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sábado, 7 de marzo de 2020

Bendición de los peregrinos.

Bendicional, 31 de mayo de 1984 (ed. española 19-marzo-2020)

Primera parte. Bendiciones que se refieren directamente a las personas.

CAPÍTULO VII
BENDICIÓN DE PEREGRINOS.

460. Las peregrinaciones a los lugares sagrados, a los sepulcros de los santos y a los santuarios, ya se hagan en la forma tradicional o de un modo nuevo, han de ser tenidas en gran estima en la vida pastoral, ya que estimulan a los fieles a la conversión, alimentan su vida cristiana y promueven la actividad apostólica.

461. Conviene explicar e incluso preparar debidamente lo que es propio de la peregrinación cristiana, es decir, su naturaleza espiritual, para que los peregrinos sean de verdad «heraldos de Cristo» (1) y reciban con abundancia los frutos de la peregrinación.

(1) CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, núm. 14.

462. Para conseguir esto más fácilmente, muchas veces será provechoso, con ocasión del comienzo o del final de la peregrinación, organizar una adecuada celebración en la que se imparta a los peregrinos una bendición especial.

463. Si se prefiere empezar o clausurar la peregrinación con la celebración de la Misa o de la Liturgia de las Horas o de otra acción litúrgica puede concluirse todo con la bendición especial de los peregrinos, según los ritos indicados más adelante.

464. Los ritos que aquí se proponen pueden utilizarlos el sacerdote o el diácono. Éstos, respetando la estructura del rito y sus elementos principales, adaptarán las celebraciones a las circunstancias de la peregrinación y del lugar.

Ritos:
I. Bendición al principio de la peregrinación.
II. Bendición al final de la peregrinación.

I. RITO DE LA BENDICIÓN DE LOS PEREGRINOS AL EMPRENDER EL CAMINO

Ritos iniciales

465. Reunida la comunidad de peregrinos, según las circunstancias, se canta el salmo 121 (122)
u otro canto adecuado. Terminado el canto, el celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:
Amén.

466. Luego saluda a los presentes, diciendo:
Dios, que es nuestra salvación y nuestro consuelo, 
esté con todos  vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

Todos responden:
Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado.

467. El celebrante dispone a los presentes a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: A punto de emprender esta santa peregrinación, conviene recordar cuál ha sido nuestra intención al concebir este santo propósito. Los lugares que deseamos visitar atestiguan la devoción del pueblo de Dios, que acude allí en gran número para volver fortalecidos en su voluntad de vivir cristianamente y de practicar con alegría la caridad.

Pero también nosotros, los peregrinos, debemos aportar algo a los fieles que viven allí, a saber, el ejemplo de nuestra fe, esperanza y caridad, para que todos, los que allí viven y nosotros, nos edifiquemos mutuamente.

Lectura de la Palabra de Dios

468. Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee un texto de la Sagrada Escritura.

Estamos desterrados lejos del Señor 2 Cor 5, 6b-10:
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

Mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal.

Palabra de Dios.

469. Pueden también leerse: 

Caminemos a la luz del Señor Is 2, 2-5
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del profeta Isaías.

En los días futuros estará firme el monte de la casa Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sion saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén». Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.

Palabra de Dios.

Subieron a Jerusalén Lc 2, 41-51
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando termino, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, o escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me -buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Palabra del Señor.

Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos Lc 24, 13-35
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, el mismo día de la resurrección de Jesús, dos de los discípulos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

Acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe Heb 10, 19-25
Escuchad ahora, hermanos, las palabras de la carta a los Hebreos.

Hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario, nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa. Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras; no faltemos a las asambleas, como suelen hacer algunos, sino animémonos tanto más cuanto más cercano veis el Día.

Palabra de Dios.

Como a extranjeros y peregrinos 1 Pe 2, 4-12
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pedro.

Queridos hermanos: Acercándoos a Jesús, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo. Por eso se dice en la Escritura: «Mira, pongo en Sion una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no queda defraudado». Para vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, pero para los incrédulos la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular, y también piedra de choque y roca de estrellarse; y ellos chocan al despreciar la palabra. eso precisamente estaban expuestos. Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais “no-pueblo", ahora sois pueblo de Dios, los que antes erais “no compadecidos”, ahora sois objeto de compasión. Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida.

Palabra de Dios.

470. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.

Salmo responsorial Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 6)
R. Éste es la generación que busca tu rostro, Señor.

V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.

V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.

V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.

471. O bien:

Sal 26, 1bcde. 4. 13-14 (R.: 4ac) 
R. Una cosa pido al Señor, 
habitar en la casa del Señor.

V. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.

V. Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R.

V. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.

472. El celebrante, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.

Preces

473. Sigue la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de los peregrinos o del lugar.

Llenos de confianza, invoquemos a Dios, principio y fin de nuestra peregrinación humana, diciendo:
R. Acompáñanos, Señor, en nuestro camino.
Padre santo, que antiguamente fuiste guía y camino para el pueblo que peregrinaba en el desierto, protégenos ahora que vamos a emprender este camino y haz que, superado todo peligro, regresemos felizmente a nuestro hogar. R.
— Tú que nos diste a tu Hijo único como el camino para llegar a ti, haz que lo sigamos con fidelidad y perseverancia. R.
— Tú que nos diste a María siempre Virgen como modelo y ejemplo del seguimiento de Cristo, haz que, teniéndola ante nuestra mirada, andemos siempre en una vida nueva. R,
— Tú que, por el Espíritu Santo, guías hacia ti a la Iglesia que peregrina en este mundo, haz que, buscándote a ti por encima de todo, corramos por el camino de tus mandatos. R.
— Tú que nos llamas hacia ti por senderos de justicia y de paz, haz que un día podamos contemplarte en la patria eterna. R.

Oración de bendición

474. El celebrante, con las manos extendidas, añade:
Dios todopoderoso, 
que otorgas tu misericordia a los que te aman 
y en ningún lugar estás lejos de los que te buscan, 
asiste a tus servidores 
que emprenden esta piadosa peregrinación 
y dirige su camino según tu voluntad; 
que de día los cubra tu sombra protectora 
y de noche los alumbre la luz de tu gracia, 
para que, acompañados por ti, 
puedan llegar felizmente al lugar de su destino. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión del rito

475. El celebrante concluye el rito, diciendo:
El Señor dirija nuestro camino 
y lo haga próspero y saludable.
R. Amén.
El Señor nos asista 
y se digne ser nuestro acompañante.
R. Amén.
Que el camino que ahora confiadamente emprendemos 
lo terminemos felizmente con la ayuda de Dios.
R. Amén.

476. Según las circunstancias, se entona un canto adecuado.


II. BENDICIÓN DE LOS PEREGRINOS ANTES O DESPUÉS DE SU REGRESO

477. Reunida la comunidad de peregrinos, se entona, según las circunstancias, algún canto adecuado, por ejemplo: Urbs lerusalem beata, u otro que se adapte al lugar y a las circunstancias.

Terminado el canto, el celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:
Amén.

478. Luego el celebrante saluda a los presentes, diciendo:
Dios, que es nuestra esperanza y nuestro consuelo, 
os llene de paz y de gozo en el Espíritu Santo.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

Todos responden:
Amén.
O bien:
A él la gloria por los siglos de los siglos.
O de otro modo adecuado.

479. El celebrante dispone a los presentes a recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:

Esta peregrinación ha sido un tiempo de gracia que Dios nos ha concedido. Al visitar con fe estos santos lugares, sentimos un impulso de renovación espiritual.

Los santuarios que hemos visitado son un signo de aquella Casa de Dios no hecha por mano de hombre, es decir, el Cuerpo de Cristo, del cual nosotros somos piedras vivas y elegidas, edificados sobre él, que es la Piedra angular. Ahora, al volver a casa, hemos de esforzarnos en vivir nuestra vocación cristiana, por la cual somos realmente una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada y un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Lectura de la Palabra de Dios

480. Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee un texto de la Sagrada Escritura.

Ante tí, oh, Dios, somos forasteros y huéspedes 1 Crón 29, 9-18
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del primer libro de la Crónicas.

El pueblo se alegró por estas ofrendas espontáneas que, de todo corazón, los cabezas de familia y los demás daban al Señor; también el rey David sentía una gran alegria.
Entonces David bendijo al Señor ante toda la asamblea y dijo:
«Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos.
Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra,
tú eres rey y soberano de todo
De ti viene la riqueza y la gloria, tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos.
Por eso, Dios nuestro, nosotros te damos gracias,
alabando tu nombre glorioso.
Pues ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para poder ofrecerte estos donativos? Todo viene de ti y te damos lo que hemos recibido de tus manos. Ante ti somos forasteros y huéspedes, como nuestros padres. Nuestra vida terrena es como una sombra sin esperanza Señor, Dios nuestro, todo lo que hemos preparado para construir un templo a tu santo Nombre viene de tu mano y todo es tuyo. Bien sé, Dios mío, que sondeas el corazón y te agrada la rectitud. Te he ofrecido todo esto con un corazón recto y veo con alegria a tu pueblo aquí reunido ofreciéndote voluntariamente sus dones. Señor, Dios de nuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob, mantén siempre en el corazón de tu pueblo esta forma de pensar y dirige su corazón hacia ti».

Palabra de Dios.

481. Pueden también leerse: 

Contaron lo que les había pasado por el camino Lc 24, 28-35
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

Los discípulos llegaron cerca de la aldea adonde iban y Jesús simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

Levántate, toma tu camilla y echa a andar Jn 5, 1-15
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar"». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.

Palabra del Señor.

Fui, me lavé, y empecé a ver Jn 9, 1-38
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?». Jesús contestó: «Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?». Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?». Contestó: «No lo sé». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado», Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y que había comenzado a ver hasta que llaman a sus padres y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse». Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él». Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo Le preguntan de nuevo: «¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para que queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?». Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es» dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.

Palabra del Señor.

Había ido a Jerusalén para adorar e iba de vuelta Hch 8, 26-35
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles.

Un ángel del Señor habló a Felipe y le dijo: «Levántate y marcha hacia el sur, por el camino de Jerusalén a Gaza, que está desierto». Se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido a Jerusalén para adorar. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza». Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Contestó: «¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?». E invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este: «Como cordero fue llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, así no abre su boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá contar su descendencia? Pues su vida ha sido arrancada de la tierra». El eunuco preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?». Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús.

Palabra de Dios,

Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura Heb 13, 12-21
Escuchad ahora, hermanos, las palabras de la carta a los Hebreos.

Hermanos: Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la puerta. Salgamos, pues, hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios. Obedeced y someteos a vuestros guías, pues ellos se desvelan por vuestro bien, sabiéndose responsables; así lo harán con alegría y sin lamentarse, cosa que no os aprovecharía. Rezad por nosotros; estamos convencidos de tener la conciencia limpia, y deseos de proceder en todo noblemente. Con la mayor insistencia os pido que lo hagáis para que muy pronto os sea yo devuelto. Que el Dios de la paz, que hizo retornar de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, Jesús Señor nuestro, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os confirme en todo bien para que cumpláis su voluntad, realizando en nosotros lo que es de su agrado por medio de Jesucristo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

482. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.

Salmo responsorial Sal 121, 1b-2. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: cf. 1)
R. Vamos alegres a la casa del Señor.

V. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.

V. Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.

V. Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R.

V. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.

483. O bien:

Sal 83, 3. 4. 5-6. 7-8 (R.: 2) 
R. ¡Qué deseables son tus moradas, 
Señor del universo!

V. Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R.

V. Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.

V. Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón. R.

V. Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver al Dios de los dioses en Sion. R.

484. El celebrante, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.

Preces

485. Sigue la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de los peregrinos o del lugar.

Invoquemos al Señor de cielo y tierra, que ha querido que la plenitud de la Divinidad habitara en la naturaleza humana de Cristo, y digámosle:
R. Vuelve los ojos desde tu santa morada, Señor, y bendice a tu pueblo.
Padre santo, que quisiste que en el éxodo pascual fuera prefigurado místicamente el camino de salvación que ha de recorrer tu pueblo, haz que al cumplir nuestra peregrinación nos adhiramos a ti con ánimo fuerte y voluntad plena. R.
 Tú que has puesto a tu Iglesia en el mundo como un santuario desde donde brilla la luz verdadera, haz que hacia ella confluyan de todas partes pueblos numerosos y marchen por tus senderos. R.
 Tú que nos has revelado que aquí no tenemos ciudad permanente, haz que andemos con fe en busca de la futura. R.
 Tú que nos enseñas que en los caminos de la vida hay que discernir los signos de tu presencia, haz que también nosotros tengamos a tu Hijo por compañero de camino y de mesa en la fracción del pan. R.

Oración de bendición

486. El celebrante, con las manos extendidas, añade:
Bendito seas, Dios, 
Padre de nuestro Señor Jesucristo, 
que de entre todas las naciones 
te elegiste un pueblo consagrado a ti, 
dedicado a las buenas obras; 
tú que has tocado con tu gracia 
el corazón de estos hermanos 
para que se unan a ti con más fe 
y te sirvan con mayor generosidad, 
dígnate colmarlos de tus bendiciones, 
para que, al regresar a su casa con alegría, 
proclamen de palabra tus maravillas 
y las manifiesten ante todos con sus obras. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión del rito

487. El celebrante concluye el rito, diciendo:
El Señor de cielo y tierra, 
que ha estado con vosotros en esta peregrinación, 
os guarde siempre.
R. Amén.
Dios, que en Cristo Jesús 
ha reunido a sus hijos dispersos, 
os conceda que tengáis en él 
un mismo pensar y un mismo sentir.
R. Amén.
Dios, que activa en vosotros 
el querer y la actividad 
para realizar su designio de amor, 
os bendiga y reafirme vuestra devoción.
R. Amén.

488. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.

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