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jueves, 12 de marzo de 2020

Bendición de un nuevo seminario

Bendicional, 31 de mayo de 1984 (ed. española 19-marzo-2020)

Segunda parte. Bendiciones que atañen a las construcciones y a las diversas actividades de los cristianos.

CAPÍTULO XI
BENDICIÓN DE UN NUEVO SEMINARIO

553. Cuando se abre un nuevo seminario o casa donde se forman los candidatos a las sagradas Órdenes, es conveniente disponer de un rito particular de bendición.

554. Como quiera que la apertura de un nuevo seminario influye de algún modo en la vida espiritual de los cristianos de toda la diócesis, debe comunicarse a su debido tiempo el día que tendrá lugar la bendición, para que pueda asistir a ella el mayor número posible de fieles, o al menos se unan espiritualmente por la oración. Para facilitar la asistencia, como también por razón del carácter del rito, se escogerá un día festivo, de preferencia un domingo.

555. Cuando se dedica o bendice la iglesia del seminario, en las letanías o en la oración de los fieles pueden intercalarse, según las circunstancias, algunas invocaciones o intenciones relacionadas con las circunstancias peculiares de la casa y de la formación de los alumnos.

556. El rito que aquí se describe lo usa el Obispo o también el presbítero, los cuales, respetando la estructura del rito, adaptarán la celebración a las circunstancias de los presentes y del momento.

557. En aquellos lugares donde se hace la bendición de todas las casas en el tiempo pascual o en otro tiempo determinado, el celebrante, con los elementos indicados en este Rito, puede preparar una adecuada celebración, que aprovecha al bien espiritual de los alumnos que en ella participan.

RITO DE LA BENDICIÓN

Ritos iniciales

558. Los alumnos y los fieles se reúnen en el lugar donde se ha erigido el nuevo seminario que se va a bendecir, y se interpreta, según convenga, un canto adecuado.

559. Terminado el canto, el celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:
Amén.

560. Luego el celebrante saluda a los presentes, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, 
que es la eterna Sabiduría y el único Maestro, 
esté con todos vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
O bien:
A él la gloria por los siglos de los siglos.

561. Luego el celebrante habla brevemente a los presentes para disponer su ánimo a la celebración y explicar el rito; puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos, por la misericordia de Dios nos hemos congregado aquí para la bendición de un nuevo seminario, que es un gran regalo de la generosidad divina. Un seminario —como su mismo nombre indica— es como un semillero destacado en la diócesis, donde se forman los ministros de la Iglesia. Pidamos, pues, al Señor que este nuevo seminario sea una escuela de oración y un aula de erudición divina y que a los alumnos que reciba, los devuelva convertidos en pastores celosos para vosotros y en compañeros y colaboradores nuestros en el sagrado ministerio.

562. Todos oran un rato en silencio. Luego prosigue:
Dirige tu mirada, Señor, sobre esta Iglesia de N.
que ha erigido este nuevo seminario; 
haz que, con tu ayuda, 
los futuros ministros de Cristo que en él vivirán, 
mediante la vida en común 
y el estudio de las ciencias sagradas, 
se preparen para ejercer debidamente 
tan elevado ministerio. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Lectura de la Palabra de Dios

563. Luego, los lectores o el diácono leen uno o varios textos de la Sagrada Escritura, principalmente de los que se proponen a continuación o de los que se hallan en el Leccionario para la administración de las Sagradas Órdenes (1), intercalando los convenientes salmos responsoriales, o bien, espacios de silencio. La lectura del Evangelio ha de ser el acto más relevante.

(1) Cf. Missale romanum, Ordo Lectionum Missae, núms. 770-774. Cf Misal Romano, Leccionario V, Antiguo Testamento, Nuevo testamento, Salmos, Evangelios.

564. Como primera lectura puede emplearse el texto siguiente:

Fijaos en vuestra asamblea, hermanos 1 Cor 1, 26—2, 5: 
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

Fijaos en vuestra asamblea, hermanos, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos  aristócratas, sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así —como está escrito—: «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor». Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Palabra de Dios.

565. Pueden también leerse:

Habla, Señor, que tu siervo escucha 1 Sam 3, 1-10
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del primer libro de Samuel.

El joven Samuel servía al Señor al lado de Elí. En aquellos días era rara la palabra de Señor y no eran frecuentes las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver. La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió: «Aquí estoy». Corrió adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado. Vuelve a acostarte». Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Respondió: «No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte». Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: «Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha"». Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: «Samuel, Samuel», Respondió Samuel: «Habla, que tu siervo escucha».

Palabra de Dios.

Manda tu sabiduría para que me asista en mis trabajos Sab 9, 1-6. 10-18
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro de la Sabiduría.

«Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tus palabras hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre las criaturas que tú has hecho, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón. Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada.
Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor. Así aceptarás mis obras, juzgaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre. Pues, ¿qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se  imaginará lo que el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa. Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto? Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría».

Palabra de Dios.

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! 1 Cor 9, 7-27
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos: ¿Quién hace el servicio militar a sus propias expensas? ¿Quién planta una viña y no come su fruto? ¿O quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño? ¿Acaso digo esto desde una perspectiva humana? ¿O no lo dice también la ley? Pues en la ley de Moisés está escrito: «No pondrás bozal al buey que trilla». ¿Acaso se preocupa Dios de los bueyes? ¿No lo dice precisamente por nosotros? Por nosotros precisamente se escribió que el que ara debe arar con esperanza y el que trilla con la esperanza de tener parte en la cosecha. Si nosotros hemos sembrado entre vosotros lo espiritual, ¿será extraño que cosechemos lo material? Si otros gozan de ese derecho entre vosotros, ¿no lo tendremos más nosotros? Pero no hemos utilizado este derecho, sino que todo lo soportamos, para no poner impedimento al Evangelio de Cristo. ¿No sabéis que los que se ocupan en las cosas sagradas comen del templo, que los que sirven al altar participan del altar? De igual modo ordenó el Señor que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio. Pero yo no he hecho uso de nada de esto. Es decir que no he escrito estas cosas para que se haga así conmigo. (¡Más me valdría morir...!). Nadie me quitará esta gloria. El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho judío con los judíos, para ganar a los judíos; con los que están bajo ley me he hecho como bajo ley, no estando yo bajo ley, para ganar a los que están bajo ley; con los que no tienen ley me he hecho como quien no tiene ley, no siendo yo alguien que no tiene ley de Dios, sino alguien que vive en la ley de Cristo, para ganar a los que no tienen ley. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes. ¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado.

Palabra de Dios.

566. Si se canta el salmo responsorial, puede tomarse uno de los siguientes:

Salmo responsorial Sal 83, 3-4. 5 y 11 (R.: 5)
R. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.

V. Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne 
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.

V. Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R.

567. O bien:

Sal 15, 1b-2 y 5. 7-8. 11. (R.: cf. 5)
R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

V. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. 
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
No hay bien para mí fuera de ti.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R.

V. Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.

V. Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.

Sal 22, 1b-3. 4. 5. 6. (R.: 1b)
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

V. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R.

V. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

V. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

V. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.

Sal 99, 1b-2. 3. 4. 5. (R.: Jn 15, 14)
R. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

V. Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R.

V. Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

V. Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos, 
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R.

V. «El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades». R.

568. Como evangelio puede emplearse el texto siguiente:

La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos Mt 9, 35-38
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas,  «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Palabra del Señor.

569. Pueden también leerse: 

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido Mt 13, 44-46
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Palabra del Señor.

Jesús a sus discípulos se lo enseñaba todo en privado Mc 4, 1-2. 26b-34
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Marcos.

Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar. Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.

Jesús les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras Lc. 24, 44-48
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

Se apareció Jesús a sus discípulos, y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Palabra del Señor.

Vieron dónde vivía Jesús y se quedaron con él Jn 1, 35-42
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Al día siguiente, Juan vio a Jesús que pasaba, y dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Palabra del Señor.

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo Jn 20, 19-23
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerra-das por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor.

570. Luego el celebrante hace la homilía, en la que explica las lecturas bíblicas y el significado de la celebración.

Preces

571. Sigue la plegaria común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento o de las personas.

V. En Cristo, que es la imagen perfecta del Padre, están encerrados todos los tesoros de la gracia y del saber. Acudamos a él con confianza e invoquémoslo, diciendo:
R. Señor, haz que te sigamos adonde vayas.
O bien: R. Señor, fíjate en tus elegidos.
O bien: R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
Señor Jesucristo, que reuniste a los discípulos para instruirlos y asociarlos al servicio del reino, haz que también nosotros nos esforcemos por imitarte y consagrarnos al servicio del pueblo de Dios. R.
 Tú que oraste por los discípulos para que fueran consagrados en la verdad, derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, a fin de que, unidos a ti, demos fruto, y nuestro fruto dure. R.
 Tú que, como sumo sacerdote escogido entre los hombres, hiciste del pueblo redimido por ti un reino de sacerdotes de Dios, tu Padre, haz que con nuestra palabra y nuestra vida, demos testimonio de lo que hemos creído al meditar tu ley. R.
 Tú que, para cumplir la voluntad del Padre, escogiste un género de vida virginal y pobre, haz que, amando a Dios sobre todo, y entregados totalmente a él, nos unamos a ti y nos esforcemos por vivir sólo para agradarte. R.
 Tú, a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, haz que, instruidos en la sabiduría de la cruz, hablemos y vivamos en la manifestación y el poder del Espíritu. R.
 Tú que nos mandaste rogar al Padre que mande trabajadores a su mies, escucha nuestras súplicas, para que, a medida que va aumentando la tarea, se multipliquen también los trabajadores. R.

Oración de bendición

572. El celebrante, con las manos extendidas, dice:
Te bendecimos, Señor, y alabamos tu Nombre, 
porque, siguiendo el inefable designio de tu misericordia, 
determinaste que el único y supremo sacerdocio de Cristo 
permaneciera para siempre, y que su eficacia invisible 
sustentara continuamente a tu Iglesia, 
por medio de ministros visibles. 
Tu Hijo, en efecto, manifiesta a todos los hombres 
el misterio de tu amor, 
cuando los predicadores del Evangelio 
proclaman la Palabra de salvación; 
Él, sentado a la derecha de tu gloria, 
ora con nosotros 
cuando resuena la oración de los sacerdotes, 
y se digna actualizar la Oblación de sí mismo, 
cuando los sacerdotes celebran los sagrados misterios del altar; 
Él dirige y gobierna tu Iglesia 
cuando los pastores guardan y apacientan 
las ovejas que tienen confiadas. 
Dirige, pues, tu mirada, Señor, sobre esta Iglesia de N.
que ha construido este nuevo seminario, 
para que los futuros ministros de Cristo que en él vivirán, 
mediante la vida en común 
y el estudio de las ciencias sagradas,
encuentren en este lugar la debida formación 
para ejercer tan sublime ministerio.
Te pedimos, Padre santo, 
que los que has destinado a ser mensajeros del Evangelio 
y ministros del altar 
aprendan aquí, en la oración, lo que después enseñarán, 
y vayan asimilando lo que han de testimoniar con su vida; 
que aquí se habitúen a ofrecer sacrificios espirituales 
y, en la participación de los sagrados misterios, 
experimenten la eficacia saludable 
de los sacramentos celestiales; 
que aquí, con su obediencia, sean como las ovejas 
que conocen al buen Pastor, 
para que ellos, 
una vez constituidos pastores del rebaño del Señor, 
sepan dar generosamente la vida 
por las ovejas a ellos encomendadas. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

573. Después de la oración de bendición, el celebrante rocía con agua bendita a los presentes y el nuevo edificio, mientras se canta la antífona:

Ant. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

Nos congregó y unió el amor de Cristo.
Regocijémonos y alegrémonos en él.
Temamos y amemos al Dios vivo,
y amémonos con corazón sincero.

Ant. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

Pues estamos en un cuerpo congregados,
cuidemos no se divida nuestro afecto.
Cesen las contiendas malignas, cesen los litigios,
y en medio de nosotros esté Cristo Dios.

Ant. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

Veamos juntamente con los santos
tu glorioso rostro, ¡oh, Cristo Dios!
Éste será gozo inmenso y puro,
por los siglos de los siglos infinitos.

U otro canto adecuado.

Conclusión del rito

574. Luego el diácono, según las circunstancias, invita a los presentes a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:
Inclinaos para recibir la bendición.
El celebrante, con las manos extendidas sobre los presentes concluye el rito diciendo:
Dios, que no deja de proveer de pastores a su pueblo, 
derrame sobre su Iglesia el espíritu de piedad y fortaleza, 
para que los llamados por él
asuman el ministerio sacerdotal, 
con la gracia del Espíritu Santo, 
y se esfuercen por ejercerlo dignamente.
R. Amén.
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, 
os bendiga Dios todopoderoso, 
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
R. Amén.

575. O bien:
Dios, a cuya llamada habéis respondido generosamente, 
y en el cual ponéis la firme esperanza 
de ser en el futuro servidores fieles y cumplidores 
en el ejercicio del sagrado ministerio, 
derrame sobre vosotros su bendición.
R. Amén.
Y, ya que aspiráis a participar 
del sacerdocio ministerial de Cristo, 
el Espíritu Santo os llene de sus dones, 
para que realicéis una forma de vida apostólica.
R. Amén.
El Señor dirija con su amor 
vuestros días y vuestras acciones, 
para que podáis realizar entre los hombres 
la obra salvadora de Cristo 
y perseverar con asiduidad en el servicio de la Iglesia.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, 
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R. Amén.

576. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.

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