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lunes, 7 de febrero de 2022

Lunes 14 marzo 2022, Lunes de la II semana de Cuaresma, feria.

SOBRE LITURGIA

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA L JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

21 DE ABRIL DE 2013 – IV DOMINGO DE PASCUA

Tema: Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe

Queridos hermanos y hermanas:

Con motivo de la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 21 de abril de 2013, cuarto domingo de Pascua, quisiera invitaros a reflexionar sobre el tema: «Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe», que se inscribe perfectamente en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar, instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando obreros a su Iglesia (cf. Mt 9,38). «El problema del número suficiente de sacerdotes –subrayó entonces el Pontífice– afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio» (Pablo VI, Radiomensaje, 11 abril 1964).

En estos decenios, las diversas comunidades eclesiales extendidas por todo el mundo se han encontrado espiritualmente unidas cada año, en el cuarto domingo de Pascua, para implorar a Dios el don de santas vocaciones y proponer a la reflexión común la urgencia de la respuesta a la llamada divina. Esta significativa cita anual ha favorecido, en efecto, un fuerte empeño por situar cada vez más en el centro de la espiritualidad, de la acción pastoral y de la oración de los fieles, la importancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

La esperanza es espera de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. ¿Dónde se funda nuestra esperanza? Contemplando la historia del pueblo de Israel narrada en el Antiguo Testamento, vemos cómo, también en los momentos de mayor dificultad como los del Exilio, aparece un elemento constante, subrayado particularmente por los profetas: la memoria de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas; memoria que lleva a imitar la actitud ejemplar de Abrahán, el cual, recuerda el Apóstol Pablo, «apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia» (Rm 4,18). Una verdad consoladora e iluminante que sobresale a lo largo de toda la historia de la salvación es, por tanto, la fidelidad de Dios a la alianza, a la cual se ha comprometido y que ha renovado cada vez que el hombre la ha quebrantado con la infidelidad y con el pecado, desde el tiempo del diluvio (cf. Gn 8,21-22), al del éxodo y el camino por el desierto (cf. Dt 9,7); fidelidad de Dios que ha venido a sellar la nueva y eterna alianza con el hombre, mediante la sangre de su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación.

En todo momento, sobre todo en aquellos más difíciles, la fidelidad del Señor, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación, es la que siempre hace vibrar los corazones de los hombres y de las mujeres, confirmándolos en la esperanza de alcanzar un día la «Tierra prometida». Aquí está el fundamento seguro de toda esperanza: Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada. Por este motivo, en toda situación gozosa o desfavorable, podemos nutrir una sólida esperanza y rezar con el salmista: «Descansa sólo Dios, alma mía, porque él es mi esperanza» (Sal 62,6). Tener esperanza equivale, pues, a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. Fe y esperanza están, por tanto, estrechamente unidas. De hecho, «“esperanza”, es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras “fe” y “esperanza” parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une estrechamente la “plenitud de la fe” (10,22) con la “firme confesión de la esperanza” (10,23). También cuando la Primera Carta de Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre el logos –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3,15), “esperanza” equivale a “fe”» (Enc. Spe salvi, 2).

Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué consiste la fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza? En su amor. Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente. El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta, por tanto, de esta certeza: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, nos hace tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás. Quisiera dirigirme de modo particular a vosotros jóvenes y repetiros: «¿Qué sería vuestra vida sin este amor? Dios cuida del hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos, cuando llevará a cabo su proyecto de salvación. ¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza!» (Discurso a los jóvenes de la diócesis de San Marino-Montefeltro, 19 junio 2011).

Como sucedió en el curso de su existencia terrena, también hoy Jesús, el Resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida, y nos ve inmersos en nuestras actividades, con nuestros deseos y nuestras necesidades. Precisamente en el devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar nuestra vida con él, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. Él, que vive en la comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a seguirlo. Y esta llamada puede llegar en cualquier momento. También ahora Jesús repite: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). Para responder a esta invitación es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Seguirlo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la precedencia, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de nuestra vida: la familia, el trabajo, los intereses personales, nosotros mismos. Significa entregar la propia vida a él, vivir con él en profunda intimidad, entrar a través de él en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo y, en consecuencia, con los hermanos y hermanas. Esta comunión de vida con Jesús es el «lugar» privilegiado donde se experimenta la esperanza y donde la vida será libre y plena.

Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración. Esta última «debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña constantemente a rezar correctamente» (Enc. Spe salvi, 34).

La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. En efecto, los presbíteros y los religiosos están llamados a darse de modo incondicional al Pueblo de Dios, en un servicio de amor al Evangelio y a la Iglesia, un servicio a aquella firme esperanza que sólo la apertura al horizonte de Dios puede dar. Por tanto, ellos, con el testimonio de su fe y con su fervor apostólico, pueden transmitir, en particular a las nuevas generaciones, el vivo deseo de responder generosamente y sin demora a Cristo que llama a seguirlo más de cerca. La respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de evangelización. Esta tarea necesita siempre de nuevos obreros para la predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el sacramento de la reconciliación. Por eso, que no falten sacerdotes celosos, que sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6); para proponerles con valentía evangélica la belleza del servicio a Dios, a la comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes que muestren la fecundidad de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de plenitud a la propia existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos ha amado en primer lugar (cf. 1Jn 4,19). Igualmente, deseo que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, sepan cultivar la atracción hacia los valores, las altas metas, las opciones radicales, para un servicio a los demás siguiendo las huellas de Jesús. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15).

Vaticano, 6 de octubre de 2012

BENEDICTO XVI

CALENDARIO

14 LUNES DE LA II SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa
de feria (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., Pf. Cuaresma.
LECC.: vol. II.
La Cuaresma: Perdonar como Dios perdona para ser perdonados.
- Dan 9, 4b-10. Hemos pecado, hemos cometido crímenes.
- Sal 78. R. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
- Lc 6, 36-38. Perdonad, y seréis perdonados.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 15 de marzo, pág. 207.
CALENDARIOS: Zaragoza: Beato Agno, obispo (conm.).

TEXTOS MISA

Lunes de la II Semana de Cuaresma.

Antífona de entrada Cf. Sal 25, 11-12
Sálvame, Señor, ten misericordia de mí. Mi pie se mantiene en el camino llano; en la asamblea bendeciré al Señor.
Rédime me, Dómine, et miserére mei. Pes enim meus stetit in via recta, in ecclésiis benedícam Dóminum.

Oración colecta
Oh, Dios, que nos mandaste mortificar nuestro cuerpo como remedio espiritual, concédenos abstenemos de todo pecado y que nuestros corazones sean capaces de cumplir los mandamientos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
Deus, qui ob animárum medélam castigáre córpora praecepísti, concéde, ut ab ómnibus possímus abstinére peccátis, et corda nostra pietátis tuae váleant exercére mandáta. Per Dóminum.

LITURGIA DE LA PALABRA
Lecturas del Lunes de la II semana de Cuaresma (Lec. II).

PRIMERA LECTURA Dan 9, 4b-10
Hemos pecado, hemos cometido crímenes

Lectura de la profecía de Daniel.

¡Ay, mi Señor, Dios grande y terrible, que guarda la alianza y es leal con los que lo aman y cumplen sus mandamientos!
Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza, tal como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países por donde los dispersaste a causa de los delitos que cometieron contra ti.
Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti.
Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado contra él. No obedecimos la voz del Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas que nos daba por medio de sus siervos, los profetas.

Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.

Salmo responsorial Sal 78, 8. 9. 11 y 13 (R.: cf. Sal 102, 2a)
R.
 Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Dómine, non secúndum peccáta nostra fac nobis.

V. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
R. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Dómine, non secúndum peccáta nostra fac nobis.

V. Socórrenos, Dios, salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa e tu nombre.
R. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Dómine, non secúndum peccáta nostra fac nobis.

V. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte.
R. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Dómine, non secúndum peccáta nostra fac nobis.

V. Nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
contaremos tus alabanzas de generación en generación.
R. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Dómine, non secúndum peccáta nostra fac nobis.

Versículo antes del Evangelio Cf. Jn 6, 63c. 68c
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna.
Verba tua, Dómine, spíritus et vita sunt; verba vitae aeternae habes.

EVANGELIO Lc 6, 36-38
Perdonad, y seréis perdonados
╬ 
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
R. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Papa Francisco, Homilía en santa Marta 19-marzo-2019
Debemos aprender la sabiduría de la generosidad, camino maestro para renunciar a las murmuraciones, en las que juzgamos continuamente, condenamos continuamente y difícilmente perdonamos. El Señor nos enseña: "Dad, y se os dará", sed generosos al dar. No seáis "bolsillos cerrados"; sed generosos al dar a los pobres, a los que pasan necesidad, y también darles otras cosas: dar consejos, dar sonrisas a la gente, sonreír. Siempre dar, dar. "Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante", porque el Señor será generoso: nosotros damos uno y Él nos dará el ciento por uno de todo lo que demos. Esa es la actitud que blinda el no juzgar, el no condenar y el perdonar. La importancia de la limosna, pero no solo la limosna material, sino también la limosna espiritual; perder el tiempo con otro que lo necesita, visitar a un enfermo, sonreír.


Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre, que no nos trata como merecen nuestros pecados.
- Para que la Iglesia se sienta responsable frente al pecado del mundo y sepa interceder y pedir por todos ante el Señor. Roguemos al Señor.
- Para que los hombres tomen conciencia del propio pecado y procuren convertirse. Roguemos al Señor
- Para que los que ejercen autoridad y poder escuchen los gemidos de los que sufren y los ayuden según sus posibilidades. Roguemos al Señor.
- Para que el Espíritu cree en nosotros un corazón compasivo y misericordioso, semejante al del Padre que está en los cielos. Roguemos al Señor.
Socórrenos, Dios Salvador nuestro, y perdónanos nuestras culpas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
Acoge, Señor, nuestra oración y libra de las seducciones del mundo a los que concedes servirte con los santos misterios del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Preces nostras, Dómine, propitiátus admítte, et a terrénis éffice illécebris liberátos, quos caeléstibus tríbuis servíre mystériis. Per Christum.

PREFACIO II DE CUARESMA
LA PENITENCIA ESPIRITUAL
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque has establecido generosamente este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos, de modo que, libres de todo afecto desordenado, mientras se ocupan de las realidades temporales no dejen sobre todo de adherirse a las eternas.
Por eso, con los santos y con todos los ángeles, te alabamos, diciendo sin cesar:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui fíliis tuis ad reparándam méntium puritátem, tempus praecípuum salúbriter statuísti, quo, mente ab inordinátis afféctibus expedíta, sic incúmberent transitúris ut rebus pótius perpétuis inhaerérent.
Et ídeo, cum Sanctis et Angelis univérsis, te collaudámus, sine fine dicéntes:

Santo, Santo, Santo...

PLEGARIA EUCARÍSTICA II.

Antífona de comunión Cf. Lc 6, 36

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, dice el Señor.
Estóte misericórdes, sicut et Pater vester miséricors est, dicit Dóminus.

Oración después de la comunión
Señor, que esta comunión nos limpie de pecado y nos haga partícipes de las alegrías del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Haec nos commúnio, Dómine, purget a crímine, et caeléstis gáudii fáciat esse consórtes. Per Christum.

Oración sobre el pueblo
Se puede añadir ad libitum.
V. El Señor esté con vosotros. R.
V. Inclinaos para recibir la bendición.
Afianza, Señor, el corazón de tus fieles y fortalécelos con el poder de tu gracia, para que se entreguen con fervor a la plegaria y se amen con amor sincero. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Confírma, Dómine, quaesumus, tuórum corda fidélium, et grátiae tuae virtúte corróbora, ut et in tua sint supplicatióne devóti, et mútua dilectióne sincéri. Per Christum.
V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R.

MARTIROLOGIO

Elogios del 15 de marzo

1. En Pario, en el Helesponto, hoy Turquía, san Menigno, de oficio batanero, que según la tradición, padeció bajo el emperador Decio. (c. 250)
2. En Roma, san Zacarías, papa, que gobernó la Iglesia de Dios con sumo desvelo y prudencia, pues frenó el ímpetu de los lombardos, indicó el recto orden a los francos, proveyó de iglesias a los germanos y procuró el entendimiento con los griegos. (752)
3. En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santa Leocricia, virgen y mártir, que, habiendo nacido de familia musulmana, ocultamente abrazó la fe de Cristo, y detenida en casa junto con san Eulogio, cuatro días después del martirio de éste, pasó a la gloria eterna al ser decapitada. (859)
4*. Cerca de Burgos, en la región de Castilla, en España, san Sisebuto, abad de Cardeña. (1086)
5. En York, en Inglaterra, beato Guillermo Hart, presbítero y mártir, el cual, ordenado en el Colegio Romano de los Ingleses, en tiempo de la reina Isabel I fue ahorcado y descuartizado por haber persuadido a algunos a abrazar la fe católica. (1583)
6. En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo y la dedicación formó el Instituto de Hermanas de la Caridad, para ayuda de los necesitados, y completó así la obra delineada por san Vicente de Paúl. (1660)
7. En Viena, en Austria, san Clemente María Hofbauer, presbítero de la Congregación del Santísimo Redentor, que trabajó admirablemente por la propagación de la fe y la reforma de la disciplina eclesiástica. Preclaro tanto por su ingenio como por sus virtudes, impulsó a entrar en la Iglesia a no pocos varones prestigiosos en las ciencias y en las artes. (1820)
8*. En Przemysl, en Polonia, beato Juan Adalberto Balicki, presbítero, que se dedicó con ardor al ejercicio de su ministerio en favor del pueblo de Dios, y demostró una especial disposición para predicar el Evangelio y asistir a las jóvenes descarriadas. (1948)
9*. En la localidad de Viedma, en la República Argentina, beato Artémides Zatti, religioso de la Sociedad de San Francisco de Sales, que se distinguió por su celo misionero. Establecido en la Patagonia, pasó toda su vida en un hospital de esa región, ayudando con fortaleza de ánimo, paciencia y humildad a los necesitados. (1951)

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