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sábado, 11 de abril de 2020

Bendición con ocasión de una nueva sede para el sacramento de la penitencia (confesonario).

Bendicional, 31 de mayo de 1984 (ed. española 19-marzo-2020)

Tercera parte. Bendiciones de las cosas que en las iglesias se destinan al uso litúrgico o a las prácticas de devoción.

CAPÍTULO XXIX
BENDICIONES CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN DE UNA CÁTEDRA O UNA SEDE PRESIDENCIAL, DE UN AMBÓN, DE UN SAGRARIO O DE UNA SEDE PARA LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

IV. BENDICIÓN CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN DE UNA NUEVA SEDE PARA LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

1033. La sede para la celebración del sacramento de la penitencia, situada en la iglesia, expresa de un modo patente que la confesión y absolución de los pecados es una acción litúrgica que pertenece al Cuerpo de la Iglesia, y que está ordenada a una renovada participación de los hermanos en el Sacrificio de Cristo y de la Iglesia.

1034. El rito de esta bendición nunca se ha de unir a la celebración de la Misa; en cambio, resulta oportuno unirlo a una celebración penitencial.

Ritos iniciales

1035. Reunido el pueblo, se canta, según las circunstancias, un salmo, una antífona u otro canto adecuado.

1036. Terminado el canto, el sacerdote dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Todos se santiguan y responden:
Amén.

1037. Luego el sacerdote saluda a los presentes, diciendo:
La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre, 
por Jesucristo, en el Espíritu Santo, 
que es la remisión de todos los pecados, 
estén con todos vosotros.
U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la Sagrada Escritura, o del Ritual de la Penitencia, nn. 106-110.
R. Y con tu espíritu.
O de otro modo adecuado.

1038. Luego el sacerdote, con una breve monición, instruye a los presentes sobre el significado del rito, lo que puede hacer con estas palabras u otras semejantes:

Este rito de bendición, en el que participamos con fe, nos recuerda en primer lugar que hemos de estar vivamente agradecidos a Dios, que manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia. A esta sede penitencial, en efecto, nos acercamos como pecadores y volvemos de ella justificados, gracias al ministerio de reconciliación que Cristo Jesús ha otorgado a su Iglesia. Él nos conceda que todos los que se sienten agobiados por el peso de sus pecados hallen en esta sede la liberación, y que todos los que están manchados por el barro de este mundo salgan de aquí blanqueados en la Sangre del Cordero.

Lectura de la Palabra de Dios

1039. Entonces empieza la Celebración de la Palabra. El lector, uno de los presentes o el mismo sacerdote, lee uno o varios textos de la Sagrada Escritura, elegidos entre los que propone el leccionario del Ritual de la Penitencia (2), o entre los que se proponen a continuación:

(2) Cf. Ritual de la Penitencia, capítulo IV, núms. 169-270.

¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados Mt 9, 1-8
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados", o decir: “Levántate y echa a andar"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa"». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Palabra del Señor.

1040. Pueden también leerse: 

David respondió a Natán: «He pecado contra el Señor» 2 Sam 12, 1-9. 13
Escuchad ahora,  hermanos, las palabras del segundo libro de Samuel.

En aquellos días el Señor envió a Natán a ver a David y, llegado a su presencia, le dijo: «Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él con sus hijos Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo, era para él como una hija. Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había legado a su case, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había legado a su casa». La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán: «Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión». Entonces Natán dijo a David: «Tú eres ese hombre. Así dice el Señor Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel y te libré de la mano de Saúl. Te entregué la casa de tu señor, puse a sus mujeres tus brazos, y te di la casa de Israel y de Judá. Y por si fuera poco, te añadiré mucho más. ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que le desagrada? Hiciste morir a espada a Urías el hitita, y te apropiaste de su mujer como esposa tuya, después de haberlo matado por la espada de los amonitas"».
David respondió a Natán: «He pecado contra el Señor». Y Natán le dijo: «También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás».

Palabra de Dios.

Si el malvado se convierte ciertamente vivirá y no morirá Ez 18, 20-32
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del profeta Ezequiel.

Me fue dirigida esta palabra del Señor: «El que peca es el que morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, ni el el padre cargará con la culpa del hijo. El inocente será tratado conforme a su inocencia, el malvado conforme a su maldad. Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor Dios- y no que se convierta de su conducta y viva? Si el inocente se aparta de su inocencia y comete maldades, como las acciones detestables del malvado, ¿acaso podrá vivir? No se tendrán en cuenta sus obras justas. Por el mal que hizo y por el pecado cometido, morirá. Insistís: "No es justo el proceder del Señor". Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá. La casa de Israel anda diciendo: "No es justo el proceder del Señor". ¿Es injusto mi proceder, casa de Israel? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? Pues bien, os juzgaré, a cada uno según su proceder, casa de Israel -oráculo del Señor Dios-. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no tropezaréis en vuestra culpa. Apartad de vosotros los delitos que habéis cometido, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu. ¿Por qué habríais de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie -oráculo del Señor Dios-. Convertíos y viviréis».

Palabra de Dios.

Nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación Rom 5, 6-11
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Romanos.

Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos de mostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo! Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

Palabra de Dios.

Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo 2 Cor 5, 17-21
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del apóstol san Pablo a los Corintios.

Si alguno está en Cristo en una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilio consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

Palabra de Dios.

Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho Lc 7, 36-50
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Lucas.

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y él le dijo: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero el dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Palabra del Señor.

Anda, y en adelante no peques más Jn 8, 1-11
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Juan.

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Palabra del Señor.

1041. Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.

Salmo responsorial Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 7cd)
R. Del Señor viene la misericordia, 
la redención copiosa.

V. Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.

V. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R.

V. Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora. R.

V. Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.

1042. O bien:

Sal 31, 1b-2. 3-4. 5. 6-7 (R.: 5c)
R. Confesaré al Señor mi culpa.

V. Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado; 
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el de
y en cuyo espíritu no hay engaño. R. 

V. Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;
mi savia se había vuelto un fruto seco
como en los calores del verano. R.

V. Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.

V. Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas 
no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R.

Sal 50, 3-4. 5-6. 7-8. 9-10. 11-12 (R.: 14 a)
R. Devuélveme la alegría de tu salvación.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa; 
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.

V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado. 
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. 
En la sentencia tendrás razón, nen
en el juicio resultarás inocente. R.

V. Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría. R.

V. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados. R.

V. Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme. R.

1043. Terminadas las lecturas, el sacerdote hace la homilía. En ella explica las lecturas bíblicas y la importancia eclesial del sacramento de la penitencia.

Preces

1044. Luego se hace la plegaria común. Entre las invocaciones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias del momento.

Demos gracias, hermanos, a Dios, Padre todopoderoso, que, por la muerte y resurrección de su Hijo y con la fuerza del Espíritu Santo nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha concedido el perdón de todos los pecados:
R. Te damos gracias, Señor.
— Bendito seas, Señor, que entregaste a tu Hijo por nuestros pecados, para que nos arrancara de las tinieblas del pecado y nos introdujera en la luz y la paz de tu reino. R.
— Bendito seas, Señor, que, por el Espíritu Santo, purificas nuestra conciencia de las obras muertas. R.
— Bendito seas, Señor, que has dado a la Iglesia santa las llaves del reino de los cielos, para que las puertas de tu misericordia queden abiertas para todos. R.
— Bendito seas, Señor, que en el ministerio de la reconciliación obras siempre cosas grandes y maravillosas, dándonos ahora el perdón y más tarde la vida eterna. R.

1045. Luego el celebrante prosigue, con las manos extendidas:
En verdad es justo y necesario 
darte gracias siempre y en todo lugar,
Dios todopoderoso y eterno, 
que corriges con justicia 
y perdonas con clemencia. 
Pero siempre te muestras misericordioso, 
porque, cuando castigas, lo haces 
para que no perezcamos eternamente 
y, cuando perdonas, 
nos das ocasión para corregirnos. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión del rito

1046. El sacerdote concluye el rito, diciendo, con las manos extendidas sobre los fieles:
El Padre nos bendiga, 
pues nos llamó a ser sus hijos adoptivos.
R. Amén.
El Hijo nos auxilie, 
pues nos recibió como hermanos.
R. Amén.
El Espíritu Santo nos fortalezca, 
pues hizo de nosotros su templo.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, 
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R. Amén.

1047. Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.

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