y él nos vendará.
En dos días nos volverá a la vida
y al tercero nos hará resurgir;
viviremos en su presencia
y comprenderemos.
Procuremos conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora.
Vendrá como la lluvia,
como la lluvia de primavera
que empapa la tierra».
¿Qué haré de ti, Efraín,
qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor es como nube mañanera,
como el rocío que al alba desaparece.
Sobre una roca tallé mis mandamientos;
los castigué por medio de los profetas
con las palabras de mi boca.
Mi juicio se manifestará como la luz.
Quiero misericordia y no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 50, 3-4. 18-19. 20-21ab (R.: Os 6, 6a)
R.
 Quiero misericordia, y no sacrificio.
Misericórdiam vólui, et non sacrifícium.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Quiero misericordia, y no sacrificio.
Misericórdiam vólui, et non sacrifícium.

V. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias.
R. Quiero misericordia, y no sacrificio.
Misericórdiam vólui, et non sacrifícium.

V. Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos.
R. Quiero misericordia, y no sacrificio.
Misericórdiam vólui, et non sacrifícium.

Versículo antes del Evangelio Cf. Sal 94, 8a. 7d
No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.
Hódie, nolíte obduráre corda vestra, sed vocem Dómini audíte.

EVANGELIO 18, 9-14
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Audiencia general 3-enero-2018
Quien es consciente de las propias miserias y baja los ojos con humildad, siente posarse sobre sí la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer los errores y pedir perdón recibe la comprensión y el perdón de los otros. Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas, guiadas por elecciones contrarias al Evangelio. Por eso, al principio de la misa, realizamos comunitariamente el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los hermanos «que ha pecado en pensamiento, palabras, obra y omisión». Sí, también en omisión, o sea, que he dejado de hacer el bien que habría podido hacer. A menudo nos sentimos buenos porque –decimos– «no he hecho mal a nadie». En realidad, no basta con hacer el mal al prójimo, es necesario elegir hacer el bien aprovechando las ocasiones para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús. Está bien subrayar que confesamos tanto a Dios como a los hermanos ser pecadores: esto nos ayuda a comprender la dimensión del pecado que, mientras nos separa de Dios, nos divide también de nuestros hermanos, y viceversa. El pecado corta: corta la relación con Dios y corta la relación con los hermanos, la relación en la familia, en la sociedad, en la comunidad: El pecado corta siempre, separa, divide.

Oración de los fieles
Oremos a Dios, nuestro Padre, que enaltece a los humildes que claman a él con sincero corazón.
- Para que conceda a la Iglesia el don de la auténtica penitencia, que consiste principalmente en la conversión del corazón. Roguemos al Señor.
- Para que los que están satisfechos de sí mismos comprendan la necesidad que tienen de recibir la salvación como don gratuito de Dios. Roguemos al Señor.
- Para que tenga compasión y perdone con amor a todos los que reconocen sus culpas, como el publicano del Evangelio. Roguemos al Señor.
- Para que se manifieste a los que buscan con humildad y confianza conocer a Dios Padre y a Jesucristo Salvador. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestras súplicas; ten compasión de nosotros, que nos reconocemos pecadores, necesitados de tu compasión. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, cuya gracia nos permite, purificados nuestros sentidos, acercarnos a tus santos misterios, concédenos rendirte una alabanza adecuada, al celebrar solemnemente lo que nos has entregado en ellos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Deus, de cuius grátia venit, ut ad mystéria tua purgátis sénsibus accedámus, praesta, quaesumus, ut, in eórum traditióne sollémniter honoránda, cómpetens deferámus obséquium. Per Christum.

PLEGARIA EUCARÍSTICA IV.

Antífona de comunión Lc 18, 13

El publicano, quedándose atrás, se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de este pecador».
Publicánus, stans a longe, percutiébat pectus suum dicens: Deus, propítius esto mihi peccatóri.

Oración después de la comunión
Concédenos, Dios misericordioso, celebrar con sincera entrega las realidades santas que nos alimentan continuamente, y recibirlas siempre con espíritu de fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Da nobis, quaesumus, miséricors Deus, ut sancta tua, quibus incessánter explémur, sincéris tractémus obséquiis, et fidéli semper mente sumámus. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Se puede añadir ad Iibitum
V. 
El Señor esté con vosotros. R.
V. 
Inclinaos para recibir la bendición.
Extiende, Señor, sobre tus fieles tu mano derecha como auxilio celestial, para que te busquen de todo corazón y merezcan conseguir todo lo que piden dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Praeténde, Dómine, fidélibus tuis déxteram caeléstis auxílii, ut te toto corde perquírant, et quae digne póstulant cónsequi mereántur. Per Christum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 27 de marzo

1. En Salzburgo, en Baviera meridional, hoy Austria, san Ruperto, obispo, que, residiendo en la región de Worms, a petición del duque Teodon se dirigió a Baviera, y en dicha ciudad de Salzburgo, la antigua Juvavum, edificó una iglesia y un monasterio, que gobernó como obispo y como abad, difundiendo desde allí la fe cristiana. (c. 718)
2*. En la región septempedana, actualmente Las Marcas, en Italia, beato Peregrino de Falerone, presbítero, que fue uno de los primeros discípulos de san Francisco y, en peregrinación por Tierra Santa, llegó a ser admirado incluso por los sarracenos. (1232)
3*. En Quarona, junto a Novara, en el Piamonte, también en Italia, beata Panacea de’ Muzzi, virgen y mártir, que a los quince años de edad, estando orando en la iglesia, fue asesinada por su propia madrastra, de quien siempre había recibido vejaciones. (1383)
4*. En Turín, de nuevo en el Piamonte, beato Francisco Faá di Bruno, presbítero, que unió la ciencia de las matemáticas y de la física con la práctica de las obras de caridad. (1888)
- Beato María-Eugenio del Niño Jesús (Henri Grialou), (1894- Venasque, Francia 1967). Sacerdote profeso de la Orden de los Carmelitas Descalzos, Fundador del Instituto Secular de Nuestra Señora de la Vida.
- Beato Giuseppe Ambrosoli (1923 - Lira, Uganda 1987). Médico y sacerdote italiano, religioso profeso de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Se desempeñó como médico y cirujano, además de educador en las misiones en Uganda, donde se hizo conocido como el "santo doctor" por su trato amoroso y compasivo con todos los enfermos a los que se dedicaba.

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