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jueves, 4 de febrero de 2021

Rito de Consagración de Vírgenes.

Ritual de la consagración de vírgenes (31-mayo 1970).
Ed. española 1979.

CAPITULO I

CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES


1. La consagración de vírgenes conviene celebrarla en los días de la octava de Pascua, o bien en las solemnidades, especialmente en las dedicadas a la conmemoración de los misterios de la Encarnación, en los domingos, en las fiestas de la Virgen María o en las fiestas de las santas vírgenes.

2. En un día oportuno y próximo ya a la consagración, o si no ha podido ser antes, por lo menos en la víspera del dia de la consagración, el Obispo debe recibir a las vírgenes que serán consagradas y, como Padre de la diócesis, entablar con ellas un diálogo pastoral.

3. Ya que las vírgenes seglares son admitidas a la consagración según el criterio y bajo la autoridad del Obispo y por otra parte su misión estará, por lo general, dedicada al servicio de la diócesis, es muy oportuno que la consagración de estas vírgenes se tenga en la catedral, a no ser que las circunstancias o costumbres de un determinado lugar aconsejaran otra cosa.

4. Procúrese anunciar a los fieles, con la antelación debida, el rito de la consagración, a fin de dar al mismo su sentido eclesial, fomentar la participación de los fieles y sobre todo para que se manifieste la excelencia del estado virginal.

5. En el día que se celebra la consagración de vírgenes se dice la Misa que corresponda al dia, o bien, si las rúbricas lo permiten, la Misa ritual de la consagración de vírgenes (cf. «Observaciones previas», núms. 8-10).

6. La consagración de vírgenes se hace habitualmente en la sede; pero si parece más oportuno, puede colocarse otra sede para el Obispo delante del altar; las sillas para las vírgenes que han de recibir la consagración se colocan en el presbiterio, pero de tal forma, que los fieles puedan ver bien toda la acción litúrgica

7. Prepárese pan y vino en tal cantidad que sea suficiente para la comunión de los ministros, de las vírgenes que reciben la consagración, de sus padres y familiares y de los demás fieles. Por ello, si se usa un solo cáliz, éste deberá ser de capacidad suficiente.

8. Además de lo necesario para la celebración de la Misa, debe prepararse el Pontifical Romano; b) los velos, anillos u otras insignias de la consagración de vírgenes, que según las leyes o costumbres de cada lugar, se entregan a las vírgenes consagradas.

RITO DE ENTRADA

9.
Congregado el pueblo y dispuestas las cosas necesarias, la procesión avanza por medio de la iglesia hasta el altar mientras el coro con el pueblo canta el introito de la Misa. La procesión se hace del modo acostumbrado y en la misma es recomendable que participen las vírgenes que han de ser consagradas.

10. Es conveniente que dos vírgenes ya consagradas, o bien dos mujeres de entre los laicos, acompañen a las vírgenes que han de ser consagradas y las lleven hasta el altar.

11. Al llegar al presbiterio, y hecha la debida reverencia al altar, las vírgenes se sitúan en lugares especialmente designados para ellas en la nave de la iglesia, y se continúa la Misa.

LITURGIA DE LA PALABRA

12.
En la liturgia de la Palabra se hace todo como de costumbre, excepto lo que sigue:

a) Las lecturas se pueden tomar o bien de la Misa del dia o bien de los Textos que se indican en el Leccionario (cf. «Observaciones previas», núms. 8-10).

b) Puede omitirse el Credo, aunque lo prescriban las rúbricas del día.

c) Se omite también la Oración de los fieles, pues tiene ya lugar en las letanias.

CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES

Llamada de las vírgenes


13. Proclamado el Evangelio, si la consagración de vírgenes se hace delante del altar, el Obispo se dirige a la sede preparada en este lugar y se sienta. Mientras tanto el coro canta la siguiente antifona u otra parecida:

Vírgenes prudentes, preparad vuestras lámparas;
mirad que llega el esposo,
salid a recibirlo.

En este momento las vírgenes que han de ser consagradas encienden sus lámparas o cirios y, acompañadas de las vírgenes ya consagradas o de las mujeres seglares de la que se ha hablado más arriba, se acercan al presbiterio pero sin entrar en el mismo.

14. Entonces el Obispo llama a las vírgenes, cantando o diciendo en voz alta:

Venid, hijas, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.

Y las vírgenes responden cantando la siguiente antifona:

Queremos seguirte de todo corazón,
te respetamos y buscamos tu rostro;
no nos dejes defraudadas;
trátanos según tu clemencia
y tu abundante misericordia.

Mientras cantan la antífona entran en el presbiterio y alli se colocan de tal manera que todos puedan ver fácilmente la celebración. Luego colocan los cirios en un candelero, o bien los entregan a los ministros, de quienes los vuelven a recibir al final de la celebración, y se acomodan en los asientos preparados para ellas.

15. Otra forma distinta de hacer la llamada puede verse en los números 81-82.

Homilía o exhortación

16.
Entonces el Obispo se dirige a las vírgenes que han de ser consagradas y a todo el pueblo y les habla brevemente del don de la virginidad y de lo que ella representa para la propia santidad de vírgenes y para el bien de la Iglesia Si quiere puede hacerlo con las siguientes palabras:

Queridos hermanos:

Estas hermanas nuestras que hoy van a ser consagradas por la Iglesia como vírgenes, han salido del pueblo santo de Dios, provienen de vuestras familias y para algunos de vosotros son vuestras hijas, o hermanas, o parientes, o bien están unidas a vosotros por la vecindad o la convivencia de cada día.

El Señor las ha llamado porque desea atraerlas más íntimamente a sí y dedicarlas al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. Su consagración, en efecto, las obligará a entregarse con más ahínco a la extensión del Reino de Dios y trabajar para que el espíritu cristiano penetre más profundamente en el mundo. Pensad, pues, en el bien que estas hermanas nuestras están llamadas a realizar y cuán abundantes bendiciones pueden obtener con su vida y su oración, tanto en bien de la Iglesia como en provecho de la sociedad y de vuestras familias.

Y ahora, hijas amadas, permitidme que me dirija a vosotras, y os exhorte, movido más por el afecto que por la autoridad. La verdadera patria de la vida virginal que vosotras deseáis es el cielo; su fuente es el mismo Dios, porque de Dios brota el don de la virginidad, como de una fuente purísima e incorruptible, y de él se difunde a aquellas hijas de la Iglesia que, a causa de su integridad virginal, son consideradas por los Padres de la Iglesia como imágenes de la misma incorruptibilidad de Dios.

Cuando llegó la etapa definitiva de la historia, Dios Padre reveló hasta qué punto él se complacía en la virginidad, pues en el misterio de la Encarnación escogió una Virgen y en su purísimo seno quiso que la Palabra se hiciera carne por obra del Espíritu Santo; de esta forma la naturaleza divina se unía a la naturaleza humana, como el esposo se une a la esposa.

El mismo divino Maestro enalteció la excelencia de la virginidad consagrada a Dios para alcanzar el Reino de los cielos. En efecto, con su vida, con sus trabajos, con su predicación, y, sobre todo con su misterio pascual dio nacimiento a la Iglesia, que quiso fuese, al mismo tiempo, Virgen, Esposa y Madre: Virgen, por la integridad de su fe; Esposa, por su unión indisoluble con Cristo; Madre, por la multitud de sus hijos.

El Espíritu Santo Paráclito, que os engendró ya por medio del agua del bautismo, haciendo de vuestros corazones templos del Altísimo, va a enriqueceros hoy por mi ministerio con una nueva unción espiritual, y os consagrará con un nuevo título a la Majestad divina, al elevaros a la dignidad de esposas de Cristo, uniéndoos con vínculo indisoluble al mismo Hijo de Dios.

Los Padres doctores de la Iglesia no dudaron en dar el sublime nombre de Esposas de Cristo, propio de la misma Iglesia, a las vírgenes consagradas a Cristo. Y con razón, pues ellas prefiguran el Reino futuro de Dios, en donde nadie tomara marido ni mujer, sino que todos serán como los ángeles de Dios; por eso vosotras sois como un símbolo manifiesto de aquel gran sacramento, anunciado ya en los orígenes de la creación, pero llevado solamente a plenitud en los desposorios de Cristo con la Iglesia.

Procurad, pues, hijas amadas, que toda vuestra vida concuerde con la vocación y la dignidad a la que habéis sido llamadas. La Madre Iglesia os considera como la porción más escogida de la grey de Cristo, pues por vosotras se manifiesta y crece su fecundidad. A ejemplo de María, la Virgen Madre de Dios, apeteced llamaros y ser esclavas del Señor. Guardad integra la fe, mantened firme la esperanza, creced siempre en la caridad. Sed sensatas y vigilad, no sea que el orgullo corrompa el don de vuestra virginidad. Que el Cuerpo de Cristo alimente vuestros corazones consagrados a Dios, que el ayuno los fortalezca, y los nutra el amor a la Palabra divina, la asiduidad en la oración, y las obras de misericordia. Preocuparos siempre de las cosas del Señor; que vuestra vida esté escondida con Cristo en Dios. Orad constantemente por la propagación de la fe cristiana y por la unidad de los cristianos, recordad también a los que, olvidando la bondad de Dios Padre, han dejado ya de amarlo, para que la divina misericordia salve a aquellos que no pueden ser salvados por su justicia.

Recordad siempre que os habéis consagrado al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. En el ejercicio de vuestro apostolado, tanto en la Iglesia como en el mundo, así en el orden espiritual como en el temporal, procurad que vuestra luz alumbre siempre a los hombres, de tal manera que, al ver vuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en el cielo y así llegue a ser realidad el designio de Dios de recapitular todas las cosas en Cristo. Amad a todo el mundo, pero especialmente a los pobres; ayudad a los necesitados, siempre que os sea posible; cuidad de los enfermos, enseñad a los ignorantes, preocuparos de los niños, sed apoyo para los ancianos, consuelo para las viudas y los que están tristes.

Vosotras, que por amor a Cristo habéis renunciado al gozo de la maternidad, seréis madres espirituales, por el fiel cumplimiento de la voluntad divina, cooperando con Dios por el amor, para que sea engendrada o devuelta a la vida de la gracia una muchedumbre de hijos.

Cristo, el Hijo de la Virgen y esposo de las vírgenes, será, ya en la tierra, vuestro gozo. El será también vuestra corona cuando os introduzca en el tálamo nupcial de su Reino, donde, siguiendo al Cordero dondequiera que vaya, cantaréis eternamente un cántico nuevo.

Escrutinio

17.
Terminada la homilía, las vírgenes se levantan y el Obispo las interroga con estas palabras otras parecidas:

¿Queréis perseverar, todos los días de vuestra vida, en el santo propósito de la virginidad, al servicio de Dios y de la Iglesia?

Las vírgenes, todas a la vez, responden:

Sí, quiero.

Obispo:

¿Queréis caminar por la senda de los consejos que Cristo propone en el Evangelio, de tal forma que vuestra vida sea ante el mundo un claro testimonio de amor y un signo manifiesto del reino futuro?

Vírgenes:

Sí, quiero.

Obispo:

¿Queréis ser consagradas a nuestro Señor Jesucristo, y ante la Iglesia ser desposadas con el Hijo del Dios altísimo?

Vírgenes:

Sí, quiero

El Obispo y todos los presentes responden:

¡Te damos gracias, Señor!

Oración litánica

18.
Todos se ponen de pie. El Obispo, también de pie y con las manos juntas, dice, de cara al pueblo

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso,
por Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro.
Y pidámosle que, por la intercesión de Santa Maria, la Virgen,
y de todos los santos,
derrame abundantemente los dones del Espíritu
sobre estas hijas suyas,
que van a ser consagradas vírgenes.

19. El Diácono advierte:

Pongámonos de rodillas.

El Obispo, las vírgenes que han de ser consagradas y todo el pueblo se arrodilla. Si hay costumbre, las vírgenes pueden postrarse y permanecer postradas durante las letanias. En el tiempo pascual y en los domingos, todos, excepto las vírgenes, permanecen de pie.

20. Los cantores entonan las letanias de la consagración de vírgenes y todos responden. En estas letanías pueden introducirse, en su lugar correspondiente, algunas invocaciones a santos especialmente venerados por el pueblo, y también, si se cree oportuno, algunas peticiones especiales. 

Señor, ten piedad
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad
Señor, ten piedad
Santa María. Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios. Ruega por nosotros
Santa Virgen de las vírgenes. Ruega por nosotros
San Miguel. Ruega por nosotros
Santos Ángeles de Dios. Rogad por nosotros
San Juan Bautista. Ruega por nosotros
San José. Ruega por nosotros
Santos Pedro y Pablo. Rogad por nosotros
San Juan. Ruega por nosotros
Santa María Magdalena. Ruega por nosotros
Santos Esteban у Lorenzo. Rogad por nosotros
Santas Perpetua y Felicidad. Rogad por nosotros
Santa Inés. Ruega por nosotros
Santa María Goretti. Ruega por nosotros
San Atanasio. Ruega por nosotros
San Ambrosio. Ruega por nosotros
San Agustín. Ruega por nosotros
San Jerónimo. Ruega por nosotros
San Benito. Ruega por nosotros
Santos Domingo y Francisco. Rogad por nosotros
Santa Marina. Ruega por nosotros
Santa Escolástica. Ruega por nosotros
Santas Clara y Catalina. Rogad por nosotros
Santa Teresa de Ávila. Ruega por nosotros
Santa Rosa de Lima. Ruega por nosotros
Santa Luisa de Marillac. Ruega por nosotros
Santa Margarita María de Alacoque. Ruega por nosotros
Santos y Santas de Dios. Rogad por nosotros
Muéstrate propicio. Líbranos, Señor
De todo mal. Líbranos, Señor
De todo pecado. Líbranos, Señor
De la muerte eterna. Líbranos, Señor
Por tu encarnación. Líbranos, Señor
Por tu muerte y resurrección. Líbranos, Señor
Por el envío del Espíritu Santo. Líbranos, Señor
Nosotros, que somos pecadores. Te rogamos, óyenos
Para que nuestro Papa N. y todos los obispos sean 
imagen de Cristo, Esposo de la Iglesia.  Te rogamos, óyenos
Para que conserves y acrecientes en la Iglesia 
el amor a la virginidad. Te rogamos, óyenos
Para que robustezcas en todos los
fieles la esperanza en la resurrección 
y en la vida del mundo futuro. Te rogamos, óyenos
Para que concedas a todas las naciones una paz verdadera 
y una concordia estable. Te rogamos, óyenos
Para que aumentes en número y santidad 
las comunidades que siguen a Cristo por la senda 
de los consejos evangélicos. Te rogamos, óyenos
Para que bendigas abundantemente 
a los padres y familiares de las vírgenes 
que hoy van a ser consagradas. Te rogamos, óyenos
Para que bendigas, santifiques y
consagres a estas hijas tuyas.  Te rogamos, óyenos
Jesús, Hijo de Dios vivo. Te rogamos, óyenos
Cristo, óyenos
Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos
Cristo, escúchanos

21. Mientras todos continúan de rodillas, el Obispo se levanta y dice, con las manos juntas:

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia
y vuelve tu mirada sobre estas hijas tuyas
que has llamado a la virginidad:
ayúdalas a caminar por la senda del Evangelio,
a desear siempre lo que te es grato
y a realizarlo con todo su corazón.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:

Amén.

Diácono:

Podéis levantaros.

Y todos se levantan.

Renovación del propósito de castidad

22.
Si se cree oportuno, las vírgenes hacen oblación a Dios de su propósito de castidad por mediación del Obispo; pueden hacerlo, verbigracia, de la siguiente manera: cada una de las vírgenes se acerca al Obispo y se arrodilla ante él; luego, introduciendo las dos manos juntas entre las manos del Obispo, dice:

Recibe, Padre, mi propósito de guardar castidad perfecta
y de seguir fielmente a Cristo;
que, con la ayuda de Dios, lo que hoy prometo
ante ti y ante el pueblo santo de Dios,
lo cumpla fielmente en mi vida.

23. El rito de introducir la virgen sus manos entre las manos del Obispo puede sustituirse, según la costumbre de cada lugar, por otro rito. Si las vírgenes que han de ser consagradas son muchas, el Obispo puede permitir que, estando arrodilladas en sus mismos lugares, todas a la vez digan:

Recibe, Padre, nuestro propósito de guardar castidad perfecta
y seguir fielmente a Cristo;
que, con la ayuda de Dios, lo que hoy prometemos
ante ti y ante el pueblo santo de Dios,
lo cumplamos fielmente en nuestra vida.

Solemne oración consecratoria

24. 
Después que las vírgenes han renovado ante el Obispo su propósito de castidad, vuelven al lugar que tienen asignado en el presbiterio y allí se arrodillan. Entonces el Obispo, con las manos juntas ante el pecho, dice la oración consecratoria, en la que pueden omitirse las frases que aparecen entre paréntesis.

Oh Dios,
que moras complacido en los cuerpos castos
y amas con predilección las almas vírgenes.
Oh Dios,
que en tu Hijo, por quien todo fue hecho,
has restaurado la naturaleza humana,
dañada en nuestros primeros padres por fraude del maligno;
tú no sólo has devuelto al hombre la santidad original,
sino que lo llevas a experimentar, ya en esta vida,
los dones reservados para el mundo futuro;
y así haces a quienes viven aún en la tierra
semejantes a los ángeles del cielo.

Mira, Señor, a estas hijas tuyas
que, poniendo en tus manos su deseo de continencia,
te ofrecen aquella virginidad
que tú mismo les hiciste desear.
(¿Cómo, Señor, un alma,
que vive aún en carne mortal,
podría dominar las leyes de la naturaleza,
limitar la libertad de escoger lo que es lícito,
elegir una vida no común
y vencer los estímulos de la edad,
si tú, Señor, no enciendes en ella
el amor a la virginidad,
si tú no alimentas continuamente este deseo,
y no la fortaleces en su propósito?)

Pero tú, Señor,
al derramar tu gracia sobre todos los pueblos,
suscitaste de entre todas las naciones
herederos del Nuevo Testamento,
innumerables como las estrellas del cielo.
Entre los dones que concediste a tus hijos,
nacidos no de la sangre ni del amor carnal,
sino de tu Espíritu,
quisiste otorgar a algunos
el don de la virginidad.
Así, sin menoscabo del valor del matrimonio
y sin pérdida de la bendición
que ya al principio del mundo
diste a la unión del hombre y la mujer,
algunos de tus hijos, inspirados por ti,
renuncian a esa legitima unión,
Y, sin embargo, apetecen lo que en el matrimonio se significa;
no imitan lo que en las nupcias se realiza,
pero aman lo que en ellas se prefigura.

(La virginidad ha reconocido a su Autor
y, aspirando a la integridad angélica,
se entrega al tálamo y al amor de aquél,
que es, del mismo modo,
Hijo y Esposo de la virginidad.)

Te pedimos, pues, Señor,
que protejas con tu auxilio y guíes con tu luz
a estas hijas tuyas
que desean que tu bendición
confirme y consagre su propósito.
Líbralas del antiguo enemigo,
más sutil en sus engaños
con aquellas que tienen aspiraciones más altas.

Que no las sorprenda nunca adormecidas
para empañar el brillo de su perfecta castidad,
no sea que arrebate de estas vírgenes
aquello que honra a la mujer casada.
Que brille en ellas, Señor,
por el don de tu Espíritu,
una modestia prudente,
una afabilidad juiciosa,
una dulzura grave,
una libertad casta;
que sean fervientes en el amor
y nada amen fuera de ti.Que sean dignas de alabanza,
pero no busquen ser alabadas;
que te glorifiquen, Señor,
por la santidad de su cuerpo
y por la pureza de su espíritu;
que por amor te teman
y con amor te sirvan.

Que tú seas su honor, su gozo, su deseo;
encuentren en ti
descanso en la aflicción;
consejo, en la duda;
fuerza, en la debilidad;
paciencia, en la tribulación;
abundancia, en la pobreza;
alimento, en el ayuno;
remedio, en la enfermedad.
Que en ti, Señor, lo encuentren todo
y sepan preferirte sobre todas las cosas.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:

Amén.

Entrega de las insignias de la virginidad consagrada

25.
Terminada la oración consecratoria, el Obispo y el pueblo se sientan.

Las vírgenes se levantan y, acompañadas por las vírgenes ya consagradas o por las mujeres seglares que las asisten, se acercan al Obispo, quien dice una sola vez para todas:


Recibid, hijas amadas,
el velo y el anillo, signos de vuestra consagración;
guardad siempre fidelidad plena a vuestro esposo,
y no olvidéis nunca que habéis sido consagradas a Cristo
y dedicadas al servicio de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Las vírgenes, todas juntas, responden:

Amén.

26. Si no se entrega el velo, sino solamente el anillo, el Obispo dice, una sola vez para todas:

Recibid el anillo, signo de vuestro desposorio con Cristo;
guardad siempre fidelidad plena a vuestro Esposo,
para que os pueda admitir un día
en las bodas de su reino.

Las vírgenes, todas juntas, responden:

Amén.

27. Entonces cada una de las vírgenes se acerca al Obispo y se arrodilla ante el; el Obispo la entrega el anillo, y, si es costumbre, también el velo u otras insignias de la virginidad consagrada. Mientras tanto el coro, junto con el pueblo, canta la siguiente antifona con el salmo 44 u otro canto oportuno. La antifona se repite cada dos versículos.

Antif.:


A ti, Señor, levanto mi alma;
ven, Señor, y líbrame,
que me refugio en ti.

Salmo 44

2.
Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un Rey:
mi lengua es ágil pluma de escribano.

3. Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

4. Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo.

5. Cabalga victorioso, por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.

6. Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del Rey,

7. Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real.

8. Has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor tu Dios te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

9. A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.

10. Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

11. Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:

12. Prendado está el Rey de tu belleza,
póstrate ante él, que es tu Señor.

13. La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

14. Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado.

15. La llevan ante el Rey, con séquito de vírgenes;
la siguen sus compañeras.

16. Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

17. «A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

18. Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán,
por los siglos de los siglos.

Al final del salmo no se dice «Gloria al Padre», sino que se repite la antifona. Si la entrega de las insignias acaba antes de concluir el salmo se interrumpe éste y se repite la antifona.

En los números 83-93 se proponen otras antífonas.


28. A continuación, si se cree oportuno, el Obispo entrega a las vírgenes recién consagradas el libro de la Oración de la Iglesia, diciendo la formula siguiente u parecida:

Recibid el libro de la oración de la Iglesia:
con él cantaréis siempre las alabanzas del Padre
y oraréis a Dios por el bien del mundo entero.

Las vírgenes, todas a la vez, responden:

Amén.

Y se acercan al Obispo, quien les entrega el libro del Oficio. Recibido el libro del oficio vuelven a su lugar y alli permanecen de pie.

29. Entonces, si se cree oportuno, puede cantarse la antifona siguiente u otra parecida:

Estoy desposada con aquél, a quien sirven los ángeles,
y cuya belleza admiran el sol у la luna.

Si es posible esta antifona la cantan las mismas vírgenes consagradas; pero si resulta difícil, la canta el coro.

30. Otra forma de entregar las insignias de la virginidad consagrada se describe en los números 94-97.

31. Terminado esto, las vírgenes vuelven a sus lugares en el presbiterio y continúa la Misa.

LITURGIA EUCARÍSTICA

32.
Es conveniente que mientras se canta el ofertorio algunas de las vírgenes recién consagradas lleven al altar el pan, vino y agua que servirán para el sacrificio eucarístico.

33. En la plegaria eucarística es oportuno hacer mención especial de la oblación virginal según las fórmulas que se encuentran en sus respectivos lugares.

34. Después que el Obispo ha dicho «La paz del Señor sea siempre con vosotros», da a las vírgenes recién consagradas, de un modo oportuno, la paz.

35. Después que el Obispo ha comulgado el Cuerpo y la Sangre del Señor, las vírgenes se acercan al altar y reciben el sacramento del Señor bajo las dos especies.

También pueden comulgar bajo las dos especies los padres y familiares de las vírgenes consagradas y todas las vírgenes consagradas.


DESPEDIDA

36.
Terminada la oración después de la comunión, las vírgenes recién consagradas se acercan al altar y el Obispo, de cara a ellas, dice:

Dios, Padre todopoderoso,
que ha hecho germinar en vuestros corazones
el propósito de la virginidad,
os lo conserve integro con su protección.

Todos:

Amén.

Obispo:

Jesucristo, el Esposo,
que se ha unido hoy a vosotras en alianza nupcial,
haga fecunda vuestra vida con su divina palabra.

Todos:

Amén.

Obispo:

El Espíritu Santo, fuente de vida,
que cubrió con su sombra a la Virgen
y que hoy, con su venida,
ha consagrado vuestros corazones,
os llene con su fuerza,
para que viváis entregadas
al servicio de Dios y de la Iglesia.

Todos:

Amén.

Finalmente bendice a todo el pueblo, diciendo:

Y a todos vosotros,
que habéis estado presentes en esta celebración,
os bendiga Dios todopoderoso,
Padre + Hijo + y Espíritu + Santo.

Todos:

Amén.

En los números 98-99 se propone otra fórmula de bendición.

38. Después de la bendición episcopal, si es oportuno, las vírgenes vuelven a tomar sus cirios; el coro, junto con el pueblo, entona un himno apto o un canto de acción de gracias y se organiza la procesión de salida, como en el rito de entrada.

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