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lunes, 22 de febrero de 2021

Manual de indulgencias: Cuatro concesiones generales.

Manual de indulgencias (4ª ed. 16-julio-1999; ed. española 2007)


CUATRO CONCESIONES GENERALES

PROEMIO

1.
 Se ofrecen en primer lugar cuatro concesiones de indulgencias, con las cuales se recuerda al fiel cristiano que impregne de espíritu cristiano las acciones de que está entretejida la vida cotidiana (1), y que en su estado de vida tienda a la perfección de la caridad (2).

(1) Cf. 1 Co 10, 31; Col 3, 17; Apostolicam Actuositatem 2-4 y 13.
(2) Cf. Lumen Gentium 39 y 40-42.


2. Las cuatro concesiones son efectivamente generales y cada una de ellas abarca varias obras del mismo género. Sin embargo, no se enriquecen con indulgencias todas estas obras, sino únicamente las que se realizan de un modo y con una actitud interna especiales.

Considérese, por ejemplo, la primera concesión, que se expresa en estos términos: «Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que, en el cumplimiento de sus obligaciones y en el sufrimiento de las dificultades de la vida, eleva su alma a Dios con humilde confianza, añadiendo aunque sólo sea mentalmente-alguna piadosa invocación. Con esta concesión, se enriquecen con indulgencia únicamente aquellos actos con los que el fiel cristiano, al cumplir sus obligaciones y soportar las dificultades de la vida, eleva su alma a Dios del modo dicho. Estos determinados actos, debido a la fragilidad humana, no son frecuentes.

Y si hay alguien tan diligente y fervoroso que multiplica estos actos muchas veces a lo largo del día, merece -además de un copioso aumento de gracia- una más amplia remisión de la pena, y, por su caridad, puede ayudar a las almas del purgatorio.

Lo mismo se puede decir de las otras tres concesiones.

3. Ya que las cuatro concesiones, como es evidente, concuerdan de modo especial con el Evangelio y con la doctrina de la Iglesia, expuesta de manera tan clara por el Concilio Vaticano II, se añaden, en provecho de los fieles, a cada concesión, algunos textos de la Sagrada Escritura y de los documentos del mismo Concilio.

CONCESIONES

I


Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que, en el cumplimiento de sus obligaciones y en el sufrimiento de las dificultades de la vida, eleva su alma a Dios con humilde confianza, añadiendo—aunque sólo sea mentalmente alguna piadosa invocación (1).

Con esta primera concesión los fieles cristianos son como llevados de la mano a cumplir el mandato de Cristo: «Hay que orar siempre sin desanimarse» (2), y al mismo tiempo se les enseña a cumplir las propias obligaciones, de manera que conserven y aumenten la unión con Cristo.

(1) Cf. Sagrada Penitenciaría Apostólica, Decr. Pia oblatio quotidiani laboris indulgentiis ditatur, 25 nov. 1961 (AAS 53 [1961) 827); Decr. Pia oblatio humani doloris indulgentiis ditatur, 4 jun. 1962 (AAS 54 [1962) 475); El 1968 y 1986, conc. gen. 1,
(2) Lc 18, 1.


La intención de la Iglesia al conceder la indulgencia es ilustrada de manera perfecta con los siguientes textos de la Sagrada Escritura:


«Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra у que llama se le abre» (3).

«Velad y orad para no caer en la tentación» (4).

«Tened cuidado: no se os embote la mente con los agobios de la vida... Estad siempre despiertos, orando» (5).

«Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» (6).

«Que la esperanza os tenga alegres, estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración» (7).

«Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (8).

«Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todos los santos» (9).

«Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (10).

«Sed constantes en la oración; que ella os mantenga en vela, dando gracias a Dios» (11).

«Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión» (12).

(3) Mt 7, 7-8.
(4) Mt 26, 41.
(5) Lc 21, 34-36.
(6) Hch 2, 42.
(7) Rm 12, 12.
(8) 1Co 10, 31.
(9) Ef 6, 18.
(10) Col 3, 17.
(11) Col 4, 2.
(12) 1 Ts 5, 17-18.


Y en los documentos del Concilio Vaticano II puede leerse:

«Todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán cada día más si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo» (13).

«Esta vida de unión intima con Cristo en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales... Los seglares deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cumplir como es debido los deberes temporales en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de su vida personal, sino que crezcan intensamente en ella, realizando sus tareas según la voluntad de Dios... Ni las preocupaciones familiares ni los demás negocios temporales deben ser ajenos a esta orientación espiritual de la vida, según el aviso del apóstol: “Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (14)» (15).

«La separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo... Por consiguiente, no deben oponerse falsamente entre sí las actividades profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra... Siguiendo el ejemplo de Cristo, que ejercitó un trabajo manual, alégrense más bien los cristianos de poder ejercer todas sus actividades terrestres, uniendo en una síntesis vital los esfuerzos humanos, domésticos, profesionales, científicos o técnicos con los bienes religiosos, bajo cuya altísima ordenación todo se coordina para la gloria de Dios» (16).

(13) Lumen Gentium 41.
(14) Col 3, 17
(15) Apostolicam Actuositatem 4.

(16) Gaudium et Spes 43.

II

Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que, movido por el espíritu de fe, pone su persona o sus bienes, con sentimientos de misericordia, al servicio de los hermanos necesitados (17).

Con la concesión de esta indulgencia, se incita al fiel cristiano a que, siguiendo el ejemplo y el mandamiento de Cristo Jesús (18), practique con más frecuencia obras de caridad o misericordia.

Sin embargo, no se enriquecen con indulgencia todas las obras de caridad, sino tan sólo las que se hacen «al servicio de los hermanos necesitados», como son los que carecen de comida o vestido para el cuerpo, o de instrucción o consuelo para el espíritu.

(17) Cf. Sagrada Penitenciaría Apostólica, Indulgentiae apostolicae, 27 jun. 1963 (AAS 55 (1963) 657-659); Enchiridium Indulgentiarum 1968 y 1986, conc. gen. II.
(18) Cf. Jn 13, 15; Hch 10, 38.

«Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme... Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (19).

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado; amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os améis unos a otros» (20).

«El que se encarga de la distribución, hágalo con generosidad... el que reparte la limosna, con agrado... Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor... Contribuid en las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad» (21).

«Podría repartir en limosnas todo lo que tengo..., si no tengo amor, de nada me sirve» (22).

«Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» (23).

«Vivid en el amor como Cristo os amó» (24).

«Dios mismo nos ha enseñado a amarnos los unos a los otros» (25).

«Conservad el amor fraterno» (26).

«La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo» (27).

«Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente» (28).

«Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición» (29).

«Poned todo empeño en... la piedad... el cariño fraterno... el amor» (30).

«Si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, nos amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (31).

(19) Mt 25, 35-36. 40; cf. también Tb 4, 7-8; Is 58, 7.
(20) Jn 13, 34-35.
(21) Rm 12, 8. 10-11. 13.
(22) 1Co 13, 3.
(23) Ga 6, 10.
(24) Ef 5, 2.
(25) 1 Ts 4, 9.
(26) Hb 13, 1.
(27) St 1, 27; cf. St 2, 15-16.
(28) 1 P 1, 22.
(29) 1 P 3, 8-9.
(30) 2 P 1, 5. 7.
(31) 1 Jn 3, 17-18.


«Dondequiera que haya hombres carentes de alimentos, vestido, vivienda, medicinas, trabajo, instrucción, medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o afligidos por la desgracia o por la falta de salud, o sufriendo el destierro o la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con diligente cuidado y ayudarles con la prestación de auxilio... Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable y aparezca como tal, es necesario ver en el prójimo la imagen de Dios, según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor, a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado» (32).

«Como las obras de caridad y de misericordia ofrecen un testimonio excelente de la vida cristiana, la formación apostólica debe llevar también a la práctica de tales obras, para que los fieles cristianos aprendan desde niños a compadecerse de los hermanos y a ayudarlos generosamente cuando lo necesiten» (33).

«Los cristianos, recordando las palabras del Señor: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os améis unos a otros” (34), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy... Quiere el Padre que reconozcamos y amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres, con la palabra y con las obras» (35).

(32) Apostolicam Actuositatem 8.
(33) Apostolicam Actuositatem 31 c.
(34) Jn 13, 35.
(35) Gaudium et Spes 93.


III

Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que, con espíritu de penitencia, se priva voluntariamente de alguna cosa lícita y agradable (36).

Esta tercera concesión es muy oportuna en nuestros días, en que, además de la ley, ciertamente muy suave, del ayuno y de la abstinencia de carne, es muy conveniente exhortar a los fieles a la práctica de ejercicios de penitencia (37).

Así, se estimula al fiel cristiano a que, refrenando sus concupiscencias, aprenda a dominar su propio cuerpo y a identificarse con Cristo pobre y sufriente (38).

Pero la privación tendrá más valor si va unida a la caridad, según las palabras de san León Magno: «Consagremos a la virtud lo que negamos al placer. Conviértase en alimento de los pobres la abstinencia del que ayuna» (39).

(36) Enchiridium Indulgentiarum 1968 y 1986, conc. gen. III.
(37) Cf. Pablo VI, Const. Ap. Paenitemini, III, c.
(38) Cf. Mt 8, 20; 16, 24.
(39) Sermón 13 (alias: 12) De ieiunio decimi mensis, 2 (PL 54, 172).

«El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo» (40).

«Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (41).

«Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis» (42)

«Sufrimos con él para ser también con él glorificados» (43).

«Un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos, para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; boxeo, pero no contra el aire; mis golpes van a mi cuerpo y lo tengo a mi servicio» (44).

«En toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (45).

«Es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él» (46).

«Enseñándonos a renunciar... a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa» (47).

«Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste en su gloria, reboséis de gozo» (48).

(40) Lc 9, 23; cf. Lc 14, 27.
(41) Lc 13, 5; cf. Lc 13, 3.
(42) Rm 8, 13.
(43) Rm 8, 17.
(44) 1 Co 9, 25-27.
(45) 2 Co 4, 10.
(46) 2 Tm 2, 11-12
(47) Tt 2, 12
(48) 1 P 4, 13.


«Con singular cuidado, edúqueseles en la obediencia sacerdotal, en el tenor de vida pobre y en el espíritu de la propia abnegación, de suerte que se habitúen a renunciar con prontitud incluso a las cosas lícitas... Y a asemejarse a Cristo crucificado» (49).

«Los fieles, en virtud de su sacerdocio regio, cooperan a la oblación de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración у acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa en la abnegación y caridad operante» (50).

«Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedientes a la voz del Padre, y adorando a Dios Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria» (51).

«La Iglesia exhorta a todos los fieles a que, además de las molestias y sacrificios que forman parte de la vida cotidiana, hagan caso del precepto divino de la penitencia, afligiendo también al cuerpo con algunos actos de mortificación... La Iglesia desea indicar que hay tres formas principales, recibidas de la tradición, con que puede satisfacerse el precepto divino de la penitencia; a saber, la oración, el ayuno y las obras de caridad, aunque se fije de manera especial en la abstinencia de carne y el ayuno. Estas maneras de practicar la penitencia han sido corrientes en todo tiempo, pero en nuestra época se aducen unos motivos por los cuales, según las circunstancias de cada lugar, se insiste en cierto modo de penitencia por encima de los demás. Y así, entre la gente que goza de una superior situación económica, se ha de urgir el testimonio de abnegación de manera que los fieles cristianos no se identifiquen con los criterios de este mundo, y se ha de urgir al mismo tiempo el testimonio de la caridad hacia los hermanos, incluso los que viven en países lejanos, que sufren pobreza y hambre» (52).

(49) Optatam Totius 9.
(50) Lumen Gentium 10.
(51) Lumen Gentium 41.
(52) Pablo VI, Const. Ap. Paenitemini, III, c.

IV

Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que, en circunstancias particulares de la vida cotidiana, de testimonio explícito de la fe ante los demás.

Esta concesión estimula al fiel cristiano a profesar su fe ante los demás, para gloria de Dios y edificación de la Iglesia.

San Agustín ha escrito: «Tu Símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él, para ver si crees todo aquello que confiesas creer, y alégrate cada día por tu fe»
(53). La vida cristiana de cada día será, de este modo, como el «Amén» con que termina el «Credo» de la profesión de fe de nuestro Bautismo (54).

(53) Sermón 58, 11, 13 (PL 38, 399).
(54) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1064.

«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi padre del cielo».

«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (56).

«Seréis mis testigos» (57).

«A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo» (58).

«En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo... Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor, y Dios los miraba a todos con mucho agrado» (59).

«Vuestra fe es alabada en todo el mundo» (60).

«Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación» (61).

«Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos» (62).

«No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (63).

«Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido; pero, si sufre por ser cristiano, que no se avergüence, que dé gloria a Dios por este nombre» (64).

«Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (65).

(55) Mt 10,32
(56) Lc 11, 28.
(57) Hch 1,8
(58) Hch 2, 46.
(59) Hch 4, 32-33.
(60) Rm 1, 8.
(61) Rm 10,9-10.
(62) 1 Tm 6, 12.
(63) 2 Tm 1,8.

(64) 1 P 4, 15-16.
(65) Jn 4, 15,


«A fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la palabra de Dios y cumplir con las obras su voluntad con la ayuda de la gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de manera constante a la oración, a la abnegación de sí mismo, al fraterno y solícito servicio de los demás y al ejercicio de todas las virtudes» (66).

«Los cristianos están llamados a ejercer el apostolado individual en las variadas circunstancias de su vida; recuerden, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza... Por ello, los cristianos han de ejercer el apostolado aunando sus esfuerzos. Sean apóstoles tanto en el seno de las familias como en las parroquias y diócesis, las cuales expresan el carácter comunitario del apostolado, y en los grupos cuya constitución libremente decidan» (67).

«La naturaleza social del hombre exige que éste manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria» (68).

«No basta que el pueblo cristiano esté presente y establecido en un pueblo ni que desarrolle el apostolado del ejemplo; se establece y está presente para anunciar con sus palabras y con su trabajo a Cristo a sus conciudadanos no cristianos y ayudarles a la recepción plena de Cristo» (69).

(66) Lumen Gentium 42.
(67) Apostolicam Actuositatem 18.
(68) Dignitatis Humanae 3.
(69) Ad Gentes 15.

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