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lunes, 16 de marzo de 2020

Bendición de un nuevo hospital o de un centro para el cuidado de los enfermos.

Bendicional, 31 de mayo de 1984 (ed. española 19-marzo-2020)

Segunda parte. Bendiciones que atañen a las construcciones y a las diversas actividades de los cristianos.

CAPÍTULO XV
BENDICIÓN DE UN NUEVO HOSPITAL O DE CUALQUIER CENTRO DESTINADO AL CUIDADO DE ENFERMOS

647. Todas las casas destinadas al cuidado de los enfermos pueden con razón ser consideradas como un signo de la fidelidad con que los discípulos de Cristo observan el mandato evangélico de atender a los enfermos. En la inauguración de estos establecimientos, se ofrece la oportunidad pastoral de reunir a la comunidad cristiana y hacer que los fieles comprendan mejor el significado de la enfermedad y la importancia que reviste la medicina en los designios de la providencia divina.

648. Esta bendición no se refiere directamente a los enfermos, sino más bien a los que de algún modo los atienden y los sirven. Por lo mismo, la bendición del hospital no debe hacerse sin la participación de los médicos y demás personas que tienen a su cargo el cuidado de los pacientes.

649. Este rito pueden utilizarlo el presbítero o el diácono, los cuales, respetando su estructura y elementos principales, podrán adaptar cada una de sus partes para que la celebración se acomode mejor a las circunstancias del lugar y de las personas.

650. En aquellos lugares donde se celebra cada año, durante el tiempo pascual o en otro tiempo determinado, la bendición en los hospitales o casas de salud, se preparará una celebración que tenga en cuenta a los enfermos, a los médicos y a los enfermeros, utilizando para ello los principales elementos de este Rito y el de la bendición de los enfermos, capítulo II, núms. 297-320.

También clínicas, ambulatorios, centros de salud, consultas médicas, de enfermería, de fisioterapia, etc.

RITO DE LA BENDICIÓN

Ritos iniciales

651. Reunida la comunidad en el lugar adecuado, después de un canto conveniente el celebrante dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:
Amén.

652. Luego el celebrante saluda a los presentes diciendo:
Jesús, el Señor, 
que recomendó a sus discípulos 
que atendieran a los enfermos 
y les proporcionaran alivio, 
esté con todos vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura.

Todos responden:
Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado.

653. El celebrante dispone a los presentes para recibir la bendición, con estas palabras u otras semejantes:

El Padre de misericordia y Dios del consuelo, que por medio de su Hijo nos alienta en el Espíritu Santo, ama y bendice de un modo especial a los que se encuentran atribulados, a los enfermos y a todos los que atienden y sirven a los enfermos.

Los enfermos, en efecto, no sólo completan en su carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia, sino que además representan en cierto modo al mismo Cristo, que afirmó que está presente en los enfermos y considera como dirigida a Sí mismo cualquier atención que se tenga con ellos.

Es justo, por tanto, que imploremos la bendición divina sobre los enfermos que (viven) vivirán en esta casa y sobre las personas que en ella se (dedican) dedicarán generosamente a atenderlos, y, por tanto, también sobre esta casa, destinada al cuidado de los enfermos.

Lectura de la Palabra de Dios

654. Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee un texto de la Sagrada Escritura. 

Traían a Jesús los enfermos, y él los curaba Mt 4, 23-25
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.

Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curo. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.

Palabra del Señor.

655. Pueden también leerse: 

Al médico lo creó el Señor Eclo 38, 1-14
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del libro del Eclesiástico.

Honra al médico por los servicios que presta, que también a él lo creó el Señor. Del Altísimo viene la curación, y del rey se reciben las dádivas. La ciencia del médico le hace erguir la cabeza, y es admirado por los poderosos. El Señor hace que la tierra produzca remedios, y el hombre prudente no los desprecia. ¿Acaso no endulzó el agua con un leño, para que se conociera su poder? Él es quien da la ciencia a los humanos, para que lo glorifiquen por sus maravillas. Con sus medios el médico cura y elimina el sufrimiento, con ellos el farmacéutico prepara sus mezclas. Y así nunca se acaban las obras del Señor, de él procede el bienestar sobre toda la tierra. Hijo, en tu enfermedad, no te desanimes, sino ruega al Señor, que él te curará. Aparta tus faltas, corrige tus acciones y purifica tu corazón de todo pecado. Ofrece incienso, un memorial de flor de harina y ofrendas generosas según tus medios. Luego recurre al médico, pues también a él lo creó el Señor; que no se aparte de tu lado, pues lo necesitas: hay ocasiones en que la curación está en sus manos. También ellos rezan al Señor, para que les conceda poder aliviar el dolor, curar la enfermedad y salvar tu vida.

Palabra de Dios.

Dios de todo consuelo 2 Cor 1, 3-7
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho, si pasamos tribulaciones, es para vuestro consuelo y salvación; si somos consolados, es para vuestro consuelo, que os da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que si compartís los sufrimientos, también compartiréis el consuelo.

Palabra de Dios.

Cada vez que que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis Mt 25, 31-46
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme". Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos  forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?". Y el rey les dirá: "En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis". Entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí,
malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis". Entonces también estos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?". Él les replicará: "En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo". Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

Palabra del Señor.

Practicó la misericordia con él Lc 10, 30-37
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva". ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor.

656. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado. 

Salmo responsorial Is 38, 10. 11. 12abcd. 16bcd (R.: cf. 17b)
R. Tú, Señor, detuviste mi alma ante la tumba vacía.

V. Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años». R.

V. Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo. R.

V. Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama». R.

V. ¡Señor, en ti espera mi corazón!,
que se reanime mi espíritu.
Me has curado, me has hecho revivir. R.

657. O bien:

Sal 101, 2-3. 24-25 (R.: 2)
R. Señor, escucha mi oración, 
que mi grito llegue hasta ti.

V. Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, 
escúchame en seguida. R.

V. Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: «Dios mío, no me arrebates en la mitad de mis días».
Tus años duran por todas las generaciones. R.

658. El celebrante, según las circunstancias, exhorta brevemente a los presentes, explicándoles la lectura bíblica, para que perciban por la fe el significado de la celebración.

Preces

659. Sigue la plegaria común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento o de las personas.

Supliquemos con humildad a Cristo, el Señor, que vino al mundo para curar a los enfermos y consolar a los afligidos:
R. Bendice, Señor, a los que en ti confían.
— Tú que viniste a curar a los enfermos y sanar los corazones afligidos, toma posesión de esta casa destinada al cuidado de los enfermos. R.
— Tú que, proclamando el Evangelio del reino, curabas las enfermedades y dolencias del pueblo, muestra a todos tu misericordia y tu bondad. R.
— Tú que tocabas a los enfermos y quedaban curados, presta el auxilio de tu gracia a los enfermos que aquí serán (son) atendidos. R.
— Tú que encomendaste a los, apóstoles que curaran a los enfermos, escucha las súplicas de tu Iglesia, que pide la salud para ellos. R.
— Tú que prometiste el premio celestial a los que en tu Nombre visiten y consuelen a los enfermos, infunde en nosotros sentimientos de compasión, para que sepamos descubrirte y amarte en los hermanos enfermos. R.

Oración de bendición

660. El celebrante, con las manos extendidas, dice la oración de bendición:
Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo, 
movido por la fuerza del Espíritu Santo,
curó nuestras enfermedades y dolencias 
y, al enviar a los discípulos a proclamar el Evangelio, 
les mandó que visitaran y curaran a los enfermos, 
concédenos, por tu bondad, 
que todos los que viven (vivan) en este lugar 
encuentren un trato humano 
y unas atenciones llenas de solicitud 
por parte de los médicos y sus ayudantes 
y que, al salir de aquí,
recuperada la salud del cuerpo y del espíritu, 
alaben para siempre tu misericordia. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

661. O bien:
Bendito seas, Dios y Padre nuestro, 
que, por medio de tu Hijo,
encomendaste al pueblo que anda en una vida nueva 
el cuidado y la solicitud por los enfermos; 
atiende nuestras súplicas: 
que este lugar sea, por la gracia del Espíritu Santo, 
una casa de bendición y una escuela de caridad; 
que los médicos ejerzan sabiamente su profesión, 
que los que cuidan de los enfermos 
practiquen este servicio con solicitud, 
que los fieles vengan aquí 
para visitar a Cristo en la persona de los hermanos, 
y, los enfermos, confortados por el amor de todos, 
recuperen pronto la salud 
y te den gracias por este gran beneficio. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

662. Después de la oración de bendición, el celebrante rocía con agua bendita a los presentes y la casa, mientras se interpreta un canto adecuado.

Conclusión del rito

663. El celebrante concluye el rito, diciendo, con las manos extendidas sobre los presentes:
Dios, consuelo de los afligidos 
y fuerza de los débiles, 
que os ha reunido para la inauguración 
y bendición de esta casa, 
destinada al cuidado de los enfermos, 
os fortalezca con su gracia, 
para que, prestando a los enfermos
una asistencia llena de amor y solicitud, 
sirváis fielmente en ellos al mismo Cristo, el Señor. 
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, 
Padre, Hijo  y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.

664. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.

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