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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

martes, 22 de febrero de 2022

Martes 29 marzo 2022, Martes de la IV semana de Cuaresma, feria.

SOBRE LITURGIA

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI. Miércoles, 14 de octubre de 2020

Catequesis 10. La oración de los salmos. 1

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Leyendo la Biblia nos encontramos continuamente con oraciones de distinto tipo. Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos. Son 150 salmos para rezar.

Forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. El Catecismo afirma que cada salmo «es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo» (CIC, 2588). Leyendo y releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios Padre, de hecho, con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, cómo darle gracias y suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él.

En este libro no encontramos personas etéreas, personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa; son invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos. No tenemos que olvidar que para rezar bien tenemos que rezar así como somos, no maquillados. No hay que maquillar el alma para rezar. “Señor, yo soy así”, e ir delante del Señor como somos, con las cosas bonitas y también con las cosas feas que nadie conoce, pero nosotros, dentro, conocemos. En los salmos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta. Del sufrir al preguntar.

Y entre las muchas preguntas, hay una que permanece suspendida, como un grito incesante que atraviesa todo el libro de lado a lado. Una pregunta, que nosotros la repetimos muchas veces: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una sentencia absolutoria. “¿Hasta cuándo, Señor, debo sufrir esto? ¡Escúchame, Señor!”: cuántas veces nosotros hemos rezado así, con “¿hasta cuándo?”, ¡basta Señor!

Planteando continuamente preguntas de este tipo, los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de Dios, por eso tiene sentido gritar. Y esto es importante. Cuando nosotros rezamos, lo hacemos porque sabemos que somos valiosos a los ojos de Dios. Es la gracia del Espíritu Santo que, desde dentro, nos suscita esta conciencia: de ser valiosos a los ojos de Dios. Y por esto se nos induce a orar.

La oración de los salmos es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza… Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final? El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación.

Todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. Tampoco los dolores que sufrimos pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas. Pensad en esto: las lágrimas no son universales, son “mis” lágrimas. Cada uno tiene las propias. “Mis” lágrimas y “mi” dolor me empujan a ir adelante con la oración. Son “mis” lágrimas que nadie ha derramado nunca antes que yo. Sí, muchos han llorado, muchos. Pero “mis” lágrimas son mías, “mi” dolor es mío, “mi” sufrimiento es mío.

Antes de entrar en el Aula, he visto a los padres del sacerdote de la diócesis de Como que fue asesinado; precisamente fue asesinado en su servicio para ayudar. Las lágrimas de esos padres son “sus” lágrimas y cada uno de ellos sabe cuánto ha sufrido en el ver este hijo que ha dado la vida en el servicio de los pobres. Cuando queremos consolar a alguien, no encontramos las palabras. ¿Por qué? Porque no podemos llegar a su dolor, porque “su” dolor es suyo, “sus” lágrimas son suyas. Lo mismo es para nosotros: las lágrimas, “mi” dolor es mío, las lágrimas son “mías” y con estas lágrimas, con este dolor me dirijo al Señor.

Todos los dolores de los hombres para Dios son sagrados. Así reza el orante del salmo 56: «Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?» (v. 9). Delante de Dios no somos desconocidos, o números. Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre.

En los salmos, el creyente encuentra una respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación.

“El Señor escucha”: a veces en la oración basta saber esto. Los problemas no siempre se resuelven. Quien reza no es un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla, habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más soportable.

Lo peor que puede suceder es sufrir en el abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y que muere. Os diré una cosa: a mí me ayuda, en los momentos duros, pensar en los llantos de Jesús, cuando lloró mirando Jerusalén, cuando lloró delante de la tumba de Lázaro. Dios ha llorado por mí, Dios llora, llora por nuestros dolores. Porque Dios ha querido hacerse hombre —decía un escritor espiritual— para poder llorar. Pensar que Jesús llora conmigo en el dolor es un consuelo: nos ayuda a ir adelante. Si nos quedamos en la relación con Él, la vida no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización. Ánimo, adelante con la oración. Jesús siempre está junto a nosotros.

CALENDARIO

29 MARTES DE LA IV SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa
de feria (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. Cuaresma.
LECC.: vol. II.
La Cuaresma: Recordar el agua vivificante y curante.
- Ez 47, 1-9. 12. Vi agua que manaba del templo, y habrá vida allí donde llegue el torrente.
- Sal 45. R. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
- Jn 5, 1-16. Al momento aquel hombre quedó sano.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 30 de marzo, pág. 229.

TEXTOS MISA

Martes de la IV Semana de Cuaresma.


Antífona de entrada Cf. Is 55, 1
Sedientos, acudid por agua, dice el Señor; venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría.
Sitiéntes, veníte ad aquas, dicit Dóminus; et qui non habétis prétium, veníte, et bíbite cum laetítia.

Oración colecta
Señor, que el ejercicio respetable de este tiempo santo prepare el corazón de tus fieles para acoger adecuadamente el Misterio pascual y anunciar a todos los hombres el mensaje de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Exercitátio veneránda sanctae devotiónis, Dómine, tuórum fidélium corda dispónat, ut et dignis méntibus suscípiant paschále mystérium, et salvatiónis tuae núntient praecónium. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Martes de la IV semana de Cuaresma (Lec. II).

PRIMERA LECTURA 47, 1-9. 12
Vi agua que manaba del templo, y habrá vida allí donde llegue el torrente

Lectura de la profecía de Ezequiel.

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.
De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros:
era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado. Entonces me dijo:
«¿Has visto, hijo de hombre?»,
Después me condujo por la ribera del torrente.
Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9 (R.: 8)
R. 
El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Dóminus virtútum nobíscum, refúgium nobis Deus Iacob.

V. Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
R. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Dóminus virtútum nobíscum, refúgium nobis Deus Iacob.

V. Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.
R. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Dóminus virtútum nobíscum, refúgium nobis Deus Iacob.

V. El Señor del universo está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra.
R. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Dóminus virtútum nobíscum, refúgium nobis Deus Iacob.

Versículo antes del Evangelio Sal 50, 12a. 14a
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro; y devuélveme la alegría de tu salvación.
Cor mundum crea in me, Deus; et redde mihi laetítiam salutáris tui.

EVANGELIO Jn 5, 1-16
Al momento aquel hombre quedó sano
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
R. Gloria a ti, Señor.

Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 28-marzo-2017
El paralítico ni siquiera le había dado las gracias a Jesús, no le había preguntado ni su nombre. Se levantó con aquella pereza que hace vivir porque el oxígeno es gratis, hace vivir siempre mirando a los demás que son más felices que yo, y se está en la tristeza, se olvida la alegría. La pereza es un pecado que paraliza, nos vuelve paralíticos. No nos deja caminar. También hoy el Señor nos mira a cada uno, todos tenemos pecados, todos somos pecadores, pero mirando ese pecado nos dice: Levántate. Hoy el Señor nos dice a cada uno: ‘Levántate, toma tu vida como sea, bonita, fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla’ - ‘Pero Señor, no es el último modelo…’. ¡Pues sigue adelante! ¡Con esa camilla fea, quizá, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría. ¿Quieres curarte?, es la primera pregunta que hoy nos hace el Señor. ‘Sí, Señor’ - ‘Pues, levántate’. Y en la antífona de entrada estaba ese comienzo tan bonito: Sedientos, acudid por agua -dice el Señor-, venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría. Y si decimos al Señor: ‘Sí, quiero curarme. Sí, Señor, ayúdame que quiero levantarme’, sabremos cómo es la alegría de la salvación.

Oración de los fieles
Oremos al Padre en el nombre de Cristo Jesús, que nos levanta de nuestra postración para que caminemos en una vida nueva.
- Por los ministros de la Iglesia, para que sean siempre conscientes de las riquezas que Dios comunica a los hombres por su medio en los sacramentos. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren en el cuerpo o en el espíritu, para que encuentren hermanos que los conforten con la oración y con una caridad sincera. Roguemos al Señor.
- Por los que viven en la soledad y no tienen a nadie que los ayude, para que no pierdan la esperanza en la providencia de Dios, nuestro Padre. Roguemos al Señor.
- Por nuestra comunidad cristiana, para que no endurezcamos el corazón ante todo lo que nos llama a conversión. Roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Padre nuestro, en nombre de tu Hijo Jesucristo, que curó al paralítico. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
Te ofrecemos, Señor, estos dones que tu mismo nos diste; haz que manifiesten la ayuda de tu providencia sobre nuestra vida mortal y actúen en nosotros como remedio de inmortalidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Offérimus tibi, Dómine, múnera quae dedísti, ut et creatiónis tuae circa mortalitátem nostram testificéntur auxílium, et remédium nobis immortalitátis operéntur. Per Christum.

PREFACIO IV DE CUARESMA
LOS FRUTOS DEL AYUNO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú, que, por el ayuno corporal, refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo, Señor nuestro.
Por él, los ángeles alaban tu gloria, te adoran las dominaciones y tiemblan las potestades, los cielos, sus virtudes y los santos serafines te celebran unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui corporáli ieiúnio vítia cómprimis, mentem élevas, virtútem largíris et praemia: per Christum Dóminum nostrum.
Per quem maiestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Caeli caelorúmque Virtútes, ac beáta Séraphim, sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces ut admítti iúbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA III.

Antífona de comunión Cf. Sal 22, 1-2

El Señor me guía, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas.
Dóminus regit me, et nihil mihi déerit; in loco páscuae ibi me collocávit, super aquam refectiónis educávit me.

Oración después de la comunión
Purifica con bondad, Señor, nuestro espíritu y renuévanos con los sacramentos del cielo, para que alcancemos también en nuestro cuerpo los auxilios presentes y futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Purífica, quaesumus, Dómine, mentes nostras benígnus, et rénova caeléstibus sacraméntis, ut consequénter et córporum praesens páriter et futúrum capiámus auxílium. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Se puede añadir ad libitum
V. 
El Señor esté con vosotros. R.
V. Inclinaos para recibir la bendición.
Concede, Dios misericordioso, que tu pueblo mantenga siempre su entrega a ti y que incesantemente obtenga de tu clemencia lo que le conviene. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Concéde, miséricors Deus, ut devótus tibi pópulus semper exístat et de tua cleméntia, quod ei prosit, indesinénter obtíneat. Per Christum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 30 de marzo

1. En Asti, en la región Transpadana, actualmente Italia, san Segundo, mártir. (s. inc)
2. En Tesalónica, ciudad de Macedonia, en la actual Grecia, san Domnino, mártir. (s. IV)
3. En Senlis, en la Galia Lugdunense, hoy Francia, san Régulo, obispo. (s. IV)
4. Conmemoración de muchos santos mártires, que en Constantinopla, la actual Estambul, en Turquía, en tiempo del emperador Constancio, por orden del obispo arriano Macedonio, fueron desterrados o torturados con toda clase de suplicios. (s. IV)
5. En el monte Sinaí, en Egipto, san Juan, abad, que compuso la célebre obra Escala del Paraíso para la instrucción de los monjes, en la que señalaba el camino del progreso espiritual a modo de una ascensión por treinta peldaños hacia Dios, debido a lo cual recibió el sobrenombre de “Clímaco”. (649)
6. En Siracusa, ciudad de la región italiana de Sicilia, san Zósimo, obispo, que, primero, fue humilde custodio del sepulcro de santa Lucía, y después, abad del monasterio de esta población. (c. 600)
7. En Coventry, en Inglaterra, santa Osburga, primera abadesa del monasterio de este lugar. (c. 1018)
8. Cerca de Aquino, en la región del Lacio, en Italia, san Clino, abad del monasterio de san Pedro della Foresta. (d. 1030)
9. En Aguilera, en el reino de Castilla, san Pedro de Valladolid Regalado, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, insigne por su humildad y el rigor de su penitencia, construyó dos cenobios, en los que sólo debían vivir doce hermanos en total soledad. (1456)
10*. En Vercelli, ciudad del Piamonte, en Italia, beato Amadeo IX, duque de Saboya, que durante su gobierno fomentó por todos los medios la paz, y con su ayuda y celo sostuvo las causas de los pobres, las viudas y los huérfanos. (1472)
11. En la aldea de Su-Ryong, en Corea, santos mártires Antonio Daveluy, obispo, Pedro Aumaître, Martín Lucas Huin, presbíteros, José Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son y Lucas Hwang Sok-tu, catequistas, que por la fe de Cristo murieron decapitados. (1866)
12*. En Nápoles, en Italia, beato Luis (Arcángel) Palmentieri de Casáuria, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, impulsado por el ardor de la caridad hacia los pobres de Cristo, instituyó dos congregaciones: los Hermanos de la Caridad y las Hermanas Franciscanas de Santa Isabel. (1885)
13. En Turín, también en Italia, san Leonardo Murialdo, presbítero, que fundó la Congregación de San José, para educar en la fe y la caridad cristianas a los niños abandonados. (1900)
14. En la aldea de San Julián, en el territorio de Guadalajara, en México, san Julio Álvarez, presbítero y mártir, que en la cruel persecución contra la religión atestiguó con su sangre su fidelidad a Cristo. (1927)
15*. Cerca de Viena, en Austria, beata María Restituta (Helena) Kafka, virgen de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana y mártir, la cual, originaria de Moravia, ejerció el servicio de enfermera en un hospital y, detenida en tiempo de guerra por los enemigos de la fe, murió decapitada. (1943)

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